âCreo que eso responde a la pregunta de por qué no hay un guÃaâ, reflexionó Yohji mientras retrocedÃa lejos del ataúd y miraba con ansias a la puerta por donde habÃan entrado.
âPara esto te apuntaste, Yohjiâ, afirmó Kotaro. âLo sabÃas cuando Kyou te ofreció el trabajo. Lo único que podemos hacer es asegurarnos de que no maten a nadie más como a este pobre tipoâ.
Colocó la mano en el auricular, sabiendo que los demás estaban escuchando. âComenzó el recuento de cadáveresâ.
âY empezó la noche de los demoniosâ, dijo Kamui suavemente.
Kotaro bajó la cabeza, con la esperanza de que la vida en el más allá fuese más amable con ese hombre destrozado, pero algo le llamó rápidamente la atención en el piso junto al ataúdâ¦huellas de sangre.
âEy, Yohjiâ, dijo suavemente Kotaro y se movió en dirección opuesta al ataúd, caminando lentamente sobre el piso. âMira estoâ, terminó por decir, señalando la alfombra.
Yohji miró fijamente lo que parecÃan ser huellas, que recorrÃan la alfombra y desaparecÃan detrás de la cortina de la puerta⦠No eran humanas. Según podÃa ver, éstas tenÃan una forma extraña, con unos dedos anormalmente largos y uñas todavÃa más largas, que dejaban unas sangrientas impresiones en forma de puntos.
Kotaro se llevó un dedo a los labios, indicando silencio, y Yohji asintió, extrayendo su PPK de la pistolera. Cubriendo la retaguardia, Yohji siguió a Kotaro hacia la próxima habitación detrás de la cortina.
Recorrieron varias habitaciones por el laberinto de luces estroboscópicas y los gritos activados por movimiento, comenzando a relajarse al pensar que el resto de la casa estaba vacÃa. Doblando la esquina hacia la siguiente habitación, se quedaron inmóviles al encontrar a un grupo de visitantes que saltaban y chillaban, y algunos de ellos se reÃan ante la escena que presenciaban.
Contra la pared, detrás de un cordón rojo, habÃa un montaje de una de las pelÃculas de la Masacre de Texas⦠una de las favoritas de Kotaro. El único problema era que el tipo que hundÃa la motosierra en el cuerpo sobre la mesa ensangrentada⦠no era humano. Sin embargo, el cuerpo sobre la mesa era muy real⦠y todavÃa estaba vivo. La mujer estaba atada y gritaba, suplicando ayuda, pero los visitantes pensaban que eso era parte del show.
Kotaro sintió cómo la bilis le subÃa por la garganta, y miró furiosamente al monstruo que lucÃa una piel humana real estirada sobre su rostro. Sin duda era de otro pobre humano que habÃa caÃdo vÃctima del demonio esa noche.
â¿Por qué no escuchamos los gritos desde la entrada?â, susurró Yohji horrorizado.
Kotaro se movió cuando la motosierra comenzó a descender hacia la pierna ya ensangrentada de la mujer. Justo en el momento en que las luces parpadeantes se apagaron, saltó por encima del cordón y acuchilló el techo, reventando una tuberÃa por encima suyo, haciendo que lloviera agua frÃa sobre los buscadores de terror.
âAsegúrate de que estas personas salgan por la puerta delanteraâ, resopló Kotaro al auricular para que Yohji oyera, mientras sacaba su Berretta. âYo me encargo de estoâ.
Yohji asintió y condujo a las personas hacia afuera de la habitación y de regreso por la sala. Cerró la puerta tras ellos y puso el candado para que nadie pudiera volver a entrar. Yohji tenÃa el presentimiento de que a muchas personas les tendrÃan que devolver el dinero, pero era mejor estar decepcionado que muerto.
Con una ruidosa exhalación, giró apartándose de la puerta y se congeló de terror al ver que el cadáver del ataúd se habÃa incorporado súbitamente. Se movÃa de forma rÃgida⦠y de él emanaba un lÃquido que Yohji ni siquiera quiso identificar, que chorreaba por los costados del ataúd hasta el piso. Su reacción se vio retardada por la conmoción cuando el cadáver se irguió y arremetió contra el detective, hundiéndole los dientes en el hombro.
Yohji fue derribado por la fuerza del cadáver, y entró en pánico a medida que el dolor le explotaba en el cuello. HabÃa dejado caer su PPK, de modo que usó sus puños para aporrear a la cosa antes de finalmente lograr quitarse sus dientes de encima.
Tomando su pistola del piso, Yohji hizo una mueca al ver que el cable de su auricular estaba cortado, de modo que no podÃa llamar a Kotaro para pedirle ayudaâ¦algo que de todas maneras no podrÃa haber hecho, ya que su socio se encontraba peleando su propia batalla.
La criatura fue por él una vez más y, esta vez, Yohji hizo lo único que se le ocurrió⦠gritar y correr como un loco.
El demonio, viéndose interrumpido, balanceó torpemente la motosierra sobre Kotaro. Ãste se agachó para esquivarla, dejando caer su pistola en busca de un arma mucho más eficaz. El único problema era superar la motosierra. Cuando el demonio recuperó el equilibrio, lo hizo a costa de la vida de la mujer. La motosierra la cortó por la barriga y se incrustó dentro de ella, salpicando sangre por todos lados.
Volviendo a mirar para asegurarse de que Yohji estuviera fuera de vista, Kotaro elevó la mano y emitió una luz azul directamente sobre la criatura. Confundida, ésta levantó la motosierra, y luego giró el estruendoso aparato sobre sà misma. La motosierra cayó sobre su hombro, añadiendo presión mientras lo cortaba diagonalmente por el pecho, saliendo por el otro lado. Cuando la cabeza y uno de los brazos del demonio cayeron sobre el piso, Kotaro pulsó su auricular.
âYohji, lo tengoâ, dijo Kotaro y esperó un momento antes de fruncir el ceño. â¿Yohji?â.
El silencio fue ensordecedor, hasta que escuchó un grito aterrorizado que le recordó al personaje de dibujos animados Johnny Bravo, quien era famoso por gritar más fuerte que un grupo de chicas en un concurso de gritos.
Kotaro presenció abruptamente cómo Yohji corrió dentro de la habitación, pasó al lado suyo, y siguió corriendo hacia la siguiente puerta, tan rápido que produjo una brisa. Luego escuchó los repugnantes pasos que solo un cadáver poseÃdo podÃa dar. Desplazándose hasta interponerse en su camino, lo esperó en silencio.
La cosa rengueó hacia la habitación y se detuvo, llegando a verse cara a cara con el apuesto detective. Los ojos azul hielo de Kotaro brillaron con un regocijo sádico al embestir a la criatura en el rostro con la palma de su mano.
â¡Abajo!â, le gruñó Kotaro al cuerpo poseÃdo que ahora tenÃa un hueco en su rostro, lo suficientemente grande como para atravesarlo con el puño. Volviéndose, se largó por la puerta por la que Yohji acababa de retirarse.
Yohji ni siquiera habÃa reducido la marcha al pasar junto a Kotaro, ya que creÃa ciegamente que el cadáver todavÃa lo perseguÃa a una corta distancia. Lo último que querÃa hacer era pasar por toda la casa embrujada, de modo que cuando divisó una puerta parcialmente oculta, internamente cantó alabanzas al dios que estuviera oyendo por haber encontrado una salida. Pero, al abrir la puerta, el envión fue demasiado fuerte y no pudo detenerse a tiempo.
HabÃa abierto la puerta a unas escaleras que conducÃan hacia abajo⦠escaleras que pasó de largo. Yohji volvió a gritar cuando comenzó a caer a la oscuridad.
Kotaro alcanzó a Yohji justo cuando su socio abrió la puerta de golpe y salió volando⦠literalmente.
Usando sus poderes, Kotaro se movió más rápido que el mismo viento, atrapando a Yohji justo antes de que impactara contra el implacable cemento del piso del sótano. Retuvo al hombre contra sÃ, advirtiendo que el policÃa se habÃa desmayado del susto⦠pero ese no era el problema. El problema era la enorme mordida que el demonio le habÃa hecho a Yohji en el hombro.
âDiablosâ, exclamó Kotaro pulsando su auricular. âKamui, tenemos un problema. Derribaron a Yohji. Repito, derribaron--â
No pudo terminar la frase porque un montón de demonios comenzaron a salir de un hueco bastante grande en la pared. Kotaro usó su aguda vista para ver a través de ellos hacia el túnel subterráneo que, estaba seguro, Kamui habÃa dicho que conectaba la casa con el cementerio.
â¿Kotaro?â, respondió Kamui, y luego dijo una sarta de groserÃas que hubieran enorgullecido a un marinero. â¡Suki!â
â¡Estoy en eso!â, exclamó Suki mientras conducÃa a toda velocidad por las calles traseras hacia la casa embrujada. â¿Tenemos idea a qué nos enfrentamos?â
âDemonios necrófagosâ, dijo la escalofriante voz de Yuuhi por el intercomunicador.
â¡Fuego! Puedes matarlos con fuegoâ, añadió Kamui rápidamente.
Suki sonrió al doblar la esquina y detenerse con una ruidosa frenada. Luego de conducir la camioneta hacia dentro del parque, salió y abrió la puerta trasera. Con una enorme sonrisa en la cara, tomó el lanzallamas de entre el arsenal y ató el tanque de combustible a su espalda.
Levantando el arma inusualmente pesada, Suki corrió a toda velocidad hasta la entrada de la casa embrujada.
Llevaba un uniforme militar verde y unas botas de combate. Dos cinturones de balas cruzados sobre el pecho y un cinturón común alrededor de la cintura, junto con una espada y un cuchillo dentro de una funda sobre las caderas. Alrededor de su cuello colgaban un par de placas con su nombre y un número de identificación.
El atuendo se completaba con un pañuelo color rojo sangre atado a su frente, y su cabello estaba suelto y al viento. Se veÃa como recién salida de un campo de batalla, lo cual hizo que más de un hombre se le quedara mirando.
Las balas, el cuchillo y el lanzallamas parecÃan adornos falsos de Halloween, pero nadie sabÃa que eran cien por ciento reales.
âRayos, Sukiâ, susurró Kamui. â¿Acaso podrÃas verte más sádica?â.
Suki le sonrió a la cámara montada sobre el semáforo de la esquina. â¿Te gusta?â.
â¡Claro que sÃ!â, exclamó Kamui. âPero a Shinbe le gustarÃa todavÃa másâ.
â¿Que me gustarÃa qué?â, la voz de Shinbe sonó por el transmisor, pero Suki lo ignoró mientras caminaba hacia la puerta de entrada y le daba una dura patada, haciéndola volar contra la pared.
âOh, nadaâ, dijo Kamui inocentemente. âA menos que te guste el aspecto cabrón de Suki, sosteniendo un lanzallamas y mostrando suficiente escote como para avergonzar a una chica de revistaâ.
Suki también ignoró ese comentario mientras se adentraba en la casa embrujada. Se encargarÃa del genio de la informática más tarde. Atravesando la cortina, se acercó al demonio muerto que yacÃa en el piso, y arrugó la nariz al ver a la otra criatura cortada al medio.
âEsos dos policÃas son más caóticos que unos niños de tres años a la hora de la cenaâ, murmuró. Apretó los labios cuando vio a la mujer arriba de la mesa. Cruzando la habitación, notó que habÃa una puerta abierta al costado y un terrible alboroto que venÃa de la oscuridad de abajo. Alzando el lanzallamas, Suki comenzó a bajar por las escaleras.
âBueno, aquà voyâ, informó a quien estuviera escuchando.
Kotaro recostó a Yohji suavemente sobre el escalón inferior y se volteó para encarar a la mortÃfera multitud que se encontraba frente a él. Con el fin de mantenerlos alejados de su socio herido, avanzó. Era como vadear por un espeso barro, que olÃa espantosamente.
El dolor estalló sobre su mejilla derecha cuando uno de los demonios lo mordió, haciéndole rechinar los dientes. Levantó al que lo habÃa mordido y lo arrojó hacia los demás por el túnel, derribando a muchos que querÃan entrar al sótano.
Estirándose hacia atrás, Kotaro extrajo un chuchillo de hoja larga que llevaba oculto en la parte trasera del pantalón. Movió el brazo dibujando un amplio arco y lo levantó, perforando carne y salpicando sangre para todos lados.
Pegó un grito cuando otros dientes se hundieron en su brazo izquierdo, y sumergió el cuchillo dentro de la cabeza del demonio. Un gruñido salvaje emergió de su garganta, y luego sintió tres mordidas más en sus piernas. Retirando la hoja, Kotaro volvió a mover el cuchillo, esta vez decapitando al demonio que tenÃa más cerca.
Un agudo chasquido, seguido de un fuerte siseo, hicieron que los monstruos miraran hacia la cima de las escaleras, tras lo cual Kotaro sonrió ante los demonios que lo rodeaban.
â¿Trajiste la salsa barbacoa?â, le preguntó a la dama que habÃa captado la atención de todos.
*****
Darious se encontraba en el patio trasero de la casa embrujada con los ojos cerrados, no solo presenciando la batalla que se desenvolvÃa adentro, sino además escuchándola. HabÃa jugado con la idea de atravesar la casa hasta llegar a los túneles subterráneos, pero al darse cuenta de que esto lo demorarÃa, se quedó con su plan original.
Los guardianes podrÃan cuidarse solos⦠como cuando lo habÃan abandonado, hacÃa tanto tiempo.
Retirando su poder de videncia del sótano, Darious enterró los sentimientos de odio y apartó sus emociones inútiles. Inhaló profundamente, oliendo el aroma de los demonios jefes por detrás del tumultoâ¦los habÃa olido antes. ArpÃas del infierno⦠los humanos las llamaban brujas, pero él sabÃa lo que eran, y sabÃa que habÃa tres de ellas en la ciudad esa noche. No era una sorpresa, ya que por lo general viajaban en grupos de tres.
DeberÃa matarlas antes de que los demonios regresaran al infierno al que pertenecÃan.
Encontrando el camino fácilmente, Darious empezó a caminar casi con indiferencia por los callejones de la ciudad. Una vez que abandonó el centro principal, se vio rápidamente envuelto en los sonidos de la noche. En las oscuras esquinas acechaban los demoniosâ¦escondidos, escupiendo y siseando su nombre mientras pasaba. Los ignoró, sabiendo que tenÃa pescados más grandes que freÃr en esta vÃspera de todos los santos.
A medida que se acercaba al cementerio, Darious sintió una presencia muy familiar, y gruñó. Lo irritó el hecho de que solo los jefes más débiles se hubieran despertado primero, mientras que la amenaza real dormÃa en algún lugar debajo de la ciudad.
Lo que más lo enojaba era que nunca habÃa deseado regresar aquà después de leer los pergaminos por segunda vez. Luego de que el monasterio fuese destruido, los monjes habÃan regresado a reconstruirloâ¦solo para dejar que cayese en ruinas al darse cuenta de que la tierra estaba maldita. HabÃan abandonado este terreno, sabiéndolo inútil.