Brida - Coelho Paulo 8 стр.


– Metí los pies, está fría -le dijo.

El padre la tomó en brazos, fue con ella hasta la orilla del mar y sin ningún aviso la tiró dentro del agua. Ella se asustó, pero después se divirtió con la broma.

– ¿Cómo está el agua? -preguntó el padre. -Está buena -respondió.

– Entonces, de aquí en adelante, cuando quieras saber alguna cosa, zambúllete en ella.

Había olvidado esta lección con mucha rapidez. A pesar de tener solamente 21 años, ya se había interesado por muchas cosas y desistido con la misma rapidez con la que se entusiasmaba por ellas. No tenía miedo a las dificultades: lo que la asustaba era la obligación de tener que escoger un camino.

Escoger un camino significaba abandonar otros. Tenía una vida entera para vivir, y siempre pensaba que quizá se arrepintiera, en el futuro, de las cosas que quería hacer ahora.

"Tengo miedo de comprometerme", pensó. Quería recorrer todos los caminos posibles, e iba a acabar no recorriendo ninguno.

Ni siquiera en lo más importante de su vida, el amor, había conseguido ir hasta el final; después de la primera decepción, nunca más se entregó por completo. Temía el sufrimiento, la pérdida, la inevitable separación. Claro, estas cosas estaban siempre presentes en el camino del amor y la única manera de evitarlas era renunciando a recorrerlo. Para no sufrir, era preciso también no amar.

Como si, para no ver las cosas malas de la vida, terminase necesitando agujerearse los ojos.

"Es muy complicado vivir."

Había que correr riesgos, seguir ciertos caminos y abandonar otros. Se acordó de Wicca hablando de las personas que siguen los caminos tan solo para probar que no sirven para ellas. Pero esto no era lo peor. Lo peor era escoger y pasarse el resto de la vida pensando si se escogió bien. Ninguna persona era capaz de escoger sin miedo.

No obstante, ésta era la ley de la vida. Ésta era la Noche Oscura, y nadie podía huir de la Noche Oscura, aunque jamás tomase una decisión, aunque no tuviese valor para cambiar nada; porque esto en sí ya era una decisión, un cambio. Y sin los tesoros escondidos en la Noche Oscura.

Lorens podía tener razón. Al final se reirían de los miedos que tuvieron al comienzo. Tal como ella se rió de las serpientes y escorpiones que colocó en el bosque. En su desesperación no se había acordado de que el santo patrono de Irlanda, San Patricio, había expulsado a todas las serpientes del país.

– ¡Qué suerte que existes, Lorens! -dijo bajito, por miedo a que él la oyese.

Volvió a meterse en la cama y el sueño vino rápido. Antes, no obstante, recordó otra historia más con su padre. Era domingo y estaba la familia reunida comiendo en casa de su abuela. Ella ya debía tener unos catorce años y estaba quejándose de que no conseguía hacer determinado trabajo para la escuela porque todo lo que empezaba a hacer terminaba mal.

– Quizás estos fracasos te estén enseñando algo -dijo su padre. Pero Brida insistía en que no; que ella había entrado por un camino equivocado, y ahora no había más remedio.

El padre la tomó de la mano y fueron hasta la sala donde la abuela acostumbraba ver la televisión. Había allí un gran reloj de pie, antiguo, que estaba parado desde hacía muchos años por falta de piezas.

– No existe nada completamente errado en el mundo, hija mía -dijo el padre, mirando el reloj-. Hasta un reloj parado consigue estar acertado dos veces al día.

Caminó algún tiempo por la montaña, hasta encontrar al Mago. Estaba sentado en una roca, muy cerca de la cima, contemplando el valle y las montañas que quedaban al Oeste. El lugar tenía una vista bellísima y Brida recordó que los espíritus preferían estos lugares.

– ¿Puede ser que Dios sea únicamente el Dios de la Belleza? -dijo, mientras se aproximaba-. ¿Y cómo quedan las personas y los lugares feos de este mundo?

El Mago no respondió. Brida se quedó desconcertada. -Quizá no se acuerde de mí. Estuve aquí hace dos meses. Pasé una noche entera, sola, en el bosque. Y me prometí a mí misma que volvería sólo cuando descubriese mi camino. Conocí a una mujer llamada Wicca. El Mago pestañeó, y sabía que la chica no había percibido nada. Pero se rió de la gran ironía del destino.

– Wicca me dijo que yo soy una bruja -continuó la chica.

– ¿No confías en ella?

Fue la primera pregunta que el Mago hizo desde que ella se había acercado. Brida se alegró porque eso demostraba que la estaba escuchando, pues hasta aquel momento no estaba segura.

– Confío -respondió-. Y confío en la Tradición de la Luna. Pero sé que la Tradición del Sol me ayudó, cuando me obligó a comprender la Noche Oscura. Por eso estoy aquí de nuevo.

– Entonces siéntate y contempla la puesta de sol -dijo el Mago.

– No me voy a quedar otra vez sola en el bosque -respondió ella-. La última vez que estuve…

El Mago la interrumpió:

– No digas eso. Dios está en las palabras. Wicca había dicho lo mismo.

– ¿Qué es lo que he dicho mal?

– Si dices que fue la "última" puede transformarse realmente en la última. En verdad, lo que quisiste decir fue "la vez más reciente que estuve…"

Brida se quedó preocupada. Iba a tener que controlar mucho las palabras, de ahora en adelante. Resolvió sentarse y quedarse quieta, haciendo lo que el Mago le había dicho: contemplando la puesta de sol.

Contemplar la puesta de sol la ponía nerviosa. Aún faltaba casi una hora para el crepúsculo, y Brida tenía mucho que conversar, mucho que decir y preguntar. Siempre que se veía parada, contemplando alguna cosa, tenía la sensación de estar desperdiciando un tiempo precioso en su vida, dejando de hacer cosas y de encontrar personas; podía siempre aprovechar su tiempo de manera mucho mejor, pues todavía había mucho que aprender. Sin embargo, a medida que el sol se aproximaba al horizonte y que las nubes se iban llenando de rayos dorados y de color rosa, Brida tenía la sensación de que toda su lucha en la vida era para un día poderse sentar y contemplar una puesta de sol igual a aquella.

– ¿Sabes rezar? -preguntó el Mago en cierto momento. Claro que Brida sabía. Cualquier persona en el mundo sabía rezar.

– Pues entonces, en cuanto el sol toque en el horizonte, haz una plegaria. En la Tradición del Sol, es a través de las plegarias como las personas comulgan con Dios. La plegaria, cuando se hace con palabras del alma, es mucho más poderosa que todos los rituales.

– No sé rezar, porque mi alma está en silencio -respondió Brida.

El Mago rió.

– Sólo los grandes iluminados tienen el alma en silencio.

– Entonces, ¿por qué no sé rezar con el alma? -Porque te falta humildad para escucharla y saber lo que desea. Tú tienes vergüenza de escuchar los pedidos de tu alma. Y tienes miedo de llevar esos pedidos hasta Dios, porque piensas que él no tiene tiempo para preocuparse por esto.

Estaba frente a una puesta de sol y al lado de un sabio. No obstante, siempre que en su vida acontecían momentos como éste, se quedaba con la impresión de que no merecía nada de aquello.

– Me encuentro indigna, sí. Creo que la búsqueda espiritual fue hecha para personas mejores que yo. -Esas personas, si es que existen, no necesitan buscar nada. Ellas ya son la propia manifestación del espíritu. La búsqueda fue hecha para gente como nosotros. "Como nosotros", había dicho. Y, sin embargo, estaba muchos pasos por delante de ella.

– Dios está en las alturas, tanto en la Tradición del Sol como en la Tradición de la Luna-dijo Brida, entendiendo que la Tradición era la misma, y diferente sólo la manera de enseñar-. Entonces, enséñame a rezar, por favor.

El Mago se volvió directamente hacia el sol y cerró los ojos.

– Somos seres humanos y desconocemos nuestra grandeza, Señor. Danos la humildad de pedir lo que necesitamos, Señor, porque ningún deseo es vano y ningún pedido es fútil. Cada cual sabe con qué alimentar su alma; dadnos el valor de contemplar nuestros deseos como venidos de la fuente de Tu Eterna Sabiduría. Sólo aceptando nuestros deseos es como podemos tener una idea de quiénes somos, Señor. Amén.

Después el Mago dijo: -Ahora es tu turno.

– Señor, haz que entienda que todo lo que me sucede de bueno en la vida es porque lo merezco. Haz que entienda que lo que me mueve a buscar Tu verdad es la misma fuerza que movió a los santos, y que las dudas que yo tengo son las mismas dudas que los santos tuvieron, y que las debilidades que siento son las mismas debilidades que los santos sintieron. Haz que yo sea lo suficientemente humilde como para aceptar que no soy diferente de los otros, Señor. Amén.

Se quedaron en silencio, mirando la puesta de sol, hasta que el último rayo de aquel día abandonó las nubes. Sus almas rezaban, pedían cosas y daban gracias por estar juntas.

Vamos hasta el bar de la aldea -dijo el Mago. Brida se volvió a poner los zapatos y comenzaron a bajar. Una vez más se acordó del día en que había ido a la montaña a buscarlo. Se prometió a sí misma que sólo volvería a contar esta historia una vez más en su vida; no necesitaba continuar convenciéndose a sí misma.

El Mago miró a la chica bajando delante de él, procurando mostrarse familiar con el suelo húmedo y con las piedras, y tropezando a cada instante. Su corazón se alegró un poco, pero pronto volvió a ponerse en guardia.

A veces, ciertas bendiciones de Dios entran astillando todos los vitrales.

Era agradable que Brida estuviese a su lado, pensó el Mago, mientras descendían la montaña. También él era un hombre igual a todos los hombres, con las mismas flaquezas, las mismas virtudes, y aún hoy, no estaba acostumbrado al papel de Maestro. Al principio, cuando `personas venidas de varios lugares de Irlanda llegaban a aquel bosque en busca de sus enseñanzas, él hablaba de la Tradición del Sol y pedía a las personas que comprendiesen lo que estaba a su alrededor. Allí, Dios había guardado Su sabiduría y todos eran capaces de comprenderla a través de unas pocas prácticas, nada más. La manera de enseñar según la Tradición del Sol había sido ya descrita hace dos mil años por el Apóstol: "Y en medio de vos estuve como un débil y tímido, lleno de gran temor, mi palabra y mi prédica no consistieron en discursos llenos de sabiduría, sino en la demostración del Espíritu y de la fuerza divina, para que vuestra fe no se fundase en sabiduría humana, sino en la fuerza de Dios".

No obstante, las personas parecían incapaces de entender lo que explicaba sobre la Tradición del Sol, y se quedaban decepcionadas porque era un hombre como todos los demás.

Él decía que no, que él era un maestro, y todo lo que estaba haciendo era dar a cada uno los medios propios para adquirir Sabiduría. Pero ellas necesitaban mucho más: necesitaban un guía. No entendían la Noche Oscura, no entendían que cualquier guía en la Noche Oscura iluminaría, con su linterna, apenas aquello que él mismo quisiese ver. Y si, por casualidad, esta linterna se apagase, las personas estarían perdidas, por no conocer el camino de regreso.

Pero necesitan un guía. Y, para ser un buen Maestro, también tenía que aceptar las necesidades de los otros. Entonces pasó a rellenar sus enseñanzas con cosas innecesarias, más fascinantes, de modo que todos fuesen capaces de aceptar y de aprender. El método dio resultado. Las personas aprendían la Tradición del Sol y cuando finalmente llegaban a entender que muchas cosas que el Mago había mandado hacer eran absolutamente inútiles, se reían de sí mismas. Y el Mago quedaba contento, porque finalmente había conseguido aprender a enseñar.

Brida era una persona diferente. Su oración había tocado hondo el alma del Mago. Ella conseguía entender que ningún ser humano que pisó este planeta fue o es diferente a los otros. Pocas personas eran capaces de decir en voz alta que los grandes Maestros del pasado tuvieron las mismas cualidades y los mismos defectos que todos los hombres, y esto no disminuyó ni siquiera un poco su capacidad de buscar a Dios. Juzgarse peor que los otros era uno de los más violentos actos de orgullo que él conocía, porque era usar la manera más destructiva de ser diferente.

Cuando llegaron al bar, el Mago pidió dos medidas de whisky.

– Mira a las personas -dijo Brida-. Deben venir aquí todas las noches. Deben hacer siempre lo mismo.

El Mago ya no estaba tan convencido de que Brida realmente se juzgase igual que los otros.

– Estás demasiado preocupada por las personas -respondió-. Ellas son un espejo de ti misma.

– Lo sé. Había descubierto lo que era capaz de ponerme alegre o triste. Y, de repente, entendí que era preciso cambiar esos conceptos. Pero es difícil.

– ¿Qué te hizo cambiar de idea?

– El Amor. Conozco a un hombre que me completa. Hace tres días, él me mostró que su mundo también está lleno de misterios. Entonces no estoy sola.

El Mago se quedó impasible. Pero se acordó de las bendiciones de Dios que astillan los vitrales.

– ¿Tú lo amas?

– Descubrí que puedo amarlo aún más. Si este camino no me enseña nada nuevo a partir de ahora, por lo menos habré aprendido algo importante: es preciso correr riesgos.

Él había preparado una gran noche, mientras descendían la montaña. Quería mostrar cuánto la necesitaba, mostrar que era un hombre como todos los demás, cansado de tanta soledad. Pero todo lo que ella quería eran respuestas a sus preguntas.

– Existe algo extraño en el aire -dijo la joven. El ambiente parecía haber cambiado.

– Son los Mensajeros -respondió el Mago-. Los demonios artificiales, aquellos que no forman parte del brazo izquierdo de Dios, aquellos que no nos conducen a la luz.

Sus ojos estaban brillando. Realmente algo había cambiado y él hablaba de demonios.

– Dios creó a la legión de Su Brazo Izquierdo para perfeccionarnos, para que sepamos qué hacer con nuestra misión -continuó él-. Pero dejó a cargo del hombre el poder de concentrar las fuerzas de las tinieblas y crear sus propios demonios.

Eso era lo que él estaba haciendo ahora. -También podemos concentrar las fuerzas del bien -dijo la joven, un poco asustada.

– No podemos.

Era conveniente que ella preguntase algo, tenía que distraerse. No quería crear un demonio. En la Tradición del Sol, eran llamados Mensajeros, y podían hacer mucho bien, o mucho mal; sólo a los grandes Maestros estaba permitido invocarlos. Él era un gran Maestro, pero no quería hacer eso ahora, porque la fuerza del Mensajero era peligrosa, principalmente cuando estaba mezclada con las decepciones del amor.

Brida estaba desorientada con la respuesta. El Mago actuaba de una manera extraña.

– No podemos concentrar el Bien -continuó él, haciendo un inmenso esfuerzo para prestar atención a sus propias palabras-. La Fuerza del Bien siempre se esparce, como la Luz. Cuando tú emanas las vibraciones del Bien, beneficias a toda la Humanidad. Pero cuando concentras las fuerzas del Mensajero, estás beneficiando -o perjudicando- solamente a ti misma.

Sus ojos estaban brillando. Llamó al dueño del bar y pagó la cuenta.

Vamos a mi casa -dijo-. Voy a preparar un té y me dirás cuáles son las preguntas importantes de tu vida.

Brida vaciló. Él era un hombre atrayente. Ella también era una mujer atrayente. Tenía miedo de que aquella noche pudiera estropear su aprendizaje.

"Tengo que correr riesgos", se repitió a sí misma.

La casa del Mago estaba un poco alejada del pueblo. Brida notó que, a pesar de ser bastante diferente de la casa de Wicca, era confortable y bien decorada. Sin embargo, no había ningún libro a la vista: predominaba el espacio vacío, con pocos muebles.

Fueron a la cocina a preparar el té y volvieron a la sala.

– ¿Qué has venido a hacer hoy aquí? -preguntó el Mago.

– Me prometí a mí misma que volvería el día en que ya supiese algo.

– ¿Y ya sabes?

– Un poco. Sé que el camino es simple, y por eso más difícil de lo que había pensado. Pero simplificaré mi alma. Ésta es la primera pregunta: ¿Por qué pierdes el tiempo conmigo?

"Porque tú eres mi Otra Parte", pensó el Mago. -Porque también necesito a alguien con quien conversar -respondió él.

– ¿Qué piensas del camino que elegí, el de la Tradición de la Luna?

El Mago tenía que decir la verdad. Aun prefiriendo que la verdad fuese otra.

– Era tu camino. Wicca tiene toda la razón. Tú eres una hechicera. Vas a aprender en la memoria del Tiempo las lecciones que Dios enseñó.

Y se quedó pensando por qué la vida era así, por qué había encontrado una Otra Parte cuya única manera posible de aprender era a través de la Tradición de la Luna.

– Tengo sólo una pregunta más -dijo Brida. Se estaba haciendo tarde, dentro de poco ya no habría autobús-. Necesito saber la respuesta, y sé que Wicca no me la enseñará. Lo sé porque ella es una mujer igual que yo, será siempre mi Maestra pero, en lo relativo a este asunto, será siempre una mujer: quiero saber cómo encontrar a mi Otra Parte.

"Está frente a ti", pensó el Mago.

Pero no respondió. Fue hasta un rincón de la sala y apagó las luces. Dejó encendida apenas una escultura de acrílico, en la que Brida no había reparado cuando entró; dentro contenía agua y burbujas que subían y bajaban, llenando el ambiente con rayos rojos y azules.

– Ya nos hemos encontrado dos veces -dijo el Mago, con los ojos fijos en la escultura-. Sólo tengo permiso de enseñar a través de la Tradición del Sol. La Tradición del Sol despierta en las criaturas la sabiduría ancestral que poseen.

– ¿Cómo puedo descubrir a mi Otra Parte por la Tradición del Sol?

– Ésta es la gran búsqueda de las personas sobre la faz de la Tierra -el Mago repitió, sin querer, las mismas palabras que Wicca. Quizás hubiesen aprendido con el mismo Maestro, pensó Brida-. Y la Tradición del Sol colocó en el mundo, para que todas las personas la viesen, la señal de su Otra Parte: el brillo en los ojos.

– Ya he visto muchos ojos brillar-dijo Brida-. Hoy mismo, en el bar, vi tus ojos brillar. Esta es la forma en que todas las personas buscan.

"Ya olvidó su oración -pensó el Mago. Estaba otra vez creyendo que era diferente de los otros-. Es incapaz de reconocer lo que Dios le muestra tan generosamente."

– No entiendo los ojos -insistió ella-. Quiero saber cómo las personas descubren su Otra Parte por la Tradición de la Luna.

El Mago se giró hacia Brida. Sus ojos estaban fríos y sin expresión.

– Estás triste por mí, lo sé -continuó ella-. Triste porque aún no consigo aprender a través de las cosas simples. Lo que tú no entiendes es que las personas sufren, se buscan y se matan por amor, sin saber que están cumpliendo la misión divina de encontrar su Otra Parte. Olvidaste, porque eres un sabio y no te acuerdas de las personas comunes, que traigo milenios de desilusión conmigo, y ya no consigo aprender ciertas cosas a través de la simplicidad de la vida.

El Mago permaneció impasible.

– Un punto -dijo él-. Un punto brillante encima del hombro izquierdo de la Otra Parte. Es así en la Tradición de la Luna.

– Es hora de irme -dijo ella. Y deseó que le pidiera que se quedara. Le gustaba estar allí. El había respondido a su pregunta.

El Mago, no obstante, se levantó y la acompañó hasta la puerta.

Voy a aprender todo lo que tú sabes -dijo ella-. Voy a descubrir cómo se ve ese punto.

El Mago esperó a que Brida desapareciese de la carretera. Había un autobús de regreso a Dublín en la próxima media hora, y no tenía por qué preocuparse. Después, fue hasta el jardín y ejecutó el ritual de todas las noches; estaba acostumbrado a hacer aquello, pero a veces necesitaba mucho esfuerzo para alcanzar la concentración necesaria. Hoy estaba particularmente dispersivo.

Cuando acabó el ritual, se sentó en el umbral de la puerta y se quedó mirando al cielo. Pensó en Brida. Podía verla en el autobús, con el punto luminoso en el hombro izquierdo, que sólo él era capaz de reconocer, porque ella era su Otra Parte. Pensó cuán ansiosa debía estar por concluir una búsqueda que había empezado el día de su nacimiento. Pensó en cómo estaba fría y distante desde que llegaron a su casa, y cómo aquello era una buena señal. Significaba que estaba confusa con sus propios sentimientos; se estaba defendiendo de lo que no podía comprender.

Pensó también, con cierto temor, que estaba enamorada.

– No existen personas que no consigan encontrar su Otra Parte, Brida -dijo el Mago, en voz alta, a las plantas de su jardín. Pero en el fondo se dio cuenta de que también él, a pesar de conocer desde hacía tantos años la Tradición, necesitaba aún reforzar su fe, y estaba hablando para sí mismo.

"Todos nosotros, en algún momento de nuestras vidas, nos cruzamos con ella y la reconocemos -continuó-. Si yo no fuese un Mago, y no viese el punto en tu hombro izquierdo, tardaría un poco más en aceptarte. Pero tú lucharías por mí, y un día yo percibiría el brillo en tus ojos.

Назад Дальше