Horizonte Vacio - Daniel C. NARVÁEZ


Horizonte Vacio


Daniel C. NARVÁEZ

© Daniel C. NARVÁEZ, 2018


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Jukka puso el intermitente saliendo de la autovía en dirección a Elda. Había estado conduciendo toda la noche y frente a él, en el horizonte, se comenzaba a ver la claridad de un nuevo amanecer. Sabía que en un lugar de ese lejano horizonte se encontraba el Mediterráneo. Pero no era el día propicio para alcanzarlo. Había sido una típica noche de diciembre: larga, oscura, fría. Los seiscientos treinta kilómetros de recorrido se le habían hecho eternos, sólo con la ayuda de un par de bebidas cargadas de cafeína había podido aguantar al volante. Eso y la compañía de las emisoras de radio y su colección de cds de Hawkwind.

Siglas y señales lo habían martilleado durante el camino: A1, A3, A31. En el retrovisor se alejaban los nombres de poblaciones que no conocía más que por pasar junto a ellas. Seis provincias, casi a provincia por hora: Burgos, Segovia, Madrid, Cuenca, Albacete y Alicante. De recuerdo, el mal trago del Puerto de Somosierra, donde su coche había luchado con el gélido aire del exterior para poder avanzar centímetro a centímetro sobre una superficie que amenazaba con helarse cada vez más a cada minuto. Durante el trayecto había vivido las situaciones típicas: el juego limpio de los camioneros indicando con los intermitentes la posibilidad de adelantar; el cabreo ante el típico acosador pegado al maletero del coche con las luces largas encendidas; los frenazos al avisar el navegador GPS con un pitido agudo la cercanía de un radar; la desgana de los dependientes de las áreas de servicio al pedir la llave del aseo. En definitiva, el fascinante mundo de la conducción nocturna.

Curiosamente este viaje no entraba en sus planes. Pero allí estaba, entrando en una ciudad a la que, aparentemente, nada le unía. Este pensamiento le rondaba la mente una y otra vez junto a una incómoda sensación de sueño, porque, al no esperar el desplazamiento, el día anterior un jueves lo había pasado entre corrección de exámenes, tutorías y reuniones en la Facultad. Había terminado un poco cansado, pero en lugar de irse a su piso, donde seguramente se habría instalado cómodamente en el sofá frente al televisor para ver una película antigua, o reciente; de nacionalidad exótica o de alguna república actualmente inexistente; relajarse y al mismo tiempo tomar nuevas ideas para sus clases, había cedido ante la insistencia de Arantxa, una colega con la que le gustaba pasar ratos muertos hablando de películas y series de televisión, con la que intercambiaba habitualmente DVD.

Jueves, 17 de diciembre de 2009 una fecha que siempre recordaría, sobre las cuatro de la tarde, Arantxa lo llamó al despacho y le insistió para mantener una de sus conversaciones. Estaban compartiendo el visionado de unas series policiacas y según ella, tenían que comentar ya mismo lo que habían visto. En el fondo Jukka tenía ganas de romper la rutina y sobre todo de hablar con alguien. No es que se llevara mal con el resto de sus colegas. Simplemente no había relación más allá de la típica charla sobre cuestiones de trabajo. El día a día le resultaba vacío y cansino.

Pero con Arantxa podía hablar de otros temas, no en vano tenían gustos semejantes e inquietudes parecidas. Ella, con sus treinta y dos años, diez años más joven que él, tenía una mirada viva, inquieta, con un brillo que se disparaba cuando empezaba a aprender de un tema que desconocía. Para ser profesora, y eso a Jukka le gustaba, solía terminar las frases con groserías y conjugando de todas las formas posibles: joder y a tomar por culo. En alguna ocasión se había referido a sí misma, cansada de desplazarse semanalmente de Madrid a Burgos, para atender sus horas de clases y tutorías, como puta por rastrojos. Jukka le había dicho, en broma, que hablaba como un estibador de puerto. Aunque él le solía replicar con alguno de los sonoros vocablos malsonantes que sabía en finés, aprendidos de su abuelo: perkele y saatana entre otros. Tanta familiaridad, conversaciones y encuentros habían hecho dudar a Jukka en algún momento sobre si había algo más, algún tipo de atracción, pero él mismo se dio cuenta de que no existía. Después de dos años no había nada más que amistad. Mejor así. De todas formas, el amor no existe había concluido Jukka. Era una buena manera de pasear por el parque del Parral, que estaba junto a la Facultad, cuando el frío no lo impedía. En caso contrario siempre había algún rincón en las diversas cafeterías que rodeaban a la Universidad.

En alguna ocasión, al acabar la jornada, habían ido a algún bar del centro a continuar sus interminables conversaciones sobre series policiacas. Arantxa, envuelta en el humo de los cigarrillos y saboreando un par de gin tonics, y Jukka, con su sempiterno ruso blanco, parecían salidos de esas historias de policías nórdicos decadentes, huérfanos del estado de bienestar. Invariablemente llegaban a un punto en el que contrastar realidad y ficción los sumía en una melancolía previa al estancamiento de ideas. Llegados a ese punto, una despedida y una conversación aplazada hasta otro día. Mientras Jukka volvía a su casa con la mente perdida en ese cine del norte. No solo recordaba a los clásicos como Sjöström, Dreyer o Bergman sino actuales como con Trier o Louhimies. Estas historias le producían una especial sensación de goce estético. Personajes y situaciones se le antojaban harto familiares hasta el punto de empatizar con ellos. Recientemente estaba empezando a encontrar esa misma sensación con las realizaciones de los países bálticos.

Aquel día, como de costumbre, acompañó a Arantxa hasta el hostal donde solía pasar los dos días que acudía a sus clases. Estaban enfrascados en una conversación sobre sociópatas en series de televisión. Jukka estaba argumentando no me gusta la típica narración clásica, ya sabes, planteamiento, nudo y desenlace. Al menos en su forma tradicional de estructura lineal y todo eso. Prefiero esas narraciones que desconciertan, que no sabes muy bien lo que te están contando. Está claro que siempre hay un inicio y un final, pero el final ¿por qué no dejarlo abierto? Y el inicio igual, dejar dudas, cuantas más mejor. Eso es lo que me gusta de esas películas posmodernas. Todo ocurre como en la vida real. Las cosas suceden sin tanta truculencia. El día a día es sórdido y siniestro por sí mismo. Como le digo a los alumnos: el gran motor de la ficción y la realidad es la venganza, y esta, por supuesto, no es agradable. En ese momento sonó su móvil; con una melodía que desconcertaba a sus colegas. La versión de Metallica del tema de Morricone Ectasy of gold. Horas más tarde, durante el viaje, Jukka se lamentó varias veces por haber contestado esa llamada. La conversación parecía haberse instalado en su memoria palabra por palabra.

 ¿Señor Lehto? ¿Jukka Lehto?

 Sí, soy yo contestó con reservas.

 Mire usted se oyó una respiración entrecortada al otro lado de la línea. Soy Rafael Melero Soler.

 ¿Sí? dijo Jukka alargando inconscientemente la pregunta. ¿En qué le puedo ayudar?

 No sé muy bien cómo explicarme  se hizo un silencio mientras Jukka miraba a Arantxa y se encogía de hombros. Mire  continuó su interlocutor, soy el padre de Lorena Melero. Usted fue su profesor en Alicante. ¿Recuerda?

Súbitamente el rostro de Jukka cambió, se dio cuenta porque Arantxa le preguntaba por señas que ocurría. Nítidamente le vinieron a la mente algunas imágenes del pasado mientras se decía a sí mismo: Jodido pasado.

 Señor Lehto. Mi hija está enferma. Su estado es malo mucho  se notó un quiebro en la voz. Insiste en verle. No nos ha dicho el motivo al resto de la familia. Parece que ella le tiene cierto aprecio, recuerdo que en alguna ocasión hablaba de sus clases y de cómo la motivaba en su asignatura y le aconsejaba para que se esforzara en otras.

Jukka estaba mudo. Escuchaba y pensaba al mismo tiempo: De todos los momentos del pasado Precisamente este. Hay que joderse.

Arantxa estaba frente a él. Aterida de frío daba patadas al suelo para entrar en calor, se subió la bufanda hasta las orejas y frotaba sus manos enguantadas para calentarse. Sus ojos grises brillaban por el frío, y el cabello negro comenzaba a estar húmedo, lanzando esporádicamente reflejos de azabache. Jukka aprovechó un momento de silencio al otro lado del teléfono para despedirse de su compañera, con un rápido gesto y un tengo que irme mañana nos vemos. No advirtió el gesto de sorpresa y molestia en el rostro de Arantxa quien no dudó mucho a la hora de entrar en el hostal.

Jukka comenzó a caminar mientras reanudaba el diálogo. No se daba cuenta, pero caminaba en círculos.

 Pero, señor Melero, no acabo de entender muy bien  dijo intentando organizar una rápida excusa. Estoy en Burgos. Estamos a jueves y aún tengo un par de clases mañana. En todo caso podría ver si el fin de semana existe alguna posibilidad de acercarme mintió descaradamente.

 No creo que mi hija aguante el fin de semana  respondió Melero.

Jukka quedó en silencio otra vez. Sí. Suena muy grave. ¿Le voy a negar una última alegría si está tan mal? ¿Pero qué es lo que tiene? Pensó reflexivamente y preguntó en voz alta al mismo tiempo.

 Un accidente  dijo lacónicamente Melero. La atropellaron y no terminó la frase.

 Vale. Salgo en un par de horas  respondió Jukka mirando el reloj, si no hay problemas estaré en Elda a primera hora de la mañana. Mentalmente se planificó el tiempo: Son las seis y media, me da tiempo de descansar un poco y saliendo a las doce puedo llegar al amanecer. No habrá mucho tráfico.

Tras preguntar la dirección, se encaminó a su casa. Hoy era uno de esos días que había venido al trabajo andando y a pesar de la premura que tenía no le seducía la idea de coger el autobús. Estaría demasiado saturado a esas horas y más con el frío del exterior. Se cerró bien su cazadora de cuero, una vieja prenda que había pertenecido a un piloto británico de la Segunda Guerra Mundial, y comenzó a caminar pasando por delante del antiguo Hospital Militar, reconvertido en centro de salud, para luego seguir a la inversa el curso del río Arlanzón, cuyas riberas comenzaban a destilar una gélida neblina que jugueteaba con las ramas esquiladas de los árboles. Pasó junto a la estatua del Cid y tras atravesar varias manzanas llegó a su piso.

Preparó algo de equipaje, no sabía muy bien qué llevar, ni cuantos días iba a estar por allí, así que una bolsa de viaje y enseres de aseo eran lo básico. Luego, tras tomar algo de comer y apurar el café que quedaba en la cafetera se dirigió a su coche para en unos instantes iniciar el viaje por la autovía.

Elda. Tranquilidad en las calles. El navegador le indicaba la dirección de destino, pero dio varias vueltas a la calle donde se encontraba el hospital. Aparcó y se dirigió a la entrada, donde se quedó un instante pensando. Entró. Se acercó al mostrador de la recepción para preguntar por la habitación 22. En ese momento escuchó que lo llamaban, se giró y vio a un hombre que debía estar en torno a la cincuentena que se dirigía hacia él. Tenía aspecto cansado y los ojos vidriosos, enrojecidos por una mezcla de dolor y desesperación. Jukka tomó aire. No prometía nada bueno lo que iba a encontrar.

 ¡Señor Lehto! ¿Ha tenido buen viaje? Soy Rafael, el padre de Lorena  se estrecharon las manos. Vamos a la cafetería. Querrá desayunar ¿no? De todas formas, ahora ella está durmiendo. Los calmantes la ayudan. No son horas de visita, pero lo he arreglado todo para que pueda pasar Jukka recordó que Lorena le había comentado en alguna ocasión que su padre era alguien importante del ayuntamiento.

 Gracias. La verdad es que necesito un café. dijo Jukka mientras trataba de salir de la espesa nebulosa del cansancio.

 Disculpe, pero no me lo imaginaba así. Tenía otra idea acerca de un profesor de Universidad. dijo Melero con tono sorprendido.

Jukka notó la mirada escrutadora de su interlocutor. Imaginaba lo que estaba pensando: Ya estamos con lo de profesor. ¿Qué pensará que pinta hay que tener? Está desconcertado. No tanto por el metro ochenta de altura. Él también es alto. El pelo. La melena por los hombros lo desconcierta. La barba estilo tercio de Flandes que diría Arantxa. Las botas, los vaqueros y la chaqueta de cuero lo tienen intrigado. Pero qué rayos. Explico cine. No soy uno de esos pijos de Económicas o de Derecho. Sus pensamientos estaban a punto de perderlo en un punto de no retorno.

 Si no es molestia comenzó Melero, su apellido no es español ¿verdad?

 Es una larga historia familiar. Es finlandés. Llegaron a la cafetería y Jukka pidió un café bien cargado. Mi abuelo, en los años 40, llegó a España y acabó instalándose en esta zona. Cambió los eternos inviernos del norte por el sol de la costa.

 ¡Ah, bien! dijo Melero con desgana para luego volver a la primera conversación. Pero usted ya no vive aquí inquirió Melero, hace unos años sí ¿cierto? Cuando conoció a mi hija. Quiero decir, cuando le dio clases.

 En efecto Jukka comenzó a darse cuenta, quizás por efecto de la cafeína, que Melero estaba iniciando una especie de interrogatorio. Tenía curiosidad por saber cuál era la causa del interés de su hija en este profesor. Pero la curiosidad mató al gato pensó mientras preparaba su contestación. Ya sabe. En la Academia Valenciana del Cine.

 Sí. Sí. Recuerdo que hablaba muy bien de sus clases. La verdad es que eso alegró a toda la familia. Había empezado otra carrera y la abandonó.

 Arquitectura sentenció Jukka.

 Exacto replicó Melero observando con cierta sorpresa a Jukka. Veo que está bien informado, que conoce cosas de mi hija. No imaginaba que se lo hubiera contado.

 Bueno comenzó a decir para suavizar la situación tenga usted presente que yo era el responsable académico de ese centro. Tenía acceso a los expedientes de todos los alumnos y figuraba si habían cursado algo con anterioridad. No recuerdo que ella me contara nada al respecto mintió mientras terminaba el café. En el fondo sabía la historia: una carrera iniciada por obligación, tradición familiar lo llamaban, un año en Barcelona lleno de desastres tanto a nivel académico como sobre todo personal. Y un nuevo inicio en este peculiar centro para hacer lo que realmente le gustaba. Jukka no había olvidado el contenido de las numerosas horas que pasaron juntos hablando.

 Claro, claro añadió Melero. Parece ser que los alumnos sintieron mucho que se fuera.

 No lo creo. Por cierto, señor Melero inquirió Jukka dando un giro a la conversación ¿qué es lo que ha ocurrido? Me comentó por teléfono algo de un accidente.

 Fue hace una semana. Lorena había venido a vernos, quería decirnos algo muy importante. Se ha instalado en Alicante. ¿Sabe que ha montado una empresa por su cuenta? Se dedica a hacer fotos. Pues nada más llegar, justo cuando estaba cruzando una calle ocurrió una desgracia, venía un coche y el conductor no la vio. Quién sabe. El caso es que fue a Melero se le enrojecieron los ojos y la voz se le quebró durante un instante, fue brutal señor Lehto. El impacto la lanzó varios metros más adelante y no sólo eso, sino que el coche siguió, frenando, y la arrastró varios metros hasta que ya finalmente pasó por encima.

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