La isla del tesoro - Роберт Льюис Стивенсон 3 стр.


 ¡Rom! me repitió, necesito irme de aquí rom! rom!

Corrí á buscárselo; pero con la excitación que los sucesos ocurridos me habían ocasionado, rompí un vaso, obstruí la llave, y cuando todavía estaba yo procurando despacharme lo mejor posible, escuché el golpe ruidoso y pesado de una persona que se desplomaba en la sala. Acudí corriendo y me encontré con el cuerpo del Capitán tendido de largo á largo sobre el suelo. En el mismo instante, mi madre, á quien habían alarmado las voces y rumores de la pelea, descendía corriendo la escalera para venir en mi ayuda. Entre ambos levantamos la cabeza al Capitán, que respiraba fuerte y penosamente, pero cuyos ojos estaban cerrados y en cuya cara aparecía un color horrible.

 ¡Cielos, cielos santos! grito mi madre, ¡qué desgracia sobre nuestra casa, y con tu pobre padre enfermo!

Entre tanto á mí no se me ocurría la más insignificante idea sobre lo que pudiera hacerse para socorrer al Capitán, pareciéndome seguro que había sido herido de muerte en su encarnizado combate con aquel extraño. Traje el rom para asegurarme de ello y traté de hacerlo pasar á su garganta; pero tenía los dientes terriblemente apretados los unos contra los otros y sus quijadas estaban tan duras como si hubieran sido de acero. Fué para nosotros, entonces, un grandísimo alivio el ver abrirse la puerta y aparecer en ella al Doctor Livesey que venía á hacer á mi padre su visita cuotidiana.

 ¡Oh, Doctor! exclamamos mi madre y yo á la vez. ¿qué haremos? ¿en dónde estará herido?

 ¿Herido? dijo el Doctor; ¡qué va á estarlo! ni más ni menos que ustedes ó yo. Este hombre acaba de tener un ataque como yo se lo había pronosticado. Ahora bien, Mrs. Hawkins, corra Vd. arriba y, si es posible, no diga Vd. á nuestro enfermo ni una palabra de lo que pasa. Por mi parte, mi deber es tratar de hacer cuanto pueda por salvar la vida tres veces inútil de este hombre. Anda pues, tú, Jim, y trae luego una palangana.

Cuando volví, trayendo lo que se me pidió, el Doctor había ya descubierto el nervudo brazo del Capitán, desembarazándolo de sus mangas. Todo él aparecía pintado con esas figuras indelebles que se dibujan en el cuerpo los marineros y los presidiarios. Buena suerte decía una de sus inscripciones; y en otras, Vientos prósperos, Caprichos de Billy Bones se podía leer en caracteres claros y cuidadosamente ejecutados sobre el antebrazo. Un poco más arriba, cerca del hombro, se veía un esbozo de patíbulo y pendiente de él un hombre ahorcado, todo ello, según á mí me pareció, ejecutado con bastante destreza y propiedad.

 ¡Profético! dijo el Doctor, tocando este último dibujo con su dedo. Y ahora, Maese Billy Bones, si tal es su nombre, vamos á ver de qué color es su sangre. Jim, añadió, ¿tendrás tú miedo de la sangre?

 No, señor, le contesté.

 Está bien, replicó él; entonces ténme la palangana.

Tomó acto continuo su lanceta y con gran habilidad picó una vena.

Una gran cantidad de sangre salió antes de que el Capitán abriera los ojos y echase en torno suyo una mirada vaga y anublada. Reconoció luego al Doctor á quien miró con un ceño imposible de equivocar; en seguida me miró á mí y mi presencia pareció aliviarlo un tanto. Pero de repente su color cambió de nuevo; trató de enderezarse por sí solo y exclamó:

 ¿Dónde está Black Dog?

 Aquí no hay ningún Black Dog, díjole el Doctor, como no sea el que tiene Vd. dibujado sobre su espalda. Ha seguido Vd. bebiendo rom, y como yo se lo había anticipado ha venido un ataque. Muy contra mi voluntad me he visto obligado, por deber, á socorrerle, pudiendo decir que casi lo he sacado á Vd. de la sepultura. Y ahora Maese Bones

 Ese no es mi nombre, interrumpió él.

 No importa, replicó el Doctor, es el nombre de cierto filibustero á quien yo conozco y le llamo á Vd. por él en gracia de la brevedad. Lo único que tengo, pues, que añadir es esto: un vaso de rom no le haría á Vd. ningún daño; pero si Vd. toma uno, tomará otro, y otro después, y apostaría mi peluca á que, si no se contiene pronto y á tiempo, se morirá muy en breve ¿entiende Vd. esto? se morirá y se irá al mismísimo infierno, que es su propio lugar, como lo reza la Biblia. Ahora, vamos, haga un esfuerzo. Yo le ayudaré, por esta vez, á llevarlo á su cama.

Entre los dos, y no sin mucho trabajo, nos dimos trazas de llevarlo arriba, á su cuarto y acostarlo sobre su lecho, en el cual dejó caer pesadamente la cabeza sobre la almohada como si se sintiera desmayar.

 Ahora, recuérdelo bien, dijo el Doctor, para descargo de mi conciencia debo repetirle que, para Vd. rom y muerte son dos palabras que significan lo mismo.

Dicho esto se alejó de allí para ir á ver á mi padre, tomándome del brazo para que me fuese con él.

 Eso no es nada, dijo en cuanto hubo cerrado tras de sí la puerta. Le he sacado sangre suficiente para poderlo mantener bien por bastante tiempo. Debe quedarse por una semana en cama: eso es lo menos malo para él y para Vds.; pero un nuevo ataque le traerá la muerte inevitablemente.

CAPÍTULO III

EL DISCO NEGRO

Á ESO de medio día lleguéme al cuarto del Capitán llevándole algunos refrigerantes y medicinas. Lo encontré acostado casi en la misma posición en que lo habíamos dejado, nada más que un poco más hacia arriba y me pareció al mismo tiempo débil y excitado.

 Jim, me dijo, tú eres aquí el único que vale algo y ya sabes muy bien que yo siempre he sido bueno para contigo. Jamás he dejado de darte cada mes cuidadosamente tu moneda de cuatro peniques. Ahora, pues, chiquillo mira yo me siento muy abatido, y abandonado de todo el mundo por lo mismo, Jim vamos ¿vas á traerme ahora mismo un vasillo de rom, no es verdad?

 El Doctor comencé yo.

Pero él me interrumpió en una voz débil aunque animada:

 Los médicos son todos unos lampazos,2 dijo, y en cuanto á este de acá, vaya ¿qué sabe él de hombres de mar? Yo he estado en lugares tan calientes como un caldero de bréa, con mi tripulación diezmada por la fiebre amarilla, y la condenada tierra bailando como si fuese un mar con sus terremotos ¿qué sabe el Doctor de tierras como esa?  pues en ellas he vivido sólo con el rom,  puedes creerlo bien. Él ha sido para mí, bebida y alimento, cuerpo y sombra, sí señor, y si ahora no me han de dar mi rom, ya no seré más que un pobre casco viejo abandonado en una playa de sotavento mi sangre caerá sobre tí, Jim, y sobre aquel lampazo del Doctor.

Y luego continuó con lo mismo, por algún tiempo acompañándolo con maldiciones; hasta que después, cambiando de táctica, prosiguió en tono plañidero:

 Mira, Jim, cómo se agitan mis dedos; no puedo ya ni sosegarlos, ni sosegarme es que en todo este bendito día no he probado ni una gota aún, ¡ni una sola gota! Ese Doctor está loco, puedes creérmelo. Si no se me da ahora mismo un poco de rom, siento que me dará la rabia ya creo sentir en este momento algunos de sus horrores, algunas de sus visiones allí estoy viendo al viejo Flint, en ese rincón allí detrás de tí, tan claro como su imagen viva ¡oh! si me cojen estas visiones, soy hombre que ha vivido una vida bastante ruda y resucitaré á Caín! Tu mismo Doctor dijo que un vaso no me haría ningún daño. Te daré una guinea de oro por uno sólo, Jim.

Yo ví que el Capitán se ponía más y más excitado y esto me alarmó por mi padre que estaba más grave aquel día y necesitaba mucha quietud; además, tranquilizado por las palabras mismas del Doctor que se me recordaban, aunque un poco ofendido por aquel ofrecimiento de soborno le dije:

 Yo no necesito su dinero sino el que le debe Vd. á mi padre. Voy á traerle un vaso, pero no pida más porque sería inútil.

Cuando se lo hube traído lo asió con verdadera ansiedad y lo bebió de un sorbo.

 ¡Ay, ay, ay! dijo como sintiendo un grande alivio, esto ya es algo mejor, sin duda alguna. Y ahora bien, chico, ¿ha dicho ese Doctor cuanto tiempo tengo que estar acostado en este viejo camarote?

 Una semana, por lo menos, le respondí.

 ¡Mil carronadas! gritó él, ¡una semana! Esto es imposible. En ese tiempo podrían ellos enviarme su disco negro. En este mismo momento ya los vagabundos esos enderezan su proa y tratan de habérselas conmigo; vagabundos que no sabrían conservar lo que cogieron y que quieren arañar lo que pertenece á otro. ¡Vayan noramala! ¿es esa una conducta digna de marinos? quiero saberlo. Pero soy un bendito. Yo jamás he derrochado un buen dinero mío, ni lo he perdido tampoco. Yo sabré pegárselas una vez más. No les tengo miedo; les soltaré otro rizo y ya los haré virar de bordo, chico, ¡ya lo verás!

En tanto que hablaba así se había ido levantado de la cama, aunque con gran dificultad, agarrándose es la palabra agarrándose á mi hombro con una presión tan fuerte que casi me hizo llorar y moviendo sus piernas como si fuesen un peso muerto. Sus palabras que, como se ve, estaban rebosando un pensamiento activo y lleno de vida contrastaban tristemente con la debilidad de la voz en que eran pronunciadas. Cuando se hubo sentado en el borde de la cama se detuvo un poco y luego murmuró:

 Ese Doctor me ha hundido los oídos me zumban acuéstame otra vez.

Antes de que hubiera hecho gran cosa para complacerlo, él había caído ya de espaldas, en su posición anterior, en la cual permaneció silencioso por algún rato.

 Jim, me dijo al cabo, ¿viste hoy á ese marinero?

 ¿Á Black Dog? le pregunté.

 ¡Ah! ¡Black Dog! exclamó él. Black Dog es un perverso, pero hay alguien peor que lo obliga á serlo. Ahora bien, si no me es posible marcharme de aquí, de ninguna manera, y si me envían el disco negro, acuérdate que lo que ellos buscan es mi viejo cofre de á bordo Montas en un caballo.. ¿lo harás, no es cierto?.. montas en un caballo y vas á ver pues, sí no tiene remedio á ese eterno Doctor del diablo, y le dirás que se dé prisa á reunir á todas sus gentes magistrados y cosas por el estilo y que haga rumbo con ellos y los traiga aquí á bordo del Almirante Benbow lo mismo que á todo lo que haya quedado de la vieja tripulación de Flint, hombres y grumetes. Yo fuí primer piloto, sí, primer piloto del viejo Capitán Flint, y soy el único que conoce el sitio verdadero. Él me lo descubrió en Savannah, cuando estaba, como yo he estado hoy, próximo á la muerte. Pero tú no los denunciarás á menos que logren hacerme llegar su disco negro, ó en caso de que vuelvas á ver á ese Black Dog otra vez, ó á un marinero con una pierna sola á este sobre todos, Jim!

 Pero ¿qué significa eso del disco negro, Capitán? le pregunté.

 Esto no es más que una advertencia, chico, me contestó. Yo te lo explicaré si ellos logran lo que quieren. Entretanto, Jim, ten siempre tu ojo alerta y por mi honor te juro que tú serás mi socio á partes iguales.

Divagó todavía un poco más, y su voz era á cada instante más y más débil. Le dí, en seguida, su medicina, que él apuró como un niño, sin hacer la más ligera observación y añadió luego:

 Si alguna vez un marino ha querido drogas, ese soy yo ahora.

Después de decir esto cayó en un sueño profundo, muy parecido al desfallecimiento, y en ese estado lo dejé.

¿Qué es lo que yo debía haber hecho entonces para que todo hubiera salido bien? No sé. Probablemente debí haber contado todo al Doctor, porque el hecho es que yo me encontraba en una angustia mortal temiendo que, cuando menos, se arrepintiera el Capitán de sus confidencias y quisiera dar buena cuenta de mí. Pero lo que sucedió fué que mi pobre padre murió casi repentinamente aquella noche, lo que me obligó á hacer cualquiera otra cosa á un lado. Nuestra pesadumbre natural, las visitas de los vecinos, los arreglos del funeral y todo el quehacer de la posada que había que desempeñar en el interín, me tuvieron tan ocupado que apenas si tuve tiempo para acordarme entonces del Capitán, mucho menos para pensar en tenerle miedo.

Á la mañana siguiente, á lo que creo, bajó por sí solo á la sala, tomó sus alimentos, como de costumbre, sólo que comió poco y, según me temo, consumió todavía mayor cantidad de rom que de ordinario, porque él se despachó por su propia mano en la cantina, enfurruñado y soplando por la nariz, por lo cual ninguno se atrevía á contrariarlo. La noche víspera del entierro, el Capitán estaba tan borracho como siempre y era, en verdad, una cosa para sublevar contra él, en aquella casa sumida en el luto y la desolación, oirle cantar su eterna y horrible cantinela marina. Pero abatidos y tristes como estábamos, no dejaba de preocuparnos la idea del peligro de muerte en que aquel hombre estaba, tanto más cuanto que el Doctor fué violentamente llamado á muchas millas de distancia de nuestra casa para asistir á un nuevo enfermo, y ya no volvió á estar, como quien dice, al alcance de nuestra mano, después de la muerte de mi padre. He dicho que el Capitán estaba débil, y la verdad es que no sólo lo estaba, sino que parecía decaer más y más visiblemente en vez de recuperar su salud. Yo le veía subir y bajar la escalera con agitación; ya iba de la sala á la cantina, ya de la cantina á la sala; ya se medio asomaba á la puerta exterior de la casa como para aspirar las brisas salobres de la mar, sosteniéndose en las paredes, como para no caer, y respirando fuerte y aprisa como un hombre que encumbra la pendiente abrupta de una montaña. No volvió á conversar conmigo de una manera especial, y yo creo buenamente que había olvidado sus confidencias, pero su carácter se había vuelto más movible y dada su debilidad de cuerpo, mucho más violento que nunca. Tenía ahora un síntoma bien alarmante cuando estaba ebrio, y era el ponerse junto á sí, sobre la mesa, su enorme alfange ó cuchilla, desenvainada. Pero con todo esto, se preocupaba menos de los concurrentes y parecía absorto enteramente en sus propios pensamientos, sin hablar casi para nada, pero divagando un poco. Una vez, por ejemplo, con grandísima sorpresa nuestra comenzó á dejar oir un canto diferente y nuevo para nosotros: era una especie de sonatilla amorosa, de gente del campo, que él debió haber aprendido en su primera juventud, antes de que se dedicara á la carrera de marino.

Así pasaron las cosas hasta el día siguiente del entierro de mi padre. Ese día, como á las tres de una tarde nebulosa, helada y desagradable estaba yo parado hacía unos momentos á la puerta del establecimiento, lleno de tristes y desconsoladoras ideas acerca de mi pobre padre, cuando percibí á alguien que se acercaba por el camino lentamente. Era un hombre completamente ciego, porque tentaleaba delante de sí con un palo y llevaba puesta sobre sus ojos y nariz una gran venda verde. Aparecía jorobado como bajo el peso de años ó enfermedad terrible y vestía una vieja y andrajosa capa marina con capuchón, que le daba un aspecto positivamente deforme y horroroso. Yo nunca he visto en mi vida una figura más horripilante y espantable que aquella. Detúvose un instante cerca de la posada y levantando la voz en un tono de canturria extraña y gangosa lanzó al viento esta relación:

 ¿Querrá alguna alma caritativa, informar á un pobrecito ciego que ha perdido el don preciosísimo de su vista en la defensa voluntaria de su patria Inglaterra así bendiga Dios al Rey Jorge en dónde ó en qué parte de este país se encuentra ahora?

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