Repentinamente, sin embargo, el coronel, que todavÃa no se habÃa repuesto de la sorpresa, tuvo como una revelación y exclamó enfadado.
«¿Cómo que âsi hubiese alguienâ? tendrÃa que haber alguien. ¿Dónde diablos se han metido los dos prisioneros?»
Elisa se acercó a la pantalla para mirar mejor. «Quizás los han trasladado. ¿Podemos tener una imagen completa del resto del campamento?»
«Ningún problema.»
En unos pocos segundos Azakis comenzó a mostrar una panorámica del campamento. Los sensores escrutaron por todas partes pero de aquellos dos no habÃa ni rastro.
«Han debido escapar» dijo lacónicamente el coronel. «Esto significa que nos los encontraremos en el momento menos pensado. Afortunadamente el general ha sido trasladado a un sitio seguro por mis hombres. Estos tres juntos son capaces de montarnos una buena»
«No importa» dijo Elisa. «Ahora tenemos problemas más graves de los que ocuparnos.»
Ni siquiera habÃa terminado la fase cuando la puerta del módulo de comunicación interno número tres se abrió. Una atractiva muchacha salió de él caminando de manera suave y sinuosa. TenÃa en la mano una especie de bandeja totalmente transparente sobre la cual habÃa apoyados algunos recipientes de colores.
«Señores» anunció con pomposidad Azakis esbozando una de sus mejores sonrisas. «Les presento a la oficial de ruta más fascinante de toda la galaxia»
Jack, al cual le caÃa la baba del estupor, consiguió balbucir un sencillo âbuenos dÃasâ antes de recibir un codazo asestado entre la décima y la undécima costilla de su costado derecho.
«Bienvenidos a bordo» dijo en un inglés bastante forzado. «Imagino que tenéis hambre. Os he traÃdo algo para comer»
«Gracias. Muy amable» replicó Elisa un poco enfurruñada mientras que con la mirada fulminaba a su novio.
La muchacha no dijo nada más. Apoyó la bandeja sobre un soporte que habÃa a su izquierda, iluminó su cara con una esplendida sonrisa y, después de unos segundos, desapareció de nuevo por el mismo módulo por el que habÃa llegado.
«Guapa, ¿verdad?» comentó Azakis mirando al coronel.
«¿Quién es guapa?¿de quién estáis hablando?» se apresuró a responder Jack recordando el golpe recibido anteriormente.
Azakis lanzó una sonora risotada, a continuación, con un gesto de la mano, los invitó a que se sirviesen.
«¿Qué demonios es esta cosa?» murmuró Elisa mientras, de manera poco elegante, olisqueaba aquella comida.
«HÃgado de Nebir» se apresuró a decir el alienÃgena «chuleta de Hamuk y raÃces de Hermes cocidas, todo acompañado con una bebida, digamos, âenergéticaâ»
«En el restaurante Masgouf era todo diferente» comentó lacónicamente Elisa. «Sin embargo tengo un hambre de lobo y creo que probaré algo»
Cogió un pedazo de chuleta con las manos y, sin ningún problema, comenzó a roerla hasta el hueso. «¿Esta comida, por casualidad, no nos provocará un dolor de estómago impresionante, no Zak? Pruébala también tú, amor. El sabor es un poco raro pero de ninguna manera malo.»
El coronel, que estaba mirando horrorizado a Elisa mientras devoraba sin ningún pudor toda aquella extraña comida que habÃa sobre la bandeja, se limitó a farfullar. «No, no, gracias. No tengo hambre»
Su atención estaba, sin embargo, pendiente tanto de la bandeja como de los recipientes que hacÃan de platos. Cogió uno de ellos, de color rojo brillante, y probó su consistencia. Estaba muy frÃo. Más frÃo de lo que deberÃa estar y, no obstante, la comida que habÃa en su interior estaba hirviendo. Con la punta del dedo Ãndice tocó toda la superficie. Era increÃblemente lisa. No parecÃa ni de metal ni de plástico. Por otra parte, ¿cómo habrÃa podido ser de plástico? Ellos lo usaban para otras finalidades. Otra cosa muy extraña era que, a pesar de la perfecta fabricación de la superficie, habÃa una absoluta falta de reflejos. Era como si la luz fuese engullida por aquel misterioso material. Acercó la oreja a la lisa superficie y, con el nudillo del dedo medio, comenzó a dar golpes con cuidado. ParecÃa increÃble, del recipiente no salÃa ningún ruido. Era como si estuviese golpeando una bola de algodón.
«¿De qué material están hechos estos objetos?» preguntó con curiosidad. «¿Y la bandeja? Parece que es el mismo material»
Azakis, bastante sorprendido por la extraña pregunta, se acercó también él a la bandeja. Cogió otro recipiente, esta vez de color verde, y lo alzó a la altura de sus ojos.
«En realidad no es un tipo de âmaterialâ»
«¿En qué sentido? ¿Qué quieres decir?»
«¿Vosotros qué utilizáis para guardar objetos, como recipientes para la comida, los lÃquidos o cualquier otra cosa?»
«Bueno, en realidad, para transportar materiales habitualmente utilizamos cajas de cartón o de madera. Para servir la comida utilizamos cazuelas metálicas, platos de cerámica y vasos de cristal, mientras que para transportar o conservar los alimentos y los lÃquidos utilizamos recipientes de plástico con las formas más diversas»
«¿De plástico? ¿Estamos hablando del mismo plástico que nos interesa a nosotros?» preguntó horrorizado Azakis.
«Creo que sû replicó con humildad el coronel. «En realidad el plástico se ha convertido en uno de los problemas más graves con respecto a la contaminación de nuestro planeta. Vosotros mismos nos habéis dicho que habéis encontrado ingentes cantidades por todas partes». Hizo una pequeña pausa y luego añadió. «Es por esta razón que vuestra oferta de poder recuperarlo todo nos ha seducido tanto. EncontrarÃamos de esta manera la solución a un problema enorme»
«Veamos, si he comprendido bien, ¿vosotros utilizáis el plástico para fabricar recipientes y después lo desecháis sin ningún remordimiento, contaminando de esta manera cada rincón de vuestro planeta?»
«Has dado en el clavo» replicó Jack, cada vez más avergonzado.
«Es una locura, algo realmente absurdo. Os estáis envenenando a vosotros mismos.»
«Bueno, si incluyes también todo el humo provocado por nuestros medios de transporte, por nuestras fábricas y por los sistemas para generar energÃa, hemos conseguido incluso empeorar las cosas. Por no hablar de la basura radioactiva que todavÃa no sabemos qué hacer con ella»
«Sois unos locos inconscientes. Estáis destruyendo el planeta más hermoso del sistema solar. Y, por desgracia, es también culpa nuestra»
«¿Cómo que vuestra?»
«Bueno, hemos sido nosotros los que hemos modificado vuestro ADN unos cientos de miles de años atrás. Os dimos una inteligencia superior a la de otros seres de la Tierra ¿y vosotros cómo la habéis utilizado?»
«La hemos utilizado para llevar el planeta a la ruina». Jack hablaba mientras mantenÃa la cabeza baja, como cuando un alumno está sufriendo la regañina de la maestra porque no ha hecho los deberes. «Sin embargo habéis vuelto. Sólo espero que podáis ayudarnos para arreglar lo que hemos estropeado»
«No creo que sea tan fácil» dijo Azakis cada vez más alterado. «Gracias al análisis que ha hecho Petri sobre el estado de vuestros océanos hemos podido descubrir que la cantidad de pescado que hay en ellos se ha reducido en más del ochenta por ciento desde la última vez que hemos estado aquÃ. ¿Cómo ha podido suceder?»
«No creo que sea tan fácil» dijo Azakis cada vez más alterado. «Gracias al análisis que ha hecho Petri sobre el estado de vuestros océanos hemos podido descubrir que la cantidad de pescado que hay en ellos se ha reducido en más del ochenta por ciento desde la última vez que hemos estado aquÃ. ¿Cómo ha podido suceder?»
Jack, en este momento, hubiera querido que se lo hubiese tragado la tierra. «No hay justificación posible» consiguió decir con un hilo de voz. «Somos solo una manada de engreÃdos, arrogantes, presuntuosos y mediocres seres descerebrados»
Elisa, que habÃa escuchado en silencio todos los reproches de Azakis, engulló el último trozo de hÃgado de Nebir, se limpió la boca con el dorso de la mano y, a continuación, dijo tranquilamente «No todos somos asÃ, ¿eh?»
El alienÃgena la miró sorprendido pero ella continuó con decisión. «Son los prepotentes de siempre los que nos han reducido a este estado. La gran mayorÃa de las personas normales pelea cada dÃa para defender el medio ambiente y todas las formas de vida que pueblan nuestro amado planeta. Es muy fácil llegar de un lugar a millones de kilómetros, después de miles de años y darnos lecciones de moral. ¡Nos habréis dado la inteligencia pero no nos habéis dejado ni siquiera un manual de instrucciones sobre cómo utilizarla!»
Jack la miró y comprendió que estaba perdidamente enamorado de aquella mujer.
Azakis se habÃa quedado con la boca abierta. No se esperaba una reacción como esta. Elisa, por el contrario, continuó imperturbable. «Si de verdad queréis ayudarnos, deberÃais poner a nuestra disposición todos vuestros conocimientos tecnológicos, médicos y cientÃficos, y todo en el menor tiempo posible, ya que no os quedaréis mucho tiempo en este desastre de planeta.»
«Vale, vale. No te acalores.» replicó Azakis. «Me parece que nos hemos puesto a vuestra disposición sin dudarlo ¿o no?»
«Tienes razón. Perdona. Realmente habrÃais podido coger el plástico y regresar al lugar de donde habéis venido sin siquiera despediros y en cambio estáis aquà arriesgando vuestro pellejo junto a nosotros»
Elisa estaba realmente arrepentida por el pronto que habÃa tenido. Entonces, para desdramatizar un poco la situación, dijo alegremente. «La comida era realmente buena.» a continuación se acercó al alienÃgena y mirando hacia arriba dijo con dulzura. «Perdóname, no habrÃa debido actuar asÃ.»
«No te preocupes, te entiendo perfectamente y, para demostrarte he no te guardo rencor, te regalo esto.»
Elisa puso su mano abierta y Azakis dejó caer un pequeño objeto oscuro.
«Gracias. ¿Qué es?» preguntó con curiosidad.
«Es la solución a vuestros problemas con el plástico»
Nasiriya â La cena
Después de que el senador hubiese acabado bruscamente la conversación, los tres hombres quedaron durante un rato mirando la pantalla que tenÃan enfrente, la cual mostraba dibujos abstractos multicolores que se entrecruzaban unos con otros sin parar.
«¿Y ahora qué se hace?» preguntó el tipo alto y delgado, interrumpiendo aquella especie de hipnosis colectiva.
«Creo que tengo una idea» dijo el tipo gordo. «Hace ya tiempo que no nos metemos nada en la barriga y ya comienzo a ver hamburguesas por todas partes.»
«¿Dónde crees que puedes encontrar una hamburguesa?»
«No tengo ni idea, sólo sé que si no como algo enseguida, me voy a desmayar»
«¡Pobrecito, se va a desmayar!» dijo con voz de niño el tipo flaco. A continuación cambió de tono. «Con todos los michelines que tienes alrededor de las caderas podrÃas estar un mes si comer»
«Vale. Dejad ya de decir estupideces» exclamó enfadado el general. «Debemos pensar un plan de actuación»
«Pero es que yo, con el estómago vacÃo, no pienso bien» dijo con suavidad el gordito.
«Está bien» exclamó Campbell alzando las manos en señal de rendición. «Vamos a comer algo. Mientras, veremos cómo podemos actuar, de todos modos tenemos algo de tiempo antes de que llegue el senador.»
«Muy bien dicho, general» exclamó satisfecho el tipo gordo. «Conozco un lugar donde cocinan un fantástico estofado de cordero con patatas, zanahorias y guisantes, sazonado con salsa al curry»
«Bueno, debo decir que después de esta descripción tan detallada, incluso a mà me ha entrado un poco de hambre» dijo el tipo flaco mientras se frotaba las manos.
«Está bien, me habéis convencido» añadió el general levantándose de la silla. «Vamos, intentemos que no nos cojan. Aunque estoy convencido que todavÃa no lo han descubierto, yo, a todos los efectos, soy un fugitivo»
«¿Y nosotros no lo somos?» respondió el flaco. «Hemos huido del campamento y seguramente nos estén buscando por todas partes. De todas formas, por el momento, nos importa un pimiento.»
Después de algunos minutos un coche de color oscuro con tres personajes sospechosos en su interior corrÃa a todo meter en la oscuridad de la noche, por las calles medio desiertas de la ciudad, mientras levantaba una nube de polvo fina y sutil a su paso.
«Hemos llegado, este es el sitio» exclamó el tipo gordo que estaba sentado en el asiento de atrás. «Es un poco tarde pero conozco al propietario. No habrá problema.»
El tipo flaco, que era el que conducÃa, buscó un sitio apartado donde aparcar el coche. Giró alrededor de la rotonda, a continuación se metió debajo de una marquesina ruinosa de un cobertizo abandonado. Descendió rápidamente del automóvil y, con aire circunspecto, observó con atención toda la zona de alrededor. No habÃa nadie.
Dio una vuelta alrededor del auto, abrió la puerta del pasajero y dijo «Todo en orden, general. Podemos ir.»
El tipo gordo bajó también del automóvil y se dirigió a buen paso hacia la entrada principal del local. Probó a girar el picaporte pero no sucedió nada. La puerta estaba cerrada pero todavÃa la luz estaba encendida en el interior. Entonces intentó espiar a través del cristal pero la gruesa cortina de colores no le permitió ver gran cosa. Sin perder más tiempo comenzó a golpear enérgicamente la puerta y no paró hasta que no vio a un hombrecito, de pelo negro y rizado, asomar la cabeza desde detrás de la cortina.
«¡Que demoniosâ¦!» habÃa comenzado a exclamar irritado el hombrecito, pero cuando reconoció a su corpulento amigo dejó la frase sin completar y abrió.
«¡Pero si eres tú! ¿Qué haces aquà a estas horas ¿Quiénes son estos señores??»
«Hola, viejo bribón, ¿cómo estás? Estos son dos amigos mÃos y estamos los tres muertos de hambre»
«El local está ya cerrado, he limpiado la cocina y estaba a punto de marcharme»
«Creo que este otro amigo te podrá convencer mejor que yo» y le puso delante de la nariz un billete de cien dólares.
«SÃ, la verdadâ¦debo decir que sabes lo que haces» dijo el hombrecito cogiendo con rapidez el billete de las manos del gordito mientras lo hacÃa desaparecer en el bolsillo de la camisa. «Por favor, entrad» añadió abriendo la puerta y haciendo una reverencia al mismo tiempo. Los tres hombres, después de dar una ojeada alrededor para comprobar que nadie los estuviese observando, entraron, uno detrás de otro, en el pequeño restaurante.