«Respeta mis decisiones del mismo modo que yo he respetado siempre las tuyas. Elena.»
Entonces lo entendió. Eso era lo que le habían robado. El amor. Mi amor. Aquel que había ido edificando día tras día, con paciencia, con ganas, con esfuerzo. Y Elena es la ladrona. Lo cogió y se lo llevó consigo, saliendo por la puerta principal de una casa que habían construido juntos. Cuatro años de pequeños detalles, la elección de las cortinas, la disposición de las habitaciones, los cuadros colocados en un orden que seguía la luz del amanecer. Pufff. En un momento aquella diversión, aquellas pequeñas discusiones acerca de cómo organizar la casa desaparecieron. Adiós a todo. Me han robado el amor y ni siquiera puedo poner una denuncia. Entonces Alessandro salió en plena noche, sin valor para llamar a un amigo, a nadie; para ir a ver a sus padres, a sus personas queridas, a su madre, a su padre, a sus hermanas. A alguien a quien poderle decir «Elena me ha dejado». Nada. No pudo. Se fue a pasear perdido en aquella Roma de tantas películas y directores admirados, Rossellini, Visconti, Fellini. Sus historias en aquellas calles, en medio de aquellos escorzos. Y ahora Roma ha perdido color. Es en blanco y negro. Un spot triste, como uno de sus primeros trabajos. Acababa de entrar en la empresa. Se acuerda como si fuese ayer. Todo era en blanco y negro y al final aparecía el producto. Un pequeño yogur que volvía a dar color a toda la ciudad. ¿Y entonces? ¿Quién tendría que aparecer entonces en aquel último encuadre? Ella. Sólo ella. Piazza della Repubblica: Elena sentada en el borde de la fuente. Se vuelve. Primer plano de su sonrisa y toda la ciudad vuelve a tener color. Sobreimpresa en rojo brillante aparece una frase: «Amor mío, he vuelto.» Pero esta película no la dan en ningún cine. Y en aquella plaza no hay nadie, excepto dos extranjeros sentados en el borde de la fuente. Están mirando un plano de la ciudad. Le dan vueltas entre las manos sin encontrar lo que buscan. Quizá se han perdido. Pero se ríen. Porque ambos están todavía allí. A lo mejor ellos no se perderán. Alessandro sigue caminando. Lo más triste de todo es que mañana tengo una reunión importante con unos japoneses. En Capri. Me gustaría llamar a la oficina y decir «No voy, estoy enfermo. Paren el mundo, quiero bajarme». Pero no. Siempre ha cumplido con su deber. No puedo dejar de ir. Han creído en mí. No quiero decepcionar a nadie. Sólo que yo había creído en Elena. Y Elena me ha decepcionado. ¿Por qué? Yo creía en ella. Creía en ella. Así pues se subió al tren, buscó su asiento y esperó media hora a que el tren saliese. Luego se le sentó enfrente una mujer guapa, de unos cincuenta años. Llevaba una alianza en el dedo y se pasó todo el rato hablando por teléfono con su marido. Alessandro oyó aquella conversación sin querer. Dulce, sensual, divertida. También yo le había pedido a Elena que se casase conmigo. También nosotros hubiésemos podido pasar nuestros días separados, cada uno con su trabajo, pero unidos siempre, cercanos, y llamarnos de vez en cuando por teléfono para un saludo, un beso, una broma, como esta señora que está delante de mí hace con su marido. Nos hubiésemos dicho palabras de amor en cualquier momento, para siempre, riéndonos también nosotros, como hacen ellos. Pero no. Todo eso ya no es posible. Y Alessandro empieza a llorar. En silencio. Despacio. Y se pone unas gafas de sol, unas Ray-Ban oscuras que puedan esconder su dolor. Pero las lágrimas, cuando hacen su aparición, son como los niños en la playa. Antes o después se escapan. Entonces Alessandro se quita las gafas y las lágrimas brotan libres y todas juntas. Y sus mejillas se mojan y los labios le saben a sal. Un poco avergonzado, intenta secarse con el dorso de la mano. La señora se da cuenta y, al final, con ligero embarazo, cuelga el teléfono; luego se dirige a él, generosa y amable.
¿Qué pasa, le han dado una mala noticia? Lo siento
No es que me han dejado. -Alessandro sólo consigue decírselo a ella, a una mujer desconocida-. Lo siento. -Se echa a reír sin dejar de secarse, sorbe por la nariz.
La señora sonríe, le da un pañuelo de papel.
Gracias. -Alessandro se suena la nariz y sorbe de nuevo. Luego sonríe-. Es que al oírla hablar por teléfono con su marido, tan alegre, quizá después de mucho tiempo de estar juntos
La señora lo interrumpe con dulzura.
No era mi marido.
Ah. -Alessandro le mira las manos, ve su alianza.
La señora se da cuenta.
Sí. Era mi amante.
Ah disculpe.
No. No pasa nada.
Permanecen en silencio todo el resto del viaje. Hasta Nápoles. Al llegar a la estación la señora se despide.
Adiós, que le vaya bien. -Sonríe. Luego se baja.
Alessandro coge su equipaje y baja también del tren. Sigue a la mujer con la mirada y, al cabo de pocos pasos, ve que se abraza con un hombre. Él la besa en los labios y le coge la maleta. Caminan por el andén. Luego él se detiene, deja la maleta y la levanta por los aires hacia el cielo, estrechándola con fuerza. Alessandro se fija bien. Ese hombre lleva alianza. Debe de ser el marido. Claro que también podría ser que el amante estuviese casado. Pero a veces las cosas son más simples de como uno se las imagina. Siguen caminando hacia la parada de taxis. Ella se vuelve, lo ve, lo saluda desde lejos y vuelve a abrazar al marido. Alessandro le devuelve la sonrisa. Luego se dispone a esperar su taxi, tranquilo. Aprieta los dientes. Prosigue su viaje. El hidroala lo lleva hasta Capri, pero Alessandro ni siquiera ve el mar. Está azul, limpio, calmo. Aunque detrás de unas ventanillas sucias de sal y salpicaduras y, sobre todo, casi tan grises como su corazón. Después está en vía Camerelle, reunido con los japoneses. Inspira profundamente. Y de repente algo cambia. Y es como si aquel dolor se transformase. A través del traductor los divierte, los seduce, los tranquiliza, explica algunas anécdotas italianas. Se tapa la boca con la mano cuando se ríe. Se ha documentado acerca de esta costumbre. A ellos les parece de mala educación mostrar los dientes a los demás. Alessandro es preciso, pedante, preparado. Todo con «p», casi como perfecto. Una cosa es segura. En el trabajo no quiere decepcionar. Luego empieza a hablar de la idea para su producto. Se le ha ocurrido así sin más, pero cuando los japoneses la oyen se entusiasman, se vuelven locos, y al final acaban dándole grandes palmadas en la espalda. También el traductor está feliz, le dice que lo están llenando de cumplidos, que ha tenido una gran idea, genial. Y Alessandro da la estocada final cuando, tras despedirse, les ofrece su tarjeta de visita con ambas manos, tal como se hace en Japón. Y ellos sonríen. Conquistados. De modo que Alessandro ya puede volverse. Ha cumplido con su tarea, no ha decepcionado a nadie. Al contrario. Ha hecho más que eso. Ha dado una idea nueva, una idea que ha gustado. Simple. Una idea que ha hecho sonreír. Justo como esa vida que le gustaría tener.
Encuadre fijo de un paisaje. Un tren pasa veloz. Interior. Una mujer está sentada en su asiento, llora. Zoom hacia ella. La mujer sigue llorando. Quedamente, un buen rato, ante los ojos de los demás viajeros, que se miran entre sí sin saber qué hacer. El tren se detiene, los pasajeros bajan. Cada uno abraza a una persona. A todos los estaba esperando alguien. La única que no tiene a nadie que la espere es la mujer que estaba llorando. Pero de repente sonríe. Se acerca a un coche. El nuevo producto de los japoneses. Y se va en él. Ahora es una mujer feliz. Ha vuelto a encontrar el amor en aquel coche. «Un amor que no engaña. Un motor que no se apaga.»
A Leonardo, su director, le pareció también una idea fantástica.
Eres un genio, Alessandro, un genio. Un volcán de creatividad. Un espot eficaz con una historia simple. Una mujer que llora en un tren. Precioso. Un poco Lelouch, La decisión de Sophie, no sabemos por qué llora, pero al final sabemos por qué ríe. Grande. Eres grande.
Y pensar que ellos querían que el protagonista del espot fuese un hombre Un hombre. Pero tienes razón, no resultaría verosímil, ¿Dónde se ha visto a un hombre que llore? Y en un tren, además
Ya. Dónde se ha visto.
Alessandro sale de la ducha y se seca a toda prisa. Luego empieza a vestirse. ¿Sabes qué es lo malo de esta vida? Que ni siquiera se tiene tiempo para el dolor.
Cincuenta y cinco
La pelota sale impulsada hacia arriba. Dos muchachas hacen amago de dirigirse a la red. Y Niki cuenta bien los pasos. Uno, dos, y salta. Pero al otro lado de la red dos adversarias se han percatado de la maniobra, y le hacen un bloqueo. La pelota, golpeada por Niki, rebota, baja y cae en su campo.
Piiiii.
Pitido del árbitro, que extiende su brazo hacia la izquierda. Punto para el equipo rival.
¡Nooo! -Pierángelo, el entrenador, no deja de hacer aspavientos, se quita la gorra de la cabeza y golpea con ella en una mesa cercana. Está claro que en ese momento las curvas de sus jugadoras no lo distraen. Sólo está fastidiado por sus errores. Las adversarias van a darles una paliza. Justo en ese momento, la pequeña puerta que queda al fondo del pabellón se abre. Y con un impecable blazer a juego con unos pantalones azul oscuro de tela ligeramente asargada, camisa a rayas azules, celestes y blancas, y despidiendo todavía el perfume de la ducha, he aquí que llega Alessandro. Sonríe. Lleva algo en la mano. Niki lo ve y sonríe ella también. Luego hace una pequeña mueca, como diciendo: «¡Menos mal que has llegado!»
A partir de ese momento es como si un amuleto hubiese ido a parar al bolsillo del entrenador. Ese equipo no puede perder. Saques y bloqueos, toques de antebrazo y pelotas impulsadas hacia arriba y remates, más remates, y superremates. Y un increíble juego de equipo. Y al final ¡punto!
¡Gana el Mamiani por veinticinco a dieciséis!
Las chicas gritan, se abrazan y saltan todas juntas, apoyadas cada una en los hombros de la otra. Pero al final Niki se escabulle por debajo y se escapa. Y corre como una loca, excitada y bañada en sudor, y le salta encima, rodeando con sus largas piernas las caderas de Alessandro, tan elegantemente vestido.
¡Hemos ganado! -Y le da un largo beso, ella dulcemente salada.
Nunca lo dudé. Ten, esto es para ti. -Alessandro le da un paquete-. Mantenlo así, en posición vertical.
¿Qué es?
Es para ti o mejor dicho, para ella.
Alessandro sonríe mientras Niki abre de prisa el regalo.
Nooo Qué bonita, una planta de jazmín.
No podías no tener algo tuyo chica de los jazmines
Y así siguen, besándose sin darse cuenta de nada más, de la gente que pasa a su lado, vencedores y vencidos de una final importante, pero en el fondo no tan importante. Después, Alessandro ya no puede seguir sujetándola y se caen entre las sillas de la tribuna. Y no se hacen daño. Y se ríen. Y siguen besándose. No hay nada que hacer. A veces el amor vence verdaderamente sobre todo.
Cincuenta y seis
Un poco más tarde. Casa de Alessandro. Después de haber retomado el tema de la ducha, de la espuma después, vaya. Niki sale del baño con la toalla enrollada en la cabeza, caliente todavía por el vapor, y no sólo por eso. Con las mejillas rojas y el aire lánguido de después del amor.
Alex, ¿qué es esto? -Le muestra un dibujo con el diseño a escala de todo el salón, con muebles, sillones y mesitas.
Alessandro lo mira.
Ah, esto -En realidad, se acuerda perfectamente. ¿Cómo va a haberlo olvidado? La disputa telefónica de Elena con el encargado, el descuento que él no le había querido hacer y todo el resto de llamadas, las discusiones por el retraso en la entrega de aquel montón de muebles tan grandes y tan caros. Están todos allí, dibujados a escala. Y, sobre todo, a día de hoy todavía no han llegado-. Ejem esto esto es el diseño del salón.
¿Estos muebles estaban antes?
No. Estarán después
¿Qué? ¡No me lo creo! Pero ¡si son horribles! Resultará todo muy cargado.
Alessandro no da crédito. Es lo mismo que le dijo él a Elena.
Bueno, al fin y al cabo la casa es tuya, haz lo que te parezca, ¿eh?
Y eso es exactamente lo contrario de lo que Elena le dijo entonces. Alessandro sonríe.
Tienes toda la razón lástima.
¿Lástima? Pero ¿los has pagado ya?
No. Tengo que pagarlos a la entrega.
Cosa que hubiera debido suceder -Niki echa un vistazo a la hoja-, ¿hace cuatro meses? Pues entonces te puedes echar atrás, y reclamar incluso la paga y señal que diste, a lo mejor puedes incluso duplicarla por daños. ¡Llama en seguida! Venga, yo te marco el número.
Niki coge al vuelo el bonito teléfono inalámbrico que está sobre la única mesa del espacioso salón y marca el teléfono de la casa de decoración, escrito a mano en una esquina del plano. Espera a que dé señal de llamada, y, al oír que responden se lo pasa a Alessandro.
Habla, habla
Casa Style, ¿en qué puedo servirle?
Alessandro mira las hojas que tiene en la mano y encuentra un nombre subrayado: Sergio, el empleado que les atendió.
Ejem, sí, quisiera hablar con Sergio. Soy Alessandro Belli De la calle
Ah, sí, soy yo, ya me acuerdo. Disculpe, lo siento, pero sus muebles no han llegado todavía porque ha habido un problema en el Véneto. Pero están a punto de salir. Y seguramente llegarán a fin de mes.
Disculpe, Sergio, pero ya no los quiero.
¿Cómo? Si su señora estuvimos discutiendo todo un día. Al final consiguió que le hiciera un descuento, cosa que me tienen prohibida los dueños. Tuve que discutir también con ellos.
Bien, puede tranquilizarlos. Ya no tiene que hacerme ningún descuento. Los plazos no se han cumplido. Pero no quiero meterme en pleitos. Sólo quiero que me devuelvan mi paga y señal. Gracias y adiós. -Y cuelga sin darle tiempo a responder-. Esto lo he aprendido de ti. -Le sonríe a Niki y luego respira. Relajado, satisfecho, un suspiro y un sabor de libertad nunca antes experimentado.
Niki lo mira. Después mira el salón.
Está mejor así, ¿no?
Muchisísimo.
No se dice «muchisísimo».
En este caso sí se dice así, y además tu Bernardi no me oye. -Alessandro la atrae hacia sí y la abraza-. Gracias.
¿De qué?
Ya te lo explicaré algún día.
Como quieras.
Se abrazan. Se besan. Niki se levanta.
Oye, si te apetece, uno de estos días te acompaño al centro, cuando vayas a elegir muebles nuevos. -Luego se dirige al baño a vestirse-. Pero nada de cosas cargadas, ¿eh? Y sólo si te apetece. Si no, vas tú solo, faltaría más. -Niki entra en el baño pero vuelve a salir en seguida-. De todos modos, visto lo que habías elegido, ¡si yo fuese tú, me llevaría contigo! -Después lo mira seria una última vez-. Aunque de todos modos, la casa es tuya, ¿no?
Claro.
Por lo tanto, si alguna vez volviese a ocurrir, cosa que espero que no suceda, recuérdaselo. -Y desaparece definitivamente en el baño.
Alessandro se asoma a la puerta.
No sucederá.
¿Tú crees?
Estoy seguro.
¿Igual de seguro de que nunca ibas a enredarte con una menor?
Alessandro sonríe.
Bueno, ése era mi sueño.
Por supuesto. -Niki se pone la camiseta-. ¡Porque hace que te sumerjas en el pasado!
¡Bueno, en realidad, me hace sumergirme en muchas cosas! Venga, espabila, que nos vamos a comer algo por ahí.
Niki se pone los pantalones y lo mira.
Ah, ah no tengo edad para hacer de mujer. Aparta. -Hace que se eche a un lado-, quiero ver qué es lo que tienes en la cocina. Esta noche cenamos en casa.
Alessandro se queda sorprendido. Felizmente sorprendido. Luego se va al salón y pone un CD. Save Room, John Legend. Se tumba en la chaise longue. Sube un poco el volumen con el mando a distancia. Cierra los ojos. Qué hermoso es estar con una chica así. Lástima que no sea un poco más mayor sólo un poquito más. No mucho, unos tres o cuatro años, que al menos pasase de los veinte. Que como mínimo hubiese acabado el instituto. Tiempo. Tiempo al tiempo. Pero qué demonios, me ha ayudado un montón en el trabajo. Y además, cuando estamos los dos juntos
Se oye la voz de Niki desde la cocina.
¿Pasta corta o larga?
Alessandro sonríe.
¿Qué más da? Depende de lo que lleve, ¿no? Vale, corta.
¡Ok!
Alessandro vuelve a relajarse. Se abandona aún más. Música lenta. Más lenta
¿Alex?
¿Sí?
Ya está lista ¿Te habías dormido? ¡Eres de lo que no hay! Doce minutos. El tiempo de cocción.
No estaba dormido. Soñaba contigo. -Entra en la cocina-. Y en lo que habrías preparado. Hummm, el olor no está mal. Parece bueno. Ahora lo veremos.
¿El qué?
Si eres una hábil timadora o una hábil cocinera.
Alessandro se sienta a la mesa. Se da cuenta de que en un vaso pequeño de chupito hay una flor acabada de coger de la terraza. Dos velas encendidas junto a la ventana crean una atmósfera cálida. Alessandro prueba curioso uno de aquellos macarrones. Cierra los ojos. Se pierde en su sabor, delicado, auténtico, completo. Bueno de verdad, vaya.
Oye, está muy buena. ¿Qué es?
Yo la llamo la carbonara campesina. Es de mi invención, pero se puede perfeccionar.
¿Cómo?
En tu nevera faltaban algunos ingredientes básicos.
A mí me parece una maravilla tal como está.
Porque aún no has probado la auténtica. Faltan unas zanahorias cortadas en laminitas finas y un toque de corteza de limón
¿Todo eso? Caramba, encontrarse una chica guapa, encima no demasiado madura, que ya sabe cocinar así de bien, es un sueño.
¿El mismo que tenías antes de cenar?
No, mejor. Yo no sería capaz de soñar todo esto.
De todos modos, tranquilo, Alex, sólo sé preparar dos platos. De modo que cuando hayas probado también el segundo, volveremos a empezar
Alessandro sonríe y sigue comiendo aquella extraña pasta «a la carbonara campesina». Elena nunca me había hecho nada parecido. A excepción, claro, de alguna ensalada fría con sabores extraños, frambuesas o frutas del bosque, pistachos salados o granada Y, de vez en cuando, algún plato francés rebuscado y caro. Total Total, el dinero no era suyo. Pero jamás nada cocinado. Jamás el sabor de la cocina hogareña, del vapor, del sofrito en la sartén, de la pasta mezclada en su salsa. De esa cocina que tanto sabe a amor.
Niki coge una botella de vino.
A mi carbonara campesina le pega el blanco. ¿Te parece bien?
Perfecto.
Lo he puesto a enfriar un rato en el congelador.
Alessandro toca la botella.
¡Caramba, qué pronto se ha enfriado!
Basta con mojar la botella con agua fría antes de meterla en el congelador y ya.
Te las sabes todas, ¿eh?
Se lo he visto hacer a mi padre.
Muy bien. ¿Y qué más has aprendido de tu padre?
Niki le sirve el vino.
Cómo evitar que me jodan en ciertas ocasiones.
Luego se sirve también en su copa. Levanta el vaso. Alessandro se limpia la boca y coge el suyo. Hacen un suave brindis. Un sonido de cristal veneciano llena el aire, invade la cocina.
Niki sonríe.
De todos modos, me temo que esa lección no la tengo tan bien aprendida. -Luego bebe y lo mira con intensidad-. Pero estoy contenta de ello.
Y siguen comiendo así, charlando ligera y tranquilamente. Aliñan la ensalada. Retazos de vida pasada, de películas complicadas, de filmes de autor, de miedos. Pelan un melocotón.
Y pensar que cuando tenía quince años y estaba en América, fui con mis amigos a ver a Madonna. Entonces era una veinteañera gorda y desconocida.
En cambio, yo la vi el año pasado en el Olímpico con Olly y Diletta, Erica no vino porque Giorgio se hizo un lío con las entradas. Ahora es una cuarentona flaca y famosa.
Y más retales de vida pasada y, sobre todo, pasada el uno lejos del otro. Poco a poco. Una cosa detrás de otra. Piezas de un rompecabezas de colores, divertido, a veces también doloroso, difícil de explicar. Y, como cuñas aceitadas, se van ensamblando emociones, pequeñas verdades, alguna mentirijilla, algo que no somos capaces de contarnos ni siquiera a nosotros mismos.
Niki se levanta para ir a lavar los platos. Alessandro la detiene.
Déjalo, mañana viene la asistenta. Vámonos para allá. Podemos ver un DVD.
En ese momento suena el timbre del interfono. Niki se tumba en el sofá.
¿La asistenta ha llegado antes de lo previsto?
Alessandro se dirige hacia la puerta.
No tengo ni idea de quién pueda ser. -Pero sí que tiene una idea. Elena. Y le aterroriza. No quisiera encontrarse nunca en una situación como ésa. ¿Cómo cuál, Alex? Tú no le debes nada. Bueno, por lo menos no ha subido con las llaves. A lo mejor ha pensado que, después de tres meses, tú podrías estar con alguien, ¿no?
Sí, ¿quién es?
Alex, somos nosotros, Enrico y Pietro.
¿Qué pasa?
Una cosa muy importante. ¿Podemos subir?
Por supuesto. -Alessandro abre la puerta.
¿Quién es? -pregunta Niki, mientras pasa de un canal a otro.
Dos amigos.
¿A esta hora?
Bueno. -Alessandro mira el reloj-. Son las nueve y media.
¿Y vienen tan temprano?
Llaman a la puerta. Alessandro va a abrir.
¡Hola, chico! -Pietro le da un abrazo, luego silba e intenta tocarlo por abajo-. ¡¿Qué planeas hacer con el monstruo?!
¡Venga, estáte quieto! -Alessandro se recompone. Luego empieza a hablar en voz baja, casi susurrando-. No estoy solo. Venid que os la presento.
Ambos lo siguen. Pietro mira a Enrico.
¿No será?
No. No puede ser. Después de lo que nos ha pasado a nosotros
Tú sigues sin entenderlo, ¿eh? Las mujeres son irracionales, y en cambio tú te empeñas en encontrar la razón a la fuerza.
Tú dirás lo que quieras, pero no puede ser ella.
Alessandro entra en el salón, seguido por los dos amigos.
Os presento a Niki.
De detrás del sofá, despacito, subiéndose descalza en los cojines, asoma Niki.
¡Hola! ¿Queréis comer algo? He preparado un poco de pasta. -Salta del sofá-. ¿Un poco de vino? ¿Una Coca? ¿Un ron? En fin, ¿algo de lo que haya?
Enrico mira a Pietro. Esboza una sonrisita de satisfacción como diciendo «¿Has visto? No es ella». Y luego le dice bajito:
No has acertado.
¿De qué estáis hablando? -Alessandro se acerca a ellos, curioso.
Pero justo en ese momento suena el teléfono de Niki. Ella salta de nuevo por encima del sofá y coge su bolso, que está apoyado en una silla.
¿Sí?
Hola, Niki, soy mamá. ¿Estás con Olly?
No. Estoy con otra gente.
Es que te ha llamado. Te está buscando.
Mira que le dije que iba a salir con otras personas. Es que Olly siempre se pone celosa.
¿Estás sola con alguien?
Nooo Te lo aseguro, somos muchos.
No te creo.
Venga, mamá, qué vergüenza. -Niki ve que no se va librar con facilidad. Tapa el auricular-. Eh, disculpad, pero mi madre es un poco paranoica. ¿Podríais armar un poco de barullo todos a la vez? Sólo para que vea que somos varios.
Pietro sonríe.
Por supuesto, faltaría más.
En cuanto Niki aparta la mano del teléfono, Pietro, Enrico y Alessandro empiezan a armar jaleo.
Venga, así ¿qué hacemos? ¿Vamos a buscar a los demás?
Sí, hay una fiesta en casa de mi amiga Ilaria, ay, no, ¡de Alessandra!
Niki hace una seña de que así está bien. Luego se aparta un poco y sigue hablando con su madre.
¿Y bien? ¿Ya estás contenta? ¿Has visto la cantidad de gente que hay? Haces que parezca subnormal. ¿Cuándo vas a tener un poco de confianza en mí? ¿Cuándo crezca y cumpla los cincuenta?
Es que ocurren tantas cosas por ahí Niki, es el mundo el que le hace perder a una la confianza.
Puedes estar tranquila, mamá, estoy bien y volveré pronto a casa.
Tu padre está convencido de que tienes un novio nuevo que pertenece a otro círculo.
Bueno, pues tranquilízalo a él también. ¡Sigo a la caza, y con los mismos de siempre!
Niki
¿Sí, mamá?
Te quiero.
Yo también a ti y no quiero que te preocupes.
Cierra el teléfono. Se queda mirándolo un momento. Un pensamiento dulce, a pesar de todo. Por un lado, la idea de haberse librado por pelos. Y por el otro el placer de importarle tanto. Sonríe para sí y vuelve con los demás.
Gracias ¡habéis sido muy amables!
Pietro sonríe y extiende los brazos.
No ha sido nada.
Pues claro -lo secunda Enrico.
¿Seguro que no queréis beber nada?
No, no, en serio.
Ok, entonces, visto que en la tele no dan nada, y que el satélite también está un poco muermo, salgo un momento y me voy al videoclub de la esquina a buscar un DVD. No cierra hasta las once. ¿Alguna preferencia, Alex?
No, lo que tú quieras.
Ok. ¿Queréis que os traiga un helado?
No, no, no te preocupes. -Pietro se toca el estómago-. Como ves, no me conviene.
Estamos a dieta
Vale. Hasta ahora. -Niki sale y cierra la puerta a sus espaldas.
Pietro se echa de inmediato las manos a la cabeza.
¡¿Helado?! ¡Demonios, todo lo contrario! Le hubiese dicho: tráeme ya mismo a una de tus amigas, una cualquiera, ¡basta con que sea como tú!
Pero ¿cuántos años tiene? -pregunta Enrico.
Alessandro se sirve algo de beber.
Es joven.
Pietro se acerca y también él coge un vaso.
Enrico, ¿y a ti qué te importa la edad que tiene? ¡Es un verdadero bombón!
¡Pietro!
¡Es aún mejor que las rusas, que las dos juntas! -Y se sirve él también. Se toma un whisky de un solo trago. Luego, excitado como un loco-: Por favor, por favor, dímelo de todos modos, aunque no tenga ninguna importancia ¿cuántos años tiene esta Niki?
Diecisiete.
Pietro se deja caer en el sofá.
Dios mío, estoy fatal ¡Qué potra, macho, qué potra!
¿Quién?
Ella, tú, no sé ¡me he quedado sin palabras! -Luego se incorpora de un salto-. ¡Alex!
¿Qué?
Por una de diecisiete no vas a la cárcel, ¿verdad?
De dieciséis.
Ah, sí. Entonces me gusta aún más, la sola idea me encanta.
Pietro, ¿tú ya sabes que estás enfermo?
Nunca he dicho lo contrario. Mi cerebro se vio afectado cuando era pequeño. Qué digo, desde que nací. Por otro lado, fue la primera cosa que vi y nunca he podido olvidarla
Enrico le da un empujón. Luego, curioso él también.
¿Cómo la conociste? ¿Es una modelo de tus anuncios?
¡Qué va! Tuvimos un accidente, ya os lo dije.
Pietro sacude la cabeza.
¡Doble potra! Ahora entiendo por qué no se te ve ya el pelo. Las cenas, las fiestas, la otra noche para los cuarenta de Camilla Ya sabemos dónde te habías perdido.
Bueno, a lo mejor es que he vuelto a encontrarme. ¿Sabéis una cosa? Nunca he estado tan bien.
Te creo. -Pietro lo señala-. ¿Quién puede estar mejor que tú? Hasta tienes la suerte de que hayan inventado la Viagra. Y a lo mejor hasta se traga que eres así de verdad. Normalmente
Mira que llegas a ser imbécil. Dejando a un lado el hecho de que ni la tomo ni la necesito, yo estoy hablando de otra cosa. Es una sensación nueva por completo. Me siento yo mismo. Mejor dicho: es posible que esté siendo yo mismo por primera vez en mi vida. Creo que sólo me había sentido así con dieciocho años, con mi primer amor.
Pietro se levanta del sofá.
Venga, Enrico, vámonos, dejémoslo en su paraíso. Sea como sea, que conste que no me trago que no tomes Viagra.
Y dale
Pietro lo mira.
Oye, no es que seáis sólo amigos Quiero decir que -Y con el pulgar y el índice forma una extraña pistola que hace girar en el vacío como diciendo «No es que no hagáis nada, ¿no?».
Alessandro lo coge y empieza a empujarlo hacia la puerta del salón.
¡Venga, fuera, vete! Ni siquiera voy a responderte.
Ah, ¿lo ves?, ya me parecía a mí que había algo extraño.
Sí, sí, piensa lo que te dé la gana. -Alessandro abre la puerta.
Están ya en el rellano cuando Enrico se le acerca.
Tú y yo tenemos que hablar a finales de mes de aquel asunto.
Descuida.
Luego Alessandro los mira a los dos un instante.
¿Y vosotros dos a qué habéis venido? Habéis dicho que era una cosa importante.