Reflexiones Diarias - Coelho Paulo 50 стр.


EL BOSQUE DE CEDROS

En 1939, el diplomático japonés Chiune Sugihara, que desempeñaba una función en Lituania durante una de las épocas más terribles de la humanidad, salvó a miles de judíos polacos de la amenaza nazi, concediéndoles visas de salida.

Su acto de heroísmo, desafiando a su propio gobierno a lo largo de muchos años, fue una obscura nota de pie de página en la historia de la guerra. Hasta que los sobrevivientes salvados por Sugihara comenzaron a despertar del silencio y decidieron contar su historia. Luego se empezó a celebrar su coraje y su grandeza, llamando la atención de los medios de comunicación, e inspirando a algunos autores a escribir libros que lo describían como "el Schindler japonés".

Entretanto, el gobierno israelí reunía los nombres de los salvadores, para recompensarlos por sus esfuerzos. Una de las formas en las que el estado judío trataba de reconocer su deuda para con aquellos héroes consistía en plantar árboles en su homenaje. Cuando se reveló la valentía de Sugihara, las autoridades israelíes planearon, como de costumbre, plantar un bosque de cerezos -el árbol tradicional de Japón-en su memoria.

De pronto, en una decisión fuera de lo común, la orden quedó sin efecto. Ellos decidieron que, en relación con la bravura de Sugihara, los cerezos eran un símbolo insuficiente. Optaron entonces por un bosque de cedros, después de haber llegado a la conclusión que el cedro era más vigoroso y tenía más connotaciones sagradas, por haber sido usado en el Primer Templo.

Después de que los árboles fueron plantados, las autoridades descubrieron que "Sugihara" en japonés significa… bosque de cedros.

INVOCANDO A BUDA

Cierta mujer invocaba centenares de veces por día el nombre de Buda, sin que jamás hubiera entendido la esencia de sus enseñanzas. Después de diez años, todo lo que consiguió fue aumentar su amargura y desesperación, creyendo que no era escuchada.

Un monje budista se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo, y una tarde fue hasta su casa:

– ¡Señora Cheng, abra la puerta!

La mujer se irritó, e hizo sonar una campana, señal que estaba rezando y no deseaba ser molestada. Pero el monje insistió varias veces:

– ¡Señora Cheng, tenemos que hablar! ¡Salga usted un minutito!

Furiosa, ella abrió la puerta con violencia:

– ¿Qué clase de monje es usted, que no se da cuenta que estoy rezando?

– Yo la llamé sólo cuatro veces, y mire cómo se ha enojado usted. ¡Imagine cómo debe sentirse Buda, después de diez años de estarlo llamando!

Y terminó:

– Cuando llamamos con la boca, pero no sentimos con el corazón, nada sucederá. Cambie su manera de invocar a Buda; entienda lo que él le dice, y no precisará nada más.

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