Brida - Coelho Paulo 7 стр.


Talbo miraba a su mujer. Sus ojos estaban perdiendo brillo, pero aún conservaba el mismo encanto que cuando la había conocido. Nunca le había dicho ciertas cosas: no le había contado sobre las mujeres que recibió como premio de batallas, las mujeres que encontró mientras viajaba por el mundo, las mujeres que estaban esperando que él volviera algún día. No le había contado esto porque estaba seguro de que ella lo sabía todo y le perdonaba porque él era su gran Amor, y el gran amor está por encima de las cosas de este mundo.

Pero había otras cosas que él no había contado y que posiblemente ella jamás descubriría; que había sido ella, con su cariño y su alegría, la gran responsable de que él volviera a encontrar el sentido de la vida. Que fue el amor de aquella mujer el que lo había empujado hasta los más distantes confines de la tierra, porque tenía que ser lo bastante rico como para comprar un campo y vivir en paz, con ella, el resto de sus días. Fue la inmensa confianza en aquella criatura frágil cuya alma se estaba apagando, que lo había obligado a luchar con honor, porque sabía que después de la batalla podía olvidar los horrores de la guerra en su regazo. El único regazo que era realmente suyo, a pesar de todas las mujeres del mundo. El único regazo donde conseguía cerrar los ojos y dormir como un niño.

Ve a llamar a un sacerdote, Talbo -dijo ella-. Quiero recibir el bautismo.

Talbo vaciló un momento; sólo los guerreros escogían la manera de morir. Pero la mujer que tenía enfrente había dado su vida por amor, quizá para ella el amor fuese una forma desconocida de guerra.

Se levantó y descendió las escaleras de la muralla. Loni intentó concentrarse en la música que venía de allí abajo, que hacía la muerte más fácil. Mientras tanto, las Voces no paraban de hablar.

"Toda mujer, en su vida, puede usar los Cuatro Anillos de la Revelación. Tú usaste uno solo, y era el anillo equivocado", dijeron las Voces.

Loni miró sus dedos. Estaban heridos, las uñas sucias. No había ningún anillo. Las Voces se rieron.

"Tú sabes de lo que estamos hablando -dijeron-. La virgen, la santa, la mártir, la bruja."

Loni sabía en su corazón lo que las Voces decían. Pero no se acordaba. Había sabido esto hacía mucho tiempo, en una época en que las personas se vestían diferente y miraban al mundo de otra manera. En aquel tiempo ella poseía otro nombre y hablaba otra lengua.

"Son éstas las cuatro maneras en que la mujer comulga con el Universo -las Voces dijeron, como si fuese importante para ella recordar cosas tan antiguas-. La Virgen posee el poder del hombre y de la mujer. Está condenada a la Soledad, pero la Soledad revela sus secretos. Éste es el precio de la Virgen: no necesitar de nadie, consumirse en su amor por todos, y a través de la Soledad descubrir la sabiduría del mundo."

Loni continuaba mirando al campamento, allí abajo. Sí, lo sabía.

"Y la Mártir -continuaron las Voces-, la Mártir posee el poder de aquellos a quienes el dolor y el sufrimiento no pueden causar daño. Se entrega, sufre, y a través del Sacrificio descubre la sabiduría del mundo."

Loni volvió a mirar sus manos. Allí, con brillo invisible, el anillo de la Mártir circundaba uno de sus dedos. "Podías haber escogido la revelación de la Santa, aun cuando no fuera éste su anillo -dijeron las Voces-. La Santa posee el coraje de aquellas para quienes Dar es la única manera de recibir. Son un pozo sin fondo, donde las personas beben sin parar. Y, si falta agua en su pozo, la Santa entrega su sangre, para que las personas no cesen jamás de beber. A través de la Entrega, la Santa descubre la Sabiduría del mundo."

Las Voces se callaron. Loni escuchó los pasos de Talbo subiendo la escalera de piedra. Sabía cuál era su anillo en esta vida, porque era el mismo que había usado en sus vidas pasadas: cuando tenía otros nombres y hablaba lenguas diferentes. En su anillo, la Sabiduría del Mundo era descubierta a través del Placer.

Pero no quería acordarse de esto. El anillo de la Mártir brillaba, invisible, en su dedo.

Talbo se aproximó. Y de repente, al elevar los ojos hacia él, Loni reparó en que la noche tenía un brillo mágico, como si fuese un día de sol.

"Despierta", decían las Voces.

Pero eran voces diferentes, que ella nunca había escuchado. Sintió a alguien masajeando su muñeca izquierda.

– Vamos, Brida, levántate.

Abrió los ojos y los cerró rápidamente, porque la luz del cielo era muy intensa. La Muerte era algo extraño. Abre los ojos -insistió Wicca, una vez más.

Pero ella necesitaba volver al castillo. Un hombre que amaba había salido para buscar al sacerdote. No podía huir así. Él estaba solo y la necesitaba.

– Háblame sobre tu Don.

Wicca no le daba tiempo para pensar. Sabía que ella había participado en algo extraordinario, algo más fuerte que la experiencia del tarot. Pero aun así no le daba tiempo. No entendía y no respetaba sus sentimientos; todo lo que quería era descubrir su Don.

– Háblame de tu Don -repitió Wicca otra vez.

Ella respiró hondo, conteniendo su rabia. Pero no había manera. La mujer continuaría insistiendo hasta que ella le contase algo.

– Fui una mujer enamorada de…

Wicca tapó rápidamente su boca. Después se levantó, hizo algunos gestos extraños en el aire y volvió a mirarla.

– Dios es la palabra. ¡Cuidado! Cuidado con lo que hablas, en cualquier situación o instante de tu vida. Brida no entendía por qué la otra estaba reaccionando así.

– Dios se manifiesta en todo, pero la palabra es uno de sus medios favoritos de actuar. Porque la palabra es el pensamiento transformado en vibración; estás colocando en el aire, a tu alrededor, aquello que antes era sólo energía. Mucho cuidado con todo lo que digas -continuó Wicca-. La palabra tiene un poder mayor que muchos rituales.

Brida continuaba sin entender. No tenía otra manera de contar su experiencia que a través de palabras. -Cuando te referiste a una mujer -continuó Wicca-, tú no fuiste ella. Tú fuiste una parte de ella. Otras personas pueden haber tenido la misma memoria que tú. Brida sentíase robada. Aquella mujer era fuerte y no le gustaría dividirla con nadie más. Además, estaba Talbo.

– Háblame de tu Don -dijo otra vez Wicca. No podía dejar que la chica se quedara deslumbrada con la experiencia. Los viajes en el tiempo generalmente acarreaban muchos problemas.

– Tengo muchas cosas que decir. Y necesito hablar contigo porque nadie más me creerá. Por favor -insistió Brida.

Comenzó a contar todo, desde el momento en que la lluvia goteaba en su rostro. Tenía suerte y no la podía perder: la suerte de estar con alguien que creía en lo extraordinario. Sabía que nadie más la escucharía con el mismo respeto, porque las personas tenían miedo de saber hasta qué punto la vida era mágica; estaban acostumbradas a sus casas, sus empleos, sus expectativas, y si alguien apareciese diciendo que era posible viajar en el tiempo -era posible ver castillos en el Universo, tarots que contaban historias, hombres que caminaban por la noche oscura-, las personas se sentirían robadas por la vida, porque ellas no tenían aquello, la vida de ellas era el día siempre igual, la noche siempre igual, los fines de semana iguales.

Por eso, Brida necesitaba aprovechar aquella oportunidad; si las palabras eran Dios, entonces que quedase registrado en el aire que la rodeaba que ella había viajado hasta el pasado, y se acordaba de cada detalle como si fuese el presente, como si fuese el bosque. Así, cuando más tarde alguien consiguiese probarle que no le había sucedido nada de aquello, cuando el tiempo y el espacio hiciesen que ella misma dudase de todo, cuando, finalmente, ella misma estuviese segura de que aquello no había pasado de ser una ilusión, las palabras de aquella tarde, en el bosque, aún estarían vibrando en el aire y por lo menos una persona, alguien para quien la magia era parte de la vida, sabría que todo sucedió en verdad.

Describió el castillo, los sacerdotes con sus ropas negras y amarillas, la visión del valle con las hogueras encendidas, el marido pensando cosas que ella conseguía captar. Wicca escuchó con paciencia, demostrando interés sólo cuando ella relataba las voces que surgían en la cabeza de Loni. En estos momentos interrumpía y preguntaba si eran voces masculinas o femeninas (eran de ambos sexos), si transmitían algún tipo de emoción, como agresividad o consuelo (no, eran voces impersonales) y si ella podía despertar las voces siempre que lo deseara (no lo sabía, no tuvo tiempo para esto).

– Okay, podemos irnos -dijo Wicca, retirando la túnica y colocándola otra vez dentro del bolso. Brida estaba decepcionada, pensó que iba a recibir algún tipo de elogio. O, como mínimo, una explicación. Pero Wicca se parecía a ciertos médicos, que se quedan mirando al paciente con aire impersonal, más interesados en anotar los síntomas que en entender el dolor y el sufrimiento que esos síntomas causan.

Hicieron un largo viaje de regreso. Cada vez que Brida quería tocar el tema, Wicca se mostraba interesada en el aumento del costo de vida, en el tránsito congestionado del final de la tarde y en las dificultades que el administrador de su edificio estaba creando.

Sólo cuando estuvieron sentadas de nuevo en los dos sillones, Wicca comentó la experiencia.

– Quiero decirte una cosa -empezó-. No te preocupes en explicar emociones. Vive todo intensamente, y guarda lo que sentiste como una dádiva de Dios. Si crees que no vas a conseguir aguantar un mundo donde vivir es más importante que entender, entonces, desiste de la magia. La mejor manera de destruir el puente entre lo visible y lo invisible es intentando explicar las emociones.

Las emociones eran caballos salvajes y Brida sabía que en ningún momento la razón conseguía dominarlas por completo. Cierta vez tuvo un amor que se había ido por una razón cualquiera. Brida se quedó en su casa durante meses, explicándose todo el día a sí misma los centenares de defectos, los millares de inconvenientes de aquella relación. Pero todas las mañanas al despertarse pensaba en él, y sabía que si él le telefonease, ella terminaría aceptando el encuentro.

El perro, en la cocina, ladró. Brida sabía que era un código, la visita había concluido.

– ¡Por favor, ni siquiera conversamos! -imploró ella-. Y necesitaba hacerte por lo menos dos preguntas.

Wicca se levantó. La chica siempre se las arreglaba para tener preguntas importantes justo a la hora de salir.

– Quería saber si los sacerdotes que vi realmente existieron.

– Tenemos experiencias extraordinarias y menos de dos horas después estamos intentando convencernos a nosotros mismos de que son producto de nuestra imaginación -dijo Wicca, mientras se dirigía al estante. Brida recordó lo que había pensado en el bosque sobre las personas que tienen miedo de lo extraordinario. Y sintió vergüenza de ella misma.

Wicca volvió con un libro en las manos.

– Los cátaros, o los Perfectos, eran sacerdotes de una iglesia creada en el sur de Francia a fines del siglo XII. Creían en la reencarnación y en el Bien y el Mal absolutos. El mundo estaba dividido entre los elegidos y los perdidos. No servía de nada intentar convertir a alguien.

El desprendimiento de los cátaros en relación con los valores terrenales hizo que los señores feudales de la región del Languedoc adoptasen su religión; de esta forma no necesitaban pagar los pesados impuestos que la Iglesia católica exigía en aquella época. Al mismo tiempo, como los buenos y los malos ya estaban definidos antes de nacer, los cátaros tenían una actitud muy tolerante en relación con el sexo y, principalmente, con la mujer. Eran rigurosos solamente con aquellos que recibían la ordenación sacerdotal.

Todo iba muy bien hasta que el catarismo comenzó a difundirse por muchas ciudades. La Iglesia católica sintió la amenaza y convocó una cruzada en contra de los herejes. Durante cuarenta años, cátaros y católicos se trabaron en batallas sangrientas, pero las fuerzas legalistas, con el apoyo de varias naciones, consiguieron finalmente destruir todas las ciudades que habían adoptado la nueva religión. Faltó apenas la fortaleza de Monségur, en los Pirineos, donde los cátaros resistieron hasta que el camino secreto -por donde recibían ayuda- fue descubierto. Una mañana de marzo de 1244, después de la rendición del castillo, doscientos veinte cátaros se tiraron cantando en la inmensa hoguera encendida en la base de la montaña donde el castillo había sido construido.

Wicca dijo todo aquello con el libro cerrado en su falda. Fue al acabar la historia cuando abrió sus páginas y buscó una fotografía.

Brida miró la foto. Eran ruinas, con casi toda la torre en pedazos, mas las murallas intactas. Allí estaba el patio, la escalera por donde Loni y Talbo habían subido, la roca que se mezclaba con la muralla y la torre.

– Dijiste que tenías otra pregunta que hacerme.

La pregunta había perdido importancia. Brida ya no podía pensar bien. Se sentía rara. Con algún esfuerzo, se acordó de lo que quería saber.

– Quiero saber por qué pierdes el tiempo conmigo. Por qué quieres enseñarme.

– Porque así lo manda la Tradición -respondió Wicca-. Tú te dividiste poco en las sucesivas encarnaciones. Perteneces al mismo tipo de gente que mis amigos y yo. Nosotros somos las personas encargadas de mantener la Tradición de la Luna.

Tú eres una bruja.

Brida no prestó atención a lo que dijo Wicca. Ni siquiera le pasó por la cabeza que tenía que fijar una nueva cita; todo lo que ella quería en aquel momento era irse, descubrir cosas que la devolviesen a un mundo familiar; una infiltración en la pared, un paquete de cigarrillos caído en el suelo, alguna correspondencia olvidada encima de la mesa del portero.

"Tengo que trabajar mañana." Estaba de repente preocupada por el horario.

En el trayecto de regreso a su casa empezó a hacer una serie de cálculos sobre la facturación de las exportaciones durante la semana anterior de la firma para la que trabajaba y consiguió descubrir una manera de simplificar ciertos procedimientos en la oficina. Se puso muy contenta: a su jefe podría gustarle lo que estaba haciendo y, quién sabe, hasta darle un aumento.

Llegó a su casa, cenó, vio un poco de televisión. Después pasó los cálculos sobre las exportaciones al papel. Y cayó exhausta en la cama.

La facturación de las exportaciones había adquirido importancia en su vida. Era por trabajar en este tipo de cosas por lo que le pagaban.

Lo demás no existía. Lo demás era mentira.

Durante una semana, Brida se despertó siempre a la hora marcada, trabajó en la firma de exportaciones con la mayor dedicación posible y recibió merecidos elogios del jefe. No perdió ni una sola clase de la Facultad y se interesó por todos los asuntos de todas las revistas que estaban en todos los quioscos. Todo lo que tenía que hacer era no pensar. Cuando, sin querer, se acordaba de que conoció a un Mago en la montaña y a una bruja en la ciudad, las pruebas del próximo semestre y el comentario que cierta amiga había hecho sobre otra amiga, alejaban estos recuerdos.

Llegó el viernes y su novio fue a buscarla a la puerta de la Facultad, para ir al cine. Después, fueron al bar acostumbrado, charlaron sobre la película, los amigos y sobre lo que les había sucedido en sus respectivos trabajos. Encontraron amigos que salían de una fiesta y cenaron con ellos, dando gracias a Dios porque en Dublín siempre hubiese un restaurante abierto.

A las dos de la madrugada los amigos se despidieron, y los dos decidieron ir a casa de ella. En cuanto llegaron, ella puso un disco de Iron Butterfly y sirvió un whisky doble para cada uno. Se quedaron abrazados en el sofá, en silencio y distraídos, mientras él acariciaba sus cabellos y después sus senos.

– Fue una semana de locura -dijo ella, de repente-. Trabajé sin parar, preparé todos los exámenes e hice todas las compras que estaban faltando.

Acabó el disco, y ella se levantó para cambiar la cara. -¿Sabes, la puerta del armario de la cocina, aquella que se había despegado? Finalmente conseguí encontrar un momento para llamar a alguien que la arreglase. Y tuve que ir varias veces al Banco. Una para buscar el dinero que papá me envió, otra para depositar cheques de la firma y otra…

Lorens la estaba mirando fijamente. -¿Por qué me estás mirando? -dijo.

Su tono de voz era agresivo. Aquel hombre frente a ella, siempre quieto, siempre mirando, incapaz de decir algo inteligente, era una situación absurda. No lo necesitaba. No necesitaba a nadie.

– ¿Por qué me estás mirando? -insistió.

Pero él no dijo nada. Se levantó también y, con todo cariño, la llevó de vuelta al sofá.

– No escuchas nada de lo que te digo -clamó Brida, desconcertada.

Lorens se apoyó nuevamente en su regazo. "Las emociones son caballos salvajes."

– Cuéntame todo -le dijo Lorens, con ternura-. Sabré escuchar y respetar tu decisión. Aunque sea otro hombre. Aunque sea una despedida. Estamos juntos desde hace algún tiempo. No te conozco por completo. No sé cómo eres. Pero sé cómo no eres. Y tú no has sido tú durante toda la noche.

Brida tuvo ganas de llorar. Pero ya había gastado muchas lágrimas con noches oscuras, con tarots que hablaban, con bosques encantados. Las emociones eran caballos salvajes, al final no quedaba más que liberarlos.

Se sentó delante de él, recordando que tanto al Mago como a Wicca les gustaba esta posición. Después, sin interrupciones, contó todo lo que había pasado desde su encuentro con el Mago en la montaña. Lorens escuchó en silencio total. Cuando ella mencionó la fotografía, Lorens le preguntó si, en alguno de sus cursos, ella ya había oído hablar de los cátaros.

– Sé que no crees nada de lo que te he contado -respondió-. Crees que fue mi inconsciente, que yo recordé cosas que ya sabía. No, Lorens, nunca había oído hablar de los cátaros antes. Pero sé que tienes explicaciones para todo.

Su mano temblaba, sin que se pudiera controlar. Lorens se levantó, tomó una hoja de papel e hizo dos agujeros, a una distancia de 20 centímetros uno del otro. Colocó la hoja en la mesa, apoyada en la botella de whisky, de modo que quedara vertical.

Después fue hasta la cocina y trajo un tapón de corcho. Se sentó en la cabecera de la mesa y empujó el papel con la botella hacia el otro extremo. A continuación, se puso el tapón en la frente.

Ven aquí -le dijo.

Brida se levantó. Estaba intentando esconder las manos trémulas, pero él parecía no darle la menor importancia. Vamos a imaginar que este tapón es un electrón, una de las pequeñas partículas que componen el átomo, ¿has entendido?

Ella afirmó con la cabeza.

– Pues bien, presta atención. Si tuviese aquí conmigo ciertos aparatos complicadísimos que me permiten dar un "tiro de electrón", y si disparase en dirección a aquella hoja, él pasaría por los dos agujeros al mismo tiempo, ¿lo sabías? Sólo que pasaría por los dos agujeros sin dividirse.

– No lo creo -dijo ella-. Es imposible.

Lorens cogió la hoja y la tiró a la basura. Después guardó el tapón en el lugar de donde lo había sacado: era una persona muy organizada.

– No lo creas, pero es verdad. Todos los científicos saben esto, aun cuando no consigan explicarlo. Yo tampoco creo en nada de lo que me dijiste. Pero se que es verdad.

Las manos de Brida aún temblaban. Pero ella ya no lloraba ni perdía el control. Todo lo que percibió fue que el efecto del alcohol había pasado completamente. Estaba lúcida, con una lucidez extraña.

– ¿Y qué es lo que los científicos hacen ante los misterios de la ciencia?

– Entran en la Noche Oscura, para usar el término que tú me enseñaste. Sabemos que el misterio no nos abandonará nunca, entonces aprendemos a aceptarlo y a convivir con él. Pienso que esto está presente en muchas situaciones de la vida. Una madre que educa a un hijo debe sentirse buceando en la Noche Oscura. O un emigrante que va lejos de su patria en busca de trabajo y dinero. Todos creen que sus esfuerzos serán recompensados y que un día van a entender lo que sucedió en el camino y que, en su momento, parecían tan asustados.

No son las explicaciones las que nos hacen avanzar, es nuestra voluntad de seguir adelante.

Brida sintió de repente un cansancio inmenso. Necesitaba dormir. El sueño era el único reino mágico en el que había conseguido entrar.

Aquella noche tuvo un lindo sueño, con mares e islas cubiertas de árboles. Se despertó de madrugada y se alegró de que Lorens estuviera durmiendo a su lado. Se levantó y fue hasta la ventana de su cuarto, a mirar Dublín adormecido.

Se acordó de su padre, que acostumbraba hacer esto cuando ella se despertaba con miedo. El recuerdo trajo también otra escena de su infancia.

Estaba en la playa con su padre, y él pidió que probara si la temperatura del agua era buena. Ella tenía cinco años y se entusiasmó de poder ayudar; fue hasta la orilla y se mojó los pies.

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