Federico MocciaPerdona Si Te Llamo Amor
© Federico Moccia, 2007
Título original: Scusa ma ti chiamo amore
© por la traducción, Cristina Sema, 2008
A mi gran amigo.
Que me falta. Pero siempre está.
Caro amico ti scrivo così mi distrago un po'
e siccome sei molto lontano più forte ti scriverò
Lucio Dalla, L'anno che verrà
It's not time to make a change,
Just relax, take it easy.
You're still young, that's your fault,
There's so much you have to know,
Find a girl, settle down,
If you want you can marry.
Look at me, I am old,
But I'm happy.
I was once like you are now,
And I know that it's not easy,
To be calm when you've found
Something going on.
But take your time, think a lot,
Why, think of everything you've got.
For you will still be here tomorrow,
But your dreams may not.
Cat Stevens, Father And Son
Uno
Noche. Noche encantada. Noche dolorosa. Noche insensata, mágica y loca. Y luego más noche. Noche que parece no acabar nunca. Noche que, sin embargo, a veces pasa demasiado rápido.
Éstas son mis amigas, qué demonios Fuertes. Son fuertes. Fuertes como Olas. Que no se detienen. El problema vendrá cuando una de nosotras se enamore de verdad de un hombre.
¡Eh, esperad que yo también me apunto!
Niki las mira a una tras otra. Están en la via dei Giuochi Istmici. Han dejado abiertas las puertas de su diminuto Aixam y, con la música a tope, improvisan un desfile de moda.
¡Vale, ven!
Olly camina con un contoneo exagerado por la calle. Volumen al máximo y gafas de sol oscuras muy fashion. Parece Paris Hilton. Un perro ladra a lo lejos. Llega Erica, gran organizadora. Trae cuatro Coronitas. Apoya las chapas en una barandilla y a puñetazos las hace saltar una tras otra. Saca un limón de su mochila y lo corta en rodajas.
Eh, Erica, por si te pillan, ¿ese cuchillo mide menos de cuatro dedos?
Niki se ríe mientras la ayuda. Mete una rodaja de limón en cada Coronita y ¡chin chin!, brindan entrechocando con fuerza las botellas y alzándolas a las estrellas. Luego sonríen con los ojos casi cerrados, soñando. Niki es la primera en beber. Respira profundamente y recupera el aliento. Mis amigas son fuertes, y se seca la boca. Es bonito poder contar con ellas. Con la lengua lame una gota de su cerveza.
Chicas, sois guapísimas ¿Sabéis qué? Necesito amor.
Necesitas un polvo, querrás decir.
No seas borde -interviene Diletta-, ha dicho amor.
Sí, amor -prosigue Niki-, ese misterio espléndido, desconocido para ti
Olly se encoge de hombros.
En efecto, piensa Niki, necesito amor. Pero tengo diecisiete años, dieciocho en mayo. Todavía estoy a tiempo
Un momento, un momento, esperad que ahora me toca desfilar a mí
Y Niki recorre resuelta la estrambótica acera-pasarela entre sus amigas que silban, se ríen y se divierten con esa extraña y espléndida pantera blanca a la que, al menos hasta ahora, nadie ha golpeado todavía.
Cariño, ¿estás en casa? Perdona que no te haya avisado, pero creía que iba a volver mañana.
Alessandro entra en su casa y mira alrededor. Ha regresado antes a propósito con deseo de ella, pero también con ganas de sorprenderla con otro. Hace ya demasiado tiempo que no hacen el amor. Y, a veces, cuando no hay sexo, ello no significa sino que hay otra persona. Alessandro camina por la casa, pero no encuentra a nadie, en realidad no encuentra nada. Dios mío, ¿acaso han entrado ladrones? Después ve una nota sobre la mesa. Su letra.
«Para Alex. Te he dejado algo de comida en el frigo. He llamado al hotel para avisarte, pero me han dicho que ya te habías ido. Quizá querías descubrirme. No. Lo siento. Por desgracia, no hay nada que descubrir. Me he ido. Me he ido y basta. Por favor, no me busques, al menos por un tiempo. Gracias. Respeta mis decisiones del mismo modo que yo he respetado siempre las tuyas. Elena.»
No, Alessandro deja la nota sobre la mesa, no han entrado los ladrones. Ha sido ella. Me ha robado la vida, el corazón. Ella dice que siempre ha respetado mis decisiones, pero ¿qué decisiones? Deambula por la casa. Los armarios están vacíos. Conque decisiones, ¿eh? Si ni mi casa era mía.
Alessandro ve que la lucecita del contestador automático parpadea. ¿Lo habrá pensado mejor? ¿Querrá regresar? Aprieta la tecla esperanzado.
«Hola, ¿cómo estás? Hace tiempo que no das señales de vida. Eso no está nada bien ¿Por qué no venís Elena y tú a cenar una noche con nosotros? ¡Nos encantaría! Llámame pronto, Adiós.»
Alessandro borra el mensaje. También a mí me encantaría, mamá. Pero me temo que esta vez me tocará aguantar una de tus cenas solo. Y entonces me preguntarás: «Pero ¿cuándo os vais a casar Elena y tú, eh? ¿A qué estáis esperando? Ya has visto lo hermoso que es, tus hermanas ya tienen hijos. ¿Cuándo me vas a dar un nietecito tuyo?» Y es posible que yo no sepa qué responderte. No seré capaz de decirte que Elena se ha ido. Y entonces mentiré. Mentirle a mi madre. No, no está bien. Con treinta y seis años además, treinta y siete en junio Eso está muy mal.
Una hora antes.
Stefano Mascagni es escrupuloso en casi todo, menos con su coche. El Audi A4 Station Wagon toma veloz la curva del final de la via del Golf y enfila la via dei Giuochi Istmici. Un escrito dejado por alguien sobre el cristal trasero solicita: «Lávame. El culo de un elefante está más limpio que yo», y sobre el cristal lateral: «No, no me laves; estoy dejando crecer el musgo para el pesebre de Navidad.» En el resto de la carrocería, apenas se ve el gris metalizado, de tanto polvo como la cubre. Una carpeta llena de folios resbala hacia delante y cae, desparramando su contenido sobre la alfombrilla del coche. Idéntica suerte corre una botella de plástico vacía, que se mete debajo del asiento y rueda peligrosamente cerca del pedal del embrague. Del cenicero rebosa una serie de envoltorios de caramelos que lo hacen parecer un arco iris. Menos romántico, sin embargo.
De repente, un golpe seco procedente del portaequipajes. Maldita sea, se ha roto, lo sabía. Mierda. Y encima no puedo ir a verla con el coche en estas condiciones. Seguro que Carlotta llamaría a una empresa de desinfección y después no querría volver a verme nunca más. Hay quien dice que el coche es el espejo de su propietario. Como los perros.
Stefano se acerca a unos contenedores y apaga el motor. Se baja rápidamente del Audi. Abre el portaequipajes. El portátil está fuera de su funda; ésta se había quedado abierta y el aparato se debe de haber salido al tomar la curva. Lo coge, lo observa por todos los lados, por encima y por debajo. Parece intacto. Tan sólo se ha aflojado un poco uno de los tornillos del monitor. Menos mal. Lo vuelve a meter en la funda. Sube de nuevo al coche. Mira a su alrededor. Tuerce el gesto. Del bolsillo del respaldo del asiento del copiloto asoma una bolsa gigante de supermercado semivacía, resto de la supercompra del sábado por la tarde. La saca. Stefano comienza a recoger velozmente todo cuanto queda a su alcance. Lo va metiendo dentro de la bolsa hasta llenarla. Luego baja, abre de nuevo el portaequipajes, coge el portátil y lo deja sobre uno de los contenedores. Trata de colocarlo de modo que mantenga el equilibrio y no se caiga al suelo. Empieza a sacar del portaequipajes cosas ya inútiles y olvidadas. Una bolsita vieja, un estuche de CD, tres latas de refresco vacías, un paraguas roto, un paquete de pilas pequeñas gastadas, un chal tieso. Después, antes de que la bolsa se desborde del todo, se dirige hacia los contenedores. Caramba, no sabía que hubiese de tantas clases Vidrio, plástico, papel, basura sólida, basura orgánica. Caray. Precisos. Organizados. ¿Y dónde meto yo esto? Son todas cosas diversas. Bah. El amarillo me parece perfecto. Stefano se acerca y pisa el pedal para abrirlo. La tapa se levanta de golpe. El contenedor está lleno. Stefano se encoge de hombros, lo cierra de nuevo y deja la bolsa en el suelo. Vuelve a subir al coche. Mira de nuevo a su alrededor. Así está mejor. Bueno, no. Quizá debiera pasar también por el túnel de lavado. Mira el reloj. No, no, es tarde. Carlotta ya me debe de estar esperando. Y no puedes hacer esperar a una mujer en la primera cita. Stefano cierra el portaequipajes, vuelve al coche, arranca. Pone un CD. Piano y orquesta número 3, op. 30, tercer movimiento, de Rachmaninov. Ya está. Ahora todo es perfecto. Cuando Carlotta me vea llegar con este «Rach 3» se desmayará, como en Shine. Embrague. Estupendo. Acelerador. Y se va. Gran noche. Y gran seguridad también al volante.
Un gato bicolor camina afelpado y curioso. Ha permanecido escondido hasta que el coche se ha ido. Después ha salido y, de un salto preciso, ha comenzado su paseo de contenedor en contenedor. Algo llama su atención. Se acerca. Empieza a restregarse, a observar, sigue husmeando. Se rasca una oreja mientras pasa una y otra vez junto a la esquina del ordenador. Desde luego, ésa sí es una basura extraña.
La música sale fuerte y estridente de los bailes del Aixam.
¡Naomi!
Se me da bien, ¿eh? -Sonríe Niki.
Diletta bebe un sorbo de cerveza.
Deberías dedicarte en serio a lo de ser modelo.
Pasa el tiempo, un año, una se engorda
¡Olly, eres una envidiosa! Te fastidia que desfile tan bien, ¿o qué? Pero sabes de sobra que esta, es la hostia. ¿Cómo se llama?
Alexz Johnson.
¡Eh, aquí todas somos profesionales! Mira, mírame a mí. -Y Olly se planta en el otro extremo de la acera, se apoya la mano en la cadera derecha, dobla un poco la pierna y se detiene, mirando fijamente al frente. Después da media vuelta, se echa la melena hacia atrás con un rápido movimiento de cabeza y regresa.
¡Pareces una modelo de verdad! -Y todas le aplauden.
Modelo número 4, Olimpia Crocetti.
Giuditta, mejor que Crocetti. -Y empiezan a cantar a coro una canción, unas mejor y otras peor, unas sabiéndose de verdad la letra y otras inventándosela de cabo a rabo. «I know how this all must look, like a picture ripped from a story book, I've got it easy, I've got it made» Y se toman un último y fresco sorbo de cerveza.
¡Valentino, Armani, Dolce e Gabbana, el desfile ha terminado! ¡Aquí estaré, por si me queréis contratar! -Y Olly hace una reverencia a las demás Olas-. ¿Qué hacemos ahora? Empiezo a estar aburrida de estar aquí
¡Vámonos al Eur, o quizá, qué sé yo, al Alaska! ¡Sí, hagamos algo!
Pero ¡si acabamos de hacer algo! No, chicas, yo me voy a casa. Mañana tengo examen y me la juego. Tengo que recuperar el cinco y medio.
¡Venga! ¡No seas pelma! No vamos a volver tarde. Y, además, mañana puedes levantarte más temprano y le das un repaso, ¿no?
No. Necesito dormir, ya van tres noches que me hacéis llegar tarde y yo no soy precisamente de hierro.
¡No, en realidad eres dura sólo de mollera! Está bien, haz lo que te parezca, nosotras nos vamos. ¡Hasta mañana!
Y cada una a su paso se va en una dirección: tres, directas hacia quién sabe dónde y una hacia su casa. Los cuatro botellines de Coronita siguen allí, en la acera, como conchas abandonadas en la playa tras la marea. Mira qué desastre, cómo lo han dejado todo. Claro, como yo soy la escrupulosa Las recoge. Mira a su alrededor. Las farolas iluminan una hilera de contenedores. Menos mal, ahí está el contenedor de color verde, el del vidrio. ¡Qué asco! Qué descuidada es la gente. Han dejado un montón de bolsas en el suelo. Al menos podrían separar la basura. ¿Acaso no se han enterado de que el planeta está en nuestras manos? Coge los botellines y los deja caer uno a uno por el agujero adecuado. ¿Y las chapas? ¿Dónde las meto? No son de cristal Quizá donde van las latas y los botes. También podrían indicarlo, con una etiqueta o un dibujo bonito. «Chapas aquí.» Se para y se echa a reír. ¿Cómo era aquel viejo chiste de Groucho? Ah, sí
«Papá, ha llegado el hombre de la basura.»
«Dile que no queremos.»
Detallista, tira también al contenedor correspondiente una bolsa que se había quedado fuera. Entonces lo ve. Se acerca temerosa. No me lo puedo creer. Justo lo que necesitaba. ¿Lo ves?, a veces vale la pena ser ordenado.
Más tarde, esa misma noche. El coche frena con un chirrido de neumáticos. El conductor baja a toda prisa y mira a su alrededor. Parece uno de los personajes de «Starsky y Hutch». Pero no va a disparar a nadie. Mira a los pies del contenedor. Detrás, encima, debajo, por el suelo de alrededor. Nada. Ya no está.
No me lo puedo creer. No me lo puedo creer. Nadie limpia jamás, nadie se preocupa de si los demás dejan las bolsas en el suelo y, justo esta noche, tenía que encontrarme a un tipo correcto y puñetero en mi camino Y encima Carlotta me ha dado calabazas. Me ha dicho que finalmente se había enamorado Pero de otro
Y no sabe que, por culpa de lo que ha perdido, un día, Stefano Mascagni será feliz.
Dos
Dos meses después. Aproximadamente.
No me lo puedo creer. No me lo puedo creer. Alessandro camina por su casa. Han pasado dos meses y todavía no consigue hacerse a la idea. Elena me ha dejado. Y lo peor es que lo ha hecho sin un porqué. O al menos sin contarme ese porqué a mí. Alessandro se asoma a la ventana y mira al exterior. Estrellas, estrellas hermosísimas. Sólo estrellas en el cielo nocturno. Estrellas lejanas. Estrellas malditas que saben. Sale a la terraza. Techo de madera, celosía, en las esquinas espléndidas vasijas antiguas, lisas, lo mismo que delante de cada ventanal. Un poco más allá, largos toldos de color claro, pastel, que matizan la salida y la puesta del sol. Como una ola que rodea la casa, que se pierde lenta a la entrada de cada habitación y, una vez dentro, esa misma ola continúa incluso en los colores de la pared. Pero lo único que logra ahora todo eso es causarle más daño aún.
¡Aaahhh! -De repente Alessandro empieza a gritar como un loco-: ¡Aaahhh!
Ha leído que desahogarse alivia.
Eh, tú, ¿has acabado? -Un tipo está asomado a la terraza de enfrente.
Alessandro se oculta de inmediato detrás de una enorme planta de jazmín que tiene en la terraza.
Bueno, ¿has acabado o no? Tú, guapito de cara; te estoy viendo, ¿estás jugando a policías y ladrones?
Alessandro retrocede un poco para apartarse de la luz.
¡Te he pillado! Te he visto, te he pillado. Mira, estoy viendo una peli, así que, si te agobias, ve a dar una vuelta
El tipo vuelve a meterse en casa y corre de golpe una gran puerta de vidrio, después baja las persianas. De nuevo el silencio. Alessandro se agacha y entra lentamente en la casa.
Abril. Estamos en abril. Y empieza negro. Y encima ese gilipollas Me cojo un ático en el barrio de Trieste y resulta que el único gilipollas vive justo enfrente de mi casa. Suena el teléfono. Alessandro corre, atraviesa el salón y aguarda con un poco de esperanza. Un timbrazo. Dos. Se activa el contestador automático. «Ha llamado al 0680854 -y sigue-, deje su mensaje» A lo mejor es ella. Alessandro se acerca al contestador esperanzado: «después de la señal». Cierra los ojos.
Ale, tesoro. Soy yo, tu madre. ¿Qué hay de ti? Ni siquiera respondes al móvil.
Alessandro se dirige a la puerta de la casa, coge la chaqueta, las llaves del coche y su Motorola. Después la cierra de golpe a sus espaldas mientras su madre continúa hablando.
¿Y bien? ¿Por qué no vienes a cenar con nosotros la semana que viene, Elena y tú quizá? Ya te he dicho que me encantaría Hace mucho que no nos vemos
Pero él ya está frente al ascensor, no ha tenido tiempo de oírlo. Todavía no he logrado decirle a mi madre que Elena y yo nos hemos separado. Joder. Se abre la puerta, entra y sonríe mientras se mira al espejo. Pulsa el botón para bajar. En estos casos se precisa un poco de ironía. En breve cumpliré los treinta y siete y vuelvo a estar soltero. Qué extraño. La mayor parte de los hombres no espera otra cosa. Quedarse soltero para divertirse un poco e iniciar una nueva aventura. Ya. No sé por qué pero no consigo hacerme a la idea. Hay algo que no me cuadra. En los últimos tiempos, Elena se comportaba de un modo extraño. ¿Habría un tercero? No. Me lo hubiese dicho. Vale, no quiero pensar más. Para eso me lo he comprado. Brummm. Alessandro está en su coche nuevo. Mercedes-Benz ML 320 Cdi. Último modelo. Un todoterreno nuevo, perfecto, inmaculado, adquirido un mes atrás por culpa de la pena causada por Elena. O, mejor dicho, por el «desprecio sentimental» que sintió tras su partida. Alessandro conduce. Le asalta un recuerdo. La última vez que salió con ella. Íbamos al cine. Poco antes de entrar, a Elena le sonó el móvil y rechazó la llamada, apagó el teléfono y me sonrió. «No es nada, trabajo. No me apetece contestar» Yo también le sonreí. Qué sonrisa tan bella tenía Elena ¿Por qué utilizo el pasado? Elena tiene una sonrisa bella. Y al decirlo también él sonríe. O al menos lo intenta mientras toma una curva. A toda velocidad. Y otro recuerdo. El día aquel. Esto hace más daño. Tengo grabada en el corazón aquella conversación como si fuese ayer, joder. Como si fuese ayer.
Una semana después de haber encontrado aquella nota, una noche Alessandro regresa a casa antes de lo previsto. Y se la encuentra. Entonces sonríe, feliz de nuevo, emocionado, esperanzado.
Has vuelto
No, sólo estoy de paso
¿Y ahora qué haces?
Me voy.
¿Cómo que te vas?
Me voy. Es mejor así. Hazme caso, Alex.
Pero nuestra casa, nuestras cosas, las fotos de nuestros viajes
Te las dejo.
No, me refería a cómo es que no te importan.
Me importan, ¿por qué dices que no me importan?
Porque te vas.
Sí, me voy, pero me importan.
Alessandro se pone en pie, la abraza y la atrae hacia sí. Pero no intenta besarla. No, eso no, eso sería demasiado.
Por favor, Alex -Elena cierra los ojos, relaja la espalda, se abandona. Luego suelta un suspiro-. Por favor, Alex déjame marchar.
Pero ¿adónde vas?
Elena sale por la puerta. Una última mirada.
¿Hay otro?
Elena se echa a reír, mueve la cabeza.
Como de costumbre, no te enteras de nada, Alex -Y cierra la puerta tras ella.
Sólo necesitas un poco de tiempo, pero ¡quédate, joder, quédate!
Demasiado tarde. Silencio. Otra puerta se cierra pero sin hacer ruido. Y hace más daño.
¡Tienes mi desprecio sentimental, joder! -le grita Alessandro cuando ya se ha ido. Y ni siquiera sabe lo que quiere decir esa frase. Desprecio sentimental. Bah. Lo decía tan sólo para herirla, por decir algo, por causar efecto, por buscar un significado donde no hay significado. Nada.
Otra curva. Este coche va de maravilla, nada que objetar. Alessandro pone un CD. Sube la música. No hay nada que se pueda hacer, cuando algo nos falta, debemos llenar ese vacío. Aunque cuando es el amor lo que nos falta, no hay nada que lo llene de verdad.
Tres
Misma hora, misma ciudad, sólo que más lejos.
¡Dime qué tal me queda!
¡Estás ridícula! ¡Pareces Charlie Chaplin!
Olly camina de un lado a otro por la alfombra de la habitación de su madre, vestida con el traje azul de su padre que le va por lo menos cinco tallas grande.
Pero ¿qué dices? ¡Me queda mejor que a él!
Pobre. Tu papá tan sólo tiene un poco de tripa
¿Un poco sólo? ¡Si parece la morsa de la película 50 primeras citas! ¡Mira estos pantalones! -Olly se los coloca en la cintura y los abre con la mano-. ¡Es como el saco de Papá Noel!
¡Genial! ¡Entonces danos los regalos! -Y las Olas se levantan y se le echan encima, buscando por todas partes, como si de verdad esperasen encontrar algo.
¡Me estáis haciendo cosquillas, ya basta! ¡De todos modos, como sois malas, este año sólo os toca carbón! ¡En cambio para Diletta, una barra de regaliz, ya que por lo menos se comporta!
¡Olly!
Jo, ¿será posible que siempre te metas conmigo, sólo porque no hago lo mismo que tú? ¡Es que no se salva nadie!
De hecho, ¡me llaman Exterminator!
¡Ese chiste es muy viejo, y no es tuyo!
Sin dejar de reírse, se tumban todas en la cama.
¿Os dais cuenta de que todo empezó aquí?
¿A qué te refieres?
¡A la inmensa suerte de que tengáis una amiga como yo!
¿Eh?
Pues que una cálida noche de hace más de dieciocho años mamá y papá decidieron que su vida necesitaba una sacudida, un soplo de energía, y entonces, ¡tate!, acabaron aquí encima echando un quiqui.
¡Qué manera tan delicada de hablar del amor, Olly!
¿Qué dices amor? Llámalo por su nombre, ¡sexo! ¡Sexo sano!
Diletta se abraza a un cojín que tiene al lado.
Esta habitación es superguay y la cama supercómoda Mira esa foto de ahí encima. Tus padres estaban muy guapos el día de su boda.
Erica coge a Niki por el cuello y finge estrangularla.
Niki, ¿quieres tomar por legítimo esposo a Fabio, aquí no presente?
Niki le da una patada.
¡No!
Eh, chicas, a propósito, ¿cómo fue vuestra primera vez?
Todas se vuelven de golpe hacia Olly. Después se miran las unas a las otras. Diletta se queda súbitamente seria y silenciosa. Olly sonríe:
¡Vaya, ni que os hubiese preguntado si alguna vez habéis matado a alguien! Está bien, ya lo pillo, empiezo yo para que así se os pase la timidez. Veamos, Olly fue una niña precoz. Ya en la guardería, le plantó un beso en plena boca a su compañerito Ilario, más conocido por el Sebo, debido a la enorme producción de porquería que procedía de los miles de granitos que salpicaban su carita como pequeños volcanes
¡Qué asco, Olly!
¿Qué quieres que te diga?, a mi me gustaba, siempre hacíamos carreras juntos en el tobogán. En la escuela le tocó el turno a Rubio
¿Rubio? Pero ¿tú los besas a todos?
¿Eso es un nombre?
¡Es un nombre, sí! Y muy bonito además. El caso es que Rubio era un chavalito muy guay. Nuestra historia duró dos meses, de pupitre a pupitre.
Vale, Olly, está bien, pero así es muy fácil. Tú has hablado de la primera vez, no de historias de cuando éramos niñas -la interrumpe Niki mientras se sienta con las piernas cruzadas y se apoya en el cabezal de la cama.
Tienes razón. Pero ¡os quería hacer entender cómo ciertas cosas ya se manifiestan desde que uno es pequeño! ¿Queréis oír algo fuerte? ¿Estáis listas para una historia digna del Playboy? Allá voy. Mi primera vez fue hace casi tres años.
¡¿A los quince?!
¡¿Estás diciendo que perdiste la virginidad a los quince años?! -Diletta la mira con la boca abierta.
Pues sí, ¿para qué quería guardarla? ¡Ciertas cosas es mejor perderlas que encontrarlas! En fin, yo estaba allí una tarde después del cole. Él, Paolo, me llevaba dos años. Era un chico tan guay que no podía ser más guay. Le había cogido el coche a su padre sólo para dar una vuelta conmigo.
¡Ah, sí, Paolo! ¡No nos habías contado que lo hiciste con él la primera vez!
¿Y con diecisiete años llevaba coche?
Sí, sabía conducir un poco. En fin, para abreviar, el coche era un Alfa 75 color rojo fuego, hecho polvo, con asientos de piel color beige
¡Qué refinamiento!
¡Oye, lo que contaba era él! Yo le gustaba un montón. Cogimos la Appia Antica y aparcamos en un lugar un poco retirado.
En la Appia Antica con el Alfa Antico.
¡Qué graciosilla! En fin, pasó allí y duró cantidad. Me dijo que lo hacía bien, imagínate, yo que no sabía nada Es decir, nada de nada no, porque en vacaciones había visto algunas pelis porno con mi primo, pero de ahí a hacerlo de verdad
Pero en el coche es una pena, Olly caray, era tu primera vez. ¿No te hubiera gustado tener, qué sé yo, música, la magia de la noche, una habitación llena de velas?
¡Sí, estilo capilla ardiente! ¡Erica, es sexo! ¡Lo haces donde lo haces, no importa dónde, importa cómo!
Estoy alucinada. -Diletta estruja con más fuerza el cojín-. Quiero decir, yo nunca La primera vez, ¿te das cuenta? No la olvidas en toda tu vida.
Ya lo creo que sí, si te toca un pringado la olvidas, vaya si la olvidas Pero ¡si te encuentras a uno como Paolo, la recuerdas para siempre! ¡Me hizo sentir estupendamente!
¿Y después?
Después se acabó. A los tres meses, vaya ¿No te acuerdas? Después de él vino Lorenzo, a quien obviamente llamaban el Magnífico, aquel de segundo E que navegaba en canoa.
No, contigo pierdo la cuenta.
Vale, yo ya os lo he contado. ¿Y vosotras? ¿Tú, Erica?
¡Yo más clásica, y evidentemente con Giò!
¿Clásica en el sentido de la postura del misionero?
¡Olly!, no. En el sentido de que Giò reservó una habitación en la pensión Antica Roma, en el Gianicolo, pequeña pero limpia y no muy cara. ¿Te acuerdas, Niki? ¡Allí donde acabamos enviando a dormir a las dos inglesas cuando vinieron para el intercambio y tu hermano no las quiso en casa!
La puerta de la habitación se abre de repente. Entra la madre de Olly.
Pero mamá, ¿qué haces? ¡Vete ahora mismo! ¿No ves que estamos reunidas?
¿En mi habitación?
Perdona, pero no estabas, y si no estás, éste es un espacio libre como otro cualquiera, ¿no?
¿En mi cama?
Tienes razón, pero es tan cómoda, y además me recuerda a papá y a ti, y me siento segura -Olly pone la cara más dulce y tierna de que es capaz. Y, a decir verdad, también provocativa.
Vale, vale pero luego me lo dejas todo ordenado y me alisas la colcha. Y la próxima vez te montas las reuniones en el sótano, como hacían los carbonarios. Adiós, chicas. -Y se va un poco molesta.
Vale, estabas hablando de la Antica Roma. ¡Ahora ya sé por qué me la propusiste diciendo que era agradable! ¡La habías probado personalmente!
¡Pues claro! El caso es que nos fuimos allí a eso de las cinco de la tarde, y él lo había preparado todo a la perfección.
¿Y no tienes que ser mayor de edad para alquilar una habitación?
Bueno, no lo sé. Él jugaba al fútbol con el hijo de la dueña, que es quien le hizo el favor.
¡Ah!
Fue maravilloso. Al principio tenía un poco de miedo, como Giò, porque también era su primera vez, y nos movíamos con un poco de torpeza. Pero al final todo fue muy natural Dormimos allí, ni siquiera nos cogió hambre a la hora de cenar. Fue aquella vez que dije que me quedaba en tu casa por la asamblea, ¿te acuerdas, Olly? Al día siguiente por la mañana nos tomamos un superdesayuno y a la una volví a casa. Mis padres no sospecharon nada. Me sentía muy bien. Después te sientes ligera, y también un poco más mayor y te parece que a él ya no vas a poder dejarlo
Sí, sí, ya no quieres dejarlo -se burla Olly, y Diletta le da una patada-. ¡Ayyy! Pero ¿qué he dicho ahora?
Siempre con los dobles sentidos.
Pero ¿qué dices? ¡Yo siempre voy en sentido único, que lo sepas! ¿Y tú, Niki? Con Fabio, ¿no? ¿A ritmo de rap?
Bueno, sí con él y con el rap, en efecto. En su casa, porque su familia se había ido de vacaciones. Hace diez meses, un sábado por la noche, después de un concierto suyo en un local del centro. Estaba muy excitado porque todo le había salido bien esa noche y porque estaba yo. También él lo tenía todo preparado para mí, el salón iluminado con luces cálidas y tenues. Dos copas de champán. Nunca lo había probado, buenísimo. Sus últimas composiciones de música de fondo. Para él no era la primera vez, y eso se notaba. Se movía con seguridad, pero me hizo sentir cómoda, protegida. Me dijo que era como una guitarra maravillosa, que no necesitaba ser afinada, de una armonía perfecta
Olly la mira.
¡Qué suerte! ¡La afortunada de siempre!
¡Sí, pero mira cómo acabó!
¡Y eso qué importa, la primera vez no te la quita nadie!
De repente se hace el silencio. Diletta estruja con más fuerza el cojín. Las Olas la observan, pero sin prestarle demasiada atención. Indecisas y divididas entre bromear o ponerse serias. Es ella quien las saca de dudas.
Yo no. Yo nunca lo he hecho. Espero a la persona que me haga sentir a tres metros sobre el cielo, como aquel de la novela. O cuatro. O incluso cinco. O seis metros. No me apetece que sea al azar ni que después nos separemos.
Y eso, ¿qué importa? No puedes saber lo que pasará después Lo que importa es amarse y basta, ¿no? Sin hipotecar el futuro.