Brida - Coelho Paulo 4 стр.


"No fue sorpresa. Cada día del hombre es una Noche Oscura. Nadie sabe lo que va a pasar el próximo minuto, e, incluso así, las personas van hacia adelante. Porque confían. Porque tienen Fe."

O, quién sabe, porque no perciben el misterio encerrado en el próximo segundo. Pero esto no tenía la menor importancia, lo importante era saber que ella había entendido.

Que cada momento en la vida era un acto de fe. Que podía poblarlo con serpientes y escorpiones, o con una fuerza protectora.

Que la fe no tenía explicaciones. Era una Noche Oscura. Y tan solo cabía a ella aceptarla o no.

Brida miró el reloj y vio que ya se estaba haciendo tarde. Tenía que tomar un autobús, viajar durante tres horas y pensar algunas explicaciones convincentes para dar a su novio; jamás se creería que ella había pasado la noche entera, sola, en un bosque.

– ¡Es muy difícil la Tradición del Sol! -le gritó al bosque-. ¡Tengo que ser mi propia Maestra, y no era esto lo que yo esperaba!

Miró hacia la pequeña ciudad, allá abajo, trazó mentalmente su camino por el bosque y empezó a andar. Antes, no obstante, se volvió nuevamente hacia la roca.

– Quiero decir otra cosa -gritó con voz suelta y alegre-. Eres un hombre muy interesante.

Recostado en el tronco de un viejo árbol, el Mago vio cómo la chica se perdía en el bosque. Había escuchado su miedo y oído sus gritos durante la noche. En algún momento llegó a pensar en aproximarse, abrazarla, protegerla de su pavor, decirle que ella no necesitaba aquel tipo de desafío.

Ahora estaba contento de no haberlo hecho. Y orgulloso de que aquella chica; con toda su confusión juvenil, fuese su Otra Parte.

En el centro de Dublín existe una librería especializada en los tratados de ocultismo más avanzados. Es una librería que jamás hizo publicidad alguna en diarios ni revistas: las personas sólo llegan allí recomendadas por otras, y el librero queda contento, porque tiene un público selecto y especializado.

Aun así, la librería está siempre llena. Después de oír hablar mucho de ella, finalmente Brida consiguió la dirección por medio del profesor de un curso de viaje astral al que estaba asistiendo. Fue allí una tarde, después del trabajo, y quedó encantada con el lugar.

Desde entonces siempre que podía iba a ver los libros: apenas mirarlos, porque eran todos importados y muy caros. Acostumbraba hojearlos uno por uno, prestando atención a los dibujos y símbolos que algunos volúmenes traían, y sintiendo intuitivamente la vibración de todo aquel conocimiento acumulado. Después de la experiencia con el Mago se había vuelto más cautelosa. A veces se enfadaba consigo misma porque sólo conseguía participar en las cosas que podía entender. Presentía que estaba perdiendo algo importante en esta vida, que de esa manera sólo tendría experiencias repetidas. Pero no encontraba la valentía para cambiar. Necesitaba estar siempre mirando su camino; ahora que conocía la Noche Oscura, sabía que no deseaba andar por ella.

Y a pesar de quedar insatisfecha consigo misma, algunas veces le era imposible ir más allá de sus propios límites.

Los libros eran más seguros. Los estantes contenían reediciones de tratados escritos centenares de años atrás; muy poca gente se arriesgaba a decir algo nuevo en este campo. Y la sabiduría oculta parecía sonreír en aquellas páginas, distante y ausente, ante el esfuerzo de los hombres en intentar develarla a cada generación.

Además de los libros, Brida tenía otro gran motivo para frecuentar el local: se quedaba observando a quienes venían siempre allí. A veces fingía hojear respetables tratados alquímicos, pero sus ojos estaban concentrados en las personas -hombres y mujeres, generalmente más viejos que ella- que sabían lo que deseaban e iban siempre hacia el estante adecuado. Intentaba imaginar cómo debían ser en la intimidad. A veces parecían sabios, capaces de despertar la fuerza o el poder que los mortales no conocían. Otras, apenas personas desesperadas, intentando descubrir nuevamente respuestas que olvidaron hace mucho tiempo y sin las cuales la vida dejaba de tener sentido.

Reparó también en que los clientes más usuales acostumbraban conversar siempre con el librero. Hablaban de cosas extrañas, como fases de la luna, propiedades de las piedras y pronunciación correcta de palabras rituales.

Cierta tarde Brida decidió hacer lo mismo. Estaba regresando del trabajo, donde todo le había ido bien. Consideró que debía aprovechar el día de suerte.

– Sé que existen sociedades secretas -dijo. Creyó que era un buen comienzo para la conversación. Ella "sabía" algo.

Pero todo lo que el librero hizo fue levantar la cabeza de las cuentas que estaba haciendo y mirar espantado a la chica.

– Estuve con el Mago de Folk -dijo una Brida ya medio desconcertada, sin saber cómo continuar-. Él me habló sobre la Noche Oscura. Él me dijo que el camino de la sabiduría es no tener miedo de errar.

Reparó en que el librero ya estaba prestando más atención a sus palabras. Si el Mago le había enseñado algo, es porque ella debía ser una persona especial.

– Si sabes que el camino es la Noche Oscura, entonces, ¿por qué buscar los libros? -dijo él, finalmente, y ella entendió que la referencia al Mago no había sido una buena idea.

– Porque no quiero aprender de esa manera -respondió ella.

El librero se quedó mirando a la joven que estaba frente a él. Ella poseía un Don. Pero era extraño que, sólo por esto, el Mago de Folk le hubiese dedicado tanta atención. Debía haber otra causa. También podía ser mentira, pero ella había hecho comentarios sobre la Noche Oscura.

– Te he visto siempre por aquí -dijo-. Entras, hojeas todo y nunca compras libros.

– Son caros -dijo Brida, presintiendo que él estaba interesado en continuar la conversación-. Pero he leído otros libros, frecuenté varios cursos.

'Le dijo el nombre de los profesores. Tal vez el librero se quedase todavía más impresionado.

De nuevo la situación resultó contraria a sus expectativas. El librero la interrumpió y fue a atender a un

cliente que quería saber si el almanaque con las posiciones planetarias para los próximos cien años había llegado.

El librero consultó una serie de paquetes que estaban debajo del mostrador. Brida reparó en que los paquetes traían sellos de distintas partes del mundo.

Estaba cada vez más nerviosa; su coraje inicial había pasado por completo. Pero tuvo que esperar a que el cliente recibiera el libro, pagase, le devolvieran el cambio y se fuera. Sólo entonces, el librero se dirigió nuevamente a ella.

– No sé cómo continuar -dijo Brida. Sus ojos estaban comenzando a ponerse colorados.

– ¿Qué sabes hacer bien? -preguntó él.

– Ir tras de lo que creo -no había otra respuesta. Vivía corriendo tras de lo que creía. El problema es que cada día creía en una cosa diferente.

El librero escribió un nombre en el papel donde estaba haciendo sus cuentas. Arrancó el pedazo donde había escrito v lo mantuvo en su mano.

– Voy a darte una dirección -dijo-. Hubo una época en que las personas aceptaban las experiencias mágicas como cosas naturales. En aquel entonces no había siquiera sacerdotes. Y nadie salía corriendo tras secretos ocultos.

Brida no sabía si se estaría refiriendo a ella. -¿Sabes lo que es la magia? -preguntó él.

– Es un puente. Entre el mundo visible y el invisible. El librero le extendió el papel. Allí estaba un teléfono y un nombre: Wicca.

Brida agarró rápidamente el papel, le agradeció y salió. Al llegar a la puerta, se volvió hacia él:

– Y también sé que la magia habla muchos lenguajes. Incluso el de los libreros, que se fingen difíciles pero que son generosos y accesibles.

Le mandó un beso y desapareció tras la puerta. El librero interrumpió sus cuentas y se quedó mirando su tienda. "El Mago de Folk le enseñó estas cosas", pensó. Un don, por bueno que fuese, no era suficiente para que el Mago se interesase; debía existir otro motivo. Wicca sería capaz de descubrir cuál era.

Ya era hora de cerrar. El librero estaba notando que el público de su tienda comenzaba a cambiar. Era cada vez más joven; como decían los viejos tratados que poblaban sus estantes, las cosas empezaban a volver, finalmente, al lugar de donde partieron.

El edificio antiguo estaba en el centro de la ciudad, en un lugar que hoy en día sólo es frecuentado por turistas en busca del romanticismo del siglo pasado. Brida tuvo que esperar una semana hasta que Wicca decidiera recibirla y ahora se hallaba delante de una construcción grisácea y misteriosa, intentando contener su excitación. Aquel edificio encajaba con el modelo de su búsqueda, era exactamente en un lugar como aquél donde debían vivir las personas que frecuentaban la librería.

El lugar no tenía ascensor. Subió las escaleras lentamente, para no llegar sofocada. Tocó el timbre de la única puerta del tercer piso.

Un perro ladró, desde adentro. Después de algún rato, una mujer delgada, bien vestida y con un aire severo, salió a recibirla.

– Fui yo quien telefoneó -dijo Brida.

Wicca le hizo una señal para que entrase, y Brida se encontró en una sala toda blanca, con obras de arte moderno en las paredes y en las mesas. Cortinas igualmente blancas ayudaban a filtrar la luz del sol; el ambiente estaba dividido en varios planos, distribuyendo con armonía los sofás, la mesa y la biblioteca repleta de libros. Todo parecía decorado con muy buen gusto, y Brida se acordó de ciertas revistas de arquitectura que acostumbraba hojear en los quioscos.

"Debe haber costado muy caro", fue el único pensamiento que se le ocurrió.

Wicca llevó a la recién llegada hasta uno de los ambientes de la inmensa sala, donde había dos sillones de diseño italiano, hechos de cuero y acero. Entre ambos había una mesita baja, de vidrio, con las patas también de acero. -Eres muy joven -dijo Wicca, finalmente.

No serviría hablar de las bailarinas, etc. Brida permaneció en silencio, esperando el próximo comentario, mientras intentaba imaginar qué hacía un ambiente tan moderno como aquél en un edificio tan antiguo. Su idea romántica de la búsqueda del conocimiento se había disipado nuevamente.

– Él me telefoneó -dijo Wicca; Brida entendió que se estaba refiriendo al librero.

Vine en busca de un Maestro. Quiero recorrer el camino de la magia.

Wicca miró a la chica. Ella, de hecho, poseía un Don. Pero necesitaba saber por qué el Mago de Folk se había interesado tanto por ella. El Don, por sí solo, no era bastante. Si el Mago de Folk fuese un iniciante en la magia, podría haber quedado impresionado por la claridad con que el Don se manifestaba en la chica. Pero él ya había vivido lo suficiente como para aprender que toda y cualquier persona poseía un Don; ya no era sensible a esos ardides.

Levantóse, fue hasta el estante y tomó su baraja preferida.

– ¿Sabes echarlas? -preguntó.

Brida balanceó la cabeza afirmativamente. Había hecho algunos cursos, sabía que la baraja en la mano de la mujer era un tarot con sus setenta y ocho cartas. Había aprendido algunas maneras de colocar el tarot y se alegró por tener una oportunidad de mostrar sus conocimientos.

Pero la mujer se quedó con la baraja. Mezcló las cartas, las colocó en la mesita de vidrio con las caras hacia abajo. Se quedó mirándolas en esa posición, completamente desorganizadas, diferente de cualquier método que Brida aprendiera en sus cursos. Después, dijo algunas palabras en una lengua extraña y giró solamente una de las cartas de la mesa.

Era la carta número 23. Un rey de bastos.

– Buena protección -dijo ella-. De un hombre poderoso, fuerte, de cabellos negros.

Su novio no era ni poderoso ni fuerte. Y el Mago tenía los cabellos grisáceos.

– No pienses en su aspecto físico -dijo Wicca, como si estuviese adivinando su pensamiento-. Piensa en tu Otra Parte.

– ¿Qué es la Otra Parte? -Brida estaba sorprendida con la mujer. Ella le inspiraba un respeto misterioso, una sensación diferente de la que tuviera con el Mago o con el librero.

Wicca no respondió a la pregunta. Volvió a reunir y barajar las cartas y nuevamente las esparció desordenadamente sobre la mesa -sólo que esta vez con las caras hacia arriba-. La carta que estaba en medio de aquella aparente confusión era la carta número 11. La Fuerza. Una mujer abriendo la boca de un león. Wicca retiró la carta y le pidió que la tomara. Brida la tomó, sin saber bien lo que debía hacer.

Tu lado más fuerte siempre fue mujer en otras encarnaciones -dijo ella.

– ¿Qué es la Otra Parte? -insistió Brida. Era la primera vez que desafiaba a aquella mujer. Incluso así, era un desafío lleno de timidez.

Wicca quedó un momento en silencio. Una sospecha pasó por el fondo de su mente: el Mago no había enseñado nada sobre la Otra Parte a aquella chica. "Tonterías", se dijo para sí misma. Y apartó el pensamiento.

– La Otra Parte es lo primero que las personas aprenden cuando quieren seguir la Tradición de la Luna -respondió-. Sólo entendiendo a la Otra Parte es como se entiende que el conocimiento puede ser transmitido a través del tiempo.

Ella iba a explicar. Brida permaneció en silencio, ansiosa.

– Somos eternos, porque somos manifestaciones de Dios -dijo Wicca-. Por eso pasamos por muchas vidas y por muchas muertes, saliendo de un punto que nadie sabe y dirigiéndonos a otro que tampoco conocemos. Acostúmbrate al hecho de que muchas cosas en la magia no son ni serán nunca explicadas. Dios resolvió hacer ciertas cosas de cierta manera, y el porqué hizo esto es un secreto que sólo Él conoce.

"La Noche Oscura de la Fe", pensó Brida. Ella también existía en la Tradición de la Luna.

– -El hecho es que esto sucede -continuó Wicca-. Y cuando las personas piensan en la reencarnación, siempre se enfrentan con una pregunta muy difícil: si en el comienzo existían tan pocos seres humanos sobre la faz de la Tierra, y hoy existen tantos, ¿de dónde vienen esas nuevas almas?

Brida estaba con la respiración suspendida. Ya se había hecho esta pregunta a sí misma muchas veces.

– La respuesta es simple -dijo Wicca, después de saborear por algún tiempo la ansiedad de la joven-. En ciertas reencarnaciones, nos dividimos. Así como los cristales y las estrellas, así como las células y las plantas, también nuestras almas se dividen.

Nuestra alma se transforma en dos, estas nuevas almas se transforman en otras dos, y así en algunas generaciones, estamos esparcidos por buena parte de la Tierra.

– ¿Y sólo una de estas partes tiene la conciencia de quién es? -preguntó Brida. Guardaba muchas preguntas, pero quería hacerlas una por una; ésta le parecía la más importante.

– Hacemos parte de lo que los alquimistas llaman el Anima Mundi, el Alma del Mundo -dijo Wicca, sin responder a Brida-. En verdad, si el Anima Mundi se limitara a dividirse, estaría creciendo pero también quedándose cada vez más débil. Por eso, así como nos dividimos, también nos reencontramos. Y este reencuentro se llama Amor. Porque cuando un alma se divide, siempre se divide en una parte masculina y una femenina.

Así está explicado en el libro del Génesis: "El alma de Adán se dividió, y Eva nació de dentro de él".

Wicca se detuvo, de repente, y se quedó mirando la baraja esparcida sobre la mesa.

– Son muchas cartas -continuó- pero forman parte de la misma baraja. Para entender su mensaje las necesitamos a todas, todas son igualmente importantes. Así también son las almas. Los seres humanos están todos interligados, como las cartas de esta baraja. En cada vida tenemos una misteriosa obligación de reencontrar, por lo menos, una de esas Otras Partes. El Amor Mayor, que las separó, se pone contento con el Amor que las vuelve a unir.

– ¿Y cómo puedo saber que es mi Otra Parte? -ella consideraba esta pregunta como una de las más importantes que había hecho en toda su vida.

Wicca se rió. Ella también se había preguntado sobre eso, con la misma ansiedad que aquella joven que tenía enfrente. Era posible conocer a la Otra Parte por el brillo en los ojos: así, desde el inicio de los tiempos, las personas reconocían a su verdadero amor. La Tradición de la Luna tenía otro procedimiento: un tipo de visión que mostraba un punto luminoso situado encima del hombro izquierdo de la Otra Parte. Pero todavía no se lo contaría; tal vez ella aprendiese a ver ese punto, tal vez no. En breve tendría la respuesta.

– Corriendo riesgos -le dijo a Brida-. Corriendo el riesgo del fracaso, de las decepciones, de las desilusiones, pero nunca dejando de buscar el Amor. Quien no desista de la búsqueda, vencerá.

Brida recordó que el Mago había dicho algo semejante, al referirse al camino de la magia. "Quizá sea una cosa sola", pensó.

Wicca comenzó a recoger la baraja de la mesa y Brida presintió que el tiempo se estaba agotando. Sin embargo, quedaba otra pregunta por hacer.

– ¿Podemos encontrar más de una Otra Parte en cada vida?

"Sí -pensó Wicca con cierta amargura-. Y cuando esto sucede, el corazón queda dividido y el resultado es dolor y sufrimiento. Sí, podemos encontrar tres o cuatro Otras Partes, porque somos muchos y estamos muy

dispersos." La chica estaba haciendo las preguntas certeras, y ella necesitaba evadirlas.

– La esencia de la Creación es una sola -dijo-. Y esta esencia se llama Amor. El Amor es la fuerza que nos reúne otra vez, para condensar la experiencia esparcida en muchas vidas, en muchos lugares del mundo. Somos responsables por la Tierra entera, porque no sabemos dónde están las Otras Partes que fuimos desde el comienzo de los tiempos; si ellas estuvieran bien, también seremos felices. Si estuvieran mal, sufriremos, aunque inconscientemente, una parcela de ese dolor. Pero, sobre todo, somos responsables por reunir nuevamente, por lo menos una vez en cada encarnación, a la Otra Parte que con seguridad se cruzará en nuestro camino. Aunque sea por unos instantes siquiera, porque esos instantes traen un Amor tan intenso que justifica el resto de nuestros días.

El perro ladró en la cocina. Wicca acabó de recoger la baraja de la mesa y miró una vez más a Brida. -También podemos dejar que nuestra Otra Parte siga adelante, sin aceptarla o siquiera percibirla. Entonces necesitaremos más de una encarnación para encontrarnos con ella. Y, por causa de nuestro egoísmo, seremos condenados al peor suplicio que inventamos para nosotros mismos: la soledad.

Wicca se levantó y acompañó a Brida hasta la puerta. -No has venido aquí para saber sobre la Otra Parte -dijo, antes de despedirse-. Tú tienes un Don, y después de que sepas de qué Don se trata, quizá pueda enseñarte la Tradición de la Luna.

Brida se sintió una persona especial. Necesitaba sentirse así; aquella mujer inspiraba un respeto que poca gente le había infundido.

– Haré lo posible. Quiero aprender la Tradición de la Luna.

"Porque la Tradición de la Luna no necesita bosques oscuros", pensó.

– Presta atención, jovencita -dijo Wicca con severidad-. Todos los días a partir de hoy, a una misma hora que tú elegirás, quédate sola y abre una baraja de tarot sobre la mesa. Ábrela al azar y no procures entender nada. Limítate a contemplar las cartas. Ellas, a su debido tiempo, te enseñarán todo lo que necesitas saber por el momento.

"Parece la Tradición del Sol; yo de nuevo enseñándome a mí misma", pensó Brida, mientras bajaba las escaleras. Y fue cuando estaba en el autobús, cuando se dio cuenta de que la mujer se había referido a un Don. Pero podrían conversar sobre esto en un próximo encuentro.

Durante una semana, Brida dedicó media hora al día a esparcir su baraja sobre la mesa de la sala. Acostumbraba acostarse a las diez de la noche y colocar el despertador a la una de la madrugada. Se levantaba, hacía un rápido café y se sentaba para contemplar las cartas, procurando comprender su lenguaje oculto.

La primera noche estuvo llena de excitación. Brida estaba convencida de que Wicca le había pasado alguna especie de ritual secreto, e intentó colocar la baraja exactamente como ella lo había hecho, segura de que mensajes ocultos acabarían por revelarse. Después de media hora, con excepción de algunas pequeñas visiones que ella consideró fruto de su imaginación, nada de especial sucedió.

Brida repitió lo mismo la segunda noche. Wicca había dicho que la baraja le contaría su propia historia y -a juzgar por los cursos que ella había frecuentado- era una historia muy antigua, de más de tres mil años de edad, cuando los hombres estaban aún próximos a la sabiduría original.

"Los dibujos parecen tan simples", pensaba. Una mujer abriendo la boca de un león, un carro tirado por dos animales misteriosos, un hombre con una mesa llena de objetos frente a él. Había aprendido que aquella baraja era un libro: un libro donde la Sabiduría Divina anotó los principales cambios del hombre en su viaje por la vida. Pero su autor, sabiendo que la Humanidad se acordaba con más facilidad del vicio que de la virtud, hizo que el libro sagrado fuese transmitido a través de las generaciones bajo la forma de un juego. La baraja era una invención de los dioses.

"No puede ser así de simple", pensaba Brida, cada vez que esparcía las cartas sobre la mesa. Conocía métodos complicados, sistemas elaborados, y aquellas cartas desordenadas comenzaron a desordenar también su raciocinio. La sexta noche tiró todas las cartas al suelo, irritada. Por un momento pensó que aquel gesto suyo tuviese una inspiración mágica, pero los resultados fueron igualmente nulos; apenas algunas intuiciones que ella no conseguía definir, y que siempre consideraba como fruto de su imaginación.

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