Eso es envidia.
No, lo siento, es la pura realidad. Si acaso tuviese envidia, la tendría de quien inventase una variante superguay de surf para una tabla gun, a lo mejor mejorando la popa roundtail para poder trazar curvas más largas. O podría estar envidiosa de quien tuvo la idea de construir un reef artificial en el kilómetro 58 de la carretera Aurelia. Una pasada. Pero desde luego, a quien no envidio es a un director creativo. Por cierto, ¿qué se esconde de verdad bajo ese título?
¿A qué te refieres?
Me refiero a que, aparte de tus chistes, ¿qué es lo que haces en concreto en tu empresa?
Me invento esos anuncios que tanto te gustan, en los que hay una música bonita, una mujer preciosa y sucede algo hermoso. Resumiendo, yo pienso en esas cosas que se te quedan «grabadas» en la mente para que cuando vayas a comprar o entres en una tienda, no puedas evitar coger lo que yo te he sugerido.
Dicho así suena bien. O sea que tú logras convencer a la gente de que haga algo
Más o menos.
Entonces, podrías ir a hablar con mi profe de mates, que no me deja en paz.
Para milagros, aún nos estamos preparando.
Es viejo. Ya lo había oído.
Me lo inventé yo hace muchos años y me lo robaron.
En realidad yo lo sabía así Hacemos lo posible, intentamos lo imposible, estamos ensayando para los milagros. ¡Salía en la serie de televisión «Dios ve y provee»!
Estás preparadísima, te lo sabes todo, ¿eh?
Sólo lo que necesito. Ven, ¿entramos aquí, en Mensajes Musicales?
Y lo arrastra tras ella, casi tirando de él hacia una tienda enorme llena de CD, libros, DVD. Y también vídeos y casetes.
Eh, hola, Pepe. -Niki saluda a un vigilante enorme que está en la entrada. Camiseta negra, pantalones negros y enormes bíceps blancos, tensos como la piel de su cabeza rapada.
Hola, Niki. Hoy de paseo desde primera hora de la tarde, ¿eh?
Sí, me apetecía, hace un calor Y aquí tenéis aire acondicionado.
Pepe pone una pose e imita un anuncio.
Uuuuh, Niki hace calor
Ella se echa a reír
¡No hace tanto calor!
Entran en la tienda y en seguida se pierden entre miles de estanterías. Niki coge un libro y lo hojea. Alessandro se acerca a ella.
¿Sabes? Ese anuncio con el que ha bromeado Pepe, tu amigo energúmeno, lo hizo la competencia.
Pepe no es un energúmeno. Es un muchacho muy dulce. Una persona estupenda. ¿Ves cómo te dejas engañar por las apariencias, por la imagen? Músculos, camiseta negra, cabeza rapada, por lo tanto es malo.
Yo trabajo con las apariencias, con la imagen. Has sido tú quien me ha dicho que me mezclase con la gente, ¿no?
No, yo te he dicho que respiraras a la gente. No que la mirases de un modo superficial. Te basta una camiseta negra ajustada y dos músculos para catalogarlo. Pues se licenció en Biotecnología.
Yo no he emitido ningún juicio.
Peor aún, lo has catalogado sin más.
Sólo he dicho que estaba citando el anuncio de nuestros adversarios.
En ese caso, vuestros adversarios son buenísimos. Y ganarán.
Gracias. Haces que tenga ganas de volver al despacho.
Vale, hazlo, así seguro que pierdes. Tienes que respirar a la gente, no los sillones del despacho. A lo mejor hasta en Pepe podrías encontrar la inspiración. Y tú vas y lo tratas mal.
¿Otra vez? No lo he tratado mal. Además, ¿tú crees que yo soy tan estúpido como para tratar mal a un tipo así?
En su cara no, pero por detrás, por la espalda sí ¡Lo acabas de hacer!
Basta Me rindo.
Mira, tienen los CD de Damien Rice «O», «B-Sides» Y este último, «9», que es precioso. Déjame escucharlo un poco -Niki coge los cascos. Selecciona la pista 10-. Mira que título más bonito, Sleep Don't Weep -Y empieza a escuchar la música, moviendo la cabeza. Después se quita los cascos-. Sí, sí, me lo compro. Me inspira. Bonito, romántico. ¿Y sabes qué? Me compro también «O», tiene las otras canciones, además de The Blower's Daughter
Una música preciosa, aunque Closer fuese una película llena de sueños rotos.
Entonces no nos pega La banda sonora de nuestra historia tiene que ser positiva, ¿no?
Perdona, ¿qué historia?
Cada momento es una historia Depende de lo que quieras hacer después.
Alessandro se queda mirándola. Niki sonríe.
No te asustes ¡Eso no salía en esa película!, sino en Nanuk, el esquimal, es preciosa Vamos, va.
Alessandro y Niki se dirigen a la caja. Niki saca su monedero del bolso para pagar, pero él se le anticipa.
Ni hablar, te lo regalo yo.
Eh, que yo no me pienso sentir en deuda después, ¿eh?
Eres demasiado precavida y desconfiada. ¿Con quién sales habitualmente? Digamos que se trata de una pequeña indemnización por el accidente de hoy.
Pequeñísima. Todavía falta reparar el ciclomotor.
Lo sé, lo sé.
Salen y continúan por via del Corso, que está llena de gente.
¿Lo ves? Me pongo enferma. No tienen dinero, viven en la periferia y éste es su único pasatiempo. Hay música, metro, tiendas, algún espectáculo callejero ¿ves aquel mimo? -Un señor mayor pintado de blanco adopta mil posturas diferentes para quien le echa algún céntimo en la escudilla-. Mira aquel otro.
Se unen a un grupo de gente que está quieta mirando algo. En la acera, un anciano de punta en blanco, con un sombrero de paja, camisa clara, chaqueta de lino y pajarita oscura, tiene una urraca en el hombro. El hombre silba algo.
Venga, Francis ¡baila para los señores!
La urraca da toda una serie de pasos, y se desplaza a lo largo del brazo del señor manteniendo el ritmo. Llega hasta la mano y luego regresa al hombro.
Muy bien, Francis, ahora dame un beso. Y la urraca se lanza sobre un grano de maíz que él sostiene entre sus labios y se lo roba con delicadeza. Luego, con un pequeño salto el pájaro deja caer el grano dentro de su pico y se lo traga. Niki aplaude feliz.
¡Bravo, Francis, es demasiado, bravo por los dos!
Niki se mete las manos en los bolsillos, encuentra algunas monedas y las deja caer en el pequeño nido que está apoyado sobre una mesita allí al lado.
Gracias, gracias, es muy amable. -El hombre se levanta el sombrero y se inclina, dejando al descubierto su cabeza pelada.
¡Felicidades! ¿Tardó mucho en enseñarle a Francis estas cosas? ¿La música, las órdenes y todo lo demás?
El hombre sonríe.
¿Bromea, señorita? Es Francis quien me lo ha enseñado todo. ¡Yo ni siquiera sabía silbar!
Niki mira a Alessandro con entusiasmo.
Venga, no seas tacaño Dale algo tú también
Alessandro abre su cartera.
Sólo tengo billetes
¡Pues dale éste!
Niki saca un billete de cincuenta euros y lo mete en el nido de la urraca. Alessandro no logra detenerla. Y además ya es demasiado tarde. El señor se da cuenta. Se queda boquiabierto. Después sonríe a Niki.
Gracias venga métase uno de estos granos en la boca.
¿Yo? ¿No es peligroso?
¡Claro que no! Francis es buenísima. Tenga.
Niki obedece y se mete el grano en la boca. Francis sale volando. De improviso, se detiene a un milímetro de su boca, suspendida en el aire batiendo con ligereza las alas. En ese momento, Niki cierra los ojos mientras Francis alarga el pico y le roba el granito de los labios. Niki nota un toque ligerísimo y, medio asustada, tiene un escalofrío. Luego vuelve a abrir los ojos.
¡Socorro!
Pero Francis ya está de vuelta sobre el hombro de su dueño.
¿Ha visto?, lo ha conseguido
Niki aplaude contentísima.
¡Muy bien! ¡Ha sido genial!
Justo en ese momento, por detrás pasa un macarra con el pelo largo, acompañado de unos amigos de la misma calaña.
¡Oye, guapa, si tanto te gusta besar a los pajaritos, te presto el mío! ¡Está amaestrado! -Y se tronchan de risa mientras se alejan.
¡Ni muerta! Ni se te ocurra sacarlo de la jaula -le grita Niki por detrás. El tipo la manda a paseo con un gesto desde lejos.
¿Quieres que les diga algo? -pregunta Alessandro.
¿Para qué? Ya está resuelto. El chico con el que salía antes saltaba por cualquier cosa. ¿Sabes qué pasaba cuando estaba él? Peleas, problemas Se liaba a mamporros por nada. No lo soportaba.
Ya veo, debía de ser durillo, ¿no?
Mira, los que ladran así después no muerden. Éste iba de boquilla. No vale la pena perder el tiempo. Además, justo por esto dejé a mi ex. ¿Y ahora qué? ¿Salgo contigo y haces lo mismo?
Dejando aparte el hecho de que tú y yo no estamos saliendo.
Ah ¿no?
No.
Qué extraño, yo diría que estamos juntos por la calle
Sí, pero no porque esto sea una cita.
Pero, ¿dónde está el problema? ¿Tienes una mujer celosa?
A decir verdad, en este momento no tengo mujer.
Ah, ¿también tú lo has dejado?
Y aunque le parece absurdo hablar del tema con ella, no consigue mentirle.
Sí, algo así.
Entonces, ¡¿qué más te da?! ¡Disfruta de este momento y basta! Qué fastidioso eres, ¿eh? Siempre tienes que controlarlo todo.
Niki se pone a caminar de prisa y lo adelanta. Alessandro se queda allí, delante del hombre que lo mira con la urraca en su hombro. Éste alza las cejas y sonríe.
La señorita tiene razón. -Y luego, temiendo que Alessandro pudiera arrepentirse, lo mira, sonríe y se mete los cincuenta euros en el bolsillo.
Alessandro la alcanza.
Niki, espera. Vale, estamos saliendo pero no estamos saliendo, así que todavía tenemos que salir, ¿ok? Mejor así, ¿no?
Si tú lo dices
Venga, no te enfades.
¿Yo? Pero ¡quién se enfada! -Y se echa a reír. Niki se coge del brazo de Alessandro-. Oye, un poco más allá hay un sitio donde hacen unas pizzas buenísimas, en via della Lupa. ¿Te apetece comer un trozo? En via Tomacelli hay uno donde el pan es de muerte, y también tiene una terraza preciosa, se sube arriba y es todo un espectáculo. Luego hay otro en corso Vittorio, allí tienen ensaladas, se llama Insalata Ricca. ¿Te gusta la ensalada? Aquí cerca también hay un lugar buenísimo de helados, Giolitti, o mejor aún, un sitio de batidos de cortarse las venas, Pascucci, cerca de piazza Argentina.
¿Piazza Argentina? Pero eso está lejísimos.
Qué va, si es un paseo. ¿Vamos?
Pero ¿adónde? ¡Has dicho ocho sitios en dos segundos!
¡Ok, entonces vamos a tomar un batido! ¡El que llegue primero no paga! -Y sale corriendo, guapa, alegre, con sus pantalones ajustados, su bolsa de malla, su pelo castaño claro al viento, recogido con una cinta azul. Y los ojos azules o verdes, según la luz. Alessandro se queda allí quieto, mirándola. Sonríe para sí. Y de repente, como si decidiera echárselo todo a la espalda, sale detrás de ella, corriendo como un loco por via del Corso. Adelante, siempre adelante hasta girar a la derecha, hacia el Panteón, con la gente que lo mira, que sonríe, que siente curiosidad, que deja de hablar por un momento antes de volver a su propia vida. Alessandro corre tras Niki. Ya casi la alcanza. Vaya, piensa Alessandro, parece una de aquellas viejas películas en blanco y negro, estilo Guardias y ladrones con Totó y Aldo Fabrizi, cuando corrían por la vía del tren. Sólo que Niki no le ha robado nada. Y no sabe que, en realidad, le está regalando algo.
Niki se ríe y de vez en cuando se vuelve para ver si la sigue.
Eh, no pensaba que estuvieses tan en forma.
Alessandro está a punto de atraparla.
Te cojo, ahora te cojo.
Niki acelera un poco e intenta correr más aprisa. Pero Alessandro está siempre allí, a pocos pasos de ella. Luego aminora de repente, hasta casi detenerse. Niki se da la vuelta y lo ve a lo lejos. Quieto. Por un momento se asusta. También ella aminora. Se para de golpe y se vuelve. Alessandro mete la mano en la chaqueta y saca su teléfono móvil.
¿Sí?
¿Alex? Soy Andrea, Andrea Soldini
Alessandro intenta recuperar un poco el aliento.
¿Quién?
Ya vale, soy tu staff manager. -Y en voz más baja-: Aquel a quien salvaste en tu casa con las rusas
Sí, ya sé quién eres, ¿será posible que no te des cuenta de cuando bromeo? ¿Qué ocurre? Dime.
¿Qué estás haciendo?, ¡estás sin aliento!
Así es. Estoy respirando a fondo a la gente para ser más creativo.
¿Qué? Ah, ya entiendo. Sexo a la hora de la siesta, ¿eh?
Todavía no he comido. -Y le gustaría añadir: «Si a eso vamos, ni sé cuánto hace que no tengo sexo»-. ¿Qué pasa? Dime.
Nada. Quería decirte que estoy revisando nuestros viejos anuncios y se me ha ocurrido una idea para montarlos de otro modo. Si te pasas por aquí podríamos hablarlo.
Andrea
Sí, dime.
No hagas que me arrepienta de haberte salvado.
No, en absoluto.
Muy bien. Hablamos después.
¿Puedo llamarte si se me ocurre otra idea?
Si no puedes resistirlo
Ok, jefe. -Andrea cuelga.
No he tenido tiempo, piensa Alessandro, de decirle lo más importante: «No soporto que me llamen jefe.»
Mientras tanto, Niki ha llegado junto a él.
¿Qué pasa?
Nada, de la oficina. Por lo visto no pueden prescindir de mí.
Eso es mentira. Te llaman jefe y te hacen sentir importante, ¿no es cierto?
Sí, ¿y?
Acuérdate de que la misma regla se aplica a todo el mundo: a jefe muerto, jefe puesto.
Ah, ¿sí? Pues, ¿sabes qué te digo? Quien pierde paga también «el pendiente». -Y diciendo esto, Alessandro la adelanta y se echa a correr como un loco hacia la piazza Argentina.
¡Eh, no vale, así no vale! ¡Yo he vuelto atrás para ver cómo estabas!
¡¿Y quién te lo ha pedido?! -Alessandro ríe y sigue corriendo.
¿Y qué quiere decir eso de «el pendiente»?
Te lo explico cuando lleguemos, ahora necesito todo mi aliento para ganar. -Alessandro acelera, pasa corriendo junto a las ruinas del Panteón, más allá de la plaza, pasa junto al hotel, siempre derecho.
El teléfono de nuevo. Alessandro aminora pero no se detiene. Lo saca de la chaqueta. Mira la pantalla. No se lo puede creer. Se vuelve hacia Niki, que se le acerca.
Pero ¡si me estás llamando tú!
Por supuesto, la guerra es la guerra. Todo vale. Me has hecho volver atrás y luego has salido corriendo a traición, ¿no? ¡Quien a teléfono mata, a teléfono muere!
Sí, pero no he caído en la trampa. ¡Has sido tú misma quien me ha dicho que guardase tu número!
¿Lo ves? ¡Es que no se puede ser buena persona! -Y siguen corriendo-. Dime qué es esa historia de «el pendiente», si no, no pago.
Eso lo decidimos allí si no, no vale.
Y siguen corriendo uno detrás del otro hasta llegar a Pascucci.
Veintiuno
¡Primero! -Alessandro se apoya en el cristal del bar.
¡Claro, me has engañado, eres un tramposo!
¡No sabes perder!
Se quedan los dos en la puerta, doblados sobre si mismos, intentando recuperar el aliento.
Sea como sea, la carrera ha estado bien, ¿eh?
Sí, y pensar que todos los días juego a voleibol. Creía que te ganaría con facilidad, de no ser así, no te hubiese retado.
Alessandro se levanta respirando con la boca abierta.
Lo siento, cinta rodante en casa. Veinte minutos cada mañana Con una pantalla delante para simular bosques y montañas, paisajes que ayudan a mantenerse en forma y, sobre todo a derrotar a una como tú.
Ya, ya. Si repetimos, pierdes.
Claro, ahora que sabes que mi tope son veinte minutos, tendrías ventaja. El secreto tras una victoria consiste en no volver a jugar. Hay que saber levantarse de la mesa en el momento oportuno. Todo el mundo es buen jugador, pero pocos son auténticos vencedores.
¿Ésta es tuya?
No lo sé, tengo que decidirlo. No recuerdo si se la he robado a alguien.
¡Entonces de momento me parece una gilipollez!
¿Qué pasa, que si la dice otro cambia su valor?
Depende de quién sea el otro.
Excúsenme -Una pareja de extranjeros les pide educadamente que se aparten. No pueden entrar en el local.
Oh, certainly, sorry -dice Alessandro, haciéndose a un lado.
Vale que con tu cinta rodante y tus sucios trucos me hayas ganado la carrera, pero en inglés te gano de calle. Podrías contratarme como account internacional.
Alessandro sonríe, abre la puerta acristalada, espera a que ella entre y la cierra de nuevo.
¿Sabes lo que solíamos decir nosotros cuando se acababan los partidos de futbito y empezaban las discusiones? El que gana, lo celebra, el que pierde, lo explica.
Sí, está bien, lo he pillado: me toca pagar. Estoy de acuerdo. Yo siempre pago mis apuestas cuando pierdo.
Vale, pues de momento paga ésta. Para mí un rico batido de frutas del bosque.
Niki observa las distintas posibilidades en la carta.
Para mí, en cambio, kiwi y fresa. ¿De qué iba aquella historia de «el pendiente»?
Ah, ya. Bueno, dado que no lo sabes, si quieres puedes no pagar. Sería incluso justo que no lo hicieses.
Tú de momento explícamelo, después ya decidiré si pago o no pago.
Vaya, hay que ver cómo te pones la derrota escuece, ¿eh?
Niki intenta darle un puntapié, pero Alessandro se aparta con presteza.
Vale, vale, ya basta. Te explico lo que es «el pendiente». Se trata de una tradición napolitana. En Nápoles son generosos en todo y, cuando van a un bar, además del café que se toman ellos, dejan uno pagado para otra persona que entre después. De modo que hay un café «pendiente» para quien no pueda pagárselo.
Qué fuerte, me gusta. Pero ¿y si después el del bar se hace el loco? ¿Si se guarda el dinero y no le dice nada al que entra, que no tiene dinero pero quiere un café?
«El pendiente» se basa en la confianza. Yo lo pago, el del bar acepta mi dinero y con ello implícitamente me está prometiendo que cumplirá. Tengo que fiarme del dueño del bar. Es un poco como con eBay, cuando pagas por un objeto y después confías en que te llegará a casa.
¡Sí, pero en el bar no puedes dejar después tus comentarios y valoraciones!
Pues yo creo que en el bar es muy fácil, sólo te juegas el dinero de un café. En cambio, estaría bien poderse fiar de los desconocidos para cosas más importantes. A veces no lo conseguimos ni siquiera de quien siempre ha estado a nuestro lado
Niki lo mira. En el tono de su voz nota que hay algo profundo y lejano.
De mí te puedes fiar.
Alessandro sonríe.
¡Seguro! ¡Lo máximo que puedo perder es el seguro del coche!
No, lo máximo que puedes perder es el miedo.
¿Cómo?
Porque te toca volver a creer en todo aquello en lo que habías dejado de creer.
Y se quedan así, en suspenso, con esas miradas hechas de sonrisas y alusiones, de lo que no se conoce, de curiosidad y diversión; indecisos a la hora de tomar o no el pequeño sendero que se aleja del camino principal y se adentra en el bosque. Pero que a veces es tan hermoso, incluso más que la propia fantasía. Una voz irrumpe estridente en sus pensamientos.
Aquí tienen sus batidos; para la señorita, kiwi y fresa, para usted, frutas del bosque.
Niki coge el suyo. Empieza a tomárselo con la pajita, mirando alegre a Alessandro, sin pensar en nada, con la mirada limpia, rebosante y transparente. Luego deja de beber.
Hummm, qué bueno. ¿Te gusta el tuyo?
Está buenísimo.
¿Cómo es?
¿Qué quiere decir «cómo es»?
Que qué tiene dentro.
Entonces debes decir «de qué es» o «qué gusto has elegido». Mi batido es de frutas del bosque.
Madre mía, eres peor que la Bernardi.
¿Quién es ésa?
Mi profesora de italiano. Me rayas tanto como ella. Venga, que se entendía perfectamente lo que quería decir ¿no?
Sí, bueno, depende de lo que quisieras decir, todo es una cuestión de matiz ¿Sabes que el italiano es la lengua más rica en matices y entonaciones? Por eso se estudia fuera de aquí, porque nuestras palabras permiten expresar con exactitud la realidad.
Vale, no eres como la Bernardi.
Ah, eso mismo quería oír.
¡Eres peor! -Y vuelve a tomarse su batido con la pajita. Se lo acaba y empieza a sorber los restos, haciendo muchísimo ruido, ante la mirada escandalizada de algún turista anciano y la divertida de Alessandro. Está acabando con lo poco que queda cuando-: Demonios.
¿Y ahora qué pasa?
Nada, mi móvil. -Niki lo saca del bolsillo de sus téjanos-. Había puesto el vibra. -Mira el número que aparece en la pantalla-. Qué mierda, es de mi casa.
A lo mejor sólo quieren saludarte.
Lo dudo. Serán las tres preguntas de costumbre.
¿A saber?
Dónde estás, con quién estás y a qué hora piensas volver. Vale, voy a responder Me sumerjo -Niki abre su teléfono-. ¿Sí?
Hola, Niki.
¡Eres tú, mamá, qué sorpresa!
¿Dónde estás?
Dando una vuelta por el centro.
¿Y con quién estás?
Sigo con Olly. -Mira a Alessandro y se encoge de hombros como diciendo: «Qué mierda, me toca seguir mintiendo.»
Niki
¿Qué pasa, mamá?
Olly acaba de llamar hace un momento. Dice que no le coges el móvil.
Niki levanta los ojos al cielo. La articulación de sus labios no deja lugar a dudas. Mierda, mierda, mierda. Alessandro la mira sin comprender absolutamente nada de lo que está sucediendo. Niki da unas patadas al suelo.
No me he explicado bien, mamá. Hasta hace poco he estado con Olly, luego ella no quería venir al centro y nos hemos despedido. Le he dicho que me iba para casa, pero después he decidido venir sola. Me ha dejado en el ciclomotor.
Imposible. Me ha dicho que durante el recreo te había acompañado al mecánico. ¿Cuándo lo has recogido?
Mierda, mierda, mierda. La misma escena de antes con Alessandro, que cada vez entiende menos lo que está pasando.
Pero, mamá, ¿no lo entiendes? Que me venía en el ciclomotor se lo he dicho a ella porque no me gusta cómo conduce, tengo miedo de ir detrás.
¿Sí? Y entonces, ¿con quién piensas volver?
Me he encontrado con un amigo.
¿Tu novio?
No, mamá Él es ya un ex Ya te he dicho que lo hemos dejado. Se trata de otro amigo.
Silencio.
¿Lo conozco?
No, no lo conoces.
¿Y por qué no lo conozco?
Y yo qué sé, mamá, a lo mejor un día lo conoces, qué sé yo
Yo lo único que sé es que me estás contando mentiras. ¿No nos habíamos prometido que siempre nos lo diríamos todo?
Mamá -Niki baja un poco la voz y se vuelve un poco-, ahora mismo estoy con él. ¿No podríamos suspender este interrogatorio?
Ok. ¿Cuándo vas a volver?
Pronto.
¿Pronto cuándo? Niki, acuérdate que tienes que estudiar.
Pronto, mamá, te he dicho pronto. -Y cuelga-. Jo, cuando quiere mi madre puede ser muy pesada.
¿Peor que la Bernardi?
Niki sonríe.
No sabría decirlo. -Después se vuelve hacia el camarero-. ¿Me trae otro?
¿Lo mismo? ¿Kiwi y fresa?
Sí, estaba de muerte.
Alessandro se acaba el suyo y arroja el vaso de plástico en el cesto que hay junto a la caja.
¿Te vas a tomar otro, Niki?
¿Qué te importa? Pago yo.
No, no lo digo por eso. Es que dos son demasiado, ¿no te parece?
¿Sabes?, sólo hay una persona capaz de superar a mi madre y a la Bernardi.
Creo que sé de quién se trata.
Niki se dirige hacia la caja. Alessandro se le adelanta.
Quieta, pago yo.
¿Estás de broma? He perdido la apuesta y pago yo, faltaría más. Bien, son tres batidos y un «pendiente».
La cajera la mira extrañada.
Lo siento, no tenemos batido pendiente.
Se lo explico. Yo dejo pagado otro batido además de los tres que nos hemos tomado. Si entra alguien que no tenga dinero para pagar y quiere uno, usted le dice que hay un batido pendiente. Y hace que se lo preparen
Niki le da diez euros a la cajera. Ésta marca cuatro batidos y le da dos euros de vuelta.
Es una idea bonita. ¿Es tuya?
No, es de mi amigo Alex. Bueno, en realidad se trata de una tradición napolitana. Ahora todo depende de usted.
¿De mí, en qué sentido?
Nosotros nos fiamos de usted, ¿entiende? El pendiente está en sus manos.
Claro, ya me lo has explicado y tengo que ofrecérselo a quien lo necesite.
Exacto. -Niki coge el batido que le acaban de preparar y hace ademán de salir. Pero se detiene en la puerta-. También podríamos quedarnos toda la tarde ahí fuera, para controlar Adiós.
Alessandro alarga los brazos hacia la cajera.
Lo siento, es una desconfiada.
La cajera se encoge de hombros. Alessandro da alcance a Niki, que va caminando mientras toma su batido.
Contigo, a buen entendedor pocas palabras bastan, ¿eh Niki?
Mi madre me ha enseñado que fiarse está bien y no fiarse aún mejor. Y así podría continuar durante horas. Mi madre me ha enseñado un montón de refranes. ¿Tú crees en ellos?
Y siguen así, hablando, paseando, conversando de lo divino y de lo humano, de los viajes que han hecho, de los soñados, de fiestas, de locales recién inaugurados y de los que ya han cerrado, y de otras novedades, capaces de escucharse, de reír, y de olvidar, por un momento, esos veinte años de diferencia.
¿Me dejas probar tu batido?
Ah, ¿ahora sí?
Si te has pedido otro es que tiene que ser bueno.
Toma. -Niki le pasa el vaso.
Alessandro aparta la caña y bebe un sorbo directamente del vaso. Luego se lo devuelve.
Hummm, has hecho bien en pedir otro. Está bueno de verdad.
Has apartado la cañita. ¿Tan remilgado eres?
No es por mí, es que a lo mejor te molestaba a ti. Beber con la misma cañita es un poco como besarse.
Niki lo mira y sonríe.
En realidad, no. Es diferente. Muy diferente.
Silencio. Se quedan un rato mirándose a los ojos. Luego Niki vuelve a pasarle el vaso.
¿Un poco más?
Sí, gracias. -Esa vez Alessandro bebe directamente con la pajita. Y la mira. Fijamente. Con intensidad.
Ahora es como si me hubieses besado.
¿Y te ha gustado?
Hummm, sí, mucho. ¡Era un beso con sabor a kiwi y fresa!
Y se miran. Y sonríen. Y por un momento no se sabe bien quién es el más maduro. O inmaduro. De repente, algo los devuelve a la realidad. Suena el Motorola de Alessandro.
Niki resopla.
¿Qué ocurre? ¿Otra vez de tu oficina?
Alessandro mira la pantalla.
No. Peor. ¿Sí?
Hola, tesoro, ¿cómo estás?
Hola, mamá.
¿Estás en la oficina? ¿Con el director? ¿Estás reunido?
No, mamá.
Alessandro mira a Niki y se encoge de hombros. Después tapa el micrófono con la mano.
La mía es peor que la tuya y la Bernardi juntas.
Niki se echa a reír.
¿Y dónde estás entonces?
En via del Corso.
Ah, de compras.
No, por trabajo. Una investigación. Estamos estudiando a la gente para entender mejor cómo entrar en el mercado.
Qué bien. Me parece una buena idea. En el fondo, la gente es la que escoge, ¿no?
Así es.
Oye, ¿te vienes a cenar a casa el viernes por la noche? Vendrán también tus hermanas con sus maridos e hijos. Podrías venir con Elena. Nos encantaría.
Mamá, ahora mismo no te lo puedo decir, tengo que mirar mi agenda.
Venga, no te hagas el ocupado con nosotros.
Es que estoy ocupado, mamá.
¡Sí, pero puedes andar de parranda por el centro!
¡Ya te he dicho que se trata de un estudio de mercado!
Eso se lo cuentas a tus jefes, no a mí. Debes de estar de paseo, divirtiéndote con esos amigos tuyos tan vagos Vale, intenta venir el viernes por la noche, ¿de acuerdo? -Y cuelga.
Niki alza las cejas.
Dime una cosa: ¿cuántos años tienes?
Treinta y seis.
Ah, te hacía mayor.
Vaya, muchas gracias
No me has entendido. No me refería a la edad. Es por cómo te vistes, por tu manera de actuar, por tu cultura.