El Valle de los Leones - Follett Ken 16 стр.


– ¡Vamos! ¡Vamos! -exclamó.

Tiró aún con más fuerza. La piedra áspera le hizo varios cortes en las manos. Pegó un tirón más fuerte y la piedra se desprendió. Ella saltó hacia atrás en el momento en que caía al suelo. Era aproximadamente del tamaño de un bote de judías. justo la medida que necesitaba. La recogió con ambas manos y volvió apresuradamente a la casa.

Entró en la habitación delantera. Recogió del suelo el radiotransmisor y lo colocó sobre el mostrador de azulejos. Después levantó la piedra por encima de su cabeza y la dejó caer con todas sus fuerzas sobre la radio.

La caja de plástico se agrietó.

Tendría que golpearla con más fuerza.

Volvió a levantar la piedra y de nuevo la dejó caer. Esta vez la caja se rompió, dejando el interior del aparato al descubierto. Jane vio un circuito impreso, el cono de un micrófono y un par de pilas con inscripciones en ruso. Sacó las pilas, las arrojó al suelo y entonces empezó a destrozar el mecanismo de la radio.

De repente alguien la tomó de los hombros y oyó que Jean-Pierre gritaba:

– ¿Qué estás haciendo?

Ella luchó por deshacerse de él, lo consiguió por un instante y volvió a golpear la radio.

El la aferró por los hombros y la hizo a un lado. Ella tropezó y cayó al suelo.

Cayó mal y se torció la muñeca.

El tenía la mirada fija en la radio.

– ¡Está destrozada! -exclamó-. ¡El daño es irreparable! -Le aferró la blusa y la obligó a ponerse de pie-. ¡No sabes lo que has hecho! -aulló.

En sus ojos había desesperación y furia ciega.

– ¡Suéltame! -gritó ella. Jean-Pierre no tenía derecho a actuar así cuando era él quien le había mentido a ella-. ¿Cómo te atreves a ponerme las manos encima?

– ¿Preguntas que cómo me atrevo?

Soltó la camisa de su mujer, alzó el brazo y le propinó un fuerte puñetazo. El golpe la alcanzó en pleno abdomen. Durante la fracción de un segundo permaneció simplemente paralizada por la sorpresa; entonces llegó el dolor, desde sus entrañas todavía sensibles después del parto de Chantal, y Jane lanzó un grito y se inclinó, aferrándose el vientre con las manos.

Había cerrado los ojos con fuerza, así que no vio venir el segundo golpe. Esta vez le pegó en plena boca. Ella gritó. Apenas podía creer que él estuviera haciendo eso. Abrió los ojos y lo miró, aterrorizada ante la posibilidad de que él volviera a pegarle.

– ¿Que cómo me atrevo? -gritó Jean-Pierre-. ¿Que cómo me atrevo?

Ella cayó de rodillas al suelo y empezó a llorar de dolor, de angustia y a causa del shock. La boca le dolía tanto que apenas podía hablar.

– ¡Por favor, no me pegues más, -consiguió decir-. No me pegues más.

como para protegerse, se cubrió el rostro con una mano.

El se arrodilló, le apartó la mano de la cara y aproximó su rostro al de ella.

– ¿Desde cuándo lo sabes? -preguntó con tono sibilante.

Ella se pasó la lengua por los labios. Ya se le estaban hinchando. Se los limpió con la manga, que quedó llena de sangre.

– Desde que te vi en la cabaña de piedra, camino a Cobak.

– ¡Pero si no viste nada!

– Ese hombre hablaba con acento ruso y dijo que tenía ampollas. A partir de eso me imaginé el resto.

Hubo una pausa mientras él digería esa información,

– ¿Y por qué ahora? -preguntó-. ¿Por qué no rompiste antes la radio?

– Porque no tuve valor.

– ¿Y ahora?

– Ellis está aquí.

– ¿Y bien?

Jane apeló al poco coraje que le quedaba.

– Si no abandonas este, trabajo de espionaje, se lo diré a Ellis y él te detendrá.

El la aferró por la garganta.

– ¿Y si te ahorco ahora mismo, hija de puta?

– Si a mí me llegara a pasar algo, Ellis querrá saber por qué. Todavía sigue enamorado de mí.

Ella lo miró fijamente. Vio que el odio le ardía en los ojos.

– ¡Ahora nunca podré capturarlo! -exclamó.

Jane se preguntó a quién se referiría. ¿A Ellis? No. ¿A Masud?

¿Sería posible que el propósito final de Jean-Pierre fuese matar a Masud? Todavía mantenía las manos alrededor de su cuello. Sintió que la apretaba con más fuerza. Atemorizada, le observó el rostro.

En ese momento lloró Chantal.

La expresión de Jean-Pierre cambió totalmente. La hostilidad desapareció de sus ojos y se esfumó esa mirada fría y malvada. Por fin, ante la estupefacción de Jane, se cubrió la cara con ambas manos y empezó a llorar.

Ella lo miró con incredulidad. Descubrió que le tenía lástima y pensó: No seas tonta, el bastardo acaba de golpearte con toda su alma. Pero, a pesar suyo, las lágrimas de Jean-Pierre la emocionaron.

– No llores -dijo en voz baja.

El tono en que le habló fue sorprendentemente suave. Le tocó la mejilla.

– Lo siento -dijo él-. Lamento lo que te hice. Era el trabajo de mi vida, y todo para nada.

Ella comprendió con sorpresa y con algo de disgusto hacia sí misma que ya no estaba furiosa con él, a pesar de sus labios hinchados y del dolor continuo que sentía en el estómago. Cedió a sus sentimientos y lo abrazó, palmeándole la espalda como si estuviera consolando a una criatura.

– Todo por el acento de Anatoly -murmuró Jean-Pierre-. Solamente por eso.

– Olvídate de Anatoly -aconsejó ella-. Nos iremos de Afganistán y volveremos a Europa. Viajaremos con la próxima caravana.

El se quitó las manos de la cara y la miró.

– Cuando lleguemos a París…

– ¿Sí?

– Cuando hayamos llegado a casa, quiero que sigamos juntos. ¿Podrás perdonarme? Te amo, es verdad que te amo. Siempre te he amado. Y estamos casados. Y está Chantal. Por favor, Jane, no me dejes. ¡Te lo suplico!

Para su propia sorpresa ella no vaciló. Ese era el hombre a quien amaba, su marido, el padre de su hija; y él tenía problemas y le pedía ayuda.

– No pienso irme a ninguna parte -contestó.

– Prométemelo -suplicó él-. Prométeme que no me dejarás.

Ella le sonrió con su boca ensangrentada.

– Te amo -contestó-. Te prometo que no te dejaré.

Capítulo 9

Ellis se sentía frustrado, impaciente y enojado. Frustrado, porque habiendo permanecido durante siete días en el Valle de los Cinco Leones, todavía no había podido encontrarse con Masud. Impaciente porque le resultaba un purgatorio diario tener que ver a Jane y a Jean-Pierre viviendo juntos, trabajando juntos y compartiendo con placer esa hijita feliz que tenían. Y furioso porque él y solamente él se había metido en esa situación tan desagradable.

Le aseguraron que ese día conocería a Masud, pero hasta ese momento el gran hombre todavía no se había presentado. Ellis había caminado todo el día anterior para poder llegar allí. Se encontraba en el extremo sudoeste del Valle de los Cinco Leones, en territorio ruso.

Abandonó Banda en compañía de tres guerrilleros: Alí Ghánim, Matullah Khan y Yussuf Gul, pero en cada pueblo que pasaban se les habían ido uniendo dos o tres más y en ese momento eran más de treinta. Se sentaron formando un círculo, debajo de una higuera en la cima de un monte y esperaron.

Al pie del cerro en el que estaban sentados una planicie bastante llana se extendía hacia el sur, en realidad llegaba hasta Kabul, aunque la ciudad quedaba a setenta y cinco kilómetros y no se podía ver. En la misma dirección, pero mucho más cerca, se encontraba la base aérea de Bagram, a quince kilómetros de distancia: los edificios no eran visibles, pero de vez en cuando podían ver elevarse en el aire a un ocasional reactor. La planicie era un fértil mosaico de praderas y huertos cruzados por arroyos que desembocaban en el río de los Cinco Leones que corría, Cada vez más ancho y profundo, pero ya no tan rápido, hacia la ciudad capital. Un tosco camino rodeaba el pie del monte y subía por el valle hasta la ciudad de Rokha, que marcaba el límite del extremo noreste del territorio ruso. Por el camino no circulaba demasiado tráfico: algunos carros de aldeanos y ocasionalmente algún vehículo blindado. En el lugar donde el camino cruzaba el río había un puente recién construido por los rusos. Ellis iba a volar ese puente.

Las clases sobre explosivos, que dictaba a fin de disimular durante el mayor tiempo posible su verdadera misión, gozaban de inmensa popularidad, y se vio obligado a limitar el número de asistentes. Y eso a pesar de su vacilante dari. Recordaba algo del farsi aprendido en Teherán y aprendió bastante dari en el camino, con la caravana, así que se encontraba en condiciones de hablar sobre el terreno, comidas, caballos y armas, pero todavía no sabía expresar cosas tales como: La hendidura en el material explosivo sirve para concentrar la fuerza de la explosión. Pero de todas maneras, la idea de hacer volar algo resultaba tan atrayente para el machismo de los afganos, que contaba siempre con un auditorio totalmente atento. Le resultaba imposible enseñarles las fórmulas para calcular la cantidad de T N T que requería un determinado trabajo, y ni siquiera podía enseñarles a usar una prueba utilizada por las computadoras del ejército de Estados Unidos, porque la mayoría de ellos ni siquiera había cursado la aritmética de la escuela elemental, y prácticamente ninguno sabía leer. Sin embargo, estaba en condiciones de enseñarles cómo destruir objetos definitivamente y al mismo tiempo utilizando menos material, que para ellos era muy importante, porque tenían escasez de elementos. También trató de que adoptaran las medidas básicas de precaución, pero en ese sentido fracasó: para ellos la prudencia era sinónimo de cobardía.

Y mientras tanto, la presencia de Jane lo torturaba.

Sentía celos cuando la veía tocar a Jean-Pierre; envidia cuando los veía a los dos en la cueva donde atendían a los enfermos, trabajando juntos con tanta eficacia y armonía y la lujuria lo consumía cuando por casualidad vislumbraba una parte del pecho exuberante de Jane mientras amamantaba a su hijita. Por la noche permanecía despierto, metido en su saco de dormir, en casa de Ismael Gul, donde se alojaba, y daba vueltas, a veces sudando y a veces estremecido de frío, imposibilitado de encontrar una posición cómoda sobre el suelo de tierra, tratando de no oír los sonidos ahogados de Ismael y su esposa que hacían el amor a poca distancia, en el cuarto vecino; y tanta era su necesidad de tocar a Jane que las palmas de las manos le ardían.

No podía culpar a nadie, sino a sí mismo por todo lo que le sucedía. Se había ofrecido voluntariamente a cumplir esa misión con la estúpida esperanza de poder reconquistar a Jane. Era una actitud poco profesional, e inmadura a la vez. Lo único que le quedaba por hacer era salir de allí lo más rápidamente posible.

Y no podía hacer nada antes de encontrarse con Masud.

Se puso de pie y caminó inquieto por los alrededores, cuidando, sin embargo, de permanecer a la sombra del árbol para que no pudieran verlo desde el camino. A poca distancia había un montón de metal retorcido que en una época anterior había sido parte de un helicóptero que se había estrellado. Vio un trozo delgado de acero, más o menos de la forma y tamaño de un plato, y eso le inspiró una idea.

Ultimamente se preguntaba cómo demostrar el efecto de cargas con distintas formas, y ahora se le ocurría una manera de hacerlo.

Sacó de su bolsa un trozo pequeño y plano de T N T y un cortaplumas. Los guerrilleros se amontonaron a su alrededor. Entre ellos se encontraba Alí Ghanim, un hombre de pequeña estatura y cuerpo deforme -nariz torcida, dientes desparejos, y una leve joroba- de quien se decía que tenía catorce hijos. Ellis inscribió el nombre Alí en el T N T en caracteres persas. Se los mostró. Alí reconoció su nombre.

– ¡Alí! -exclamó sonriente, y dejando al descubierto sus espantosos dientes.

Ellis colocó el explosivo con la inscripción hacia abajo, sobre el trozo de metal.

– Espero que dé resultado -dijo con una sonrisa que todos le devolvieron, aunque ninguno de ellos hablaba inglés.

Después sacó de su bolso un trozo de soga de aproximadamente un metro veinte de largo y un detonador. Insertó el detonador en un extremo de la soga, dentro de un recipiente cilíndrico. Unió con cinta aislante el recipiente cilíndrico con el T N T. Miró hacia el camino, al pie de la colina. No había señal alguna de tráfico. Llevó su pequeña bomba al otro lado del monte y la colocó a distancia prudencial. Encendió la mecha con un fósforo y regresó a la higuera.

La mecha ardía con lentitud. Mientras esperaba, Ellis se preguntó si Masud estaría haciéndolo vigilar por los otros guerrilleros. ¿Estaría esperando el líder la confirmación de que Ellis era una persona seria en quien los guerrilleros podían confiar? El protocolo siempre era importante en un ejército, aunque se tratara de un ejército guerrillero. Pero Ellis no podía andar dando vueltas mucho tiempo más. Si Masud no se presentaba ese día, tendría que abandonar esa tontería de los explosivos, confesar que era un enviado de la Casa Blanca y exigir un encuentro inmediato con el líder rebelde.

En ese momento se produjo una ligera explosión seguida de una pequeña nube de polvo. Los guerrilleros parecían desilusionados ante una explosión de tan poco calibre. Ellis recuperó el trozo de metal, agarrándolo con la bufanda por si estaba caliente. El nombre Alí había quedado impreso en letras persas. Se lo mostró a los guerrilleros que empezaban a hablar llenos de excitación. Ellis estaba satisfecho: acababa de demostrarles que los explosivos eran más poderosos cuando eran dentados, al contrario de lo que podía sugerir el sentido común.

De pronto los guerrilleros quedaron en silencio. Ellis miró a su alrededor y vio que se les acercaban otros siete u ocho hombres por sobre la cima del monte. Los rifles que portaban y los gorros hitralí redondos que usaban los identificaban como guerrilleros. Cuando se acercaron, Alí se puso tenso, como si estuviera a punto de hacer un saludo militar.

– ¿Quién es? -preguntó Ellis.

– Masud -contestó Alí.

– ¿Cuál de ellos?

– El del medio.

Ellis estudió la figura central del grupo. Al principio Masud parecía idéntico a los demás: un hombre delgado, de estatura intermedia, vestido con ropa de tono caqui y botas rusas. Ellis escudriñó su rostro. Tenía la piel clara y un bigote y una barba poco poblados, como un adolescente. Su nariz era larga y aguileña. Sus oscuros ojos de expresión alerta estaban rodeados de profundas arrugas que lo hacían parecer por lo menos cinco años mayor de lo que era: veintiocho años. No era buen mozo, pero había en su rostro un aire vivaz, inteligente y de tranquila autoridad que lo distinguía de los hombres que lo rodeaban.

Se dirigió directamente a Ellis con la mano extendida.

– Soy Masud -se presentó.

– Ellis Thaler -contestó el norteamericano, estrechándole la mano.

– Vamos a volar este puente -informó Masud en francés.

– ¿Quieres empezar ahora mismo con los preparativos?

– Sí.

Ellis guardó su equipo dentro de la bolsa, mientras Masud recorría el grupo de guerrilleros, estrechando la mano de algunos, haciéndoles señales de asentimiento a otros, abrazando a uno o dos y hablando algunas palabras con cada uno de ellos.

Cuando estuvieron listos bajaron del monte, Ellis supuso que lo hacían con la esperanza de que si los veían los tomaran por un grupo de campesinos y no por una unidad del ejército rebelde. Al llegar al pie del monte ya no eran visibles desde el camino, aunque cualquiera que pasara por allí en helicóptero habría podido verlos. Ellis supuso que en caso de oír el motor de un helicóptero se pondrían a cubierto. Se encaminaron hacia el río, siguiendo un sendero que cruzaba los campos cultivados. Pasaron junto a varias casas pequeñas y fueron vistos por la gente que trabajaba en el campo, algunos de los cuales los ignoraron olímpicamente, mientras otros los saludaban con las manos y les gritaron en señal de bienvenida. Al llegar a la orilla del río, los guerrilleros siguieron su cauce tratando de ocultarse tras las rocas y la escasa vegetación que allí crecía. Cuando se encontraban a pocos metros del puente, una pequeña caravana de camiones del ejército empezó a cruzarlo y todos se ocultaron mientras pasaban los vehículos, camino de Rokha. Ellis se tendió bajo un sauce llorón y descubrió que Masud estaba a su lado.

– Si logramos destruir el puente -explicó Masud-, les cortaremos la vía de abastecimientos que los une con Rokha.

Después que desaparecieron los camiones esperaron algunos minutos, luego caminaron hasta el puente y se arracimaron debajo para no ser vistos desde el camino.

En su punto medio, el puente se encontraba a seis metros sobre el nivel del río, que en ese lugar tendría aproximadamente seis metros de profundidad. Ellis comprobó que se trataba de un simple puente longitudinal: dos grandes vigas de acero que sostenían un bloque plano de hormigón que se extendía de una orilla a la otra sin soportes intermedios. El hormigón era un peso muerto. Las vigas soportaban el peso de todo el puente. Con sólo partirlas, el puente quedaría en ruinas…

Ellis comenzó sus preparativos. El T N T venía en bloques amarillos de cuatrocientos cincuenta gramos. Unió diez de esos bloques. Después hizo otros tres paquetes idénticos, utilizando todo el explosivo que tenía. Usaba T N T porque era la sustancia que más frecuentemente se encontraba en bombas, obuses, minas y granadas de mano y los guerrilleros se aprovisionaban, sobre todo, de artefactos rusos que no habían explotado. Los explosivos plásticos hubiesen sido más aptos para lo que ellos necesitaban, porque podían ser introducidos en agujeros, envueltos alrededor de vigas, y en general se los podía moldear en cualquier forma que se requiriera, pero ellos no tenían más remedio que trabajar con los materiales que podían encontrar y robar. Ocasionalmente conseguían un poco de plastique que los ingenieros rusos les cambiaban por marihuana cultivada en el valle, pero la transacción -que involucraba a intermediarios del ejército regular afgano resultaba peligrosa y los abastecimientos, limitados. Ellis había obtenido toda esa información del hombre de la CÍA de Penshawar y comprobó que era veraz.

Las vigas estaban separadas entre sí por aproximadamente dos metros cuarenta.

– Necesito que alguien encuentre un palo de este tamaño -indicó Ellis en dari, señalando el espacio existente entre viga y Viga.

Uno de los guerrilleros recorrió la orilla y desenterró un árbol joven.

– Necesito otro exactamente igual a éste -volvió a pedir Ellis.

Colocó uno de los paquetes de T N T en la parte inferior de una de las vigas y le pidió a un guerrillero que lo sostuviera en su lugar. Luego colocó otro paquete en la viga siguiente, en una posición similar; después de lo cual presionó el tronco del árbol recién arrancado colocándolo entre los dos paquetes, para sostenerlos. Vadeó el río e hizo exactamente lo mismo en el otro extremo del puente.

Describía cada cosa que hacía en una mezcla de dari, francés e inglés, para que los guerrilleros fuesen entendiendo todo lo que pudieran: lo más importante era que observaran lo que él hacía y que después comprobaran los resultados obtenidos. Luego unió las cargas con Primacord, la cuerda detonante de alto poder explosivo que ardía a seis metros y medio por segundo y luego conectó los cuatro paquetes para que explotaran simultáneamente. Por fin formó un anillo con el Primacord y le explicó a Masud en francés que de ese modo la cuerda ardería hacia el T N T desde ambos extremos, de manera que si por algún motivo el cable se llegaba a cortar en alguna parte, la bomba explotaría de todos modos. Recomendó hacer siempre eso como precaución de rutina.

Mientras trabajaba se sintió extrañamente feliz. Había algo tranquilizante en las tareas mecánicas y en el cálculo desapasionado de la cantidad de explosivos necesarios. Y ahora que Masud se había presentado, él podría seguir adelante con su misión.

Extendió el Primacord por el agua para que fuera menos visible -de todas maneras ardía perfectamente bien bajo el agua- y lo sacó en la orilla opuesta. Unió un detonador al extremo del Primacord y después le agregó una mecha equivalente a cuatro minutos de combustión lenta.

– ¿Listos? -le preguntó a Masud.

– Sí -contestó el líder guerrillero. Ellis encendió la mecha.

Todos se alejaron con rapidez, siguiendo la orilla, río arriba. Ellis sentía una especie de júbilo adolescente y secreto por la enorme explosión que estaba a punto de provocar. Los otros también parecían excitados y Ellis se preguntó sí él ocultaría tan mal su entusiasmo como ellos. Pero mientras los miraba de esa manera, notó que las expresiones de todos cambiaban dramáticamente y que de súbito adoptaron un aire alerta, como pájaros que escuchan para percibir en la tierra el sonido de las lombrices. Y entonces Ellis también lo oyó: el lejano retumbar de tanques.

Desde donde ellos se encontraban no se alcanzaba a ver el camino, pero uno de los guerrilleros trepó rápidamente a un árbol.

– Dos -informó.

Masud aferró el brazo de Ellis…

– ¿Puedes destruir el puente mientras están pasando los tanques? -preguntó.

¡Mierda! -pensó Ellis-, me está poniendo a prueba.

– Sí -contestó sin tomarse el tiempo para pensarlo.

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