La noticia de ese meteorito habÃa sido difundida al final de la tarde primero por el EIAR14 y algunas ediciones de última hora de la tarde de los periódicos y, al dÃa siguiente, por los de la mañana y los primeros noticieros de la radio. Annibale no se habÃa sorprendido al oÃr hablar del meteorito, ya que en el cuartel Berta habÃa sido invitado respetuosamente por varios oficiales a aprenderse de memoria una frase que hablaba del artefacto, escrita con letras de molde sobre un folleto por el comandante Trevisan, pero antes ideada y comunicada por teléfono por el mismo y meticuloso Bocchini. Era una pequeña lección pedante para repetir en público y en familia: âSe trata de un meteorito, es decir, de un objeto natural caÃdo del cielo, aunque no redondo, sino con una extraña forma como de disco de piedra, parecida a las que se lanzan al agua para hacerlas rebotar, pero mucho más grandeâ. A primera hora de la mañana, primero el jefe de manÃpulo que estaba de guardia, luego el centurión responsable de la seguridad y la información y finalmente el señor primero Trevisan, en esta ocasión llegando antes de casa, habÃan interrogado escrupulosamente al agricultor. En todos los casos habÃa dado pruebas de conocerse la lección al pie de la letra. Ante una pregunta concreta del comandante, de vuelta poco antes de que le dejaran irse, habÃa asegurado que lo habrÃa relatado exactamente asà y jamás de otra manera, añadiendo resuelto para tener mayor credibilidad: âSÃ, pero se entiende bien que es una gran roca plana del cielo, ¿o no? ¡Es evidente, señor primero!â. En rigor, el hombre, que era bastante inteligente a pesar de haber estudiado solo hasta el tercer grado elemental, no se lo habÃa tragado y seguÃa convencido (¡Vaya trola! ¡Ãl no era idiota!) de que aquello era un avión hermoso y estupendo, con forma de disco extraño y secretÃsimo, sà señor, y no un objeto natural caÃdo del cielo.
Esa misma mañana del 14 de junio de 1933, en el mismo momento en que Moretti estaba tomando su desayuno en el trani, escuchando las noticias de la radio y hablando consigo mismo, Mussolini estaba en el mismo despacho reflexionando de nuevo acerca de esa aeronave desconocida: â¿Prototipo francés, inglés o alemán?â. âAlemaniaâ, se habÃa dicho, âme parece poco probable, ese histérico bigotito de Charlot está en el poder desde hace solo unos pocos meses y además, con todos los problemas que tienen los alemanes, seguro que no piensan en proyectar nuevos aviones.15 Pero ahora mismo el Bigotes16 Adolf está dando órdenes a toda prisaâ: Mussolini no sentÃa simpatÃa por aquel imitador polÃtico que le adoraba y que, hablando en público, caÃa en momentos de histeria y, como le habÃan dicho sus servicios secretos, caÃa a veces en privado en las más graves depresiones llenas de temor por el juicio del mundo y de sentimientos de inferioridad, cosa absolutamente inconcebible, sin embargo, para un arrogante apasionado como el Duce, que estaba absolutamente convencido de ser admirado, sobre todo por jefes de gobierno y ministros de otras naciones, como por ejemplo el Canciller de la Hacienda británico Winston (Winnie) Churchill, que le habÃa visitado en Roma en el 2917 y al que llamaba el cigarrón (âGran fumador de cigarros puros Montecristo número 1â, le habÃan informado los eficientes servicios del OVRA); pero ser admirado por el Bigotes Adolf no le agradaba tanto, ¡ya ves!
Y sin embargo habÃa sido precisamente el ejemplo de Mussolini el que habÃa inspirado la actividad de Adolf Hitler, jefe de un movimiento análogo al fascismo, surgido a partir de un minúsculo Partido Alemán de los Trabajadores convertido en Partido Nacionalsocialista, que habÃa expresado todo lo violentamente aberrante que habÃa detrás de la derrota alemana, en primer lugar el fuerte militarismo tradicional y el racismo, con el cual el Fhürer con bigote al estilo de Charlie Chaplin habÃa construido poco a poco su funesta doctrina que le habÃa llevado a la cumbre de Alemania el 31 de enero de ese mismo año 1933 en el que Italia habÃa capturado, en junio, el platillo volante.
HabÃa sonado el teléfono blanco del Duce. Aunque eran ya pasadas las 19, Mussolini estaba en su despacho presidencial.
Era Bocchini: â¡Duce, le saludo!â
â¿Novedades?â
âConocemos las nacionalidades probables de los tres cadáveresâ.
â¡Bravo! ¿Cómo lo han sabido?â
âFácilmente, gracias a los manuales del disco, todos en inglés, además de otros escritos en el mismo idioma en las etiquetas de la ropa interior de los tres muertos. Por cierto, sus camisetas y calzones nos han dado direcciones fiscales en Gran Bretaña y otros paÃses anglófonos, pero la primera nación, teniendo en cuenta su poderÃo y la situación polÃtica actual, parece las más prob...â
â... ¡Sin duda! ¡La Gran Bretaña es probabilÃsima! Allà son maestros en meter las narices en las casas de otros y aunque sea verdad que el cigarrón me tiene mucha simpatÃa, siempre será un patriota inglés. Bueno, Bocchini, ya sabes qué debes hacer con los servicios del OVRA, mientras que yo daré órdenes a los militaresâ.
âSiempre a sus órdenes, Duce, pero tengo otro par de cosas que decirleâ.
âDilasâ.
âAnte todo, su idea de que se trataba de pilotos de pruebas sino de espÃas ha resultado completamente exacta: lo hemos confirmado cuando en un compartimento interno hemos encontrado ropas burguesas, es decir, de estilo de ciudad y digamos no de vacaciones como las que llevaban los muertos y, sobre todo, se han descubiertos insignias fascistasâ.
â¡Ajá! QuerÃan aterrizar, disfrazarse y espiar ¡qué locos! ¿HabÃa en la aeronave rollos y pelÃculas cinematográficas ya reveladas?â
âNo, Duce, no se han encontrado, ni tampoco pelÃculas vÃrgenes, ni máquinas fotográficas ni cinematográficas: se han recogido diversos pequeños objetivos externos por todo el disco y a lo largo de su circunferencia, que muestran la peculiaridad de no usarse con cámaras, sino de conectarse, parece que a través de ondas de radio, a aparatos internos que parecen radiotransmisores, pero que, extrañamente, no tienen válvulas.
â¡¿Radios sin válvulas?! ¿Qué más han inventado esos malditos ingleses?â
âPodrÃa tratarse de cámaras de recogida y radiotransmisión de imágenes, del tipo de las de la televisión experimental inglesa, lo que apoyarÃa la hipótesis del espionaje por parte de esa nación, pero, Duce, son radiocámaras18 pequeñas, más bien pequeñÃsimas, no mastodónticas como las que hemos fotografiado secretamente en la BBCâ.19
âAhora necesitamos a Marconi, ¿eh?â
âSÃ, Duceâ.
Guglielmo Marconi era el inventor del telégrafo sin hilos y uno de los padres de la radio. Estaba entre los personajes más importantes del régimen, presidente desde septiembre de 1930 de la Academia de Italia, premio Nobel de fÃsica y además, entre otros muchos tÃtulos, almirante de la Real Marina Militar, en la cual, después de un breve paréntesis en el Genio, habÃa servido durante la Gran Guerra.
âBocchini, ¿piensas que querÃan enviar fotos y pelÃculas a Inglaterra?â
âLa sospecha me parece correcta, Duceâ.
â... Y ahora mismo Marconi está embarcado haciendo experimentos. ¿En qué zona se encuentra su barco?â
âEl almirante está volviendo del Océano Ãndico a través del Mar Rojo, pero sabemos por él mismo, a través de la radio, que echará el ancla varias veces para realizar otros experimentos que tiene programadosâ.
âNo podemos pedirle que vuelva, sus experimentos son siempre fundamentales para Italia, pero en cuanto esté en la patria le llamaré. Entretanto, mantenme informado constantemente de todas las novedades con respecto a esa aeronave extranjera, telefonéame aunque sea a Villa Torlonia20 si lo estimas necesario, pero sin fallos en caso de otro avistamiento de aeronaves extrañas. Adiós Bocchini y... ¡Muy bien!â.
Mussolini habÃa ordenado de inmediato a los servicios secretos militares prestar especial atención a Gran Bretaña, pero sin ignorar a las demás naciones industriales anglófonas, e indagar en particular sobre aviones en forma de disco, máquinas cinematográficas sin pelÃcula y aparatos de radio sin válvulas capaces de enviar imágenes.
Esa misma tarde, poco antes de abandonar el despacho y volver a Villa Torlonia, el Duce habÃa dispuesto, siguiendo un impulso, como era habitual en él, llamar de China a su yerno Gian Galeazzo Ciano, conde de Cortellazzo y Buccari que, como cónsul plenipotenciario, residÃa en Shanghai con su mujer, la condesa Edda, nacida Mussolini: Se le habÃa metido de repente en la cabeza la idea de nombrarle jefe del Gabinete de Prensa, el órgano romano encargado del control y guÃa de los medios de comunicación, con la ayuda de Bocchini y la Stefani, trayéndose asà âdirectamente a casaâ, habÃa dicho a su esposa Rachele cuando habÃa entrado a cenar, la dirección de la supervisión de la información.21 Su consorte solo habÃa murmurado, y no por primera vez, acerca de aquel azidèint dâà nder in cà ,22 ambicioso y además con aquel vozarrón un tanto masculino: ¡ya ves, no te gustaba mucho, ya ves!
Al final de la mañana del 14 de junio Annibale Moretti, una vez en casa, habÃa tenido la infausta idea de contar a sus familiares la verdad sobre el disco y por la tarde su único hijo, un chico de diecinueve años a punto de hacer el servicio militar, habÃa tenido la pésima iniciativa de hablar con sus amigos en âIl Rebecchinoâ, el trani del pueblo donde se reunÃan, entre otros, los braceros de su padre, en un tiempo comunistas radicales que odiaban a su padre, luego sometidos por la fuerza al régimen y finalmente seducidos por Mussolini, como tantos otros proletarios rurales e industriales, con ciertas ventajas que les concedieron como un cÃrculo de formación y las excursiones del Istituto Nazionale del Dopolavoro, o como las residencias y las colonias marÃtimas y de montaña para los hijos pequeños. Los braceros de Moretti, debido a sus lenguas largas y su irrefrenable envidia hacia el patrón, la cual a pesar de la sumisión consolidada al fascismo seguÃa necesitando desfogarse, habÃan contado a la mañana siguiente por todas partes empezando, por los guardias civiles, que su patrón habÃa dicho mentiras como casas, porque no habÃa visto una piedra plana, sino un aeroplano enemigo en forma de disco que habÃa caÃdo junto a sus campos. En resumen: ¡catacrac! Annibale Moretti habÃa sido detenido e internado en un manicomio: se hizo de tal manera que todos supieran que el pobrecito estaba loco y era por su bien que la autoridad actuara para curarlo, ya que confundir piedras con aviones solo podÃa crear complicaciones internacionales y, en resumen, era un pobre chalado y dejarlo en libertad era un peligro, para él y para todos. En cuanto al hijo, aunque, igual que su madre, se habÃa guardado de comentar con nadie el internamiento de su padre, habÃa recibido, pocos dÃas después, un poco antes de tiempo, la carta de reclutamiento y habÃa acabado en un batallón de gastadores del Genio, del cual habÃa salido un mes después hecho pedazos dentro de una caja metálica sellada a causa de un desgraciado accidente en la formación debido a la impericia del recluta Moretti en el uso del explosivo: tal vez fuera verdad, pero el corazón de la madre albergaba la sospecha de una desgracia realizada por algún esbirro del régimen infiltrado entre las filas; sin embargo permanecÃa callada sin presentar denuncia y tampoco la ProcuradurÃa Militar habÃa tratado de hacer averiguaciones por su cuenta. Se habÃa dejado en paz a la señora Moretti y esta habÃa recibido inmediatamente una pequeña pensión: No se le habÃa molestado, no solo porque habÃa permanecido callada, sino también principalmente porque, en aquel tiempo, las mujeres se consideraban poca cosa, y nada en absoluto si pertenecÃan al pueblo ignorante, por lo que a las afirmaciones de una pueblerina semianalfabeta se les habrÃa dado el mismo crédito que el que se habrÃa dado al cacareo de una gallina.
Del pobre marido âfascista veteranoâ se habÃa perdido la pista durante un tiempo, siendo transferido de un manicomio a otro, hasta que un dÃa, en enero de 1934 llegó una postal a casa: no una carta, ya que asà los empleados de correos del pueblo podÃan leerla y cabÃa esperar que la divulgaran, como acabó pasando. Con esa postal se avisaba a la señora Moretti de que su pobre consorte habÃa muerto en Cerdeña en un hospital a causa de una pulmonÃa y se pedÃa permiso para sepultarlo de inmediato en el camposanto local o, si lo querÃa la familia, ir allà para llevárselo al cementerio de su tierra. La esposa debÃa haber contestado a los cinco dÃas de la fecha de envÃo si hubiera querido trasladar los restos del consorte y en caso contrario el silencio se considerarÃa como aceptación de la inhumación en la isla. Ya habÃan pasado los cinco dÃas, casi con seguridad Moretti habÃa sido enterrado, asà que la viuda habÃa renunciado a actuar, considerando también la dificultad, para una mujer sola e ignorante, de ir a Cerdeña, proceder a la exhumación y hacer mandar el féretro al pueblo lombardo.
Mussolini, que habÃa dormido estupendamente toda la noche, entró a las 7 de la mañana del 15 de junio de 1933 en el cuarto de baño para las actividades normales después de despertar y habÃa tomado una de sus súbitas decisiones mientras estaba orinando.
Al llegar al despacho, eran las 8 horas y 10 minutos, habÃa convocado, ¡en una hora!, al ministro de educación nacional, Francesco Ercole, y al de guerra, Pietro Gazzera23: lo que habÃa presentado también interesaba a los ministerios de asuntos exteriores24 y de interior, pero estaban a cargo del propio Mussolini provisionalmente; sin embargo habÃa hecho venir al subsecretario de interior, Guido Buffarini Guidi, ya que, en la práctica, este dirigÃa aquel ministerio.
Exactamente 45 minutos después, los dos ministros y el subsecretario, a través de la puerta de doble hoja del despacho-salón previamente abierta de par en par por un criado, desde la que se veÃa el escritorio y el sillón del jefe de gobierno, que se encontraban casi al fondo de la parte opuesta del espacio, habÃan entrado al mismo tiempo y se dirigÃan a paso ligero hacia del Duce, hombro con hombro, según una recientÃsima disposición de Mussolini en persona; entretanto el criado cerraba tras ellos la puerta: oficialmente la orden de apresurarse tenÃa como justificación reducir el tiempo dedicado a las audiencias, principalmente para que el Gran Jefe se ocupara de otros asuntos; pero sobre todo a Mussolini le gustaba muchÃsimo ver a aquellos señores con camisa y chaqueta negra obedeciéndole ridÃculamente: en junio de 1935 incluso harÃa saltar gimnásticamente a toda su jerarquÃa los cÃrculos de fuego durante el llamado âsábado fascistaâ o, más exactamente, durante la tarde de ese mismo dÃa, dedicado a la gimnasia y la educación militar, algo que debÃan preocupar nada menos que a todos los italianos. Ya el hecho de recorrer caminando la larga sala, con el Duce impertérrito al fondo junto al escritorio presidencial, con los brazos cruzados, la mandÃbula altiva y los ojos dirigidos a los ojos del convocado de turno o pasando de uno a otro de los congregados cuando eran más de uno, como en nuestro caso, habrÃan causado una notable incomodidad, pero pasar el salón a paso ligero domesticaba a todos y los hacÃa dóciles cuando ya llegaban a la altura del Duce. Después de recibir las órdenes, los convocados debÃan saludar a la romana al jefe supremo, girar sobre sus talones y, siempre a paso ligero, hop, hop, salir por la puerta abierta entretanto por el ujier al que Mussolini habÃa avisado previamente pulsando un botón sobre el escritorio en cuanto estos le habÃan dado la espalda. No querÃa, en el fondo, tener colaboradores, aparte del fiel Bocchini, sino simplemente marionetas.