BENVOLIO.-Se va a enfadar, si te oye.
MERCUTIO.-Verás como no: se enfadaría, si me empeñase en encerrar a un demonio en el círculo de su dama, para que ella le conjurase; pero ahora veréis cómo no se enfada con tan santa y justa invocación, como es la del nombre de su amada.
BENVOLIO.-Sígueme: se habrá escondido en esas ramas para pasar la noche. El amor, como es ciego, busca tinieblas.
MERCUTIO.-Si fuera ciego, erraría casi siempre sus tiros. Buenas noches, Romeo. Voyme a acostar, porque la yerba está demasiada fría para dormir. ¿Vámonos ya?
BENVOLIO.-Vamos, ¿a qué empeñarnos en buscar al que no quiere ser encontrado?
ESCENA SEGUNDA
Jardín de Capuleto
ROMEO.-¡Qué bien se burla del dolor ajeno quien nunca sintió dolores…! (Pónese Julieta a la ventana.)¿Pero qué luz es la que asoma por allí? ¿El sol que sale ya por los balcones de oriente? Sal, hermoso sol, y mata de envidia con tus rayos a la luna, que está pálida y ojeriza porque vence tu hermosura cualquier ninfa de tu coro. Por eso se viste de amarillo color. ¡Qué necio el que se arree con sus galas marchitas! ¡Es mi vida, es mi amor el que aparece! ¿Cómo podría yo decirla que es señora de mi alma? Nada me dijo. Pero ¿qué importa? Sus ojos hablarán, y yo responderé. ¡Pero qué atrevimiento es el mío, si no me dijo nada! Los dos más hermosos luminares del cielo la suplican que les sustituya durante su ausencia. Si sus ojos resplandecieran como astros en el cielo, bastaría su luz para ahogar los restantes como el brillo del sol mata el de una antorcha. ¡Tal torrente de luz brotaría de sus ojos, que haría despertar a las aves a media noche, y entonar su canción como si hubiese venido la aurora! Ahora pone la mano en la mejilla. ¿Quién pudiera tocarla como el guante que la cubre?
JULIETA.-¡Ay de mí!
ROMEO.-¡Habló! Vuelvo a sentir su voz. ¡Ángel de amores que en medio de la noche te me apareces, cual nuncio de los cielos a la atónita vista de los mortales, que deslumbrados le miran traspasar con vuelo rapidísimo las esferas, y mecerse en las alas de las nubes!
JULIETA.-¡Romeo, Romeo! ¿Por qué eres tú Romeo? ¿Por qué no reniegas del nombre de tu padre y de tu madre? Y si no tienes valor para tanto, ámame, y no me tendré por Capuleto.
ROMEO.-¿Qué hago, seguirla oyendo o hablar?
JULIETA.-No eres tú mi enemigo. Es el nombre de Montesco, que llevas. ¿Y qué quiere decir Montesco? No es pie ni mano ni brazo, ni semblante ni pedazo alguno de la naturaleza humana. ¿Por qué no tomas otro nombre? La rosa no dejaría de ser rosa, y de esparcir su aroma, aunque se llamase de otro modo. De igual suerte, mi querido Romeo, aunque tuviese otro nombre, conservaría todas las buenas cualidades de su alma, que no le vienen por herencia. Deja tu nombre, Romeo, y en cambio de tu nombre que no es cosa alguna sustancial, toma toda mi alma.
ROMEO.-Si de tu palabra me apodero, llámame tu amante, y creeré que me he bautizado de nuevo, y que he perdido el nombre de Romeo.
JULIETA.-¿Y quién eres tú que, en medio de las sombras de la noche, vienes a sorprender mis secretos?
ROMEO.-No sé de cierto mi nombre, porque tú aborreces ese nombre, amada mía, y si yo pudiera, lo arrancaría de mi pecho.
JULIETA.-Pocas palabras son las que aún he oído de esa boca, y sin embargo te reconozco. ¿No eres Romeo? ¿No eres de la familia de los Montescos?
ROMEO.-No seré ni una cosa ni otra, ángel mío, si cualquiera de las dos te enfada.
JULIETA.-¿Cómo has llegado hasta aquí, y para qué? Las paredes de esta puerta son altas y difíciles de escalar, y aquí podrías tropezar con la muerte, siendo quien eres, si alguno de mis parientes te hallase.
ROMEO.-Las paredes salté con las alas que me dio el amor, ante quien no resisten aun los muros de roca. Ni siquiera a tus parientes temo.
JULIETA.-Si te encuentran, te matarán.
ROMEO.-Más homicidas son tus ojos, diosa mía, que las espadas de veinte parientes tuyos. Mírame sin enojos, y mi cuerpo se hará invulnerable.
JULIETA.-Yo daría un mundo porque no te descubrieran.
ROMEO.-De ellos me defiende el velo tenebroso de la noche. Más quiero morir a sus manos, amándome tú, que esquivarlos y salvarme de ellos, cuando me falte tu amor.
JULIETA.-¿Y quién te guió aquí?
ROMEO.-El amor que me dijo dónde vivías. De él me aconsejé, él guió mis ojos que yo le había entregado. Sin ser nauchero, te juro que navegaría hasta la playa más remota de los mares por conquistar joya tan preciada.
JULIETA.-Si el manto de la noche no me cubriera, el rubor de virgen subiría a mis mejillas, recordando las palabras que esta noche me has oído. En vano quisiera corregirlas o desmentirlas… ¡Resistencias vanas! ¿Me amas? Sé que me dirás que sí, y que yo lo creeré. Y sin embargo, podrías faltar a tu juramento, porque dicen que Jove se ríe de los perjuros de los amantes. Si me amas de veras, Romeo, dilo con sinceridad, y si me tienes por fácil y rendida al primer ruego, dímelo también, para que me ponga esquiva y ceñuda, y así tengas que rogarme. Mucho te quiero, Montesco, mucho, y no me tengas por liviana, antes he de ser más firme y constante que aquellas que parecen desdeñosas porque son astutas. Te confesaré que más disimulo hubiera guardado contigo, si no me hubieses oído aquellas palabras que, sin pensarlo yo, te revelaron todo el ardor de mi corazón. Perdóname, y no juzgues ligereza este rendirme tan pronto. La soledad de la noche lo ha hecho.
ROMEO.-Júrote, amada mía, por los rayos de la luna que platean la copa de estos árboles…
JULIETA.-No jures por la luna, que en su rápido movimiento cambia de aspecto cada mes. No vayas a imitar su inconstancia.
ROMEO.-¿Pues por quién juraré?
JULIETA.-No hagas ningún juramento. Si acaso, jura por ti mismo, por tu persona que es el dios que adoro y en quien he de creer.
ROMEO.-¡Ojalá que el fuego de mi amor…!
JULIETA.-No jures. Aunque me llene de alegría el verte, no quiero esta noche oír tales promesas que parecen violentas y demasiado rápidas. Son como el rayo que se extingue, apenas aparece. Aléjate ahora: quizá cuando vuelvas haya llegado a abrirse, animado por las brisas del estío, el capullo de esta flor. Adiós, ¡y ojalá aliente tu pecho en tan dulce calma como el mío!
ROMEO.-¿Y no me das más consuelo que ése?
JULIETA.-¿Y qué otro puedo darte esta noche?
ROMEO.-Tu fe por la mía.
JULIETA.-Antes te la di que tú acertaras a pedírmela. Lo que siento es no poder dártela otra vez.
ROMEO.-¿Pues qué? ¿Otra vez quisieras quitármela?
JULIETA.-Sí, para dártela otra vez, aunque esto fuera codicia de un bien que tengo ya. Pero mi afán de dártelo todo es tan profundo y tan sin límite como los abismos de la mar. ¡Cuanto más te doy, más quisiera darte!… Pero oigo ruido dentro. ¡Adiós! no engañes mi esperanza… Ama, allá voy… Guárdame fidelidad, Montesco mío. Espera un instante, que vuelvo en seguida.
ROMEO.-¡Noche, deliciosa noche! Sólo temo que, por ser de noche, no pase todo esto de un delicioso sueño.
JULIETA.- (Asomada otra vez a la ventana.)Sólo te diré dos palabras. Si el fin de tu amor es honrado, si quieres casarte, avisa mañana al mensajero que te enviaré, de cómo y cuándo quieres celebrar la sagrada ceremonia. Yo te sacrificaré mi vida e iré en pos de ti por el mundo.
AMA.- (Llamando dentro.)¡Julieta!
JULIETA.-Ya voy. Pero si son torcidas tus intenciones, suplícote que…
AMA.-¡Julieta!
JULIETA.-Ya corro… Suplícote que desistas de tu empeño, y me dejes a solas con mi dolor. Mañana irá el mensajero…
ROMEO.-Por la gloria…
JULIETA.-Buenas noches.
ROMEO.-No. ¿Cómo han de ser buenas sin tus rayos? El amor va en busca del amor como el estudiante huyendo de sus libros, y el amor se aleja del amor como el niño que deja sus juegos para tornar al estudio.
JULIETA.- (Otra vez a la ventana.)¡Romeo! ¡Romeo! ¡Oh, si yo tuviese la voz del cazador de cetrería, para llamar de lejos a los halcones! Si yo pudiera hablar a gritos, penetraría mi voz hasta en la gruta de la ninfa Eco, y llegaría a ensordecerla repitiendo el nombre de mi Romeo.
ROMEO.-¡Cuán grato suena el acento de mi amada en la apacible noche, protectora de los amantes! Más dulce es que música en oído atento.
JULIETA.-¡Romeo!
ROMEO.-¡Alma mía!
JULIETA.-¿A qué hora irá mi criado mañana?
ROMEO.-A las nueve.
JULIETA.-No faltará. Las horas se me harán siglos hasta que ésa llegue. No sé para qué te he llamado.
ROMEO.-¡Déjame quedar aquí hasta que lo pienses!
JULIETA.-Con el contento de verte cerca me olvidaré eternamente de lo que pensaba, recordando tu dulce compañía.
ROMEO.-Para que siga tu olvido no he de irme.
JULIETA.-Ya es de día. Vete… Pero no quisiera que te alejaras más que el breve trecho que consiente alejarse al pajarillo la niña que le tiene sujeto de una cuerda de seda, y que a veces le suelta de la mano, y luego le coge ansiosa, y le vuelve a soltar…
ROMEO.-¡Ojalá fuera yo ese pajarillo!
JULIETA.-¿Y qué quisiera yo sino que lo fueras? aunque recelo que mis caricias habían de matarte. ¡Adiós, adiós! Triste es la ausencia y tan dulce la despedida, que no sé cómo arrancarme de los hierros de esta ventana.
ROMEO.-¡Que el sueño descanse en tus dulces ojos y la paz en tu alma! ¡Ojalá fuera yo el sueño, ojalá fuera yo la paz en que se duerme tu belleza! De aquí voy a la celda donde mora mi piadoso confesor, para pedirle ayuda y consejo en este trance.
ESCENA TERCERA
Celda de fray Lorenzo
(FRAY LORENZO y ROMEO)
FRAY LORENZO.-Ya la aurora se sonríe mirando huir a la oscura noche. Ya con sus rayos dora las nubes de oriente. Huye la noche con perezosos pies, tropezando y cayendo como un beodo, al ver la lumbre del sol que se despierta y monta en el carro de Titán. Antes que tienda su dorada lumbre, alegrando el día y enjugando el llanto que vertió la noche, ha de llenar este cesto de bien olientes flores y de yerbas primorosas. La tierra es a la vez cuna y sepultura de la naturaleza y su seno educa y nutre hijos de varia condición pero ninguno tan falto de virtud que no dé aliento o remedio o solaz al hombre. Extrañas son las virtudes que derramó la pródiga mano de la naturaleza, en piedras, plantas y yerbas. No hay ser inútil sobre la tierra, por vil y despreciable que parezca. Por el contrario, el ser más noble, si se emplea con mal fin, es dañino y abominable. El bien mismo se trueca en mal y el valor en vicio, cuando no sirve a un fin virtuoso. En esta flor que nace duermen escondidos a la vez medicina y veneno: los dos nacen del mismo origen, y su olor comunica deleite y vida a los sentidos, pero si se aplica al labio, esa misma flor tan aromosa mata el sentido. Así es el alma humana; dos monarcas imperan en ella, uno la humildad, otro la pasión; cuando ésta predomina, un gusano roedor consume la planta.
ROMEO.-Buenos días, padre.
FRAY LORENZO.-Él sea en tu guarda. ¿Quién me saluda con tan dulces palabras, al apuntar el día? Levantado y a tales horas, revela sin duda intranquilidad de conciencia, hijo mío. En las pupilas del anciano viven los cuidados veladores, y donde reina la inquietud ¿cómo habitará el sosiego? Pero en lecho donde reposa la juventud ajena de todo pesar y duelo, infunde en los miembros deliciosa calma el blando sueño. Tu visita tan de mañana me indica que alguna triste ocasión te hace abandonar tan pronto el lecho. Y si no… será que has pasado la noche desvelado.
ROMEO.-¡Eso es, y descansé mejor que dormido!
FRAY LORENZO.-Perdónete Dios. ¿Estuviste con Rosalía?
ROMEO.-¿Con Rosalía? Ya su nombre no suena dulce en mis oídos, ni pienso en su amor.
FRAY LORENZO.-Bien haces. Luego ¿dónde estuviste?
ROMEO.-Te lo diré sin ambages. En la fiesta de nuestros enemigos los Capuletos, donde a la vez herí y fui herido. Sólo tus manos podrán sanar a uno y otro contendiente. Y con esto verás que no conservo rencor a mi adversario, puesto que intercedo por él como si fuese amigo mío.
FRAY LORENZO.-Dime con claridad el motivo de tu visita, si es que puedo ayudarte en algo.
ROMEO.-Pues te diré en dos palabras que estoy enamorado de la hija del noble Capuleto, y que ella me corresponde con igual amor. Ya está concertado todo, sólo falta que vos bendigáis esta unión. Luego os diré con más espacio dónde y cómo nos conocimos y nos juramos constancia eterna. Ahora lo que importa es que nos caséis al instante.