Se baja, deja a la vista la tarjeta horaria y cierra el minicoche. Se sube a la acera y se acerca a los timbres. Lee los nombres. Giorgetti. Danili. Benatti Ahí está. Y llama. Mientras espera, el corazón le late con fuerza.
Sí, ¿quién es? -Una voz gritona la sorprende. Se acerca al timbre e inclina la cabeza.
Sí, soy yo. Quiero decir estoy buscando al señor Stefano si está.
Sí, acaba de salir de la oficina. Debe de estar bajando. Si espera, se encontrarán ahí abajo. -Y cuelga el interfono.
Ah. Bien. Ni siquiera tengo que subir. Así que él baja. Y me encuentra aquí. ¡Y ni siquiera sabe quién soy! ¿Qué le digo? ¿Cómo me pongo? ¿Las piernas rectas y rígidas? ¿O mejor me apoyo en el coche, como posando? ¿Y si sostengo la bolsa con las dos manos frente a mí, en plan «aquí tienes tu paquete»? No, será mejor que Pero no le da tiempo a acabar. Un chico no muy alto, con una chaqueta ligera de lino abre la puerta del portal y la cierra a sus espaldas. Entonces levanta la cabeza y ve a una chica con un vestido corto muy bonito, gris y azul, que está mirando hacia el cielo. Parece que hable sola. Stefano hace una graciosa mueca de sorpresa. Está a punto de irse. Ella se da la vuelta de repente. Lo ve. Silencio.
¡Eh, perdona!
Stefano se vuelve.
¿Sí? ¿Hablas conmigo?
¡Si sólo estás tú! ¿Por casualidad eres Stefano?
Sí, ¿por qué?
¡Esto es tuyo! -Y le tiende el ordenador en su funda.
¿Mío? ¿Qué es? -Stefano se le acerca, coge la funda y la abre, sosteniéndola sobre su rodilla levantada. La cara le cambia de golpe-. ¡No! ¡No me lo puedo creer! ¡Es mi portátil! ¡No te haces idea! ¡Lo tenía todo dentro, un montón de cosas que no había salvado! He tenido que matarme a trabajar, y algunas cosas incluso las he vuelto a escribir de nuevo. Pero ¡lo perdí hace tiempo! ¡Vaya, no es que lo perdiera, más bien me lo pisparon!
Pues claro, si lo dejas encima de un contenedor, ¿qué esperas? ¡¿Que te lo devuelvan los de la limpieza o un gato vagabundo?!
Stefano la mira.
¿Quién eres, cómo lo has hecho?
El gato. Yo soy el gato que esa noche pasó por allí y se lo encontró. Después lo encendí. Ni siquiera le habías puesto contraseña de acceso. ¡Qué tonto! Así todo el mundo puede leer lo que hay. ¡Eso es peligrosísimo!
¡Nunca la pongo, porque como soy tan distraído se me olvida siempre!
Yo te doy una muy fácil: ¡Erica!
¿Erica?
Sí, mucho gusto. -Y le tiende la mano riéndose-. ¡No se te puede olvidar! ¡Es el nombre de tu ángel de la guarda!
Stefano sigue sorprendido, pero al final sonríe.
Oye -continúa Erica-, ¿qué pensabas hacer ahora? Son casi las nueve. Caramba, tú sí que trabajas, ¿eh?
Sí, últimamente me han dado un montón de trabajo en la editorial. ¿Que qué pensaba hacer? Me voy a comer algo, como todo el mundo. ¡Me muero de hambre!
¡Yo también!
Silencio.
Bueno, si estás casado, prometido, blindado, pillado, pescado o similar, dímelo. Lo entenderé. Puede ser también que pienses que soy una maníaca y que te violaré en cuanto doblemos la esquina. También en ese caso te entenderé.
Más silencio.
Todo te lo dices tú, ¿eh? Qué va. ¿Blindado de qué? ¡¿Quién iba a quererme?! -Y se ríe. Con una sonrisa que Erica nunca ha visto. Una sonrisa de luna lejana, de mar que va y viene, de todas esas palabras que ha leído de él en las semanas precedentes. Una sonrisa hermosa-. En realidad, estoy en deuda contigo. Tienes razón. ¿Cenamos juntos? ¿Te apetece una pizza? ¡No puedo permitirme más!
¡Sí! ¿Y si te violo?
Bueno, todas las mañanas hago ¡abdominales! ¡¿Crees que pondré defenderme?!
Erica se echa a reír.
¿Vas a pie?
No, tengo un minicoche.
Déjalo aquí, es una zona tranquila. ¿Te apetece caminar? La noche es apacible y hay una buena pizzería aquí cerca.
Ok. -Y se alejan.
Mira qué bonita, la iba escuchando antes, mientras venía hacia aquí
Erica le pasa los auriculares de su iPod. Stefano se lo pone con un poco de trabajo. Entonces empieza a caminar al ritmo de la música.
Eh, no está nada mal, en serio. Yo siempre escucho música clásica, ¿sabes?
¿De veras? Me gustaría aprender a escucharla, me parece tan
¿Antigua?
No, antigua no, no sé, extraña ¡Difícil! O sea, a lo mejor, no sé, me cuesta entenderla.
Stefano sonríe.
Estoy seguro de que no te iba a costar tanto ¿Y estos que estoy escuchando quiénes son?
Los Dire Straits Money For Nothing
Ah, sí, los conozco.
Y ella sonríe. Y también él, mientras empieza Sultans Of Swing. Y siguen. Como cada primera vez. Y el mundo parece detenerse a su alrededor para dejarlos pasar, para verlos alejarse juntos, hacia una cena simple que de todos modos está llena de cosas nuevas que contar.
«Y ahora una noticia del mundo del espectáculo. Ayer se estrenó en varios cines la nueva película del director Piero Caminetti. Al acabar la proyección, en la sala principal del cine Adriano, en la que se hallaban presentes también los actores, el público silbó durante largo rato a la protagonista, la joven actriz debutante Paola Pelliccia. Su interpretación ha sido calificada de poco creíble y absolutamente inadecuada para el papel. Mucho mejor parado salió el protagonista, el personaje principal, interpretado por el conocido actor»
La misma ciudad. Un poco más allá y un poco más tarde. Fuera, los coches pasan veloces. Pero el ruido del tráfico apenas se oye. O al menos ella no lo oye. De los altavoces llega con el volumen justo una canción. « Know no fear will still be here tomorrow, bend my ear I'm not gonna go away. You are love so why do you shed a tear, know no fear you will see heaven from here» No la conocía. Pero es bonita. Sí, no voy a tener miedo, porque tú seguirás aquí mañana. No tengas miedo, verás el paraíso desde aquí. Él la coge de la mano.
¿Tus padres no están?
No, el domingo por la noche siempre se van a cenar y después al cine.
¿Hermanos o hermanas?
No.
¿Han salido también?
Hijo único. -Y le aprieta la mano con delicadeza-. Ven. Te lo enseño. -Abre una puerta de madera de nogal y una sala grande, luminosa y llena de libros la acoge. No le da tiempo a preguntar «¿Lees mucho?», porque de todos modos le regala una respuesta aún más importante. Un beso largo, intenso, profundo la rapta. Y esa habitación parece un mar que se balancea en verano, parece un cielo que observa a dos nubes blancas que se persiguen. Robbie Williams llega desde el salón y parece el viento cuando habla a los árboles y los mueve, y les habla de lugares lejanos, apenas visitados «We are love don't let it fall on deafears. Now it's clear, we have seen heaven from here» El paraíso es una simple habitación de un chico que juega a baloncesto y todas las mañanas tiene un detalle agradable con ella, un detalle con sabor a cereales y frutas del bosque. El paraíso es una colcha azul fina de una cama que la acoge como un pétalo que cae en las olas. Y ella se siente llevar, suave y un poco asustada, pero feliz de estar allí, de haber aceptado ese viaje que están a punto de emprender juntos. Sin partir. Sin maletas. Sin mapas ni planos. Porque en el amor los caminos y el paisaje se descubren cada vez. Porque nadie te los enseña. O quizá sí. Y su respiración te guía. Te dice dónde girar. Dónde aminorar. Dónde detenerse Y partir de nuevo sin miedo. Filippo la mira así, tumbada, tan hermosa. Y le parece que nunca ha visto salir tanta luz de sólo dos ojos. Le parece que de repente la vida tiene sentido y que todo cuanto ha hecho hasta hoy ha servido precisamente para llegar hasta allí. A ese nuevo paraíso, destino: felicidad. Esa habitación. Se acerca despacio y la acaricia y siente que su respiración se hace más lenta y profunda, asustada, pequeña ola perdida en ese mar en el que están a punto de entrar.
Yo nunca lo he hecho -le susurra ella al oído.
Yo tampoco.
¿Es tu primera vez?
Sí contigo. -Y puede que sea verdad o que no. Pero es tan hermoso creer en la felicidad. Y esa respuesta vale cien, vale mil, vale todo un pasado que ya no importa conocer. Porque cuando haces el amor con la persona a la que amas, es siempre la primera vez, es siempre una partida. Diletta lo mira y después lo abraza con todas sus fuerzas. Se siente protegida, se siente acogida y amada. Y entonces esa cama se convierte en una barca en medio de las olas. Olas tranquilas, ligeras, olas que acunan. Olas que no dan miedo. Olas que los llevan hacia una nueva isla desierta, sólo para ellos dos.
«Sucesos. El joven Gino Basanni, más conocido con el apodo de el Mochuelo, ha resultado herido de gravedad en un tiroteo. El joven había sido arrestado anteriormente por robo de coches y tráfico de estupefacientes. Esta vez intentaba dar un golpe más grande, introduciéndose»
Más tarde. Entre la puerta y el armario hay colgada una fotografía de un enorme acantilado golpeado por el mar. Diletta la mira. Sonríe. Filippo le acaricia el cabello, lo aparta, libera su rostro dándole más luz. Y después un leve beso en la mejilla.
Estás muy hermosa después del amor.
Tú también. ¿Has visto?
¿El qué?
Los arrecifes.
Filippo se vuelve. También él mira la foto.
Sí, es una foto que hice cuando fui a Bretaña, el verano pasado. ¿Sabes?, la llaman el reino del viento. Se puede hacer la ruta de los faros, desde Brest hasta Ouessant, saliendo del de Trézien, en Plouarzel. Pero a mí lo que me gustó fueron los acantilados. Sólidos, fuertes, siempre soportando el azote del mar, tanto que al final acaban formando parte de él.
Otro ligero beso en aquellos labios rojos, suaves, llenos de amor todavía.
¿Lo has pensado alguna vez? Los arrecifes resisten las olas, la sal, el viento, pero se dejan modelar, cambian de forma, con el tiempo se vuelven lisos, van perdiendo las aristas, parecen suaves
Diletta se apoya en él.
Las olas y los arrecifes. Como el amor entre las personas. Uno se encuentra, se elige, se mete en mar abierto.
Filippo le coge el rostro entre las manos.
Y tú, pequeña ola, te has hecho amar.
Se abrazan. Ella lo mira, se aprieta con fuerza a él. Y sonríe oculta entre sus brazos.
He esperado tanto porque tenía miedo. Sentiría tanto haber sido una idiota. No hagas que tenga razón.
Has sido inteligente al esperarme. Y al tener miedo. Pero ahora serías idiota si no disfrutases nuestra felicidad.
«Sigue el estado de pronóstico reservado del conocido cantante Fabio Fobia. Se vio involucrado en una pelea que se produjo en un local social de la Tiburtina. Al parecer, al final de su concierto, una chica del público mostró su disgusto por sus particulares e insistentes atenciones. Ello motivó una pelea entre el joven cantante y el acompañante de la chica, quien salió mucho mejor parado. Fabio Fobia continúa hospitalizado. A continuación, escucharemos una canción de su último single, que quedó finalista en el concurso de voces jóvenes de Villa Santa María, en Abruzzo: "Perdóname, a lo mejor me he equivocado, he recordado lo que me regalaste. Una sonrisa. Un beso. Un viaje nunca empezado".»
El camarero llega con dos pizzas marineras humeantes. Ha traído ya dos jarras de cerveza bien fría. Erica lo mira.
Tengo que confesarte una cosa.
Dime.
Tú escribes superbién. Me has hecho compañía en estas semanas. He leído tus cosas en el ordenador.
¡Venga ya! ¿De veras?
¿Te molesta?
No. En el fondo, uno escribe para ser leído, antes o después. ¡Y mejor si es una extraña!
Es curioso, porque a mí en cambio me parece que te conozco desde siempre. ¡A lo mejor es porque te he leído!
¿Qué es lo que te ha gustado en particular?
Bueno, por ejemplo, muchos pasajes que tienes en esa carpeta que se llama «Martin». Es tu nombre artístico, ¿verdad? Bonito. Sí, allí has escrito cosas muy bellas hasta me las he copiado en la agenda. Esa última frase, la que dice «Y en el instante en que supo, dejó de saber». ¡Demonios, es preciosa!
Stefano se queda callado. Mastica un poco de pizza. Pero tiene una expresión graciosa. Erica continúa.
Había también otra carpeta, la que se llamaba «El último atardecer». Vaya, a mí me parece que ahí has dado lo mejor de ti. ¡Hay pasajes preciosos! Pero eso no lo has terminado todavía, ¿verdad?
Stefano deja de comer. Apoya el tenedor en el enorme plato blanco. Coge su jarra y toma un sorbo de cerveza. Luego se echa a reír.
¿Qué ocurre, qué es lo que he dicho?
No, nada ¡es que me hace gracia!
¿El qué?
Vale. «Martin» no es mi nombre artístico. Lo puse por Martin Edén. Y lo que has leído en esa carpeta es mi traducción de la novela de Jack London que lleva ese título.
Silencio.
Es del que nos hablaron en la escuela
Sí, ese mismo. Van a sacar una versión moderna, y me habían encargado la traducción y tú Bueno, por suerte me has salvado, no lo hubiese conseguido jamás si no me hubieses devuelto el ordenador con todo el trabajo que ya tenía hecho.
Pero ¿en serio es de Jack London?
Y tan en serio. Tengo que traducir también la próxima novela, El vagabundo de las estrellas.
Jo, y yo que creía que había leído Martin Edén. Lo podías haber puesto, ¿no?
Silencio.
Entonces, ¿también la otra novela es de Jack London?
No.
¿De un amigo?
No.
¿De uno de los autores de la editorial?
No. Es mía.
Silencio.
¿Te estás quedando conmigo?
No, en serio, es mía. Y eres la primera persona que la lee
¡Venga ya! ¡Eres muy bueno! -Y Erica golpea con las manos sobre la mesa haciendo que otros clientes de la pizzería se vuelvan-. ¡Eres genial! ¡Escribes que es una pasada! ¡Eres mi escritor favorito! -Coge la jarra y la levanta al cielo.
Stefano sonríe y hace otro tanto. Los cristales se tocan y resuenan alegres.
¡Por el hombre de las palabras adecuadas para mí! -Y todavía no sabe lo cierto que es ese brindis.
Ciento veinticinco
Alessandro camina sonriente por la playa.
Buenos días. -Pero el señor Winspeare no quiere saber nada. Hace ya más de tres semanas que estoy aquí, se encuentran todas las mañanas durante sus respectivos paseos, pero ese señor nunca responde a su saludo. Alessandro no desespera. Sigue así, como ha aprendido a vivir. Los demás no van a venir a cambiarnos en aquello que nos parece correcto o que sobre todo nos gusta hacer. Es cierto, este lugar es hermoso. Tenía razón ella, la chica de los jazmines. Alessandro sonríe para sí, mirando el mar a lo lejos. Se ve pasar alguna barca por la sutil línea del horizonte. Alessandro se cubre los ojos con la mano. Intenta mirar aún más lejos. A lo mejor llega algún ferry, una carta que leer, alguna cosa por la que sonreír. Acaba por desistir. No. Estoy demasiado lejos. Entonces mira a su alrededor. Las rocas, el prado verde que sube desde el acantilado, ese faro la Isla Azul.
Es aún más bella que como la había visto en Internet. Niki. Niki y su sueño. Hacer una semana de lighthouse keeper, de guardián del faro. Alessandro sonríe y regresa hacia la casa. Los sueños existen para intentar realizarlos. Y cada día nos decimos: «Sí, lo haré mañana.» ¿Y ahora? ¿De qué vivimos ahora? Y coge la tabla que se ha traído y la tira al agua. Se tumba encima y da unas brazadas. Poco después está lejos. Apoya las rodillas en la tabla y mira a ver si llega alguna ola. Bien, ésa podría ser buena. Se vuelve sobre sí mismo e intenta dar alguna brazada. Nada. La ola le pasa por debajo. La ha perdido. Nada. Vuelve a dejar colgar las piernas y se tumba sobre la tabla. Pero ahora que lo pienso, cogí una, hace ya tiempo. ¿Cuándo fue? Por lo menos hace diez días. La cogí, piensa Alessandro, me subí encima y casi logro ponerme de pie sobre la tabla. Pero la ola era demasiado pequeña y me caí. Alessandro mira de nuevo a lo lejos. Nada que hacer. Hoy el mar está tranquilo. Entonces da unas brazadas rápidas y regresa a la orilla, guarda la tabla en la cabaña, coge una toalla azul grande y se seca a toda velocidad. Se frota con fuerza, intentando quitarse de encima la sal y el frío del mar de la isla del Giglio. Brrr. Ya está. Así está mejor. Me siento hasta más tonificado. Alessandro se sienta en una roca cercana, abre su mochila y lo saca. Sonríe y hojea de nuevo el libro que se ha comprado. Un manual de surf. Cómo convertirse en surfista en diez lecciones. Contiene explicaciones de cómo surfistas famosos se ponen de pie sobre sus tablas en el momento justo para coger olas de por lo menos cuatro metros. Y varias fotos. Ya, pero esas olas no llegan nunca aquí. Alessandro cierra el libro. No llegan, no A lo mejor soy afortunado. Vuelve a ponerse la sudadera azul y baja hacia el pueblo. Baja, bueno no son ni doscientos metros.
Buenos días, señora Brighel.
Buenos días, señor Belli, ¿todo bien?
Sí, gracias ¿Y usted?
Muy bien, gracias. Le he guardado una lubina fresca, patatas y calabacines, como me pidió. Me he permitido también reservarle unos erizos. ¿Quiere sopa de erizos, señor Belli?
¿Por qué no, señora Brighel? Me encantaría probarla. -Alessandro se sienta en una pequeña taberna, como lleva haciendo desde hace más de quince días.
Aquí tiene su vaso de vino blanco de California y un poco de mi mousse de atún con pan tostado. -La señora Brighel se limpia las manos en el delantal que lleva a la cintura y le sonríe-. Yo creo que mi mousse le pirra, ¿eh? Desde que la probó no ha parado, todos los días la quiere
Me gusta mucho porque la hace usted con sus manos, y con amor, y, además, no veo por qué cuando uno encuentra algo que le gusta tanto tiene que dejarlo.
Estoy plenamente de acuerdo con usted, señor Belli.
Ya. -Entonces Alessandro se sirve un poco de vino y sonríe para sí. ¿No me lo podía haber preguntado antes? Está bien. No debo desesperar.
Bien, señor Belli, yo me voy para allá. ¿Desea otra cosa mientras cocino?
No, señora Brighel, tómeselo con calma.
Poco después, regresa a la mesa con una sorpresa.
Tenga, quiero que pruebe estos langostinos crudos. Me los acaba de traer mi marido, el señor Winspeare. ¿Le ha saludado hoy?
Alessandro acaba de beber un poco de vino. Se limpia los labios.
No, señora Brighel.
Ah pero estoy convencida de que lo hará.
Eso espero. Lo importante, como para todo, es no tener prisa.
La señora Brighel se detiene frente a la mesa y se seca sus manos nudosas, mojadas todavía de langostinos acabados de pelar.
Me gusta su filosofía. Sí, antes o después acaba sucediendo. No hay que tener prisa Tiene razón en lo que dice. -Y regresa a la cocina. Alessandro unta un poco de mousse sobre el pan tostado. Sí, no tener prisa Prueba un langostino. Buenísimo. Se chupa los dedos y se los limpia con la servilleta. Coge el vaso de vino frío y toma un largo trago. Ya, ¿qué prisa hay? He dejado el trabajo por un tiempo. Necesito mi tiempo. Ya no tenía vida. Leonardo, cuando se lo dije, se echó a reír. Después, cuando se dio cuenta de que iba en serio, se enfadó. Me dijo: «Están a punto de salir otras dos grandes campañas publicitarias, Alex, y sólo están esperándote.» Pero hay un pequeño detalle, querido Leonardo. Yo no estoy esperando por ellas. Yo estoy esperando volver a empezar a vivir, a emocionarme de nuevo, a reír, a bromear, a correr, a saborear cada instante de mi tiempo, a respirarlo todo, hasta el fondo, el tiempo que quiero vivir sin prisa. Sí. Estoy esperando a ese motor amor, te estoy esperando, Niki. Entonces una duda asalta a Alessandro. ¿Y si sus padres hubiesen abierto aquel sobre? ¿Y si lo hubiesen roto junto con su billete para venir hasta aquí? ¿Y si no le hubiesen dicho nada? Yo estoy aquí, lejos, en la isla del Giglio, a cincuenta minutos de Porto Santo Stefano, a casi tres horas de Roma, lejos de todos y de todo, sin trabajo pero con mi vida. Sólo que ella no está. Estoy solo. Guardián del faro. Con la señora Brighel que me prepara unas comidas riquísimas, el señor Winspeare que por el momento no me saluda, y una tabla que no quiere saber nada de hacer surf conmigo encima. Sin prisa Esperemos. Otro día está a punto de acabar.
Alessandro mira el sol que lentamente se colorea de rojo. Esa gaviota que pasa a lo lejos y una nube ligera, un poco más allá, solitaria, inmóvil.
Entonces sucede de repente. Piiiii. Un claxon. E inmediatamente después, detrás de la curva, ahí está. Un viejo Volkswagen Cabriolet azul, traqueteante, está subiendo por la cuesta. Parece tranquilo, sereno, lo mismo que la chica que lo conduce. Lleva un sombrero en la cabeza, una boina, pero el pelo rubio castaño, libre y salvaje, así como esa sonrisa divertida no dejan lugar a dudas. Es Niki.
Alessandro se levanta y corre a su encuentro. Niki avanza todavía algunos metros, después frena bruscamente y apaga el motor.
Eh, al final te sacaste el carnet.
Sí, pero me faltan las últimas lecciones. ¿Sabes?, es que hubo alguien que se fue.
Alessandro sonríe. Después mira su reloj.
Hace veintiún días, ocho horas, dieciséis minutos y veinticuatro segundos que te estoy esperando.
¿Y qué quieres decir con eso? En mi caso hace más de dieciocho años que te espero y nunca me he quejado.
Entonces se baja del coche. Se acercan, se quedan en la carretera, con el sol rojo que ya empieza a desaparecer detrás de aquel horizonte lejano, hecho de mar.
Alessandro le sonríe, le toma el rostro entre las manos. También Niki sonríe.
Quería ver cuánto tiempo eras capaz de esperarme.
Si tenías que llegar un día, te habría esperado toda la vida.
Niki se aparta un poco, se mete en el escarabajo y aprieta un botón. Suena una música. She's The One inunda el aire.
Ya está, empecemos de nuevo desde aquí. ¿Dónde nos habíamos quedado?
En esto -Y le da un largo beso. Con pasión, con amor, con ilusión, con esperanza, con diversión, con miedo. Miedo de haberla perdido. Miedo de que a pesar de haber leído su carta no hubiese llegado hasta allí nunca. Miedo de que otro se la hubiese llevado. Miedo de que se le hubiese pasado como un capricho. Y continúa besándola. Con los ojos cerrados. Feliz. Ya sin miedo. Y con amor.
La señora Brighel sale de la taberna con la sopa caliente en el plato. Pero no encuentra a nadie sentado en la silla.
Pero señor Belli -Y entonces los ve, al borde de la carretera, perdidos en ese beso. Y sonríe. Entonces aparece a su lado su marido, el señor Winspeare. También él observa la escena. Y menea la cabeza.
Alessandro se aparta un poco de Niki, la coge de la mano.
Ven -Y echan a correr hacia el faro. Pasan por delante de la señora Brighel-. Volvemos en seguida, prepare comida para dos. -Se detiene-. Ah, ella es Niki.
La señora sonríe.
¡Encantada!
Lo saludan a él también.
Mire, señor Winspeare, le presento a Niki.
Y por primera vez, el señor Winspeare emite un extraño gruñido.
Grunf -Que puede querer decirlo todo o nada. Porque, a lo mejor, sólo se estaba atragantando. Pero podría ser también un primer paso.
Niki y Alessandro continúan corriendo y entran en el faro.
Mira, aquí está la cocina, aquí la sala y ésta
Eh, ¿qué es eso?
¿Has visto? He traído también una tabla para ti.
¿Cómo también?
Sí, hay otra también para mí.
¿Y lo has conseguido?
No. Pero ahora que estás tú aquí
Entonces tú acabas de darme las clases de conducción y yo empiezo a darte lecciones de surf.
Ok.
Suben una escalera.
Éste es el dormitorio con la ventana que da al mar. Esto es un pequeño estudio y aquí, subiendo esta escalera, está la linterna.
Suben a toda prisa, salen al exterior, se asoman a la terraza. Están muy alto, más alto que todo lo demás. Una brisa cálida, ligera, acaricia los cabellos de Niki. Alessandro la mira mientras ella otea más allá, hacia el mar abierto. La nube aquella, que antes estaba tan lejos, ahora parece cercana. Y la gaviota vuelve a pasar otra vez. Y emite un ruidito. De algún modo, los está saludando, no como el señor Winspeare. Y sigue volando, planeando un poco más allá, en busca de alguna corriente fácil. Más lejos, sobre el horizonte, asoma un último rayo de sol. Cálido todavía, rojo, encendido. Pero se está yendo. Entonces Niki cierra los ojos. Suelta un largo suspiro. Larguísimo. Y siente el mar, el viento, el ruido de las olas, y ese faro con el que tanto había soñado Alessandro se da cuenta. La abraza despacio por detrás. Niki se abandona. Y apoya la cabeza en su hombro.
Alex
Sí.
Prométemelo.
¿El qué?
Lo que estoy pensando.
Alessandro se inclina hacia delante. Niki tiene los ojos cerrados. Pero sonríe. Sabe que él la está mirando.
Entonces Alessandro la abraza con más fuerza. Y sonríe él también.
Sí, te lo prometo Amor.
AGRADECIMIENTOS
Gracias en particular a Stefano, «el loco», alegre y divertido, que me ha acompañado este verano. Me ha distraído en la campiña toscana haciendo que le contara esta novela en la que creyó desde el primer momento ¡Claro, como es tan loca!
Gracias a Michele, el viajero. Me ha acompañado en la búsqueda del faro. Lo encontré con él en la isla del Giglio. También me acompañó mientras buscaba lo demás.
Gracias a Matteo y a su gran entusiasmo. La belleza de sus rasgos está muy por encima de mis simples palabras. Siempre me he divertido mucho con él por teléfono y nunca me creí en serio que estuviese en Nueva York. A lo mejor me voy hasta allí para comprobar que de veras trabaja en esa oficina.
Gracias a Rosella y a su increíble pasión. ¡Sueña tan bien que al final también tú te acabas creyendo esos sueños!
Gracias a Silvia, Roberta y Paola, aunque sólo nos conozcamos por teléfono, pero se han portado de maravilla, y gracias también a Gianluca, a quien conocí en persona cuando vino a traerme las pruebas y se fue de inmediato sin darme tiempo siquiera a que le invitase a un café.
Gracias a Giulio y Paolo, que me invitaron a una cena en Milán muy especial, pero sobre todo agradable, que muchas veces es lo más difícil.
Gracias a Ked, que me hizo conocer a todas esas personas.
Gracias a Francesca, que quiere cambiarse el ciclomotor, pero no acaba de hacerlo Se divierte mucho siguiendo mis aventuras. Y siempre me aconseja con humor y sabiduría.
Gracias a todos mis amigos, los de verdad, los que siempre han estado y también están en esta novela. Me han acompañado también en momentos dolorosos, haciendo que ese dolor me resultase más llevadero.
Gracias a Giulia, que ha sido sumamente paciente y ha estado siempre a mi lado con su hermosa sonrisa. Ella ha sido mi verdadero faro en estos tiempos de tormenta, cuando el mar está agitado y uno pierde de vista la tierra.
Gracias a Luce que, como siempre, me hace reír, y a mis dos hermanas, Fabiana y Valentina, que me gustaría que riesen siempre.
Y, por último, un agradecimiento especial a mi amigo Giuseppe. Qué puedo decir A veces las cosas son tan bellas que si dices algo corres el riesgo de estropearlo todo. En ese caso, prefiero callarme y decir simplemente gracias, papá.
Federico Moccia
Federico Moccia (1963) nació en Roma. Trabaja como diseñador de escenografías para cine y teatro. Hasta el año 2008 ha publicado en italiano tres obras: Tre metri sopra il cielo (Tres metros sobre el cielo), Ho voglia di te (Tengo ganas de ti) y Scusa ma ti chiamo amore (Perdona si te llamo amor), de las cuales ha vendido más de tres millones de ejemplares. De todas ellas se ha hecho la versión cinematográfica en Italia.
Su primera novela Tre metri sopra il cielo fue rechazada por todas las editoriales, por lo que Federico Moccia decidió publicarla por su cuenta, en 1992, en una edición mínima pagada por el propio autor y que se agotó inmediatamente, fue fotocopiado una y otra vez, y circuló de mano en mano hasta que se reeditó en 2004, cuando una gran editorial apostó por el autor y lo catapultó a la fama, convirtiendo su obra en un espectacular éxito de ventas.
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[1] Juego de palabras con la marca del coche, que significa «lobo». (N. de la T.)