– En la Antigua Persia -dijo-, cuando dos personas se encontraban para beber juntas, una de ellas era elegida Rey de la Noche. Generalmente era la persona que invitaba.
No sabía si su voz estaba sonando firme. Era un hombre enamorado y la energía de Brida había cambiado. Le acercó el vino y el agua mineral.
Cabía al Rey de la Noche decidir el tono de la conversación. Si él colocaba en el primer vaso a ser bebido más agua que vino es porque iban a hablar de cosas serias. Si colocaba cantidades iguales es que hablarían de cosas serias y de cosas agradables. Finalmente, si él llenaba el vaso de vino y dejaba caer apenas algunas gotas de agua, es que la noche debería ser relajante, agradable.
Brida llenó las copas hasta el borde y dejó caer apenas una gota de agua en cada una.
Vine sólo para agradecer -repitió-. Por enseñarme que la vida es un acto de fe. Y que yo soy digna de esta búsqueda. Esto me ha ayudado mucho en el camino que elegí.
Bebieron juntos, de un solo trago, la primera copa. Él, porque estaba tenso. Ella, porque estaba relajada. Asuntos ligeros, ¿verdad? -repitió Brida.
El Mago dijo que ella era el Rey de la Noche y decidiría sobre qué hablar.
– Quiero saber un poco de tu vida personal. Quiero saber si tú, algún día, tuviste algún asunto amoroso con Wicca.
Él asintió con la cabeza. Brida sintió unos inexplicables celos, pero no sabía si eran celos de él o celos de ella.
– Sin embargo, nunca pensamos en permanecer juntos -continuó él. Los dos conocían las Tradiciones. Ambos sabían que no estaban tratando con su Otra Parte.
"No quería aprender nunca la visión del punto luminoso", pensó Brida, aun sabiendo que esto era inevitable. El amor entre los brujos tenía esas cosas.
Bebió un poco más. Estaba llegando a su objetivo, faltaba poco para el Equinoccio de Primavera y podía relajarse. Hacía mucho tiempo que no se concedía a sí misma permiso para beber más de la cuenta. Pero ahora, todo lo que le faltaba era soñar con un vestido.
Continuaron conversando y bebiendo. Brida quería volver otra vez al mismo tema, pero necesitaba que él también estuviese más relajado. Mantenía siempre los dos vasos llenos y la primera botella terminó en medio de una conversación sobre las dificultades de vivir en una aldea pequeña como aquella. Para las personas de allí, el Mago estaba relacionado con el demonio.
Brida se alegró de ser importante: él debía ser muy solitario. Quizás en aquella ciudad nadie le dirigiese más que palabras de cortesía. Abrieron otra botella y ella se sorprendió al ver que también un Mago, un hombre que pasaba el día entero en los bosques procurando su comunión con Dios, era capaz de beber y de embriagarse.
Cuando acabaron la segunda botella, ya se había olvidado de que estaba allí tan solo para agradecer al hombre que estaba frente a ella. Su relación con él, ahora se daba cuenta, era siempre un desafío velado. No le gustaría verlo como una persona común, y estaba caminando peligrosamente hacia eso. Prefería la imagen del sabio que la condujo hasta una cabaña en lo alto de los árboles y que se quedaba horas contemplando la puesta de sol.
Comenzó a hablar de Wicca, para ver si él reaccionaba de alguna manera. Contó que ella era una excelente Maestra, que le enseñó todo lo que necesitaba saber hasta aquel momento, pero de una manera tan sutil que ella sentía que siempre supo todo lo que estaba aprendiendo.
– Pero es que siempre lo supiste -dijo el Mago-. Esto es la Tradición del Sol.
"Sé que él no admite que Wicca sea una buena Maestra", pensó Brida. Bebió otra copa de vino y continuó hablando de ella. El Mago, no obstante, ya no reaccionaba.
– Háblame del amor entre ustedes -dijo ella, para ver si conseguía provocarlo. No quería saber; es más, no le gustaría saber. Pero era la manera más adecuada de conseguir alguna reacción.
Amor de jóvenes. Formábamos parte de una generacion que no conocía límites, que amaba a los Beatles.y a los Rolling Stones.
Ella se sorprendió al oír aquello. La bebida, en vez de relajarla„ estaba haciendo que se pusiera tensa. Siempre quiso hacer estas preguntas y ahora se daba cuenta de que las respuestas no la hacían feliz.
– Fue en esa época en que nos encontramos -continuó hablando sin percibir nada-. Ambos estábamos buscando nuestros caminos cuando ellos se cruzaron, cuando fuimos a aprender con el mismo Maestro. juntos aprendimos la Tradición del Sol, la Tradición de la Luna y cada uno se tornó un Maestro a su manera.
Brida decidió continuar el tema. Dos botellas de vino consiguen transformar a extraños en amigos de infancia. Y vuelven valientes a las personas.
– ¿Por qué se separaron?
Esta vez le tocó al Mago pedir otra botella. Ella lo notó y se puso más tensa. Odiaría saber que él aún estaba enamorado de Wicca.
– Nos separamos porque aprendimos sobre la Otra Parte.
– Si no hubieran sabido lo de los puntos luminosos, ni lo del brillo de los ojos, ¿estarían juntos ahora? -No sé. Sé tan solo que, si estuviésemos, no sería nada bueno para ninguno de los dos. Sólo entendemos la vida y el Universo cuando encontramos a nuestra Otra Parte.
Brida se quedó un rato sin saber qué decir. Fue el Mago quien retomó la conversación:
– Vamos a salir -dijo él, después de apenas probar el contenido de la tercera botella-. Necesito viento y aire frío en el rostro.
"Se está sintiendo embriagado -pensó ella-. Y tiene miedo." Sintió orgullo de sí misma, podía resistir más que él la bebida y no tenía el menor miedo a perder el control. Había salido aquella noche para divertirse.
– Un poco más. Yo soy el Rey de la Noche.
El Mago bebió una copa más. Pero sabía que había llegado a su límite.
– No preguntas nada sobre mí -dijo ella, desafiante-. ¿No tienes curiosidad? ¿O es que puedes ver a través de tus poderes?
Por una fracción de segundo, sintió que estaba yendo demasiado lejos, pero no le dio importancia. Solamente notó que los ojos del Mago habían cambiado, estaban con un brillo totalmente diferente. Algo en Brida pareció abrirse, o, mejor dicho, tuvo la sensación de que había una muralla cayendo, que de allí en adelante todo sería permitido. Se acordó del encuentro más reciente en que estuvieron juntos, de las ganas de estar cerca de él, y de la frialdad con que él la había tratado. Ahora entendía que no había ido allí, aquella noche, para agradecer nada. Estaba allí para vengarse. Para decirle que había descubierto la Fuerza con otro hombre, un hombre al que amaba.
"¿Por qué necesito vengarme de él? ¿Por qué le tengo rabia?" Pero el vino no la dejaba responder con claridad.
El Mago miraba a la chica situada frente a él y el deseo de demostrar el Poder entraba y salía de su cabeza. Por causa de un día como éste, muchos años atrás, su vida había cambiado. En aquella época existían Beatles y Rolling Stones, sí. Pero existían también personas que buscaban fuerzas desconocidas sin creer en ellas, utilizaban poderes mágicos porque se consideraban más fuertes que los propios poderes, y estaban seguros de poder salir de la Tradición cuando se encontrasen suficientemente aburridos. Él había sido uno de ellos. Había entrado en el mundo sagrado a través de la Tradición de la Luna, aprendiendo rituales y cruzando el puente que unía lo visible con lo invisible.
Primero trató con estas fuerzas sin ayuda de nadie, apenas a través de los libros. Después, encontró a su Maestro. Ya en el primer encuentro, el Maestro le dijo que él aprendería mejor la Tradición del Sol, pero el Mago no quería. La Tradición de la Luna era más fascinante, abarcaba los rituales antiguos y la sabiduría del tiempo. El Maestro, entonces, le enseñó la Tradición de la Luna, explicándole que tal vez fuese éste el camino para que llegase hasta la Tradición del Sol.
En aquella época vivía seguro de sí mismo, seguro de la vida, seguro de sus conquistas. Tenía una brillante carrera profesional frente a él y pensaba utilizar la Tradición de la Luna para alcanzar sus objetivos. Para obtener este derecho, la hechicería exigía que en primer lugar fuera consagrado Maestro. Y, en segundo lugar, que jamás desacatase la única limitación que era impuesta a los Maestros de la Tradición de la Luna: cambiar la voluntad de los otros. Podía abrir su camino en este mundo utilizando sus conocimientos mágicos, pero no podía apartar a los otros de su dirección ni obligarlos a caminar por él. Era ésta la única prohibición, el único árbol cuyo fruto no podía comer.
Y todo iba bien, hasta que se enamoró de una discípula de su Maestro, y ella se enamoró de él. Ambos conocían las Tradiciones; él sabía que no era su hombre, ella sabía que no era su mujer. Aun así, se entregaron el uno al otro, dejando en manos de la vida la responsabilidad de separarlos cuando llegase el momento. Esto, en vez de disminuir la entrega, hizo que los dos viviesen cada instante como si fuese el último, y el amor entre ellos pasó a tener la intensidad de las cosas que se tornan eternas porque saben que van a morir.
Hasta que un día ella encontró a otro hombre. Un hombre que no conocía las Tradiciones y que tampoco poseía el punto luminoso en el hombro, o el brillo en los ojos que revela la Otra Parte. Pero ella se enamoró, ya que el amor tampoco respeta razones; para ella, su etapa con el Mago había llegado al final.
Discutieron, pelearon, él pidió e imploró. Se sometió a todas las humillaciones a que las personas enamoradas acostumbran someterse. Aprendió cosas que jamás había soñado aprender a través del amor: la espera, el miedo y la aceptación. "Él no tiene la luz en el hombro, me lo has dicho", intentaba argumentar con ella. Pero ella no le hacía caso; antes de conocer a su Otra Parte, quería conocer a los hombres y al mundo.
El Mago estableció un límite para su dolor. Cuando lo alcanzase, olvidaría a la mujer. Este límite llegó un día, por un motivo que no recordaba ahora, pero, en vez de olvidarla, descubrió que su Maestro tenía razón, que las emociones son salvajes y que es preciso sabiduría para controlarlas. Su pasión era más fuerte que todos sus años de estudio en la Tradición de la Luna, más fuerte que los controles mentales aprendidos, más fuerte que la rígida disciplina a la que había tenido que someterse para llegar a donde había llegado. La pasión era una fuerza ciega y todo lo que le susurraba al oído era que no podía perder a aquella mujer.
No podía hacer nada en contra de ella; ella también era una Maestra, como él, y conocía su oficio a través de muchas encarnaciones, algunas llenas de reconocimiento y gloria, otras marcadas por el fuego y por el sufrimiento. Ella sabría defenderse.
Entretanto, en la lucha furiosa de su pasión, había una tercera persona. Un hombre preso en la misteriosa trama del destino, la tela de araña que ni los Magos ni las Hechiceras son capaces de comprender. Un hombre común, tal vez tan apasionado como él por aquella mujer, también deseando verla feliz, queriendo darle lo mejor de sí. Un hombre común, que los misteriosos designios de la Providencia habían lanzado de repente en medio de la lucha furiosa entre un hombre y una mujer que conocían la Tradición de la Luna.
Cierta noche, cuando no consiguió controlar más su dolor, comió el fruto del árbol prohibido. Usando los poderes y los conocimientos que la sabiduría del Tiempo le había enseñado,° alejó a aquel hombre de la mujer que amaba.
No sabía hasta hoy si la mujer lo había descubierto; era posible que ella ya estuviese aburrida de su nueva conquista y no diese mucha importancia a lo sucedido. Pero su Maestro lo sabía. Su Maestro sabía todo y la Tradición de la Luna era implacable con los Iniciados que utilizasen la Magia Negra, principalmente en lo que hay de más vulnerable y más importante en la raza humana: el Amor.
Al enfrentarse con su Maestro, entendió que el juramento sagrado que había hecho no se podía romper. Entendió que las fuerzas que creía dominar y utilizar eran mucho más poderosas que él. Entendió que estaba en un camino que había escogido, pero no era un.camino como otro cualquiera; era imposible romperlo. Entendió que en esta encarnación no había manera de alejarse de él.
Ahora que había faltado, tenía que pagar un precio. Y el precio fue beber el más cruel de los venenos -la soledad- hasta que el Amor entendiese que él se había transformado de nuevo en un Maestro. Entonces, el mismo Amor que él había herido volvería a liberarlo, mostrándole finalmente su Otra Parte.
– No has preguntado nada sobre mí. ¿No tienes curiosidad, puedes "ver" todo con tus poderes?
La historia de su vida pasó en una fracción de segundo, el tiempo necesario para decidir si dejaba a las cosas correr como corrían en la Tradición del Sol. O si debía hablar del punto luminoso e interferir en el destino.
Brida quería ser una bruja, pero aún no lo era. Se acordó de la cabaña en lo alto del árbol, donde había estado a punto de hablarle sobre aquello; ahora mismo, la tentación se repetía, porque él había bajado su espada, había olvidado que el diablo habita en los detalles. Los hombres son dueños de su propio destino. Siempre pueden cometer los mismos errores. Siempre pueden huir de todo lo que desean y que la vida, generosamente, coloca ante ellos.
O pueden entregarse a la Providencia Divina, tomados de la mano de Dios y luchar por sus sueños, aceptando que ellos siempre llegan en la hora adecuada.
Vamos a salir ahora -repitió el Mago. Y Brida vio que estaba hablando en serio.
Ella insistió en pagar la cuenta; era el Rey de la Noche. Se pusieron los abrigos y salieron hacia el frío, que ya no castigaba tanto; faltaban pocas semanas para la primavera.
Caminaron juntos hasta la estación. Un autobús iba a salir dentro de algunos minutos. El frío hizo que la irritacion de Brida fuese sustituida por una inmensa confusión, algo que no conseguía explicar. No quería irse en aquel utobús, estaba mal, parecía que el objetivo principal de
la noche se había estropeado y ella tenía que arreglar todo antes de partir. Había venido hasta allí para agradecerle y se estaba portando igual que las veces anteriores.
Dijo que estaba mareada, y no subió al autobús. Pasaron quince minutos, y otro autobús llegó.
– No quiero irme ahora -dijo ella-. No es porque me encuentre mal por la bebida. Es porque lo he estropeado todo. No te he agradecido como debía.
– Éste es el último autobús de esta noche -dijo el Mago.
– Tomaré un taxi después. Aunque sea caro. Cuando el autobús partió, Brida se arrepintió de haberse quedado. Estaba confusa, no tenía idea de lo que realmente quería. "Estoy borracha", pensó.
Vamos a -pasear un poco. Quiero ponerme sobria. Anduvieron por la pequeña ciudad vacía, con sus candeleros encendidos y las ventanas apagadas. "No es posible. Vi el brillo en los ojos de Lorens y, sin embargo, quiero quedarme aquí con este hombre." Era una mujer vulgar, inconstante, indigna de todas las enseñanzas y experiencias de la hechicería. Estaba avergonzada de sí misma: unos tragos de vino y Lorens, y la Otra Parte, y todo lo que había aprendido en la Tradición de la Luna ya no tenía importancia. Pensó, por algunos instantes, que quizá estuviese equivocada, que el brillo en los ojos de Lorens no era exactamente el mismo que la Tradición del Sol enseñaba. Pero se estaba engañando a sí misma; nadie confunde el brillo de los ojos de su Otra Parte.
Si existiesen varias personas en un teatro y Lorens fuese una de ellas, y jamás hubiese hablado con él antes, en el momento en que sus ojos se cruzasen con los de él, tendría plena seguridad de hallarse ante el hombre de su vida. Conseguiría acercarse, él sería receptivo, porque las Tradiciones no yerran nunca, las Otras Partes terminan encontrándose siempre.
Antes de oír hablar de esto, ya había oído hablar del Amor a Primera Vista, que nadie podía explicar exactamente.
Cualquier ser humano podía reconocer este brillo, aun sin despertar ninguna fuerza mágica. Ella conocía este brillo antes de saber su existencia. Lo había visto, por ejemplo, en los ojos del Mago, la tarde que ellos fueron al bar por primera vez.
Se paró de repente.
"Estoy borracha", pensó otra vez. Tenía que olvidar aquello rápidamente. Tenía que contar el dinero, saber si le alcanzaba para volver en taxi. Esto era muy importante.
Pero había visto el brillo en los ojos del Mago. El brillo que mostraba a su Otra Parte.
– Estás pálida-dijo el Mago-. Debes haber bebido demasiado.
– Ya pasará. Vamos a sentarnos un poco y se me pasará. Después me iré a casa.
Se sentaron en un banco, mientras ella revisaba su bolso en busca de monedas. Podía levantarse de allí, tomar un taxi e irse para siempre; conocía a su Maestra, sabía dónde continuar su camino. Conocía también a su Otra Parte; si decidía levantarse de aquel banco y partir, aun así estaría cumpliendo la misión que Dios le había destinado.
Pero tenía 21 años. En estos 21 años, ya sabía que era posible encontrar dos Otras Partes en la misma encarnación, y el resultado de esto era dolor y sufrimiento.
¿Cómo podría escaparse de esto?
– No me voy a casa -dijo-. Me quedo.
Los ojos del Mago brillaron y, lo que antes era apenas esperanza, pasó a ser una certeza.
Continuaron caminando. El Mago vio el halo de Brida cambiando varias veces de color y anheló que ella estuviera en el rumbo adecuado. Sabía de los truenos y terremotos que explotaban, en aquel momento, en el alma de su Otra Parte, pero así era el proceso de transformación. Así se transforman la tierra, las estrellas y los hombres.
Salieron de la aldea y estaban en pleno campo, andando en dirección a las montañas donde siempre se encontraban, cuando Brida pidió que se detuviesen.
Vamos a entrar aquí -dijo ella, doblando por un camino que iba a dar a una plantación de trigo. No sabía por qué estaba haciendo aquello. Sentía tan solo que necesitaba la fuerza de la Naturaleza, de sus espíritus amigos, que desde la creación del mundo habitaban todos los lugares bonitos del planeta. Una inmensa luna brillaba en el cielo y les permitía ver el sendero y el campo alrededor.
El Mago seguía a Brida sin decir nada. En el fondo de su corazón, agradecía a Dios por haber creído. Y por no haber repetido el mismo error, que estuvo a punto de repetir, un minuto antes de recibir aquello que estaba pidiendo.
Entraron en el campo de trigo, que la luz de luna transformaba en un mar plateado. Brida andaba sin rumbo, sin tener la menor idea de cuál sería su próximo paso. Dentro de ella, una voz le decía que podía seguir adelante, que era una mujer tan fuerte como sus antepasadas, y que no se preocupase, pues ellas estaban allí guiando sus pasos y protegiéndola con la Sabiduría del Tiempo.
Pararon en medio del campo. Estaban rodeados de montañas, y en una de estas montañas había una piedra desde donde se veía perfectamente el sol, una cabaña de cazador más alta que todas las otras, y un lugar donde cierta noche una chica se había enfrentado con el terror y la oscuridad.
"Estoy entregada -pensó para sí-. Estoy entregada y sé que estoy protegida." Mentalizó la vela encendida en su casa, el sello con la Tradición de la Luna.
– Aquí está bien -dijo ella, deteniéndose.
Tomó una rama y trazó un gran círculo en el suelo, mientras decía los nombres sagrados que su Maestra le había enseñado. No tenía su daga ritual, ni sus otros objetos sagrados, pero sus antepasadas estaban allí y ellas decían que, para no morir en la hoguera, habían consagrado sus utensilios de cocina.
– Todo el mundo es sagrado -dijo-. Aquella rama era sagrada.
– Sí -respondió el Mago-. Todo en este mundo es sagrado. Y un grano de arena puede ser un puente hacia lo invisible.
– En este momento, no obstante, el puente hacia lo invisible es mi Otra Parte -respondió Brida.
Los ojos de él se llenaron de lágrimas. Dios era justo. Los dos entraron en el círculo y ella lo cerró ritualmente. Era la protección que magos y hechiceros utilizaban desde tiempos inmemoriales.
– Tú generosamente mostraste tu mundo -dijo Brida-. Hago esto ahora, un ritual, para mostrar que yo pertenezco a él.
Ella levantó los brazos hacia la Luna e invocó a las fuerzas mágicas de la Naturaleza. Muchas veces había visto a su Maestra hacer esto cuando iban al bosque, pero ahora era ella quien lo hacía, con la certeza de que nada podría salir mal. Las fuerzas le decían que no necesitaba aprender nada, bastaba recordar sus muchos tiempos y sus muchas vidas como bruja. Rezó entonces para que la cosecha fuese abundante, y que aquel campo nunca dejase de ser fértil. Allí estaba ella, la sacerdotisa que, en otras épocas, había unido conocimiento del suelo con la transformación de la simiente, y había rezado mientras su hombre trabajaba la tierra.