Brida - Coelho Paulo 12 стр.


Brida estaba encantada con el programa; por más mociones que la vida le estuviese reservando aquel año, siempre difícil aguantar el invierno. Todo lo que hacía era ir al trabajo de día, a la Facultad de noche y al cine los fines de semana. Ejecutaba los rituales siempre n las horas señaladas y danzaba conforme Wicca le había enseñado. Pero tenía ganas de estar en el mundo, salir de casa y ver un poco de Naturaleza.

El tiempo estaba nublado, las nubes bajas, pero el ejercicio físico y la dosis de whisky conseguían disfrazar 1 frío. El sendero era demasiado estrecho para que los os caminasen lado a lado; Lorens iba adelante, y Brida seguía algunos metros atrás. Era difícil conversar en estas circunstancias. Aun así, de vez en cuando, conseguian intercambiar algunas palabras, lo suficiente para que uno sintiera que el otro estaba cerca, compartiendo la Naturaleza que los rodeaba.

Ella miraba, con fascinación infantil, el paisaje a su rededor. Aquel escenario debía ser el mismo millares de años atrás, en una época en que no existían ciudades, ni puertos, ni poetas, ni muchachas que buscaban la Tradición de la Luna; en aquel tiempo existían solamente las rocas, el mar estallando allí abajo y las gaviotas paseando por las nubes bajas. De vez en cuando Brida miraba el precipicio y sentía un leve vértigo. El mar decía cosas que no comprendía, las gaviotas trazaban diseños que no lograba acompañar. Aun así, miraba a aquel mundo primitivo, como si allí estuviese guardada, más que en todos los libros que leía, o en todos los rituales que practicaba, la verdadera sabiduría del Universo. A medida que se alejaban del puerto, todo lo demás iba perdiendo importancia: sus sueños, su vida cotidiana, su búsqueda. Quedaba sólo aquello que Wicca llamó "la firma de Dios".

Quedaba apenas, en aquel momento primitivo, junto a las fuerzas puras de la Naturaleza, la sensación de estar viva, al lado de alguien que amaba.

Después de casi dos horas de camino, el sendero se ensanchó y decidieron sentarse juntos para descansar. No podían tardar mucho; el frío, en breve, se volvería insoportable y tendrían que moverse. Pero ella tenía ganas de quedarse por lo menos unos instantes al lado de él, mirando las nubes y escuchando el ruido del mar.

Brida sintió el olor de la marejada en el aire y el sabor de sal en la boca. Su rostro, pegado al abrigo de Lorens, estaba caliente. Era un momento intenso, de existencia plena. Sus cinco sentidos estaban funcionando.

En una fracción de segundo, ella pensó en el Mago y lo olvidó. Todo lo que le interesaba ahora eran los cinco sentidos. Tenían que continuar funcionando. Allí estaba el momento.

– Quiero hablar contigo, Lorens.

Lorens murmuró algo, pero su corazón tuvo miedo. Mientras miraba las nubes y el precipicio, entendió que aquella mujer era la cosa más importante de su vida. Que ella era una explicación, el único motivo de aquellas rocas, de aquel cielo, de aquel invierno. Si ella no estuviese allí con él, no importaría que todos los ángeles del cielo descendiesen revoloteando para confortarlo, el Paraíso no tendría ningún sentido.

– Quiero decirte que te amo -Brida habló con suavidad-. Porque tú me mostraste la alegría del amor. Sentíase plena, total, con todo aquel paisaje penetrando en su alma. Él comenzó a acariciarle los cabellos. Y ella tuvo la certeza de que, si corriese riesgos, podría experimentar un amor como jamás había sentido. Brida lo besó. Sintió el gusto de su boca, el toque de su lengua. Era capaz de percibir cada movimiento y presentía que lo mismo pasaba con él, porque la Tradición del Sol se revelaba siempre a todos lo que mirasen al mundo como si lo estuviesen viendo por primera vez. -Quiero amarte aquí, Lorens.

Él, en una fracción de segundo, pensó que estaban en un camino público, que alguien podía pasar, alguien suficientemente loco para andar por allí en pleno invierno. Pero quien fuese capaz de esto, también sería capaz de entender que ciertas fuerzas, una vez puestas en marcha, ya no pueden ser interrumpidas.

Introdujo sus manos bajo el suéter de ella y sintió los senos. Brida estaba completamente entregada, todas las fuerzas del mundo penetraban por sus cinco sentidos y se transformaban en la energía que la invadía. Se tendieron en el suelo, entre las rocas, el precipicio, el mar, entre la vida de las gaviotas allí arriba y la muerte en las piedras allá abajo. Comenzaron a amarse sin miedo, porque Dios protegía a los inocentes.

Ya no sentían frío. La sangre corría con tal velocidad que ella se arrancó parte de las ropas, y él la imitó. No había más dolor; rodillas y espaldas se arañaban en el suelo pedregoso, pero aquello integraba y completaba el placer. Brida supo que el orgasmo se aproximaba, pero fue un sentimiento muy distante porque ella estaba completamente unida al mundo, su cuerpo y el cuerpo de Lorens se mezclaban con el mar, las piedras, la vida y la muerte. Se quedó en este estado el tiempo que fue posible, mientras otra parte suya percibía, aunque de forma muy vaga, que estaba haciendo cosas que jamás hiciera antes. Pero era el reencuentro de sí misma con el sentido de la vida, era la vuelta a los jardines del Edén, era el momento en que Eva volvía a entrar en Adán y las dos Partes se transformaban en la Creación.

De repente, ya no podía seguir controlando el mundo que la rodeaba, sus cinco sentidos parecían querer soltarse, y no le sobraban fuerzas para retenerlos. Como si un rayo sagrado la alcanzase, ella los soltó y el mundo, las gaviotas, el sabor de la sal, la tierra áspera, el olor del mar, la visión de las nubes, todo desapareció por completo, en su lugar apareció una inmensa luz dorada, que crecía, crecía, hasta conseguir tocar la más distante estrella de la galaxia.

Fue descendiendo lentamente de aquel estado, y el mar y las nubes volvieron a aparecer. Pero todo estaba inmerso en una vibración de profunda paz, la paz de un universo que, aunque tan solo por unos instantes, pasaba a tener una explicación, porque ella estaba comulgando con el mundo. Había descubierto otro puente que unía lo visible a lo invisible, y nunca más iba a olvidar el camino.

Al día siguiente telefoneó a Wicca. Le contó lo sucedido y la otra permaneció algún tiempo en silencio. -=Felicitaciones -dijo, finalmente-. Lo conseguiste.

Explicó que la fuerza del sexo, a partir de aquel instante, iba a causar profundas transformaciones en su manera de ver y sentir al mundo.

– Ya estás preparada para la fiesta del Equinoccio. Sólo te falta una cosa más.

– ¿Otra más? ¡Pero dijiste que era sólo esto!

– Una cosa fácil. Tienes que soñar con un vestido. El vestido que usarás ese día.

– ¿Y si no lo consigo?

– Soñarás. Lo más difícil ya lo conseguiste.

Y cambió de tema de repente, como acostumbraba hacer con frecuencia. Dijo que había comprado un coche nuevo, que le gustaría hacer algunas compras. Quería saber si Brida podía acompañarla.

Brida se sintió orgullosa por la invitación y pidió permiso al jefe para salir antes del trabajo. Era la primera vez que Wicca demostraba algún tipo de afecto por ella, aunque fuese apenas salir para ir de compras. Era consciente de que muchos otros discípulos adorarían, en aquel momento, estar en su lugar.

Quién sabe si durante aquella tarde podría demostrar lo importante que Wicca era para ella, y cómo le gustaría que fuese su amiga. Era difícil para Brida separar la amistad de la búsqueda espiritual y se resentía porque hasta entonces la Maestra no había demostrado ningún tipo de interés por su vida. Sus conversaciones nunca iban más allá de lo estrictamente necesario para que ella pudiera realizar un buen trabajo en la Tradición de la Luna.

A la hora convenida, Wicca la estaba esperando dentro de un coche "MG", descapotable, rojo, con la capota plegada. El coche, un modelo clásico de la industria automovilística británica, estaba excepcionalmente bien conservado, la carrocería brillante y el panel de madera encerado. Brida no osó calcular su precio. La idea de que una hechicera pudiese tener un automóvil tan caro como aquél la asustaba un poco. Antes de conocer la Tradición de la Luna, había escuchado durante toda su infancia que las brujas hacían terribles pactos con el demonio, a cambio de dinero y poder.

– ¿No crees que hace un poco de frío para ir sin capota? -preguntó mientras entraba.

– No puedo esperar hasta el verano -respondió Wicca-. Simplemente no puedo. Me muero de ganas de conducir así.

Qué bien. Por lo menos, en esto era una persona normal.

Salieron por las calles, recibiendo miradas de admiración de las personas mayores y algunos silbidos y galanteos de los hombres.

– Estoy contenta de que te preocupe no soñar con el vestido -dijo Wicca. Brida ya se había olvidado de la conversación telefónica-. Nunca dejes de tener dudas.

Guando las dudas dejan de existir, es porque paraste en tu caminata. Entonces viene Dios y lo desmonta todo, porque es así como Él controla a sus elegidos; haciendo que recorran siempre, por entero, el camino que precisan recorrer. Él nos obliga a andar cuando paramos por cualquier razón, comodidad, pereza, o la falsa sensación de que ya sabemos lo necesario.

Pero vigila algo: jamás dejes que las dudas paralicen tus acciones. Toma siempre todas las decisiones que necesites tomar, incluso sin tener la seguridad o certeza de que estás decidiendo correctamente. Nadie se equivoca cuando está actuando, si, al tomar sus decisiones, mantiene siempre en mente un viejo proverbio alemán, que la Tradición de la Luna trajo hasta nuestros días. Si no olvidas ese proverbio, siempre puedes transformar una decisión equivocada en una decisión acertada. Y el proverbio es éste: el diablo habita en los detalles. Wicca paró de repente en un taller mecánico.

– Existe una superstición respecto de este proverbio -dijo-. Sólo llega a nosotros cuando lo necesitamos. Acabé de comprar el coche y el diablo está en los detalles.

Bajó del automóvil en cuanto se aproximó el mecánico. -¿Tiene la capota rota, señora?

Wicca no se tomó el trabajo de responder. Pidió que le hiciese una revisión completa de todo.

Había una pastelería al otro lado de la calle; mientras el mecánico miraba el "MG", fueron hasta allí a tomar un chocolate caliente.

– Fíjate en el mecánico -dijo Wicca, mientras las dos miraban hacia el taller a través de la vidriera de la pastelería. Estaba parado frente al motor abierto del coche, sin hacer ningún movimiento-. No está tocando nada. Sólo contempla. Lleva años en esta profesión y sabe que el coche habla con él un lenguaje especial. No es su raciocinio lo que está actuando ahora, es su sensibilidad.

De repente, el mecánico fue directo hacia algún lugar del motor y comenzó a trabajar.

Acertó el defecto -continuó Wicca-. No ha perdido nada de tiempo porque la comunicación entre él y la máquina es perfecta. Son así todos los buenos mecánicos que conozco.

"Y los que yo conozco también", pensó Brida. Pero ella siempre creía que actuaban así porque no sabían por dónde empezar. Nunca se tomó el trabajo de observar que siempre empezaban por el sitio adecuado.

– ¿Por qué estas personas, que tienen la sabiduría del Sol en sus vidas, jamás intentan comprender las preguntas fundamentales del Universo? ¿Por qué prefieren quedarse arreglando motores o sirviendo café en los bares?

– ¿Y qué es lo que te hace pensar que nosotros, con todo nuestro camino y nuestra dedicación, comprendemos el Universo mejor que los otros?

Tengo muchos discípulos. Son personas absolutamente iguales a todas las otras, que lloran en el cine y se desesperan cuando los hijos se atrasan, aun sabiendo que la muerte no existe. La brujería es apenas una de las formas de estar cerca de la Sabiduría Suprema, pero cualquier cosa que el hombre haga puede llevarlo hasta allí, siempre que trabaje con amor en su corazón. Las hechiceras podemos conversar con el Alma del Mundo, ver la luz en el hombro izquierdo de nuestra otra Parte, y contemplar el infinito a través del brillo y el silencio de una vela. Pero no entendemos sobre motores de automóviles. Así como los mecánicos nos necesitan, también nosotras los necesitamos a ellos. Ellos tienen su puente hacia lo invisible en un motor de coche; el nuestro es la Tradición de la Luna. Pero lo invisible es lo mismo.

Haz tu parte y no te preocupes por la de los otros. Puedes estar segura de que Dios también habla con ellos, y que ellos están tan empeñados como tú en descubrir el sentido de esta vida.

– El coche está bien -dijo el mecánico, en cuanto las dos volvieron de la pastelería-. Pero ha evitado un gran problema; un conducto de refrigeración estaba a punto de reventar.

Wicca protestó un poco por el precio, pero agradeció el haberse acordado del proverbio.

Fueron de compras por una de las principales calles comerciales de Dublín, exactamente aquella que Brida había mentalizado en el ejercicio del escaparate. Siempre que la conversación se encauzaba hacia temas particulares, Wicca salía con respuestas vagas o evasivas. Pero hablaba con gran entusiasmo sobre los asuntos triviales: los precios, las ropas, el mal humor de las vendedoras. Gastó algún dinero aquella tarde, generalmente en cosas que revelaban un sofisticado buen gusto.

Brida sabía que nadie pregunta a otra persona de dónde proviene el dinero que está gastando. Su curiosidad era tanta, no obstante, que casi violó las más elementales normas de educación.

Terminaron la tarde en el restaurante japonés más tradicional de la ciudad, frente a una rodaja de sashimi. -Que Dios bendiga nuestra comida -dijo Wicca-. Somos navegantes en un mar que no conocemos; que Él conserve siempre nuestro valor para aceptar este misterio.

– Pero tú eres una Maestra de la Tradición de la Luna -comentó Brida-. Tú conoces las respuestas.

Wicca permaneció un momento contemplando la comida, con mirada lejana.

– Sé viajar entre el presente y el pasado -dijo después de algún tiempo-. Conozco el mundo de los espíritus, y ya entré en comunión total con fuerzas tan deslumbrantes que las palabras de todas las lenguas son insuficientes para describirlas. Quizá pueda decir que poseo un conocimiento silencioso de la caminata que trajo a la raza humana hasta este momento.

Y porque conozco todo esto, y soy una Maestra, sé también que nunca, pero realmente nunca, sabremos la razón final de nuestra existencia. Podremos saber cómo, dónde, cuándo y de qué manera estamos aquí. Pero la pregunta ¿para qué? será siempre una pregunta sin respuesta. El objetivo central del gran Arquitecto del Universo es sólo de Él y de nadie más.

Un silencio parecía haberse apoderado del ambiente.

– Ahora, mientras estamos aquí comiendo, el noventa y nueve por ciento de las personas de este planeta se enfrentan, a su manera, con esta pregunta. ¿Para qué estamos aquí? Muchas piensan haber descubierto la respuesta en sus religiones, o en su materialismo. Otras se desesperan y gastan su vida y su fortuna intentando entender este significado. Algunas pocas dejaron que esta pregunta pasase en blanco y viven apenas el momento, sin preocuparse por los resultados ni las consecuencias.

Sólo los valientes, los que conocen la Tradición del Sol y la Tradición de la Luna, conocen la única respuesta posible a esta pregunta: No SÉ.

Esto, en un primer momento, puede atemorizar, y dejarnos desamparados ante el mundo, las cosas del mundo y el propio sentido de nuestra existencia. No obstante, después de haber pasado el primer susto, nos vamos gradualmente acostumbrando a la única solución posible: seguir nuestros sueños. Tener el valor de dar los pasos que siempre deseamos es la única manera de demostrar que confiamos en Dios.

En el instante en que aceptamos esto, la vida pasa a tener para nosotros un sentido sagrado y experimentamos la misma emoción que la Virgen experimentó cuando una tarde cualquiera de su existencia común, apareció un extraño y le hizo una oferta. "Hágase vuestra voluntad", dijo la Virgen. Porque había comprendido que la mayor grandeza que un ser humano puede experimentar es la aceptación del misterio.

Después de un largo silencio, Wicca volvió a tomar los cubiertos y a comer. Brida la miraba, orgullosa de estar a su lado. Ya no pensaba más en las preguntas que jamás haría: si ganaba dinero, o si estaba enamorada de alguien, o sentía celos de un hombre. Pensaba en la grandeza de alma de los verdaderos sabios. Sabios que pasaron la vida entera buscando una respuesta que no existía y, al percibirlo, no falsificaron explicaciones. Pasaron a vivir, con humildad, en un Universo que nunca podrían entender. Pero podían participar y la única manera posible era siguiendo los propios deseos, los propios sueños, porque era a través de esto como el hombre se transformaba en un instrumento de Dios.

– Entonces, ¿de qué vale buscar? -preguntó ella. -No buscamos. Aceptamos, y entonces la vida pasa a ser mucho más intensa y más brillante, porque entendemos que cada paso nuestro, en todos los minutos de la vida, tiene un significado mayor que nosotros mismos. Entendemos que, en algún lugar del tiempo y del espacio, esta pregunta está respondida. Entendemos que existe un motivo para que estemos aquí, y eso basta.

Buceamos en la Noche Oscura con fe, cumplimos lo que los antiguos alquimistas llamaban "Leyenda Personal" y nos entregamos por entero a cada instante, sabiendo que siempre existe una mano que nos guía: a nosotros cabe aceptarla o no.

Aquella noche, Brida pasó horas escuchando música, entregada por completo al milagro de estar viva. Se acordó de sus autores favoritos. Uno de ellos, con una simple frase, le aportó toda la fe necesaria para que saliese en busca de la sabiduría. Era un poeta inglés, de muchos siglos atrás, que se llamaba William Blake. Él escribió:

Toda pregunta que puede ser concebida, tiene una respuesta.

Era hora de hacer un ritual. Debía quedarse los proximos minutos contemplando la llama de la vela y se sentó delante de un pequeño altar que había en su casa. La vela la transportó hacia la tarde en que ella y Lorens habían hecho el amor entre las rocas. Había gaviotas volando tan alto como las nubes y tan bajo como las olas.

Los peces debían preguntarse cómo era posible volar, porque de vez en cuando algunas criaturas misteriosas buceaban en su mundo y desaparecían de la misma manera en que habían entrado.

Los pájaros debían preguntarse cómo era posible respirar dentro del agua, porque se alimentaban de animales que vivían debajo de las olas.

Existían pájaros y existían peces. Eran universos que de vez en cuando se comunicaban, sin que uno pudiese responder a las preguntas del otro. Sin embargo, ambos tenían preguntas. Y las preguntas tenían respuestas.

Brida miró a la vela frente a ella y una atmósfera mágica comenzó a crearse a su alrededor. Esto normalmente sucedía, pero aquella noche había una intensidad diferente.

Si ella era capaz de hacer una pregunta es porque, en otro Universo, había una respuesta. Alguien sabía, aun cuando ella jamás lo supiese. No necesitaba ya entender el significado de la vida; bastaba encontrarse con el Alguien que sabía. Y, entonces, dormir en sus brazos el mismo sueño que duerme un niño, porque sabe que alguien más fuerte que él lo está protegiendo de todo mal y de todo peligro.

Cuando acabó el ritual, hizo una pequeña plegaria agradeciendo los pasos que diera hasta entonces. Agradecio porque la primera persona a quien había preguntado sobre la magia no había intentado explicarle el Universo, por el contrario, hizo que pasara la noche entera en la oscuridad del bosque.

Tenía que ir allí y agradecerle todo lo que le había enseñado.

Siempre que iba a ver a este hombre, estaba buscando algo; cuando lo conseguía, todo lo que hacía era irse, muchas veces sin decir adiós. Pero fue aquel hombre quien la colocó frente a la puerta que pretendía cruzar en el próximo Equinoccio. Tenía por lo menos que decir gracias".

No, no tenía miedo de enamorarse de él. Ya había leído en los ojos de Lorens cosas sobre el lado oculto de su propia alma.

Podía tener dudas sobre el sueño del vestido, pero, en cuanto a su amor, esto estaba bien claro para ella.

– Gracias por aceptar mi invitación -le dijo al Mago, en cuanto se sentaron. Estaban en el único bar de la aldea, en el mismo lugar donde ella percibió el extraño brillo en los ojos de él.

El Mago no dijo nada. Notó que la energía de ella estaba completamente cambiada; había conseguido despertar la Fuerza.

– El día que me quedé sola en el bosque, prometí que volvería para agradecerte o maldecirte. Prometí que volvería cuando supiese mi camino. No obstante, no cumplí ninguna de mis promesas; vine siempre en busca de ayuda, y tú nunca me dejaste sola cuando te necesité.

Tal vez sea pretensión mía, pero quiero que sepas que fuiste un instrumento de la mano de Dios. Y me gustaría que fueras mi invitado esta noche.

Ella iba a pedir los dos whiskies de siempre, pero él se levantó, fue hasta el bar y volvió trayendo una botella de vino, otra de agua mineral y dos vasos.

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