Carolina se enamora - Федерико Моччиа 16 стр.


¡Llegué, comí, me duché y después me fui en seguida a dormir! ¡Jamás me había sucedido algo así! Estaba exhausta. Si pienso que faltaban cinco sillas más, dos mesillas de noche, una cama, tres mesas, dos armarios y no recuerdo qué más Bueno, podrían haberme ingresado en el hospital.

 En serio. Rusty, ¿cómo te va?

 Ya lo he montado todo. Si hubiese tenido que esperarte a ti ¡a lo mejor para entonces ya habría quebrado Ikea! ¿Dónde estás?

 En casa, con mamáActo seguido, la miro y le sonrío-. ¡Estamos solas!

 ¡Bien! ¡Pensaba invitarte si te encontraba en casa! Os espero el domingo a comer, ¿qué os parece?

Salto sobre el sofá, me pongo de pie y sigo saltando. Mi madre me mira. Debe de pensar que he perdido el juicio. Soy tan feliz.

 ¿Qué pasa?

 ¡Nos ha invitado! Es un sitio precioso, mamá, ¡superguay!

Le paso el teléfono.

 Hola, ¿cómo estás?

 Bien, mamá, todo bien -oigo que dice Rusty por el altavoz, con la voz un poco áspera.

Veo que mi madre traga saliva. Esperemos que no se eche a llorar ahora. Dejo de saltar sobre el sofá.

 ¿Seguro? ¿No tienes ningún problema? ¿Necesitas algo?

 No. mamá, todo va sobre ruedas, en serio, y además acabo de decirle a Caro que el domingo que viene os invito a comer aquí, ¿te viene bien?

Mi madre está a punto de estallar en sollozos. Se tapa la nariz y la boca con la mano para contenerse. Quizá una emoción demasiado fuerte.

 ¿Mamá? ¿Sigues ahí?

Mi madre cierra los ojos. Inspira profundamente, más profundamente. Después vuelve a abrirlos.

 Sí, sí, estoy aquí.

 ¿Qué pasa? ¿Estás preocupada por lo que os prepararé para comer? ¡Todavía no lo he pensado!

 Qué tonto eres

 En cualquier caso, será algo sencillo. No soy tan buen cocinero como tú. Apuesto a que Caro ha querido cenar la carne que tanto le gusta con patatas fritas.

Mi madre se echa a reír.

 Sí, lo has adivinado

El mal momento parece haber pasado. Me mira y le sonrío.

 Bueno, ¿os espero entonces?

 Claro, seguro que iremos. ¿Puede venir también Ale, si no tiene otros planes?

Golpeo el sofá con los pies. Agito los puños. Pero ¿por qué? Oigo una risa al otro lado de la línea.

 Por supuesto, faltaría más. ¡Si a Caro no le importa!

Mi madre me mira.

 Caro ha dicho que sí.

Tras mentir como una bellaca, mi madre cuelga el teléfono.

 No es cierto, no es cierto. ¡No estoy de acuerdo! ¡Yo no he dicho que sí!

 Venga, no te enfades; si no se lo dices a tu hermana, después te sentirás mal.

Me obliga a bajar del sofá, me hace caer sobre los cojines y a continuación lucha conmigo.

 ¡No, mamá! ¡No lo resisto! ¡No me hagas cosquillas! ¡No puedo más!

Pateo, muevo la cabeza a derecha e izquierda, intento desasirme.

 ¿Es cierto que quieres que venga Ale?

 Sí, sí, basta, basta, ¡estoy encantada de que venga! ¡Ay! ¡Basta!

Mi madre me suelta.

 ¡Así me gusta mi pequeñaja!

Vuelvo a acomodarme en el sofá.

 Está bien, que venga, pero si después de que se lo hayamos pedido no quiere venir por razones suyas, porque tiene otra cosa que hacer, ¡juro que la acribillo a pelotazos!

Mi madre se echa a reír.

 ¡No jures. Caro! -añade simplemente.

Siempre me he preguntado cómo conseguirán meter esos barquitos en miniatura en las botellas de cristal. Me recuerda a cuando intento que me entren en la cabeza las reglas de geometría, es algo similar. ¡Exceden las dimensiones de mi cabeza!

El abueloTom tiene tres botellas así en el salón, y cada vez que las miro me parece imposible.

 Abuelo, ya sé que me lo explicaste cuando era pequeña, ¡pero ya no me acuerdo!

 ¿De qué, Carolina?

 De cómo se consigue meterlos dentro, dado que son más grandes que el cuello de la botella.

Mi abuelo se vuelve y me ve junto al estante con un barco en la mano. Se arrellana en su gran silla negra, junto al escritorio. Se recuesta en el respaldo y sonríe.

 Sí que te lo he contado.

 Da igual, hazlo otra vez, quizá así entienda qué debo hacer en geometría

 ¿Qué tiene que ver la geometría con esto?

 Luego te lo explico. ¡Venga, dime!

Y me siento en el suelo con las piernas cruzadas.

 De acuerdo Pues bien, hace tiempo la gente tenía miedo de navegar en el mar porque por aquel entonces no era como hoy, los barcos eran menos seguros, se viajaba durante días sin saber lo que podía suceder. De forma que los marineros confiaban en la buena suerte y en la oración. Para que todo eso fuera más concreto, llevaban consigo amuletos, algo parecido a lo que haces tú con esa cosa de peluche cuando tienes un examen.

 ¿Te refieres al llavero del osito?

 Exactamente.

 ¡Hace años que no lo uso, abuelo!

 Muy bien, se ve que has crecido

Me toma el pelo.

 ¡De eso nada! ¡Debe de haber perdido sus poderes! ¡He suspendido los últimos exámenes!

Mi abuelo se echa a reír.

 Por lo visto, ya no creías lo bastante en él. En cambio, los marineros debían de creer mucho, hasta el punto de que pensaban que la estampa, el amuleto o el mechón de pelo podía protegerlos de las tormentas, de los motines o de los piratas. No obstante, el problema era conservar y salvaguardar esos objetos, sobre todo los que se estropeaban con mayor facilidad, en un lugar que los mantuviese al abrigo de la humedad. Porque no tenían cajas fuertes personales o herméticas. ¡La única solución eran las botellas! De manera que, poco a poco, el objeto que empezó a verse cada vez con mayor frecuencia en las botellas fue precisamente el símbolo de su vida: el barco. Para introducirlos en ellas hacían lo siguiente: metían por el cuello todo el modelo con las velas y los mástiles doblados después de haber atado a ellos unos largos hilos, de los que tiraban después para levantar el aparejo.

 ¡Ah!

 Y los usaban como amuletos, aunque también como mercancía de intercambio.

 Pero ¿tú has hecho alguno?

 ¡Sí, una de esas tres! La más alta.

 ¡Noooo! ¿Y cómo la hiciste?

 Primero se construye el barco fuera, después se desmonta y se reconstruye una vez dentro mediante los hilos.

 ¡Pero debe de hacer falta muchísimo tiempo!

 ¡Y paciencia! Como en la vida.

 ¿Hacemos uno, abuelo?

 Pero si acabas de decir que lleva mucho tiempo, te aburrirías a los diez minutos, Caro. ¡Y ese hobby requiere constancia!

 Tienes razón, pero aun así me gustaría hacer algo contigo, ¡eres tan habilidoso! ¿Se te ocurre alguna otra cosa?

 Hoy hace viento, ¿verdad?

 Sí, ¿por qué?

 ¿Qué te parece si le regalamos algo a la abuela?

 ¡Sí! ¿El qué?

 Te propongo que le hagamos un molinete para que lo ponga en una de las macetas de la terraza. Así, cada vez que gire pensará en ti. Le diremos que lo has hecho todo tú sola. Es más, ¡haremos más de uno! Una especie de parque eólico casero.

 Genial, ¡qué bonito! Pero ¿cómo se hacen?

 Es muy sencillo. Coge unas cartulinas de colores que están ahí, en ese mueble.

De inmediato hago lo que me dice. Abro la puerta y cojo una amarilla, una verde y una roja.

 Hay que cortarlas en pedazos de este tamaño, haciendo unos cuadrados. -Me los enseña-. Caro, sin que tu abuela se dé cuenta, ve a la cocina a buscar unas pajitas. Están en el cajón que hay debajo de la mesita de mármol, junto a los cubiertos.

 ¡De acuerdo!

Me siento como cuando, siendo una niña, quería robar algo de la despensa y el corazón me latía a toda velocidad. Bien, la abuela está allí. Oigo ruidos. Está colocando algo en los armarios. Encuentro las pajitas. Cojo varias y vuelvo apresuradamente al estudio del abuelo.

 Ahora necesitamos pegamento, pinceles y un lápiz, pero lo tengo todo aquí.

 ¡Esto parece una papelería!

 Mira, se hace así

El abuelo dobla el cuadrado por las diagonales.

 Ahora pinta los triángulos resultantes como prefieras.

Y me pongo a hacerlo, como si fuese una niña, mientras él sigue recortando el resto de las cartulinas.

Nada más acabar, el abuelo pega los extremos casi en el centro de los cuadrados y, a continuación, corta unos círculos y los pega encima de éstos para sujetarlos mejor. Acto seguido coge unos alfileres, unos de ésos con la cabeza grande, hace un agujero en el centro del molinete y clava uno. Introduce la pajita en el otro lado dejando un poco de espacio entre ésta y el molinete. Lo imito y monto tres molinetes más. Pasados unos minutos ya están listos, ¡Han quedado preciosos!

La abuela, que jamás nos molesta cuando estamos en el estudio, no se ha enterado de nada. El abuelo me guiña un ojo y luego abre la puerta.

 Cariño, ¿nos preparas un buen té? Carolina y yo lo necesitamos,

Nos responde desde su dormitorio.

 Claro

Así que, cargada con los molinetes, salgo sigilosamente a la terraza. Una vez allí, los coloco en las macetas de flores. Ya está. Son preciosos y, además, en seguida llega una ráfaga de viento que los hace girar.

Me escondo en un rincón y espero.

Pasados unos minutos la abuela sale con su taza de té verde en la mano.

 Pero ¿dónde estáis?

Mira alrededor. La espío desde detrás de las hojas del jazmín. Veo que cambia la expresión de su rostro.

 ¡Tom! ¡Tom!

Aparece el abuelo.

 ¡Dime!

 ¡Hay unos molinetes!

 ¿Unos molinetes?

 Sí, aquí, ¿los has puesto tú?

 Yo no.

 Pero ¿dónde está Caro?

Y me buscan, el abuelo, mi cómplice, hace como si nada. Minutos después salgo de mi escondite de un salto.

 ¡Aquí estoy, abuela!

 Pero ¿qué hacías ahí?

 ¿Te gusta nuestro regalo?

 ¿Nuestro? -pregunta el abuelo-. ¡Pero si lo has hecho tú! -Acto seguido mira a la abuela Luci, quien sabe de sobra lo que ha ocurrido-. Es verdad, te lo juro ¡Todo ha sido obra suya!

 No juréis

Después se dan un beso fugaz y nos sentamos allí, en la terraza, a contemplar los molinetes que giran rápidamente en las macetas; cuando amaina el viento se detienen, pero en seguida sopla una nueva ráfaga y se ponen de nuevo en movimiento. Cuando giran a esa velocidad, los colores se mezclan convirtiéndose en uno solo. Es precioso, Bebo un poco de té. El abuelo y yo nos miramos orgullosos. Debo decir que en su casa se está realmente bien.

Finales de noviembre. Hoy en el colegio el tema es el amor. ¡Un amor lleno de sufrimiento! El profe de italiano nos ha hablado de Dino Campana y de Sibilla Aleramo. Dice que no le gusta que Campana se quede siempre fuera del programa, que es un autor que no se trata nunca y que es una pena. Y ha optado por empezar contándonos la historia de ambos. Yo en parte sabía de qué iba porque Rusty me hizo ver la película en DVD. Es bonita. Aunque también un poco triste. Cuántas cosas le escribió él a ella. Pero ¿por qué será que los amores imposibles hacen que seamos más creativos? Mientras el profe nos leía: «Encontramos unas rosas, eran sus rosas, eran mis rosas, a ese viaje lo llamábamos amor», todos estaban un poco distraídos, pero yo, curiosamente, tenía los cinco sentidos puestos en lo que decía. En mi opinión, en el pasado se hablaba del amor con más pasión. Usaban palabras distintas. ¿Qué debe de decir Massi del amor? ¡Esperemos que no esté diciéndole muchas cosas a otra! De eso nada, antes voy yo. Mejor dicho, ¡soy la única! Claro que tener a un hombre que te diga esas cosas debe de ser maravilloso «Porque yo no podía olvidar las rosas, las buscábamos juntos» Tampoco yo puedo olvidarme. Y, además, figuraos, nadie me ha regalado ninguna hasta la fecha.

El amor es una flor que nadie te ha regalado nunca y que siempre recordarás. ¡Yo también soy poetisa!

Después, una gran sorpresa: a la salida del colegio recibo un mensaje: «¿Recuerdas que hoy tenemos la primera clase? Las pelotas están en la pista y el maestro también, ¡sólo faltas tú! ¿Paso a recogerte? He reservado para las tres.»

Vuelvo a casa como un torbellino, ¡aún más de prisa! Vuelvo a probarme todo lo que tengo, y ahí se produce el gran dilema: ¿pantalones cortos o faldita? Al final me decido por jugar con chándal. Me siento a la mesa. Mamá ha conseguido llegar a tiempo para prepararnos la comida, pero yo, como no podía ser de otro modo, ¡estoy hecha un manojo de nervios!

 ¿Qué pasa, Caro?, ¿no comes?

No me da tiempo a responderle. Ale lo hace por mí con la boca llena.

 ¡No! Hoy tiene sófbol.

Mi madre me mira estupefacta.

 Pero ¿no dijiste que ibas a jugar al tenis?

 Sí, es que mi hermana es imbécil ¡Han llamado al timbre! ¡Voy yo!

Corro al interfono.

 Hola, soy el maestro, ¿puede bajar mi alumna preferida?

 ¡Claro que sí! Voy en seguida -Me precipito a mi dormitorio para coger la raqueta-. Me voy, mamá.

 ¡No vuelvas tarde!

 ¡No!

Ale deja de comer por un momento.

 ¡Que te vaya bien el sófbol!

 Simpática

Llamo el ascensor, pero estoy demasiado inquieta. Salto en el sitio y, al final, la espera me resulta insoportable. El señor Marco, el vecino que trabaja en televisión, sale de su casa.

 He llamado el ascensor, suba usted. -Gracias.

 ¡De nada, esta vez la que está a dieta soy yo!

Bajo de un salto los últimos escalones y llego al rellano. Veo que cabecea. Sonrío y sigo bajando a toda prisa sin darle mucha importancia. Cruzo la verja.

 ¡Aquí estoy!

Lele se inclina en mi dirección y me abre la puerta. Subo al vuelo al Smart y cierro. Lele arranca mientras me pongo el cinturón.

 Oh, he de decirte que puede que sea tu alumna preferida, pero quizá sea también la peor

 Puede, ¡pero seguro que eres mi preferida!

¿Por qué me dice eso? Es agradable, pero la forma en que lo ha dicho me resulta extraña ¿Habrá querido decir algo? ¿O no? No lo he entendido. Lele me mira, y me sonríe.

 ¡Eres mi única alumna!

Resumen del tenis.

Veamos, ¿sabéis lo que es una jugadora de sófbol? ¿Esas chicas que esperan quietas la pelota y que después la golpean con una fuerza increíble, hasta el punto de mandarla fuera del campo? ¿Y que luego corren lentamente, de una base a otra, alzando los brazos, tranquilamente porque han lanzado la pelota lejísimos? Pues bien, ésa era yo. Sólo que si haces eso cuando juegas a sófbol eres una campeona, ¡pero si lo haces en el tenis eres una nulidad! ¡Maldita Ale! Tenía razón. Cada vez que recibía una pelota, la golpeaba y la mandaba al otro campo, pero no al del adversario, sino al contiguo. Es decir que, en lugar de jugar al tenis, jugaba a disculparme:

 Perdonad, me he equivocado.

 ¡Salta a la vista!

Dos chicos simpáticos, nuestros vecinos de pista. Lele, en cambio, seguía cogiendo las pelotas del cesto y tirándomelas siempre al mismo punto, a la misma velocidad y con el mismo ritmo. Una máquina de guerra, paciente.

 Inclínate, mira la pelota, golpéala hacia adelante, ¡muy bien!

 ¡Eh, maestro, no mientas a tu alumna!

Aún más simpáticos si cabe, nuestros vecinos. Pero bueno, al final fue una tarde divertida. Después de la lección nos sentamos en el bar a beber algo. Un buen Powerade, que te ayuda a reponerte, pese a que yo salvo para recoger pelotas a diestro y siniestro, tampoco había corrido tanto. Aunque sudé un poco, y eso es bueno. Además, con el chándal hice el ridículo de lo lindo. Nuestros vecinos de pista pasaron al final por nuestro lado.

 Avisadnos cuando volváis a jugar, ¡así vendremos con el paraguas!

Lele se echó a reír y después se volvió hacia mí.

 ¡En fin, la próxima vez quizá reservemos la pista del fondo!

 Sí, mejor será

Sonreí mientras apuraba mi Powerade. Muy educada. Muy mona. Muy tenista. Con una única idea en la cabeza: ¿de verdad será tan paciente ese Lele? Ríen. A esas alturas soy ya toda una jugadora de tenis, hasta un poco segura de sí misma. Decidí que la próxima vez me pondría el conjunto con la faldita Y sonreí divertida al pensarlo. ¡Ignoraba todo lo que sucedería después!

Domingo.

 Venga, coge ésa, ¡que es mona!

 ¿Cuál?

 Ésa, la que tiene todas esas flores.

 Vale. -Bajo rápidamente del coche-. ¿Me da esa planta?

 ¿Ésta?

 Sí, gracias.

Mi madre me espera en el coche. Me vuelvo hacia ella.

 ¿Cojo también una tarjeta? Venga, así le escribimos algo bonito.

 De acuerdo.

El florista envuelve la planta con celofán y me la da.

 Veinte euros, por favor.

Le pago y subo de nuevo al coche.

 Entonces, ¿adónde voy?

 Todo recto, por el Lungotevere.

 Pero ¿está cerca?

 ¡Sí, mucho!

Mi madre sigue conduciendo tranquila.

 ¡Si tú lo dices!

 ¡Ya he estado allí!«Hasta monté una silla», me gustaría añadir, pero me parece un poco restrictivo-. Incluso le eché una mano para montar los muebles.

 Ah

Eso está mejor. Llevo la planta entre los pies; el aroma del aciano es muy fuerte, asciende y de vez en cuando me llega a la cara y me produce cierto picor en la nariz, y entonces me aparto a derecha e izquierda para no acabar entre las hojas. Aun así, me molesta menos que Ale, que, tal y como imaginaba, no ha podido venir.

 ¿Qué le escribimos, mamá?

 Y yo qué sé, ¡tú eres la escritora!!Te pasas la vida garabateando en ese diario!

Me viene a la mente que ayer por la mañana Alis me dio a leer una frase preciosa que había encontrado en internet: «El amor es cuando la chica se pone perfume, el chico loción para después del afeitado y luego salen juntos para olfatearse el uno al otro. Martina, cinco años.» ¿Qué puedo decir?, verdaderamente genial. Necesitaría una idea tan divertida como ésta.

 Pues si que, escribo en el diario para recordar lo que he hecho ¡En todo caso, el escritor es él!

 ¡Esperemos que así sea! -Mi madre hace una extraña mueca. Está preocupada, pero prefiere dar por zanjada la cuestión-. ¿Sigo recto?

 Sí, todo recto, no queda mucho. Ya está, se me ha ocurrido algo, ¿estás lista?

Mi madre me mira risueña.

 Sí, claro. A ver, dime.

 «Para que todo lo que deseas pueda brotar» -La miro con aire inquisitivo. ¡La verdad es que, más que para un escritor, parece una frase dedicada a un florista! Yo misma respondo a mi propuesta-: No, no, es una estupidez. -Sigo pensando. Veamos-: «Para tu nueva casa» -¡No! En parte porque es una barcaza, aunque todavía no se lo he dicho a mi madre. Ya está, tengo otra frase-: «Para ti, con todo nuestro amor.»

Mamá parece muy contenta.

¡Esa me gusta!

La sopeso por un momento.

 Sí, pero parece de primera comunión.

 ¿Qué quieres decir?

 ¡Que entristece!

 ¿A qué te refieres?

 Que no es alegre. No sirve, no sirve.

Y sigo dándole vueltas a una serie de frases que, la verdad, no sé cómo se me ocurren. De repente suelto incluso un «Para un futuro celeste», ¡porque las flores de la planta son, claro está, de ese color! Pero al final doy con algo que parece convencernos a las dos.

 ¡Gira, gira aquí!

Me he distraído y se lo he dicho en el último momento. Mi madre obedece de inmediato mis indicaciones, dobla una curva muy cerrada mientras desciende en dirección al Tíber. El coche patina un poco, parecemos dos locas.

 Pero si estamos yendo hacia el río.

 Eh -me limito a decirle por toda respuesta.

Avanzamos unos cuantos metros más.

 ¡Ya está, hemos llegado!

Mi madre se queda boquiabierta.

 ¡Pero si es una barcaza!

 Bonita, ¿verdad? -Meto las manos entre las de mi madre, que están apoyadas en el volante, para tocar el claxon y me apeo a toda velocidad del coche con la planta.

 Rusty, ¡hemos llegado, estamos aquí!

R. J. sale sonriente de la barcaza y cruza corriendo la pasarela.

 ¡Aquí están mis mujeres preferidas! -Y me coge en brazos y me hace dar vueltas inclinándose hacia el río mientras yo sostengo la planta entre las manos.

 ¡Socorro! -grito, pese a que cuando estoy entre sus brazos no tengo miedo.

Después me baja al suelo dejándome caer sobre las tablas de madera que hay al otro lado de la pasarela, y echa a correr en dirección a mi madre.

 Ven, quiero enseñártelo todo.

 Pero ¿no es peligroso? ¿No hay ratas?

 ¡Qué ratas ni qué ocho cuartos! Mira lo que he hecho -Y señala unos platos llenos de anchoas que están dispuestos en el suelo, a lo largo del camino-. Tengo gatos montando guardia El único ratón que puede entrar aquí es Mickey Mouse, y en forma de cómic. Venid, venid que os lo enseñe. -Entra y nos muestra el interior de la barcaza-. Veamos, aquí está la cocina, éste es el salón, y aquí está el dormitorio.

Nosotras lo seguimos extasiadas. No me lo puedo creer, la ha transformado de arriba abajo, parece otro sitio. Cortinas azules, blancas y celestes y unas mesas de Ikea perfectamente montadas.

 Caro me ayudó a montar todos los muebles

Mi madre me mira ufana.

 No es verdad, sólo hice unas cuantas cosas.

 No, de eso nada, hiciste mucho. De hecho, mira aquí.

Y nos lleva a una pequeña habitación clara con vistas al río, tiene un ventanal precioso y una mesa grande en la que ha colocado su ordenador, ese que tanto me gusta ¡Entre otras cosas porque es mucho más rápido que el mío!

 Ésta es tu habitación, Caro. Cuando quieras puedes venir a estudiar. Dentro de nada tendré conexión ADSL, de manera que no te faltarán tus amigas Alis, Clod, y los otros de Messenger

¡No! No me lo puedo creer, ¡si hasta ha colgado una fotografía de Johnny Depp! ¡Caramba, es una habitación fantástica! Entre otras cosas porque es mucho más grande que la mía. Pero eso no lo digo.

 ¿Puedo venir de vez en cuando a estudiar, mamá?

 Claro, basta con que estudies de verdad, tengo la impresión de que aquí sólo te distraerás.

Rusty me da un abrazo.

 De eso nada. Esto es muy tranquilo, no hay nadie que grite o haga ruido. Mucho más tranquilo que nuestra casa.

Mi madre y él se miran y permanecen en silencio durante unos instantes. Luego Rusty ve la planta, o quizá simula verla en ese preciso momento.

 ¡Eh, qué bonita! Pero ¿qué me habéis traído? Un aciano. -Se acerca y coge la tarjeta-. «¡Para nuestro escritor, para que seas feliz!»

Rusty esboza una sonrisa. Cierra la tarjeta y se la mete en el bolsillo de la cazadora.

 Lo soy, ahora que estáis aquí lo soy. ¡Vamos a la mesa!

Ha sido una tarde maravillosa, os lo aseguro. Rusty James ha puesto la mesa en la sala, junto a la ventana más grande, que, en esos momentos, acariciaba el sol. Porque hoy, pese a que estamos en noviembre, lucía un sol fantástico.

Ensalada de arroz, antes entrantes variados, de esos que tanto me gustan, mozzarella pequeña, salchichas pequeñas y aceitunas, tomatitos aliñados, pimientos pequeños, de esos redondos que van rellenos de atún y alcaparras. En fin, como podéis ver, todo pequeño.

 Esta especialidad la he comprado pensando en vosotras: quesitos a las finas hierbas.

Ni mi madre ni yo sabíamos de qué estaba hablando, pero los hemos probado y nos han gustado. Es un queso blando, no muy graso, de sabor no muy fuerte, salpicado de hierbas por encima. Y luego un vino espumoso muy frío, helado. ¡Pum! Me gusta cuando los tapones saltan sin que nada los pueda retener. Rusty abre la botella apuntando a la ventana abierta, hacia el río. Y el tapón vuela muy lejos, y después, ¡plof!, aterriza en medio del Tíber, se hunde en el agua y sube de nuevo rápidamente a la superficie. Lo contemplamos mientras se aleja así, libre, empujado por la corriente, rumbo a lo desconocido.

 Mamá, ¿puedo beber yo también un poco?

 Un día es un día

 Sí, claro.

De forma que doy un sorbo y pruebo también la ensalada, que tiene una pinta estupenda.

 Pero ¿qué es esto?

Rusty sonríe.

 Hojas de espinacas.

 ¿Tan grandes?

 Sí, tan grandes.

Mi madre las corta con el cuchillo.

 Mmm, están ricas, veo que has echado también pera y queso parmesano. -Aparta algunas hojas y llega al fondo-, ¡Piñones y uvas pasas!

 Sí, y lo he aliñado con vinagre balsámico.

Vuelvo a probar prestando más atención.

 Por eso pica.

 ¡No pica!

 ¡A ti siempre te pica todo!

Nos echamos a reír. Y tengo la impresión de estar como en casa, aún más, en una nueva casa, más tranquila, eso sí. Es cierto, no se oye ningún ruido. Se está francamente bien. Y comemos en silencio. Rusty tiene un pequeño equipo de música en el salón, De improviso se levanta y pone un C'D, Coldplay,X & Y. Precioso. Lo he escuchado sólo una vez, pero en seguida me gustó. Quizá porque hay una canción con una frase que dice: «No tienes que estar solo. No tienes que estar solo en casa,»

A continuación se dirige a la cocina y reaparece al cabo de unos minutos con una pequeña tarta de chocolate, la que me gusta a rabiar. ¡Con una velita en el centro!

 Pero bueno, qué guay. ¿Qué fiesta es hoy?

 ¡La del feliz no cumpleaños!

Sabe que me encanta Alicia.

 Es una broma, la he comprado porque sois las primeras personas que invito aquí.

A saber si es verdad, pero me gusta pensar que es así. Los tres soplamos la velita, y después mi madre empieza a cortar la tarta. La divide perfectamente en tres trozos, y la verdad es que le salen idénticos, uno de esos raros casos en que uno quiere precisamente que no sobre ni falte ni un solo trozo.

Después Rusty prepara el café, pero sólo lo beben ellos. Salimos y nos echamos en las tumbonas a tomar el sol con los pies apoyados en la barandilla. Yo soy la que tengo la silla más cerca de ella, porque soy la más baja. Cierro los ojos y me siento sorprendentemente bien. Por supuesto, me gustaría que Massi estuviese en una tumbona aquí, a mi lado. Aunque quizá hoy su presencia estuviese de más. Rusty James nos mira satisfecho.

 Se está bien aquí, ¿eh?

Mi madre le estrecha la mano. -Sí

Y, al menos en eso, estamos todos de acuerdo. De repente oímos un ruido extraño.

Chof, chof

Y, acto seguido, un jadeo. De improviso aparece por la curva, a escasos metros frente a nosotros, una canoa con dos chicos que reman juntos al mismo ritmo.

 ¡Holaaaa!

Los saludo con la mano y ellos, sin dejar de remar, me sonríen. Uno alza la barbilla de golpe, como si quisiese devolverme el saludo, y después desaparecen como han venido, a toda velocidad, siguiendo la corriente del Tíber.

Entonces me vuelvo a sentar, me tiendo al sol en la tumbona, apoyo la espalda y cierro los ojos. Sí. Se está de maravilla, y puedo asegurar que ha sido la tarde más bonita de todo el mes de noviembre.

Darío, el padre de Carolina

Soy el padre de Carolina. Me llamo Darío. Tengo cuarenta y ocho años, soy licenciado y trabajo en el policlínico. Si hay algo que no soporto son los discursos vanos, y que nadie se esfuerce de verdad por las cosas realmente útiles. Las prácticas. Las serias. Las que desde siempre han hecho avanzar el mundo. Te pasas la vida trabajando, luchas por esto y por lo otro y, en todo caso, poco por ti. Crees que has cumplido con tu deber, que te has sacrificado bastante, pero después las cuentas nunca cuadran y, empezando por tu propia familia, nadie te paga lo que te debe. Y sigues así hasta que un día mueres. La vida. Todo el mundo pide sin dar nada a cambio. Todo el mundo roba y les sale bien. Y, en cambio, tú, que intentas ser honesto, sales siempre malparado. Incluso en casa, donde jamás puedo estar en paz. Me gustaría volver y, al menos una vez, encontrarlo todo hecho, que las cosas fluyeran sin mayores obstáculos. Me gustaría ver a mi hijo Giovanni estudiando libros serios para aprobar los exámenes en lugar de perder el tiempo con esos sueños inútiles y el deseo absurdo de escribir. Porque no lo conseguirá. Los soñadores no tienen nada que hacer en este mundo. Basta con mirar alrededor. Con un diploma de medicina en el bolsillo, en cambio, al menos podría hacer algo. Por no hablar de lo que cuesta mantenerlo. Al menos se compraría una casa y así tendríamos un poco más de espacio en la nuestra. Porque nadie parece pensar nunca que aquí no estamos tan anchos. Y cuando uno cría a un hijo hasta los veinte años le gustaría que le diese alguna satisfacción, ¿no? Espero que Alessandra no me decepcione tanto. No va lo que se dice muy bien en sus estudios, pero creo que podrá obtener un diploma, y después podría trabajar como secretaria en un bufete de abogados o en un despacho comercial. Creo que encajaría. A fin de cuentas, a ella la universidad no le interesa. También me gustaría que se vistiese un poco mejor. Es guapa, eso sí, pero a veces resulta demasiado llamativa. Asegura que es la moda de hoy. A mí no me gusta y, sobre todo, detesto que la gente haga comentarios. Intento transmitirle esas ideas, pero no sirve de nada. Su madre le deja comprarse siempre lo que quiere. A Carolina no acabo de entenderla. Tengo la impresión de que, a medida que crece, se va pareciendo más y más a Giovanni. Y eso me preocupa. Cuando discuto con mi hijo, ella sale en su defensa, y también mi mujer. Y eso no se hace, quiero decir que los padres deberían tener una línea de conducta común, y no contradecirse el uno al otro delante de los hijos. Por eso crecen así. Me gustaría que Carolina pasase un poco más de tiempo en casa, sólo tiene catorce años. Después nos lamentamos de que las cosas van mal, y se oyen todas esas historias en televisión. Hace falta disciplina. Y a un padre que se pasa el día fuera de casa trabajando para llevar dinero a su familia le gustaría que su esposa fuese capaz de controlar un poco más las cosas, ¿no? De lo contrario, ¿para qué sirve todo? ¿Por qué se crean las familias? Y encima tengo que oír todos esos discursos inútiles de mis hijos. Tienen demasiados amigos acostumbrados a tener el plato en la mesa sin tener que hacer ningún esfuerzo. Sueños y amor, ¡ya me gustaría a mí! ¡Pero antes hace falta el dinero! Después puedes estar seguro de que realizarás tus sueños y de que encontrarás fácilmente el amor. No obstante, el dinero no se gana con trabajos modestos como el mío o el de mi esposa, y menos aún escribiendo libros. Porque, vamos a ver, ¿tanto les cuesta entender a mis hijos que si les digo que se esfuercen y que están en las nubes lo hago por su bien y no para hacerles sufrir? Sin embargo, da la impresión de que nadie lo entiende y siempre consiguen que, al final, me enfade y grite. Ahora bien, nadie me apoya, sólo Alessandra de vez en cuando, pero lo hace porque quiere que le dé permiso para hacer algo, sólo por eso. Me gustaría que mi esposa me apoyase un poco más. Nunca nos acostamos a la misma hora, ella se va a la cama antes, yo después, y cuando llego ella duerme ya. Ni siquiera sé si nos queremos o si, en cambio, seguimos juntos por inercia Además, se ha abandonado un poco, ya no se cuida tanto. Quizá, si alguna noche la encontrase más arreglada, peinada y maquillada en lugar de con esa cara tan pálida y siempre con los mismos vestidos En cualquier caso, creo que el amor de las parejas se acaba al cabo de un año como mucho. Luego, si las cosas van bien, se transforma en estima y afecto. El amor es cosa de las películas y de los libros.

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