Carolina se enamora - Федерико Моччиа 15 стр.


Me echo a reír. ¡Qué mona la despedida con la doble posdata!

 ¿Y bien? ¿Se puede saber quién es?

Ale está en ascuas. También mí madre arde en deseos de enterarse, pero se contiene y no dice nada.

 Un amigo, que quiere enseñarme a jugar al tenis.

Ale se marcha encogiéndose de hombros.

 Pues vaya, tanto jaleo para nada.

Mi madre se muestra más amable, al menos simula curiosidad.

 ¿Qué piensas hacer?

 Quiero empezar en seguida. ¡Así, en cuanto tenga un buen nivel, podré acribillar a pelotazos a Ale?

He llamado a Lele y le he dado las gracias por todo, tanto por la gorra como por las clases de tenis.

 Oh, pero debes tener paciencia, Lele Mira que no soy en absoluto buena, ¿eh?

 Una paciencia inagotable. Después de haberte visto fumar con el narguile y toser de esa forma, no podemos sino tener éxito en todo lo demás.

Si bien no he entendido del todo lo que quería decir, me he reído por educación.

 Pues sí.

 Entonces, paso a recogerte el lunes que viene; jugaremos a las tres, es la mejor hora.

 Bien, perfecto.

Y nos despedimos así. Sólo hay un pequeño inconveniente: no tengo raqueta. Si he de ser sincera, los inconvenientes son más: no tengo pelotas y, por encima de todo, no tengo ropa para jugar al tenis, no tengo zapatillas, camiseta, muñequeras, calcetines, en fin, que no tengo nada de nada y, sobre todo, ¡no tengo ni un euro! Pero tengo una madre Una madre muy dulce que lo ha entendido todo sin que yo le dijese nada y que me ha dado una sorpresa preciosa. Me ha dejado un sobre con cien euros dentro y una nota a decir poco tierna: «Para tu lección de tenis. Para que todo vaya siempre como deseas. Basta con que no acribilles a Ale a pelotazos. Tu madre, que te quiere mucho.»

Me he tronchado con la frase «basta con que no acribilles a Ale a pelotazos». Pero después me he emocionado. Os lo juro, me han aparecido dos enormes lagrimones debajo de los ojos, y todavía no sé cómo han podido deslizarse hasta ahí. De manera que, al final, toda esa historia me ha entristecido un montón. En lugar de hacerme feliz, me ha hecho pensar en mi padre, que la trata siempre mal, que no sabe comprender hasta qué punto es dulce y afable, cuántas cosas hace y cuántas le gustaría hacer si pudiese y, además, ahora se da también la circunstancia de que Rusty se ha marchado. Estoy segura de que ella, si bien no dice nada, sufre por eso. Las personas no siempre manifiestan lo que sienten. Mi madre aún menos. Tal vez porque le gustaría vernos siempre felices. En mi opinión, es ya un milagro que una de cada tres personas lo sea- Y. además, la felicidad Parece una palabra fácil y, en realidad, tengo la impresión de que es más bien difícil, quiero decir que todos hablan ella pero ninguno sabe verdaderamente qué es y, sobre todo, dónde puede encontrarse. He mirado un poco en internet y he entendido que, desde la Antigüedad, los griegos, los romanos, los filósofos, los eruditos, incluso los contemporáneos, han tratado de explicarla y de explicársela. Otros, muchos más, se han limitado a intentar alcanzarla. Ahora, en ciertos momentos, soy bastante feliz, y después de haber leído todo lo que han dicho, hecho y escrito sobre la felicidad, creo que en buena parte depende de nosotros mismos. Lo único que me parece absurdo es que mi madre diga a veces que no estudio.

Después de salir del colegio, subo al vuelo al microcoche de Clod.

 ¡Eres la única que puede ayudarme!

 ¿De qué se trata? ¿De otra misión imposible?

 Más o menos. He dicho en casa que volvería tarde. Vamos, manda un mensaje a tus padres

 Está bien.

Se pone a escribir a toda velocidad en su LG rosa. Clod es genial. Es la amiga perfecta. No pregunta. Ejecuta. Se siente feliz de estar conmigo. ¡Aunque he de reconocer que también Alis es un poco así! Pero, para esta misión es mejor Clod. Alis querría hacerlo todo por su cuenta. Querría resolver ella sola mi problema y me haría sentir demasiado incómoda. Ahora ya ha pasado la historia del móvil y mamá se la ha creído. Esta vez resultaría imposible.

Clod cierra el teléfono.

 ¡Vale, hecho! -A continuación me sonríe-. ¿Y bien? ¿Adónde vamos?

 Dímelo tú. Tengo cien euros y debo vestirme de la cabeza a los pies para jugar al tenis.

 Perdona, pero cien euros ¡como mínimo son dos Mac!

 Venga, Clod, hoy no

Se inclina hacia mí y abre la puerta.

 Bueno, pues sal, así no puedo ayudarte.

 ¿Se puede saber por qué?

 Porque, si no como, no funciono.

 Está bien. -Cierro la puerta-. Ya no sabes qué inventarte, ¿eh? Venga, vamos.

Y, como no podía ser de otro modo, vamos a Mac.

 Es más fuerte que tú, ¿verdad?

 Es que hay un menú en oferta. Dos Mac, patatas fritas y Coca-Cola por sólo diez céntimos más que dos Mac a secas. No hay punto de comparación. Si quieres te doy un poco de Coca-Cola.

 Pues sí que ¡Qué generosidad!

En cualquier caso, con ella el tema de la comida es una batalla perdida. Y como yo no quiero perder la mía, es decir, el partido, dado que se trata de tenis, la contento. Y le mango también alguna patata que otra.

 ¿Sabes? -me dice Clod poco después de haber empezado a comer-. El otro día le mandé un mensaje a Aldo.

 ¿Ah, sí? ¿Y qué le escribiste?

 Nada, una cosa un poco así.

 ¿Así, cómo?

Veo que no tiene muchas ganas de hablar.

 Vamos a ver, empiezas a contármelo y al final no me cuentas nada.

 Vale. -Me sonríe-. Le escribí que me gustan sus imitaciones.

 ¡No! ¡No es verdad!

Me como otras dos patatas a toda velocidad. Me ha entrado hambre. ¿Cómo era? Ah, sí, una de las frases de la abuela Luci: «El que anda con lobos a aullar aprende.» O también: «Quien va con un cojo aprende a cojear.» Sólo que yo la cambiaría por «Quien va con Clod aprende a comer».

 ¿Se puede saber en qué estás pensando?

 En nada, en nada -me disculpo y vuelvo a dedicarle toda mi atención-. Quiero decir, no te creo, Clod. Le estás dando a Aldo falsas esperanzas, él se considera un gran imitador, está convencido de que al final saldrá en televisión, de que hará algún programa e incluso actuará en el teatro. ¿Por qué no le dices que te gusta y punto? -Me como otras dos patatas y veo que mi amiga me mira preocupada. Mastico mientras hablo-. Quizá así se olvide de esa historia de las imitaciones. -Cojo otra patata-. Después, si él quiere continuar de todas formas -Otra patata-. En ese caso es que se trata de una verdadera pasión y es justo que sea así, ¡pero no será por tu culpa! En parte porque, seamos sinceras ¡Aldo es un negado! -Y, después de esta apreciación, me como otra patata-. ¿Estás de acuerdo?

 Sí, sí, estoy de acuerdo-Coge todas las patatas y las pone a su lado-. Sobre todo en el hecho de que eres una lagarta, me sueltas ese sermón, me distraes y, mientras tanto, ¡te comes todas las patatas!

 Pero ¡qué dices!

Escarbo entre sus manos para coger otra, sólo que ella es más rápida, se aparta y las tapa todas. Entonces pruebo por el otro lado, con la otra mano, pero ella las protege rodeándolas con los brazos. Y yo insisto, me cuelo e intento liberar las patatas prisioneras separándole las manos.

 No, venga, ¡no!

Y le tiro de un brazo y después de otro y le cojo una mano.

 No, socorro.

Mientras tanto, Clod trata de coger una con la derecha para comérsela.

 ¡Las hago desaparecer!

 No, dámelas.

Tiro de ella redoblando la fuerza. Clod opone resistencia.

 ¡No, te he dicho que no!

Entonces la suelto de golpe. Y ella retrocede y se cae del taburete. Las patatas saltan por los aires junto con el plato, la bandeja y los restos de Coca-Cola. Y Clod aterriza en el suelo en medio de las carcajadas de varios niños más pequeños que la señalan riéndose. Dos personas mayores se acercan de inmediato y la ayudan a levantarse.

 ¿Te has hecho daño?

Clod se pone en píe.

 No, no, estoy bien -Se limpia la parte posterior de los pantalones y a continuación sonríe satisfecha-: ¡Menos mal que los Mac me los había comido ya;

La miro abriendo los brazos.

 ¿Ves? ¡Cuando uno no es generoso, siempre sale perdiendo!

Moraleja: «Éramos jóvenes, éramos arrogantes, éramos ridículos, éramos excesivos, éramos imprudentes, pero teníamos razón.» Abbie Hoffman. Caramba, es cierto, y de qué modo. En las citas famosas hallo las respuestas que a menudo no tengo. Me gustan. ¡Ésa la encontré el otro día en internet y todavía la recuerdo! Las anoto siempre en mi diario. ¡Y diría que ésa le va como anillo al dedo a lo que ha ocurrido, porque tiene razón!

 Ve despacio, despacio, gira aquí, debes poner el intermitente, Caro.

Estoy conduciendo su microcoche. Clod va sentada a mi lado e intenta enseñarme, por si un día tengo uno. Me encantaría.

 Eso es, ahora ve recto, por ahí, recto y después a la derecha. Sigue la flecha -En realidad sólo me ha dejado conducir porque me ha obligado a comprarle otra ración de patatas y se las está comiendo con absoluta calma, sin posibles ataques por mi parte-. Eso es -Se come una patata, se chupa el dedo y a continuación me indica un sitio-. Aparca ahí, que se puede.

Me meto en el sitio libre con una maniobra perfecta. ¡No sé cómo lo ha visto!

 ¡Piiiiiii!

Suena el claxon del coche que tenemos a nuestras espaldas

 ¡El intermitente! -grita un viejo de, tirando por lo bajo, unos treinta y cinco años estresado por el tráfico y la vida.

Me asomo de inmediato por la ventanilla.

 ¡Lo he puesto!

 ¡De eso nada! ¡Tienes que ponerlo antes! -Y se aleja a toda velocidad dando por zanjada nuestra bonita disputa motorizada.

Clod me mira sacudiendo la cabeza. Yo extiendo el brazo.

 ¡A fin de cuentas, contigo la culpa es siempre mía!

Y le birlo la última patata a la vez que me apeo al vuelo del micro coche.

Poco después caminamos con la nariz alzada, asombradas por la grandeza del lugar.

 Eh, ¿cómo has descubierto este sitio? ¡Es fantástico!

 Mi madre me trajo aquí una vez. ¡Compramos una infinidad de regalos navideños para la familia sin salimos del presupuesto!

 ¡Genial!

Seguimos andando en silencio. Clod es hija única. Sólo tiene varios primos y primas por parte de padre y de madre, que, a su vez, tienen un montón de hermanos y hermanas, y todos han tenido, por lo visto, muchas ganas de procrear. En fin, que en las fiestas de guardar su casa parece un parque infantil. No falta de nada. Desde el niño recién nacido a los que han crecido ya, hasta el punto de que algunos incluso se acaban de casar. En pocas palabras, que todas las generaciones están representadas. Sólo falla el dinero. Pero como es un mal casi común, no existen las envidias que nacen de manera inevitable en todas las familias. Además, el padre de Clod se ocupa de varios pisos y edificios, en el sentido de que es administrador, y siempre dice que, si ganase un euro por cada discusión que se ve obligado a presenciar, se haría millonario. Pero no es así. La casa de Clod es sencilla. Está decorada de una forma muy divertida: no hay una cortina igual y todas las habitaciones están llenas de colores, de sillones extraños, cada uno fabricado a su manera, quizá porque su madre tiene una tienda algo rara en el centro, donde vende muebles de todo tipo. Pero Clod no se lamenta. Ha conseguido que le comprasen un coche de segunda mano y sus padres no la privan de nada. Además, se llevan bien, jamás los he oído discutir. A saber por qué Clod come tanto. Quizá sea simplemente porque le gusta, no sé

 ¿Cómo se llama esta tienda?

 ¡Mas! Ven, vamos, la sección de deportes está en el segundo piso.

Subimos corriendo la escalera. Bueno, os juro que es un lugar increíble. Hay chándales colgados por todas partes, cientos de ellos, miles, ¡y todos a tres euros! Y camisetas de todas las marcas: Nike, Adidas, Tacchini, Puma, a dos euros con cincuenta.

 Mira ésta, ¿cómo me sienta?

Clod se ha colocado una contra el cuerpo, es mona, blanca, con los bordes de las mangas azules y rojos. Pero en mi opinión le queda muy corta. Mejor dicho, no le entra, si he de ser sincera.

 Es mona, pero ¿para qué la quieres?

 Bueno. -La deja de nuevo en el montón-. ¡Para hacer gimnasia!

Le he contado toda la historia de Lele. Ha dicho que le parece un encanto por haberme mandado ese paquete.

 Saltaba a la vista que le gustaste desde un principio.

 Bueno, Clod, si tú lo dices Te propongo una cosa: si aprendo a jugar al tenis, después te enseñaré a ti.

 ¡Sí, sí, ya veremos! -Coge otra camiseta-'. ¿Y ésta? -Es azul claro con los bordes celestes y blancos. Le queda un poco ancha.

 Mejor. Me gusta más.

Mira el precio, cuatro euros. Le parece excesivo.

 Venga, cógela, ¡te la regalo yo!

La verdad es que después de pasar por Mac hemos bajado de cien a noventa y tres euros con cuarenta céntimos; si restamos la camiseta, me quedan un total de ochenta y nueve euros con cuarenta. Ahora que soy un «genio rebelde», al menos en esto no puedo equivocarme. ¡Desde luego. Clod! Mira tú por dónde, ha ido a elegir la más cara.

 ¿Y ésta te gusta? -Le enseño una blanca con unas rayas beis y azules delante.

Ella la mira ladeando la cabeza.

 No está mal, pero tengo la impresión de que no es de marca. ¿Qué lleva escrito ahí arriba, en el pecho?

 «IL.»

 Bah, no lo he oído en mi vida.

Cojo la camiseta y miro bien la pequeña etiqueta que tiene detrás.

 Aquí dice «Fila».

 Sí, ¡pues desfila! Con ese nombre no cogerás ni una pelota.

 Pero ¡qué dices! Es una marca famosa. -Le señalo la pared donde están colgadas las fotografías de los mejores tenistas que la han llevado.

 Noooo, qué pasada -Clod lee el nombre que figura en uno de los carteles, bajo la fotografía-, ¡Pero si hasta Dmitry Tursunov las ha llevado!

 ¿Y ése quién es?

 Y yo qué sé, el tipo de la foto. Si lo ponen ahí, será famoso, ¿no?

 ¡Qué idiota eres!

 Sí, pero tú cógela, ¡ya verás como así juegas como una profesional!

 ¿Y ésta? ¡Es SergioTacchini!

Y seguimos así, pescando en el interior de las grandes cestas metálicas rebosantes de camisetas de todo tipo, modernas o antiguas, en cualquier caso artículos nuevos, no de segunda mano, y a unos precios increíbles. En nuestra peculiar pesca nos acompañan las personas más variopintas. Mujeres grandes y gorilas, chicos delgados y menudos, un tipo de color, un asiático, un viejecito, una joven de treinta años, una de cuarenta y una pareja de veinte. A poca distancia se encuentran las falditas de tenis y, en otra cesta, los calcetines y más camisetas y unos estantes con una infinidad de zapatillas deportivas y cientos de raquetas, de entre quince y ciento cincuenta euros. Éstas, sin embargo, están sujetas entre sí con una pequeña cadena de hierro y si las quieres, tienes que llamar a un dependiente o a una dependienta, como esa chica que está ayudando a un anciano a encontrar un chándal Adidas que le vaya bien.

 Lo quiero negro con las rayas blancas. Sin más colores, sencillo, ¡como los que hacían antes! ¿Me entiende?

Y la dependienta sigue rebuscando en la cesta.

 ¿Así?

Saca uno. El anciano la mira y alza un poco las gafas para ver mejor.

 Pero es azul oscuro ¿Qué pensaba? ¿Que no me iba a dar cuenta?

La dependienta lo deja caer nuevamente en la cesta.

 ¡No! Quería decir como este modelo

 Sí, pero yo lo quiero negro Negro.

El viejecito patea y sacude la cabeza como si en un instante hubiese perdido toda la sabiduría de sus años y hubiese regresado a la infancia.

Poco después, estamos fuera. Veamos, de abajo arriba: zapatillas de tenis, calcetines, falda con slip Adidas debajo, una camiseta Fila, un chándal Nike, una raqueta y dos muñequeras. No voy combinada, eso desde luego, pero llevo muchos colores y. sobre todo, el coste de la operación

 ¿Sabes cuánto nos hemos gastado?

 ¿Cuánto?

 ¡Ochenta y uno con cincuenta!

Clod se frota las manos, exultante.

 ¡Genial! Hemos ahorrado. Nos ha sobrado incluso para dos chocolates calientes

 Pero. Clod

 ¡Hace frío!

 Sí, lo sé, pero podríamos hacer un poco de dieta, ¿no?

 ¡Precisamente, el frío te ayuda a quemar calorías!

Bueno, pues en menos que canta un gallo se quema en el auténtico sentido de la palabra. Mientras nos acercamos al Chatenet, vemos que un guardia le está poniendo una multa. Clod corre tratando de llegar a tiempo.

 ¡Eh, no, perdone! Pero si estamos aquí, mire, ¡acabamos de llegar!

 Lo sé, ¡también la multa llega ahora!

 ¡Se lo ruego, bajamos sólo un segundo, hemos vuelto en seguida!

 Pero ¿qué dices? He recorrido toda la fila y vuestro coche lleva aparcado aquí por lo menos media hora

 Es que dentro había mucha gente -Clod se da cuenta de que como excusa no basta-. Además, mi amiga no se decidía por nada. -Ve que sigue sin ser suficiente-. ¡Y por si fuera poco, la cola que había delante de la caja era interminable!

 Perdona -le responde el guardia- pero, dadas las innumerables dificultades, ¿no te habría convenido pagar el aparcamiento? Dos euros bastaban para dos horas, con eso lo resolvías todo. Te lo has buscado

 ¿Y no puede resolverlo todo ahora? Por favor,

 Lo siento, pero no puedo. La próxima vez, piénsalo antes de aparcar.

Le iría como anillo al dedo la frase que me dijo en una ocasión mi abuela Luci: «Pronto y bien rara vez juntos se ven.» Pero no se lo digo a Clod porque no quiero que se enfade aún más.

 Gracias, ¿eh? -Espera a que el guardia se aleje-. ¿Qué le costaba hacerme un favor?, son unos cabrones. A ellos qué más les da, a fin de cuentas.,. -Coge la multa y la abre-. Mira, ¡setenta y tres euros! A ver quién es el guapo que los tiene ¡Cuando mi madre se entere, se pondrá hecha una furia!

 Lo siento, ha sido culpa mía.

 De eso nada, fui yo la que te dijo que aparcaras ahí. Además, ni siquiera se veían las rayas azules.

En realidad se veían, y mucho, sólo que no lo pensamos.

 Venga, la pagamos a escote

 No

 Sí, has venido hasta aquí por mí. Vamos, toma diez euros. Te debo veinticinco, mejor dicho, veintiséis con cincuenta céntimos, ¿de acuerdo?

Clod coge los diez euros.

 De acuerdo, cuando puedas me das los otros veinticinco. Mientras tanto yo les daré buen uso a éstos

 ¿Se los vas a dar a tu madre para pagar la multa?

 Cinco, sí; el resto pienso gastármelos en dos tazas de chocolate caliente con nata de Cióccolati ¿Te apetece? ¡Venga! ¡Yo invito!

Cuando regreso a casa, mi madre quiere ver cómo me sienta la ropa.

 Pero ¿no había un conjunto completo? Quiero decir, ¿una falda a juego con la camiseta?

Se sienta en la cama un poco perpleja.

 Pero, mamá, ahora se juega así al tenis, no todo ha de combinar. ¿No has visto a Nadal?

 No, ¿quién es?

 Sí, ese tío que gana siempre; es un cachas y, además, está como un tren. Bueno, pues él lleva unos pantalones anchos azules y se los pone muy bajos, con el tiro ahí abajo. -Meto la mano bajo las piernas-. ¡Vaya tío bueno!

Mi madre compone una expresión absurda, realmente divertida.

 ¿Y cómo lo hace para jugar al tenis sin tropezar?

 Pero, mamá, ¡son pantalones elásticos!

 Ah.

 Además, lleva siempre una camiseta sin mangas.

 ¿Qué quieres decir?

 Abierta por aquí, con las mangas cortadas.

 ¿Y está bueno?

 ¡Está cañón!

 Si tú lo dices Venga, lávate las manos, que cenamos dentro de nada.

 Vale.

 Una última cosa No se te ocurra traerme nunca a casa a un tipo como ese Nadal.

Me echo a reír. Sí, como si fuera tan fácil. Pero eso, naturalmente, no se lo digo.

Sale del dormitorio. Me miro al espejo. El conjunto me queda ideal,vintage. Eso es, puedo llamarlo así, conjunto vintage. Me pongo la gorra con mi nombre. Luego la giro Me coloco la visera atrás. Así. Después pruebo a dar un golpe, pero sin raqueta, que de lo contrario seguro que rompo algo. Mi habitación es demasiado pequeña para un smash. Stock. Intento dar el golpe con determinación. Un bonito derecho, intachable. En ese momento, Ale pasa por delante de la puerta.

 ¡Vaya tela! ¿No te da vergüenza salir vestida así? ¿Ahora te ha dado por el sófbol?

 No, voy a jugar al tenis. -Y le cierro la puerta en las narices. ¡Creo que no voy a poder mantener la promesa que le hice a mi madre de no acribillarla a pelotazos!

La semana casi ha pasado volando. Tranquila, Ningún examen oral importante. La redacción de italiano ha ido superbién, bueno, pese a que el profe Leone me ha puesto al final de la hoja una nota entre paréntesis: «Procura no adquirir mucha seguridad, divagas demasiado» La última vez me escribió que había sido demasiado escueta, ¡Nada le parece bien! ¡Pues sí que! Entre otras cosas, el título era especial: «¿En qué consiste la verdadera belleza?» ¿Eh? ¿Cómo puedes saber si eres guapa? ¿Con un bellómetro? Una pregunta estúpida que, aun así, todo el mundo se hace. ¿Quién decide si soy o no guapa? ¿Los chicos que me miran? Yo me tengo por mona, pero ¿hasta qué punto? Los cumplidos de los padres no valen. No son objetivos. Todos los padres piensan que sus hijos son los más guapos del mundo. Sin ir más lejos, mi padre dice que soy demasiado normal. ¿Ves? Normal. Una chica del montón. ¡Pero yo soy yo! ¡Carolina! ¡Única! Uf. Pero ¿por qué no me siento así? Quizá, si fuese como Alis Ella es increíble, genial. Se parece un poco a Angela Hayes, la deAmerican Beauty, esa película que Rusty James me hizo ver el año pasado en DVD. Sólo que tiene el pelo más oscuro. Entonces, ¿cómo puedo saber si soy guapa? ¿Por mis amigas? Alis dice que soy mona, pero que podría mejorar mi look. Clod, en cambio, asegura que me envidia porque tengo un bonito cuerpo, pero que de cara le gusto ya menos. Uf. Yo me veo a veces mona y otras como un adefesio. Sea como sea, en la redacción escribí varias cosas, las que se me ocurrieron. ¡No creo que se pueda hablar siempre de la misma forma sobre todos los temas! Algunos te interesan más y tienes más cosas que decir, otros, en cambio, los desarrollas y los comentas porque no te queda más remedio. Este tema, sin embargo, me ha gustado. A diferencia del que el profe Leone nos puso el año pasado, «La importancia de reciclar». Pero ¿es que se puede decir mucho sobre eso? Una vez que has comentado que el medio ambiente y la naturaleza están en peligro a causa de la contaminación, quizá puedes citar a Al Gore, después puedes mencionar los coches de hidrógeno y ya está, el tema queda agotado. Sería estupendo escribir una redacción que, cuando empieza a hartarte, puedas pasar a otro tema y entonces puedas decir otras cosas y luego, cuando ya no sabes qué decir, puedas pasar a otro tema. Igual que cuando se habla. En el fondo, el colegio sirve para que lleguemos preparados a la sociedad. Y digo yo, ¿cuando te invitan a alguna parte hablas siempre de lo mismo? La gente te consideraría un muermo y dejaría de invitarte. En fin, si un día llego a ser por casualidad, qué sé yo, ministro de Educación, cambiaré un montón de cosas. Por ejemplo, aboliré los exámenes durante las dos primeras horas del lunes. ¡Eso para empezar! Es obvio que uno puede acostarse tarde el domingo por la noche. A menudo es el único día de la semana en que te invitan a una fiesta, de manera que, a la mañana siguiente, uno debe recuperarse un poco, no pueden obligarle a hacer en seguida un examen, ya sea oral o escrito. O cuando, por ejemplo, un profe se equivoca al corregirte algo en un examen. Una vez sucedió en la hora de matemáticas, Raffaelli encontró una corrección que luego resultó ser errónea, en esos casos, perdonadme, al profe que se equivoca deberían infligirle un castigo constructivo como, pongamos por caso, ¡tener que responder a las preguntas de todos sus alumnos! ¿Por qué no? Ellos se inventan a menudo los castigos más inverosímiles. ¡Como aquella vez que armamos un poco de jaleo en clase y la profe de matemáticas nos exigió que escribiésemos una carta de disculpa! Teníamos que disculparnos por la manera en que nos habíamos comportado y «sugerir soluciones para que no volviese a ocurrir». ¿Cuándo se ha visto algo semejante? Una vez me propusieron que fuese la delegada de clase y yo me negué en redondo. Quiero decir, que me lo pidieron Alis, Clod y otras tres o cuatro amigas. Y ningún chico. Oh, a los chicos les importa un comino cómo se organizan y se deciden ciertas cosas.

Ellos están para armar barullo y punto. Ahora bien, cuando algo de lo que se ha decidido no les gusta, protestan. ¡Pero para entonces ya es demasiado tarde! De manera que siguen armando jaleo y ahí se acaba la cosa. En pocas palabras, para ellos cualquier excusa es buena. Sea como sea, ésa es otra historia. Pero a mí, la mera idea de tener que volver de vez en cuando al colegio por la tarde, fuera del horario de clases, para hacer de delegada, bueno, me espantaba, ¡no estoy tan chalada! De modo que al final eligieron a Raffaelli, la única que, en mi opinión, quería ser delegada en serio y que, en cambio, simulaba que no le interesaba mucho el tema. Creo que tenía miedo de que no la eligiesen En cualquier caso, el papel de delegada de clase le va como anillo a1 dedo. ¡En parte porque ella sí que está realmente loca! En fin, que regresé a casa radiante de felicidad.

Por la tarde tuvimos gimnasia artística sin la consabida imitación de Aldo. ¡Increíble! ¡Supuse que eso quería decir que había mejorado! Que había comprendido que aún le quedaba mucho por aprender, que debía practicar solo en casa, en su habitación, donde nadie lo ve. Pero no, lo que ocurrió fue algo mucho más simple: Aldo no vino porque se encontraba mal, eso es todo.

Clod le mandó un mensaje: «Lo siento.»

*Yo también», le respondió él.

¿Se iniciará hoy una posible historia? Quién sabe- Aún hay muy pocos elementos para poder manifestar una opinión. Lo que más nos hizo reír fue que en cierto momento Aldo le mandó una frase extraña, y ¿sabéis qué escribió al final?, pues «¡¿¡Adivina quién soy!?!».

¿Os dais cuenta? Una imitación por sms. Lo más absurdo, sin embargo, fue la respuesta de Clod: «¡Pippo Baudo!»

«¡Sí! ¡Eso significa que lo imito bien!»

Sí, pensándolo bien, quizá empiecen a salir juntos. Si eso no es amor

Noche superserena. Mi padre no volvió a casa para cenar porque había quedado con sus colegas del trabajo. Ale fue al cine con dos de sus amigos, de modo que, por fin, pude disfrutar de una cena a solas con mi madre. Preparo las patatas fritas que tanto me gustan y carne a la siciliana, que es un trozo de carne empanada, pero que se asa en lugar de freírse, está riquísima, es mi carne preferida. El problema es que a Ale también le gusta, de manera que tenemos que compartirla y ella se come siempre los trozos más grandes.

 Mmm, está buenísima, mamá, deliciosa.

 Pero si la he hecho como siempre.

 ¡No, hoy está más buena!

Y doy un buen bocado y, curiosamente, no me dice nada, sino que me sonríe. La verdad es que si tuviese que elegir una amiga perfecta, no dudaría, la afortunada sería ella.

Algo más tarde nos encontramos delante de la televisión, seguimos solas, como si fuésemos dos amigas que comparten una salita. Las dos nos hemos acomodado en el sofá con las piernas recogidas hacia atrás, bajo los cojines. Mi madre es un encanto.

Estamos viendo «Amici», un programa que no le entusiasma, la verdad.

 A vosotras os gusta por el simple hecho de que las canciones son bonitas.

 No sólo por eso, mamá, ¡es que María, la presentadora, nos encanta!

 Cuando presenta «C'è posta per te», me gusta. Ahí sí, cuando ayuda a que se reencuentren personas que hace mucho tiempo que no se ven, cuando consigue que una pareja se reconcilie o que unos padres hagan las paces con sus hijos. Ahí sí me gusta María de Filippi.

Pues sí que, mamá, como si María fuera una persona diferente en ese caso.

Suena mi móvil. Lo miro.

 ¡Es Rusty James!

Mi madre se echa a reír.

 Pero ¿todavía lo llamas así?

 ¡Claro, el nombre es para siempre! -Abro el móvil y respondo al vuelo-: Hola, R.J., ¿cómo va eso?

 De maravilla.

 En ese caso, ¿cuándo puedo ir a verte?

 ¿Para acabar lo que no acabaste?

Me echo a reír. De hecho, fue una cosa absurda. El día en que recibió todo lo que había comprado en Ikea, me mandó un mensaje: ¿Han llegado las cosas, ¿Me ayudas?» «Ok», le respondí. De forma que pasó a recogerme por el colegio y fuimos a la barcaza. ¡No me vais a creer, pero los muebles de Ikea son absurdos! Te encuentras con unas hojas de instrucciones muy sencillas y con unos muebles que, en cambio, son complicadísimos, que se tienen que encastrar, con unos tornillos que apenas los giras se bloquean y otros que debes colocar de manera lo más precisa posible para fijar otro a fin de que no se mueva. En resumen, que sí lo consigues eres un fenómeno. Y yo, digamos que no llego a tanto. Después de montar una silla ya estaba agotada. Me dejé caer en el suelo.

 Vale, lo he entendido, venga -me dijo Rusty al verme, y me lanzó la cazadora-. Vamos, te acompañaré a casa

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