Perdona Si Te Llamo Amor - Федерико Моччиа 6 стр.


 ¿Sí?

 Por favor, ¿podría hacer pasar a los ayudantes en el orden que le he indicado?

 Por supuesto.

La puerta del despacho se abre lentamente.

 Bien, ésta es Alessia.

Alessandro se pone en pie de inmediato y la saluda.

 ¡Cómo no, Alessia! ¡Bien! Es perfecta para este trabajo, será una aventura increíble. Y, además, que no tenga que preocuparse de todos los demás productos para dedicarse en exclusiva a LaLuna es estupendo. ¡Estoy muy contento de trabajar contigo!

Pero Alessia se queda callada, parece casi disgustada.

 ¿Qué pasa?

Leonardo interviene.

 Ella será la ayudante de Marcello. Vosotros dos, Alessandro, os conocéis demasiado bien. Os quedaríais tranquilamente sentados sobre vuestra amistad. No seríais capaces de sorprenderos, no tenéis nada nuevo que contaros. En cambio aquí deben crearse relaciones explosivas. Sólo así se podrán obtener resultados extraordinarios.

Marcello se pone en pie y la saluda.

 Encantado de conocerte. He oído hablar muy bien de ti. Estoy seguro de que juntos haremos grandes cosas, Alessia.

 Me siento muy honrada. -Y se dan la mano.

Alessandro se vuelve a sentar, ligeramente contrariado pero al mismo tiempo con curiosidad por saber quién será pues su asistente.

 Y para ti he aquí la sombra perfecta.

Alessandro se echa un poco hacia delante para ver quién es. Y justo en ese momento entra él en el despacho. Se detiene en el umbral, sonríe. Alessandro no da crédito a lo que ven sus ojos.

 No

Se deja caer en el sillón, apretándose contra el respaldo hasta casi incrustarse en él dentro. Leonardo mira entre sus folios mientras farfulla para sí:

 ¿Cómo se llama, que siempre me olvido? Ah, sí, aquí está. -Coge el folio, feliz, y lo levanta sonriente-. Tu nuevo ayudante es Andrea Soldini.

Andrea Soldini sonríe, de pie en la puerta. Y saluda.

 Hola a todos

 Mira, te presento a Alessandro, la persona por la que a partir de ahora tendrás que darlo todo. Casi hasta la vida.

Alessandro lo mira con las cejas levantadas.

 Mira por dónde, ya empezaste ayer por la noche, ¿no?

Leonardo los mira con curiosidad.

 ¿Os conocéis?

 Sí.

 Pero nunca habéis trabajado juntos

 No.

 Vale, a mí lo que me interesa es eso. ¡Perfecto! Ahora fuera de aquí, a trabajar. Os recuerdo lo que está en juego, el desafío, la rivalidad, el gran torneo. Nos dan la posibilidad de presentar dos proyectos. Yo me lo juego todo con vosotros. Aquel que acierte con la idea apropiada para el anuncio de LaLuna, el que logre que nos concedan la campaña a nosotros, se convertirá en nuestro director creativo internacional.

Marcello sale con Alessia. Sonríen. También Alessandro se dirige hacia la puerta. Ligeramente abatido, observa a Andrea Soldini. No tiene ninguna posibilidad. Se siente derrotado ya desde el principio.

 Ah, disculpad -Leonardo los llama un momento-. No os he dicho otra cosa. El otro, el que pierda, será enviado a la sede de Lugano. ¡Que gane el mejor!

Quince

Una calle. En la periferia. Calle de tráfico, contaminación, ropa tendida, caótica, de contenedores abollados, de pintadas sin amor, improvisadas. Sus calles. Mauro conduce una vieja motocicleta hecha polvo; lleva el casco puesto pero sin abrochar, y una cazadora Levi's gastadísima, sucia de tanto tiempo sin lavarse. Apaga el ciclomotor y lo aparca debajo de su casa, en una plazoleta de ladrillos agrietados por el sol, con una barandilla herrumbrosa por el paso de los días. Se ve una persiana bajada, una vieja tienda de comestibles que ha cerrado, abandonándolo todo, dejando tan sólo los melocotones pasados, que, a estas alturas, ya están aplastados en el suelo, tanto, que será difícil desincrustarlos de allí. Antiguos sabores de un fresco de vida ya pasada. Mauro llama a la puerta.

 ¿Quién es?

 Soy yo, mamá.

Un resorte. La puerta se abre y Mauro entra veloz. La puerta se cierra de nuevo a sus espaldas con aquel cristal amarillento aguantado por una maraña de hierro gastado y oxidado. En la esquina de abajo uno de los cristales está roto, un balonazo de más de un joven futbolista que nunca despuntó. Dos moscas juegan a perseguirse. Mauro sube la escalera de dos en dos sin que le falte el aliento. A sus veintidós años, tiene de sobra. Es lo demás lo que le falta. Demasiado. Todo.

 Hola, mamá. -Un beso veloz en aquella mejilla ligeramente húmeda en sudor doméstico.

 Espabila, que todos están a la mesa.

La madre resopla y, apresurada, vuelve a la cocina. Ya sabe que Mauro se dirige hacia la mesa sin haberlo hecho y se lo dice.

 Lávate esas manos, te las he visto, ¿sabes? Las llevas asquerosas.

Mauro entra en el baño, las mete a toda prisa bajo un chorro de agua fría para lavárselas. Pero en ocasiones el jabón no es suficiente para eliminar todos los restos de una jornada. Después se seca con un pequeño paño rosa desteñido y liso, con algunos agujeros y ya un poco ennegrecido. Ahora aún más. Sale, se sube los pantalones, se los ajusta, prácticamente puede bailar dentro. Después se sienta a la mesa.

 Hola, Eli.

 Hola, Mau. -Así lo llama su hermana pequeña. Tiene siete años y una cara alegre y divertida, llena de fantasía y de todo aquello de quien desconoce todavía tantas cosas, de quien no conoce las dificultades que le aguardan a la vuelta de la esquina de sus próximos años.

Mauro corta con el tenedor un trozo de tortilla y se lo mete en la boca.

 Espera a tu madre, ¿no? -Renato, el padre, le da un fuerte golpe en el hombro mientras Cario, su hermano mayor lo contempla impasible.

 Pero, papá, tengo hambre.

 Precisamente. Justo por eso esperas. Porque tienes hambre y porque le debes respeto a quien te da de comer. Tu hermano podría comer. Tú no. Tú esperas a que venga tu madre.

Annamaria llega desde la cocina cargada con una gran fuente. La deja en el centro, pero casi se le escapa de las manos y rebota en la mesa, haciendo un ruido considerable.

 Ya está -Luego se sienta, se arregla los cabellos, echándoselos un poco hacia atrás, fatigada tras la enésima jornada hecha con las mismas cosas de siempre.

Renato se sirve el primero, después deja caer el cucharón en la sopera. Cario lo coge, toma un poco de pasta con frijoles y le sirve a Elisa, la pequeña, que de inmediato empuña con torpeza la cuchara como si se tratase de un pequeño puñal, y se lanza ávida sobre su plato, con un hambre canina.

 Mamá, ¿tú quieres?

 No, yo espero un poco. Pásasela a tu hermano.

Cario le alarga la fuente a Mauro, que de inmediato se sirve una buena cantidad. Después mira a su madre.

 ¿En serio no quieres, mamá? Mira que queda poco.

 No, de verdad. Acábatela tú.

Mauro rebaña bien el fondo y luego empieza a comer. Todos inclinados sobre la comida. Sin control. Sin límites. Tan sólo el ruido de los cubiertos que golpean el plato, y el de algunos coches que pasan a lo lejos, rompe el silencio. Y también están los olores. Olores procedentes de otras casas semejantes a la suya. Casas cantadas por Eros, esas casas situadas en el límite de una periferia, en aquella canción que a él lo llevó lejos para intentar olvidarlas. Casas descritas en las películas o en las novelas de quienes probablemente nunca han estado en ellas pero creen conocerlas. Casas hechas de sudor, de cuadros falsos, de láminas amarillentas, de calendarios caducados, con una afición que no caduca con el tiempo, el gol de un futbolista, una liga ganada, cualquier razón es buena para fingir alegría. Renato es el primero que acaba de comer y aparta su plato.

 Ahh -Se siente mejor. Lleva en pie desde las seis. Se sirve agua.

 ¿Y bien? ¿Qué has hecho hoy?

Mauro levanta la cara del plato. No pensaba que fuese a meterse con él. Esperaba que al menos lo dejase acabar de comer.

 ¿Eh? ¿Se puede saber qué has hecho hoy?

Mauro se limpia con la servilleta que sigue doblada junto al plato.

 ¿Qué sé yo, papá? Cuando me he levantado he ido a dar una vuelta. Después he acompañado a Paola, que tenía que presentarse a una prueba

 ¿Y luego?

 Luego La he estado esperando hasta que ha acabado, la he acompañado a su casa, y después he venido para aquí. Lo has visto, ¿no? Hasta he llegado tarde Ese ciclomotor va muy despacio y además había mucho tráfico.

Renato extiende el brazo.

 Claro, a ti qué te importa, ¿no? De todos modos aquí tienes asegurada la cena. Mientras tanto, nosotros nos partimos el lomo para que tú puedas pasar los días así

Cario corta un trozo de tortilla y se lo pone en el plato.

 Míralo, míralo -El padre lo señala-. Tu hermano no te dice nada porque te quiere. Y sin embargo tendría que darte de patadas en el culo. Él se levanta a las seis para ir a trabajar, para currar de fontanero. Él se va a arreglar cañerías para que, mientras tanto, tú te pasees en tu ciclomotor, para que acompañes a Paola

Cario se come un trozo de tortilla y mira a Mauro a los ojos. Mauro cruza su mirada con la de él, después vuelve a limpiarse la boca y arroja la servilleta a la mesa.

 Está bien, me voy. Se me ha pasado el hambre.

Con la pierna aparta la silla de asiento de paja ya un poco gastada y rebelde, y se dirige deprisa hacia la puerta.

 Cómo no -prosigue el padre mientras lo señala-. Ya ha comido, qué más le da. Pero esta noche, Annamari, me harás el favor de echar el cerrojo. Este cabrón no vuelve a entrar.

Elisa lo mira marchar. Annamaria retira el plato ya vacío de delante de su hija.

 ¿Quieres un poco de tortilla, mi amor?

 No, no me apetece.

 Entonces te pelo una manzana.

 No, tampoco me apetece una manzana.

 Oye, no empieces también tú, ¿eh? Te comes la manzana y basta.

Elisa baja un poco la cabeza.

 Está bien.

Fuera de casa. Mauro quita la cadena al ciclomotor y la guarda en el compartimiento que hay bajo el asiento. Se marcha a toda velocidad sin ni siquiera ponerse el casco. Llega hasta el final de la calle, acelera en medio del campo. Luego, al alcanzar el desvío que conduce a la Casilina, se detiene. Calza la moto y se saca los cigarrillos del bolsillo. Enciende uno. Empieza a fumar, nervioso. A sus espaldas, entre los arcos de un viejo acueducto romano, una anodina puesta de sol comienza a ceder paso a las estrellas de la noche. Entonces se le ocurre una idea. Saca del bolsillo trasero de sus téjanos su Nokia comprado en eBay. Busca el nombre. La llama.

 Hola, Paola, ¿te molesto?

 No, no, acabo de cenar ahora mismo. ¿Qué sucede, qué te ha pasado? Te noto extraño. ¿Has discutido con tus padres?

 ¡Qué va! Tenía ganas de hablar un poco contigo. -Y le explica tonterías a propósito de lo que ha comido, de lo que ha hecho después de dejarla en su casa-. Ah, ¿cómo te ha ido en la prueba?

 Bueno, una amiga mía que está metida me ha dicho que tengo posibilidades.

 Ya te lo decía yo. Ya verás como te escogen a ti. Además aquello estaba lleno de adefesios. La mejor eras tú, te lo aseguro. Y no porque seas mi novia.

Y siguen conversando. Mauro recupera en seguida su buen humor. Paola, un poco más de esperanza de llegar a ser alguien.

Dieciséis

Alessandro sale del despacho de Leonardo. Todavía no se lo cree.

 Es que no me lo puedo creer -Andrea Soldini le sigue en efecto como una sombra, en el sentido literal de la palabra-. ¿O sea que me tengo que enfrentar a ése? Mis premios, mis victorias, mis éxitos, todo en la cuerda floja y ¿por quién? Por alguien de quien no se sabe nada. Nunca había oído hablar de ese tal Marcello Santi. ¿Qué ha ganado él? ¿Qué premios le han dado? No recuerdo ni siquiera uno de sus anuncios.

 Bueno -Andrea Soldini interviene titubeante-, hizo aquel de Golia, el de Crodino, ha hecho también el de café, por ejemplo, aquel en el que la tacita sube al cielo como un globo. Además tiene aquel de los mosquitos En fin, que él también ha hecho bastantes.

Justo en ese momento, se les añade Alessia, que echa más leña al fuego.

 Hizo también aquel de Saila, en el que sale aquella chica tan guapa bailando.

Alessandro mira a su alrededor.

 ¿Y dónde está ahora?

 Se ha ido a escoger al resto de miembros de su equipo. Siento que no podamos estar juntos en este proyecto tan importante.

 Lo sé, pero tú no tienes nada que ver. Y también sé que el trabajo es el trabajo, y que harás todo cuanto esté en tu mano para que gane él; como tiene que ser.

 Y también, querido Alessandro, porque en setiembre, pase lo que pase, a mí me trasladan a Lugano, y si tú pierdes ¡vendrás conmigo! -Alessia sonríe y se va ligeramente incómoda.

 ¡Claro, pero sólo si pierdo! O sea, que ahora tengo a alguien que siempre ha trabajado conmigo y que en estos momentos trabaja contra mí, con mi oponente directo. Y no sólo eso, ¡sino que, además, quiera que pierda! Pues estoy listo, ya veo

Andrea se encoge de hombros.

 Sí, pero lo hace por estar contigo en Lugano.

Alessandro lo mira y entrecierra un poco los ojos.

 Gracias, eres muy amable. No es que no me guste Lugano, al contrario. Es que no soporto perder.

 Bueno, entonces haremos lo posible.

 Sí, sólo que con eso ya no basta, debes decir «venceremos».

 Sí, ok, venceremos y gracias de nuevo por lo de ayer noche, ¿eh? Te agradezco que no le hayas dicho nada a nadie, y sobre todo Bueno, parece una señal del destino que hoy estemos aquí, tú y yo, ¿entiendes?, cuando ayer te hablaba de la entrevista que tenía pendiente pero de la cual todavía no sabía nada. ¿Te das cuenta? En el fondo, es mejor que anoche sucediera lo que sucedió

 Ah, ¿sí? ¿Y por qué?

 Porque eso nos ha unido. Es decir, en cierto modo, te debo la vida, seré realmente tu sombra. Y además, después de lo de ayer, una cosa es segura.

 ¿Sí?

 nunca más volverás a olvidarte de mi nombre.

 Claro, claro ¿quién podría olvidarte? Sólo espero que cuando todo esto acabe no me dejes un mal recuerdo.

 Oh, no, puedes estar seguro.

 No, el que debe estar seguro eres tú. Porque si perdemos, te mato. -Se detiene frente a una salita-. Voy a presentarte a mi equipo.

Abre la puerta y dentro, en torno a la mesa, hay dos chicas. La una dibuja, la otra hojea un periódico, mientras un chico, de pie y con la espalda apoyada en un mueble, juega aburrido con una bolsita de té y una taza. Tira arriba y abajo del cordel para que se disuelva lo máximo posible.

 Bien, ella es Giorgia.

La diseñadora levanta la gama de pantones que tiene junto a la cara y sonríe.

 Y ella es Michela.

La joven deja el periódico sobre la mesa y lo cierra, mientras mira a Andrea también sonriendo.

 Y finalmente, te presento a Dario.

Éste entrecierra los ojos para observar mejor al recién llegado.

Alessandro prosigue:

 Chicos, éste es Andrea Soldini. Juntos, tenemos que participar en un desafío importantísimo, y ganarlo. Sólo os digo que quien salga vencedor pasará a ser el director creativo internacional, mientras que el equipo que pierda morirá. El grupo podrá ser disgregado y, sobre todo, yo podría ser transferido a Lugano. ¿Entendido? De modo que lo único que podemos hacer es ganar.

Dario lo mira con aire interrogativo.

 ¿Y nuestra staff manager Alessia?

 Pertenece al enemigo. O, mejor dicho, se ha convertido en el enemigo. Andrea Soldini es ahora nuestro jefe de proyecto.

Dario no da crédito.

 Es decir, que Alessia con toda su experiencia, su capacidad, su ironía, su determinación está al frente del otro equipo. ¿Y se puede saber quién es su director creativo?

Alessandro sonríe, tratando de quitarle importancia.

 Bah, un tal Marcello Santi.

 ¡¿Qué?! -Dario y las dos chicas se quedan de piedra-. ¿Un tal Marcello Santi? Pero si ése ha ganado un montón de premios. Es el nuevo creativo por antonomasia, el director más innovador del momento. Leonardo lo fichó para marketing después de lograr arrebatárselo a nuestros competidores directos. -Alessandro escucha sorprendido. Parece que el único que no está al tanto de tanto éxito es él-. Y encima -continúa Dario mirando a Andrea Soldini- tiene a Alessia. Vale, chicos, yo me voy.

 ¿Adonde vas, Dario? -pregunta Giorgia.

 A buscarme otro trabajo. Es mejor que empiece desde ya, antes de que sea demasiado tarde.

Alessandro lo detiene.

 Venga, no quiero bromas. Precisamente cuando el juego se pone duro es cuando los duros empiezan a jugar.

Y en ese preciso momento, Andrea Soldini se coloca por delante de Dario, bloqueando así la puerta y cualquier posible salida.

 No os preocupéis por el futuro. O preocupaos si queréis, pero sabiendo que eso ayuda lo mismo que masticar un chicle para resolver una ecuación matemática. Los verdaderos problemas de la vida seguramente serán cosas que ni se te habían pasado por la cabeza, de esas que te cogen por sorpresa a las cuatro de la tarde de un martes perezoso. Cada vez que te asustes haz una cosa: ¡canta!

Alessandro se queda boquiabierto. Giorgia y Michela escuchan toda la parrafada con una sonrisa. Dario aplaude.

 Felicidades, si no fuese porque es el final de The Big Kahuna, no estaría mal.

Alessandro se vuelve y mira a Andrea.

 Sí, es eso, en efecto -reconoce éste-. Pero me lo sé de memoria

Dario empuja a Andrea intentando salir de allí. Alessandro lo alcanza, lo abraza por el cuello y no lo suelta.

 Venga, Dario, contamos contigo. Es importante que te quedes, que en este momento de dificultad todos os quedéis. Dejadme al menos que os cuente de qué se trata. El producto es un caramelo. Se llama LaLuna, todo junto. Por supuesto, tiene forma de media luna; sabe a frutas, muy bueno. Éste es el paquete. -Rebusca en su bolsillo y saca uno, robado del despacho de Leonardo-. No puedo deciros más.

Suelta a Dario, que coge el paquete y lo mira. Es blanco, con pequeñas medias lunas de diversos colores dentro.

 Me recuerda al helado arco iris.

 Sí, yo también lo he dicho -sonríe satisfecho Andrea Soldini.

Dario lo mira con una sonrisita.

 ¿También lo ha dicho él?

Entonces, mientras Alessandro coge a Dario por el brazo y se apartan un poco de los demás, Dario se mete un caramelo en la boca.

 Hummm, por lo menos el sabor es bueno.

 Entonces, ¿vas a trabajar en ello?

 Claro, pero todavía no entiendo

 ¿Qué es lo que no entiendes?

 Dos cosas. Una: ¿por qué sin Alessia?

 Porque Leonardo ha querido barajar las cartas. Ha dicho que la conocíamos demasiado bien Que nos dormiríamos en los laureles.

 Sí, entiendo, pero con ella hemos ganado siempre. Dormidos pero hemos ganado.

Alessandro se encoge de hombros como diciendo: «No puedo hacer nada».

 También a mí me molesta

 Y la segunda: ¿por qué no me has elegido a mí para sustituir a Alessia?

 Porque Leonardo ha impuesto a Andrea Soldini.

 ¡Vaya, encima enchufado! Sí, llamemos a las cosas por su nombre, es un enchufado.

 No, no es así. Leonardo ni siquiera recordaba su nombre. Creo que es bueno de veras. Sólo necesita una oportunidad. ¿Se la darás, Dario?

Dario lo observa un momento. Después suspira, muerde su LaLuna y se lo traga. Sonríe y hace un gesto afirmativo con la cabeza.

 Está bien Por ti.

Alessandro hace ademán de irse. Dario lo detiene.

 Disculpa, no quisiera meter la pata ¿cómo has dicho que se llama?

Diecisiete

El pasillo se llena como un torrente tras la lluvia. Colores, risas, vaqueros, lectores de Mp3, tonos de móviles y miradas que vuelan de un lado a otro, rebotan sobre las paredes y tal vez contienen mensajes secretos que entregar. Las Olas salen de clase. Olly saca su bocadillo bien envuelto en papel de aluminio.

 Pero ¡si es enorme!

 Sí. Tomate, atún y mayonesa.

 ¿Y te lo preparas tú?

 Qué va. Me lo prepara Giusi, la señora que nos ayuda en casa. Ha dicho que como demasiadas porquerías industriales y por eso me hace bocadillos artesanales.

 Yo voy a buscarme un snack de cereales. Total, comas lo que comas, te saco ventaja.- Diletta se aleja, con exagerada alegría y dando unos saltitos muy cómicos que hacen que sus cabellos sueltos oscilen de un lado para otro.

 ¡Nooo! ¡Te odio! ¡Tendrás que vértelas con Giusi! -le grita Olly riéndose.

La máquina expendedora está al volver la esquina del pasillo, en una especie de vestíbulo junto a las ventanas. Un grupo de muchachos están apelotonados frente a las diversas teclas de selección. Diletta conoce a alguno de ellos.

 Un sándwich para mí. -Un muchacho vestido con North Sails, aunque con pinta de frecuentar el mar más bien poco, se vuelve hacia la chica que está a su lado.

 ¿Lo quieres con salsa tártara? Pues como no lo saques tú.

 No me digas que también hay uno con salsa tártara. Venga, cómpramelo y te invito a pizza el sábado.

Pero la muchacha no parece muy convencida.

 A pizza y cine.

 Vale, está bien Pero mira, no me acepta la moneda.

 ¿Cómo que no?

 Pues como que no.

Diletta observa a la muchacha que está delante de ella en la cola. Ha metido una moneda de un euro en la ranura, pero la máquina no hace más que escupirlo una y otra vez. El presunto marinero hurga en sus bolsillos. Encuentra otro euro y lo intenta a su vez. Nada que hacer.

 ¿No la acepta? -pregunta el tipo que está reponiendo las bebidas en la máquina de al lado.

 No -responde la muchacha.

 Está demasiado nuevo. ¿Tienes suela?

 ¿Suela?

 Sí, suela de goma en los zapatos.

 Sí, ¿y eso qué tiene que ver?

 Coge el euro, lo tiras al suelo y lo pisas bien con la suela de goma.

 ¡Vaya estupidez!

 Entonces haz lo que te parezca y ayuna.

Y vuelve a ocuparse de su máquina. Los dos muchachos, lo miran mal y se van. Le llega el turno a Diletta. Mientras tanto ha ido dándole vueltas y más vueltas a su euro en la mano, confiando en quién sabe qué ritual físico y energético para evitar correr la misma suerte. Lo mete en la ranura. Clinc. El ruido de la moneda resuena inexorable y cínico en el cajetín de abajo. Nada que hacer. Su euro también debe de ser demasiado nuevo. Lo coge y prueba de nuevo. Nada. Otra vez. Nada de nada. Diletta se pone nerviosa y le da una patada a la máquina. El tipo la fulmina con la mirada.

 Señorita, dele la patada al euro. Estos aparatos valen una pasta, ¿qué se ha creído?

 Espera, déjame probar a mí. -Una voz a sus espaldas hace que Diletta se vuelva. Un muchacho alto, trigueño, con la cara ligeramente morena por el sol primaveral y con unos ojos color verde esperanza la mira levemente azorado y sonríe. Mete a su vez un euro en la ranura. Plink. Un ruido diferente. Funciona-. Mientras probabas, he hecho lo que decía el señor.

El tipo se vuelve a mirarlo.

 Vaya, al menos hay uno que se entera de algo. Señorita, hágale caso.

Diletta le lanza una mirada de reojo.

 ¿Qué quieres? -La voz habla de nuevo.

 ¿Eh, cómo? ¡Ah! Esa barrita de cereales.

El muchacho aprieta la tecla y el snack cae en el cajetín. Se inclina y lo recoge.

 Aquí tienes.

 Gracias, pero no tenías por qué hacerlo. Toma el euro.

 No, además ya has visto que no funciona. No me sirve.

 No, tómalo. Tú sabes cómo hacerlo. No me gustan las deudas.

 ¿Deudas? ¿Por una barrita de cereales?

 Vale, pero no me gustan. Gracias de todos modos. -Y se va con el snack en la mano, sin más palabras. El muchacho se queda allí, un poco perplejo.

El tipo de la máquina lo mira.

 Eh, para mí que le gustas.

 Desde luego. La he fulminado.

Diletta regresa con las Olas. Entretanto, Olly ya ha devorado su bocadillo.

 ¡Qué bueno! ¡Nada que ver con el snack! ¡Chicas, el apetito es igualito que el sexo: cuanto más grande mejor!

 ¡Olly! ¡Qué asco!

Diletta rasga el envoltorio de su snack y empieza a comérselo.

 ¿Qué te pasa?

 Nada. Que la máquina no me cogía la moneda.

 ¿Y qué has hecho?

 Bueno Uno me ha ayudado

 ¿Uno quién?

 Y yo qué sé. Uno. Me la ha sacado él.

 ¡Ajá! ¿Has oído, Niki? ¡Había uno! -Y, de pronto, las tres empiezan a gritar a coro-: ¡Uno al fin! ¡Uno al fin! -Y le dan empujones a Diletta, quien pone mala cara aunque al final no le queda más remedio que reírse ella también. Entonces se detienen de golpe. Diletta se da la vuelta. También Erica y Niki. Olly es la única que continúa gritando:

 ¡Uno al fin! -Pero finalmente se detiene también.

 ¿Qué pasa?

 El uno -dice Diletta, y entra rápidamente en el aula.

El muchacho se ha detenido frente a ellas. En la mano lleva el mismo snack de cereales que Diletta.

 Uno al fin. -Y sonríe.

Dieciocho

 Bien, entonces buscadme todo lo que se pueda encontrar sobre cualquier tipo de caramelo que se haya publicitado alguna vez en Italia. No, mejor. En Europa. Qué digo, en el mundo.

Giorgia mira a Michela y sonríe señalando a Alessandro.

 Me vuelve loca cuando se pone así.

 Sí, a mí también; se convierte en mi hombre ideal. Qué lástima que cuando todo esto acabe volverá a ser como los demás. Frío, desinteresado por cualquier cosa que no sea -y traza una curva en el aire-, y, sobre todo, comprometido ya

 No, ¿no lo sabes? Se han separado.

 No me digas. Hummm entonces la cosa se pone más interesante. Podría ser que mi apetito durase más allá de la campaña ¿En serio lo ha dejado con Elena? Ahora entiendo lo de anoche, todos a su casa Las rusas Ahora me encaja.

 ¿Qué rusas? ¿Qué noche? No me digas que se fueron de juerga con nuestras modelos.

Llega Dario.

 ¿Cómo que vuestras modelos? Ésas son de nuestra empresa, la Osvaldo Festa, hasta hoy. Tenían que rodar un día más y por lo tanto siguen bajo contrato. Y, además, son un poco de la comunidad, son nuestras mascotas. ¿Qué os pasa, estáis celosas?

 ¿Nosotras? ¿Por quién nos has tomado?

Justo en ese momento, llega Alessandro.

 ¿Se puede saber qué es tanto hablar? ¿Os queréis poner a la faena? Venga, a currar, exprimios las cabecitas, lo que os quede dentro. ¡Yo ni me voy a Lugano ni os quiero perder!

Giorgia le da una patada a Michela.

 ¿Lo ves? ¡Me ama!

La otra resopla y niega con la cabeza.

 ¿«Me»? ¡En realidad ha utilizado el plural cosa que me incluye a mí también!

 ¡Venga, a trabajar!

Andrea Soldini se acerca a Alessandro, que está mirando el paquete de caramelos. Lo ha dejado sobre la mesa. Lo observa fijamente. Cierra los ojos.

Imagina. Sueña. Busca la inspiración Andrea le da unos golpecitos en el hombro.

 ¿Eh? ¿Quién es? -Se remueve un poco molesto.

 Yo.

 ¿Yo quién?

 Andrea Soldini.

 Sí, lo sé, bromeaba. Dime

 Lo siento.

 ¿El qué? Nos lo jugamos todo en esta partida. Si empezamos así, estamos apañados.

 Estoy hablando de Elena.

 ¿Elena, qué tiene que ver Elena con esto?

 Bueno, que siento que se haya acabado.

Andrea se vuelve hacia Giorgia y Michela, que se fingen absortas en sus ordenadores respectivos.

 Bueno, nada, disculpa, me he equivocado Pensaba que

 Eso mismo, muy bien, pensar, eso es lo que tienes que hacer. Pero pensar en el caramelo LaLuna. Sólo en eso. Siempre, de un modo ininterrumpido, de día, de noche, incluso en sueños. Tiene que ser tu pesadilla, una obsesión, hasta dar con algo. Y si no lo encuentras, empieza a pensar en LaLuna también cuando te desveles. Venga, no te distraigas. LaLuna LaLuna LaLuna

En ese momento, suena un teléfono móvil.

 Y cuando estemos reunidos, cuando estemos en un momento de brainstorming, en medio del temporal creativo, a la caza de la idea para LaLuna, mantened apagados los malditos móviles.

Georgia se acerca y le pasa un Motorola.

 Ten, boss. Es el tuyo.

Alessandro lo mira levemente azorado.

 Ah, sí es verdad. Bueno, boss me gusta más que jefe. -Luego se aleja mientras responde-. ¿Sí? ¿Quién es?

 Pero ¿es qué no has metido todavía mi número en memoria?

 ¿Diga?

 Soy Niki.

 Niki

Назад Дальше