Debbie y yo nos quedamos inmóviles, casi sin aliento, preocupadas de que algo, incluso el más mínimo movimiento, pueda estropear una decisión que de todos modos ya está escrita en esa hoja de papel.
Rusty James dobla el folio. Nos mira y abre los brazos.
Bueno No ha salido bien. Lástima -Se levanta-. En fin, voy a coger algo de la nevera.
Me levanto del sillón y lo sigo por un momento.
No te preocupes, habrá otras oportunidades. Algún día llegará la buena La has mandado a más sitios, ¿verdad?
Sí, claro
¡Pues eso!
Sí, tienes razón
Lo dejo que vaya a la cocina y regreso al lado de Debbie.
Lástima, me sabe mal que se lo tome así
Cojo el folio y empiezo a leer mientras Debbie dice: «Apreciado señor Bolla: Sentimos comunicarle que su novela no se ajusta a nuestra línea editorial»
Bajo la hoja.
¡Sí, es exactamente lo que pone! Pero ¿cómo sabías?
Debbie abre un cajón cercano.
Mira
Está lleno de cartas de otras editoriales. Me aproximo a él. Elijo una al azar. Después otra.
Ya ha recibido otras nueve, y todas dicen más o menos lo mismo
Leo la carta con más detenimiento. En la parte de arriba figura el título de su novela.
Como el cielo al atardecer, Al final la ha titulado así Es bonito.
Sí, a mí también me gusta mucho.
Estoy segura de que tarde o temprano la leerá alguien capaz de apreciarla y será todo un éxito.
Rusty James regresa en ese momento de la cocina.
Tened, he traído unas fresas
Pone delante de nosotras un cuenco lleno de fruta con un poco de helado de vainilla.
Te he oído, ¿sabes? Es una pena
¿A qué te refieres?
Que todavía tengas catorce años i Si fueras mayor, te contrataría como agente!
Para eso ya tienes a Debbie
Ella no me vale, no es objetiva. Se deja influenciar demasiado. -Rusty James la abraza con fuerza-. Cuando alguien rechaza el libro en lugar de exponer los aspectos positivos de lo que he escrito, les tiraría el té a la cabeza ¡Me amas demasiado!
Y la besa en los labios. Debbie se agita entre sus brazos y se echa a reír,
Sobre una cosa tienes razón.
¿Me amas demasiado?
¡Le tiraría el té a la cabeza!
Ah, qué malvada
Debbie se desembaraza de él, se escabulle por debajo de sus brazos. Echa a correr y se inicia entonces una persecución.
Verás cuando te coja
No, no, socorro ¡Socorro!
Debbie no deja de reírse mientras pasa rozando los sofás, se esconde detrás de una columna y al final se para utilizando un sillón como parapeto. Hace amago de moverse hacia la derecha, luego a la izquierda y después de nuevo a la derecha. Rusty James se abalanza sobre ella, prueba a cogerla, pero ella se echa hacia atrás y él tropieza, va a parar sobre el sillón y lo hace caer.
¡Ay! Como te pille
Prueba a atraparla desde el suelo, a aferrar su pierna desde abajo, pero ella salta, alza ambas piernas y echa de nuevo a correr.
Rusty James se levanta y empieza otra vez a perseguirla.
¡No! ¡Socorro! ¡Socorro!
Acaban en el dormitorio. Se oye un batacazo.
¡Ay! ¡Ay, me estás haciendo daño!
Después reina el silencio. Sólo se oye una risa ahogada.
Venga
Alguna voz a lo lejos, ligeramente sofocada.
Quieto, que tu hermana está ahí afuera.
Sí, pero ya se marcha.
Desde el salón puedo oírlos perfectamente y no tengo ninguna duda al respecto. Alzo la voz para que me oigan:
Adiós, me voy
¿Lo ves? Eres un idiota
Adiós, Caro ¡Eres la mejor!
¿Por qué? -le grito al salir.
¡Por el examen!
Ah, pensaba que lo decías porque me voy.
Oigo que se ríen. Subo a la moto, la arranco y me pongo el casco. Parto así, envuelta en el leve aroma de unas flores amarillas y del maravilloso atardecer que se ha quedado encajado en el arco de un puente lejano.
«Me amas demasiado.» Acto seguido, sus risas. La fuga. La caída. Y ahora estarán haciendo el amor. Sonrío. «Me amas demasiado.»
Una vez superado el miedo inicial debe de ser precioso.
Massi ¿Y yo? Yo todavía no he logrado decirte que te amo. «Te amo, te amo, te amo.» Pruebo todas las entonaciones posibles mientras circulo con la moto por la pista para bicicletas. Como si fuera una actriz. «Te amo.» Seria. «Te amo.» Alegre. «Te amo.» Pasional. «Te amo.» Despreocupada. «Te amo.» Canción napolitana. «Te amo.» Umberto Tozzi. «Te amo.» Culebrón venezolano. «Te amooooo.» Una chalada que grita.
Dos chicos que corren en dirección contraria se vuelven riéndose. Uno de los dos es más rápido que el otro.
¡Y yo a tiií!
Y se alejan sin dejar de reírse.
Ahora estoy lista y mucho más serena.
Cuando entramos en su espléndido jardín la música suena a todo volumen. Todos bailan junto a la piscina, algunos en traje de baño, otros vestidos, en tanto que el disc-jockey, subido a una plataforma que han colocado en lo alto de un árbol, alza una mano al cielo, con los auriculares medio caídos en el cuello, y la otra mano contra la oreja, escuchando un tema que está a punto de cambiar. ¡Ahí va! Please, don't stop the music.
¡Ésta es genial! ¡Me encanta! Aparca ahí, Massi, hay un sitio libre.
Massi sigue mis indicaciones y detiene su Cinquecento azul petróleo con la bandera inglesa en la explanada del parking.
Vamos.
Me apeo del coche y tiro de él,
¡Espera al menos a que lo cierre!
¡Qué más da! Aquí nadie te lo robará.
De modo que echamos a correr en dirección a la gran pista que ocupa el centro del prado de la magnífica casa que Alis tiene en Sutri.
¡Aquí están, por fin han llegado!
Varias personas nos salen al encuentro.
¡Holaaa! Os presento a Massi.
Hola, Virginia.
Hola, nosotros ya nos conocemos, soy Clod, la amiga de Caro.
Por supuesto, te recuerdo. Y él es Aldo, tu novio
Lo miro orgullosa. Massi se acuerda de todo.
Y ella es Alis, la homenajeada.
Se sonríen.
Sí, pero tú y yo también nos hemos visto ya.
Sí, en el cine.
Eso es. ¡Pero yo no soy la homenajeada! ¡La fiesta es para todos! Vamos a bailar, Caro
Alis me arrastra hasta el centro de la pista. Clod se une a nosotras y nos divertimos a más no poder, bailando al unísono, siguiendo el ritmo, saltando y cambiando de movimientos a la perfección, sí, porque somos las amigas perfectas.
¡Este sitio es fabuloso!
¡Precioso! -grito para que me oigan a pesar de la música.
¿Te gusta?
¡Muchísimo! ¡No recordaba que fuese tan bonito!
No hace mucho que construimos la piscina y que compramos los caballos. Mira.
Me doy media vuelta. A mis espaldas, Gibbo corre a toda velocidad y se tira en bomba a la piscina salpicando a todo el mundo.
¡Nooo! Pero ¿has invitado también a los profes!
El profe Leone y la Boi se encuentran en el borde de la piscina mirándose la ropa, que Gibbo les acaba de empapar.
¡Faltaría más, nos han aprobado a todos! ¡Era justo que también ellos recibiesen un premio!
En ese momento, del otro lado de la piscina, llega la bomba Filo, que acaba dejándolos como sopas.
Bueno, ¡justo premio, justo castigo!
Sólo falta que ahora se tire también Clod, ¡entonces la ducha sería completa!
¡Imbéciles!
Y seguimos bailando como locas, empujándonos y riéndonos divertidas, mientras por el rabillo del ojo veo que Massi está bebiendo algo con Aldo, hablando de sus cosas.
Pasan las horas. EscuchamosFango de Jovanotti y después Candy Shop de Madonna, además de Caparezza y Gianna Nannini, La luna está ya alta en el cielo. Muchos están bañándose en la piscina de agua caliente. Hasta el profe Leone y la profe Bellini se han metido en el agua y están disfrutando de lo lindo. El profe está jugando a waterpolo y de vez en cuando algún alumno lo agarra y le hace una ahogadilla con la excusa de que lo marca.
Perdona, Aldo, ¿has visto a Massi?
¿A quién?
A Massi, mi novio.
Ah, Massimiliano. Antes hemos estado hablando un rato, pero luego se ha ido en esa dirección.
Miro a donde me señala. En un rincón, Filo y Gibbo están charlando con Clod. Me aproximo a ellos.
Eh, ¿no te has bañado?
No.
¿Tú tampoco, Clod?
No puedo
Pone una cara extraña al decirlo, como si pretendiese subrayar algún tipo de imposibilidad femenina Creo que lo único que le ocurre es que le da vergüenza desvestirse. Como prefiera, no insisto.
Oye, ¿has visto a Massi por casualidad?
Clod me sonríe.
Por supuesto, está ahí.
Y se vuelve hacia el gran árbol. Justo debajo, en los bancos que lo rodean, hay unos cuantos chicos y chicas que fuman y se pasan una cerveza. Unos están sentados, otros en pie. En el banco central veo a Massi con Alis. Él está en pie, bebiendo una cerveza, y ella está sentada sobre el respaldo del banco, con los pies sobre el asiento. Se ríe. Escucha lo que le está contando él y se ríe. Está atenta a lo que dice, divertida, colada. ¿Colada? ¡De eso nada!
Pero ¿qué me ocurre? ¿Estoy celosa de mi amiga? Quiero decir que nos ha invitado a su casa, es nuestra anfitriona, y en lugar de alegrarme de que charle con todo el mundo, incluso con mi novio, ahora me siento mal. No es posible. Clod pasa por mi lado.
¿Lo ves o no?
Sí, sí, ya lo veo. Menos mal.
Filo y Gibbo se ríen.
¿Cómo que «menos mal»? ¿Pensabas que lo habías perdido?
No es un crío
¡Supongo que puede encontrar solo el camino de vuelta a casa! -Qué simpáticos que sois ¿Me acompañas, Clod? Tengo hambre.
Por supuesto.
Nos acercamos a las mesas donde está la comida y pido que me preparen un plato.
Sí, de ésa, gracias, la pasta. El camarero la señala. -¿Ésta? ¿Pastaalla checca?
¿Qué?
Con tomate y mozzarella.
Sí, perfecto.
Como no podía ser de otro modo, Clod interviene. -¿Me prepara uno a mí también?
Por supuesto.
Al cabo de unos segundos nos pasa los platos. Cogemos unos tenedores y unas servilletas y nos acomodamos allí cerca.
Mmm, está muy rica.
Riquísima.
Me habría extrañado que no hubieses estado de acuerdo.
Está buena de verdad, en su punto.
Miro bajo el gran árbol. Massi sigue allí. Ahora él también está sentado sobre el respaldo del banco y se ha acercado a Alis para seguir charlando.
¿Qué pasa? ¿Te molesta?
Me vuelvo hacia Clod.
¿A qué te refieres?
Da un bocado a su pasta y a continuación me señala con el tenedor ya vacío a Massi y a Alis.
A ellos.
Los miro una vez más y acto seguido yo también me pongo a comer.
No, para nada, sólo los miraba.
¿Y se puede saber qué mirabas?
Lo que se dicen. Pienso qué hubiera pasado si Massi hubiese conocido a Alis en lugar de a mí
¿Y eso no te molesta?
No. Ella habla con él porque es mi novio. -Luego me vuelvo risueña-, Y seguirá siéndolo.
Continuó comiendo tranquila.
Justo en ese momento Edoardo, el novio de Alis, se aproxima al banco bajo el gran árbol. Se planta delante de ambos y empieza a discutir con ella. Clod se da cuenta.
Caro Mira
Me vuelvo y veo la escena. Massi se levanta del banco y se aleja.
Clod sacude la cabeza.
El novio de Alis no ha podido soportarlo más No es como tú.
Sigo comiendo sin mirarla.
Porque es un tipo inseguro.
Engullo el último bocado y dejo el plato a un lado.
Jamás hay que demostrar inseguridad ¿Vienes a bañarte?
Pero si ya te he dicho que no puedo.
¿Qué consejo acabo de darte? Nunca hay que manifestar inseguridad.
Clod reflexiona por unos segundos y acto seguido esboza una sonrisa.
Cojo una toalla y voy en seguida.
Jugamos un partido de waterpolo.
¡Lánzala, lánzala!
Recibo la pelota y trato de marcar. ¡Nada! El profe Leone la para y pasa al ataque. Seguimos jugando durante un rato más.
¡Vamos, Clod, tíramela!
Me pasa la pelota. Massi intenta detenerme pero consigo evitarlo y marco.
¡Gol!
Un poco más tarde, a la luz de la luna llena. Montamos unos elegantes caballos que se mueven entre la hierba alta. Uno guía el paseo.
Por aquí, seguidme
Cabalgo detrás de Massi, nos hemos cambiado el traje de baño. Siento su piel y la del caballo. Lo abrazo y siento que me gustaría ser una salvaje. Ahora. Tocarlo así, desde atrás, en la oscuridad del pinar. Pero no puedo. Lo abrazo y lo beso en la espalda, calentándolo con mi aliento. Se vuelve y me sonríe.
Eh -me susurra-, me entran escalofríos si haces eso.
Quiero que sientas escalofríos -Lo beso de nuevo.
Él se rebela. Me río y sigo besándolo. Alis pasa por nuestro lado. Nos mira y después se aleja. Detrás de ella va su novio. Montan dos caballos diferentes. Él no nos mira. Estrecho a Massi entre mis brazos. Él echa la cabeza hacia atrás, ahora está más cerca de mí. Vislumbro su boca.
¿Has sentido celos antes, mientras hablaba con Alis?
Permanezco con la cabeza apoyada.
¿Debería haberlos sentido?
Sí, pero sin motivo alguno
Entonces, no, no he sentido celos.
El caballo sigue avanzando con nosotros dos a lomos de él bajo la luna grande, en el silencio del pinar, entre otros caballeros que, como nosotros, cabalgan en la oscuridad. Massi me acaricia una pierna.
Mejor así.
Sonrío y finalmente me siento preparada.
¿Massi?
¿Sí?
Te amo.
Y lo estrecho entre mis brazos. Y siento que sonríe y que echa un brazo hacia atrás para apretarme contra su espalda, para hacerme sentir considerada, querida y feliz. Después se vuelve hacia mí, risueño.
Idem
¡No! ¡No me lo puedo creer! ¡Me lo ha dicho como Patríck Swayze enGhost! La historia más bonita de este mundo. No sé cuántas veces he llorado viendo esa película. Sólo que yo quiero ser feliz con él. Soy feliz. Y lo abrazo con más fuerza, repitiendo para mis adentros: «Te amo, te amo, te am», mientras nos perdemos en medio de la noche.
De modo que aquí estoy.
Esta mañana.
Todo lo que os he contado sucedió durante el año que acaba de pasar. Y soy feliz. Y a veces resulta verdaderamente difícil reconocerlo.
Voy en moto con las flores entre las piernas, protegiéndolas para que su aroma no se pierda en el viento. Escucho música con mi iPod. Solo per te, de Negramaro. Es preciosa. Conduzco lentamente entre el tráfico fluido de esta fresca mañana de julio. Es 18. Un día que me resulta simpático, quizá porque, de alguna forma, señala la madurez. Y hoy me siento dulcemente inmadura.
Me he comprado un vestido nuevo que, dado lo fino que es, veo revolotear entre mis piernas. Siempre he pensado que hay que ponerse cosas nuevas cuando se trata de un día especial. Un acontecimiento, un examen o una fiesta, Y hoy están sucediendo todas esas cosas a la vez.
¡Sólo espero que no me suspendan!
Llego a casa de Massi. Aparco la Vespa, pongo el candado, porque no sé cuánto durará este día y, como una tonta, me echo a reír, me ruborizo por haber pensado eso, A continuación me siento en un banco que hay allí cerca. Apoyo sobre él las flores, la bolsa con el capuchino en la botella, los cruasanes y los periódicos. Permanezco un rato así, ligeramente adormecida, feliz y ensimismada, dejándome acariciar por el sol. Nada. No logro estarme quieta. Siento un gran desasosiego. En fin, sonrío una vez más, es normal sentirse algo nerviosa, emocionada. Todo lo que no se conoce se desea con cierto temor. Ésta me gusta. La frase le va como anillo al dedo a la situación. Quizá ya la haya dicho alguien, pero prefiero pensar que la he inventado yo.
Abro el bolso y la anoto en mi agenda. A continuación cojo el móvil. Lo llamo. Nada. Está apagado. Sonrío. Es cierto. Se habrá acostado tarde. Miro el reloj. Son las 10.20. Me dijo que no lo llamase antes de las once. En estas cosas es muy preciso. En otras, no, pero en lo tocante a dormir, no atiende a razones.
Saco del bolso un espejito redondo. Lo abro y me miro en él. Compruebo si el ligero maquillaje que me he puesto se me ha corrido; a fin de cuentas, llevo dando vueltas por la calle desde las ocho de la mañana. Y mientras me miro al espejo me parece oír a lo lejos que su portón se abre. Lo reconozco porque chirría un poco. Cierro el espejito y miro en esa dirección.
La plaza está vacía. Hay algunos coches aparcados, pero en ese momento no circula ninguno. La única persona que veo es un quiosquero que se encuentra a cierta distancia y que está ordenando los periódicos. Eso es todo.
Me acomodo mejor en el banco, me yergo y miro más a lo lejos. Me ha dado la impresión de oír un golpe en el portón. Me tapa un coche que hay justo delante de mí. Puede que me haya equivocado. Pero mientras lo pienso lo veo: Massi. Aparece delante del portón y abre la verja como si se dispusiera a salir. En cambio, se detiene, gira lentamente la cabeza a la derecha y acto seguido sonríe. Espera a que alguien salga. Está tranquilo, sereno y feliz. ¿Será un vecino del edificio? ¿Un amigo? ¿De quién más podría tratarse? Y en un instante mi corazón empieza a latir a toda velocidad, cada vez más fuerte. Respiro entrecortadamente. Tengo miedo, debo marcharme, quiero marcharme No, lo que tengo que hacer es quedarme. Me parece un sueño, no es posible. Massi está ahí, completamente despierto. Y mantiene la verja abierta con una sonrisa en los labios. ¿A quién va dirigida? Pese a que apenas pasan unos segundos, la espera se me hace interminable, a decir poco, una eternidad. Luego aparece ella. Camina con parsimonia. Alis. Se detiene al lado de él, junto a la verja.
Le sonríe. Se atusa el pelo como le he visto hacer mil veces y, lentamente, inclina la cabeza y se aproxima a él, poco a poco, cada vez más. A mí me gustaría gritarle que se detuviera, decirle algo. Pero permanezco muda, soy incapaz de articular palabra. Sólo logro mirar. Al final, veo que se besan,
Y yo me siento morir. Siento que me desmayo. Que desaparezco. Que me disuelvo en el viento. Permanezco así, muda, con la boca abierta y el corazón despedazado. Aniquilada, Es como si el cielo se hubiese teñido de negro de repente, el sol hubiera desaparecido, los árboles hubiesen perdido sus hojas y alguien hubiera pintado los edificios de gris. Oscuridad. Oscuridad absoluta.
Como puedo, trato de recuperar el aliento. En vano. Me falta el aire, No logro respirar. Me siento desfallecer, la cabeza me da vueltas, se me empaña la vista. Apoyo las manos en el banco, a mi lado, para sentirme sobre tierra firme.
Todavía viva.
Por desgracia encuentro la fuerza para mirar de nuevo hacia ellos. Veo que ella le sonríe. Que se marcha agitando la melena, alegre, como la he visto mil veces, pero en compañía de Clod o mía. En mil fiestas, ocasiones, excursiones, en el colegio o en la calle. Nosotras, sólo nosotras, siempre nosotras, las tres amigas del alma.
Alis sube a su microcoche. ¿Cómo es posible que no me haya dado cuenta de nada antes? Me habría bastado eso para entender, para marcharme, para evitar esa escena, ese beso, ese dolor inmenso que jamás podré olvidar Sin embargo, hay ocasiones en que no ves. No ves las cosas que tienes delante cuando lo único que buscas es la felicidad. Una felicidad que te ofusca, que te distrae, una felicidad que te absorbe como una esponja. No las ves. Sólo ves lo que quieres ver, lo que necesitas, lo que te sirve, Y me quedo sentada en ese banco como si fuese una estatua, una de esas que hacen de vez en cuando para recordar algo. Sí. Mi primera auténtica desilusión, la mayor de todas.
Veo que Alis se marcha con el mismo coche con el que me ha acompañado a casa mil veces, en cuyo interior hemos compartido mil veladas y paseos por la playa, de un lado a otro de la ciudad, riéndonos, bromeando, charlando de nuestras cosas, de nuestros amores
Nuestros amores.
Nuestra promesa.
Nuestro juramento.
Nada nos separará nunca
Jura que no nos separaremos jamás.
Miro hacia el portón. Massi ya no está allí. Ha vuelto a entrar. Y entonces, casi sin saber cómo, como una autómata, echo a andar. Dejo los periódicos sobre el banco, junto al capuchino y los cruasanes. No se me ocurre dárselos a un mendigo, a alguien que pueda tener hambre, auténtica necesidad.
Hoy no.
Hoy no quiero ser buena.
Y me alejo así, abandonando las flores celestes en el suelo. Parecen casi esos ramos que se dejan sobre el asfalto en memoria de alguien tras una muerte causada por un dramático accidente, quizá por culpa de la distracción de otra persona. No. Ésas están ahí por mí.
Por mi muerte. Por culpa de Alis. Y de Massi. Y mientras camino recuerdo sus besos, aquella vez en la playa, las carreras sobre la arena, detrás de él, en la moto, abrazada a su cuerpo al atardecer, con la mirada feliz y perdida en las remotas olas del mar y en su amor. Y rompo a llorar. En silencio. Siento que las lágrimas se deslizan por mis mejillas, lentas, inexorables, una detrás de otra, sin que yo pueda hacer nada para detenerlas. Resbalan dejando líneas negras sobre el maquillaje que cubre mi cara, expresando mi dolor. Me las enjugo con el dorso de la mano y sollozo sin dejar de caminar. No consigo detener el pecho, que sube y baja ruidoso, distraído, impreciso, desahogando todo el dolor que experimento. Enorme. Inmenso. No es posible. No me lo puedo creer. De improviso oigo sonar el móvil. Me enjugo las lágrimas y lo saco del bolso. Veo su nombre en la pantalla: Massi. Miro el reloj. Las once. Qué cabrón, por eso no quería que lo despertara antes.
Lo dejo sonar, lo pongo en modo silencio. Luego, cuando la llamada se interrumpe, lo apago. Por ahora. Mañana. Por un mes. Para siempre. Cambiaré de número. Pero eso no cambiará mi dolor. No borrará sus caras. Esa sonrisa, esa espera, el beso que acabo de presenciar. Sigo caminando. Quizá fuese durante la noche de su fiesta, cuando estuvieron hablando en el banco, bajo el árbol grande. Debieron de intercambiarse los teléfonos en ese momento. Luego debieron llamarse. Siento una rabia repentina. Mi respiración se acelera de nuevo, Demasiado. Siento unas terribles punzadas en el estómago. Pero no consigo detenerme. Imagino, pienso, razono, me hago daño, Se habrán visto antes, varios días, en otra parte, y más tarde lo habrán decidido. Pero ¿quién habrá dado el primer paso? ¿Quién habrá dicho la primera palabra, quién habrá hecho la primera alusión, quién habrá dado el primer beso, la primera caricia? Qué importa, eso cambia muy poco. Mejor dicho, no cambia nada. ¿Tiene sentido saber cuál es el más inocente de dos culpables?
Pero, aun así, no dejo de desgarrarme, de destruirme, de aniquilarme, de sufrir y de sentir unas inmensas ganas de gritar. De estar quieta. De tumbarme en el suelo. De escapar. De no volver a hablar. De correr. De cualquier cosa que pueda liberarme de esta presión que me ahoga. ¿Quién habrá dicho «Nos vemos en tu casa por la mañana, a primera hora» o, peor aún, anoche? Sí, anoche. Habrán dormido juntos. Y al pensar en eso siento que me mareo. Se me empaña la vista, noto un extraño hormigueo en la cabeza, tengo la impresión de tener los oídos tapados con algodón. Poco falta para que me caiga al suelo. Me apoyo en un poste cercano y permanezco así, sintiendo que el mundo gira a la vez que mi cabeza en tanto que las lágrimas, por desgracia, se han acabado ya.
Caro -Oigo una voz. Me vuelvo. Un Mercedes azul claro, uno de esos antiguos, frena delante de mí, todo abierto, nuevo, precioso. Sonrío sin comprender-, ¿Qué ocurre? ¿Qué te pasa? -Veo que se apea-. ¿Qué te sucede, Caro?
Es Rusty James. Se acerca a mí corriendo, me coge de inmediato, antes de que me desplome. Sonrío entre sus brazos.
Nada Que apenas he dormido Estoy un poco mareada. Debo de haber comido algo que me ha sentado mal
Chsss. -Me tapa la boca con una mano-. Chsss, tranquila
Y me sonríe. Y yo lo abrazo con todas mis fuerzas.
Oh, Rusty James, ¿por qué?
Y me echo a llorar sobre su hombro.
Vamos, Caro, no te preocupes Sea lo que sea, lo resolveremos.
Me ayuda a subir al coche, a sentarme, me levanta las piernas y cierra la puerta. A continuación sube a mi lado y arranca. Me mira de vez en cuando. Está preocupado, lo sé, lo siento. Luego intenta distraerme,
Te estaba buscando, ¿sabes? Quería enseñarte el regalo que acabo de hacerme. ¿Te gusta?
Asiento con la cabeza sin pronunciar palabra. Trata de evitar que piense, lo sé, lo conozco. Sólo que no lo consigo. Sigue mirándome mientras habla e intenta sonreír, pero sé que está sufriendo por mí,
¡Han aceptadoComo el cielo al atardecer! ¡Tenías razón! De modo que he decidido celebrarlo y te estaba buscando porque quería compartir este momento contigo.
Por un instante me gustaría alegrarme por él, como se merece en este momento, pero me resulta imposible. No lo logro. Perdóname, Rusty. Apoyo una mano sobre la suya.
Disculpa
Me sonríe y cierra los ojos lentamente como si pretendiese decir: «No te preocupes, sé de sobra lo que es. No digas nada, yo también he pasado por eso.»
Y a saber qué otras muchas cosas más hay en esa mirada.
¿Adonde quieres ir? -se limita a decirme, en cambio.
A ver el mar
De forma que cambia de marcha, acelera un poco, conduce tranquilo y yo siento que el viento me acaricia el pelo. Apoyo la cabeza en el asiento y me dejo transportar así. No tardamos en dejar la ciudad a nuestras espaldas. Me pongo las gafas grandes de sol y Rusty enciende la radio para escuchar un poco de música. Cierro los ojos. Cuando los vuelvo a abrir, ha pasado algo de tiempo. Sé que el mar está delante de mí. En calma. Unas olas pequeñas rompen en la orilla, las dunas de arena se alternan con un poco de verde aquí y allá. Respiro profundamente y huelo el aroma de los pinos, del mar y del sol sobre el asfalto que nos rodea, Leo un cartel, estamos en las dunas de Sabaudia.
En la playa hay una pareja. Él corre arrastrando una cometa. Ella está parada con las manos en las caderas, mirándolo. Él corre sin cesar. Pero, dado que apenas hay viento, la cometa traza lentamente una parábola y a continuación cae en picado y acaba clavándose en la arena. Ella se echa a reír y él le da alcance a duras penas, derrotado por esa inútil tentativa de vuelo. Ella se ríe aún más y se mofa de él. Entonces él la abraza y la aferra tirando de ella. Ella forcejea un poco, pero al final se besan. Se besan así, frente al mar, en esa playa libre y vacía, intemporal, con el infinito azul del cielo, con el sol en lo alto y con ese horizonte lejano donde el mar y el cielo se confunden. Y yo me echo a llorar de nuevo. Las lágrimas se detienen en el borde inferior de la montura de mis gafas, de manera que las levanto para dejarlas salir. Y suelto una carcajada. Me rio. Lo miro. No se ha dado cuenta. Después se vuelve hacia mí y me acaricia el brazo, me sonríe, pero no me dice nada. Así que me inclino y me apoyo en él. Me rodea los hombros con su brazo. Me abraza y, de repente, me siento un poco más serena y dejo de llorar. Claro que sí. Mañana será otro día. Me siento realmente estúpida. Me entran ganas de echarme a reír de nuevo. Estoy muy cansada. Me río y después vuelvo a llorar, sorbo por la nariz y él esta vez se da cuenta y me estrecha un poco más entre sus brazos. Cierro los ojos. Lo siento, pero no lo consigo. Me da un poco de vergüenza. Pero la verdad es que estaba muy enamorada. Estoy muy enamorada. Exhalo un prolongado suspiro. Abro los ojos. Ahora el sol se encuentra justo delante de nosotros. Algunas gaviotas sobrevuelan el mar. Rozan levemente el agua y se elevan de nuevo hacia el cielo.
Tengo que conseguirlo. Ya añoro el amor. Y me siento sola, terriblemente sola. Pero volveré a ser feliz algún día, ¿verdad? Quizá necesite algo de tiempo. Da igual, no tengo prisa. Entonces sonrío y miro a Rusty James, que, a su vez, me mira y me sonríe también. Exhalo un hondo suspiro y noto que voy recuperando la seguridad.
Sí, lo lograré. Porque, a fin de cuentas, sólo tengo catorce años, ¿no?
Agradecimientos
Gracias a Giulia y a todos sus relatos. Algunos son realmente divertidos y, a pesar de que esos días yo no estaba allí, al final me hicieron reír tanto que tengo la impresión de haberlos vivido yo también de alguna manera.
Gracias a Alberto Rollo, que ha leído este libro con particular afecto, ha conocido y encontrado entre sus páginas todo lo que habíamos comentado ya durante nuestras conversaciones, y ha sabido darme sugerencias adecuadas.