Ángel De Alas Negras - Amy Blankenship 2 стр.


Kotaro, por su parte, miraba fijamente el televisor roto que todavía resonaba con la malvada risa, aun cuando la pantalla estaba destrozada. La expresión de su rostro era de completa sorpresa, y miró hacia la Beretta que tenía en la mano antes de enfundarla muy lentamente. Advirtió unas luces parpadeantes, por lo que miró detrás suyo y vio a Suki que tomaba fotos con su teléfono celular.

“Tres intentos para saber quién hizo esto”, exclamó Toya corriendo como loco hacia la puerta.

“¡No la mates!”, gritó Kamui corriendo tras él. “Déjamela a mí”.

Kotaro no se movía, todavía miraba el televisor. Shinbe corrió tras Toya y Kamui con la resuelta intención de ‘rescatar’ a Kyoko de la venganza de Toya.

“¡No temas, Kyoko, yo te protegeré!”, exclamó Shinbe mientras corría por el vestíbulo.

Yuuhi, un pequeño niño albino, extrajo los tapones de sus oídos. “Te lo dije”, susurró con una voz sin emoción que tenía un tinte escalofriante.

Amni, que estaba sentado al lado del niño sobre el mismo sofá de dos plazas que Shinbe recién había abandonado, sonrió luego de quitarse sus tapones también. Ambos eran los psíquicos del grupo, y hacía varios días que preveían esto. No se habían molestado en avisar a nadie porque… ¿dónde quedaría la diversión?

“Por lo menos, las cámaras de seguridad que instaló Kyou grabarán todo”, dijo Amni. “La repetición instantánea es el mejor invento desde el pan en rodajas”.

“¿De qué me perdí?”, preguntó Tasuki mientras caminaba lentamente a través de la puerta, contento de dejar de trabajar por esa noche.

“Toya va a matar a Kyoko”, dijo Amni con una voz ominosa, como si estuviera presenciando una horrible visión. Luego estalló de risa cuando Tasuki corrió fuera de la habitación tan rápidamente que generó una brisa.

Kotaro elevó una ceja mirando a Amni, “¿Alguna vez te dijeron que tienes un lado malvado?”.

Amni se encogió de hombros. “No quería que se sintiera dejado de lado”.

*****

Darious se inclinó contra la pared de ladrillos, y obtuvo una impresión de la ciudad. Los sonidos y los olores de tantos seres humanos se veían distorsionados por los ecos demoníacos que nadie más notaba. Incluso podía sentir sombras que no pertenecían a la luz del día, pero conservaba la calma para mantener sus poderes ocultos por un tiempo.

Hacía mucho tiempo había aprendido que sus estados de ánimo ejercían un efecto sobre el clima y, hasta ahora, el cielo estaba despejado y la temperatura era perfecta. Era mediodía y él buscaba la luz del sol, más aun que la soledad. Parecía que estaba obteniendo ambas.

Darious sonrió burlonamente mientras observaba a los humanos. Se mantenían tan cerca del borde de la amplia acera, que un solo paso en falso los arrojaría en medio de un intenso tráfico.

Estaba acostumbrado a que las personas dejaran un amplio arco vacío alrededor suyo, pero ya no le importaba… no es que alguna vez realmente le hubiera importado. Podría haberles hecho un favor a todos y solo permanecer invisible, pero ser igual a un fantasma todo el tiempo ya lo estaba poniendo nervioso. El único motivo por el que se encontraba en medio de una población tan densa era porque había seguido el olor de tantos demonios hasta ese lugar.

Todavía estaba intentando averiguar por qué este lugar se había convertido en el centro de interés de los demonios. Era tan abarrotado, ruidoso y sucio, que casi entendió por qué los demonios eligieron este lugar, pero eso no significaba que a él tuviera que gustarle. Había evitado lo más posible las zonas muy pobladas, ya que hace mucho había aprendido que lugares así producen el peor tipo de seres humanos. Algunos de ellos eran casi tan malvados como los demonios a los que perseguía.

A través de los milenios había matado incontables demonios… pero los más fuertes y rápidos de ellos se habían dispersado y permanecían escondidos, mientras que él se ocupaba de matar a los más débiles. Todas esas pistas parecían converger aquí… en esta ciudad.

Sus pensamientos se oscurecieron al saber que los demonios jefes ahora conspiraban juntos, creyendo equivocadamente que su ejército, mezclado con tantos seres humanos, sería capaz de derrotarlo. Esconderse entre los humanos no les ayudaría. Sus auras se le aparecían como faros, con un aspecto más similar a unas sombras distorsionadas que a seres vivos reales.

Los ojos de Darious se oscurecieron al pensar en esto. Si tenía que destruir la ciudad y a todos los humanos en ella, así sería. No les debía nada a los mortales. Además, ellos sabían acerca de los demonios, y tan solo decidieron ignorar ese hecho. Todas las películas de terror eran la prueba, aunque ellos las consideraban ficción. De manera ignorante, habían olvidado que todas las leyendas humanas están basadas en cierto grado de realidad.

Esta era la noche de los demonios… los humanos la llamaban Halloween. Durante esta noche, las personas ignoraban lo que estaba justo frente a ellos. Supuso que ese era uno de los motivos por los cuales los humanos se disfrazaban de monstruos una vez por año… para no ser reconocidos por lo real. Qué ignorante se había vuelto la raza humana.

Con su aguda vista, Darious miró a través de la calle bulliciosa hacia adentro de las ventanas de vidrio de los altos edificios, y advirtió su propio reflejo. Sus ojos se entornaron, preguntándose qué verían los demás cuando lo miraban, que hacía que arrastraran a sus hijos al otro lado de la calle.

Acaso verían su propia falta de conocimiento, su miedo, o quizás era una provocación a su asumida ignorancia. Ellos querían permanecer inconscientes de los verdaderos peligros del mundo. Él estaba aquí para salvarlos, pero lo trataban como si fuera un demonio. Solo los inocentes captaban y devolvían su mirada por momentos… los niños, mientras sus padres los arrastraban lejos de allí.

*****

Kyoko estaba parada en la recepción, contenta de que Suki fuese la única persona que se encontraba allí. Rio nerviosamente mientras preparaba su primera taza de café. Sabía que los chicos se vengarían por lo que les había hecho la noche anterior. Tragó, recordando los golpes en el piso debido al fuerte ruido, y cómo había corrido por el vestíbulo intentando llegar a su habitación antes de que la alcanzaran.

Había oído a Toya corriendo tras ella, gritándole todas las obscenidades posibles. Ambos sabían que si realmente la hubiera alcanzado, no la habría lastimado.

En su precipitada carrera hacia un lugar seguro, había doblado la esquina y vio a Kyou parado en el umbral de su puerta. Vestía pantalones de seda color negro como la noche, que colgaban peligrosamente debajo de sus caderas, con su cabello plateado luciendo perfecto, aun a mitad de la noche. Fueron sus ojos lo que casi lograron que diera la vuelta y huyera en el sentido opuesto. Eran del color del oro fundido, ardientes, y directamente fijos en ella a medida que corría frente a él y hacia su habitación.

Kyoko atravesó la puerta y dio un alarido cuando vio a Toya que corría disparado hacia ella. Justo en el momento que cerraba la puerta de un portazo, podría haber jurado que vio cómo Kyou movía su pie unos pocos centímetros, haciendo que Toya tropezara y cayera boca abajo.

Kyoko atravesó la puerta y dio un alarido cuando vio a Toya que corría disparado hacia ella. Justo en el momento que cerraba la puerta de un portazo, podría haber jurado que vio cómo Kyou movía su pie unos pocos centímetros, haciendo que Toya tropezara y cayera boca abajo.

Ahora podía sonreír cuando pensaba en ello.

Le había confiado su vida a Kyou, quien parecía cuidar de todos los que vivían y trabajaban en el edificio. Sabía muy poco acerca de él, pero al mismo tiempo sentía que lo conocía tan íntimamente que a menudo la hacía sonrojarse.

Los únicos datos que aparentemente conocía eran que parecía tener más dinero que un dios, y se aseguraba de que todos tuvieran más que lo necesario. Además tenía una misteriosa forma de saber qué casos paranormales asignarles, y qué armas necesitarían. Era el hermano mayor de varias de las personas que trabajaban allí… aunque nunca llegó a averiguar sus edades.

Toya era el segundo. Su cabello era color ébano con reflejos plateados iguales a los de Kyou. Al igual que todos los hermanos, tenía un cuerpo digno de promocionarse en publicidades de ropa interior. Tú sabes… el tipo de cuerpo que hace que una muchacha se detenga para mirarlo.

En casi todos los trabajos asignados a ella, Toya había sido su socio, y había llegado a quererlo mucho por eso. ¿Cómo podía no quererlo cuando la había salvado incontables veces de aquellos monstruos que las personas normales no tenían ni idea que existían? De muchas formas, Toya era lo más cercano a un héroe para ella.

El hermano que seguía en la línea era Shinbe, con cabello largo del color de la noche y ojos amatista. Parecía ser el enigma del grupo, siempre actuando como un pervertido, y con su sentido del humor que a menudo la hacía echarse al piso de la risa. Pero había veces en que se volvía tremendamente serio. En esas ocasiones, nadie en el grupo lo daba por sentado.

El cuarto hermano, Kotaro, era detective de las fuerzas policiales y se encargaba de los casos que desconcertaban a las autoridades locales. Tenía cabello largo color ébano y ojos de un color azul helado capaces de quitar el aliento. Mientras que el resto de los policías daban vueltas buscando un sospechoso humano, el pequeño grupo de Kotaro llevaba el caso a la atención de la agencia paranormal y ayudaba a rastrear a los demonios.

Sorprendentemente, una vez que el caso estaba resuelto, los funcionarios de la ciudad nunca hacían demasiadas preguntas al respecto. Era casi como si no quisieran saber.

Tasuki y Yohji eran dos muchachos que trabajaban bajo las órdenes de Kotaro en la comisaría. Kyou los había invitado a vivir allí, ya que trabajaban en este lugar más que en el departamento de policía. Además, se habían robado a la secretaria de la comisaría, que ahora trabajaba allí. Su nombre era Suki, y Kyoko la quería como a una mejor amiga. Además, Kotaro convenció a Kyou de que invitara a dos hermanos psíquicos… Amni y Yuuhi. Eran de mucha ayuda.

El más joven de los hermanos, aunque ella no estaba segura de su edad ya que todos aparentaban tener entre diecinueve y veintisiete años, era Kamui. Su cabello era de muchos colores, con los más asombrosos reflejos color amatista. Sabía ciertamente que sus ojos cambiaban de color más de lo que un adolescente cambiaba de ropa… y eso realmente era decir algo.

Dentro del grupo era el genio de la informática, capaz de infiltrarse en cualquier banco de datos del mundo para obtener la información que necesitaban. Más de una vez había ingresado en los altos organismos internacionales, solo para molestarlos.

Volteándose con su taza de café para concentrarse en lo que Suki había estado diciendo durante los últimos minutos, Kyoko casi se quemó cuando su vista aterrizó sobre Kyou.

Una vez más, se encontraba reclinado sobre la bisagra de la puerta, mirándola desde el umbral de su oficina con la misma mirada que tenía la noche anterior. Cuando sus ojos se encontraron con los suyos, le produjeron un crudo y sensual escalofrío que la sacudió bien adentro.

Un día de estos, Kyoko tenía la determinación de averiguar exactamente cómo lo lograba. En realidad, había visto a muchas mujeres desvanecerse cuando Kyou, en raras ocasiones, abandonaba el santuario de su oficina y caminaba por las calles de la ciudad.

“¿Supongo que has dormido bien?”, preguntó Kyou estoicamente, aunque Kyoko pudo advertir un leve toque de diversión en sus ojos.

“Sí, de hecho”, afirmó Kyoko con una sonrisa.

“Hmm, creo que debió ser bastante difícil, con cuatro hombres resueltos a permanecer junto a tu puerta toda la noche, discutiendo sobre quién iba a derribarla”.

Volteándose rápidamente en dirección opuesta para ocultar su cara sonrojada, Kyoko miró por la amplia ventana que daba a la atestada calle de la ciudad. A veces, vivir en este edificio podía ser muy duro para el corazón de una muchacha… eso sin mencionar sus hormonas.

Sintiendo que los escalofríos le subían por la nuca, ella supo que no podía escapar, así que solo intentó dejar que su mente vagara sin rumbo. Miró a través de la calle hacia la fila de edificios que se encontraba en frente del suyo…deseando estar en uno de ellos en lugar de allí… al menos hasta que la angustia adolescente de la noche anterior se disipara.

Sus labios se entreabrieron cuando notó la presencia de un hombre que estaba justo cruzando la calle. Parecía como si la estuviera mirando fijamente, pero sabía que no podía ser, ya que los vidrios eran ahumados…se podía ver hacia afuera pero no hacia adentro. Kyoko se acercó aún más a la ventana y colocó una mano contra el vidrio ahumado, justo en frente de su visión de ese hombre.

Ese hombre encarnaba la quietud, mientras que todo lo que lo rodeaba se movía a un ritmo apresurado. Exhibía una calma serenidad, que era seductora pero al mismo tiempo temible. En algún lugar recóndito de su mente, ella sabía que era mentira…que era él quien se movía, mientras todo lo demás permanecía inmóvil en su presencia.

Llevaba anteojos oscuros, y una larga gabardina oscura lo suficientemente abierta como para revelar la ajustada camiseta que llevaba debajo. Tenía el cuerpo de un dios griego, y su rostro era perfecto, aunque su largo cabello oscuro lo ensombrecía en gran parte. Algo en él exclamaba peligro y sexo, todo al mismo tiempo. Parecía pertenecer a las eras oscuras, junto con los dragones y los magos.

Una visión abrupta de él arrodillado y ensangrentado, con cadenas alrededor de sus muñecas, tobillos y cuello… dentro de una caverna subterránea caída en el olvido, irrumpió en su mente haciéndola querer gritar de angustia. Kyoko podía sentir cómo se arrastraba at través de ríos de sangre en dirección a él… deseando salvarlo. Lo sentía literalmente, deslizándose por su piel y como un peso sobre su ropa

Frunciendo el ceño cuando las sensaciones y la imagen desaparecieron, Kyoko se inclinó más cerca del vidrio y tuvo la clara impresión de que en realidad estaba intentando acercarse a él.

Darious sintió que algo invadía su espacio, y entornó la vista hasta atravesar su propio reflejo en el vidrio espejado, divisando a la muchacha que lo miraba. Por lo general, los humanos solían apartar la vista apenas advertían su presencia, a menos que fuesen inocentes… es decir, niños. Nunca lo había entendido, pero los niños nunca le tenían miedo. Sus ojos oscuros acariciaron a la muchacha con curiosidad, sabiendo que ella no era una niña.

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