Perdona Si Te Llamo Amor - Федерико Моччиа 37 стр.


 ¡Qué desperdicio!

 ¿Mañana volveremos a Super Paradise Beach? -pregunta Diletta mientras acaba de escribir un mensaje.

 No, yo preferiría ir a la playa de Elias. Hay una calita tranquila y desde allí un paseo de pocos minutos entre los arrecifes nos lleva directo a la playa de Paranga. ¿Sabes, Niki?, allí hacen surf. Podías intentarlo, ¿no?

 No lo sé, Erica, ya veremos mañana. De todos modos, por mí está bien.

 Vale, mañana nos alquilamos un ciclomotor. Estoy harta de los horarios del autobús, por lo menos podremos quedarnos en la playa hasta la hora que nos parezca.

Olly se acerca a Diletta.

 Yo te digo que, como cuando volvamos a Roma me encuentre con ese gilipollas de Alex, le parto la cara, mira en qué estado me la ha dejado. Ni la fregona Vileda -le dice susurrando a propósito de Niki.

 Ya. Pero nosotras no nos vamos a rendir.

 ¿Nos vamos a la ducha? -grita Olly levantándose de la silla-. ¿Y a ponernos superdivinas para la noche? ¡Lo tengo todo preparado! ¡Seguid a la maestra de ceremonias! Me he estado informando. Aperitivo en Agrari, un bar de piedra que no está tan lleno y tiene unos camareros estupendos, que por cada dos consumiciones te ofrecen una tercera. Si nos lo curramos bien, ¡a lo mejor hasta nos preparan un cóctel!

 ¡Dabuten!

 Después nos vamos a comer algo al puerto, a Little Venice. ¡Está lleno de bares! ¡Se come mejor que en los restaurantes! ¡Ensalada con queso feta, pita gyros, la versión griega del kebab con salsa tsatziki y pimentón picante! ¡Y yo pienso comer musaka, que me gusta un montón! ¡De todos modos, actividad física para mantener la línea no me falta!

 ¡Dabuten! -responden las Olas a coro.

 ¡Y después a bailar! ¡Primero en el Scandinavian, luego hay una fiesta en la piscina del Paradise! Y nos ahorramos quince euros por cabeza, porque conozco a los de Milán con los que hemos quedado allí. Luego nos espera el Cavo Paradise ése está abierto toda la madrugada. Música house para exorcizar ese peñazo del Fobia y además el lugar es tope guay. Una discoteca al aire libre sobre los acantilados. ¡Cuando empieza a salir el sol, miras a tu alrededor y ves a gente hecha polvo que sigue bailando iluminada por las primeras luces del amanecer! ¡¿Qué, estáis listas?!

 ¡Sííí! -Las Olas levantan los dos brazos hacia el cielo y gritan felices. También Niki se añade. Y se van, por aquellas callejuelas llenas de gente, hacia su apartamento. Y abandona por un instante sus pensamientos. Ese recuerdo continuo. Esa marea de amor que con demasiada frecuencia y sin ningún motivo lunar la sumerge. Y se deja llevar entre sus amigas las Olas. Y las abraza y caminan todas juntas del brazo, al ritmo de lo que van cantando.

Otra semana. Una sonrisa repentina, sincera, aparece entre las arrugas oscuras, marcadas por el sol en los rostros de los ancianos que bajan por el callejón empedrado hacia la pequeña plaza. Niki le sonríe a una señora que está tejiendo un cesto, rodeada por el color de las buganvillas. Alrededor hay una luz cegadora, que rebota sobre la cal de las paredes. El cielo es azul y terso. Las Olas acaban de bajarse del autobús después de haber recorrido una carretera panorámica, llena de curvas, con Olly que no dejaba de cogerse del brazo de Diletta a cada curva. Erica ha decidido ya la primera meta, el monasterio de la Panayfa Hozoviotissa. Se tarda casi una hora en llegar hasta allí, pero merece la pena. Mil escalones excavados en el acantilado a pico sobre el mar.

 Hala, pero ¿estáis locas?

 Sí. Venga, vamos.

Erica, Niki y Diletta empiezan a subir con energía y sin demasiada fatiga. Olly, en cambio, se queda atrás y se detiene cada dos minutos con la excusa de mirar el paisaje. De vez en cuando, algunos olivos ofrecen un poco de sombra. Al final de la subida, encajado en la montaña a trescientos metros de altura, aparece. Blanco también, como todo lo demás, el monasterio parece una fortaleza. Algunos monjes anacoretas dan la bienvenida a los turistas, comprobando su indumentaria. Rápidamente, uno de ellos ofrece a las chicas unas faldas de tela floreada, sonriéndoles.

 ¿Y esto qué es? ¿La última moda griega? ¡¿No tendrá también un pareo?! ¡Digamos azul!

 ¡Olly! Un poco de respeto Son para entrar. Éste es un lugar de oración y nosotras vamos casi desnudas.

Olly hace una mueca y se pone la falda. Después entran en silencio. Al final, les aguarda una sorpresa. Los monjes llegan con varios vasos en la mano.

 ¿Qué es? -pregunta Olly mientras se quita la falda-. ¿Nos van a drogar?

 No -explica Erica-. Es lukumade, una bebida dulce hecha con miel. Te lo dan para que te recuperes después de la subida.

 ¿Es afrodisíaco?

 Sí, para la boca.

 ¿Y ahora?

 Ahora nada. Disfruta del paisaje

El mar alrededor es un verdadero espectáculo. Niki observa en silencio.

 ¿En qué piensas? -le pregunta Diletta acercándose.

 En las canciones de Antonacci.

 ¿En cuál en concreto?

 «A veces miro el mar, ese eterno movimiento, pero dos ojos son pocos para esa inmensidad, y comprendo que estoy solo. Y paseo por el mundo y me doy cuenta de que dos piernas no bastan para recorrerlo todo»

Diletta se queda callada. En su móvil suena un bip. Mira a Niki un poco cortada.

 Disculpa un momento.

Niki la observa mientras se saca el móvil del bolsillo de sus pantalones cortos, lo abre y lee. Una leve sonrisa, casi contenida, le ilumina el rostro.

 ¿Es Filippo? -pregunta Niki.

 Sí, pero no es nada. Sólo dice que se va a entreno.

 No me mientas. Yo me alegro por ti. Aunque yo esté mal, puedo alegrarme de que mis amigas estén enamoradas.

 Dice que me ama y que me espera.

Niki le sonríe. Entonces se le acerca de repente y la abraza.

 Te quiero, campeona.

Olly llega y las ve.

 ¡¿Puedo sumarme?!

Niki y Diletta se vuelven.

 ¡Pues claro, ven!

 ¡Yo también!Erica también se acerca y ese abrazo se hace más grande, símbolo de la amistad que las une desde siempre. Las Olas unidas frente al mar.

 ¿Y ahora?

 A sólo cuatro kilómetros está Katapola.

 ¿Sólo? ¡Al final voy a tener que llevarme unas bombonas de oxígeno!

 Venga, vamos. ¡Está lleno de casitas colgadas sobre el mar, hay pescadores, a lo mejor hasta podemos darnos un paseo en mula! Y está la playa de Ayios Pandeleimon. Venga, puede que sea un poco cansado, pero la guía dice que hay lugares preciosos

 ¡En marcha!

Y bajan corriendo por un caminito. Y llegan hasta el mar. Y dejan las mochilas en la arena y le compran una sandía a un vendedor ambulante. La mantiene fresca en su viejo motocarro lleno de hielo. Y se desnudan y se meten en el agua. Y se salpican. Y poco después cortan la sandía en trozos grandes. Y los devoran y se los ponen en la cabeza.

Y después regresan al agua así, con esos pequeños cascos dulces para quedarse conversando hasta la puesta de sol. Hermosas, simples, felices, abandonadas. Cansadas con un cansancio sano, el que se siente cuando haces lo que te gusta, cuando estás bien, cuando estás con aquellos a quienes quieres. Y unos pocos días más y alguna otra aventura para recordar. De las que se guardan para cuando sea necesario

Y después, sólo después, a casa. Roma.

Ciento veintiuno

Casi un mes después.

Los padres de Niki están parados en un semáforo. En el coche. Los dos con la boca abierta. Los dos mudos a causa de la impresión. En la plaza hay una serie de carteles gigantescos. Y en todos aparece Niki. Niki que duerme boca abajo. Niki que duerme con el culo en pompa, con un brazo por el suelo y, por fin, Niki recién despertada, con el pelo un poco revuelto y un paquete en la mano. Sonríe. «¿Quieres soñar? Coge LaLuna.»

Roberto se vuelve estupefacto todavía hacia Simona.

 Pero ¿cuándo ha hecho Niki la publicidad de esos caramelos?

Simona intenta tranquilizar a Roberto. Sea como sea, tiene que darle a entender que Niki y ella siempre se lo cuentan todo.

 Sí, sí, algo me dijo pero ¡no pensé que fuese algo tan importante!

El padre de Niki arranca de nuevo, pero no parece muy convencido.

 Vale, pero las fotos son extrañas quiero decir, que no parecen de estudio, más bien parecen robadas. Eso mismo. Como si se las hubiesen hecho en casa de alguien. Vaya, que la han estudiado bien. Parece que esté dormida de verdad, ¿te das cuenta? Y que después se acabe de despertar. Cómo te lo diría Es la misma cara que llevo viendo desde hace dieciocho años, todos los domingos por la mañana

Simona suspira.

 Ya. Son muy buenos.

Luego Roberto la mira un poco más convencido y feliz.

 ¿Tú crees que a Niki le habrán pagado bien por este anuncio?

 Sí, creo que sí.

 Cómo que crees que sí. ¿No habéis hablado de ese tema?

 Pero, cariño, no hay que agobiarla. Si no, después no me explica nada.

 Ah, ya Tienes razón

Al llegar a casa les espera una sorpresa aún mayor. Alessandro está allí. Los está esperando. Simona lo reconoce e intenta preparar a su marido de alguna manera.

 Cariño

 ¿Qué ocurre, tesoro, se nos ha olvidado la leche?

 No. ¿Ves a ese chico? -Y señala a Alessandro.

 Sí. ¿Qué?

 Es el falso agente de seguros del que te hablé. Y, sobre todo, en estos momentos es la persona más importante para Niki.

 ¡¿Ése?! -Roberto aparca.

 Sí, puede que te niegues a admitirlo, pero tiene su atractivo

 Bueno, digamos que lo oculta muy bien.

 Muy gracioso. Deja que hable yo, dado que ya nos conocemos. Espérame arriba.

Roberto echa el freno de mano, apaga el motor.

 Por supuesto. Pero esto no irá a acabar como en El graduado, ¿no?

 ¡Idiota!

Simona le da un manotazo y lo empuja fuera del coche. Roberto se baja, camina con Simona y llegan ante Alessandro. Roberto lo ignora, pasa de largo y sube a su casa. Simona, en cambio, se detiene frente a él.

 Ya lo entiendo. Lo ha pensado mejor y quiere que haga alguna otra extraña inversión

Alessandro sonríe.

 No. Quería pedirle una cosa. Sé que Niki vuelve mañana. ¿Le podría dar esto?

Alessandro le da un sobre. Simona lo coge, lo mira y se queda un instante pensativa.

 ¿Le hará daño?

Alessandro se queda en silencio. Después sonríe.

 Espero que no. Me gustaría que le hiciese sonreír.

 A mí también. Y cómo. Y aún más le gustaría a mi marido. -Y después se va sin despedirse.

Alessandro vuelve a montarse en su Mercedes y se aleja.

Simona entra en casa. Roberto se le acerca de inmediato.

 ¿Y bien, qué quería?

 Me ha dado esto. -Deja el sobre cerrado encima de la mesa.

Roberto lo coge. Intenta ver algo a contraluz.

 No se lee nada. -Luego mira a su mujer-. Lo voy a abrir.

 Ni se te ocurra, Roberto.

 Venga, pon agua a hervir.

Simona lo mira sorprendida.

 ¿Ya tienes hambre? ¿Quieres cenar? Si sólo son las siete y media.

 No, quiero abrir el sobre con el vapor.

 Pero ¿tú dónde lees esas cosas?

 En Diabolik, desde siempre.

 Entonces, a saber la de cartas que me habrás abierto.

 Puede que una, pero no estábamos casados.

 ¡Te odio! ¿Y de quién era?

 Bah, de nadie. Era una factura.

 ¡Espero que por lo menos la pagases tú!

 No, era la factura de un regalo para mí

 ¡Te odio el doble!

Roberto mira de nuevo el sobre. Le da vueltas entre sus manos.

 Oye, yo lo abro.

 ¡De ninguna manera! Tu hija no te lo iba a perdonar nunca. Jamás volvería a tener confianza en ti.

 Sí, pero la tendría en ti, que me lo habías prohibido. Yo le digo que tú no querías que lo abriese, que hemos discutido un montón ¡y tú ganas aún más puntos! Podemos hacer como los policías americanos en los interrogatorios, tú de poli buena y yo soy el malo. Y así nos enteramos de qué es lo que tiene que decirle ese

Simona le arranca a Roberto el sobre de las manos.

 No, tu hija acaba de cumplir dieciocho años, ya es mayor de edad. Salió por esa puerta y volverá a entrar todas las veces que quiera. Pero es su vida. Con sus sonrisas. Sus dolores. Sus sueños. Sus ilusiones. Sus llantos. Y sus momentos felices.

 Ya lo sé, sólo me gustaría saber si en esa carta hay algo que pueda causarle daño

Simona coge el sobre y lo guarda en un cajón.

 Lo abrirá ella cuando vuelva, y le gustará saber que la hemos respetado. Y a lo mejor también se alegra al leerla. Al menos eso espero. Ahora me voy a preparar la cena -Simona se va a la cocina.

Roberto se sienta en el sofá. Enciende el televisor.

 Ya lo sé -le grita desde el salón-. Es ese «al menos eso espero» tuyo lo que me preocupa.

Ciento veintidós

 Eh, pero ¿qué estás haciendo?

 He venido a buscar unas cosas. Tengo unos documentos que no quiero dejar en la oficina.

Leonardo se apoya en el escritorio y le sonríe.

 Oye, Alex, nunca me he sentido tan feliz En Japón nos han confirmado toda la línea. ¿Sabías que ahora también tenemos peticiones de Francia y de Alemania?

 Ah, ¿sí?

Alessandro sigue sacando folios de los cajones. Los repasa. Ya no sirven. Los tira a la papelera.

 Sí. Ya han enviado todos los embalajes. Tenemos que hacer una campaña para un nuevo producto que saldrá dentro de dos meses Un detergente al chocolate pero ¡que huele a menta! Una cosa absurda, en mi opinión, pero estoy seguro de que encontrarás la idea adecuada para hacer que tu gran amiga la gente la acepte.

Alessandro acaba de recoger los últimos papeles y se incorpora. Hace una ligera flexión hacia atrás poniéndose la mano en la espalda. Leonardo se da cuenta. Sonríe.

 La edad, ¿eh? Pero al final acabaste derrotando al jovencito aquel. Toma, éstos son algunos detalles, el resto de la documentación te la he dejado sobre la mesa.

 Me parece que te conviene volver a llamar al jovencito de Lugano.

 ¿Cómo? ¿Qué quieres decir? -Leonardo lo mira con los ojos muy abiertos.

 Que me voy.

 ¿Qué? Te han ofrecido otro trabajo, ¡¿eh?! Otra empresa, ¿verdad? Dime quiénes son. Dime quiénes han sido. La Butch & Butch, ¿a que sí? Venga, dime quiénes han sido, que acabaré con ellos.

Alessandro lo mira tranquilo. Leonardo se calma.

 Vale, seamos razonables. -Un largo suspiro-. Nosotros podemos ofrecerte más.

Alessandro sonríe y pasa de largo.

 No lo creo.

 ¿Cómo que no? ¿Quieres verlo? Dime la cifra.

Alessandro se detiene.

 ¿Quieres saber la cifra?

 Sí.

Alessandro sonríe.

 Bueno, no hay cifra. Me voy de vacaciones. Mi libertad no tiene precio.

Y se dirige hacia el ascensor. Leonardo corre tras él.

 Pero entonces la cosa cambia. Podemos hablarlo. No tiene sentido que vuelva a hacer venir al jovencito ¿Qué te pasa, estás cabreado?

 ¿Por qué iba a estarlo? Gané.

 Ah, sí, claro, claro. Tengo una idea. Mientras estés fuera, le digo a Andrea Soldini que lo vaya preparando todo, ¿qué te parece?

 Bien, me alegra. Y, sobre todo, tengo que decirte que estoy muy contento de una cosa.

Leonardo lo mira con curiosidad.

 ¿De cuál?

 De que te hayas acordado de su nombre.

Alessandro aprieta el botón de bajada. Leonardo sonríe.

 Pues claro. Cómo iba a olvidarlo Ese tipo es la hostia.

En el último momento, Alessandro bloquea las puertas.

 Ah, mira, me parece que también tendrías que hacer que Alessia se quedase en Roma. No la transfieras a Lugano. Aquí hace mucha falta, confía en mí.

 Por supuesto, ¿estás de broma? Es como si nunca se hubiese ido. Y tú, ¿cuándo piensas volver?

 No lo sé

 Pero ¿adónde vas?

 No lo entenderías.

 Ah, ya veo Es como el anuncio aquel en el que aparece un tipo con una tarjeta de crédito solo en una isla desierta.

 Leonardo

 ¿Sí?

 Esto no es un anuncio. Es mi vida. -Entonces Alessandro le sonríe-. Y ahora, ¿me dejas marchar, por favor?

 Claro, claro. -Leonardo suelta las puertas del ascensor, que se cierran lentamente.

 Estaré aquí, esperándote. -Luego se inclina hacia un lado buscando el último resquicio-. Vuelve pronto. -Se inclina aún más y grita casi al vacío-. Tú lo sabes, ¡eres insustituible!

Ciento veintitrés

Niki mete las llaves en la cerradura de casa. Roberto y Simona oyen ese sonido familiar. Están sonrientes y felices, curiosos y divertidos con todas las historias, los lugares, las anécdotas, las aventuras de su joven hija que acaba de llegar a la mayoría de edad. Guapa, morena, un poco más delgada pero sobre todo increíblemente crecida.

 Y después, ¿sabéis lo que hizo Olly? Bebió como una loca en una fiesta que había en la playa, una rave que duró hasta por la mañana. Y tuvo que tomar algo, porque estuvo mala dos días. No se acordaba de nada. Ni siquiera de quiénes éramos nosotras.

Roberto y Simona escuchan casi aterrorizados esas palabras, haciendo como si nada, intentando incluso divertirse.

 Y Erica tuvo una historia con un alemán, una especie de Hulk en rubio. Dice que le gustaría ir a Mónaco el sábado y el domingo. En cambio Diletta no sé cuántas veces pidió a sus padres que le recargaran el móvil para llamar a Filippo. Y cuando no tenía cobertura o se había quedado sin saldo, hacía unas colas interminables para llamar desde un fijo. Un primer amor de dependencia absoluta. ¡Os lo juro, nos daba la paliza cada día contándonos todo lo que se habían dicho, los mensajes que le había mandado, los que había recibido! ¡Una neverending story!

Simona la mira.

 ¿Y tú?

 ¿Yo? Bueno yo me he divertido, lo he pasado bien, muy bien. Tranquila. Mamá, mira lo que me he comprado.

Niki se va hasta su mochila y saca una camisa blanca, toda arrugada, con el cuello en V y unas piedras cosidas en el escote. Se la pone por delante.

 ¿Os gusta? No me costó muy cara.

 ¡Sí, es bonita! -Pero Simona apenas tiene tiempo de acabar la frase, pues ya Niki ha salido corriendo hacia la mochila de nuevo.

 Esto os lo he traído a vosotros: un pareo para mamá, y para ti, papá, esta bolsa azul. ¡Son unas sandalias de cuero!

Roberto las coge.

 Son preciosas, gracias. ¿De qué número son?

Niki lo mira contrariada.

 ¡Del tuyo, papá, el cuarenta y tres!

 Vale, es que me parecían pequeñas.

Simona se levanta y va hacia el cajón.

 También nosotros tenemos una cosa para ti. -Saca el sobre de Alessandro.

Niki lo coge y de inmediato reconoce la letra.

 Disculpadme. -Se va a su habitación, cierra la puerta y se sienta en la cama. Da vueltas al sobre entre sus manos. Decide no pensarlo más y lo abre.

«Hola, dulce chica de los jazmines» Y sigue leyendo, sonriendo, conmoviéndose a veces, soltando una carcajada en algún pasaje. Lee, sonríe. Recuerda cosas, lugares, frases. Recuerda besos y sabores. Y muchas cosas más. Y al final de la carta no tiene dudas. Sale de la habitación, regresa al salón con sus padres. Roberto y Simona están sentados en el sofá, intentando distraerse de algún modo. Simona hojea una revista, Roberto está mirando las costuras de las sandalias, las estudia con tanta atención que en algún momento parece que tenga ganas de montar una empresa para fabricarlas. Simona la ve llegar. Cierra la revista e intenta aparentar calma, como si esa carta no le importase lo más mínimo. Pero se muere de curiosidad, se muere de verdad, pagaría lo que fuese por saber qué es lo que hay escrito en ella. No obstante, esboza una ligera sonrisa a fin de no resultar agobiante.

 ¿Todo bien, Niki?

 Sí, mamá. -Niki se sienta delante de ellos-. Papá, mamá, tengo que hablar con vosotros

Y empieza a hacerlo. Y casi ni se detiene. Sus padres escuchan en silencio esa especie de río desbordado, todas las razones por las que no pueden de ningún modo oponerse.

 Ya está. He acabado. ¿Qué os parece?

Roberto mira a Simona.

 Ya te dije que teníamos que haber abierto esa carta

Ciento veinticuatro

De rodillas, debajo del lavamanos blanco, con las manos en las frías baldosas del baño. Hace calor. Se seca con la manga del mono la frente perlada de sudor. Entonces la ve. Un par de zapatillas All Stars se detienen a pocos pasos de él. El joven fontanero se aparta de debajo del sifón, y Olly le sonríe.

 ¿Quieres agua? ¿Coca-Cola? ¿Café? ¿Té? -Le gustaría hacer como Tess McGill, la joven y combativa secretaria de Katharine Parker en la película Armas de mujer y añadir «¿A mí?», pero le parece fuera de lugar. El joven fontanero se sienta en el suelo, se apoya en el lavamanos y sonríe.

 Una Coca, gracias. -La mira mientras sale. Lleva una falda corta, una camiseta corta, calcetines cortos. Todo corto menos sus piernas. Larguísimas. Y además es amable. Por qué iba a molestarse una como ella en venir aquí a preguntarle a un tipo como yo si quiere beber algo.

Olly regresa.

 Toma, te he puesto también una rodaja de limón. La he cortado con mi navaja sarda -Olly se la enseña-. ¿Te gusta? Es un modelo de arresoja, superafilada, las hace un artesano de Fluminimaggiore, en Cerdeña. Es un puntazo.

El joven fontanero la coge y la mira. Olly prosigue con su descripción.

 ¿Lo ves? En la hoja tiene una incrustación con una águila y el mango es de cuerno de ciervo.

El joven fontanero la abre.

 Bonita. -Y da un trago a su Coca-Cola. Tiene sed de verdad. Allí debajo hace un calor de mil demonios.

Olly se sienta en el borde de la bañera. Cruza las piernas, una rodilla sobre la otra, así no se le ven las bragas. El joven fontanero la mira. Por un momento lo piensa y se pone nervioso. Pero sólo por un momento.

 Gracias.

 De nada. Oye, antes siempre venía otro a arreglar este tipo de cosas de fontanería. ¿Cómo es que has venido tú? No es que me moleste, ¿eh?, es sólo por saberlo.

El joven fontanero continúa aflojando el tubo bajo el lavamanos y sin dejar de trabajar habla.

 El que venía siempre es mi hermano. Ahora trabajamos juntos. Pero hace poco. Bueno, ya casi he acabado.

Olly sonríe y cruza de nuevo las piernas.

 ¡Oye, que yo no pretendía meterte prisa!

 Ya está. -El joven fontanero saca el tubo y lo vacía en una cubeta, sale un poco de agua y un montón de pelos. Tin. Un ruido sordo en el plástico azul.

 ¿Has visto? Lo conseguí. Tu anillo no se ha perdido.

El joven fontanero se lo da a Olly, que se lo pasa de una mano a la otra sonriendo. Mientras tanto, él vuelve a montar el tubo y lo aprieta fuerte con una llave inglesa.

 Ya está. -Sale todo sudado de debajo-. ¿Has visto? -Mira su reloj-. Veinte minutos. No he tardado mucho

 Ya te digo. ¡Ha sido cosa de magia! Yo ya lo daba por perdido.

El joven fontanero la mira. Entonces se agacha y gira la llave que hay debajo del lavamanos para abrir el agua. Y decide lanzarse. De todos modos, allí debajo del lavamanos, ella no le puede ver la cara. Lo más que puede hacer es no responder.

 Hubieses tenido problemas con tu novio, ¿eh?

 ¡Para nada! Si acaso con mi madre. Me lo regaló ella por la Selectividad Es que saqué un notable que nadie esperaba Sobre todo ella. Y esa vez decidió darme un premio. Si lo pierdo se me cae el pelo. Ya me parece oírla. «¡Olimpia, no sientes respeto por nada ni por nadie, todo lo pierdes! ¿Sabes lo que me ha costado hacer que te hagan ese anillo a medida, encontrar algo que te gustase?»

El joven fontanero sonríe y mira el anillo.

 Bueno, la verdad es que es muy bonito.

 Es idéntico al que llevaba Paris Hilton en la última foto en la que aparecía con su novio. Pero ¡yo creo que mi madre ha escatimado, de modo que no creo que éstos sean diamantes de verdad como los del original!

 Pero está bien por su parte que lo haya pensado.

 Sí.

El joven fontanero se echa a la espalda la caja de las herramientas y se dirige hacia la puerta. Olly lo acompaña.

 Bueno, gracias por todo -le dice mostrándole de nuevo el anillo.

 No hay de qué, gracias a ti por la Coca-Cola.

 ¿Estás de broma? Sólo faltaría. -Olly se detiene y se golpea con la palma de la mano en la frente-. ¡Demonios, te juro que se me había ido por completo de la cabeza! ¿Cuánto te debo?

Él se queda pensativo un momento. Sólo un momento. Niega con la cabeza.

 Bah, no es nada, está bien así. Sólo he tardado veinte minutos.

 ¿Estás de coña? Ni hablar. Tu hermano pedía cien euros sólo por la llamada. Mira que si no, no te vuelvo a llamar y hablo sólo con él.

El chico se mete las manos en los bolsillos.

 Ok, pero sólo cincuenta euros. -Y saca una tarjeta de visita-. Pero me tienes que prometer que sólo me llamarás a mí y no a mi hermano. Sólo yo te hago descuento. ¿Prometido?

Olly mira la tarjeta. El apellido delante del nombre. Sabatini Mauro. Tiene un fontanero como de dibujos animados. Olly consigue contener la risa.

 Eres más simpático que tu hermano. Pero no se lo digas, ¿eh?

Justo en ese momento, aparece la madre de Olly en la puerta. Al verla con ese muchacho, vestido con un mono y con una caja de herramientas, la mira preocupada.

 ¿Qué sucede, Olly?

 Nada, mami, ¿por qué siempre tienes que estar preocupada? Ha venido a saludarme un amigo, no nos veíamos desde antes de las vacaciones -Olly le guiña un ojo a Mauro.

 Buenos días, señora.

 Buenos días, disculpe, pensaba que, no, nada, no pensaba nada.

 Mamá, le estaba enseñando el anillo que me regalaste y le ha gustado muchísimo.

Mauro sonríe.

 Sí, es de muy buen gusto. Se parece un poco al de la señorita Hilton.

La madre mueve la cabeza.

 Es que es el de la Hilton. -Y entra en casa con la compra.

 Adiós, hasta otra -dice Olly, y se acerca a él, besándolo en una mejilla. Mauro se queda perplejo un instante-. Es que no estoy segura de que mi madre no esté vigilando. -Se le acerca al oído y le dice en voz baja-. A lo mejor podemos llamarnos, de lo contrario se dará cuenta de que estaba mintiendo.

Mauro le sonríe.

 Sí, para que no se entere

Olly se va a la cocina. La madre está colocando la compra.

 Toma, mete esto ahí debajo. -La madre le pasa varios productos de limpieza-. Te he traído el yogur que querías.

 Gracias.

La madre acaba de vaciar las bolsas.

 Es gracioso, ¿sabes? Tu amigo se parece un montón al fontanero que llamamos siempre. Por un momento, pensé que se habría roto el baño o que habrías hecho cualquier otro desastre.

 Para nada. De todas maneras, es verdad que se parece. Yo también lo había pensado. -Mira de nuevo su anillo-. Gracias, mamá. ¡De veras que es precioso!

 Me alegro de que te guste. -Se abrazan. La madre la coge y la estrecha un momento entre sus brazos, mirándola-. Esperemos que no lo pierdas, como todo lo demás.

Olly se apoya en su pecho como no lo hacía en mucho tiempo.

 No, mamá, puedes estar tranquila. -Y mira el anillo todavía mojado.

«Noticiario radiofónico. Buenas tardes. Esta mañana, la policía ha conseguido desarticular una importante red de tráfico de drogas. Al sospechar del continuo ir y venir de la casa de una pareja de ancianos, han irrumpido en la vivienda de madrugada. El señor Aldo Manetti y su mujer María han sido hallados en posesión de más de quince kilogramos de cocaína. El matrimonio ha sido arrestado. Desde hace años distribuían droga a los barrios de Trieste y Nomentano, así como también a varios suburbios del Salario. Fútbol. Una nueva adquisición para el»

Ella fuera de la habitación color añil. Ha llegado el momento de devolverlo. La curiosidad es demasiada. Y en el fondo también se trata de una buena acción La chica pone el intermitente. La calle está poco iluminada, pero logra ver el nombre en la pared. Via Antonelli. Sí, tiene que ser por aquí. Sigue conduciendo. Del pequeño reproductor de CD del minicoche salen palabras buenas, apropiadas para el momento. «La especialidad del día la sonrisa que me das. En un mundo sin salida se distingue siempre más. Deja ver el lado oscuro de la grande hipocresía que trepa por el muro como el final» Sonríe y se mira un momento. Sí, ese vestido la favorece de verdad. El gris y el azul siempre le han quedado bien. Un stop. Gira a la derecha. «Yo que estaba tan perdido en la cotidianidad, como un faro encendido me has venido a iluminar.» Muy bien, Eros. Debería de estar cerca. ¿Dónde estará ese dichoso lugar? Esperemos que haya alguien todavía; son las ocho. Maldita sea, siempre tengo que llegar tarde. Se mete por una calle de edificios del siglo xix. Aminora y empieza a mirar los números. Cincuenta. Cincuenta y dos. Cincuenta y cuatro. Ahí está. Cincuenta y seis. Se detiene y aparca un poco de través. De todos modos, el minicoche es pequeño, es como tener un Smart. Antes de sacar las llaves, las últimas palabras de la canción. «Solamente tú sabes ver mi corazón, solamente tú que das inicio ahora ya a una nueva edad.» Una nueva edad. Sí, así es como me siento, Eros.

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