Los Jardines De Luz - Maalouf Amin 3 стр.


– ?Sus ojos, Utakim, tu no has visto sus ojos! Por lo general, me basta con que se crucen con los mios un instante para olvidar dolores e inquietudes. Si sus ojos me hubieran hablado, habria ignorado las palabras de su boca y los gestos de sus manos. Pero esta noche, sus ojos no me han dicho nada.

Utakim la reprende con desenvoltura:

– ?No sabes que un hombre nunca es carinoso en presencia de un extrano? El huesped se ira pronto a dormir y nuestro senor vendra a reunirse contigo. ?Vamos, dejame deshacerte las trenzas!

Mariam se abandona a las manos que no han cesado de acunarla. La noche esta cayendo y su hombre vendra. Jamas en el pasado abandono su lecho. La muchacha se ha recostado apoyando la cabeza en un cojin y los pies descalzos en otro mas alto. Utakim se sienta justo al borde de un cofre situado a su cabecera y toma entre sus manos los dedos de su senora, que acaricia lentamente y se lleva a los labios de cuando en cuando. Su mirada llena de amor envuelve el rostro rosaceo enmarcado por una cabellera con reflejos malva. Desearia decirle: «Te conozco bien, Mariam. Tienes las manos lisas de las hijas de los reyes y el corazon fragil de aquellas a las que un padre ha amado demasiado. Cuando eras nina, te rodearon de juguetes; ya nubil, te cubrieron de joyas y te entregaron al hombre que habias elegido. Luego, viniste a vivir a esta tierra de abundancia y tu marido te cogio de la mano. Como el primer dia, caminais juntos por los huertos que os pertenecen donde, cada estacion, hay mil frutos que recoger. Y tu vientre lleva ya al hijo. Pobre nina, vives tan feliz desde hace tanto tiempo que te basta con sospechar en los ojos de tu hombre la menor ausencia, el alejamiento mas pasajero, para perder pie y que a tu alrededor el mundo se ensombrezca».

Utakim dibuja de nuevo con los dos pulgares las cejas sudorosas de la que, para ella, sera siempre una nina, y Mariam, que comenzaba a adormecerse, abre los ojos e implora a la sirvienta, que se va a buscar noticias.

– Estan hablando, no paran de hablar. O mas bien, es el visitante quien diserta y nuestro senor evita interrumpirle.

Si Mariam no hubiera tenido la mente tan ofuscada, habria descubierto en la voz de Utakim el temblor de la mentira. Era verdad que la sirvienta habia oido un rumor de conversacion, pero los dos hombres no estaban ya en la terraza y Pattig habia ordenado que le extendieran una estera en la habitacion de los invitados para pasar alli la noche.

A su vez, Utakim esta tan preocupada que no puede conciliar el sueno, pero finge que duerme, una vieja treta de nodriza que daba muy buenos resultados cuando Mariam era nina y que sigue siendo eficaz. Verdad es que, por muy esposa y futura madre que sea, su senora apenas tiene mas de catorce anos. Muy pronto, su respiracion se hace mas lenta, mas reguiar, aunque, de cuando en cuando, un hipido hace recordar que la nina se ha dormido desconsolada.

El aceite de la lampara colgada de la pared acaba de consumirse, cuando Mariam se incorpora de un salto.

– ?Mi hijo! ?Me han quitado a mi hijo!

Grita y se agarra con rabia a las sabanas. Utakim la sujeta firmemente por los hombros.

– ?Has tenido una pesadilla, Mariam! Nadie te ha quitado a tu hijo, esta ahi en tu vientre, bien protegido y no sabemos si sera un hijo o una hija.

Mariam no se tranquiliza.

– Se me ha aparecido un angel. Volaba y zumbaba como una enorme libelula y luego se poso delante de mi. Cuando quise huir, me dijo que no tuviera miedo y, por otra parte, parecia tan dulce que le deje que se me acercara. De pronto, como un relampago, extendio unas manos que parecian garras y me arrebato el hijo de mis entranas para volar con el hacia el cielo, tan alto que pronto deje de divisarlos.

Utakim no encuentra ya palabras que la consuelen. Sabe que un sueno jamas es inofensivo y se promete ir a interrogar sobre su presagio a los ancianos de la region.

Por un tragaluz enrejado entra la primera claridad del dia. Mariam solloza. Su hombre no ha venido. La sirvienta se levanta y con paso decidido entra en la habitacion de los invitados. Sittai, ya despierto, reza de rodillas; Pattig duerme. La mujer le zarandea, simulando que esta enloquecida:

– ?Mi senora se siente mal! ?Te necesita!

Aun con cara de sueno, Pattig corre junto a la esposa que, al verle, se abandona al llanto.

– He tenido un sueno horrible, te llame y no viniste.

– No he oido nada.

– Pattig, ?por que te siento tan lejano? ?Por que me huyes?

Si bien con la espontaneidad del despertar Pattig se ha precipitado a la cabecera del lecho de su mujer, al recobrar la conciencia recupera toda su frialdad de la vispera. Se ve claramente que esta a disgusto en la habitacion de Mariam y, de pronto, evita sentarse en el lecho, su propio lecho nupcial, incapaz de apartar la mirada de la puerta, como si temiera ver aparecer a su censor. Y a los reproches de su esposa, se vuelve mas duro.

– Cuando se recibe a un huesped -dice-,?se debe permanecer a su lado, ?no lo sabes?

– ?Quien es ese hombre? Me da miedo.

– Te daria menos miedo si fueras capaz de acoger sus palabras de sabiduria.

– ?De que palabras se trata? ?Ese hombre no me ha hablado ni una sola vez!

– Una mujer no puede comprender lo que dice.

– ?Que dice tan importante?

– Me habla de su dios, el dios unico; ha prometido conducirme hacia el, pero debo merecerlo, expiar mis anos de idolatria. No volvere a comer la comida de los impios, no volvere a beber vino, ni jamas me tendere junto a una mujer. Ni tu ni ninguna otra.

– ?Yo no soy un alimento ni una bebida! Yo soy la madre de tu hijo. ?No decias tambien que yo era tu companera, tu amiga? ?Debo yo igualmente abandonar a todos los humanos para vivir como un ermitano?

– Yo vivire en una comunidad de creyentes donde solo hay hombres. No se admite a ninguna mujer.

– ?Ni siquiera a tu esposa?

– Ni siquiera a ti, Mariam. Es un dios exigente.

– ?Quien es, pues, ese dios celoso de una mujer?

– ?Ese dios es mi dios, y si quieres blasfemar me ire de aqui al instante y no me volveras a ver!

– Perdoname, Pattig.

Sus ardientes lagrimas de nina se deslizan en silencio, su alma esta vacia de toda espera; timidamente, pone la cabeza sobre el brazo del hombre, con dulzura, sin apoyar, haciendose tan ligera como un mechon de sus cabellos. ?Revivira alguna vez con el esposo esos momentos de paz en los que el calor es frescor, la transpiracion es perfume y el despertar es olvido? Con una mano aun torpe, pero ya enternecida, Pattig le acaricia los cabellos; en el silencio y la penumbra, vuelve a encontrar los gestos de carino que son naturales en el; de sus ojos se escapan tambien algunas lagrimas.

Entretanto, a traves de la puerta que ha quedado abierta, llega la voz de Sittai, quien, una vez terminado su rezo, reclama a su anfitrion.

– ?Pattig! -le llama-, tenemos que partir, hay todavia un largo camino.

?No deberia el esposo maldecir al importuno? No, es a Mariam a quien rechaza con brusquedad y corre ya sin volver la cabeza.

1. El palmeral de los Tunicas Blancas

En medio de los hombres he caminado con sabiduria y astucia…

Mani

Uno

El hijo que Mariam esperaba era Mani.

Dicen que nacio en el ano 527 de los astronomos de Babel, el octavo dia del mes de Nisan -segun la era cristiana el 14 de abril del 216, un domingo-. En Ctesifonte reinaba Artaban, el ultimo soberano parto, y en Roma gobernaba despoticamente Caracalla.

Su padre habia partido ya, no muy lejos por el camino, pero hacia un mundo extrano y cerrado. Rio abajo de Mardino, a dos jornadas de marcha a lo largo del gran canal excavado por los antiguos al este del Tigris, se encontraba el palmeral donde Sittai reinaba como maestro y guia. Alli vivian unos sesenta hombres de todas las edades, de todos los origenes, hombres de ritos exagerados que la historia habria ignorado si su camino no se hubiera cruzado un dia con el de Mani. A imitacion de otras comunidades surgidas en aquel tiempo a orillas del Tigris y tambien del Orontes, del Eufrates o del Jordan, se proclamaban cristianos y a la vez judios, pero los unicos verdaderos cristianos y los unicos verdaderos judios. Tambien predecian que el fin del mundo estaba proximo. Sin duda alguna, cierto mundo se moria…

En la lengua del pais se llamaban «Halle Heware», palabras armenias que significaban «Tunicas Blancas».

Esos hombres habian elegido la proximidad del agua, ya que esperaban de ella pureza y salvacion, e invocaban a Juan Bautista, a Adan, a Jesus de Nazaret y a Tomas, al que consideraban su gemelo, pero mas que a ninguno, a un oscuro profeta llamado Elcesai del que procedian su libro santo y sus ensenanzas: «Hombres, desconfiad del fuego, no es mas que decepcion y engano, lo veis cerca cuando esta lejos, lo veis lejos cuando esta cerca, el fuego es magia y alquimia, es sangre y tortura. No os reunais en torno a los altares en los que se eleva el fuego de los sacrificios, alejaos de aquellos que deguellan a las criaturas creyendo que agradan al Creador, separaos de los que inmolan y matan. Huid de la apariencia del fuego, antes bien, seguid el camino del agua porque todo lo que ella toca encuentra de nuevo su pureza primera y toda vida nace de ella. Si un animal danino muerde a alguno de vosotros, que se apresure hacia el curso de agua mas cercano y se meta en el invocando con confianza el nombre del Altisimo; si alguno de vosotros esta enfermo, que se sumerja siete veces en el rio y la fiebre se disolvera en la frescura del agua».

Al dia siguiente a su llegada al palmeral, Pattig fue conducido en procesion hacia el recinto de los bautismos. Toda la comunidad lo acompanaba. Habia algunos ninos, muy pocos, algunas cabezas canas, pero la mayoria parecia tener entre veinte y treinta anos. Todos se habian acercado al recien llegado para mirarle de hito en hito y salmodiar por el un fragmento de oracion.

A una senal de Sittai, Pattig se habia introducido totalmente vestido en el agua del canal, hundiendose en ella hasta la frente, y luego, incorporandose, se habia quitado una a una sus prendas de ropa, adornos del tiempo de impiedad, de los que se habia desprendido con repugnancia, esperando que una corriente docil se los llevara. Mientras se elevaba un canto, el hombre, que se habia visto delgado y desnudo ante tantos ojos escrutadores, intentaba cubrirse con las dos manos temblorosas, pues si bien el sol de primavera calentaba ya, el agua del Tigris guardaba aun fresco el recuerdo de las nieves del Tauro.

Pero esto no era mas que una primera prueba. Tenia que sumergirse en el canal una segunda vez y luego dejar que le cortaran la barba y los cabellos, antes de que le metieran la cabeza bajo la superficie del agua una ultima vez, mientras resonaban estas palabras: «El hombre antiguo acaba de morir, el hombre nuevo acaba de nacer bautizado tres veces en el agua purificadora. Bienvenido seas entre tus hermanos. Mientras vivas, guarda esto en tu memoria: nuestra comunidad es como el olivo. El ignorante coge su fruto y lo muerde; al encontrarlo amargo, lo tira lejos. Pero ese mismo fruto, cogido por el iniciado, maduro y tratado, revelara un sabor exquisito y proporcionara, ademas, aceite y luz. Asi es nuestra religion. Si te acobardas al primer sabor de amargura, jamas alcanzaras la Salvacion».

Pattig habia escuchado con contricion, habia pasado la mano sin pesar por sus cabellos rapados y por el resto de su barba y se habia prometido volver la espalda a su vida pasada y someterse sin un estremecimiento de duda a las reglas de la comunidad. Sabia, sin embargo, que en el palmeral el tiempo no era mas que una serie de obligaciones. Primero la oracion, el canto y los actos rituales, bautismos cotidianos, discretos o solemnes, aspersiones y abluciones diversas, ya que la menor macula, real o supuesta, era un pretexto para renovadas purificaciones; luego venia el estudio de los textos sagrados, el Evangelio segun Tomas, el Evangelio segun Felipe o el Apocalipsis de Pedro, releidos y comentados cien veces por Sittai y copiados incansablemente por aquellos «hermanos» que se distinguian por la mejor caligrafia; a estas obligaciones, que enardecian el fervor de Pattig y su insaciable curiosidad, se anadian otras que no eran en modo alguno de su agrado.

En efecto, los Tunicas Blancas se jactaban de tener las tierras mejor cuidadas y las mas fecundas de los alrededores, que les proporcionaban su alimento asi como un abundante excedente que ellos iban a vender a las localidades vecinas. A Pattig le horrorizaba esta ultima actividad: partir por la manana temprano con un cargamento de melones o de calabazas, extender la mercancia en la plaza de un pueblo, esperar a pleno sol a algun cliente tinoso, soportar mil chirigotas… ?Como podria soportarlo ese hijo de la nobleza parta? Se lo confio un dia a Sittai, pero su respuesta fue inapelable: «Ya se que te agradan la oracion y el estudio y que en ellos encuentras placer. El trabajo de los campos y la venta de nuestros frutos en el pueblo son las unicas actividades que te impones para agradar al Altisimo, ?y desearias que se te dispensara de ellas?». Asunto concluido. Durante largos anos, Pattig se agotaria labrando los campos de la comunidad, cuando a dos jornadas de alli, a orillas de ese mismo canal, sus propios campesinos araban las tierras que le pertenecian, pero de las que habia renunciado a alimentarse.

Y es que los Tunicas Blancas se sometian a estrictas observancias alimentarias; no contentos con prohibirse la carne y las bebidas fermentadas y con practicar frecuentes ayunos, jamas se llevaban a la boca lo que provenia del exterior. Solo comian el pan sin levadura que salia de su horno, y quien partiera pan griego era, a sus ojos, un impio. De igual manera, solo consumian las frutas y hortalizas producidas por su tierra, a las que se referian como «plantas machos», ya que a todo lo que se cultivara en otra parte se le llamaba «planta hembra» y estaba prohibido a los miembros de la secta.

?Por que asombrarse de semejante denominacion? Lo que es femenino esta prohibido, lo que esta prohibido es femenino; para esos hombres habia en esto una equivalencia perfecta. En los sermones de Sittai, esta palabra se repetia sin cesar en el sentido de «nefasto», «diabolico», «turbio» o «peligroso para el alma». El mismo evitaba nombrar a las mujeres de las Escrituras, si no era para ilustrar la calamidad de la que podian haber sido causa. Evocaba de buen grado a Eva y a Betsabe y sobre todo a Salome, pero rara vez a Sara, a Maria o a Rebeca. Pattig aprendio pronto que en el palmeral estaba mal visto mencionar a su esposa o a su madre, incluso la palabra «nacimiento» no era decente mas que si se hablaba del bautismo o de la entrada en la comunidad, si no, era mejor decir «llegada». Sin embargo, la prohibicion de matrimonio era inusitada en las comunidades a orillas del agua. ?No se habia casado Juan Bautista? Pero Sittai habia querido establecer una regla mas rigurosa, de la que sus adeptos se enorgullecian: cuando para alcanzar el cielo se ha elegido el camino estrecho, ?no es el mas merecedor aquel que mas sufre y se abstiene y se priva?

Por eso, Pattig no intento siquiera saber si Mariam habia dado a luz en su ausencia ni de que hijo era desde entonces padre. ?Como pedir permiso a Sittai para acudir junto al recien nacido sin hacerle creer que tenia remordimientos, dudas, o que estaba pensando en reanudar su vida anterior? Entonces se resigno, su curiosidad se fue debilitando y termino por no pensar mas en ello, o muy poco.

Asi pues, cual no seria su sorpresa cuando el propio Sittai le ordeno, al cabo de algunos meses, que fuera a su casa:

– Si lo que ha venido al mundo es una nina, que se quede con su madre; pero si es un nino, su lugar esta entre nosotros, no le puedes dejar para siempre en manos impuras.

Pattig tomo el camino de Mardino, verdad es que acompanado por dos «hermanos».

Cuando llego ante su casa, se detuvo al otro lado de la verja para gritar:

– ?Utakim!

La sirvienta, que salio descalza y con un panal en la mano, tuvo que acercarse mucho al visitante para reconocer su cabeza rapada y como reducida. Pattig dejo que le mirara de arriba abajo.

– Dime, Utakim, ?ha dado a luz tu senora?

– ?No pensaras que ha estado embarazada trece meses!

Los companeros de Pattig sonrieron, pero el se limitaba a formular sus preguntas:

– ?Es un nino?

– Si, un hermoso nino hambriento y griton.

Al evocar al recien nacido, el semblante de la sirvienta se ilumino con una subita jovialidad que Pattig no se digno tomar en cuenta.

– ?Le han dado ya un nombre?

– Se llama Mani, como lo habias decidido.

– Di a tu senora que vendre a buscar a mi hijo cuando este destetado.

Una vez entregado su mensaje, le dio la espalda para partir con gestos de sonambulo cuando Utakim grito:

– ?Sabes siquiera si mi senora ha sobrevivido?

El efecto fue inmediato. Pattig se sobresalto y volvio sobre sus pasos, visiblemente contrariado de no poder terminar su mision como lo habia proyectado; tuvo que violentarse para articular:

– ?Mariam se encuentra bien?

Fue entonces cuando Utakim, a su vez, se dio la vuelta con el rostro subitamente ensombrecido. Sin una palabra mas, se dirigio arrastrando los pies hacia la casa, mientras Pattig se agitaba, la llamaba, la conminaba a detenerse, a responderle. Pero la sirvienta se habia vuelto sorda. El dudo, consulto con la mirada a sus dos companeros que, inquietos por el cariz que estaban tomando los acontecimientos, le aconsejaron que se fuera. Pero ?como podia hacerlo? Necesitaba saber lo que pasaba. Cruzo la valla y se precipito hacia la casa como si esta hubiera vuelto a ser suya.

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