DEL MONUMENTO
"Vea que monumento interesante", dijo Robert. El sol del final de otoño comienza a descender. Estamos en Saäsbruck, en Alemania.
"No veo nada", respondo. "Apenas una plaza vacía". "El monumento está debajo de sus pies", insiste Robert.
Miro para el piso: el empedrado estaba hecho de lajas iguales, sin ninguna decoración especial. No quiero decepcionar a mi amigo, pero no consigo ver nada más en aquella plaza.
Robert explica: "Se llama el Monumento Invisible. Grabado en la parte de abajo de cada una de estas piedras, existe el nombre de un lugar donde los judíos fueron muertos. Artistas anónimos crearon esta plaza durante la Segunda Guerra, e iban agregando las lajas a medida que nuevos lugares de exterminio eran denunciados. Aunque nadie lo viese, aquí quedaba el testimonio".
DEL TRADUCTOR
Durante una conferencia en Toulose, soy presentado al traductor de mis libros para el sueco. Descubro que sirvió como piloto en Inglaterra, durante la II Guerra Mundial. Después, resolvió mudarse para Recife, donde vivió más de veinte años.
Al cenar, me contó su experiencia en los campos de batalla en Europa: "En la guerra descubrimos la ilusión del poder. Un General puede comandar a millares de hombres, y sentirse el hombre más importante del Mundo: más esta sensación dura apenas hasta el momento en que él da la orden de ataque. A partir de entonces, su poder desaparece completamente, pasa a estar en manos de Soldados que nunca vio, de Sargentos de los que no sabe el nombre.
"Un buen comandante sabe que el poder no existe. Su capacidad reside en transformar muchas voluntades diferentes en una voluntad única".