Noviembre ha sido un mes extraño, un mes de tránsito, uno de esos que no olvidaré fácilmente en mi vida. Por primera vez me he sentido, digamos, mujer. Gracias a mi hermano. Era un viernes. Los viernes resulta un poco extraño estar en el colegio. Quizá porque se siente la proximidad del sábado y del domingo, y por eso el jaleo suele ser mayor.
¡Venga, no le hagas eso! ¡Le vas a dar un susto de muerte?
Pero Cudini hace oídos sordos. Menudo tipo. Es delgado a más no poder y alto como una jirafa. Lleva siempre unas sudaderas preciosas, dice que se las regala su tío de América, uno que viaja constantemente por trabajo. La de hoy es increíble, militar, azul mezclado con gris y verde, traída directamente de Los Ángeles. El tío de Cudini compra de todo en el extranjero y lo lleva a Italia: películas para la televisión, objetos para las boutiques, cuadros para los amigos, vestidos para las chicas, camisetas y vaqueros para las tiendas de tejanos, y cerveza para los bares. Y, además de todos los regalos que le hace, tiene siempre un billete de avión a punto para su sobrino. A Cudini le gustan las sudaderas y, por encima de todo, le gusta gastarle esa broma a la profe Fioravanti, la de tecnología. Lo llama «el caetemuerto». ¡Cuelga la capucha de la sudadera en la percha de clase y después se deja caer a peso muerto», como dice él! Y cuando llega la profe Fioravanti, bueno, pues se organiza una buena.
¡Aquí está, aquí está, ya viene!
Alis entra corriendo en clase. Se divierte como una loca vigilando a ver si se acerca alguien.
¡Venga, vamos, sentaos ya!
Volvemos a nuestros pupitres y cuando la profe Fioravanti entra parecemos una clase modélica. Se detiene justo detrás de Cudini, que está colgado de la percha.
¿Qué pasa? ¿Cómo es que estáis tan callados? ¿Qué ha pasado? ¿Debo preocuparme?
Antes de que le dé tiempo a acabar, Cudini empieza a patear, a moverse, a forcejear gritando «¡Ah! ¡Ah!». Chilla como un loco, como un cuervo golpeado, como un ave rapaz, que se aleja volando en un valle cualquiera, mientras agita los brazos y las piernas colgado por la capucha de la sudadera, y sacude con fuerza la percha contra la pared.
Ah, ah
La profe Fioravanti se sobresalta.
¡Socorro, ¿qué ocurre?! -Se lleva la mano al corazón-. ¡Qué susto? Pero ¿qué es esto?
Y entonces ve esa especie de murciélago humano pegado a la pared que grita y se debate haciendo ruido.
Ah, ah, ah -brama Cudini.
Entonces la profe Fioravanti coge su carpeta y lo golpea varias veces en la espalda, con fuerza, intentando aplacar a ese extraño animal. Víctima de todos esos golpes en la espalda, Cudini al final se tambalea, no consigue mantenerse en pie y pierde el apoyo. Se queda colgado de la percha sólo por la sudadera y, al final, se suelta. La sudadera se estira, la capucha resiste, lo sujeta todavía un poco, pero luego Cudini se precipita hacia adelante arrastrando el perchero de madera consigo, arrancando las sujeciones, y cae al suelo con gran estruendo.
¡Ay!
Cudini rueda por el suelo y la percha se le viene encima. Todos nos echamos a reír, organizamos una buena algarabía, algún que otro chalado se sube al pupitre, todos gritan, arman jaleo, e imitan las voces de extraños animales.
¡Hia, hia!
¡Glu, glu!
¡Roar, roar!
¡Sgrumf, sgrumf!
La profe Fioravanti sigue pegando con su carpeta a Cudini incluso ahora que está en el suelo, con el perchero encima.
Toma, toma, toma
¡Ay, ay, profe! ¡Que soy yo!
Por fin consigue quitarse el perchero de encima y se retira la capucha de felpa, dejando la cara a la vista.
¡Cudini! ¿Eres tú? ¡Pensaba que se trataba de un ladrón!
Él se levanta dolorido.
Ay, ay Me han gastado una broma, mis compañeros me colgaron ahí
¿Cómo es posible que siempre te gasten la misma broma a ti? ¿Y que tú caigas una y otra vez? ¡Y pensar que no te tenía por un idiota!
Llegados a ese punto, Cudini no puede añadir nada más. Ha recibido la nota que se merecía, y ha tenido que pasarse la tarde ayudando a enyesar la pared y a colocar de nuevo el perchero en su sitio. Y, lo peor de todo, ha debido presentar la cuenta del albañil a sus padres. Por lo visto, su padre no ha empleado la carpeta de la Fioravantí para zurrarlo, sino que lo ha hecho directamente con los pies. En cualquier caso, Bettini, el amigo de toda la vida de Cudini, ha grabado la broma del «caetemuerto» con su móvil usando el zoom. Y luego lo ha colgado en www.scuolazoo.com
. ¡Y según parece ha entrado en la lista de los mejores! El caso es que jamás nos habíamos reído tanto como hoy. Pero lo que más me ha sorprendido es lo que ha sucedido a la salida.
¡Hola, Gibbo! Hola, Filo.
Eh, Clod, ¿hablamos luego?
Claro, ¿qué piensas hacer?
Alis pensaba ir a dar una vuelta por el centro.
Y justo en ese momento, piiii, piiii, oigo el claxon. Y no puedo por menos que reconocerlo. ¡Es mi hermano! Hacía una semana que no lo veía ni hablaba con él. Y lo sentía. Es decir, en un principio pensé que volvería a casa en seguida después de la pelea con mi padre, o quizá pasados uno o dos días. En cambio, ha resistido fuera una semana, no sé dónde ha dormido, ¡y además ha ido a recoger sus cosas! ¡Rusty James es genial! Quiero decir que, por un lado, lo he echado de menos, pero por otro me gustan las personas que son consecuentes con lo que dicen.
¿Qué haces?
Me sonríe subido a su moto, una preciosa Triumph azul con el tubo de escape plateado, cromado y un sillín largo de piel negra.
¿Vienes conmigo? -Me ofrece un segundo casco-. Tengo una sorpresa para ti.
Esboza una sonrisa increíble. No puedo remediarlo. Rusty James me gusta muchísimo. Siempre está moreno, tiene la tez oscura y les dientes muy blancos, que hacen que su piel resalte aún más. Puede que porque siempre va por ahí con la moto. O porque, como dice mi madre, «El sol besa a los guapos». Bah, no sé. Sea como sea, corro hacia él, le quito el casco y me lo pongo a toda velocidad. A continuación me agarro a él y monto al vuelo, apoyo los pies sobre el estribo y, voila, paso la otra pierna al otro lado, como si montase a caballo. Me abrazo con fuerza a su cintura. Y Alis y Clod, y también las otras chicas me miran. Rusty gusta a rabiar, ¡más incluso! Todas querrían tener un hermano así, o un amigo o un novio, en fin, de una manera o de otra, todas querrían estar ahora en mi lugar ¡Pero la afortunada soy yo!
¡Adióóósss!
Consigo saludarlas liberando el brazo derecho en su dirección. Pero es un instante. Rusty ha puesto primera y la moto se precipita hacia adelante. Apenas me da tiempo de volver a abrazarlo y ya estamos volando en medio del tráfico. El viento en el pelo, Me miro en el espejito que hay delante. Tengo los ojos entornados y las puntas de mi pelo, con mechas de un rubio claro, sobresalen del casco. Encuentro las gafas Ray-Ban dentro de mi bolsa. Me las pongo con una sola mano, lentamente, la patilla tropieza al principio con el pelo, después detrás de la oreja, pero al final consigo colocármela. Ahora el viento me molesta menos y puedo ver bien la calle. Lungotevere. Dirección centro. Nos estamos alejando del colegio, de casa
Eh, pero ¿adónde vamos? -grito para que me oiga.
¿Qué?
¿Adónde vamos?
Rusty James sonríe. Lo veo por el retrovisor, nuestras miradas se cruzan.
¡Ya te he dicho que es una sorpresa!
Y acelera un poco más y yo lo abrazo con más fuerza, y de esa manera escapamos, lejos de todo y de todos, perdidos en el viento.
Un poco más tarde, Rusty James frena, reduce las marchas y se desvía hacia la izquierda. Baja siguiendo el curso del río. Se levanta sobre los estribos para saltar un último y pequeño escalón. Lo imito para evitar el golpe del sillín en las nalgas. Sonríe al verme.
¡Eso es!
A continuación saltamos los dos, volvemos a sentarnos y él acelera de nuevo, reduce las marchas, acelera, dando gas, avanza a lo largo de una pista para bicicletas, del río, que ahora está más cerca.
Ya está. -Frena poco después-. Hemos llegado
Apaga el motor en marcha y avanza los últimos metros en medio del silencio del campo que nos rodea. Sólo algunas gaviotas en lo alto interrumpen con sus graznidos el tranquilo fluir del Tíber.
Rusty James pone el caballete y luego me ayuda a bajar.
¿Estás lista? Aquí está
Y me enseña la preciosa barcaza que tenemos delante.
A partir de hoy, cuando me busques, puedes encontrarme aquí.
Caramba, ¿de verdad es tuya? ¿La has comprado?
¡Eh! Pero ¿por quién me has tomado? Sube, venga.
Me deja pasar.
No. no, primero tú.
Está bien.
De modo que sube primero a la pasarela que une la barcaza con la orilla.
Quizá un día la compre, a saber. Por el momento la he alquilado, e incluso he conseguido que me hagan un buen precio.
No se lo pregunto. Ya he sido lo bastante tonta como para pensar que podría habérsela comprado. Sin embargo, él se encarga de satisfacer mi curiosidad.
Me la han dejado por tan sólo cuatrocientos euros al mes.
«¡Sólo!», pienso. Es la cantidad que yo consigo ahorrar en todo un año. Pero que diga eso significa que es un precio fantástico y que debo mostrarme entusiasta.
Bueno, me parece bien.
¿Bien? Es magnífica. Veamos, ésta es la sala.
Y me enseña una habitación grande con una mesa en el centro y unos sillones viejos abandonados en un rincón. Todo se ve muy viejo y cochambroso, pero no quiero que él note que pienso eso.
Es muy grande
Sí, es un poco antigua, hacía mucho que estaba deshabitada. Ven, ésta es la cocina.
Entramos en una habitación blanca, muy luminosa. Tiene una cristalera en lo alto y al fondo una escalera que conduce a la cubierta superior. En el centro hay unos hornillos grandes, de hierro, y no están oxidados.
¿Ves? -Abre una puerta-. Aquí va la bombona de gas.
¡Como en la playa!
Lo decimos al unísono y nos echamos a reír. Y luego yo lo miro por un instante en silencio. Entonces Rusty James extiende la mano derecha.
Sí, ya sé lo que estás pensando, venga, hagámoslo
De manera que los dos aproximamos nuestra mano derecha, acto seguido entrelazamos los meñiques, sonreímos y hacemos ese extraño columpio con los dedos unidos.
Uno, dos y tres ¡Floc!
Y los soltamos.
¡Bien! -Mi hermano rompe a reír-. ¡Así se cumplirá lo que hemos deseado!
Y, claro está, no le digo cuál es mi deseo, si no, no se hará realidad, y tampoco os lo digo a vosotros. Aunque os lo podéis imaginar, ¿no?
Ven, éste es el dormitorio -Abre una puerta que está al fondo- Con baño ¿Qué te parece?
Separo los brazos del cuerpo y me encojo de hombros.
Bueno, la verdad es que no sé qué decirte. Es es preciosa, -y a continuación me dirijo de nuevo a la sala-. Es enorme, ¡tienes muchísimo espacio!
Sí, aquí quiero poner una mesa para mí. Aquí dos cuadros, aquí un pequeño armario -Rusty deambula por la sala, señalándome cada rincón-. Aquí unas cortinas blancas, aquí más oscuras, aquí una lámpara de pie, aquí el mueble para la televisión. Aquí un sofá grande para verla y aquí una mesa baja donde meteré algunas cosas
Lo sigo, me gusta, parece tener las ideas claras sobre cómo debe disponer las cosas, los colores y las luces.
En este lado, por donde sale el sol, quiero poner unas cortinas azul celeste, y aquí fuera unas flores. -Se detiene. Parece serenarse-. Necesitaré un poco de tiempo para encontrar todas esas cosas, además de, naturalmente, un poco de dinero.
Me mira y me inspira ternura. Por primera vez lo veo más pequeño de lo que en realidad es. Pero esa impresión dura apenas un instante.
Pero eso no será ningún problema Tengo algo de dinero ahorrado, sigo escribiendo y proponiendo por ahí mis cosas, antes o después me saldrá algo. De los sofás, los muebles y las mesas es mejor no hablar ahora -, ¡cuestan una fortuna!
Bueno, pero está ese sitio, ¿cómo se llama?, lo anuncian siempre en los carteles de la autopista, ¡donde todo es muy barato! Ah, sí, Ikea. ¡El único problema es que tienes que montarlo tú todo!
¿Sabes que me has dado una idea buenísima, Caro? Espera, voy a hacer una llamada
Saca el móvil del bolsillo y pulsa varias tedas. No me lo puedo creer. ¿Rusty James tiene también el número de Ikea?
Mamá -Me mira risueño-. Hola, estoy aquí con Caro. Quería decirte que volverá más tarde Sí, quizá coma conmigo, ¿vale? No, no, en McDonald's, no, ¡te lo prometo! ¿Eh? ¿Que cuándo nos vemos? -Me mira y guiña un ojo-. Pronto, muy pronto Tengo que enseñarte una cosa Eh, sí, ¡en cuanto esté lista, nos vemos! Está bien, sí, te llamaré pronto. Adiós, mamá. -Cuelga-, ¿Has visto? ¡Hecho! Júrame que no le dirás nada. Quiero darle una sorpresa e invitarla cuando todo esté arreglado.
¡Te lo juro!
Bien, en ese caso, vamos.
¿Adónde?
¿Cómo que adónde? Has tenido una idea magnifica ¡a Ikea!
No tardamos en llegar, y os prometo que jamás me he divertido tanto en mi vida. Veamos, en primer lugar comimos y, de alguna manera, fue como viajar a Suecia. Quiero decir, en realidad, no he viajado nunca allí, pero el restaurante es una especie de autoservicio en que los nombres de la comida son suecos, y también los platos y todo el diseño. Exceptuando los empleados de la caja, que deben de ser de Tufello o de esa zona, dado que hablan un dialecto romano que, quitando algún amigo camillero de papá del policlínico, jamás había oído. En cualquier caso, cogimos una porción de salmón delicioso con unas patatas al horno riquísimas y, después, un extraño pan negro, también sueco, con la miga tan compacta que hace que pienses que no engorda demasiado, cosa que en el fondo me consuela, ¡Ha sido estupendo! ¡Ikea es una auténtica ciudad! Llena de muebles de todas clases, dormitorios para grandes y pequeños, cristaleras, ventanas y cortinas, salones, todo ya montado para que puedas hacerte una idea. Y también platos, vasos, lámparas, toallas y velas. En pocas palabras, ¡que encuentras todo lo que buscas! Dimos una vuelta acompañados de un dependiente, un tal Severo -vaya nombre, ¿eh?-, que además era de todo menos severo, al contrario Rusty James y yo simulábamos ser una pareja y yo podía decidir siempre, como a veces sucede en realidad entre ellas. Al final es siempre la mujer la que elige, sobre todo si se trata de cosas para la casa. Y el hombre, bueno, ¡el hombre paga!
¿Ves, Rusty?, me gustaría comprar esas cortinas, con esa mesilla de noche y esa alfombra para el dormitorio, y también esa mesa, y eso, y eso otro
Y Rusty se echa a reír y asiente y me deja elegirlo todo. Sólo me hace reflexionar a veces.
¿No sería mejor que lo comprásemos un poco más claro? La cocina es blanca, ¿recuerdas?
Sí, es cierto, tienes razón.
Severo sigue mirando los códigos de todos los objetos que elegimos. Al final compramos una infinidad de cosas.
Ya está, eso es todo, ¿no?
Severo le pasa la hoja a Rusty, que comprueba la lista.
Sí, todo en orden.
Después se encaminan juntos hacia la caja. Severo le explica que, si paga un poco más, en un par de días le llevan las cosas a la barcaza y, si paga una cantidad suplementaria, también se lo montan.
No, de eso ya me ocuparé yo, pero no estaría mal que me lo llevaran con una furgoneta hasta allí.
De manera que Rusty James firma y nos dirigimos contentos hacia la salida.
Esperad, esperad
Severo corre a nuestras espaldas.
Olvidabais esto -Y nos entrega una fotocopia con todo lo que hemos elegido y, además, un catálogo de Ikea-. Si os dais cuenta de que os falta algo, podéis buscarlo aquí
Y nos da también el catálogo. Acto seguido, se queda allí de pie, delante de nosotros, y esboza una sonrisa.
¿Puedo deciros algo? -Ni siquiera espera a que le respondamos que sí-. Sois una pareja encantadora. Jamás he visto a ninguna otra que se llevara tan bien.
Y nos dedica una sonrisa de satisfacción. ¡Vaya tipo, ese Severo! No le pega nada el nombre, yo lo habría llamado Dulce o Simpático o Alegre o también, eso es, ¡Sereno' ¡Severo, desde luego que no!
Rusty James me abraza y le sonríe.
El mérito de que nos llevemos tan bien es todo suyo -dice.
Y estrecha su abrazo y se aleja conmigo como si de verdad fuese su novia. Y en ese momento os juro que me siento como si tuviese, al menos, quince o dieciséis años, en fin, que me siento una mujer. Pero, sobre todo, la mujer más feliz del mundo.
Simple Plan,When I'm gone. La escucho en el iPod y pienso en cómo sería si yo, de repente, me marchase también. No, no me refiero a morir, sino a marcharme, como ha hecho Rusty James. Pero irme a vivir, por ejemplo, a Londres. Y dejarlos a todos en casa. Sólo escribiría a mi madre y a mi hermano. En cualquier caso, salvo eso, que no deja de ser un sueño, en el mundo real esta mañana Cudini ha tratado de batir su propio récord para volver a situarse en la clasificación de los mejores de www.scuolazoo.com. Creo que le corroe que un tal Ricciardi de un colegio de Talenti lo supere. Nos ha enseñado la fotografía que aparece en la página durante la clase de inglés, en el aula de idiomas equipada con ordenadores, que, en realidad, deberían servir para otras cosas, pero bueno, al fin y al cabo así también se aprende, ¿no?
Mira, mira, ¡¿cómo puede ir en primer lugar alguien con esa cara?) Ese Ricciardi me está ganando. ¿Os dais cuenta?
El tal Ricciardi, que a mí me parece que no está nada mal, es guapo de cara, pero, sobre todo, ¡la broma que le gastó a su profe es genial! ¡Entró vestido de cura con zapatos de plataforma, bendijo a la clase y a continuación salió inclinándose por la puerta sin caerse!
Bueno, es divertido.
¡Sí, pero el tal Ricciardi es de la Roma!
¿Y eso qué tiene que ver?
Bueno, en mi opinión, tiene mucho que ver.
Como si esa competición tuviese fronteras, como si no valiera lodo. Quiero decir que Cudini está cabreado a más no poder, porque la cosa no le convence en absoluto.
Bueno, yo lo veo así. Sea como sea, se me ha ocurrido una idea. Ven aquí, Bettoni. -Los dos se ponen a charlar en un rincón. Y Cudini se lo cuenta todo al oído, apartándose de vez en cuando-. ¿Me has entendido? -Se aproxima de nuevo a Bettoni-. Genial, ¿no crees?
Bettoni se ríe a carcajadas.
Muy bien, genial Seguro que ganarás a ese capullo de Ricciardi.
En fin, que ahora todo el mundo le tiene ojeriza al chico. Si al menos hubiese una razón. ¡Bah!
Solidaridad Farnesina. La llamaré así, con el nombre de nuestro colegio.
Volvemos al aula porque ya falta poco para la clase de italiano. Charlamos todos como de costumbre mientras esperamos al profe, excepto Bettoni, que en ese momento trata de ajustar lo mejor posible su móvil, como si se hubiese pasado la vida dedicado al cine en cuerpo y alma.
¿Cómo lo quieres?, ¿con el zoom o en panorámica?
Cudini lo mira perplejo.
¿Me estás tomando el pelo? ¡Como te parezca! Es suficiente con que no te equivoques, con que lo grabes bien. ¿Sólo puedo hacerlo una vez, luego todos se habrán dado cuenta y entonces ya no valdrá!
Lo más absurdo es que hoy en día se puede hacer de todo con esos teléfonos. Antes sólo servían para llamar. Ahora son iPod, videocámaras, ordenadores con acceso a internet y a saber cuántas otras cosas que yo, desde luego, desconozco. Por eso cuestan un riñón. ¡Y también por eso me birlaron el mío! ¡Que, además, en ese caso, valía más aún por el número de Massi! Pero prefiero no pensar en ello. Justo en ese momento llega el profe Leone.
Buenos días, chicos. ¡Vamos, cada uno a su sitio!
El profe se dirige hacia su mesa y se sienta. Coloca la bolsa sobre ella, la abre y saca su agenda de clase.
Veamos, hoy toca examen oral, tal como quedamos el último día.
Coge la lista y comprueba los nombres que ha marcado. Cudini mira a Bettoni y le hace un gesto con la cabeza como si quisiese decirle: «¿Todo en orden?» «¡Todo en orden, estoy grabando!» Bettoni hace el consabido gesto con el pulgar. «Tranquilo, tranquilo, todo bien.»
Porque en Bettoni se puede confiar, según dice él. En cambio, a mí Cudini me parece extremadamente tenso.
El profe Leone sigue la lista con el índice.
Veamos, el primero al que quiero preguntar es es ¡Cudini!
El profe alza la cabeza hacia él. Cudini mira por un instante a Bettoni, que ya está grabando al profe con el móvil y asiente con la cabeza. Luego Bettoni desvía repentinamente el aparato hacia Cudini, que traga saliva y empieza a hablar.
Profe, hoy no me preguntará, ¿y sabe por qué? ¡Porque pienso salir huyendo!
Y, tras decir esto, toma impulso, salta sobre el pupitre de Raffaelli, la más empollona de la clase, y se arroja por la ventana.
¡Aaaahhhh!
A continuación, ¡bum!, se oye un golpe increíble. El profe Leone, todos nosotros y también Bettoni nos precipitamos hacia la ventana. Cudini está en medio del patio, tumbado en el suelo, con una pierna torcida.
¡Dios mío, está loco! ¡Se ha roto la pierna! ¡Se ha hecho daño! -grita el profe Leone.
Bettoni sigue filmando con el móvil. Yo sacudo la cabeza.
¡Oh, Cudini está como una cabra! ¡Ha saltado desde el segundo piso! Quizá pensaba que iba todavía a II-B, cuando nuestra aula estaba en el primer piso
Bettoni cierra el móvil.
Bueno, basta, ¡Basta de grabaciones! Qué primero o segundo piso ni qué ocho cuartos. ¡Cudini pensaba que debajo de la ventana había una terraza!
Bettoni mira a Raffaelli, que limpia su pupitre en el punto donde Cudini ha apoyado los pies antes de saltar.
Siempre he dicho que esa tía trae mala suerte.
De manera que se han llevado a Cudini al hospital. Conclusión: le han enyesado la pierna y deberá llevar la escayola durante un mes. El profe Leone, para protegerlo del lío que se habría organizado con la dirección, ha dicho que, mientras bromeaba, había resbalado, y que, aún así, le había puesto una nota por mal comportamiento. Pero lo más importante es que el vídeo, donde aparece también el golpetazo final perfectamente grabado por Bettoni, ahora encabeza clasificación de www.scuolazoo.com, ¡va en primera posición! Por encima de Ricciardi, el «romanista», como él lo llama.
¡Fabuloso!
Se ha hecho filmar también en el hospital para que figurara en el vídeo.
Quiero que todos vean que no es un montaje, como hacen muchos ¡Lo mío ha sido de verdad!
Cudini está realmente chiflado. En cualquier caso, todos hemos ido a verlo por turnos.
¡Eh, no dejéis que venga Raffaelli! ¡Si no, seguro que acabo rompiéndome también la otra pierna!
Venga, no digas eso. Es terrible que tenga esa fama de gafe
Gafe, ¿eh? ¡Por si acaso, tú no dejes que venga! No le diremos nada a nadie, ¿de acuerdo?
Cudini sonríe y abre la caja de bombones que le ha llevado Alis, ¡secundado, como no podía ser de otro modo, por Clod! ¡Es incorregible1 ¡Y, a su manera, Cudini también! Pero ahora me cae bien. No sé si porque se ha hecho daño. Quizá porque con la historia de la escayola se ha visto obligado a tranquilizarse un poco. Antes estaba siempre alborotando. Filo suele decir que está poseído por el demonio, que antes de invitarlo a casa hay que llamar a un exorcista. Sea como sea, el día del hospital estaba de buen humor, amable, casi educado.
¿Me pones algo bonito en la escayola? Esmérate, Caro, que lo tuyo me interesa ¡Quiero decir que, si lo haces tú, seguro que quedará precioso! Dibujas genial.
La verdad es que me lo habían dicho ya Silvia Capriolo y Paoletta Tondi, que, además, dibujan realmente bien, es decir, que comprenden las perspectivas, las dimensiones, las sombras y los claroscuros. Digamos que yo me las arreglo mejor con los cómics. Y, de hecho
Eh, ¿me lo vas a hacer así?
Oh. Cudini, me he traído adrede los rotuladores de casa. ¡No seas plasta!
Y así, en un abrir y cerrar de ojos, me concentro en la escayola. Y celeste y azul oscuro, y luego naranja para el pico y el contorno en negro, ¡e incluso le pinto unos zapatos! Al final, después de casi media hora, cuando me incorporo, Cudini está en ascuas.
Venga, apártate, que quiero verlo -Es demasiado curioso-. Joder
Se queda boquiabierto.
¿Te gusta?
¡Me encanta!
Lo contempla satisfecho. Y vuelvo a aproximarme a él con el rotulador negro.
Eh, ¿qué haces? Me lo vas a estropear, no hagas nada más, que te ha quedado perfecto.
¡Pero quiero firmarlo!
Y escribo «Caro» mientras Cudini me sonríe.
Eh, Caro, me encanta el aguilucho que me has dibujado. Es blanquiazul, como mi corazón, como el cielo y como las bragas de la chica de mis sueños
¡Anda ya!
En ese preciso momento entra la madre de Cudini.
Francesco, ¿cómo estás? ¿Cómo va la pierna? -Y empieza a besarlo en la mejilla-. ¡Hijo mío, no sabes cuán preocupada estoy por ti! No duermo por las noches -añade sin dejar de besuquearlo.
Vamos, mamá, que hay gente.
Alis, Clod y yo nos miramos risueñas.
No se preocupe, señoradice Alis, que tiene siempre la palabra justa.
Pero Cudini se revuelve en la cama.
Sí, pero la pierna es mía. Te has sentado encima, mamá.
Perdona, perdona. Mira lo que te he traído. Ha venido también la tía, con Giorgia y Michele.
Y entra una señora que sería muy elegante si no fuese porque se ha pasado con el perfume y lleva un abrigo de pieles exagerado, voluminoso En mi vida he visto nada parecido; ni siquiera en los documentales he visto un animal así. Por si fuera poco, va toda maquillada y luce unos pendientes y un collar enormes, hasta el punto de que, como tropiece y se caiga, a ver quién es el guapo que la levanta.
Francesco, pero ¿qué has hecho?
Y también la tía, digna hermana de su madre, se abalanza sobre Cudini y lo cubre de besos.
¡Ay, tía!
No será para tanto
¿Cómo que no? Te has abalanzado sobre la escayola con ese bolso.
Ah, disculpa.
Sí, claro
A continuación, Cudini saluda a sus primos.
Hola, Giorgía, ¿cómo estás?
¡Cómo estás tú!
La chica sonríe. Es más moderada que la madre-tía huracán de fuerza cuatro, un poco tímida y muy mona, maquillada apenas, el pelo liso y castaño claro, unos vaqueros y una camiseta naranja. El hermano, en cambio, va vestido con un chándal. Lleva un bonito Adidas negro y una bolsa en bandolera con dos raquetas dentro.
Eh, tío, pareces Nadal -Cudini lo señala riéndose.
Michele esboza una sonrisa.
En todo caso, Federer. Mi estilo de juego es más parecido, y no soy tan macarra.
Sí, sí, ¡pero siempre gana Nadal!
En tierra batida, sí.
Michele parece completamente distinto de Cudini. Es más bajo, tiene el pelo un poco pelirrojo y corto. Es perfecto, delgado sin exagerar, en pocas palabras, robusto. Es agradable y parece educado. Por eso es el polo opuesto de Cudini. Clod se limpia los dedos todavía impregnados de chocolate y tiene una de sus salidas.
Así que juegas al tenis
Cudini no la deja escapar.
No, si te parece, con esas raquetas hace de barrendero Eh, ¡cuando quieres eres muy graciosa! -Luego Cudini simula ponerse triste-. Lástima que no te des cuenta
Alis y Giorgia se ríen. Michele intenta no ponerla en un aprieto.
Estoy disputando un torneo aquí cerca. Tengo que irme dentro de poco Y, además, de vez en cuando doy clases de tenis por las tardes para ganar algo de dinero.
Lo miro. Nuestros ojos se encuentran y él me sonríe. Es un encanto. Y eso de que de clases de tenis para sacarse un poco de dinero me parece fantástico. Un poco como Rusty James. En fin, que tampoco Michele quiere ser una carga para sus padres, si bien no creo que para ellos sea un problema, a diferencia de los nuestros.
¿Cuestan mucho las clases? -Decido intervenir en la conversación.
Oh, no mucho; además, siempre trato de llegar a un acuerdo. El tenis es demasiado bonito como para no probarlo por lo menos una vez en la vida.
Le sonrío.
Creo que me gustaría probar
Michele adopta un aire profesional.
¿Sabes jugar?
Nunca he jugado, aunque quizá se me dé bien. Soy buena en deporte.
Clod asiente para demostrar que no miento. Alis compone una expresión altanera. No sé por qué a veces tiene celos de lo que me sucede. Perdona, pero tú también podrías decir algo, ¿no? Estamos aquí todos sin decir nada
Clod se repone y decide intervenir.
Yo probé una vez No me fue tan mal.
Cudini tampoco pasa esta por alto.