Pietro y Enrico se miran un momento.
No, es que como no se te veía el pelo y hace poco que te separaste de Elena, vaya, pues queríamos saber cómo estabas
Alessandro sonríe.
Gracias. Ahora ya lo entendéis, ¿no?
Pietro coge a Enrico de la chaqueta y lo mete en el ascensor.
Vaya si lo entendemos. ¡Es de fábula! Venga, vámonos Dejémoslo en su Edén. Ah, no te olvides de preguntarle si tiene una amiga.
Alessandro sonríe y cierra la puerta. Pietro aprieta el botón del ascensor. Las puertas se cierran. Pietro se mira en el espejo. Se coloca mejor la chaqueta. Enrico se apoya en la pared del ascensor y lo mira a través del reflejo.
¿Habremos hecho bien en no decírselo?
Pietro le devuelve la mirada.
No sé de qué me estás hablando.
Pues de que ayer por la noche
Lo sé perfectamente. Estaba a punto de decirte que es mejor así. Como si nada hubiese sucedido. ¿Es que acaso quieres estropearle su paraíso? -Y sale sin esperarlo. Se monta en su coche. Enrico lo alcanza.
Por supuesto que no. O sea, que no lo sabrá nunca.
Puede que sí o puede que no -responde Pietro mientras abre la ventanilla-. La vida lo dirá. Es sólo cuestión de tiempo, siempre es así. No hay que meterle prisa a la vida. -Y se va dejándolo allí. Enrico se monta en su coche. Es cierto. Es sólo una cuestión de tiempo. Y también para él ahora resulta todo más fácil. Ya hay una fecha límite. Fin de mes. Sí, a fin de mes lo sabrá todo. No le quedará ninguna duda. Paraíso. O Infierno.
Cincuenta y siete
Habitación añil. Ella.
De repente. Bip bip.
«Mi amor, mañana pasaré a buscarte a las 7. Tengo 1 sorpresa para ti. Siempre dices ke no soy romántiko. Pero ¡para nstro aniversario t sorprenderé!»
Ella lee el mensaje. Es verdad. Mañana es nuestro aniversario. El primero. Demonios. Pero esta noche no podemos pasarnos, mañana tengo control a primera hora. Lo veo venir, me quedaré dormida. Jo. Esta tarde tengo que comprarle un regalo. ¿«Dormida»? ¿«Tengo que»? ¿«Un regalo»? Pero ¿qué estás diciendo? Eh, pssst, te acuerdas, ¿verdad? Es aquel por el que te morías el año pasado. Ese que tiene unas espaldas anchas y ojos de bueno. Ese que tanto les gusta a tu madre y a tu tía. ¿Entendido? Y ése es ése. Y hoy hace un año que estáis juntos. Tendría que ser «quiero comprarle un regalo», o mejor dicho «el» regalo. ¿Y a quién le importa si nos dan las seis de la mañana? Ya, así es como tendría que ser. Todo un darnos igual. Y felicidad y locura y ganas de correr, de gritar Y de amar a tope. En cambio, no es así. Pero ¿por qué estoy así? Pienso en dormir en lugar de ponerme contenta por el hecho de salir. Quiero amarlo. Pero no, no. No se dice así. Se dice «lo amo» y basta. La chica corre a su habitación y abre el armario. Una, dos, tres, cuatro perchas con bonitos vestidos cortos colgados. Pero lo que falta no es dónde elegir, sino el deseo de ponerse guapa para él. Luego se detiene a mirarlos uno a uno. Los acaricia con la mano. Se detiene un momento ante uno amarillo y azul, con pequeños dibujos de tipo oriental. Su preferido. Intenta imaginarse vestida de ese modo ante él, en el restaurante. Se estruja la imaginación buscando un regalo que comprarle. Pero no hay alegría. No hay estremecimiento. No hay nada. Silencio. Miedo. Oscuridad. Y se echa a llorar con rabia. Llora porque no siente lo que le gustaría sentir. Llora porque a veces no hay culpa y no quisieras hacer sufrir a nadie, pero te sientes malvada, desagradecida. Preguntas, demasiadas preguntas para ocultar la única verdad que ya conoce. Pero otra cosa es admitirla. Admitirla significa doblar en la próxima esquina y coger otro camino. Luego se busca. Se mira en el espejo. Pero no se encuentra. Es otra.
Cincuenta y ocho
Ring. Ring. Ring. El timbre suena alegremente. Alessandro casi se cae de la chaise longue del sobresalto. Se apoya con la mano en el parquet y se levanta para salir corriendo hasta el interfono.
Ring. Ring. Ring. Tiene casi ritmo.
¿Quién es? ¿Qué pasa?
Alex, soy yo, ¿me abres?
Alessandro aprieta dos veces la tecla y vuelve al salón. Pero ¿qué hora es? Las diez y cuarto. Ha dormido casi media hora. Alessandro abre la puerta justo en el momento en que llega Niki. Todavía tiene la respiración agitada.
He subido por la escalera para mantenerme en forma. ¿Qué estabas haciendo? ¡¡Estabas dormido, ¿eh?!
No, estaba allí -intenta justificarse-, navegando por Internet.
Ah, ya. -Niki se asoma y ve que en el estudio todo está oscuro-. ¿Y ya has apagado el pc?
Alessandro la abraza y la atrae hacia sí.
Por supuesto, ya lo ves soy muy rápido. -Y le da un beso-. ¿Qué película has sacado?
Closer.
No me digas. La de la música Nunca la he visto.
Es un poco fuerte. Tengo una idea. ¿Por qué no la vemos debajo de las sábanas?
¿Por qué, es una película picante?
¡Qué cerdo eres! No, no lo es. Bueno, un poco picante quizá sí, pero no por eso Me gusta la idea de que la veamos en la cama, como si estuviésemos en nuestra casa.
Alessandro la mira, de repente sorprendido. Niki hace una mueca.
Sí, ya lo sé, tu casa, es tu casa, pero yo me refería a como si viviésemos juntos, como si fuésemos una pareja, ¿entiendes?
Alessandro sonríe.
Lo único que yo quería decirte es que eres guapísima.
Niki sonríe. Después se va a la habitación. Se desnuda a toda prisa. Se baja los pantalones, las bragas, se quita la camiseta, el sujetador, los fantasmas. Corre hacia el televisor, mete el DVD en el lector que hay debajo. Pero cuando oye llegar a Alessandro, se cubre los senos, sale corriendo y, de un brinco, se mete en la cama. Se tapa hasta la barbilla con la sábana. Luego coge el mando a distancia.
¿Quieres verla en inglés?
No, gracias. Mañana ya tengo una reunión con unos alemanes.
Ok, entonces en italiano. Venga, date prisa, ya está puesta, la película va a empezar.
Alessandro se desnuda veloz y se mete en la cama junto a ella.
Muy bien, justo a tiempo. Ahora mismo está empezando.
Niki se acerca a él, se le pega, apoya sus pies fríos en sus piernas calientes, el pecho suave y pequeño en su brazo. Después los títulos, algunas imágenes, diálogos divertidos, realistas. Luego una foto, una canción, una historia de amor a punto de empezar. Un acuario. Un encuentro. A continuación todo se vuelve un poco confuso. La mano de Niki se desliza lentamente bajo las sábanas. Abajo. Más abajo. A lo largo de su cuerpo. Su pierna Y juega y bromea y acaricia y toca y deja de tocar. Y después por su estómago. Alessandro se agita. Niki se ríe y suspira, y se le acerca cálida, y sube una pierna y la apoya encima de las suyas. Y las manos se multiplican, como un deseo imprevisto que se convierte en una historia de amor. Inventada, soñada, sugerida por una simple película, y luego repentinamente verídica, como todas esas palabras que una cama puede explicar. Y por un instante, esos momentos son para siempre, puede que un día se olviden, pero por el momento son para siempre.
Más tarde. Aún más tarde. Niki se da la vuelta y se dispone a salir de la cama. Pero se oye un crujido. Alessandro se despierta.
Eh ¿adónde vas?
Son las dos. Les dije a mis padres que no volvería tarde. Esperemos que no estén despiertos. Esta vez te has quedado dormido, ¿eh? No lo puedes negar, amor
¿Qué has dicho?
Oye, no fastidies.
Niki empieza a recoger su ropa, un poco azorada.
No, no, espera, espera -Alessandro se sienta en la cama, con las piernas cruzadas, cubiertas por las sábanas-. Repite la última palabra
Niki vuelve a dejarlo caer todo al suelo y se sube a la cama. Se pone en jarras, de pie, con las piernas abiertas, y lo mira desde arriba.
Lo siento. Ya está decidido. Lo has oído bien. Perdona, pero te llamo amor.
Cincuenta y nueve
Se ha comprado una bonita cazadora, nueva, de tela tejana azul claro, una Fake London Genius. Había oído hablar tanto de ella En el pelo lleva ese gel azul que llevan casi todos en Giardinetti. Un poco de gomina nunca está de más. Lo canta incluso ese rapero, ¿cómo se llama?, uno no muy famoso. Fabio algo. A lo mejor algún día se acuerda. A saber Mauro mira su reflejo en un escaparate. ¿Parece un macarra de periferia? Bah También me he puesto el pendiente grande, el del brillante. Lo llevo sólo cuando voy al fútbol, cuando juega el «mágico» Roma. En mi casa no les gusta. Mi madre se pone de los nervios. Y mi padre, la única vez que me lo vio se echó a reír como un loco, estaba comiendo y casi se ahoga. Mi hermano Cario tuvo que darle un montón de palmadas en la espalda. A mi hermana pequeña Elisa le faltó poco para echarse a llorar. «Pedazo de maricón», me dijo mi padre cuando se hubo recuperado. Tomó un sorbo de agua y salió, dándome un buen golpe con el hombro, como hace cada vez que se pilla un cabreo. Cabreo. Se cabrea conmigo. Sólo conmigo. Lo noto en su manera de mirarme siempre. Cuando salgo por la mañana. Cuando vuelvo. Cuando como. Una vez me desperté y me lo encontré junto a la cama, sentado en el sofá donde acostumbra a dormir Elisa. Me estaba mirando. Mi hermana estaba en la escuela. Y también Cario estaba ya en su trabajo. Mamá había ido a hacer la compra. En cambio, él estaba allí. Mirándome fijamente. Cuando abrí los ojos y lo vi, por un momento pensé que se trataba de un sueño. Luego me di cuenta de que no y lo saludé. «Hola, papá». Le sonreí incluso. Y eso que no es fácil hacerlo apenas levantado. Entonces él se levantó. Se pasó la mano por la mejilla áspera y la barba sin afeitar. Se fue sin decir una palabra. Nada. No me dijo nada. Pienso a menudo en aquella mañana. A saber cuánto tiempo llevaba allí observándome.
Mauro sigue mirándose en la luna del escaparate, se arregla bien la camisa, se peina lo poco que puede el cabello engominado. Vuelve la cara hacia el otro lado. ¿Un poco de barba descuidada será de macarra? Bah. Vaya usted a saber. A esos no los entiende ni Dios. Por si las moscas, me la he dejado crecer a su aire. Sonríe ante sus pensamientos. Luego se coloca bien el paquete. Hace un gesto a lo John Travolta. Ojalá me diese suerte. Porque para hortera macarra, él Me refiero a John. Un hortera internacional. Además, también lo tengo a él. Se palpa con la mano el bolsillo interno de la cazadora. El osito Totti está allí. Con una sonrisa y un suspiro de confianza, Mauro empuja la puerta y entra en el edificio.
Derecha, izquierda, así, divididos en grupos. Los morenos por aquí, los rubios por allí. -Una mujer joven está clasificando de manera rápida y decidida a los chicos que van llegando-. Va, por favor, tened preparada una foto con vuestro número de teléfono, edad, zona en la que vivís y altura escrito detrás.
Un chico levanta la mano.
Sí, dime, ¿qué ocurre?
No, que antes usted ha dicho que los rubios a un lado y los morenos a otro, ¿no? ¿Y yo que soy castaño?
La chica resopla y alza los ojos al cielo.
Muy bien, veamos. Los castaños y similares, incluidos a los pelirrojos, van con los rubios, ¿ok? Otra cosa más. Si por casualidad lograseis evitar hacer preguntas de este tipo, os quedaría muy agradecida.
Dos macarras de pelo oscuro, que se han quedado en la sala, se miran y se ríen.
Eh, una última pregunta. ¿No tendrás un boli?
Y para mí otro.
La chica coge algunos bolígrafos, los deja sobre la mesa y se aleja. Los dos tipos la miran.
Vaya, no nos ha dicho cómo nos lo iba a agradecer, ¿no?
No, pero te digo yo que a ésa le hace falta un buen polvo. ¡¿Qué apostamos a que si te la tiras te quedará eternamente agradecida?!
Ya, y luego no hay quien se la saque de encima.
¡Ya te digo! -Y chocan los cinco ruidosamente, satisfechos con su broma. Algunos chicos se sientan en el borde de un sofá. Uno está apoyado en la pared. Dos macarras empiezan a escribir sus datos detrás de las fotos. Mauro escribe a toda velocidad. Él ya lo había hecho. O mejor dicho, sabía que se hacía así. Se lo había visto hacer a Paola. Mil veces. Lo que no sabía es que las fotos fuesen tan caras. Doscientos euros por media hora de sesión. Mauro es el primero en entregar su foto. Luego se da un golpecito en el bolsillo y le habla en voz baja al osito Totti para que le dé suerte.
Eh Esperemos que haya sido una buena inversión
La chica recoge algunos folios dispersos por la mesa junto con las fotos que le da su ayudante, quien las ha metido en una carpeta. Luego, antes de pasar a una sala más grande, se vuelve.
Esperad aquí.
Cómo no -suelta uno de los macarras-. ¿Cuándo nos podremos dar el piro? Ahora que ya hemos hecho los escritos, no vemos la hora de hacer los orales
La chica sacude la cabeza y entra en otra sala.
Mauro los cuenta. Serán una decena. Pocos. Pensaba que iban a ser más. Además, lo que importa es que estoy aquí. Uno de cada diez lo consigue. ¿No decía eso la canción? Bah. Le entran ganas de reír. Se siente seguro. Qué pasa, yo soy mejor que todos estos. Los mira uno por uno. A ver ése. El pelo largo ya no se lleva. Y mira este otro. Pero ¿adonde vas pardillo? Con los pelos de punta. ¿Qué pasa, te han dado un susto? Mauro estudia el look de todos. Uno ha ido incluso con chaqueta y corbata. Un hortera de manual. Se les nota tanto que quieren fingir lo que no son, que dan pena. Un hortera tiene que serlo hasta las últimas consecuencias. Si se pone chaqueta, por lo menos debe llevar una camiseta bien ajustada debajo. Poca broma con eso. Mauro se abre la cazadora y se toca la suya, blanca, de tela medio plastificada, perfecta. Bien pegada al cuerpo. Que se le marque la «tableta de chocolate». Así tiene que ser un hombre, sin más pamplinas. Se tiene que ver a la legua. La chica vuelve a salir.
Bien Giorgi, Maretti, Bovi y todos los demás rubios ya se pueden ir. De todos modos, nos quedamos con las fotos por si saliese otro tipo de trabajo. Gracias por venir.
Los rubios, los castaños y los pelirrojos salen de la sala mascullando. Alguno se va a toda prisa con una carpeta bajo el brazo. A lo mejor tiene otra prueba. Quedan tan sólo Mauro y el tipo con chaqueta y corbata. Mauro lo mira. Quién lo iba a decir, piensa. Mauro se sienta apocado en el brazo del sillón. La persiana veneciana del despacho del mánager se sube. Por detrás de un cristal transparente aparece una mujer hermosa. Es rubia, tiene una cara serena, los cabellos semirrecogidos. Debe de tener unos treinta años. Es guapa, piensa Mauro, no está nada mal. Debe de ser la jefa. Mauro se aparta un poco del sillón intentando leer el nombre de la tarjeta que hay en la puerta. Elena y algo más. Bonito nombre. La mujer le dice algo a su ayudante, que hace un gesto afirmativo. Después ésta vuelve a la sala y la puerta se cierra a sus espaldas.
Bien, dice que si os podéis poner de pie aquí, en el centro de la sala.
Mauro y el tipo con chaqueta y corbata hacen lo que les dice.
Aquí, sobre esta alfombra roja, gracias.
Tan sólo ahora Mauro se percata de que el tipo con chaqueta y corbata tiene el pelo muy oscuro, largo, aceitoso, recogido con una goma. Parece casi un peinado japonés. Sus cejas son muy espesas. Ahora están el uno al lado del otro. El tipo es un poco más alto que él. Tiene los hombros más anchos. Tiene las piernas ligeramente abiertas y balancea las caderas hacia el cristal. Mastica un chicle y sonríe a la mujer que está al otro lado. La mujer sonríe también y se sienta a su escritorio. El tipo se vuelve hacia Mauro y le sonríe a él también. Peor aun. Le guiña un ojo. Seguro. Demasiado seguro. Desde la otra sala, Elena hace un gesto con la mano a su ayudante, indicándole que vuelva a entrar. Mauro vuelve a sentarse en el borde del sofá y mira a través del cristal. Ve que Elena ha cogido su foto. Bien. Mi foto La mujer le da un golpe encima con la mano. Parece convencida. Entonces su ayudante le dice algo. Elena vuelve a mirar las dos fotos. Parece indecisa. A continuación vuelve a mirar a través del cristal. Mauro se da cuenta y aparta rápidamente la vista. Mira hacia el otro lado. El otro tipo está sentado cómodamente en el sillón, con una pierna apoyada en el brazo del mismo, columpiándola, mostrando bajo sus pantalones tejanos una botas con remaches brillantes a los lados. Mauro se vuelve de nuevo hacia la sala. Ve que Elena rompe una foto. La ve caer en la papelera que hay debajo de la mesa, al lado de esas hermosas piernas. Y con esos trozos de papel se va su sueño. La foto rota era la suya. La ayudante sale del despacho de Elena.
Bien, lo siento, pero hemos decidido que
El tipo con chaqueta y corbata está sentado en el sofá, un poco más compuesto, si bien sigue teniendo las piernas estiradas.
¿Adonde ha ido el otro chico?
El macarra de la coleta sonríe.
¡Bah, se ha ido!
No hay remedio, ya no queda educación. -La ayudante se encoge de hombros-. De todos modos, te hemos elegido a ti. Ven, vamos a hacer una prueba para tomarte medidas.
El hortera se levanta y se ajusta los pantalones como un patán. Luego sonríe a las mujeres.
¿Medidas de qué, chati?
La ayudante se vuelve, se detiene con una mano apoyada en la cadera y lo mira fijamente, seria, con la cabeza inclinada hacia un lado.
Las medidas para la ropa.
Él sonríe y mueve arriba y abajo la cabeza.
Ah, vale, me imaginaba otra cosa -Y la sigue feliz, sea cual sea el papel que le toque.
Sesenta
Eh, ¿qué haces?
Estoy en una reunión. ¿Y tú?
En el baño. ¿Vienes a buscarme a la salida? No tenemos clase a última hora.
No puedo, estamos discutiendo cómo organizar toda la campaña promocional; siempre y cuando los japoneses digan que sí, claro.
Jo, siempre estás ocupado. ¿Y para comer?
Ídem. Esto va para largo.
Madre mía, eres peor que un baño ocupado en la discoteca. Acuérdate de que yo soy tu musa inspiradora. Conmigo se te ocurren un montón de ideas.
Alessandro se ríe.
Sobre todo ciertas ideas en particular.
Oye, mira que ésas se vuelven pecado si no nos vemos.
¡Qué beata te me has vuelto!
En el sentido de que es un pecado malgastarlas. ¿Estás seguro de que seguirás reunido también para la comida?
Segurísimo. Te llamo por la tarde. Quizá nos veamos esta noche.
¡No, quita el «quizá», nos vemos!
Vale, vale -Alessandro sonríe-. Ni siquiera los japoneses son tan exigentes.
En cuanto te vea te hago hacer el harakiri.
A ver Sí, eso todavía me falta. Debe de estar bien.
El vecino se enfadará un poco cuando te oiga gritar.
Niki cuelga. Vuelve al aula justo cuando la Bernardi está empezando la clase.
Bien, estamos en la postguerra, y el neorrealismo se vuelve hacia el modelo verista. Se intenta reflejar la realidad y se denuncian los problemas sociales y políticos de Italia, el atraso de las zonas rurales, la explotación, la miseria. Una denuncia que sin embargo en Verga no resulta tan explícita. La obra de Verga se vio revalorizada gracias a un importante ensayo crítico de Trombatore
Olly adopta una expresión cómica al oír el nombre del cineasta, y hace un gesto inequívoco con la mano. Erica se inclina hacia Niki.
¿Y bien? ¿Qué te ha dicho?
Nada, está ocupado.
Uy, uy.
¿Qué quiere decir «uy, uy»?
Quiere decir uy, uy. Interprétalo como te plazca.
Venga, Erica, no seas así. Me da rabia. ¿A qué te refieres? A veces se te va la olla.
Que para él sólo eres una niña. Te lo dije desde el principio. Antes o después se le iba a pasar. Demasiada diferencia. Funciona tan sólo en la tele y en el cine. Los mayores se lían con las más jóvenes, pero no es para toda la vida Además, lo he leído en una revista de mamá.
Te recuerdo que también Olly dijo que estaba casado y no es cierto.
¿Y eso qué tiene que ver? Sólo está un poco atrasado con respecto a la mayoría. De todos modos, en la revista ponía que, cuando tienen una historia con alguien más joven, los hombres esperan rejuvenecer con ella, pero que acaban por darse cuenta de que eso no es posible. Y todo lo que me cuentas, las canciones de Rice y de Battisti, los jazmines, esas cenas tan chulas en su casa Demasiado bonito, es la búsqueda de un sueño.
¿Y entonces?
Entonces Tarde o temprano, una acaba despertando de sus sueños.
De verdad que cuando dices estas cosas, te odio.
Niki coge su agenda y golpea con fuerza en el pupitre. La Bernardi deja de hablar.
¿Qué ocurre ahí atrás?
Disculpe, se me ha caído la agenda.
La profesora entorna un poco los ojos, aguarda un instante en silencio, la escruta y al fin decide creerla.
Prosigue con su explicación.
un hito respecto al neorrealismo. Os recuerdo también Hombres y no, de Elio Vittorini, El sendero de los nidos de araña, de Calvino. De todos modos, en el poco tiempo que nos queda -Olly hace el signo de cuernos a escondidas, por debajo del pupitre y mira a Diletta con una mueca-, empezaremos con la primera fase del neorrealismo.
Erica aguarda un instante, luego se agacha y se acerca a Niki; en voz baja le dice:
Siempre te pone canciones de Battisti, te está mandando un mensaje.
Pero ¿qué dices?
Sí Por ejemplo, ¿te ha puesto esa que dice «Tener miedo de enamorarse demasiado» o aquella otra, «Acéptalo como es, no podemos montar un drama, dijiste que ya conocías mis problemas», o tal vez «Te elegí a ti, a una mujer como amigo, pero mi destino es vivir la vida»?
Sí, tiene todos sus CD. ¿Y qué?
¿Cómo que «y qué»? ¡Está más claro que el agua! ¡Te está utilizando y nada más!
Ya, pues te recuerdo que esa canción acaba con un «Te amo, compañera fuerte y débil».
Sí, pero también dice «La excitación es un síntoma del amor al que no sabemos renunciar -Erica le sonríe- y las consecuencias a menudo hacen sufrir». -Y extiende los brazos-. ¿Qué crees tú entonces?
¡Que no te sienta bien Battisti!
Ok, como quieras, yo ya te lo he dicho. No hay peor sordo que el que no quiere oír. Y, sobre todo, la esperanza es el sueño de quien está despierto.
Pero eso no es de Battisti.
No, desde luego. Es de Aristóteles.
¡Me parece que, como sigas así, Battisti acabará saliendo en Selectividad!
Sesenta y uno
Última hora. Suena el timbre. Los pasillos se llenan en un instante, hay una estampida general, peor que si se hubiese desatado a saber qué alarma. A la salida, detrás de la verja, Erica, Diletta y Olly se detienen un momento.
Eh, ¿nos vemos más tarde?
No, yo tengo que estudiar.
Yo he quedado con Giorgio esta tarde.
¿Y Niki?
¡Allí está!
¡Eh, Niki! -Pero ella les hace un gesto con la mano como diciendo: «Nos llamamos más tarde.» Después la ven salir a toda velocidad con su ciclomotor.
Olas, esa chica tiene un problema grave.
Sí lo peor que le podía pasar.
¿A qué te refieres?
Se ha enamorado.
Diletta se mete las manos en los bolsillos del pantalón tejano.
¿Y lo llamas problema? ¡Dichosa ella!
Cuanto más ames, más te duele después. -Olly se sube en su ciclomotor-. Y con esta máxima que os dejo en herencia, me voy a comer con mi padre, a conocer a su nueva novia. Nos llamamos. -Y sale a todo gas.
Niki vuela casi con su ciclomotor. Nunca había tardado tan poco en llegar a su meta. Mira a su alrededor. A derecha. A izquierda. Nada. El corazón le late a mil por hora. El Mercedes no está. Niki escruta todo el aparcamiento una vez más. Lo habrá metido en el garaje. Saca su cartera de la mochila. Busca veloz entre sus papeles: algún resguardo de una tienda de ropa, la tarjeta del gimnasio, la del puesto de kebab. Ah, mira, sólo me faltan dos puntos para un bocata gratis. ¡Una foto de Fabio! Demonios, no me acordaba de ésta. La rompe a toda prisa y la arroja a una papelera cercana. Sigue buscando hasta que por fin la encuentra. Marca veloz el número de la oficina de Alessandro. No lo había guardado en el móvil. Quién iba a pensar en que lo llamaría allí Por fin alguien responde.
¿Sí? Buenos días, quiero decir, buenas tardes. Mire, soy Niki Cavalli, quisiera hablar con el señor Alessandro Belli.
Disculpe, ¿quién ha dicho que es?
Niki. Niki Cavalli.
Sí, un momento, por favor. -La dejan en espera. Una música moderna. Niki espera impaciente. Prueba a llevar el ritmo con el pie, pero está nerviosa. Es difícil esperar cuando el tiempo parece no pasar nunca. Por fin la secretaria vuelve al teléfono-. No, lo siento, el señor Belli ha salido a comer.
Ah ¿Y sabe adónde ha ido?
No, lo siento. ¿Desea dejar algún mensaje?
Pero Niki ya ha colgado. Vuelve a guardarse su Nokia en el bolsillo y sale como una exhalación en su ciclomotor. Recorre veloz todas las calles de los alrededores. Mira a derecha, a izquierda, se detiene en los stops, lo justo para no dejarse la piel, pero, en cuanto el coche ha pasado, acelera de nuevo. Otra vez a la derecha. Y después a la izquierda. Y luego todo recto. Demonios. ¿Dónde se habrá metido? No tiene tiempo de responderse. Ahí está su coche. El Mercedes ML matrícula CS 2115 está aparcado en un lado de la calle. Niki mira a ambos lados. Allí cerca sólo hay un restaurante. Triple Seco. Está en la otra acera. Niki aparca su ciclomotor y corre hacia el restaurante. Mira a través de los cristales, buscándolo, lo hace de manera discreta, para no hacerse notar. De repente lo ve. Allí está. En aquella mesita del fondo. En la última mesa del restaurante, cerca del ventanal. No me lo puedo creer. Erica tenía razón. Dentro, Alessandro le está sirviendo algo de beber a una hermosa mujer rubia. Y le sonríe.
¿Quieres algo más?
Sí -Ella también le sonríe-. Un tiramisú, si tienen. Hoy me apetece un tiramisú. Me da igual la dieta.
Alessandro sonríe y levanta la mano.
¡Camarero!
En seguida se les acerca un muchacho joven.
Un tiramisú para ella. Y una piña para mí, gracias.
El camarero desaparece al instante. Alessandro vuelve a mirar a la chica. Luego apoya su mano sobre la suya y se la acaricia.
Venga, no seas así, a lo mejor ahora que me lo has contado todo las cosas cambian. En serio que no me lo esperaba.
La chica sonríe.
Niki, que ha asistido a toda la escena desde fuera, está como loca. Se aleja de la ventana. Da vueltas sobre sí misma, mueve una y otra vez la cabeza, los ojos se le llenan de lágrimas. Está fuera de sí. Siente que la cara se le pone roja y que las sienes le laten fuerte.
Alessandro aprieta con fuerza la mano de la mujer.
Estoy contento de estar aquí contigo, ¿sabes?
Yo, en cambio, me siento un poco culpable.
Alessandro la mira con curiosidad.
¿Y eso por qué?
Entonces se oye un ruido extraño. Viene de fuera. La chica es la primera en mirar por la ventana.
Alex pero ¿qué está haciendo esa chica?
¿Dónde?
¡Allá fuera! ¡Mira! ¿No es ése tu coche?
Niki la ha emprendido a patadas con las puertas, los neumáticos, los faros. Con todas sus fuerzas, esas que sólo te proporciona la rabia; y da vueltas alrededor del Mercedes tirándose contra él.
¡Niki! ¡Es Niki!
¿La conoces?
Alessandro tira su servilleta en la mesa y sale raudo y veloz del restaurante. Mira a derecha y a izquierda y luego atraviesa la calle corriendo.
¡Niki! ¡Quieta! ¿Qué estás haciendo? ¡Ya vale! ¿Te has vuelto loca?
Niki sigue dando patadas en un lateral. Alessandro casi le salta encima, la estrecha con fuerza para sujetarla, y se la lleva de allí en volandas.
¡Niki, estáte quieta, ya basta!
Ella patalea en el aire como una loca.
¡Déjame! ¡Vete de aquí! Conque estabas reunido, ¿eh? ¡No podías venir a buscarme! Nada de comer juntos, esto va para largo ¡Con los japoneses, ¿no?! ¡Devuélveme mis ideas! ¡Devuélvemelas! ¡Cabrón! -Y sigue gritando y pataleando.
Alessandro la suelta.
He tenido que salir. Un asunto imprevisto.
Niki se vuelve y resopla, por un lado de la boca, se aparta el pelo que le cae sobre la cara.
Por supuesto que sí; de hecho, te he visto mano a mano con tu asunto imprevisto
Justo en ese momento, la mujer que estaba sentada con Alessandro cruza la calle y se les acerca.
Pero ¿qué ocurre? -Alessandro suelta a Niki, que resopla de nuevo y se arregla el pelo. Pero continúa hecha una furia.
Nada. Te presento a Niki. Niki, ella es Claudia, mi asunto importante y, sobre todo, mi hermana.
Niki quisiera que se la tragase la tierra. Deja caer sus brazos a lo largo del cuerpo. Luego, con una voz que parece salida de ultratumba, acierta a articular un extraño y sofocado «Encantada».
Las dos chicas se dan la mano. Niki se siente torpe, la mano le suda, el azoramiento la tiene paralizada. Claudia intenta quitar hierro al asunto.