Las dos torres - Tolkien John Ronald reuel 5 стр.


—Dame tu nombre, señor de caballos, y te daré el mío, y también algo más —dijo.

—En cuanto a eso —replicó el jinete observando desde arriba al Enano—, el extraño tiene que darse a conocer primero. No obstante te diré que me llamo Éomer hijo de Éomund, y soy Tercer Mariscal de la Marca de los Jinetes.

—Entonces Éomer hijo de Éomund, Tercer Mariscal de la Marca de los Jinetes, permite que Gimli el Enano hijo de Glóin te advierta que no digas necedades. Hablas mal de lo que es hermoso más allá de tus posibilidades de comprensión, y sólo el poco entendimiento podría excusarte.

Los ojos de Éomer relampaguearon, y los Hombres de Rohan murmuraron airadamente, y cerraron el círculo, adelantando las lanzas.

—Te rebanaría la cabeza, Señor Enano, si se alzara un poco más del suelo —dijo Éomer.

—El Enano no está solo —dijo Legolas poniendo una flecha y tendiendo el arco con unas manos tan rápidas que la vista no podía seguirlas—. Morirías antes de que alcanzaras a golpear.

Éomer levantó la espada, y las cosas pudieron haber ido mal, pero Aragorn saltó entre ellos alzando la mano.

—¡Perdón, Éomer! —gritó—. Cuando sepas más, entenderás por qué has molestado a mis compañeros. No queremos ningún mal para Rohan, ni para ninguno de los que ahí habitan, sean hombres o caballos. ¿No oirás nuestra historia antes de atacarnos?

—La oiré —dijo Éomer, bajando la hoja—. Pero sería prudente que quienes andan de un lado a otro por la Marca de los Jinetes fueran menos orgullosos en estos días de incertidumbre. Primero dime tu verdadero nombre.

—Primero dime a quién sirves —replicó Aragorn—. ¿Eres amigo o enemigo de Sauron, el Señor Oscuro de Mordor?

—Sólo sirvo al Señor de la Marca, el Rey Théoden hijo de Thengel —respondió Éomer—. No servimos al Poder de la lejana Tierra Tenebrosa, pero tampoco estamos en guerra con él, y si estás huyendo de Sauron será mejor que dejes estas regiones. Hay dificultades ahora en todas nuestras fronteras, y estamos amenazados; pero sólo deseamos ser libres, y vivir como hemos vivido hasta ahora, conservando lo que es nuestro, y no sirviendo a ningún señor extraño, bueno o malo. En épocas mejores agasajábamos a quienes venían a vernos, pero en este tiempo los extraños que no han sido invitados nos encuentran dispuestos a todo. ¡Vamos! ¿Quién eres tú? ¿A quién sirves ? ¿En nombre de quién estás cazando orcos en nuestras tierras?

—No sirvo a ningún hombre —dijo Aragorn—, pero persigo a los sirvientes de Sauron en cualquier sitio en que se encuentren. Pocos hay entre los Hombres mortales que sepan más de orcos, y no los cazo de este modo porque lo haya querido así. Los orcos a quienes perseguimos tomaron prisioneros a dos de mis amigos. En semejantes circunstancias el hombre que no tiene caballo irá a pie, y no pedirá permiso para seguir el rastro. Ni contará las cabezas del enemigo salvo con la espada. No estoy desarmado.

Aragorn echó atrás la capa. La vaina élfica centelleó, y la hoja brillante de Andúril resplandeció con una llama súbita.

—¡Elendil! —gritó—. Soy Aragorn hijo de Arathorn, y me llaman Elessar, Piedra de Elfo, Dúnadan, heredero de Isildur, hijo de Elendil de Gondor. ¡He aquí la Espada que estuvo Rota una vez y que fue forjada de nuevo! ¿Me ayudarás o te opondrás a mí? ¡Escoge ya!

Gimli y Legolas miraron asombrados a Aragorn, pues nunca lo habían visto así antes. Parecía haber crecido en estatura, y en cambio a Éomer se lo veía más pequeño. En la cara animada de Aragorn asomó brevemente el poder y la majestad de los reyes de piedra. Durante un momento Legolas creyó ver una llama blanca que ardía sobre la frente de Aragorn como una corona viviente.

Éomer dio un paso atrás con una expresión reverente en la cara. Bajó los ojos.

—Días muy extraños son éstos en verdad —murmuró—. Sueños y leyendas brotan de las hierbas mismas.

”Dime, Señor —dijo—, ¿qué te trae aquí? ¿Qué significado tienen esas palabras oscuras? Hace ya tiempo que Boromir hijo de Denethor fue en busca de una respuesta, y el caballo que le prestamos volvió sin jinete. ¿Qué destino nos traes del Norte?

—El destino de una elección —respondió Aragorn—. Puedes decirle esto a Théoden hijo de Thengel: lo espera una guerra declarada, con Sauron o contra él. Nadie podrá vivir ahora como vivió antes, y pocos conservarán lo que tienen. Pero de estos importantes asuntos hablaremos más tarde. Si la suerte lo permite, yo mismo iré a ver al rey. Ahora me encuentro en un grave apuro, y pido ayuda, o por lo menos alguna noticia. Ya oíste que perseguimos a una tropa de orcos que se llevó a nuestros amigos. ¿Qué puedes decirnos?

—Que no es necesario que sigan persiguiéndolos —dijo Éomer—. Los orcos fueron destruidos.

—¿Y nuestros amigos?

—No encontramos sino orcos.

—Eso es raro en verdad —dijo Aragorn—. ¿Buscaste entre los muertos? ¿No había otros cadáveres aparte de los orcos? Eran gente pequeña, quizá sólo unos niños a tus ojos, descalzos, pero vestidos de gris.

—No había Enanos ni niños —dijo Éomer—. Contamos todas las víctimas y las despojamos de armas y suministros. Luego las apilamos y las quemamos en una hoguera, como es nuestra costumbre. Las cenizas humean aún.

—No hablamos de Enanos o de niños —dijo Gimli—. Nuestros amigos eran hobbits.

—¿Hobbits? —dijo Éomer—. ¿Qué es eso? Un nombre extraño.

—Un nombre extraño para una gente extraña —dijo Gimli—, pero éstos nos eran muy queridos. Ya habéis oído en Rohan, parece, las palabras que perturbaron a Minas Tirith. Hablaban de un Mediano. Estos hobbits son Medianos.

—¡Medianos! —rió el Jinete que estaba junto a Éomer—. ¡Medianos! Pero son sólo una gentecita que aparece en las viejas canciones y los cuentos infantiles del Norte. ¿Dónde estamos, en el país de las leyendas o en una tierra verde a la luz del sol?

—Un hombre puede estar en ambos sitios —dijo Aragorn—. Pues no nosotros sino otras gentes que vendrán más tarde contarán las leyendas de este tiempo. ¿La tierra verde, dices? ¡Buen asunto para una leyenda aunque te pasees por ella a la luz del día!

—El tiempo apura —dijo el Jinete sin prestar oídos a Aragorn—. Tenemos que darnos prisa hacia el sur, señor. Dejemos que estas gentes se ocupen de sus propias fantasías. O atémoslos para llevarlos al rey.

—¡Paz, Éothain! —dijo Éomer en su propia lengua—. Déjame un rato. Dile a los éoredque se junten en el camino y se preparen para cabalgar hasta el Vado del Ent.

Éothain se retiró murmurando entre dientes, y les habló a los otros. La tropa se alejó y dejó solo a Éomer con los tres compañeros.

—Todo lo que nos cuentas es extraño, Aragorn —dijo—. Sin embargo, dices la verdad, es evidente; los Hombres de la Marca no mienten nunca, y por eso mismo no se los engaña con facilidad. Pero no has dicho todo. ¿No hablarás ahora más a fondo de tus propósitos, para que yo pueda decidir?

—Salí de Imladris, como se la llama en los cantos, hace ya muchas semanas —respondió Aragorn—. Conmigo venía Boromir de Minas Tirith. Mi propósito era llegar a esa ciudad con el hijo de Denethor, para ayudar a su gente en la guerra contra Sauron. Pero la Compañía con quien he viajado perseguía otros asuntos. De esto no puedo hablar ahora. Gandalf el Gris era nuestro guía.

—¡Gandalf! —exclamó Éomer—. ¡Gandalf Capagrís, como se lo conoce en la Marca! Pero te advierto que el nombre de Gandalf ya no es una contraseña para llegar al Rey. Ha sido huésped del reino muchas veces en la memoria de los hombres, yendo y viniendo a su antojo, luego de unos meses, o luego de muchos años. Es siempre el heraldo de acontecimientos extraños; un portador del mal, dicen ahora algunos.

”En verdad desde la última venida de Gandalf todo ha ido de mal en peor. En ese tiempo comenzaron nuestras dificultades con Saruman el Blanco. Hasta entonces contábamos a Saruman entre nuestros amigos, pero Gandalf vino y nos anunció que Isengard se preparaba rápidamente para la guerra. Dijo que él mismo había estado prisionero en Orthanc y que había escapado a duras penas, y pedía ayuda. Pero Théoden no quiso escucharlo, y Gandalf se fue. ¡No pronuncies el nombre de Gandalf en voz alta si te encuentras con Théoden! Está furioso. Pues Gandalf se llevó el caballo que llaman Sombragrís, el más precioso de los corceles del rey, jefe de los Mearas, que sólo el Señor de la Marca puede montar. Pues el padre de esta raza era el gran caballo de Eorl que conocía el lenguaje de los Hombres. Sombragrís volvió hace siete noches, pero la cólera del rey no se ha apaciguado, pues el caballo es ahora salvaje, y no permite que nadie lo monte.

—Entonces Sombragrís ha encontrado solo su camino desde el lejano Norte —dijo Aragorn—, pues fue allí donde Gandalf y él se separaron. Pero, ay, Gandalf no volverá a cabalgar. Cayó en las tinieblas de las Minas de Moria, y nadie ha vuelto a verlo.

—Malas nuevas son éstas —dijo Éomer—. Al menos para mí, y para muchos; aunque no para todos, como descubrirás si ves al rey.

—Nadie podría entender ahora en estos territorios hasta qué extremo son malas nuevas, aunque quizá lo comprueben amargamente antes que el año avance mucho más —dijo Aragorn—. Pero cuando los grandes caen, los pequeños ocupan sus puestos. Mi parte ha sido guiar a la Compañía por el largo camino que viene de Moria. Viajamos cruzando Lórien, y a este respecto sería bueno que te enteraras de la verdad antes de hablar otra vez, y luego bajamos por el Río Grande hasta los Saltos de Rauros. Allí los orcos que tú destruiste mataron a Boromir.

—¡Tus noticias son todas de desgracias! —exclamó Éomer, consternado—. Esta muerte es una gran pérdida para Minas Tirith, y para todos nosotros. Boromir era un hombre digno, todos lo alababan. Pocas veces venía a la Marca, pues estaba siempre en las guerras de las fronteras del Este, pero yo lo conocí. Me recordaba más a los rápidos hijos de Eorl que a los graves Hombres de Gondor, y hubiera sido un gran capitán. Pero nada sabíamos de esta desgracia en Gondor. ¿Cuándo murió?

—Han pasado ya cuatro días —dijo Aragorn—, y aquella misma tarde dejamos la sombra del Tol Brandir y hemos venido viajando hasta ahora.

—¿A pie? —exclamó Éomer.

—Sí, así como nos ves.

Éomer parecía estupefacto.

—Trancos es un nombre que no te hace justicia, hijo de Arathorn —dijo—. Yo te llamaría Pies Alados. Esta hazaña de los tres amigos tendría que ser cantada en muchos castillos. ¡No ha concluido el cuarto día y ya habéis recorrido cuarenta y cinco leguas! ¡Fuerte es la raza de Elendil!

”Pero ahora, señor, ¿cómo podría ayudarte? Tendría que volver en seguida a avisar a Théoden. He hablado con cierta prudencia ante mis hombres. Es cierto que aún no estamos en guerra declarada con la Tierra Tenebrosa, y algunos, próximos a la oreja del rey, dan consejos cobardes, pero la guerra se acerca. No olvidamos nuestra vieja alianza con Gondor, y cuando ellos luchen los ayudaremos: así pienso yo y todos aquellos que me acompañan. La Marca del Este está a mi cuidado, el distrito del Tercer Mariscal, y he sacado de aquí todas las manadas y las gentes que las cuidan, dejando sólo unos pocos guardias y centinelas.

—Entonces, ¿no pagáis tributo a Sauron? —le preguntó Gimli.

—Ni ahora ni nunca —dijo Éomer, y un relámpago le pasó por los ojos—, aunque he oído hablar de esa mentira. Hace algunos años el Señor de la Tierra Tenebrosa deseó comprarnos algunos caballos a buen precio, pero nos rehusamos, pues emplean las bestias para malos propósitos. Entonces mandó una tropa de orcos, que saquearon nuestras tierras y se llevaron lo que pudieron, eligiendo siempre los caballos negros: de éstos pocos quedan ahora. Por esa razón nuestra enemistad con los orcos tiene un sabor amargo.

”Pero en este momento nuestra mayor preocupación es Saruman. Se ha declarado señor de todos estos territorios, y desde hace varios meses estamos en guerra. Ha reclutado Orcos, y Jinetes de Lobos, y Hombres malignos, y nos cerró los caminos de El Paso, y así es posible que nos asalten desde el este y el oeste.

”No es bueno toparse con semejante enemigo: un mago a la vez astuto y habilidoso que tiene muchos disfraces. Va de un lado a otro, dicen, como un viejo encapuchado y envuelto en una capa, muy parecido a Gandalf, como muchos recuerdan ahora. Los espías que tiene a su servicio se escurren por todas partes, y sus pájaros de mal agüero recorren el cielo. No sé qué fin nos espera, y estoy preocupado, pues tengo la impresión de que sus amigos no son todos de Isengard. Pero si vienes a casa del rey, lo verás por ti mismo. ¿No quieres venir? ¿Es vana mi esperanza de que hayas sido enviado para ayudarme en estas dudas y aprietos?

—Iré cuando pueda —dijo Aragorn.

—¡Ven ahora! —dijo Éomer—. El Heredero de Elendil sería sin duda un fuerte apoyo para los Hijos de Eorl en estos tiempos aciagos. Ahora mismo se está librando una batalla en Oestemnet, y temo que termine mal para nosotros.

”En verdad, en este viaje por el Norte partí sin autorización del rey, y han quedado pocos guardias en la casa. Pero los centinelas me advirtieron que una tropa de orcos bajó de la Muralla del Este hace tres noches, y que algunos de ellos llevaban las insignias blancas de Saruman. De modo que sospechando lo que más temo, una alianza entre Orthanc y la Torre Oscura, me puse a la cabeza de mis éored, hombres de mi propia Casa. Alcanzamos a los orcos a la caída de la noche hace ya dos días, cerca de los lindes del Bosque de Ent. Allí los rodeamos, y ayer al alba libramos la batalla. Ay, perdí quince hombres y doce caballos. Pues los orcos eran mucho más numerosos de lo que habíamos creído. Otros se unieron a ellos, viniendo del este a través del Río Grande: se ven claramente las huellas un poco al norte de aquí. Y otros vinieron del bosque. Orcos de gran tamaño que también exhibían la Mano Blanca de Isengard; esta especie es más fuerte y cruel que todas las otras.

”Sin embargo, terminamos con ellos. Pero nos alejamos demasiado. Nos necesitan en el sur y el oeste. ¿No vendrás? Sobran caballos, como ves. Hay trabajo suficiente para la Espada. Sí, y quizá podamos servirnos también del hacha de Gimli y del arco de Legolas, si me perdonan lo que he dicho de la Dama del Bosque. Sólo digo lo que dicen los hombres de mi tierra, y me complacería enderezar mi error.

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