¡Qué bien te ha quedado eso, Erica!
Perdona, pero es verdad. ¡Diletta tiene que lanzarse, no sabe lo que se pierde, y no en el sentido en que lo entiende Olly!
¡No, no, también en ése!
Diletta, tienes que lanzarte. ¿No sabes cuántos chicos se derriten por tus huesos? ¡Un montón!
¡Un río!
¡Un equipo de rugby!
¡Una marea que te permitirá mantenerte en sintonía con nosotras, las Olas!
A mí me bastaría con uno solo, pero el adecuado para mí
¡Yo tengo el adecuado para ti!
¿Quién?
¡Un estupendo cucurucho de helado de coco! ¡Adelante, Olas!
Se me ha ocurrido una idea mejor Ninguna de vosotras lo ha probado todavía.
¡¿El qué?!
No es lo que pensáis Gran novedad ¡Seguidme!
Olly salta de la cama y sale de la habitación. Niki, Erica y Diletta la miran y mueven la cabeza. Después la siguen, dejando la colcha llena de arrugas, como es natural.
Cuatro
Las luces de la ciudad no alumbran. Cuando no estás de buen humor todo parece diferente, adquiere otra atmósfera. Colores, luces y sombras, una sonrisa que no logra esbozarse, que no aflora. Alessandro conduce despacio. Villaggio Olímpico, piazza Euclide, una vuelta entera, después corso Francia. Mira a su alrededor. Una mirada al puente. Serán cabrones. Está lleno de pintadas. Mira que ensuciarlo de esa manera. Y hay cada una que «Patata te amo.» ¿En nombre de qué? En nombre del amor El amor. Preguntadle a Elena por el señor Amor. Eh, míster Amor, ¿dónde cojones te has metido?
Ve a una pareja enfrascada en una esquina del puente, allí donde no llega la luz de la luna. Abrazados, enamorados, enroscados como hiedras amorosas que plantan cara al tiempo, a los días, a todo aquello que se llevará el viento. Es más fuerte que Alessandro. Toca el claxon. Abre la ventanilla y grita:
¡Ridículos! La vida os parece bella, ¿eh? ¡Da igual, uno de los dos se rajará! -Y después pisa el acelerador, sale como un rayo, adelanta a tres o cuatro coches y pasa el semáforo por los pelos, antes de que el ámbar cambie a rojo.
Sigue adelante, por todo el corso Francia y después por via Flaminia, pero al llegar al segundo semáforo hay un coche patrulla de la policía. Rojo. Alessandro se detiene. Los dos policías están conversando, distraídos. Uno se ríe al teléfono, el otro se está fumando un cigarrillo mientras habla con una muchacha. Quizá la haya detenido para hacer las comprobaciones pertinentes, o quizá se trate de una amiga que sabía que estaba de guardia y se ha acercado a saludarlo. Al cabo de un momento el segundo policía se siente observado. Se vuelve hacia Alessandro. Lo mira. Clava sus ojos en él. Alessandro gira lentamente la cabeza, fingiendo estar interesado en otra cosa, se asoma a la ventanilla para ver si por casualidad el semáforo ha cambiado ya. Nada que hacer. Sigue en rojo.
Perdona -Brumm, brumm. Llega un ciclomotor hecho polvo con un muchacho y una chica de cabello largo y oscuro detrás. Él es musculoso, lleva una camiseta azul celeste de esas que se pegan al torso y marcan todos los músculos por debajo-. Oye, hablo contigo, ¡eh!
Alessandro se asoma por la ventanilla.
Sí, dime.
Mientras estábamos en el puente del corso Francia has pasado gritando. ¿Por qué te metes con nosotros? Contesta.
No, mira, disculpa, debe de haber un malentendido, me metía con el de delante, que iba a paso de burra.
Oye, no te pases de listo conmigo, ¿entendido? No tenías a nadie delante, así que agradécele al cielo -señala a la patrulla con el mentón-, que esté aquí la pasma; y la próxima vez no me toques los cojones o acabarás mal -Y no espera respuesta. El semáforo se pone verde, y el chico pisa el acelerador y sigue adelante, hacia la Cassia. Después toma una curva inclinado, se pierde ya dirigiéndose hacia quién sabe dónde, hacia otro beso, quizá hacia la sombra Y tal vez hacia algo más.
Alessandro se pone en movimiento lentamente. Los policías todavía se siguen riendo. Uno ha acabado su cigarrillo. Acepta un chicle que le ofrece la muchacha. El otro ha cerrado el móvil y se ha metido en el coche a hojear un periódico cualquiera. No se han enterado de nada.
Alessandro continúa conduciendo. Al cabo de un rato vira en redondo, para escapar de ese fastidio. Ni siquiera tenemos ya libertad para expresar nuestra opinión de vez en cuando. En situaciones así uno se siente limitado, demasiado limitado. Los policías ya no están.
También la muchacha ha desaparecido. Hay otra que espera el autobús. Es negra, y si no fuese por su camiseta de color rosa, con un muñeco gracioso, casi se confundiría con la noche. Pero ni siquiera eso le hace reír. Alessandro continúa conduciendo despacio, cambia el CD. Después se arrepiente y pone la radio. En ciertas ocasiones, es mejor confiarse al azar. Este Mercedes es la bomba. Espacioso, bello, elegante. La música se oye a la perfección a través de diversos bailes ocultos. Todo parece perfecto. Pero ¿de qué sirve la perfección si estás solo y nadie se da cuenta? Nadie puede compartirla contigo, felicitarte ni envidiarte.
Música. «Quisiera ser el vestido que llevarás, el carmín que te pondrás, quisiera soñarte como no te he soñado nunca, te veo por la calle y me pongo triste, porque después pienso que te irás» Ay, Lucio. Una emisora al azar, vale, pero parece una tomadura de pelo. No está mal como idea para un anuncio de una nueva tarjeta de crédito: «Lo tienes todo menos a ella.»
Alessandro toca un botón y cambia de emisora. Cualquier canción menos ésa. Lo peor que te puede pasar es que el trabajo se convierta en tu única motivación.
Lungotevere. Lungotevere. Y más Lungotevere. Sube el volumen para perderse en el tráfico. Pero Alessandro se detiene en un semáforo y, a su altura se sitúa un coche minúsculo. Detrás pone «Lingi», y de las ventanillas abiertas llega una música a todo volumen. Parece que esté en una discoteca. Al volante van dos chicas de cabello largo y liso, una morena y la otra rubia. Ambas llevan grandes gafas estilo años setenta, con estrecha montura blanca y unos cristales enormes de color marrón. Y eso que es de noche. Una lleva un pequeño piercing en la nariz. Es diminuto, una especie de lunar metálico. La otra fuma un cigarrillo. No intercambian una sola palabra. Le viene a la memoria la escena de Harvey Keitel en El teniente corrupto. Le gustaría hacerlas bajar del coche y hacer lo mismo que en la película, pero a lo mejor todavía ronda por ahí el tipo del ciclomotor, y a lo mejor son amigas suyas o, peor aún, del policía aquel. Así que las deja marchar. Verde. Y además ésa no es manera de enfrentarse a las cosas. La rabia, el disgusto del «desprecio sentimental», deben ser canalizadas hacia otras metas. Alessandro siempre lo ha dicho, la rabia debe generar éxito. Pero ¿qué genera el éxito?
El Mercedes se ha detenido ahora en Castel Sant'Angelo. Alessandro camina por el puente. Observa a los turistas, su conversación alegre, abrazados, atolondrados, muchachos jóvenes deslumbrados por Roma, por la belleza de aquel puente, por el simple hecho de no estar trabajando. Una pareja adulta. Dos jóvenes atléticos de pelo corto y piernas largas, el iPod en las orejas y el mapa doblado en las manos. Alessandro se detiene, se sube al banco del puente. Se apoya, de pie, sobre el parapeto y mira hacia abajo. El río. Discurre lento, silencioso, ávido de más porquería. Alguna bolsa navega sin que nada la moleste, algún palo se pone a echar una especie de carrera con una joven caña inexperta. Algún ratón oculto en la orilla debe de estar siguiendo aburrido esa extraña carrera. Alessandro mira más allá, más allá del puente, hacia el curso del Tíber y le viene a la memoria aquella película de Frank Capra con James Stewart, ¡Qué bello es vivir!, cuando George Bailey, desesperado, decide suicidarse. Pero su ángel de la guarda lo detiene y le muestra cuáles habrían sido las consecuencias para un montón de personas si él no hubiese nacido. Su hermano no hubiese llegado a nacer, su mujer no se habría casado, se hubiese quedado soltera, no hubiesen existido todos aquellos niños tan monos e incluso la ciudad hubiese tenido otro nombre, el del tirano, el viejo millonario Potter, a quien tan sólo él había logrado poner freno.
Eso es. La única cosa verdaderamente importante, la única cosa que cuenta de verdad es darle un sentido a la propia vida. Aunque, como dice Vasco, ésta carezca de sentido. Ya. Pero ¿qué hubiese ocurrido sin mí? Alessandro piensa en ello. No mantengo buenas relaciones con mi familia, o mejor dicho, ellos respetan tan sólo a quien está casado, como mis dos hermanas menores. De modo que sin mí tan sólo tendrían una cosa menos de qué preocuparse. Y además, si estuviese a punto de arrojarme, ¿aparecería un ángel que saltase en mi lugar para hacerme encontrar o comprender el sentido de esta vida mía? Justo en ese momento, una mano le da una palmada en la espalda.
¡Jefe!
Dios, ¿qué pasa?
Soy yo, jefe. -Es un barbudo de pelo sucio, mal vestido, de aspecto poco tranquilizador y cualquier cosa menos angelical-. Disculpe, jefe, no quería asustarlo, ¿tiene dos euros?
¡No se conforma con uno, piensa Alessandro, dos! Ya llegan decididos, exigentes, van directos al asunto, tienen calculado hasta lo que van a pedir.
Alessandro abre su cartera, saca un billete de veinte euros y se lo da. El mendigo lo coge con una cierta desconfianza, después le da vueltas en las manos, lo mira con más atención. No puede creer lo que ven sus ojos. Y sonríe.
Gracias, jefe.
Ante la duda, piensa Alessandro, si no salta nadie antes que yo o en mi lugar, al menos le habré dejado un buen recuerdo a alguien. La última buena acción. De improviso una voz.
¡Ya lo creo que sí, he aquí al hombre de éxito, al rey de los anuncios!
Alessandro se da la vuelta.
Por el otro lado del puente llegan Pietro, Susanna, Camilla y Enrico. Caminan tranquilos y sonrientes. Enrico lleva del brazo a Camilla y Pietro va un poco más adelantado.
¿Y bien? ¿Qué estás haciendo, Alex? ¿Una investigación acerca del comportamiento humano? Desde luego, lo estudias todo para triunfar con tus anuncios, ¿eh? Te he visto hablando con aquel -Se da la vuelta y se asegura de que el tipo se haya alejado-. ¡Apuesto a que en tu próximo anuncio saldrá un mendigo!
Qué va, tan sólo estaba dando un paseo. ¿Y vosotros qué estáis haciendo?
Bah, nada del otro mundo.
A ver, ¿qué es lo que no te ha gustado?
¡Nada, pero mi tía cocina mucho mejor!
¡Ya lo creo, tiene una tía siciliana auténtica!
Qué personaje. Hemos ido a comer algo a Capricci Siciliani en via di Pánico. Pensamos en llamarte, pero después me acordé de que esta noche había fiesta en casa de Alessia, la de la oficina, y creí que estarías allí.
Es verdad, se me había olvidado por completo.
Pero, ¡qué personaje!
¿Quieres acabar ya con lo de «qué personaje»? ¡Pareces un anuncio!
Venga, vamos, te acompaño a casa de Alessia.
No me apetece ir.
Claro que sí. Y además no está nada bien, parece que tengas un conflicto socio-económico-cultural con tu ayudante
Pero es que todos estarán allí.
Por esa misma razón debes ir, y además, perdona, pero como abogado, me has encargado un montón de asuntos y, por lo tanto
¿Por lo tanto?
Por lo tanto te acompaño. -Pietro se acerca a Susanna-. ¿Te importa, mi amor? ¿Ves lo decaído que está? Es mejor que vaya con él, tiene un pequeño problema sentimental y además también debemos hablar de trabajo.
Alessandro se acerca.
¿Problema de qué? Pero ¿qué le estás diciendo?
No, nada, nada. Eh, ¿queréis venir también vosotros?
Enrico y Camilla se miran un segundo, después sonríen.
Nosotros estamos cansados, nos vamos a casa.
Ok, como queráis. -Pietro coge a Alessandro del brazo-. Hasta luego, cariño, no llegaré tarde, no te preocupes. -Y se lo lleva de allí rápidamente-. Vamos, vamos, antes de que se arrepienta o diga algo. Estos días está de buenas.
Pero ¿qué le has dicho antes?
Nada, me he inventado una excusa para que mi apoyo psicológico resulte plausible.
¿Es decir?
Vale, le he dicho que tenías un pequeño problema sentimental.
¿No le habrás dicho que?
No te preocupes. Un abogado mantiene una relación constante con la mentira.
No se trata de una mentira. Pero no me apetece que hables de ello Sólo te lo he dicho a ti.
Ya, ya lo sé, pero son esas cosas que uno dice sin pensar.
¿Sin pensar?
¡Sin pensar! ¿Éste es tu Mercedes nuevo?
Sí.
Entonces es cierto. Elena y tú de verdad os habéis separado. ¿Me lo dejas probar?
¡No! Desde luego, eres imposible. Hace un mes que te lo vengo diciendo y hasta ahora no te lo crees.
Ahora tengo la prueba. Si no, no te hubieses agenciado este coche. Me lo dijiste hace tiempo, ¿te acuerdas? Comprarte algo nuevo puede hacerte sentir mejor.
¿Y a propósito de qué te lo dije?
Me acababa de comprar un móvil nuevo porque Manuela, aquella dependienta veinteañera, ya no me quería ver más.
Ah, es verdad, me lo dijiste, pero es que a ti es difícil seguirte la pista en todo lo que te sucede a nivel sentimental. De esa Manuela ya me había olvidado, por ejemplo.
Y yo hice lo que me dijiste que hiciera. Seguí tu consejo de sabio maestro y ¡tachán!, me compré un móvil nuevo, supertecnológico y, sobre todo, en Telefonissimo.
Y eso qué importa, ¡yo no te había dado instrucciones acerca de la tienda donde tenías que comprarlo!
¡No, pero allí es donde trabaja Manuela! Ella creyó que era una excusa para volver a verla y así le di un par de revolcones más.
¡Dios mío, eres un auténtico desastre! Tienes dos hijos pequeños y preciosos, una mujer guapa. No entiendo a qué se debe esta furia, esta hambre de sexo, este exceso de consumo, siempre y en todo lugar; una lucha contra el tiempo y, sobre todo, contra todas. Según tú, ¿por qué tienes que tirártelas a todas?
¿Qué pasa, me estás analizando? ¿O quizá piensas usarme para uno de tus anuncios? Perdona, pero ¿una historia como la mía no podría dar pie a una campaña de publicidad buenísima para una marca de preservativos? Pongamos que se ve a un tío, no yo sino otro, que va con todas y al final se saca del bolsillo una cajita. De esos, ¿cómo se llaman?
Condones.
Eso mismo. Bueno, en resumen, queda ambiguo si es su valentía o el preservativo lo que le permite follarse a todas esas mujeres Fuerte, ¿no? Por supuesto, las modelos para el casting las busco yo En cambio tú dedícate a la elección del protagonista masculino.
Por supuesto, no faltaba más. ¿Quieres ver cómo mi empresa prescinde de ti para cualquier consulta legal?
No, eso no puedes hacérmelo.
Pietro se arrodilla delante del Mercedes ML. Justo en ese momento, pasa una bella turista, una señora de cierta edad que sonríe y mueve la cabeza como diciendo «¡Italianos!».
¡Ya basta, venga, sube!
Oye, éste podría ser un nuevo anuncio para Mercedes, ¿no?
Cinco
Misma hora, misma ciudad, pero más lejos. En el Eur. Detrás del parque de atracciones, en un espacio grande, oculto en la penumbra creada por los altos pinos, por alguna pequeña montaña de verde y por algún edificio alto abandonado ya desde hace tiempo. Un grupo de muchachos apoyados en su ciclomotor, otros sentados en la acera, otros en el coche, con las ventanillas abiertas por las que sacan los pies. Una pequeña nubecita de humo sale de vez en cuando, como si un calumet pasara de ventanilla en ventanilla, una señal de humo como para indicar que alguien se está poniendo a tono. Sí, son ellas, las Olas, las cuatro divertidas amigas.
Eh, ¿quieres? Es bum shiva. Toma.
No, no me apetece fumar.
Mira que es sólo un porro, no un cigarrillo.
Precisamente por eso -Niki lo aparta.
¿Qué quieres decir?
Eh, ¿tienes algún problema?
Diletta le dice a Olly:
El problema lo tendrás tú, que tienes que fumar para estar alegre
Niki intenta imponer la paz.
Venga, no le toques las narices.
Vale, ¿por qué siempre haces lo mismo? Eres la hostia, continuamente con ganas de pelea.
Oye, yo tan sólo le he dicho que no fumaba, es ella la que nos quiere someter a todas a la cultura de la María. Ni que fuese una secta religiosa.
¡Qué borde eres!
Sólo yo, ¿eh?
¿Se puede saber qué estamos esperando?
Sí, has anunciado grandes novedades, grandes novedades Pero aquí no pasa nada
¿En serio nunca has hecho bbc?
¿Y eso qué es, la cadena inglesa?
Significa bum-bum-car.
En serio. ¿Por qué iba a decirte una cosa por otra?
Vale, entonces guay Veamos, mira, éstos son los guantes.
Vale, ¿y qué hago con ellos?
Te los tienes que poner, si no, dejas huellas.
¿Qué huellas? Yo no estoy fichada.
Sí, pero imagina que un día te paran en un control y te las toman, entonces te pillarían.
¿De qué control hablas, qué pasa con mis huellas? ¿Por qué iban a querer tomármelas?
Y además te tienes que poner esto. Aquí tienes. -Y se saca del bolsillo unas gafas con goma elástica.
Pero ¡si son de natación!
¿Y? Así no se te caerán cuando choquemos. A veces las ventanillas explotan, ¿sabes?
¡Qué estúpida! Lo dices a propósito para darme miedo.
¡De eso nada! Además, ¿no decías que tú nunca tienes miedo?
A los exámenes sí pero eso es otra cosa.
¡Muchas gracias, pero preferiría que no me hicieseis pensar en eso; mañana tengo uno a primera hora!
«Perepereperepere». Un sonido extraño como de trompa, uno de esos cláxones hortera y personalizados, irrumpe de improviso en el aire nocturno.
Ya están aquí, ahí llegan.
De repente, llegan al descampado cinco coches diferentes. Uno de ellos frena derrapando, los otros lo siguen, intentando más o menos imitarlo. Un Fiat 500. Un Mini. Un Citroen C3. Un Lupo. Un Micrau. Todos aceleran y pisan a fondo.
Pero ¿por qué habéis elegido todos coches pequeños?
Es lo único que tenían. No hemos encontrado nada mejor.
¿Y cuánto por cada coche?
¡No me hables! Cien euros cada uno, los hemos ido a buscar a Manna, allá en la Tiburtina, ¿sabes aquel mecánico chapista?
Ah
Ya estaban listos, con el bloqueo del volante desconectado y la llave ya puesta en todos, ¡es una pasada!
¿Te han explicado cómo se hace?
¡Pues claro! Mira, ya hemos atado los neumáticos.
Entonces ¡vamos a montarnos, venga!
¡Adelante!, ¿quién viene de paquete?
Yo voy con él.
¿Puedo ir yo contigo?
Cada muchacha se sube a un coche. Todas eufóricas, casi enloquecidas, adrenalíticas.
¡Eh, sólo tres por coche y sólo una detrás!
Yo no quiero
¿Tienes cangueli, eh, Niki?
No. Pero no quiero
¿Y tú qué haces, Diletta, no vienes?
¿No? ¿Estáis locas? ¿Qué es eso del bum-bum-car?
¡Es superguay y tú eres una supermuerma!
Las otras dos Olas, Olly y Erica, se meten rápidamente en los coches junto con otras muchachas. Un chico de los que se han quedado en tierra abre el portaequipajes del suyo y pone la música a todo volumen.
¡Ánimo, apostamos por vosotros! Repito las reglas para quien no las sepa. ¡El último coche que siga funcionando lo gana todo! Las apuestas se dividen de la siguiente manera: la mitad para los que van en el coche vencedor y la otra mitad para los que hayan ganado la apuesta.
Una chica grita «¡Todos a sus puestos!». Algunos muchachos que no están en los coches pasan a toda prisa, cierran las puertas y colocan en su sitio los neumáticos, que están atados con una cuerda larga que atraviesa el techo del vehículo. Los neumáticos caen a ambos lados, como si fuese una silla de montar de fantasía. Y acaban apoyados sobre las puertas, para protegerlas de los choques en la medida de lo posible. Una muchacha con shorts y un silbato de colores corre hacia el centro del descampado y se detiene frente a los cinco coches. Después se saca un pañuelo del bolsillo, rojo, bonito, encendido. Divertida, loca madrina del bum-bum-car, lo levanta hacia el cielo con un gesto espléndido, enfático. Luego lo baja de golpe, riendo, silbando. «¡Ya!», y se quita rápidamente de en medio, a toda prisa, con miedo, y salta al arcén para quedar lejos, a cubierto de la loca carrera de autos. Los coches derrapan y parten. El Fiat 500 se abalanza sobre el Miera, lo espolea y es alcanzado de repente en un costado por el Mini. El Citroen oscuro corre veloz, supera a ambos coches y luego mete de repente la marcha atrás y golpea al Lupo, arrancándole el radiador. Llega el Fiat 500 y se estrella contra uno de los costados del Miera, rebotando contra el neumático de protección. Explotan ambas ventanillas, las muchachas que van dentro gritan, chillan, fingen terror, divertidas, enloquecidas. Luego lo ven y gritan:
Corre, corre, que viene Fabio a toda pastilla.
El Miera está a punto de volcar, pero recupera el equilibrio, frena y alcanza de nuevo de lleno al Fiat 500. La luna trasera explota en mil pedazos. Y siguen así, se apartan, se alejan y retroceden, corriendo como locos. Y bum, de nuevo contra el Miera y el Lupo. Bum, el Mini contra el Fiat 500 y bum, el Mini contra el Miera y bum, el Miera choca de rebote contra el C3. Y así todo el rato, destrozándose los unos a los otros, chocando, con un ruido seco de chapa, de puertas abolladas, de cristales rotos, de faros que explotan, de parachoques retorcidos, de capós encogidos sobre sí mismos como súbitos calambres de una mano metálica. Los neumáticos utilizados como protección rebotan en las puertas, vuelan hacia arriba, vuelven a su sitio. Otros se sueltan y ruedan lejos, libres, hacia los muchachos que están en el arcén. Y bum, bum, bum. Poco después concluye el bbc. El bum-bum-car tiene su vencedor. El Mini y el Miera echan humo por el radiador, la parte delantera de ambos coches está totalmente hundida, el Fiat 500 está como doblado, con el semieje partido y las ruedas en posición oblicua, inclinadas hacia fuera. Parece un toro al que le acabasen de clavar la última banderilla, las rodillas dobladas y sin dejar de resoplar; acabando finalmente con el morro en el suelo. El Miera tiene las dos ruedas traseras pinchadas e incrustadas bajo la chapa de los laterales como consecuencia de los muchos golpes recibidos. El Lupo es el único que todavía logra avanzar un poco. Casi a trompicones, se dirige lentamente hacia el centro del descampado. De repente, pierde la placa de la matrícula, que cae con un sonido de lata, como las que se les atan a los coches de los recién casados. Pero esta noche no se ha casado nadie, y ningún dueño se sentirá feliz de recuperar su coche, visto el estado en que éstos han quedado.
¡Yuuju! ¡Hemos ganado! -Los muchachos que están en el arcén explotan de alegría-. ¡Lo sabía! ¡Lo sabía! ¡El Lupo pierde el pelo, pero no la clase ! -Y otras lindezas por el estilo, peores incluso, mientras uno, más agarrado que los otros, se ocupa ya de recoger las ganancias y empieza a hacer cuentas.
Los heroicos conductores van bajando uno tras otro de los coches, unos se descuelgan por las ventanillas rotas, otros se deslizan por el portaequipajes, y algunos salen hasta por el parabrisas destrozado. Todos se quitan las gafas de natación.
¡Bien! ¿Cuánto ha sido?
¡Venga, que hemos ganado!
Reparte bien, ¿eh? ¡No te equivoques!
Fabio coge el dinero que le toca y lo cuenta rápidamente.
¡No me lo puedo creer, seiscientos euros! Bien, Niki, te invito a una cena fabulosa, así hacemos las paces.
¿Todavía no lo has pillado? ¿Cuántas veces te lo voy a tener que repetir? ¡Olvídate de la cena! Nosotros ya no salimos juntos.
¿Cómo? Pero dijiste
Hace una semana que te devolví tus regalos y te lo he dicho de todas las maneras posibles e imaginables, ya no sé qué inventar para hacértelo comprender. Fin. Kaputt. Cerrado. Auf Wiedersehen. Se acabó, hemos roto
Ok, como quieras. Eh, chicas, Niki y yo lo hemos dejado.
Ya lo sabíamos.
De modo que vuelvo a estar disponible; decidme algo y poneos a la cola.
Fabio se guarda el dinero en el bolsillo, se monta en su ciclomotor y se marcha a toda velocidad. Los demás se miran por un instante, después alguien se encoge de hombros y le quita importancia a lo que ha pasado. Olly se acerca a Niki.
Jo, cuando se pone así, es verdaderamente
¡Un gilipollas!
También llega Diletta.
Se ha llevado todo el dinero. No ha repartido nada
Bueno, Fabio es así
Sí, pero lo normal es compartirlo con tu equipo, ¿no? -dice Erica.
Niki se encoge de hombros.
Ya te he dicho que es gilipollas, ¿no? ¿Alguien tiene un cigarrillo?
Olly se saca el paquete del bolsillo. Diletta se acerca y Niki le da unos manotazos en la camiseta.
Mira, ten cuidado, la llevas llena de cristales
Imagina que me ve mi familia, ¿qué les digo? ¿que he hecho el bbc? -comenta Olly.
Diletta mueve la cabeza.
Es mejor que les digas que has tenido un accidente, pero no con mi coche ¿eh? Que si luego no te creen, me tocará abollarlo. Ya te veo viniendo a mi casa con un martillo.
¡Sí, sería muy capaz!
Todas se echan a reír.
Venga, ¿quién me lleva a casa? Que mañana tengo examen.
Qué mierda. ¿Qué pasa, que la noche acaba aquí? -exclama Olly.
Ok, como mucho un helado en el Alaska.
Caramba, un rapto de locura, ¿eh? Está bien, está bien, nos vemos allí.
Pero luego, de verdad nos vamos a casa, ¿eh? -dice Diletta-. Porque después de lo que habéis hecho, seguro que todavía os quedan ganas de armar follón.
Ok, mamá Diletta. De todos modos, tengo una idea -propone Olly alzando las cejas-. ¡Sé de una fiesta loquísima!
Niki tira de la camiseta de Diletta.
¡Venga, un helado y basta, vamos!
¡Adiós, chicos, nos vamos!
Y se van riéndose. Olly, Niki, Diletta y Erica, las Olas, como se llamaron a sí mismas al acabar primero en el instituto, cuando hicieron amistad. Son hermosas, son alegres, son diferentes. Y se quieren. Mucho. Niki acaba de romper con Fabio, Olly deja prácticamente a uno cada día. En cambio, Erica lleva toda una vida con Giorgio, Giò, como lo llama ella. Diletta Bueno, Diletta todavía sigue buscando su primer novio. Pero no pierde la esperanza: tarde o temprano encontrará al adecuado. O al menos en eso confía. Sí, las Olas son fuertes, y sobre todo son buenísimas amigas. Pero una de ellas traicionará su promesa.
Seis
¡Eh, chicos, mirad quién ha llegado, el jefe! ¡Y ha venido con su abogado! Jefe, esta noche nada de trabajo, ¿eh? ¡Esto es una fiesta, así que no empieces con una de tus habituales reuniones! -dice Alessia riendo mientras abre la puerta. Se aparta y hace una reverencia, mientras deja entrar a Alessandro y a Pietro en su casa. Hay un montón de gente.
Ya no os esperábamos. He ganado la apuesta, ¿habéis visto?
Pietro se acerca, rodea con su brazo el cuello de Alessandro y le habla bajito al oído.
¿Has visto? Siempre te hago quedar bien. Tu equipo tiene que creer en ti, si no, ¿qué clase de jefe eres, eh, jefe?
Alessandro le aparta el brazo.
Vale, al primero que me llame jefe lo suspendo por dos días.
En seguida todos: «¡Jefe, jefe!»
Bueno, no, lo retiro, ¡al primero que me llame jefe lo hago trabajar el doble dos días!
¡Disculpa, jefe, quiero decir, disculpa, Alex!
¿Si te trato con mucha confianza me gano algo? No sé, ¿unas minivacaciones?
Trabajo doble por intento de corrupción.
Bueno, ¿hay algo de beber al menos?
Alessia, la ayudante de Alessandro, se acerca con una copa llena.
Aquí tienes, un muffato, es lo que te gusta, ¿verdad, je?
Alessandro alza las cejas y la fulmina con la mirada.
General, quería decir general, lo juro.
Eso tampoco me gusta. Venga, divertíos como si yo no estuviese, o mejor dicho, como si nosotros no estuviésemos aquí.
Pietro le quita la copa de las manos y da un ávido sorbo.
¡Eh! ¿Como si no estuviésemos aquí? Pues yo sí que estoy, vaya sí estoy. Este vino es bueno, ¿qué es?
Muffato.
¿Me pones otro? -le pide Alessandro a Alessia, que de inmediato llena otra copa y se la pasa.