Guido Pagliarino
Mundos Universos
Cuentos
Copyright © 2017 Guido Pagliarino
http://www.pagliarino.com â http://www.pagliarino.net
Traducción del italiano al español de Mariano Bas
Libro publicado en e-book y libro fÃsico por Tektime
TÃtulo de la obra original en italiano: "Universi Mondi", copyright © 2017 Guido Pagliarino, publicado en e-book y libro fÃsico por Tektime
Las portadas tanto de la obra original como de las traducciones fueron ideadas y diseñadas originalmente por Guido Pagliarino.
Los lugares, los hechos, los nombres y apellidos de las personas, las denominaciones de entidades y empresas y sus sedes, pasadas, presentes o proyectadas en el futuro que aparecen en la obra son imaginarios y cualquier relación con la realidad es pura coincidencia.
Ãndice
BREVE PRÃLOGO DEL AUTOR
Guido Pagliarino MUNDOS UNIVERSOS Cuentos
BUENA Y MALA CIENCIA
LOS DOS MUNDOS UNIVERSOS DE F.
TIEMPO GENTIL
DULCE MUERTE
LA MEJOR SANIDAD PÃBLICA
YA NADIE CREÃA EN LA TRIADA CAPITOLINA
MUJER, ADEMÃS DE CYBORG
CUESTIÃN DE PERSPECTIVA
BREVE PRÃLOGO DEL AUTOR
La recopilación recoge cuentos de diversa longitud a lo largo de muchos años, de 1991 a 2017. El lector encontrará cuerdas cósmicas, universos paralelos, viajes en el tiempo y alternautas, experimentos cientÃficos antihumanos, cyborgs esclavos y además, en un futuro no lejano, es más, que ya está aquà en su germen, miserias sociales como la indigencia de los jubilados, el uso económico de la persona por parte de oligopolios, gracias sobre todo a la tecnologÃa y el abuso del ser humano en el curso de una investigación cientÃfica no humanista y como un fin en sà misma o para los intereses de un grupo. En el primer cuento, BUENA Y MALA CIENCIA, el abogado Osvaldo M., profesor de Derecho Internacional Público se resigna a abandonar la universidad, darse de baja en el colegio de abogados y concluir su vida internado en una clÃnica residencial para afectados por enfermedades degenerativas como Parkinson, Alzheimer o Pick: este último es el mal que sufre, con menos de sesenta años. Pero he aquà que tal vez pueda haber una cura por parte de alguien que él no sospechaba que existiera. ¿Un ángel? ¿Un diablo? No, todo lo contrario. En LOS MUNDOS UNIVERSOS DE F., el protagonista F. encuentra un diablo que le engaña y, sin embargo, le concede dominar del mundo. Y sin embargo... TIEMPO GALANTE habla de un apasionado del salto base y exparacaidista militar que está en coma en un hospital durante muchos años por culpa de un accidente en la montaña. Ya es un viejo, pero su mujer sigue siendo tan joven como en la mañana del accidente. ¿Accidente? En DULCE MUERTE, un viejo jubilado casi pobre se ve obligado a participar en un experimento social bastante dudoso, por la noche, en la calle, en una ciudad semioscura, bajo el riesgo de perder su pensión con multas enormes debido a sus errores completamente insignificantes, según reglas absurdas. En la calle no recibe ayuda de nadie, ni siquiera de un viejo amigo de su edad que encuentra en la semioscuridad, amigo que tiene la apariencia de un cuarentón activo. En LA MEJOR SANIDAD PÃBLICA entra en vigor una sanidad pública hipotética y próxima que funciona perfectamente: «¡Todos los problemas se han resuelto!», afirma pomposamente el ministro de la salud, dirigiéndose a los ciudadanos desde la televisión pública. SÃ, pero... ¿cómo se ha llegado a ese brillante resultado? En el cuento YA NADIE CREÃA EN LA TRIADA CAPITOLINA, un hombre del que no sabemos nada se despierta en una casa de la que no es posible salir. Está completamente solo, la casa está rodeada por fieras que tratan de entrar... ¿Cómo ha acabado aquà dentro? ¿Por qué? Solo decimos: no tiene nada que ver con pelÃculas de tensión-terror de secuestro y detención. La historia breve MUJER, ADEMÃS DE CYBORG tiene como protagonista a una esposa artificial, con una enorme inteligencia, de un viejo lujurioso y machista casi bobo. En el cuento también breve CUESTIÃN DE PERSPECTIVA, leemos acerca de una exploradora y guerrera de un mundo alejado del nuestro que acude en ayuda de su gente agredida por enemigos, llega en plena batalla y trata de entrar en la pelea y en ese momento aparecen, cerniéndose sobre las dos estirpes en lucha, dos seres colosales...
Guido Pagliarino
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BUENA Y MALA CIENCIA
Osvaldo M., jurisconsulto de Derecho Internacional Público, se resignó ante lo inevitable: dimitir de la universidad, darse de baja en el colegio de abogados y concluir su vida alojado en Casa Tranquila, clÃnica residencial para gente acomodada afligida por enfermedades neurodegenerativas como Parkinson, Alzheimer o Pick.
Le habÃa atacado la tercera enfermedad, demasiado precozmente, al no haber cumplido los sesenta. Desde hacÃa algunos meses sufrÃade vez en cuando agitación psicomotora, ansiedad y pérdidas de memoria y habÃa decidido por tanto acudir al médico de cabecera. Este le habÃa mandado a un neuropatólogo que le habÃa sometido a una larga serie de análisis, de los cuales habÃa concluido el infausto diagnóstico. Osvaldo habÃa preguntado al especialista la causa y naturaleza del mal y habÃa obtenido la franca respuesta de que la patogénesis de la enfermedad era desconocida y solo se conocÃa el cuatro anatomopatológico, indicado por una atrofia del área cerebral frontal-temporal y la presencia de alteraciones neuronales, los cuerpos de Pick, consistentes en inclusiones intracelulares, neurofilamentos similares a los encontrados en la enfermedad de Alzheimer, aunque la patologÃa de Pick se consideraba distinta de la de aquella. Supo amargamente que el enfermo perdÃa la capacidad expresivo-expositiva, conservando sin embargo, durante un tiempo, la de la lectura y la escritura y cayendo luego en la demencia plena. En cuanto a la cura, el neuropatólogo le habÃa disuadido: habÃa esperanzas de ralentizar el proceso, pero ninguna de curación.
Osvaldo vivÃa solo desde hacÃa muchos años, aparte de una asistenta y cocinera durante el dÃa, no habÃa formado nunca una familia e, hijo único, era el único superviviente de su familia. Al conocer su destino, no teniendo ningún pariente que pudiera verificar que iba a ser atendido adecuadamente durante las veinticuatro horas por cuidadores a sueldo, decidió ingresar en una clÃnica neurológica residencial, la mejor posible, mientras todavÃa conservaba la lucidez. Buscó personalmente en la web y, después de haber recogido un grupo de direcciones, a primera vista las más atrayentes, se informó acudiendo a ellas en persona y acabó decidiendo ir a Casa Tranquila, cuyo nombre completo era Instituto ClÃnico Neurológico Residencial Casa Tranquila. Obtuvo al mismo tiempo el apoyo logÃstico de un jurista del que se fiaba, su exalumno y amigo, el abogado Lamberto N., veintidós años más joven: una vez que Osvaldo se alojara en la clÃnica, debÃa pasar a verlo periódicamente para controlar que fuera respetado como persona y bien tratado en comida, alojamiento y limpieza personal y, sobre todo, que tuviese un trato médico diligente. Por otro lado, el amigo se encargarÃa de la pensión mensual y los gastos extraordinarios: Osvaldo estaba seguro de que los intereses de su ingente patrimonio serÃan más que suficientes como para cubrir los gastos, incluso si resultaba tener una vida larga, aparte de que, al haber sufrido desde hacÃa mucho tiempo problemas cardiacos, creÃa que, después de todo, no iba a ser tan larga. A cambio del trabajo de Lamberto, Osvaldo le habÃa designado como heredero universal en su testamento notarial y le habÃa entregado de inmediato, como honorario anticipado directo, su gran casa en la ciudad con todo lo que contenÃa. Los dos tenÃan una cita con el notario Tommaso Q. a las 11 de pasado mañana.
Con esos pensamiento melancólicos, poco antes de la hora de la comida Osvaldo pasó a través de una puerta interior de su piso a la sala de espera de su despacho: bajo sus anteriores propietarios habÃa sido una única vivienda grande que ocupaba todo el segundo piso, con dos entradas por la escalera, una para los propietarios e invitados y la otra para el servicio. La segunda se habÃa convertido en la entrada a su despacho. La zona de trabajo comprendÃa tres habitaciones, el salón-estudio propiamente dicho, la antecámara-sala de espera y el despacho de las dos empleadas. Dentro no habÃa nadie, aunque era un dÃa laborable, porque Osvaldo habÃa despedido a las colaboradoras, igual que habÃa hecho por otro lado con la asistenta-cocinera, comiendo los dÃas siguientes en un restaurante cercano. Entró en el salón que constituÃa su despacho, lleno de revistas jurÃdicas, expedientes de trabajo y ensayos legales, entre los cuales destacaban los suyos, encuadernados en piel roja. Estaban colocados respectivamente, de izquierda a derecha desde la entrada, en tres estanterÃas de madera clara de nogal que cubrÃa otras tantas paredes. A lo largo de la cuarta, que tenÃa en el centro la puerta entre el despacho y la sala de espera, colgaban, cuatro a cada lado, ocho grabados sobre los respaldos de otras tantas sillas acolchadas. En el centro de la sala, enfrente de la puerta, destacaba una gran mesa que usaba como escritorio, cubierta de expedientes y cartas, detrás de la cual se erguÃa un sillón profesional. Todo el mobiliario era dorado y antiguo, en estilo Luis XV. El abogado tenÃa la intención de sentarse por última vez en su escritorio, mirar un rato a su alrededor, tranquilamente, y dar asà una especie de adiós oficial a su vida profesional, para dejar de pensar en ello y no volver nunca a acceder al área de trabajo en los últimos y tristes dÃas que iba a pasar en su casa.
HabÃa dado un par de pasos en el cuarto cuando advirtió, con alarma, un entumecimiento en las manos y los pies que invadió de repente todo su cuerpo. Se quedó quieto donde estaba. La falta de sensibilidad en el cuerpo se convirtió en un molesto hormigueo y luego en casi en un escozor. Le picaba también el cuero cabelludo. También empezaron a picarle, por dentro, el cerebro y el músculo cardiaco. Razonó, atónito: «Estoy a punto de perder totalmente la cabeza y además estoy sufriendo un infarto». Sin embargo, después de unos pocos segundos, el picante hormigueo empezó a disminuir y, como antes, también en todo el cuerpo. Pero le atacó otro dolor, y con más intensidad: una especie de gran garra invisible que apretaba fuertemente su cerebro mientras que sentÃa que el corazón se calentaba hasta quemarle:
â¡Me muero! âgritó.
â¡No se muere en absoluto, abogado! âexclamó una voz desconocida, dejándole estupefacto, una voz de tono melodioso, similar al sonido femenino de una potente contralto.
â¡Que diabâ¦! âdijo sin poderse contener a pesar del tono tranquilo de la voz y se volvió de golpe tratando de descubrir una presencia a sus espaldas: no habÃa nadie.
âTenga un poco de paciencia, el dolor está a punto de desaparecer âcontinuó la voz.
El dolor desapareció y se sintió fÃsicamente bien, incluso muy bien, pero en ese momento no se paró a pensarlo, miró preocupado a su alrededor y echó incluso un vistazo debajo de la mesa: no habÃa nadie. El que le habÃa hablado debÃa estar detrás de la puerta. ¿Un ladrón? Osvaldo ya no estaba perplejo, sino enfadado: tomó de la mesa un pequeño pero pesado pisapapeles de bronce, una estatuilla del siglo XVII que representaba un caballo y un caballero, con una peana todavÃa más pesada que la figurilla, y salió rápidamente a la sala de espera: no habÃa nadie. Entró en la habitación en la que hasta hace unos dÃas habÃa visto el trabajo de sus empleadas: no habÃa nadie. Volvió sobre sus propios pasos, cruzó de nuevo la sala de espera y se dirigió al primer cuarto de su vivienda, un distribuidor: tampoco aquà habÃa nadie. No fue más allá, ya que la voz no habÃa sonado lejos del despacho. Mecánicamente, posó el pesado pisapapeles de la figurilla sobre una mesita que tenÃa a su lado, un poco demasiado bruscamente contra una estatuilla de Capodimonte, una damisela y un caballero del siglo XVIII, que quedó arañada en su base. No se dio cuenta del daño y volvió a entrar en la sala de espera haciendo ruido:
â¡Se me ha derretido el cerebro! ¡Oigo voces que no existen! ây continuó razonando mentalmente: «El médico no me habló de posibles alucinaciones esquizofrénicas».
La voz de contralto resonó de nuevo, tranquila como antes:
âSu cerebro no se ha derretido, abogado, no tiene imaginaciones. âEstas palabras, recorriendo techo y paredes, reverberaron en la habitación sin muebles, salvo ocho asientos para los clientes junto a dos paredes y un perchero y un paragüero junto a la puerta del rellano, y al dueño de la casa le parecieron de ultratumba. Se sobresaltó y se le aceleró el corazón.
La extraña voz continuó plácidamente:
âEn realidad usted me oye, abogado, a través de un dispositivo, llamémosle un móvil, ¿de acuerdo?, exhibido sobre el manos libres que hay en este cuarto, sobre la silla más cercana a la puerta de su estudio. Y la primera vez en su despacho el aparato se habÃa solidificado exactamente sobre su mesa, pero no lo vio porque estaba mezclado con las cartas. Asà que hace un momento lo he retransferido a la sala de espera y ahora, abogado, no puede dejar de verlo. Además, esta vez lo he reconstruido con pintura de color rojo vivo y no blanco.
¿Solidificado? ¿Exhibido? ¿Retransferido? ¿Reconstruido?, se maravilló Osvaldo. Vio que habÃa realmente una especie de móvil en esa silla. Se aproximó. No lo tocó, solo lo observó. Advirtió que no se trataba de aparato moderno inteligente multimedia, sino de un modelo de dimensiones menores de las de un Smartphone y de apariencia arcaica, de aquellos que solo valÃan para conversar e intercambiar mensajes de texto. Se acercó más y vio que no habÃa ninguna inscripción sobre el móvil y que no tenÃa teclas ni pantallas, como si el aparato solo valiera para recepción.
Se dijo en voz alta:
âNo creo en la magia y todavÃa no se ha inventado el teletransporte, asà que en realidad me he vuelto esquizofrénico y este móvil solo está en mi cabeza.
âSe engaña, ¿sabe? âle apremió la agradable voz, que provenÃa claramento del aparatito.
Osvaldo respondió como si esas palabras fueran reales, pero sin creerlo de verdad:
âAsà que se ha inventado el teletransporte, ¿no es asÃ?
âSÃ, desde hace tiempo.
âAh, entonces, señor... o señora...
âSoy varón y me llamo Ornulatinval Tamagonemistralin Rutillinainon, pero, para usted, abogado, solo Or, como me suelen llamar los amigos: ¿podemos tratarnos de tú?
Osvaldo aceptó el juego que, según creÃa, le planteaba su achacoso cerebro:
âSÃ, gracias, y yo soy Osvaldo.
âQuerido Osvaldo, es un honor llamar por su nombre a una autoridad mundial del derecho como tú. Pero, si me lo permites, ahora iré al grano, es más, primero me ocuparé de lo que realmente te interesa más y luego de lo que te interesa menos.
âAh, vale, ¿y vosotros soisâ¦?