Perdona Pero Quiero Casarme Contigo - Федерико Моччиа 2 стр.


Eso sí que no. Esta vez no. Olly prueba a intervenir:

 Ésta la hice para sentirme ya un poco parte de ustedes

Egidio la mira por encima de la montura de sus gafas. La escruta intensamente. Olly se siente cohibida y desvía la mirada hacia la pared que tiene a su derecha. Y lo ve. Allí, a la vista de todos, encima de un valioso mueble de madera de estilo moderno. Un gran y precioso trofeo con una placa debajo: «A Egidio Lamberti, el Eddy de la moda y del buen gusto. British Fashion Awards.» Sigue mirando. En la pared hay colgados otros reconocimientos. Mittelmoda. Premio al mejor estilista joven de 1995. Y varios diplomas y placas más. Y todos llevan su nombre. No Egidio, sino Eddy. Esto mejora; al menos, el nombre.

Olly se vuelve de nuevo y lo mira. Egidio-Eddy sigue escrutándola con la reelaboración de Photoshop todavía en la mano.

 A ver si lo entiendo ¿Me está diciendo que para sentirse más próxima a nosotros nos ha robado un anuncio? ¿Es ése su concepto de creatividad?

Olly está desconcertada. No logra reaccionar. Siente que se le saltan las lágrimas, pero recupera el dominio de sí misma una vez más. Contiene el llanto y la recuerda. La frase que siempre escribía en el diario del colegio. Todos los años, copiándola una y otra vez bajo el horario de tutoría de los profesores. «Los buenos artistas copian, los grandes artistas roban.» Y, sin darse cuenta, la dice en voz alta.

Egidio-Eddy la mira. Acto seguido mira los diseños. Luego de nuevo a Olly.

 Por el momento, usted no pasa de ser una copia.

Olly, a punto de reventar de rabia, piensa por un momento en coger todos sus trabajos y en volver a meterlos en la carpeta. Pero después, sin saber a ciencia cierta por qué, inspira profundamente por enésima vez y se contiene. Mira a Egidio-Eddy a los ojos. No se había percatado de hasta qué punto son azules. Y espera la frase conteniendo el aliento. En estado de apnea.

 Entonces, ¿he sido seleccionada para las prácticas o no?

Él se queda pensativo. Vuelve a mirar la pantalla del ordenador portátil. Teclea algo.

 De todas las personas que he visto hasta ahora usted es, de todas formas, la menos desastrosa. Pero sólo porque parece lista -Acto seguido, alza los ojos y la mira-. Y, según parece, tiene carácter. Sus trabajos, en cambio, son lamentables. Puedo asignarla al departamento de Marketing, dado que le gustan tanto nuestras campañas publicitarias Claro está, al principio tendrá que limitarse a las consabidas fotocopias y al café, y a ordenar algunos de los archivos de direcciones que usamos para mandar invitaciones y publicidad. Pero no debe sentirse denigrada por eso. Nadie entiende nunca, en especial ustedes, los jóvenes de hoy, cuánto se puede aprender escuchando y moviéndose aparentemente al margen del centro de la escena. Donde las cosas suceden. Veamos si es lo bastante humilde para resistir, después hablaremos Ahora coja esos dibujos dignos de un alumno de preescolar y váyase. Nos vemos mañana por la mañana a las ocho y media. -La mira por última vez a los ojos-. Sea puntual.

Puntual como tú, piensa Olly mientras recoge sus dibujos y sus fotografías y los mete de nuevo en la carpeta. Egidio-Eddy vuelve a concentrarse en el ordenador.

Olly se levanta.

 Entonces, hasta mañana. Buenas tardes.

Él no le contesta. Olly cierra la puerta a sus espaldas. Nada más salir, se apoya en ella. Alza la mirada al techo. Después cierra los ojos y resopla.

 Es duro, ¿eh? -Olly abre los ojos de golpe. Un chico casi tan alto como ella, moreno, con unos ojos verdes intensísimos, un par de gafas de montura al aire y una expresión divertida la está observando-. Lo sé, Eddy parece despiadado. A decir verdad, lo es, pero si lo convences todo irá sobre ruedas.

 ¿Seguro? No lo sé ¡Además, es la primera vez que un hombre no me mira ni por un instante! Quiero decir que, mientras estaba ahí dentro, se me ha ocurrido de todo: ¿tengo veinte años y estoy envejeciendo ya? ¿Soy cada vez más fea? En fin, ¡que ese tipo te deprime al instante! ¡Me ha destrozado!

 No, eso no tiene nada que ver, él es así. Excéntrico. Perfeccionista. Despiadado. Pero también es fantástico, genial y, sobre todo, capaz de descubrir nuevos talentos como nadie de los que trabajan aquí. Pero bueno, dime, ¿te ha echado o no?

 Me ha dicho que mañana me pondrá a hacer fotocopias. Un bonito comienzo

 ¿Bromeas? ¡Es un comienzo estupendo! No tienes ni idea de a cuánta gente le gustaría estar en tu lugar.

 Caramba, pues estamos buenos en Italia si la gente sólo aspira a hacer fotocopias. Sin embargo, dado que, por lo visto, es la única manera de aprender algo sobre moda y diseño aquí, acepto

El chico sonríe.

 ¡Muy bien, eso es! Sabia y paciente. Por cierto, me llamo -y mientras tiende la mano para presentarse, los folios que lleva bajo el brazo caen al suelo y se desperdigan por todas partes. Algunos bajan volando por la gran escalinata.

Olly se echa a reír. El chico se ruboriza avergonzado.

 Me llamo Torpe, así me -dice, y se agacha para recogerlos.

Ella se arrodilla para ayudarlo.

 Sí, Torpe es el apellido, ¿y el nombre? -le sonríe.

El chico se siente aliviado.

 Simone, me llamo Simone Trabajo aquí desde hace dos años, en el departamento de Marketing.

 No, no me lo puedo creer.

 Créetelo, trabajo allí.

 Yo también. A partir de mañana, si tienes que hacer fotocopias, dámelas a mí. Eddy ha decidido que empezaré por ahí, dado que mis dibujos dan pena.

 ¡Caramba! ¡En ese caso te pasaré un montón de folios!

 ¡Eh! Me parece que ya has empezado -y mientras habla sigue recogiendo.

Simone la mira abochornado.

 Es verdad, perdóname, tienes razón. Yo lo haré, has sido muy amable. Si tienes que marcharte, vete

Olly recoge unos cuantos folios más, baja algunos peldaños de la escalinata y busca los que han ido a parar ahí. Sube de nuevo y se los da a Simone. Después mira el reloj. ¡Ostras! Las siete.

 Bueno, me voy.

Simone agrupa todas las hojas y se levanta.

 Claro, imagino que tendrás muchas cosas que hacer. ¡Mira que a partir de mañana tendrás poco tiempo libre! ¡Aprovecha esta noche!

Olly se despide y baja la escalinata. Esa frase le huele a sentencia. En cualquier caso, es cómico. Un poco torpe pero cómico. Simone la contempla mientras ella se aleja. Ágil, esbelta, erguida. Guapa. Sí, es muy guapa. Y la idea de poder verla al día siguiente haciendo fotocopias lo anima. Olly espera a que la puerta de cristal se abra. Saluda a las dos recepcionistas. Acto seguido, abandona el edificio. Da algunos pasos, cruza el gran portón eléctrico y cuando está a punto de llegar junto a su moto lo ve. Está en el coche. En su nuevo Fiat 500 blanco con bandas negras a los lados. Le hace luces. Olly levanta la mano y lo saluda risueña. Se acerca a él corriendo y abre al vuelo la puerta.

 ¡Caramba, Giampi! ¿Qué haces aquí? -Le planta un beso en la boca-. ¡Me alegro mucho de verte! ¡No me lo esperaba!

 Cariño, sabía que era un día importante para ti y he pensado en pasar a recogerte. Deja la moto aquí, después te traigo yo -dice Giampi mientras mete la primera.

 ¡Está bien, genial! Es una de esas veces en que realmente me alegro de que existas

Giampi la mira, falsamente disgustado.

 ¿Por qué? ¿Las otras no?

 También, ¡pero hoy necesito un poco de amor!

Giampi vuelve a sonreír. Si bien esa palabra lo agobia un poco, disimula.

 Cuéntame, ¿cómo te ha ido?

 Diría que ha sido poco menos que desastroso Pero lo conseguiré -y Olly decide contárselo todo mientras se dirigen hacia el centro dejando a sus espaldas el gran edificio.

Cuatro

Niki llega corriendo a la universidad. Aparca la moto fuera, bloquea la rueda y cruza la verja que lleva al jardín rodeada de un numeroso grupo de gente. Avanza a toda prisa entre los setos verdes, muy cuidados, entre los surtidores de las fuentes que hay a los bordes del camino hasta llegar a la escalinata de su facultad. En los escalones hay sentados varios chicos. Reconoce a los de su curso en el murete: Marco y Sara, Luca y Barbara, y a su nueva amiga Giulia.

 Eh, ¿qué hacéis aquí fuera? ¿Por qué no estáis en clase?

Luca hojea veloz las páginas de Repubblica, que por lo visto ha leído ya.

 Es por la ocupación de la Ola, el movimiento estudiantil

Por un instante, a Niki le entran ganas de echarse a reír. Piensa en Diletta, en Erica y, sobre todo, en Olly. Una Ola «ocupada» por ¡vete a saber quién! ¡Ojalá eso nunca ocurra! Pero luego vuelve a ponerse seria. Sabe de sobra que no se trata de una de ellas.

 ¡Hoy también! Menudo coñazo. Tenía una clase genial de literatura comparada. Por una vez que hay algo interesante

Luego, de repente, esa voz a sus espaldas. Nueva, desconocida, que oculta una sonrisa

 «Tú, forma silenciosa, atormentas y despedazas nuestra razón como la eternidad.»

Le gustan esas palabras. Se vuelve risueña y ve a un chico desconocido. Alto, delgado, con el pelo largo y un poco rizado. Tiene una bonita sonrisa. Gira alrededor de ella casi olfateándola, perdiéndose en su pelo, y sin embargo, sin acercarse demasiado, sin tocarla, rozándola con la respiración. Y con otras palabras.

 «Nada es estable en el mundo. El tumulto es vuestra única música.»

Niki arquea las cejas.

 No es tuya.

Él sonríe.

 Es cierto. De hecho, es de Keats, pero te la regalo si quieres.

Luca abraza a Barbara.

 No le hagas caso, Niki, es Guido Nos conocemos desde que éramos pequeños. Ha vivido fuera porque su padre es diplomático. Volvió el año pasado.

Guido lo interrumpe.

 Kenia, Japón, Brasil, Argentina. He estado en el punto en el que confluyen ambos países, en las cataratas de Iguazú. Donde se forman unos arco iris mágicos. Donde van a beber los capibaras cansados y los jóvenes jaguares, donde los animales de la selva viven tranquilos.

Luca sonríe.

 Y donde las mujeres de las tribus van a bañarse al atardecer. Todavía conservo las fotos que me mandaste.

 Tienes el alma sucia, era un reportaje fotográfico de inocentes crepúsculos, sobre la mágica armonía que une a los hombres con los animales.

 Bah, puede ser Yo sólo recuerdo a unas mujeres guapísimas y, sobre todo, completamente desnudas.

 Porque sólo reparaste en esas

Barbara da un empujón a Luca.

 Perdona, ¿eh?, pero ¿dónde están esas fotos? Yo jamás las he visto.

Él la abraza sonriente.

 Las tiré hace dos años Poco antes de conocerte -dice, e intenta besarla, pero Barbara se escabulle por debajo.

 Sí, sí, en cuanto vaya a tu casa las buscaré por los cajones

Luca abre los brazos y, a continuación, se lleva una mano al pecho y levanta la otra hacia el cielo.

 Te lo juro, tesoro ¡Las tiré! Y, en cualquier caso, era él quien me llevaba por el camino de la perdición

Barbara lo empuja de nuevo.

 ¿Lo has entendido, Niki? Cuidado con Guido: le gustan la poesía y el surf pero, sobre todo, las chicas guapas.

Guido abre los brazos.

 No entiendo por qué me describís así Me matriculé en filología con la única intención de estudiar. Sí, es verdad, me gusta el surf. Me encantan las olas porque, como decía Eugene O'Neill, sólo somos verdaderamente libres en el mar. Y en lo referente a las chicas guapas, bueno, es cierto -se acerca a Niki y le sonríe-, uno las mira -vuelve a rodearla examinándola de arriba abajo-, observa cómo van vestidas, se divierte apreciando lo que han elegido Imagina ¿Para qué sirve una mujer guapa sin más? Para alardear frente a los demás. ¿Y quiénes son los demás? La apariencia por sí sola no basta para vivir. ¿Y la belleza de su espíritu, en cambio? Ésa se reserva a los verdaderos amigos; pues bien, de ésa me gustaría vivir

Guido tiende la mano en dirección a Niki.

 ¿Quieres que seamos amigos?

Niki lo mira, después observa su mano, luego de nuevo sus ojos. Son bonitos, piensa. Aun así, opta por salirse por la tangente.

 Lo siento, pero este año he conocido ya a demasiada gente.

 Se encoge de hombros y se aleja.

Giulia baja del murete. -Espera, Niki, te acompaño Guido se vuelve sorprendido hacia Luca y Marco, que se están riendo de él.

 ¡Te ha ido de pena!

 Gracias a vuestra publicidad

 Es amiga nuestra

 Me gustaría que fuese también mi

 Sí, claro, tu ¡presa!

Guido sacude la cabeza.

 No tengo remedio Me juzgáis muy mal En cualquier caso, la tal Niki ha sido clara como el agua.

 ¿Qué quieres decir?

 Bueno, casi resulta banal decirlo, pero quien desprecia compra.

 Eh, ¡eso sí que no es de Keats! -Barbara baja sorprendida del murete.

 No, pero ella me ha retado y, como dice Tucídides: «Sin lugar a dudas, los verdaderos valientes son los que tienen una visión más clara de lo que les espera, ya sea la gloria o el peligro, y a pesar de ello lo afrontan».

Marco se echa a reír.

 ¡Sí, sí, eres un temerario!

Luca asiente con la cabeza.

 A saber si habrías estado dispuesto a enfrentarte a todos esos peligros si Niki hubiese sido un adefesio

Cinco

Erica alza los ojos del libro que está estudiando para el examen de etnología y antropología cultural. Trata de repetir mentalmente un párrafo que le parece relevante. Se rinde a la mitad y mira la página. Levanta de nuevo los ojos y vuelve a intentarlo. Nada. No le entra. Cuando pasa eso no sirve de nada insistir. De manera que se dirige hacia la cocina, llena de agua el hervidor y espera a que se caliente. Coge la tetera, el azúcar moreno y una cuchara y los coloca sobre la mesa. A continuación busca en la despensa la caja de hojalata donde guarda las bolsitas de las tisanas. La encuentra. La abre. Empieza a elegir. No tiene tantas. Ésta, no. Ésta la bebí ayer. Ésta es insípida. Ya está. Ésta está bien. Grosella, vainilla y ginseng. La saca del papel y espera. Apenas el agua rompe a hervir, apaga el fuego, la vierte en la tetera, mete la bolsita y cubre la taza con la tapa. Pasados los dos o tres minutos de rigor, la levanta, añade el azúcar y se sienta. Sopla un poco para enfriarla y bebe un sorbo. Está rica. Sabe mucho a grosella. Da otro sorbo saboreando la mezcla de aromas. Después mira la taza. Es blanca y tiene un dibujo de flores naranjas en lo alto. Marca Thun. Recuerda perfectamente la noche en que Giò se la regaló. Era antes de Navidad, hace tres años. Él sabía que Erica adoraba las tisanas y todos los utensilios para prepararlas. De manera que apareció con una caja grande de cartón que contenía la tetera, el filtro y la tapa, junto con una mezcla de té blanco, malva y carcadé. A pesar de estar cerrada, se percibía el perfume. A Erica le encantó el regalo. Sencillo pero meditado, elegido con todo cuidado, adrede. Como deben ser las sorpresas hechas con el corazón. Desde entonces la ha usado siempre. Y es un milagro que aún no la haya roto, como, en cambio, suele sucederle con las tazas. Giò. Su Giò. Qué raro. A pesar de haberlo dejado no consigo separarme de él. Las Olas me toman el pelo por eso. Dicen que no lo suelto porque no sé cortar el cordón umbilical. Que lo arrastro como si fuese un felpudo. Pero no es verdad. Quiero mucho a Giò. Es una persona estupenda. Digo yo que tengo derecho a conservarlo como amigo, ¿no? Además, si a él le parece bien Podría decirme basta, pero no lo hace. Y, en el fondo, ¿qué tiene de extraño? Hablamos, nos tomamos alguna cerveza por la tarde, nos mandamos mensajes, e-mails, chateamos en Facebook, salimos a pasear, vamos al cine, a conciertos. Y punto. No nos acostamos juntos, por descontado. Sólo somos amigos. Mejor dicho, más que amigos, porque ya hemos experimentado lo que significa estar juntos, con todas las complicaciones que eso supone, y ahora nos limitamos a lo mejor. ¿Qué tiene de extraño? ¿Sólo porque no todos son lo suficientemente maduros como para saber transformar una relación de amor en una amistad? Me alegro de no haber perdido a Giò. Erica da otro sorbo a la tisana. Además, ¿qué tiene que ver?, sé que quizá le sienta mal cuando salgo con éste o con aquél, pero yo no quiero tener novio. Y tampoco se lo cuento todo. Ni siquiera a las Olas. ¿Te imaginas, por ejemplo, que Diletta llegase a saber con cuántos chicos he salido desde que ya no estoy con Giò? Me diría que soy una superficial. Que me estoy jugando la reputación. La reputación, ésa es otra. Todo depende siempre de cómo se hacen las cosas. No es cierto. A ellas les resulta demasiado fácil hablar. Niki está con Alex. Olly se ha enamorado de Giampi. Diletta tiene a Filippo. Mantienen una relación. Se han detenido. Han decidido que así está bien, que no tienen necesidad de conocer a nadie más. Pero ¿cómo pueden saber que eso es lo que está bien? Yo, en cambio, quiero entender. Experimentar. Quiero conocer gente. Comparar. Sólo así un día podré saber si he encontrado al hombre más adecuado para mí. Lo reconoceré precisamente por eso: gracias a todos aquellos con los que he salido antes. Además, son historias sin importancia. No hago daño a nadie. Me comporto como los hombres, ¿no? A ellos no se los critica si coquetean con muchas chicas. Es la vieja historia de siempre: lo que hacen las mujeres nunca es destacable; los hombres, en cambio, son unos campeones. Por otra parte, ¿no era eso lo que hacía Olly? Y a todos les resultaba simpática por ello. Pues bien, ahora me toca a mí. Es mi vida y la vivo como me parece. Además, las únicas chicas con las que me llevo realmente bien son las Olas. Las demás son simples conocidas. Con los hombres, en cambio, todo es mucho más sencillo. Son directos, sinceros y simpáticos. Con ellos no hay problemas de competición, no tengo que preocuparme de los celos para conquistar a uno. Somos iguales. Ellos y yo. Y muchas veces son incluso mejores que nosotras, las mujeres. De verdad. Por ejemplo, con Francesco ocurre eso mismo. Me gusta, es simpático, amable, estoy bien con él, pero no es mi novio. Creo que él lo ha entendido y que le parece bien. Además, si me comporto de forma sincera y espontánea, no puede ser un error. El corazón siempre lleva razón. Lo dicen las canciones, los libros, las películas. Bien mirado, lo dice hasta mi libro de etnología.

Erica apura su tisana. Acto seguido, coge la taza, la enjuaga, la pone a secar y hace lo mismo con la cucharilla. Deja el hervidor allí, con un poco de agua todavía tibia. Luego coloca el azucarero en su sitio. Hecho. Mientras se dirige a su habitación para repasar, suena el interfono. ¿Y ahora quién será? Erica mira el reloj. Son las cinco. No espero a nadie. Pasa junto a su habitación. Mira dentro. Menos mal. No se ha dado cuenta. Francesco sigue durmiendo en la cama. No ha oído nada. Erica llega a la puerta y coge el auricular del interfono.

 ¿Quién es? -pregunta, tratando de no gritar demasiado.

 Hola, corazón, ¿estás ocupada?

Erica se aparta por un instante. No es posible. ¿Qué hace allí?

 Antonio, ¿eres tú?

 Claro que soy yo, ¿quién si no? Pero ¿por qué hablas tan bajo? No entiendo nada con este tráfico Oye, ¿te apetece ir al Baretto, en el Trastevere? Esta noche han organizado un dj-set durante el aperitivo.

Erica permanece en silencio unos segundos.

 Mira, no puedo, no me encuentro muy bien, prefiero quedarme en casa -responde finalmente-. Lo dejamos para otro día, ¿te parece?

 Bueno, de acuerdo. Qué lástima. ¿Me dejas subir de todas formas a saludarte?

Erica resopla levemente.

 No, mira, me he puesto ya el pijama, de verdad. Nos vemos mañana por la mañana en la facultad, ¿vale?

Antonio guarda silencio un momento. A continuación hace una pequeña mueca.

 Está bien, como quieras -y se aleja un poco molesto, ajustándose los pantalones de cintura baja de los que asoma una cinta elástica donde figura escrita la marca Richmond.

Le apetecía mucho tomar el aperitivo con ella. Desde que se conocen sólo han salido algunas veces, pero le gustaría profundizar. Sólo que ella parece siempre tan huidiza

Erica se aleja del interfono y vuelve a su dormitorio. Francesco sigue durmiendo. Salta sobre la cama.

 Oh, vamos, ¡te pasas la vida durmiendo! -exclama, y lo sacude un poco.

Él abre un ojo y la mira de medio lado. Después se vuelve sobre un costado.

 Pero bueno, ¿te despiertas o no? ¡¿Cómo puedes dormir con una mujer tan guapa a tu lado?!

Francesco se incorpora ligeramente.

 Bueno, en fin, eso de una mujer tan guapa

Erica le da un golpe en el hombro.

 ¡Ay! Es verdad -Francesco parece haberse despertado-. Ahora que te miro mejor, sí, perdona, eres preciosa, mucho más. ¿Te habré conocido en un sueño?

 Sí, vale, por esta vez pase, pero la próxima te echo de casa desnudo

Erica baja de la cama y se sienta de nuevo delante del libro.

 ¿Me ayudas a repasar esto para ver si lo sé?

Francesco resopla.

 No, vamos, no me apetece Dame el iPod, quiero escuchar un poco de música y volver a soñar contigo

Erica sonríe. Bueno, al menos sabe hacer cumplidos. Se inclina sobre el escritorio, coge el reproductor de música y se lo lanza a Francesco. A continuación mira el libro. Bueno, repasaré sola. Quiero quedar bien con el profesor Giannotti en el examen de la semana próxima. Tengo que dejarlo boquiabierto. Y no porque ese examen me importe demasiado, ¡sino porque el profe está como un tren! Me gusta muchísimo. Y hacer un buen examen es, a buen seguro, el mejor modo de impresionarlo.

Seis

Cristina está ordenando algunos cajones del mueble de su dormitorio. Encuentra algunas camisetas de Flavio dobladas. Las coge. Las mira. Siente ternura y rabia hacia su marido. Las aprieta, las olfatea. Recuerda cuando las compró, cuando se las vio puestas. Todos los momentos. ¿Cuántos años llevan casados? Ocho. Han superado la denominada crisis de los siete años. Pero eso son sólo habladurías. Leyendas urbanas. Asignar un número al amor, una edad a la crisis. ¿Para qué sirve? Estúpido cinismo humano. Y, de repente, se acuerda del día en que compró esa camiseta en particular, cuando él se la puso por primera vez. Después, al meterla de nuevo en el cajón nota, escondida un poco más abajo, una nota. Se extraña. El papel es de color marfil, tipo pergamino. En un principio no le recuerda nada. Después la abre. El corazón le da un vuelco. Reconocerla caligrafía. Precisa. Seca. Ligeramente inclinada hacia adelante. Lee la fecha escrita a la derecha. Año 2000. El primero del nuevo milenio. 14 de febrero. San Valentín. Y empieza a leerla.

Amor. La palabra de San Valentín. La palabra de este día que acaba de empezar. Amor. Tu segundo nombre. Estoy sentado a la mesa de la cocina. A buen seguro, tú estarás durmiendo. Es de noche. Mañana te dejaré esta carta bajo la puerta. Te imagino mientras sales de casa todavía medio dormida y la ves. Tus preciosos ojos se iluminan. Te agachas, la coges y la abres. Y empiezas a leerla. Y, espero, a sonreír. Una carta, una pequeña carta que trata de contener una gran historia, la nuestra. Mi agradecimiento por el modo en que haces que me sienta. No creo que dos folios sean suficientes, pero aun así lo intentaré. Porque no puedo evitarlo.

Dicen que no se puede hablar de amor, sino sólo vivirlo. Es cierto. Yo también lo creo así. Si conozco el amor es únicamente porque tú me lo has hecho vivir y respirar. Lo he aprendido contigo. Aunque después he entendido que, en realidad, no se aprende nada.

Se vive y basta, juntos, cercanos y cómplices. El amor eres tú. El amor soy yo cuando estoy contigo. Feliz. Sereno. Mejor. Todavía recuerdo la primera vez que te vi. Guapísima. En medio de la pista de esa pequeña discoteca del Trastevere. Bailabas, te movías suavemente junto a tu amiga. Llevabas un vestidito azul claro con unas hombreras finas que se balanceaban contigo. El pelo oscuro, rizado y suelto sobre los hombros. Seguías el ritmo con los ojos cerrados. Te vi y de golpe no pude dejar de mirarte. Mis amigos querían cambiar de local, pero yo quise quedarme. Me precipité a la barra del bar, pedí dos bebidas, me deslicé entre la gente con los vasos en alto para que nadie pudiese darles un golpe, y me acerqué a ti de espaldas mientras bailabas. Tu amiga se dio cuenta, te hizo un gesto con la barbilla y tú te volviste. De cerca eras aún más guapa. Te sonreí y te ofrecí uno de los vasos. Al principio pusiste cara seria, hiciste una especie de mueca, pero luego me sonreíste. Aceptaste el vaso y brindamos, dos desconocidos en medio de una pista de baile. Después hablamos. No sólo eras guapa, también simpática. A medida que te he ido conociendo he ido descubriendo tus mil cualidades. Soy un hombre afortunado. Mucho. Y cuando pienso en todo lo que hemos hecho juntos sonrío de felicidad. Nuestras minivacaciones en Londres, cuando cogimos el avión el viernes y regresamos el domingo. Los locos paseos por el Soho, la cena, hacer el amor en ese parque a riesgo de ser descubiertos. Y reír. E intentar hablar bien el inglés. Y meter la pata. Y luego, la vez que fuimos a Stromboli, en que caminamos cogidos de la mano por esos callejones estrechos y flanqueados por unas casas blancas y bajas, preciosas, llenas de plantas y de flores. Y la subida al volcán. Y las cenas de pescado en las terrazas de los pequeños restaurantes. Y la risa que me entró cuando te subiste a ese burro que se hacía el sueco cada vez que querías que doblase a la izquierda, y tú con esa cara tan cómica, un poco desesperada, propia del que se rinde. Y de nuevo nuestras veladas romanas, nuestros paseos hasta altas horas de la noche en los que jamás nos aburríamos, siempre teníamos mil cosas que decimos y que contarnos. Después nos besábamos de repente y sentía la suavidad de tus labios apenas cubiertos de ese brillo con sabor a fruta que tanto te gusta. Cualquier noche, incluso la más sencilla, resulta especial contigo. No hace falta nada. Poco importa dónde estemos, a mí me parece siempre una fiesta. E incluso cuando reñimos, en contadas ocasiones, a decir verdad, en el fondo me diviertes. Porque dura poco y después hacemos siempre las paces.

Tengo mil recuerdos espléndidos de ti. A medida que pasa el tiempo me enamoro más y más de ti. Más de lo que creía posible. Te quiero cuando sonríes. Te quiero cuando te conmueves. Te quiero mientras comes. Te quiero el sábado por la noche cuando vamos al pub. Te quiero el lunes por la mañana, mientras sigues somnolienta. Te quiero cuando cantas a voz en grito en los conciertos. Te quiero cuando nos despertamos juntos por la mañana y no encuentras las zapatillas para ir al baño. Te quiero bajo la ducha. Te quiero en la playa. Te quiero por la noche. Te quiero al atardecer. Te quiero a mediodía. Te quiero ahora mientras lees mi carta, mi felicitación de San Valentín, y quizá te preguntas si no estaré un poco loco. Y no te equivocas. Y ahora, arréglate. Sal. Vive tu día. Disfruta de mi pensamiento que trata de arrancarte una nueva sonrisa para verte resplandecer con toda tu belleza. Felicidades, amor mío Pasaré a recogerte dentro de una hora. ¡Las sorpresas no se acaban aquí!

A los ojos de Cristina asoman dos lágrimas, permanecen suspendidas durante unos segundos y a continuación se deslizan por sus mejillas. Qué dulce era. Qué diferente era todo. Cuántas ganas de sorprender, de estar juntos, de quererse. Éramos especiales. Creíamos que éramos únicos, el uno para el otro. Nosotros. Los demás quedaban en segundo lugar. El mundo. ¿Y ahora? ¿Adónde ha ido a parar todo eso? ¿Dónde se ha perdido? ¿Por qué me siento así? Sigue leyendo las hermosas palabras que Flavio escribió hace tantos años sin dejar de llorar. Pensando en su larga historia, en la primera vez que lo vio. En lo mucho que le gustó. Era guapísimo. Y le parece imposible que todo haya cambiado tanto.

Siete

El sol cae en picado sobre las rampas del Pincio. Algún turista vestido con ropa multicolor observa admirado la piazza del Popolo, señala con el dedo algún detalle, un escorzo, o quizá una nueva meta que alcanzar. Una pareja de japoneses manejan una minúscula cámara digital estudiando los diferentes encuadres y sueltan una risita chillona cuando por fin dan con el mejor.

 Cuidado, vas a pasar por delante de ellos.

 Y a mí qué me importa, oye.

Diletta camina de improviso un poco más altiva y, con una sonrisa socarrona, se interpone entre el objetivo y el blanco destinado a ser inmortalizado. El japonés se detiene, risueño. Espera. Diletta pasa y le sonríe a su vez. El japonés vuelve a intentarlo pero se ve obligado a detenerse de nuevo.

 Diletta

 Oh, vamos, yo no tengo la culpa de que se me haya olvidado decirte una cosa -y regresa exactamente al punto de partida, en tanto que el japonés empieza a ponerse nervioso-. Quería decirte que -Le planta un beso en la boca.

Filippo se echa a reír.

 Qué idiota eres ¿No podías esperar?

 No. Ya sabes lo que dicen: no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy.

 ¡Estoy con un genio! ¡Una redactora publicitaria! -Filippo le da unos pellizcos en las mejillas.

 ¡Ay! ¡No, el talento para la publicidad es de otro! A propósito, tengo que confirmar la cita con Niki -y saca el móvil del bolsillo de la cazadora. Lo abre y empieza a teclear un sms a toda velocidad.

 ¿Qué confirmas?

 Pues la cena. Ya te he dicho que esta noche voy a casa de Niki ¡Es más, luego hemos quedado para hacer la compra!

 ¡Vaya! ¿Y quién cocina?

 Qué más te da, a ti no te han invitado

 ¡No, pero no quiero que envenenen a mi amor! Aún recuerdo la última vez, ¡el dolor de tripa te duró todo el día!

 ¡Me enfrié!

 ¡Eso, tú siempre defendiendo a tus Olas!

 Por supuesto, quisiste hundirlas para ocupar su puesto en mi corazón Pero tú ocupas ya todo el espacio ¿Acaso pretendes convertirte en un tirano cruel y despiadado?

Filippo se ríe e intenta morderle.

 Sí, quiero comerte entera. Toda mía, sólo mía.

Y siguen bromeando mientras caminan por la hierba y observan a los transeúntes. Alguna madre lee una revista mientras sus hijos juegan junto al banco donde ella está sentada o un poco apartados, lo suficiente para eludir su control y poder, quizá, ensuciarse los pantalones cuando se lanzan sobre la hierba para detener el balón. Una pareja de ancianos pasea por su lado conversando. Ella sonríe, él la abraza ligeramente.

Diletta se vuelve de golpe.

 Espero que no me dejes cuando sea así

 Depende.

 ¿De qué, perdona?

 ¡De que tú no me hayas dejado antes!

El móvil de Diletta vibra emitiendo un leve sonido semejante al tintineo de las monedas.

 ¡Oh, se te está cayendo el dinero!

 ¡De eso nada! Es el sonido de los mensajes; parece el ruido que hacen los céntimos al caer, es genial, la gente se lo traga siempre. ¡Incluso tú! -Diletta abre el móvil y lee de prisa-. Perfecto. Confirmado.

Dentro de una hora en la piazza dei Giuochi Istmici ¿Sabes qué voy a hacer? Llevaré ese helado tan rico de San Crispino Nunca lo han probado, todavía se pirran por el chocolate que venden en el Alaska ¿Qué me dices?

Filippo empieza a canturrear sin apenas escucharla.

 Helado de chocolate con tomate, tú, helado de chocolate -y hace un amago de morder a Diletta, que se echa a reír.

Abandonan el Pincio abrazados, serenos, ignorando el nuevo e increíble cambio que está a punto de producirse en sus vidas.

Ocho

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