Guido Pagliarino
La verdad y la verosimilitud
Relatos de la segunda mitad del siglo xx
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Guido Pagliarino
La verdad y la verosimilitud
Relatos de la segunda mitad del siglo xx
© 2018 Guido Pagliarino
Traducción del italiano al español de Judit Giménez I Sanjuán
La distribución de este libro tanto fÃsico como en e-book es competencia exclusiva de Tektime
Todos los derechos pertenecen al autor en todo el mundo.
TÃtulo original en italiano âIl Vero e il verosimile - Racconti del secondo â900â, Tektime, © 2017 Guido Pagliarino
Imagen de portada: âLa Verdad y la Falsedadâ, Alfred Stevens, 1857, Museo Británico, Londres: Verdad sentada en un banco con el pie sobre el pecho de Falsedad, reclinada debajo y que lleva puesta una máscara. Verdad le arranca la doble lengua - Cover image: âTruth and Falsehoodâ by Alfred Stevens, 1857, Brtitish Museum, London: Truth seated on a bench, her foot on the chest of Falsehood, reclining below, wearing a mask, tearing out his double tongue
Los acontecimientos, asà como los personajes y los nombres son imaginarios. Ninguno de los relatos de la antologÃa está basado en hechos reales. Cualquier parecido con la realidad âpasada o presente, y en concreto con personas que existen o hayan existido, con entidades, institutos, empresas, sociedades y sus productos existentes o existidosâ es totalmente involuntario y pura coincidencia.
Ãndice
Brev e introducción d el autor
Guido Pagliarino, La Ver dad y la Verosimil itu d, Cuentos de la segunda mitad del siglo xx
Polvo para construir montañas:
Pr ó logo
Antecedentes
Ep à logo
La Verdad y la verosimilitud
La fuga
La Ver dad , su enemigo y el padre Paul
La raz ó n d e los signos
Perro f antasma
La herencia de Médeia
BREV E INTRODU CC I ÃN DEL AUTOR
Hay siete relatos ambientados en las últimas décadas del pasado milenio: en «Polvo para construir montañas» seguimos a un joven aprendiz de empresario, heredero âo presunto herederoâ de una empresa de producción de juguetes y productos de modelismo en la Italia del boom económico de principios de los 60. Se enfrenta a prejuicios y vilezas, a falsas apariencias y a la megalomanÃa ajena. En «La verdad y la verosimilitud» nos encontramos con las vicisitudes familiares dramáticas y grotescas de un hombre que, según unos, es un canalla, y según otros, más bien un santo. En «La fuga» observamos las fases tragicómicas de las desventuras de un modesto pensionista que se enfrenta a una fuga de agua incontrolable en el local que querrÃa alquilar a toda costa, complementando asà su magra pensión. «La Verdad, su enemigo y el padre Paul» considera que no en todos los conventos se puede llevar siempre una vida de simple y llana paz y plegaria, sobre todo si llegados a un punto entran en juego relaciones laborales y sindicales. «La razón de los signos» pretende demostrar la gran importancia de algunas pequeñas coincidencias, de aquellas aparentes casualidades que pueden modificar radicalmente una vida; otro tanto sucede en el relato que le sigue, «Perro fantasma». Por último, el breve «La herencia de Médeia» nos presenta una mezcla entre vivir la realidad y soñar despierto; puede que combinados por enajenaciones mentales, puede que en vista de un objetivo que supera los lÃmites del mundo material.
Guido Pagliarino
Guido Pagliarino
LA VERDAD Y LA VEROSIMILITUD
Cuentos de l a segunda mitad del siglo xx
POLV O P A R A CO N STRUIR MONTA ÃAS
PR Ã LOGO
El caballero llegó surcando los cielos con los pies juntos a cuatro metros del suelo, volando, erguido. Atravesó la gran plaza que precedÃa la vivienda del primer piso del matrimonio Seta. Los brazos apenas se separaban de su cuerpo, y con el simple movimiento de las manos fijaba la dirección.
Era una noche despejada, tan despejada que la luna llena se parecÃa al sol cuando el astro está cubierto de nubes lijeras y el cielo es de un gris perla; y era la luna porque las farolas estaban encendidas y habÃa estrellas.
Ni un alma en la plaza, unos pocos coches aparcados, nada de tráfico.
Silencio.
Bruno Seta estaba ante la ventana abierta del salón.
Al ver a su tÃo abuelo, que ya reconociera en la lejanÃa, se alarmó; y es que le habÃan dado sepultura unas pocas horas antes. Sólo ansiedad, nada de terror. Retrocedió unos pasos y se detuvo. Sintió el impulso de acercarse y cerrar la ventana, pero mientras sopesaba sus opciones el otro llegó al salón. ¿QuerÃa entrar? No, se detuvo sin traspasar la ventana, con los ojos grises fijos en él, afligidos. Iba vestido con la misma ropa con la que le habÃan inhumado.
Bruno, no sin esfuerzo, se acercó: comprendió que el caballero querÃa hablar con él. Cara a cara, a una distancia de una cuarentena de centÃmetros. El uno suspendido en el aire, el otro con las piernas algo temblorosas y los pies clavados al suelo. Se miraron durante unos segundos; entonces el ectoplasma dijo:
Somos polvo que pretende construir montañas por sà solo. Ahora sé que Dios sólo nos erige montañas si nos confiamos a él. Lo siento.
Nada, nada, ya ves tú âsoltó su sobrino cómicamente, como si el otro se hubiera disculpado por un pecado venial, por una carencia involuntaria, pero en voz alta por la inquietud.
Entonces su tÃo, sin añadir nada más, dio media vuelta hasta quedar de espaldas y se fue, volando. Recorrió la misma lÃnea que habÃa hilado de ida mientras Bruno observaba cómo se alejaba, convencido de que llegarÃa un punto en el que el fantasma se desvanecerÃa en el aire; pero antes de que eso ocurriera despertó.
Valeria se encontraba a su lado, desvelada, observando al recién despierto marido:
He soñado una cosa muy rara âle susurró, y seguidamente se lo describió.
Era un sueño idéntico al suyo, solo que en la ventana estaba ella y el espÃritu le preguntó si podÃa pedirle perdón a Bruno de su parte. Le comunicó el encargo al instante, temiendo olvidarlo.
¿TelepatÃa? âse preguntó el marido en voz alta.
Una señal del cielo âdecretó su mujerâ, el difunto requiere plegarias y tu perdón.
¡Le hubiera gustado tanto que Valeria estuviera en lo cierto! Una señal verdadera del más allá en vez de la emersión de un sentimiento de culpa por una sempiterna aversión hacia ese hombre. Un sentimiento rechazado inútilmente por la razón, y sin embargo suficientemente fuerte como para perturbar la mente de ella durante el sueño. Pero, ¡¿cómo podÃa creer en una señal cuando habÃa perdido la fe cuando no era más que un niño, rodeado de lecturas ateas y profesores infieles?! Y no obstante sentÃa la necesidad de Dios, que habÃa intentado encontrar en los últimos años, en vano.
Ah, ¡lo que darÃa por un destino que me deparara algo más! Aunque fuera una señal minúscula, pero fuera cierta â. En eso pensaba en el duermevela mientras recuperaba el sueñoâ Si me llegara una verdadera señal y no un simple sueñoâ¦
ANTECEDENTES
El odio hacia el tÃo abuelo nació en Bruno más de veinte años atrás.
Era 1963. Estudiante. Acababa de empezar el segundo año de EconomÃa y Comercio, que era como se llamaba entonces el tÃtulo en economÃa de Torino y esperaba incorporarse en la profesión con papá.
La vÃspera de una noche, su padre, corredor de bolsa, recibió de forma inesperada la llamada del caballero. Ãste le pidió cita en su estudio «para hablar de asuntos importantes concernientes al espléndido futuro que le aguarda a mi sobrino, o sea, a tu hijo».
Aquella llamada le pareció a la vez graciosa y desconcertante; por la artificiosa y burocrática expresión que habÃa usado el familiar y porque la parecÃa ridÃcula la idea de que «de ese artesano», y no del estudio profesional, le deparara a su hijo «un futuro espléndido».
Cuando murió su mujer el doctor Seta se prometió no rendirse y dedicarse por completo a un Bruno que apenas tenÃa tres años; pero como no alcanzaba para ayudarle en los estudios se vio obligado a ingresarlo en un internado hasta que terminara la educación primaria. A pesar de que era un liberal agnóstico escogió «un serio centro de religiosos» por la fama que le precedÃa y donde sabÃa que seguirÃan los pasos de su hijo de cerca:
¡Pero sólo hasta que acabe los estudios obligatorios!
Durante la adolescencia le libró a su venerada educación laica; y fue durante el bachillerato, por causa de los profesores ateos, que Bruno perdió la fe en Dios.
Al haberle dedicado a su hijo su propria vida y haberlo hecho lo mejor que pudo papá Seta se tomó a la ligera, aunque en el fondo estuviera disgustado, que de repente otros le plantearan una previsión de futuro a Bruno.
Aquel pariente de tres al cuarto âque en su madurez se casara con la tÃa de la difunta madre de Brunoâ abrió por allá a finales de los cuarenta un negocio artesanal de juguetes con un par de dependientes. Como las familias no se visitaban a menudo nunca supieron que con la expansión económica de los años 50 y principios de los 60 el caballero amplió el negocio hasta convertirse en fabricante de juguetes y materiales plásticos con casi doscientos operarios y un volumen de ventas considerable.
Pasaron los años, pero el matrimonio no tuvo hijos. Por ese motivo el empresario decidió llamar al papá de Bruno.