Me mira de nuevo, pero en esta ocasión no dice nada, es más, trata de cambiar de tema.
¿Sabes qué libro podría gustarte?Loca por las compras, de Sophie Kinsella. Según la autora, comprar desenfrenadamente es todo un arte.
Alguien que me sugiere cómo derrochar el dinero me irrita ya de entrada.
Sandro suelta una carcajada.
Sí. tienes razón, te entiendo.
Llegamos delante de las pilas de libros sobre los que hay un cartel que dice «Narrativa». Lo miro.
¿Usted lee mucho?
Bastante, me gusta leer y, además, creo que para poder hacer bien nuestro trabajo debes saber de verdad lo que vendes, conocer las historias, qué quería decir un determinado escritor No puedes limitarte a tener una idea somera del argumento de un libro leyendo simplemente la contracubierta, los fragmentos que encuentras cuando lo abres al azar o, aún peor, lo que dicen los periódicos o los críticos; o escuchando las vaguedades que quizá te haya contado un vendedor. Un libro es un momento especial en el que varios personajes cobran vida de repente; leyendo lo que piensan, lo que dicen, lo que sienten, lo que viven y sufren puedes entender si un escritor es bueno o no. Porque todas sus palabras forman parte de esos personajes a los que ha dado vida. Aunque sólo para el que los lee de verdad están realmente vivos.
Me mira y, al final, sonríe. Debe de tener unos treinta años.
Caramba, qué palabras tan bonitas. Quiero decir que los conceptos que ha citado son geniales Tiene suerte.
¿Por qué dices eso?
No lo digo yo. Lo dice siempre mi madre. Que tiene suerte el que disfruta con su trabajo.
Justo en ese momento vuelve a pasar su colega Chiara.
Eh, ya veo que estáis a gusto, vosotros dos. No paráis de charlar. Qué bonito
Acto seguido, se aleja. Sandro se queda extasiado, la mira y esboza una sonrisa. Ay Preveo líos. O felicidad.
Es usted doblemente afortunado.
Sandro me sonríe.
Y tú eres muy lista. Toma -Coge un libro de un estante-. Éste te lo regalo yo.
Vuelvo a casa muy contenta. Ahora Sandro me cae bien. Al principio pensaba que era uno de esos tipos raros a los que les gustan las niñas, y no porque yo sea muy pequeña, pero, en fin, si un tío de treinta años se obsesiona con una chica como yo, no debe de ser muy normal. En cualquier caso, yo nunca estaría con alguien de esa edad. Pero es un gran trabajador al que le gusta lo que hace y, al final, he comprendido que lo suyo es pura simpatía. Es más, se ha tomado muy en serio mi desesperado y vano intento de encontrar a Massi Pero incluso llegué a pensar por un instante que él podía ser un joven de treinta años al que no le gustan las niñas como yo, sino los hombres. No sé por qué se me ha ocurrido esa idea tan extraña. Quizá porque me parece raro que hoy en día la gente dedique su tiempo a los demás sin albergar segundas intenciones. Pero luego, después de ver cómo mira a Chiara, ya no tengo ninguna duda. No es sólo que le gusten las mujeres, ¡está perdidamente enamorado de esa chica! A saber si habrá hecho algo, yo qué sé, algún intento, aparte de babear detrás de ella como un estúpido. No hay nada peor que los demás nos vean embobados ante la belleza del amor, ¡Qué narices! En la vida no sucede a menudo. Yo lo sabía y, de hecho, cuando llegó Massi estaba más que preparada para poner todas mis cartas en juego. El destino, sin embargo, me puso la zancadilla. Ojalá no me hubiesen robado el móvil, quién se lo iba a imaginar. Basta, no quiero darle más vueltas.
Estoy en el autobús que me lleva de vuelta a casa. Hasta he encontrado un asiento libre. El libro que me ha regalado Sandro es, a decir poco, divertido. Piensas en algo, lo abres y encuentras la respuesta en la página. Es elLibro de los oráculos. Y es genial. Por lo general te haces una infinidad de preguntas a ti misma y nunca encuentras la respuesta y, sobre todo, te falta valor para preguntar a otra persona porque, sí supiesen lo que estás pensando, la mayoría de la gente se troncharía de risa. En cambio, tener en las manos un libro como ése es perfecto. Porque, sobre todo ¡no puede reírse de ti! Bien, la primera pregunta me parece obvia, pero no me queda más remedio que hacerla. ¿Volveré a ver a Massi? Cierro los ojos. Apoyo las manos en el libro para transmitirle un poco de confianza y, sobre todo, para que sienta de verdad las ganas que tengo de volver a verlo No, quiero que lo entienda bien. A continuación abro los ojos y también el libro, más o menos por la mitad. Y, por la frase que preside el centro de la página, parece haberme leído la mente: «No desesperes, sucederá pronto.»
¡Bien! Mejor dicho, ¡genial! Es lo que quería oír. Gracias, libro. Tú sí que sabes escuchar mis oraciones. Bueno, otra pregunta, ¿no? Para ser un poco más precisos ¿Qué quieres decir con eso? ¡Porque «pronto» puede significar días, semanas, o incluso meses y años! Y, en fin, me gustaría poder interpretar bien ese «pronto». De modo que pienso en ello, cierro los ojos, apoyo la mano en la cubierta para volver a transmitirle toda mi curiosidad y abro de nuevo el libro por la mitad. Esta vez, la respuesta me la tomo más en serio; «Hay que ser prácticos.»
¡Que me lo digan, a mí! ¡Yo sería en seguida práctica con Massi! Anda que no soy ordinaria. Pero, querido libro, ¿qué quieres decir? ¿Que tengo que seguir buscándolo, que debo esforzarme más? ¿O ser práctico quiere decir olvidarse de Massi y buscar a otro, más fácil? En fin, que me asaltan mil dudas. De manera que, cuando estoy a punto de retomar la lectura, entiendo que sólo tengo una certeza: ¡me he saltado mi parada! Toco de inmediato el timbre para la parada siguiente, ¡sólo que está lejísimos de casa!
Perdone -le digo al conductor-. ¿Puede dejarme aquí, por favor? Me he pasado mi parada. Se lo ruego.
Me responde sin mirarme siquiera.
No podemos, es el reglamento
Gracias, ¿eh?
Se lo agradezco, pero en realidad pienso algo muy diferente. Vaya lata, resoplo y vuelvo a la puerta central. Claro que no pueden, ¿acaso no lo sé? ¡Por eso se lo he pedido con tanta amabilidad! Pero ¿qué clase de respuesta es ésa? Costaría tan poco ser un poco más afable con el prójimo. Nada, qué coñazo,, tengo que esperar a la siguiente parada. Y, además, ¿no podrían ponerlas más cerca? Una mujer que ha oído la pregunta que le he hecho al conductor se inmiscuye en mis pensamientos.
No pueden abrir cada vez que alguien se lo pide; de lo contrario, ¿para qué servirían las paradas?
Me mira como si me dijese «¿cómo es posible que no lo entiendas?». Me gustaría responderle: «Con respecto a las paradas, tal vez esté de acuerdo, pero ¿para qué sirven, en cambio, los plastas como usted? ¡Pero si ya lo sabía! A qué viene su comentario, ¿eh? ¿Acaso aporta algo?»
Sin embargo, en ese mismo instante, el autobús se detiene, me pego a las puertas y, en cuanto éstas se abren, salto apresuradamente y echo a correr como un rayo en dirección a casa.
Llamo al interfono.
¿Quién es?
Yo.
Subo corriendo la escalera. Llamo a la puerta, me abre Ale.
Hola. -Después recorro a toda prisa el pasillo-. Ya he vuelto, mamá,
Pero ¿qué pasa aquí? En la cocina no hay nadie. Las puertas de cristal del salón están cerradas. Ale pasa por mi lado.
Están allí Creo que tienen para un buen rato Yo voy a comer.
Y se encamina hacia la cocina. Quizá me reúna con ella, pero primero quiero saber lo que está pasando. Soy demasiado curiosa. De modo que me acerco. Oigo la voz de mi madre.
Pero tal vez cambie de idea.
Mi padre grita como de costumbre.
Ya está, es por eso ¡La culpa es tuya por defenderlo siempre!
Veo la escena a través de un resquicio. Están los dos y, entre ellos, mi hermano Rusty James.
¿Se puede saber por qué discutís? ¿Por qué gritas, papá? ¿Por qué te enfadas siempre con mamá? Ella no tiene la culpa. La decisión es mía. Tengo casi veinte años, puedo tomar mis decisiones, ya sean más o menos acertadas, ¿no?
¡No! ¿De acuerdo? ¡No, porque son equivocadas! -Mi padre vuelve a alzar la voz-. Siempre son equivocadas ¿Está claro? ¡Dejas la universidad! ¿Qué puede haber de bueno en eso?
Que no me gusta estudiar medicina.
Ah, claro, tú quieres pasión. Quieres ser escenógrafo.
Guionista.
Mi hermano sacude la cabeza y se sienta en el brazo del sillón. Mi padre vuelve a la carga.
Ah, claro ¿Y todo el dinero que me he gastado para que pudieses estudiar, para que te licenciases en medicina, para ofrecerte un puesto el día de mañana? ¿Adónde ha ido a parar? Perdido, todo el dinero echado a perder. Pero ¿a ti qué más te da, verdad?
Mi hermano exhala un suspiro.
Te lo devolveré, ¿de acuerdo? Te restituiré todo lo que te has gastado conmigo. Así saldaremos nuestras deudas.
Veo que papá se aparta de la mesa, se acerca a él, aferra su cazadora, tira de la manga y casi lo hace caer del sillón cuando lo sacude con rabia.
Oye, no seas arrogante conmigo
Rusty James casi se resbala. Vuelve a levantarse y se planta delante de él. Mi padre es más bajo, pero acaban de todas formas uno frente al otro y le agarra la pechera.
¿Lo has entendido, eh? ¿Lo has entendido? -grita cada vez más fuerte, con la boca desmesuradamente abierta, sujetándolo por el cuello de la cazadora y con su cara a un milímetro de la de Rusty. Sus gritos son cada vez más fuertes-, ¿Lo entiendes o no?
Espero que no suceda nada malo. Parece una de esas escenas de una película en que al final uno tiene un cuchillo o una pistola, o en que entra un tipo diciendo «manos arriba» y, de todas formas, dispara y al final siempre hay alguien que acaba muerto en el suelo. Pero eso pasa en las películas. Mientras que aquí Papá y Rusty están cada vez más cerca, papá lo sujeta por el cuello de la cazadora. Rusty permanece inmóvil, duro, después empieza a empujarlo con el pecho para que retroceda. También mi padre empuja, sus pies resbalan en el parquet del salón, en la alfombra, que está muy desgastada. Mi padre da unos pasos hacia atrás, Rusty lo empuja y él se resiste en vano. Mi hermano sonríe. Mi padre alza una mano de la pechera, se la pone en la mejilla y Rusty James gira la cara hacia el otro lado como un caballo que patea, que escapa de su dueño, rebelde, rabioso, encabritado, falta poco para que se enzarcen.
¡Quietos, quietos! -Mi madre se interpone entre ellos. Antes de que sea demasiado tarde, antes de que acaben en los periódicos, antes de que ese estúpido juego se convierta en otra cosa-. ¡Quietos! -Menos mal, si no, habría tenido que entrar yo en el salón Bueno, seguramente lo habría hecho-. Basta, no riñáis, no hagáis eso
Rusty James se aparta. Respira profundamente. Jamás lo he visto así. También mi padre respira, pero lo hace entrecortadamente. Como si le faltase el aliento, como si se hubiese esforzado demasiado en ese extraño juego, se mire como se mire violento, de empujarse. Luego recupera el habla, se peina los cuatro pelos que se le han movido del sitio, y se sacude cuando empieza a hablar.
Yo no le pago la comida y la cama para que luego no haga nada en esta vida -dice a continuación, casi jadeando-. Yo me levanto todas las mañanas al amanecer y voy a trabajar al hospital para abrirle camino, para que él pueda acabar la universidad y llegar a ser médico. ¿Y él, mientras tanto, qué hace? El muy arrogante escupe en el dinero que le he dado, en la comida, en nuestra casa
Yo jamás he escupido
¡Lo estás haciendo ahora! ¡Deberías tener más respeto! ¡Deberías tener al menos el valor de reconocerlo! ¿Que no va contigo? En ese caso, no aceptes comer y vivir aquí para después hacer lo que te viene en gana Deberías tener el valor de marcharte -Mi padre lo mira sonriendo, casi desafiándolo. Después se deja caer sobre una de las viejas sillas del salón. Y sigue mirándolo y sonriendo, con una expresión socarrona, poco menos que desdeñosa, con malicia, como sólo mi padre puede hacerlo-. Claro, qué tonto, te falta valor
Y entonces Rusty James hace algo inesperado. De repente se lleva la mano derecha atrás, al bolsillo de sus vaqueros. Dios mío, ahora sacará un cuchillo o, peor, una pistola, como decía antes. Pero no.
Extrae un sobre. Es una carta. Hago un esfuerzo por ver de qué se trata. En ella puede leerse «Para mamá». De hecho, se la da.
Ten, es para tiY, mientras se la tiende, mira por última vez a mi padre-. ¿Lo ves? Sabía de antemano lo que ibas a decir. Eres muy previsible.
Y esta vez es él el que se ríe mientras se marcha. Sólo que su risa transmite tristeza, amargura, decepción, no auténtica alegría. Apenas me da tiempo a esconderme. Me precipito hacia la otra habitación mientras él sale a toda prisa, cruza el pasillo y se dirige a la puerta de entrada. Oigo el portazo. Después vuelvo de inmediato a mi sitio, al escondite desde el que he presenciado hasta ese momento toda la escena. Mi madre ha abierto el sobre, ha sacado la carta y la está desdoblando. Me acerco aún más a la puerta. Así está mejor. Mi madre empieza a leer con ojos temerosos, de arriba abajo, rápidamente, a derecha e izquierda, devorando las palabras como si estuviese buscando algo, algo que sabe de antemano. Y mi padre la mira, quizá molesto, entorna los ojos, en cierto modo denotado por el hecho de que Rusty James se lo haya imaginado todo. A continuación, da un manotazo a la mesa.
¡Digo yo que me la podrías leer!- Así quizá tenga la impresión de que pinto algo en esta casa, ¿eh?
Mi madre exhala un hondo suspiro y empieza a leer: «Mamá, no te enfades, pero si te he dado esta carta es porque las cosas han ido como pensaba. Creo que eres una persona estupenda, que trabajas duramente todos los días, que te levantas a primera hora de la mañana»
¡Claro, y yo me paso todo el día durmiendo a pierna suelta, no doy un palo al agua, yo no trabajo, ¿verdad?! -Mi madre se detiene un momento. Lo mira. Mi padre alza la mano en dirección a ella-. ¡Sí, sí, sigue, sigue!
Mi madre retoma la lectura: «Hace seis meses que llevo esta carta en el bolsillo. Esta noche la he reescrito porque sabía lo que sucedería cuando le dijese a papá que pensaba dejar la universidad y, por tanto, no iba a tener otra ocasión para dártela. Durante todos estos años he estado bien» Mi madre se para, solloza. Después respira profundamente, varias veces, aún más profundamente, y a continuación sigue leyendo: «Pero creo que a los veinte años todavía debo intentar ser feliz. Cuando papá me matriculó en medicina traté por todos los medios de hacerle entender que eso no era lo que yo quería hacer en esta vida, pero él no me hizo caso. Ya sabes lo cabezota que es, cree que conoce a todas las eminencias de la medicina»
Por supuesto, y él, en cambio, conoce a los verdaderos sabihondos. Me gustaría saber qué piensa hacer si no estudia. ¿Cómo se las arreglará? ¿Cómo piensa comer? ¿Dónde vivirá? ¡Tendrá que volver aquí!
Mi madre lo mira entornando los ojos, de pronto su semblante se endurece; mi padre no sabe que si alguien le toca a Rusty James puede transformarse en una tigresa.
Después exhala un prolongado suspiro, aún más prolongado que el anterior, y se pone de nuevo a leer: «Sé de tus esfuerzos, de tu paciencia y de tu amor, y estoy seguro de que entenderás mi decisión de abandonar medicina y de hacer lo que verdaderamente me gusta: escribir. ¿Recuerdas cuando te leía las redacciones de italiano? Tú me dijiste una vez que te divertían, que te hacían reír y que, además, te conmovían. Pues bien, mamá. Me gustaría que comprendieses que, de alguna forma, tú has sido quien me ha dado el valor necesario para no ignorar mi pasión. No quiero que mi vida sea tan sólo una sucesión de días en los que sólo espero que el tiempo pase, sin una sonrisa, sin una emoción, sin la esperanza del éxito deseado. Puede que me caiga mientras lo intento, sí, pero para levantarme de nuevo después e intentar conseguirlo redoblando el esfuerzo. Tengo la posibilidad de vivir ese entusiasmo que tú te has visto obligada a sofocar de alguna manera. Quiero convertirme en escritor, escribir para el cine, para el teatro, o una novela; me gusta leer, estudiar y conocer los textos de los demás, cosa que jamás le ha interesado a papá. He intentado comunicarle mi deseo mil veces y en cada ocasión ha tenido algo mejor que hacer: mirar un partido, leer elCorriere dello Sport o ir a jugar a las cartas con sus amigos. No creo que mi decisión le importe mucho. Él es así, no puede aceptar que los demás tengamos, al menos, una pasión. Mamá, te agradezco cuanto me has dado y, sobre todo, el valor que has sabido transmitirme. Estoy convencido de que sólo de ti podía llegarme el deseo de aspirar a más, de seguir una vida distinta de la que otra persona, que no me ama, había decidido ya para mí.»
Mi padre está fuera de sí. Se levanta de un salto y le arranca la carta a mi madre de las manos.
¡Muy bien, muy bien! ¿Has visto? ¡Tú tienes la culpa de que tenga que oír todas estas gilipolleces a estas horas, después de un largo día de trabajo!
Y la rompe al menos en tres pedazos. -¡Nooo! ¡Quieto!
Mi madre se abalanza sobre él. Y forcejean. Y logra detenerlo antes de que la rompa por completo. Después caen al suelo algunos trozos de papel. Mi madre se inclina y empieza a recogerlos mientras mi padre sale del salón sacudiendo la cabeza. Me precipito de nuevo hacia mi escondite y lo veo pasar también a él en dirección a su dormitorio. Da un portazo. Es la señal. Vuelvo a salir y, lentamente, entro en el salón. Mi madre está de rodillas, sigue recogiendo los trozos de la carta. Cuando me ve me mira con una expresión de disgusto, sus ojos son tiernos y tristes, también brillan ligeramente, como si quisiera llorar pero estuviera conteniendo las lágrimas. Entonces me inclino a su lado y. poco a poco, la ayudo a recoger todos esos trozos de papel. Cuando en el suelo ya no queda nada, nos levantarnos, los colocamos sobre la mesa y empezamos a juntarlos, tratando de alisarlos porque algunos están muy arrugados.
Es como hacer un puzle -comento sin saber por qué. Y me gustaría no haberlo dicho, pero, por suerte, ella sonríe. Luego, cuando por fin damos con la manera de encajar todas las frases, pese a que están despedazadas, y éstas recuperan su sentido, mi madre se aleja, va al armario, el de la vitrina, en el que se guarda la vajilla antigua, ésa que sólo usamos durante las fiestas. Abre un cajón, saca la cinta adhesiva, la lleva a la mesa, la hace correr hasta sacar una tira larga y a continuación la corta con los dientes porque el portarrollos está roto. Coge el primer trozo y lo pega sobre el papel para fijar todas esas palabras desgarradas mientras yo sujeto la página con ambas manos. Y en silencio acopla el primer trozo de papel. A continuación coge otra banda de celo, tira de ella, la corta con los dientes y la pone sobre otro trozo de papel desgarrado, esta vez de arriba abajo. Me mira y me sonríe llena de dolor. Apoya su mano sobre las mías, alisa el folio y empuja el celo que acaba de colocar para que sujete mejor el papel. Y seguimos realizando esta operación en silencio durante un rato.
Al final mi madre levanta de la mesa con delicadeza el folio restaurado. Lo sujeta con ambas manos. Parece un pergamino recién hallado en una excavación con las instrucciones para encontrar un tesoro. Mi madre sonríe. Su tesoro. Nuestro tesoro. Rusty James, que ha desaparecido por el momento.
Eh, ¿se puede saber qué estáis haciendo? ¿No venís a cenar? -Ale se asoma a la puerta. Sigue masticando-. Oh. ¡Yo ya he terminado! Me he hartado de esperar ¡Me voy a mi habitación!
Mi madre no dice nada. Yo sólo pienso en una cosa: ¿no se podría haber ido ella en lugar de Rusty?
Al final vamos a la cocina y cenamos, mi madre y yo. Me sirve un plato de espaguetis con tomate que está para chuparse los dedos, pese a que debería hacer un poco de dieta. Aunque, bien mirado, sólo he aumentado medio kilo después de haber perdido dos, así que todavía puedo permitírmelo, de modo que decido saborearlo sin mayor problema.
Mmmm, ¡esta pasta está deliciosa! Un poco picante, pero me gusta
Mi madre esboza una sonrisa. ¡Ha echado guindilla! Y comemos sonriendo y charlando de nuestras cosas. Para distraerla, decido contarle la historia de Massi.
¿Sabes, mamá? He conocido a un chico
Pero veo que, de improviso, cambia de expresión. No sé por qué me parece que el tema no le interesa mucho ¡Al contrario, le preocupa! De manera que cambio de inmediato de tercio.
Al principio me gustaba, pero después de hablar un poco con él, se me pasó. ¿Es normal? ¿Alguna vez me gustará alguien de verdad?
Veo que esta última pregunta, falsa, la distrae de verdad.
Oh, claro, no te preocupes por eso, todo lleva su tiempo
Y seguimos así, y yo la escucho mientras la ayudo a levantar la mesa. Metemos los platos sucios en la pila, a la izquierda, y ella habla sin cesar, me cuenta cosas de cuando era una niña como yo, del primer chico que conoció. Y de vez en cuando le hago también alguna pregunta.
¿Era guapo?
Mi madre sonríe. Y yo dejo de sentirme culpable por Massi, sí, le he dicho que no me gustaba, pero para tranquilizarla, que si luego un día lo conoce no tiene por qué saber que era la persona de la que le he hablado y, quizá, sigue gustándome. Me pela una manzana, me la como con ella y luego me voy a la cama no sin antes haber oído el consabido ruego.
Caro, los dientes.
Por supuesto
Luego me meto en la cama. Pero los oigo discutir. A mis padres. Gritan, riñen, hasta dan portazos, y arman un buen escándalo. De manera que enciendo el iPod. Desde mi habitación se puede ver la de mi hermano. La puerta sigue abierta. Rusty James no ha regresado. Lo sabía, está resistiendo. Él es así. No creo que vuelva. Por un instante, me gustaría llamarlo y decirle algo, y hacerle sentir que, en cualquier caso, lamento lo que ha ocurrido, que es mi hermano y que lo añoro. Sólo que hay momentos en los que es necesario resistir el deseo de hacer una llamada, porque quizá uno está enfadado y necesita estar solo, no hablar con nadie, ni siquiera con las personas que te quieren. Pero, al menos, al libro de los oráculos puedo preguntarle lo que quiero saber con todas mis fuerzas. Lo coloco sobre mi barriga. Tengo los auriculares del iPod en los oídos. Lo he puesto en modorandom, de forma que las canciones suenan al azar. Me encanta sorprenderme con la música que se va sucediendo, acabas escuchando temas que no te esperas porque no los has elegido tú, pero, tal vez, incluso eso tenga un significado Acto seguido apoyo la mano sobre la cubierta del libro. La acaricio y expreso con toda claridad mi pregunta: ¿volverá pronto Rusty? Lo abro pasados unos segundos. Lo levanto sobre mi barriga para poder leer bien: «Hay cosas que es preferible que sucedan.» Cuando leo esta frase, me siento morir. No me lo puedo creer. No es posible. No. No volverá. Y casi me entran ganas de echarme a llorar. Por si fuera poco, justo en ese momento oigo a Ligabue en el iPod: «Ésta es mi vida, siempre pago yo, jamás me han pagado a mí» Y las lágrimas resbalan por mis mejillas y de repente me siento sola, sin esa seguridad que sólo él sabía darme: mi hermano. Y sigo llorando. Me gustaría poder contarle a alguien todas las cosas que en ese momento me pasan por la cabeza, pero no sé a quién dirigirme, o quizá me gustaría que ahora entrasen de improviso en mi dormitorio mi padre y mi hermano y me dijesen; «Perdona, Caro, ¡no llores! Era una broma.» Pero no es así. Y eso que entonces no sabía cuántas cosas tenían que cambiar aún.
Silvia, la madre de Carolina
Soy la madre de Carolina. Me Llamo Silvia. Tengo cuarenta y un años, no me licencie en la universidad, hice el bachillerato de letras y no me ha servido para nada. Trabajo en una tintorería. Mi sueño es ver felices a mis hijos. De verdad. A todos. Satisfechos y capaces de valerse por sí solos. Por ese motivo me levanto por la mañana y regreso cansada a casa después de muchas horas. Pero no me pesa. Son mis hijos y los quiero muchísimo. Son tan diferentes, tan frágiles. Giovanni y Carolina se llevan muy bien, sé que se echarán siempre una mano y eso me tranquiliza. Alessandra tiene sus manías estéticas y algunas debilidades que, en ocasiones, hacen que se comporte de manera distinta de como es en realidad. Porque Ale es buena, lo sé. Giovanni es guapísimo, y bueno también. En la universidad no mucho, porque hasta ahora ha hecho muy pocos exámenes y sé, lo siento, que ése no es su camino, que lo sigue contra su voluntad para contentarnos, sobre todo a su padre. Hablo de la escritura, de cómo consigue conmoverme cuando cuenta algo. También Carolina lo dice siempre. Ella cree en él. Cómo me gustaría que Rusty James, como lo llama Carolina, consiguiese lo que pretende. Se lo merece de verdad. Pero me asusta que se lleve una decepción. Su padre no lo apoya, y lo mismo harán otras personas que piensan que el del escritor no es un auténtico oficio, sino una pasión que no te da de comer. Se dice que sólo publican los que tienen enchufe y él, por descontado, carece de uno. Por desgracia, no tenemos conocidos importantes que puedan ayudarlo. En ese campo, no. Darío, mi marido, ha dedicado todo su tiempo y atenciones a los «barones», los médicos que deambulan con sus batas por los pasillos del lugar donde trabaja. Espero que Rusty James tenga la fuerza suficiente para enfrentarse a todas las negativas que recibirá, y que no se detenga nunca a pesar de ellas. Me gustaría estar segura de que he conseguido transmitirles, sobre todo, eso: que nuestra vida es nuestra y que nadie nos regala nada, que somos nosotras los que la construimos en función de nuestros verdaderos deseos. Sólo que hay que tener mucha fe porque, de otra forma, ocurre justo lo contrario: nuestros miedos toman la delantera, somos nosotros mismos quienes lo echamos todo a rodar, y culpamos de ello a los demás. Mi vida es sencilla y puede que, a ojos de los demás, parezca modesta y sin satisfacciones. No es así. Vivo como sé vivir y de la manera que me permite, pese a los muchos sacrificios, sacar adelante a mi familia, una familia que he deseado ardientemente tal y como es. Y luego está Carolina, mi Caro, que al final es la que mejor me entiende. De vez en cuando me dice que me quiere y que no podría quererme más aunque yo ganase mucho dinero o tuviese un trabajo «chic». Asegura que soy una buena madre, honesta y auténtica,y eso me enorgullece.
El amor. Me habría gustado que fuese como el que viven mis padres, pero el mío es un sentimiento realmente raro. No siento envidia, quiero a mi marido, pero sé que, quizá con el tiempo, se ha extraviado un poco en sus frustraciones. En el fondo es un hombre bueno y todavía recuerdo los innumerables proyectos e ideas que tenía cuando era joven, cuando quería comerse el mundo y regalarme el «bienestar». Quizá nunca haya entendido -porque tal vez yo no he conseguido hacérselo sentir- que mi «bienestar» sería que estuviese un poco más sereno, no verlo estallar y gritar como hace a veces. No obstante, sé que es sólo su manera de demostrar amor, de pedir comprensión. ¿Qué sueño? Que mis hijos me den motivos de orgullo, y sólo pueden hacerlo de una forma: siendo auténticamente felices, valientes, fuertes, y confiando en la vida. Conscientes en todo momento de que el hecho de estar vivos es, en verdad, un regalo maravilloso, que los demás, todos, incluso los que parecen diferentes o distantes, tienen algo bueno en el fondo, basta con darles un poco de confianza. Que no importa el dinero que uno tenga, porque cuando los auténticos valores están bien enraizados en nuestro interior, constituyen una riqueza inagotable. Siempre he tratado de vivir así. Y así soy feliz.
Noviembre
Cuando tenga ochenta años me gustaría poder decir que:
He pasado un fin de semana en Alaska,
He aprendido a bailar la danza del vientre.
He besado a más de cinco chicos y, por último, a Massi.
Me he comprado un vestido largo de color blanco.
He tenido una tostadora de pan con sistema de expulsión automático.
Me he comprado una de esas enormes neveras americanas.
¡Me he tomado un café con el cantante de Finley!
Hoy he acompañado a mi madre al cementerio. Cada vez que voy, Clod y Alis tienen que consolarme después. Quizá con un helado y un paseo. Me entristece de una forma Mi madre se dedica a colocar las flores que le compra al florista del quiosco de enfrente. Yo nunca sé qué decir. Todas esas personas recordando su dolor. Es algo que no acabo de entender porque, por suerte, todavía no he perdido a nadie. Mis abuelos, Lucí y Tom, aún viven, y las personas que más quiero siguen a mi lado. Quizá por eso me siento inquieta allí. Lo sé, podría no ir, pero mi madre me lo pide siempre, me dice que le haga compañía, ya que, de lo contrarío, tendría que ir sola. Mi padre jamás va al cementerio. Mucho menos Ale. Antes la acompañaba Rusty James, pero ahora me lo ha pedido a mí y, además, siento tener que dejarla sola. Allí están varios de sus tíos. La ayudo a coger la escalera, le tiendo las llores, cojo agua y se la paso. Y ella se pone a arreglarlo todo. Mientras la espero, doy una vuelta y leo las inscripciones y las oraciones de las lápidas más antiguas. Hay algunas muy breves y suenan un poco extrañas. También observo esas fotografías completamente descoloridas en las que apenas se pueden reconocer los rasgos de las caras. Y esos nombres que ya casi no se usan, unos nombres tan remotos como esas vidas Luego mi madre me llama y nos marchamos. Así, igual que hemos llegado.