Perdona Si Te Llamo Amor - Федерико Моччиа 5 стр.


Y con esa certeza recién descubierta, por otra parte la única con la que cuenta, Alessandro se toma el café. Le añade un poco de leche fría. Luego, mientras suena And It's Supposed To Be Love, de Ayo, se mete en la ducha y deja correr sobre él un chorro de agua bien fresca. ¿De qué tratará la reunión de hoy? Demonios voy retrasado demasiado retrasado. Y apresurado, sale a toda prisa de la ducha y comienza a secarse. Tengo que darme prisa, aprisa.

 Pero Niki, no has desayunado.

 Sí, mamá, he tomado café.

 ¿Y no vas a comer nada?

 No, no me da tiempo. Llego tarde. Jodidamente tarde.

 Niki, te he dicho mil veces que no hables de esa manera.

 Pero mamá, ¿ni siquiera cuando llego tarde?

 Ni siquiera. ¿Te vas en el ciclomotor?

 Sí

 Ve despacio, ¿eh?, ve despacio.

 Mamá, me lo dices cada mañana. Al final me traerá mal fario, ya verás.

 Niki, ¿cómo hablas así?

 Es que si algo trae mal fario, trae mal fario. Si lo prefieres, puedo decir mala suerte, pero no deja de ser mal fario.

 Perdona, pero ¿a ti te parece que si tu madre te dice que vayas despacio es porque te desea algo malo? Y además, te lo digo cada mañana y, hasta ahora, no has tenido ningún accidente, por lo tanto «ve despacio» es bueno, ¿de acuerdo?

 Ok, ok. ¡Adiós, un beso!

Niki le da un beso al vuelo a su madre. Se pone los auriculares y se va, escaleras abajo, salvando los últimos peldaños de un salto. Tanto, que uno de los auriculares se le sale de la oreja. Ella se lo vuelve a meter a toda prisa para escuchar aún mejor Bop To The Top, de High School Musical. Sale del portal, va hacia el garaje, se monta volando en su SH50, da una patada al pedal y, en cuanto la moto arranca, sale del patio a toda velocidad. Se detiene un momento, mira a derecha e izquierda y al ver que no viene nadie, da gas y se incorpora al tráfico de la mañana.

Alessandro circula de prisa con su nuevo Mercedes. Acaba de comprar algunos periódicos. Es importante mantenerse informado. Quizá en la reunión me pregunten algo acerca de las últimas noticias y yo no sepa de qué me hablan No me lo puedo permitir. De modo que, de vez en cuando, sea porque haya caravana o porque el semáforo esté en rojo, echa un vistazo a Il Messaggero que lleva abierto en el asiento del copiloto. Luego arranca de nuevo. El tráfico es bastante fluido. Cuando puede, Alessandro circula a bastante velocidad. Llega tarde. Llega tarde pero no por eso deja de echar un vistazo al periódico.

También Niki llega tarde. Jodidamente tarde. Va todavía con los auriculares puestos, escucha la música y acelera. De vez en cuando se mueve, intentando llevar el ritmo. Mira el reloj de su muñeca izquierda, tratando de ver si está recuperando algo de tiempo, si conseguirá llegar antes de que el intransigente tocacojones del conserje cierre definitivamente la puerta del instituto. Así, va a toda velocidad por viale Parioli, adelantando coches en doble fila. Después intenta girar para incorporarse de nuevo a su carril.

Alessandro llega desde la Mezquita. No viene nadie, perfecto. Se incorpora al tráfico de viale Parioli mientras lee una noticia increíble en Il Messaggero. Unos jóvenes roban cinco coches para practicar un juego muy particular. El bum-bum-car, el bbc, un nuevo y peligroso juego de jóvenes ricos y aburridos. No lo puedo creer. ¿En serio, hacen estas cosas? Pero no tiene tiempo de acabar la frase. Da un volantazo. Intenta esquivarla, pero no hay nada que hacer. Una chica que circula a mil por hora, se le echa encima con su ciclomotor, estampándose contra el lado derecho. Bum. Un grito estremecedor. La chica desaparece a la altura de la ventanilla y cae al suelo. Alessandro frena de golpe, cierra los ojos, aprieta los dientes, los periódicos resbalan y caen sobre la alfombrilla. De repente, a consecuencia del golpe, el volumen del reproductor de CD se sube solo. La música inunda el coche. She's The One. Alessandro se queda bloqueado un instante en su asiento. Con los ojos cerrados, apretando el volante con fuerza. En suspenso. Empiezan a sonar algunos cláxones, algunos coches los adelantan nerviosos. Uno curioso, otro distraído, otro cínico y otro apresurado. Alessandro se baja preocupado. Da la vuelta al Mercedes lentamente mientras la música sigue sonando. Entonces la ve. Allí, en el suelo, tumbada, quieta, inmóvil. La cabeza girada. Tiene los ojos cerrados, parece desmayada. Dios mío, piensa Alessandro, ¿qué le habrá pasado? Se inclina un poco hacia delante. Niki abre los ojos despacio. Lo ve sobre ella. Y entonces le sonríe.

 Dios mío, un ángel.

 Ojalá, soy el conductor.

 ¡Pues vaya! -Niki se incorpora poco a poco-. ¿Dónde diablos estabas mirando, conductor? ¿En qué demonios piensas mientras conduces?

 Lo sé, lo sé, perdona, pero yo tenía la preferencia.

 ¿La preferencia de qué?, ¿pero qué estás diciendo? Tenías un stop. ¿Es que no has visto que venía? Ay, me duele mucho el codo.

 Déjame ver Bah, no tienes ni un rasguño. En cambio, mira lo que me has hecho en el lateral.

Niki se vuelve y se mira por detrás, retorciéndose entera.

 Y mira lo que me has hecho tú aquí. Los pantalones todos rotos.

 Pero si siempre los lleváis así.

 ¿Qué dices, idiota? Éstos eran nuevos, acabados de comprar, Jenny Artis, ¿entiendes? Me costaron una pasta, no es como para estropearlos ya al día siguiente. ¿Te das cuenta de que todavía no los he lavado una sola vez? Prácticamente me los has estrenado tú. ¿Sabes coser?

 ¿Cómo?

 ¿Me ayudas al menos a levantar el ciclomotor?

Alessandro se esfuerza por desencastrar el SH ayudado por Niki.

 Oye, ¿tú no vas nunca al gimnasio?

 De vez en cuando

 Pues entonces tira

Finalmente lo logran, pero el ciclomotor se le escapa a Niki de las manos, y da de nuevo con el Mercedes.

 ¡Ay!

 ¿Otra vez? Ten cuidado, ¿no?

Niki se pone bien el gorrito que lleva debajo del casco.

 Virgen santa, qué tiquismiquis, pareces mi padre.

 Es que vosotros no tenéis respeto por las cosas.

 Ahora te pareces a mi abuelo. Además, si aquí hay alguien que no tiene respeto por las cosas, ése eres precisamente tú. Mira lo que le has hecho a mi ciclomotor La rueda delantera está toda torcida y al acabar debajo de tu jodido coche se le han doblado los dos amortiguadores.

 Ya ves, es sólo una rueda, la cambias y ya está.

 Claro, sólo que ahora tengo que ir al instituto, de modo que -Rápidamente abre el cofre, saca una cadena gruesa y ata la rueda trasera del ciclomotor a un poste que hay allí al lado.

 ¿De modo que qué?

 De modo que me acompañas.

 Oye, no tengo tiempo. Llego tarde.

 Pues yo llego jodidamente tarde. De manera que gano yo. Venga, vamos. Además, podría llamar a la policía, hacer venir una ambulancia y quedarnos aquí un montón de rato. Te conviene llevarme a la escuela, perderemos mucho menos tiempo.

Alessandro se lo piensa un momento. Resopla.

 Venga, sube. -Abre la puerta y la ayuda.

 ¡Ay! ¿Lo ves? Me he dado un golpe atrás, me duele muchísimo.

 No pienses en ello.

Alessandro sube también y arranca.

 ¿Adónde te llevo?

 Al Mamiani, pasado el puente Cavour, zona Prati.

 Menos mal. También yo trabajo por allí.

 Ya ves, a veces las casualidades Pero ¿cómo llevas la música?

 Ah, sí, perdona, el volumen se subió solo con el golpe.

 ¡Bien, es Robbie!

 Ah, sí.

 El videoclip es tope guay. ¿Lo has visto?

 No.

 Figura que él es profesor de patinaje sobre hielo que entrena a dos chicos para una competición importante, pero uno de ellos se hace daño, él ocupa su puesto y gana la competición.

 Ah, la típica historia buenista anglosajona.

 Bueno, a mí me parece un video guay. Mira, gira por ahí, así atajamos camino.

 Pero por ahí no se puede, es sólo para los autobuses y los taxis

 Tú ahora me estás llevando, ¿no? Prácticamente es como si fueses un taxi. Venga, qué importa, no hay nadie. Así al menos acortas camino, por allí el tráfico siempre está fatal. Hasta mi madre lo hace.

 Ok.

No muy convencido, Alessandro se mete por el carril prohibido. Pero nada más adelantar a un autobús, se da cuenta de que hay un guardia urbano. Lo ve cometer la infracción y sonríe burlón, como diciendo «Sigue, sigue, que te he pillado», y se saca una libreta del bolsillo superior del uniforme.

Niki se asoma a la ventanilla en el preciso momento en que pasan por delante de él y grita con todas sus fuerzas:

 ¡Pringao! -Después se sienta de nuevo y mira divertida a Alessandro-. Odio a los urbanos.

 Claro. Y si había alguna posibilidad de que no me pusiese la multa, la hemos perdido.

 ¡Virgen santa, qué exagerado eres! Te vendrá de una multa. De todos modos, ya te la había puesto Y, además, tú me has dicho lo mismo a propósito de la rueda de mi ciclomotor.

 Eres imposible, lo has hecho a propósito para podérmelo decir. Así no vamos a llevarnos bien.

 Nosotros no tenemos por qué llevarnos bien. Lo único que tenemos que hacer es intentar no pelearnos No tener otro accidente. Dime la verdad estabas distraído, ¿verdad? A lo mejor estabas mirando a alguna chica bonita aprovechando que estabas solo

 Primero, yo siempre voy solo a la oficina, segundo, no me distraigo con facilidad

Alessandro le sonríe y la mira con aire de suficiencia.

 Es preciso algo más que una chica bonita para distraerme.

Niki pone cara de fastidio. Entonces se percata de los periódicos que están bajo sus pies.

 ¡Ya sé por qué! ¡Estabas leyendo! -Coge Il Messaggero y lo abre.

 Qué va, sólo les estaba echando un vistazo.

 Justo. ¡Lo sabía, lo sabía, tenía que haber llamado a la ambulancia, a la guardia urbana, no sabes la de daños que te podría reclamar!

 Ah, ¿sí? En lugar de alegrarte de no haberte hecho nada

 Bueno, una vez que se ha evitado la tragedia, hay que pensar en cómo sacar provecho, ¿no? Todos lo hacen.

Alessandro niega con la cabeza.

 Quisiera hablar con tus padres.

 No te dejarían entrar en casa. Para ellos, su hija siempre tiene razón. Gira aquí a la derecha que ya casi hemos llegado. Mira, mi instituto está al final de la calle

Niki abre el periódico y ve la foto de los coches destruidos. Después lee el artículo sobre el bum-bum-car. Los ojos se le salen de las órbitas.

 No me lo puedo creer

 Pues créetelo, eso es lo que estaba mirando Y ha faltado poco para que tú dejases así mi coche.

 Ya Quieres tener razón, ¿eh?

 Piensa que hay gente que hace esas cosas en serio, chicos como tú

Niki lee el artículo a toda prisa, buscando los nombres, los hechos, si se menciona a alguno de sus amigos. Entonces lo ve, Fernando, el que recoge las apuestas.

 ¡No, no es posible!

 ¿Qué pasa? ¿Conoces a alguno?

 No, lo decía por decir. Es que me parece absurdo. Vale, hemos llegado. Para aquí.

 ¿Es ése?

 Sí, gracias. Es decir, en realidad, me lo debías.

 Sí, sí, venga, baja ya que llego tarde.

 ¿Y con el accidente cómo hacemos?

 Toma. -Alessandro busca en un bolsillo de la chaqueta, saca un pequeño estuche plateado y le da una tarjeta-. Aquí está mi número, mi e-mail y todo lo demás. Ya me dirás algo.

Niki lee.

 Alessandro Belli, creative director. ¿Es un puesto importante?

 Bastante.

 Lo sabía, lo sabía, hubiese podido sacarte una pasta. -Niki se baja del Mercedes riendo. Coge el casco, la mochila y también Il Messaggero-. Nos llamamos.

 Eh, ese periódico es mío.

 ¡Sí, y da gracias de que no me lleve también el CD! Hombre distraído que causa dolor a las mujeres -Cierra la puerta. Después golpea la ventanilla y Alessandro baja el cristal.

 Oye -Niki agita la tarjeta de visita-, aunque esto sea falso me sé tu matrícula de memoria así que nada de bromas, que conmigo no te vas a ir de rositas. Por cierto, me llamo Niki.

Alessandro asiente con la cabeza, sonríe y después se va a toda pastilla. Llega enormemente tarde.

Varias chicas están entrando en el instituto. Justo en ese momento llega Olly.

 Eh, Niki, las dos llegamos tarde, como de costumbre, ¿eh? Oye, menudo coche bonito. Y a él no he podido verlo bien, pero de lejos parecía guapo. ¿Quién era, tu padre?

 No seas imbécil, Olly. Conoces a mi padre. ¿Qué, quieres saber quién era ése? Pues mi próximo novio. -Y mientras lo dice, Niki la abraza, la sujeta con fuerza y la obliga a subir la escalera corriendo, como hace ella. Nada más llegar arriba, Olly se detiene.

 Pero ¿estás loca? ¡Así nos van a hacer entrar! Podíamos habernos saltado la clase.

 Mira, lee. -Niki le muestra el periódico a Olly-. Un artículo sobre el bbc. ¡Si llegamos a quedarnos un poco más, nos hubiesen cogido!

 ¡Vaya!, es flipante, imagínatelo, nosotras en el periódico. ¡Pasaríamos a la historia!

 ¡Ya. ¡Como máximo a la geografía!

 Calla, calla, que me toca examen. -Y hablando así entran en el vestíbulo justo a tiempo.

El conserje, feliz, cierra la puerta, dejando fuera a alguna que otra tardona.

Trece

Alessandro entra jadeante en la oficina.

 Hola, Sandra. ¿Ha llegado ya Leonardo?

 Hace tres minutos. Está en su despacho.

 Fiuuu

Alessandro hace ademán de entrar, pero Sandra lo detiene.

 Espera. Ya sabes cómo es. Ahora está tomando su café, hojeando el periódico -y le señala en la centralita del teléfono que una de las líneas está ocupada-, y haciendo la llamada de rigor a su mujer.

 Ok. -Alessandro se relaja y se deja caer en el sofá que hay al lado. Menos mal. Fiuuu. Pensaba que no lo conseguiría. Se estira un poco el cuello de la camisa, se desabrocha un botón-. Ahora es cuestión de esperar que la llamada a su mujer acabe bien

 La cosa está complicada -le comenta Sandra susurrando-. Ella se quiere separar, ya no soporta ciertas actitudes suyas.

 Entonces, ¿va a haber tormenta?

 Depende. Si abre la puerta y me pide que le envíe lo de siempre, tienes alguna posibilidad.

 ¿Lo de siempre?

 Sí, es un código. Flores con una nota, ya las tengo preparadas. -Sandra abre un cajón y le muestra una serie de tarjetas, todas ellas con el nombre de Francesca, cada una con una frase diferente, una para cada día y todas firmadas por él.

 Pero Sandra, ¿sabes que aunque seas su secretaria no debieras curiosear en sus cosas?

 Ya, ¡como si no me hubiese hecho buscar a mí todas las frases! He tenido que rastrear lo mejor de lo mejor de poetas modernos pero desconocidos. Y he encontrado algunas muy bonitas -Abre una tarjeta-. Escucha ésta «Estaré hasta cuando ya no me tengas y te tendré aunque no te posea.» Compleja, críptica pero impactante, ¿eh? De todos modos -prosigue Sandra mientras cierra el cajón-, si el que la escribió se hace famoso un día, Leonardo nunca le perdonará haberle robado su frase.

 ¡Dirá que le han copiado su frase!

 De eso puedes estar seguro. Es más ¡dirá que, justo por ella, el tipo se ha hecho famoso!

Del fondo del pasillo llega un muchacho joven. Alto. Delgado. Con cazadora deportiva. Abundante pelo rubio peinado hacia atrás, ojos azules, intensos, sonrisa hermosa en sus finos labios. Demasiado finos. De traidor. Bebe un poco de agua y sonríe. Desconfiada, Sandra cierra el cajón al vuelo. Ese secreto suyo no es para todo el mundo. Después finge profesionalidad. El tipo se le acerca.

 ¿Nada todavía?

 No, lo siento, sigue al teléfono.

Alessandro mira al joven. Intenta situarlo. Lo ha visto ya, pero no recuerda dónde.

 Vale, entonces esperaremos.

El joven se acerca. Le tiende la mano a Alessandro.

 Mucho gusto, Marcello Santi. -Y sonríe-. Sí, ya sé, estás pensando que me has visto antes.

 En efecto pero ¿dónde? Soy Alessandro Belli.

 Sí, lo sé. Yo estaba en el despacho del piso de encima del de Elena. Formaba parte del staff superior, recursos publicitarios.

 Sí, por supuesto. -Alessandro sonríe y piensa: he ahí por qué ya lo odio-. Comimos juntos una vez.

 Sí, y yo tuve que irme a toda prisa.

Ya, recuerda Alessandro, y eso supuso que yo tuviese que pagar tu cuenta y la de tu ayudante.

 Vaya coincidencia.

 Sí, también a mí me han llamado para esta reunión.

Los dos se observan. Alessandro entrecierra un poco los ojos, intentando hacerse cargo de la situación. ¿Qué quiere decir? ¿Qué historia es ésta? ¿Está en juego mi puesto? ¿Nos han convocado a los dos para una reunión? ¿Es él el nuevo director que está buscando Leo? ¿Quiere darme la noticia precisamente delante de él? ¿Es decir que no sólo me sacrifica, sino que también ahora me toca ofrecerle la «última cena»? Mira a Sandra intentando entender algo. Pero ella, que ha comprendido perfectamente lo que Alessandro quisiera saber, mueve ligeramente la cabeza y se muerde un poco el labio superior como diciendo: «Lo siento, pero yo no sé nada.» Entonces la luz de la línea externa se apaga de repente. Un momento después, Leonardo sale por la puerta.

 Oh, aquí estáis. Disculpad si os he hecho esperar. Por favor, pasad, pasad ¿Os apetece un café?

 Sí, gracias, -responde de inmediato Marcello.

Alessandro, ligeramente contrariado porque el otro se le haya adelantado, añade:

 Sí, gracias, yo también.

 Bien, entonces dos cafés, Sandra, por favor y ¿puede enviar lo de siempre a donde usted sabe? Gracias.

 Desde luego, señor. -Y le hace un guiño a Alessandro.

 Bien, por favor, poneos cómodos. -Leonardo cierra la puerta del despacho a sus espaldas. Los dos se sientan frente a la mesa. A Marcello se lo ve relajado, tranquilo, casi petulante; con las piernas ligeramente cruzadas. Alessandro, más tenso, intenta hallar la postura en aquel sillón que parece escapársele de debajo. Al final, opta por sentarse inclinado hacia delante, con los codos sobre las rodillas y las manos juntas. Se las frota un poco, claramente nervioso.

Marcello se da cuenta y sonríe para sí. Después mira a su alrededor, tomándose su tiempo, buscándolo.

 Es bonito ese cuadro, es un Willem de Kooning, ¿verdad? Expresionismo americano.

Leonardo le sonríe complacido.

En efecto

Alessandro lo mira y no espera un segundo.

 Ésa en cambio es una lámpara Fortuny, de hacia 1929, creo. La base de caoba es bellísima, una lámpara que tuvo éxito en su época.

 Bravo, así me gusta. Ligeramente competitivos. Y eso que todavía no hemos empezado, todavía no os he dicho nada. De acuerdo, estamos justo en ese momento El nacimiento. -Leonardo se sienta y pone las manos de repente sobre el escritorio, como protegiendo algo que ellos dos no pueden ver-. ¿Qué hay aquí abajo? ¿Qué estoy escondiendo?

Esta vez, Alessandro es el más rápido.

 Todo.

 Nada -dice Marcello.

Leonardo sonríe. Levanta las manos. Sobre la mesa no hay nada. Marcello deja escapar un ruidoso suspiro de satisfacción. Entonces Leonardo mira fijamente a Alessandro, que le devuelve la mirada contrariado. Sin embargo, Leonardo deja caer de pronto algo de una de sus manos, que mantenía levantadas. Pumba. Un ruido sordo. Marcello cambia de expresión. En cambio, Alessandro sonríe.

 Exacto, Alessandro. Todo. Todo cuanto nos interesa. Este paquete de caramelos será nuestro punto de inflexión. Se llama LaLuna, como la Luna pero todo junto. Y es la Luna lo que tenemos que alcanzar, conquistar. Como el primer hombre en 1969. Aquel astronauta que puso por vez primera el pie en la Luna, enfrentándose al universo y a todos sus secretos Tenemos que ser como aquel americano, o mejor dicho, debemos hacer frente a los japoneses y, para ser más precisos, debemos «conquistar» este caramelo. Aquí lo tenéis. -Leonardo abre el paquete y vuelca los caramelos sobre la mesa. Alessandro y Marcello se acercan y los miran con atención-. Caramelos con forma de media luna con sabor a frutas, todos diferentes, un poco parecidos a nuestro viejo helado arco iris.

Marcello coge uno, lo mira. Luego mira a Leonardo dubitativo.

 ¿Puedo?

 Por supuesto, probadlos, comedlos, meteos dentro, vivid con LaLuna, aficionaos a ellos, no tengáis ningún otro pensamiento más allá de estos caramelos.

Marcello se mete uno en la boca. Lo mastica lentamente, con elegancia, entrecierra los ojos como si estuviese catando un vino de calidad.

 Hummm, parece bueno.

 Así es, -dice Alessandro, que mientras tanto ha cogido uno a su vez-. El mío es de naranja. -Luego intenta ponerse en plan técnico de inmediato-. Bueno, la idea de las manos que no descubren nada y después dejan caer el caramelo, LaLuna, desde lo alto, no está mal Pide LaLuna.

 Sí, pero desgraciadamente, ya la usaron los americanos el año pasado.

 En efecto -interviene Marcello-. Las manos eran las de Patrick Swayze. Unas manos bonitas. Las habían elegido por la película Ghost, eran las que modelaban la vasija de arcilla en la escena de amor, las manos que transmitían emociones a Demi Moore. En el anuncio, se veían las manos y nada más. Pagaron dos millones de dólares, sólo por ellas

 Pues bien -Leonardo se echa hacia atrás en su silla-, a nosotros nos ofrecen catorce. Y además, una exclusiva por dos años de todos los productos LaLuna, TheMoon, en inglés, también. Harán chocolate, chicle, patatas fritas e incluso leche. Productos de alimentación que llevarán encima tan sólo esta pequeña marca. Y tenemos la posibilidad de ganar catorce millones de dólares y la exclusiva. Nosotros. Eso si conseguimos derrotar a la otra agencia que, además de nosotros, ha recibido el encargo de hacer el anuncio. La Butch & Butch Porque los japoneses, que no son tontos, han pensado que

En ese preciso momento llaman a la puerta.

 Adelante.

Sandra entra con los dos cafés y los deja sobre la mesa.

 Aquí está el azúcar y la leche. También he traído un poco de agua.

 Bien, servíos. Gracias, Sandra. ¿Ha mandado ya lo de siempre?

 Sí.

 ¿Con qué frase esta vez?

 «Eres el sol oculto por las nubes cuando llueve. Te espero, mi arco iris.»

 Bien, cada día mejor. Gracias, si no fuese por usted

Sandra sonríe a Marcello y después a Alessandro.

 ¡Me lo dice cada vez, siempre felicitaciones, aumento de sueldo jamás! -Y da media vuelta sin dejar de sonreír.

 ¡Lo tendrá, lo tendrá, no pierda la confianza! -Entonces Leonardo se sirve un vaso de agua. Al menos tanta confianza como tengo yo, dice para sí, pensando en la frase-. Estábamos diciendo que

Marcello bebe su café a sorbos, tranquilamente. Alessandro se ha tomado ya el suyo.

 Que los japoneses no son tontos.

 Ya, al contrario, son geniales. En realidad, nos hacen competir con la Butch & Butch, la agencia más grande, nuestra competidora directa, a quien tendremos que enfrentarnos y, sobre todo, vencer. Y si bien puede que yo no sea tan genial como ellos, desde luego no soy ni torpe ni estúpido, y los he copiado Yo copio siempre. En la escuela me llamaban Copycopy. ¿Que los japoneses nos enfrentan a la Butch & Butch? Bien, yo enfrento a Alessandro Belli con Marcello Santi. El premio son catorce millones de dólares, dos años de exclusiva con LaLuna y, para uno de vosotros el puesto de director creativo internacional, por supuesto acompañado de un óptimo aumento salarial real.

En un momento, Alessandro lo comprende todo. He ahí el porqué de esa extraña reunión a dos bandas. Entonces siente que el otro lo mira. Se vuelve. Cruzan la mirada. Marcello entrecierra los ojos, saborea el desafío. Alessandro no baja la vista, firme, seguro. Marcello le sonríe con serenidad, falso, convencido, astuto.

 Claro, cómo no, el proyecto es atractivo. -Y tiende la mano a Alessandro, señalando así el comienzo de ese gran desafío. Alessandro se la estrecha. En ese momento le suena el móvil.

 Ops, disculpad. -Mira el número que aparece en pantalla pero no lo reconoce-. Disculpad -Responde volviéndose ligeramente hacia la ventana-. ¿Sí?

 Hola, Belli, ¿cómo te va? ¡He sacado un siete, he sacado un siete!

 ¿Has sacado un siete?

 ¡Sí! Es decir, ¡una nota bárbara! ¡Traes una suerte increíble! Creo que sólo saqué un siete una vez, en primero y en educación física. ¿Estás ahí? ¿O te has desmayado?

 Pero ¿con quién hablo?

 ¿Cómo que con quién? Soy Niki.

 ¿Niki? ¿Qué Niki?

 ¿Cómo que qué Niki? ¿Me estás tomando el pelo? Niki, la del ciclomotor, a la que has arrollado esta mañana.

Alessandro se vuelve de nuevo hacia Leonardo y sonríe.

 Ah, sí, Niki. Perdona, pero estoy en una reunión.

 Sí, y yo estoy en el instituto, más concretamente en el baño de los chicos. -En ese momento se oye cómo alguien llama a la puerta. «¿Vas a tardar mucho?» Niki finge voz de hombre. «¡Está ocupado!» Y añade, casi en un susurro, casi perdida en el teléfono móvil-: Oye, tengo que colgar, hay uno esperando ahí fuera. ¿Sabes qué es lo más absurdo de todo? Que aquí no se puede hablar con el móvil. Está prohibido. ¿Te das cuenta? Imagina por un momento que tuviese que darle un recado urgente a mi madre

 Niki

 ¿Qué pasa?

 Estoy en una reunión.

 Sí, ya me lo has dicho.

 Entonces colguemos.

 Vale, pero no tengo que darle un recado urgente a mi madre, sino a ti. Oye, ¿me vienes a buscar a la una y media a la salida? Es que, ¿sabes?, tengo un problema, y me parece que nadie puede acompañarme.

 Es que no sé si podré. Casi seguro que no. Tengo otra reunión.

 Podrás Podrás -Y cuelga.

Niki sale del baño. Frente a ella se halla el profesor que acaba de ponerle un siete. Niki se mete de inmediato el móvil en el bolsillo.

 Niki, éste es el baño de los hombres.

 Uy, disculpe.

 No creo que te hayas equivocado. Además, éste es el baño de los profesores

 Entonces, discúlpeme por partida doble.

 Oye, Niki, no me hagas arrepentir del siete que te acabo de poner

 Le prometo que haré todo lo posible por merecerlo.

El profesor sonríe y entra en el baño.

 En ese caso, antes de que comience la clase de la profesora Martini

 ¿Sí? -Niki lo mira con ojos ingenuos.

El profesor se pone serio.

 Apaga tu móvil. -Y cierra la puerta a sus espaldas.

Niki se saca el teléfono del bolsillo y lo apaga.

 ¡Ya está, profe! ¡Está apagado! -le grita a través de la puerta.

 ¡Muy bien! Y ahora sal de nuestro baño.

 ¡Ya me voy, profe!

 ¡Muy bien! Siete confirmado.

 ¡Gracias, profe!

Niki sonríe y se va para su clase. La Martini acaba de entrar. Niki se detiene en la puerta, vuelve a encender su móvil y lo pone en modo silencio. Luego, más sonriente aún, entra en el aula.

 Así pues, Olas, ¿cómo vamos a celebrar mi siete?

Catorce

Alessandro se da la vuelta y apaga su móvil. Después sonríe levemente.

 Todo en orden, todo en orden

 Disculpa -dice Leonardo sonriéndole-, pero lo he oído. Ha sacado un siete. No sabía que tuvieses una hija.

 No -sonríe Alessandro algo azorado-, era mi sobrina.

 Bien, eso quiere decir que es lista, crecerá, tal vez siga sacando buenas notas y, quién sabe, ¡a lo mejor acaba pasando a formar parte de nuestro equipo! -Leonardo se inclina sobre la mesa-. Siempre que para entonces sigamos existiendo todavía, claro. Porque nos hallamos ante nuestra última posibilidad. Francia y Alemania ya nos han superado. España nos viene pisando los talones. Si no conseguimos asegurarnos estos catorce millones de dólares más los dos años de exclusiva con LaLuna, nuestra sede -Leonardo junta sus manos y las cruza, imitando una gaviota que poco a poco sube hacia lo alto- levantará el vuelo. -A continuación abre de nuevo las manos y aquellas alas, como si se hubiesen roto, se transforman en puños que golpean fuerte sobre el escritorio-. Pero no se lo vamos a permitir, ¿no es así? Y ahora es con el futuro director creativo internacional con quien estoy hablando. -Y los mira a ambos con aire desafiante, casi divertido por haber suscitado aquella incertidumbre-. No sé quién será de vosotros. Sólo sé que no se arrugará ante los españoles. ¡El extranjero no pasará! Y ahora quiero que conozcáis a quienes serán vuestros ayudantes personales. Los dos han dejado sus anteriores trabajos. Os seguirán como una sombra. Qué digo, más que una sombra. Porque una sombra es silenciosa, se limita a seguir y no tiene la capacidad de adelantarse. En cambio ellos os ayudarán a encontrar todo cuanto podáis necesitar, se anticiparán a cualquier cosa. -Habla por el interfono-. ¿Sandra?

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