âAmelia Earhart 10 â.
âAh, sÃ... ¿no será ella por casualidad?â
âLo estamos investigando, Duce. En todo caso, le advierto entre paréntesis que, desde hace muy poco, también nosotros tenemos una mujer piloto heroÃna, la joven marquesa Carina Negrone, de 22 años, que precisamente esta mañana ha conseguido la licencia de piloto en Génova, despegando en un hidroavión Caproncino desde el mar cercano al faroâ.
â¡Bravo, Bocchini! ¡Buena noticia para la propaganda! La chica es de probada fidelidad fascista, ¿no?â
âUna patriota, Duce, le ha enseñado un piloto militar de la reserva, un héroe de la Gran Guerra, el industrial genovés Giorgio Parodiâ.
âLe conozco, le conozco. Estupendo: mientras tanto te ordeno que se haga publicidad a través de la Stefani del logro de la valerosÃsima aviadora italiana: la noticia contribuirá a distraer a los periódicos con respecto a esa aeronave desconocida, ya que este hecho sin duda no favorecerÃa la imagen de nuestra aviación. Al mismo tiempo bloqueamos la noticia del disco lanzando el bulo del meteorito. Hasta hoy nuestra Aeronáutica ha sido la primerÃsima del mundo y el mundo debe continuar pensándolo. ¡Mil kilómetros por hora! ¡Parece una novela de Julio Verne! Tenemos que lograrlo nosotros también, ¿eh?â
âSin duda, Duceâ, habÃa asegurado Bocchini, aunque con respecto a la fabricación de aviones, él era como mortadela con fresas con nata.
âSi no me lo dijeras tú, no lo creerÃa; mil kilómetros por hora; formidable; pero volviendo a la mujer muerta: su presencia en la aeronave corrobora lo que he dicho antesâ.
â¿?â
â⦠¡Que sÃ, que se trata de espionaje! La mujer, por serlo, no podrÃa ser militar, sino una intérprete o algo parecido, de un servicio secretoâ.
âSÃ, Duce. Lo investigaré. Entre tanto, si me lo permite, le continúo informandoâ.
âProcedaâ.
âCon otras tantas ambulancias, se han llevado los tres cadáveres a la morgue del Hospital Militar de Milán, donde han quedado a la espera de la autopsia. Al mismo tiempo se han reunido en el lugar del impacto camiones especiales y grúas móviles de la Aeronáutica, con neumáticos gruesos y orugas para terrenos sin asfaltar y han conseguido cargar el aparato y librar a la zona de su abrumadora presencia, evidentemente después de haber cortado el tráfico a lo largo de todo el trayecto, ya que el disco ocupa casi todo el ancho de la carreteraâ.
â¿Algún daño a los cultivos locales?â.
âEh, sÃ, Duce, entre los neumáticos y las orugas, y considerando que hasta la carretera asfaltada solo estaba el camino de tierra, los campos a ambos lados de este han sufrido daños notablesâ.
âIndemnizaremos a los propietarios. Y advertiremos al prefecto local... ¿de qué provincia?â.
âVarese, Vergiate está en la provincia de Vareseâ.
âSÃ, Varese. ¿Hay fotos del disco?â.
âSÃ, Duce, se han tomado muchÃsimas fotografÃasâ.
âQuiero verlas de inmediatoâ.
âLas están revelando, Duce. Mañana por la mañana, como muy tarde, estarán su escritorio mediante correo urgente de la Seguridad Públicaâ.
âBien. Continúeâ.
âLa aeronave se ha guardado no muy lejos del lugar de aterrizaje, en la fábrica de las antiguas Oficinas ElectroquÃmicas Doctor Rossi, adquiridas hace tiempo por la empresa aérea SIAI Marchetti, que las ha transformado en una fábrica de aviones. Junto a la instalación, la SIAI, con la aprobación del Ministerio de la Aviación y con la colaboración del Genio Aeronáutico, han preparado una pista para vuelos de prueba.
â¿Y con respecto a la seguridad?â
âUn manÃpulo11 de la Milicia del cuartel Berta monta guardia tanto sobre el disco como sobre la pista; he nombrado a dos subtenientes de la OVRA, que me informarán diariamenteâ.
âTodos deben estar siempre fresquÃsimos de mente, para no sufrir ni un solo momento de distracción. ¿Harán turnos de veinticuatro horas?â.
âNo, Duce: cambio del manÃpulo y de mis hombres cada doce horas, porque asà todos están siempre alertaâ.
âBien. Escuche, Bocchini, no hace falta subrayar que esto tiene prioridad absoluta. Debe salir inmediatamente la prohibición a la prensa de hablar del suceso, solo se deberá hablar de un aerolito natural e insistir en ese cuento, aunque alguien con información haya dado ya información real. Dale los medios a la Stefani y haz precisar a los periodistas que los autores, aunque solo sean unos pocos, serán denunciados ante el Tribunal Especial para la Seguridad del Estadoâ.
El duro efecto de esa denuncia habrÃa sido el confinamiento polÃtico en la peuqeña isla con acantilados de Ventotene, asignada para vacaciones forzosas de miembros desafectos del mundo de la cultura y periodistas insuficientemente fieles a las órdenes transmitidas por la susodicha propaganda de la Agencia Stefani.
âAdiós, Bocchini. Te llamaréâ, habÃa terminado Mussolini.
El jefe de la OVRA, después de responder a la despedida y colgar el teléfono, descolgó otro aparato, que estaba en comunicación directa con la central de la Stefani y habÃa dado las instrucciones estrictas que habÃa recibido del Gran Jefe. HabÃa ordenado enviar dichas órdenes a todos los medios de información por vÃa telegráfica de inmediato.
La sede milanesa de la agencia se habÃa activado inmediatamente, no solo porque era la más cercana al lugar del aterrizaje, sino porque en Milán residÃa el jefe de la Stefani, Manlio Morgagni y esa sección se consideraba tan importante, si no más, que la de Roma.
Inmediatamente después Bocchini en persona daba telefónicamente al Observatorio de Brera la orden de apresurarse a trasladar a la prensa el âboletÃn cientÃficoâ que atestiguarÃa que el objeto visto en el cielo de Milán era absolutamente natural, un aerolito que habÃa caÃdo a tierra en campo abierto; a esto le seguirÃa una carta de solicitud de confirmación del director del observatorio que habÃa sido entregada en mano por un correo de la Seguridad Pública, carta que solo debÃa ver y devolver de inmediato al portador, que la habÃa devuelto al OVRA y que esta habÃa archivado entre los documentos clasificados como alto secreto.
CapÃtulo 2
PermanecerÃan mucho tiempo sobre aquel planeta azul de masa un poco menor que la de su mundo y que tenÃa mares y continentes.
Poco después de llegada de la cronoaeronave a la órbita normal, los cronoastronautas habÃan lanzado el satélite de inspección para el mapeado y la investigación de posibles formas biológicas. Analizados los datos, habÃan encontrado vida animal dentro de los océanos y las grandes superficies acuáticas lacustres, pero no sobre la tierra emergida, aunque pudieron advertir vestigios de una civilización ya extinguida. La vegetación en tierra firme, que era en buena parte desértica, iba de los musgos a los arbustos y las matas y sobre la superficie de las aguas iba de las algas a los nenúfares: no habÃa presente en aquel mundo ninguna forma vegetal más compleja.
Los exploradores cientÃficos habÃan descendido a bordo de lanzaderas que se movÃan bajo el principio de la antigravedad, aprovechando la energÃa solar de la estrella más cercana y, como reserva, la producida por la fusión nuclear en la cronoaeronave y almacenada en los acumuladores de dichas lanzaderas. Cada una de ellas tenÃa como dotación estándar cuatro misiles equipados con bombas, dos eran potentes desintegradores y dos de fusión térmica, que no debÃan servir como armas, salvo en casos extremos, sino para operaciones cientÃficas, como por ejemplo para levantar un terreno para investigación geológica. En caso de hostilidad de los nativos o presencia de animales feroces en el lugar de desembarco, por otro lado ausentes en este planeta, cada disco podÃa lanzar rayos que aturdÃan y paralizaban temporalmente. En cuanto a la defensa personal, cada investigador llevaba una pequeña pero eficaz arma paralizadora individual. Todos portaban también, para sus más diversas necesidades, una microcalculadora que, dependiendo de su psicologÃa, estaba implantada quirúrgicamente en el cerebro y se activaba con el pensamiento o se llevaba en el bolsillo o la cintura y podÃa manejarse con la voz. Por fin, cada uno llevaba un pequeño contenedor con mosquitos electrónicos espÃas, activables mediante voz y útiles para la exploración del territorio de forma casi secreta, ya que parecÃan ser simples insectos.
En el océano y los lagos del planeta, los astrobiólogos habÃan capturado numerosos ejemplares vivos de diversas especies acuáticas, guardadas en dos grandes tanques de cápsula, como se llamaba familiarmente a los tanques cronocósmicos, uno de agua salada y otro de agua dulce. Las plantas acuáticas se guardaban en esos tanques siguiendo un criterio ecológico.
Los historiadores y arqueólogos de la expedición se concentraban en los vestigios y otras evidencias de la civilización desaparecida situada en torno al área de desembarco; se observaban, recuperaban y recogÃan inscripciones sobre monumentos y lápidas, sobre paredes del interior de los edificios y sobre las ruinas. Siempre en tierra firme, se habÃan recogido estructuras óseas de animales cuadrúpedos y bÃpedos de diverso tamaño y resultaban especialmente importantes unos esqueletos que recordaban, por forma y dimensión, con pocas diferencias, a los de los propios cientÃficos: bÃpedos, con dos manos y dos ojos y, dada la posición de sus órbitas, de visión estereoscópica. Se habÃan descubierto restos de automóviles en las calles y fuselajes de aviones en viejos almacenes y amplios espacios que debÃan haber sido aeropuertos en un pasado lejano y ahora estaban cubiertos por una mezcla de arbustos y musgo. En lo que debÃan haber sido las habitaciones de la especie dominante se habÃan encontrado platos de cerámica, vasos de vidrio, calderos de aluminio y otros utensilios de cocina, asà como lo que quedaba de neveras, lavadoras, radios y televisores. En ciertos edificios, los investigadores habÃan recuperado cuadernos y libros, algunos con páginas iniciales delgadas y delicadÃsimas y con escritos borrosos cuando no del todo desaparecidos y otros con hojas de mejor calidad que, gracias a una tinta mejor, habÃan resistido lo suficiente al tiempo, aunque sufriendo manchas y moho, y presentaban escrituras visibles. Algunos de esos hallazgos gráficos consistÃan en cálculos matemáticos. En un apartamento especialmente digno de mención, se habÃa caÃdo una pintura junto a lo que quedaba de un clavo oxidado ya casi convertido en polvo, que debÃa haberse desprendido de la pared hacÃa tiempo, arrastrando con él al cuadro. La habitación debÃa haber sido para la servidumbre. Se habÃa recuperado también en el mismo lugar un aparato de audio con un disco de sonido registrado en el interior, en buen estado. A su lado, en el suelo, yacÃan dos esqueletos, uno de un adulto, envuelto en telas casi desparecidas debido al paso del tiempo, y el otro, sin ropa, de un recién nacido o tal vez un feto. En lo que parecÃa una sala de proyección se habÃan encontrado bobinas de pelÃculas, estando arruinadas las primeras que se encontraron; pero en la nave, buscando con cuidado, habÃan encontrado dos fragmentos de dos rollos que estaban en bastante buen estado. Se habÃan entregado al experto de restauración videosonora. El sonido de las pelÃculas sin embargo resultó irrecuperable, porque estaba absolutamente dañado el par de pistas, que no eran ópticas sino magnéticas y por tanto particularmente deteriorables, que se alineaban en los bordes de cada pelÃcula: el sonido debÃa haber sido estereofónico. En uno de los dos fragmentos de pelÃcula, el menos dañado y que se restauró el primero y se pasó a computadora, los estudiosos habÃan podido ver una calle con peatones en las aceras y un tráfico intenso de vehÃculos con motor de explosión, de formas similares a los chasis de automóviles y camiones recuperados. Restaurado también el segundo fragmento recuperable de pelÃcula y transferido a la computadora, se habÃa podido ver un lugar de vacaciones estivales con gente desnuda.
CapÃtulo 3
A primera hora de la mañana del 14 de junio de 1933, el âfascista veteranoâ Annibale Moretti, debidamente aleccionado y cansado por no haber dormido, salvo algunas breves cabezadas en una silla, quedaba libre para irse del cuartel Giovanni Berta y volver a casa, con grandes agradecimientos por la colaboración prestada.
Su bicicleta se habÃa quedado en la ComisarÃa de Carabineros porque la mañana anterior habÃa sido transferido al presidio de la Milicia en una camioneta; Moretti se habÃa resignado a hacer a pie todo el camino hasta casa, que estaba a una decena de kilómetros del cuartel, ya que a nadie, del comandante al ayudante principal, al centurión encargado de la seguridad de la unidad y al oficial de guardia habÃa pensado en hacerle el favor de ordenar que le llevaran en algún vehÃculo. Y tampoco le habÃan dado de comer, ni una cena la noche anterior, ni siquiera el desayuno de esa mañana, aunque fuera al menos con la tropa, se decÃa Annibale, si no con el grupo de suboficiales o incluso con los oficiales. Con el estómago vacÃo, habÃa entrado en el primer café que habÃa encontrado, que se llamaba âLa Megasciadaâ, que en realidad era más un âtraniâ12 que un café, pero que tenÃa una máquina napolitana13 para los poquÃsimos clientes abstemios y, por la noche, para aquellos âtranerosâ demasiado alcohólicos como para volver a casa junto a sus mujeres sin haber ingerido antes un buen litro de vino peleón. Eran las 8 en punto cuando Moretti se sentaba y pedÃa café y pan. HabÃa visto que el local tenÃa un aparato de radio y habÃa pedido escuchar las noticias. La habÃan hecho caso y Annibale habÃa podido oÃr, siendo citado anónimamente, el comunicado que habÃa esperado: â⦠y el meteorito el primero que lo ha visto ha sido un valiente agricultor, fascista desde antes de la Marcha, que ha avisado de inmediato, con la habitual diligencia de un verdadero fascista, a los Carabineros Reales, los cuales, con otras fuerzas del orden, han recuperado y entregado a la ciencia lo que quedaba del objeto celesteâ.
La noticia de ese meteorito habÃa sido difundida al final de la tarde primero por el EIAR14 y algunas ediciones de última hora de la tarde de los periódicos y, al dÃa siguiente, por los de la mañana y los primeros noticieros de la radio. Annibale no se habÃa sorprendido al oÃr hablar del meteorito, ya que en el cuartel Berta habÃa sido invitado respetuosamente por varios oficiales a aprenderse de memoria una frase que hablaba del artefacto, escrita con letras de molde sobre un folleto por el comandante Trevisan, pero antes ideada y comunicada por teléfono por el mismo y meticuloso Bocchini. Era una pequeña lección pedante para repetir en público y en familia: âSe trata de un meteorito, es decir, de un objeto natural caÃdo del cielo, aunque no redondo, sino con una extraña forma como de disco de piedra, parecida a las que se lanzan al agua para hacerlas rebotar, pero mucho más grandeâ. A primera hora de la mañana, primero el jefe de manÃpulo que estaba de guardia, luego el centurión responsable de la seguridad y la información y finalmente el señor primero Trevisan, en esta ocasión llegando antes de casa, habÃan interrogado escrupulosamente al agricultor. En todos los casos habÃa dado pruebas de conocerse la lección al pie de la letra. Ante una pregunta concreta del comandante, de vuelta poco antes de que le dejaran irse, habÃa asegurado que lo habrÃa relatado exactamente asà y jamás de otra manera, añadiendo resuelto para tener mayor credibilidad: âSÃ, pero se entiende bien que es una gran roca plana del cielo, ¿o no? ¡Es evidente, señor primero!â. En rigor, el hombre, que era bastante inteligente a pesar de haber estudiado solo hasta el tercer grado elemental, no se lo habÃa tragado y seguÃa convencido (¡Vaya trola! ¡Ãl no era idiota!) de que aquello era un avión hermoso y estupendo, con forma de disco extraño y secretÃsimo, sà señor, y no un objeto natural caÃdo del cielo.