Era domingo, me tocaba estar de guardia, asà que me sorprendió que alguien preguntase por mÃ, y además una señora con un fuerte acento gallego; la hice pasar a mi despacho, se encontraba en un estado lamentable, descompuesto, le pedà que tomase asiento y dijese qué le ocurrÃa:
-No recuerdo haberla visto nunca señora, ¿quién le dio mi nombre? ¿Quién le habló de m�
-Una tÃa suya, una hermana de su madre es amiga mÃa y cuando supo que iba a Madrid para hacerle una visita a mi ahijado entonces me dijo que tenÃa un sobrino aquà que era policÃa y que si necesitaba algo o tenÃa algún problema viniese a verle âlogró decirme, después de haberse tomado su copa.
-¡Ah, se refiere a tÃa Ãngeles! Es verdad, me llamó el sábado por teléfono para contármelo. ¿Qué le ha pasado? ¿Le han robado el equipaje en Norte? Ocurre a menudo pero conozco a los rateros y si es quién pienso le conviene devolvérselo, usted dirá.
-¡No es eso! ¡No es eso! Resulta que él tenÃa que haberme ido a recoger a la estación, el tren llegó con retraso por lo que no esperaba verlo, como asà ocurrió; como tenÃa su dirección cogà un taxi y le di instrucciones al taxista con el fin de que me llevase por el camino más corto a casa de mi ahijado, él siempre me decÃa que los taxistas de Madrid son muy vivos y que si pueden dan una vuelta para sacar más dinero al cliente.
-Algunos, no todos; continúe.
-Llegué, toqué el timbre pero nadie contestó, estuve casi una hora esperando a que apareciese pero nada, él sabÃa que venÃa, no podÃa dejarme plantada. Comisario Soler, estoy segura que le ha ocurrido algo, he llamado a los hospitales pero no saben nada; ¿puede usted ayudarme? He pensado que podÃa estar en alguna de las comisarÃas pues, aunque es un buen muchacho, viste un poco asÃâ¦moderno, ¿me entiende?
-Intente explicarse más claramente.
-Ãl lleva pantalones muy ceñidos y cazadora vaquera, camiseta, y bebe cervezaâ¦bueno, como la mayorÃa de los jóvenes.
-Entiendo ¿cómo se llama?
-Ricardo GarcÃa Olavide, vive aquà con su hermana; los dos están estudiando.
-Esto es lo que vamos a hacer, ahora yo me encargaré de enterarme si alguien con esas señas y nombre ha sido detenido en los últimos dos dÃas, tal vez se hayan metido en algún pequeño follón y los encontremos. Espere aquÃ, enseguida vuelvo.
Miré en el ordenador las detenciones de la semana; están bien estos cacharros, ahorran mucho trabajo, estaba seguro de encontraros en alguna de las redadas que se habÃan efectuado en la semana, pero no aparecÃais por ningún sitio. Volvà a la oficina con dos cafés.
-No aparecen, no creo que les haya ocurrido nada, puede que estén con algún amigo.
-¡No! ¡sé que les ha sucedido algo! ¡Estarán muertos en un callejón, apuñalados! ¡Pobre ahijado mÃo, pobrecito! ¿Qué dirá su madre?
No pudo continuar, comenzó a llorar e hipar, todo el maquillaje se le estaba descomponiendo, paró un momento, parecÃa que se habÃa tranquilizado pero volvió a la carga, más lloros e hipidos, yo también me estaba poniendo nervioso oyéndola. Abrió su bolso y cogiendo un pañuelo comenzó a retorcerlo mientras lloraba, lloraba; entrecortadamente pidió que le trajesen otra copa de aguardiente, lo hice y ya habÃa decidido pedir una orden de registro para entrar en vuestra casa, asà que en cuanto estuvo en mi poder fuimos allÃ. Encontramos una agenda con direcciones y teléfonos, decidimos utilizarla para localizaros, probablemente alguno de los anotados en ella sabrÃa decirnos dónde encontraros; de esta manera nos enteramos que otras dos personas faltaban de sus casas. Realmente no sabÃa por dónde iniciar mis investigaciones, lo primero era interrogar a la gente del barrio, sacamos pocas cosas en claro pero comenzamos a rastrear vuestras andanzas por la zona Centro. Al cabo de una semana decidà contarle el hecho a un periodista amigo mÃo, tal vez alguien supiese dónde buscaros o puede que vosotros mismos leyerais la noticia. Continúa relatando qué ocurrió, ¿dónde os ocultasteis?
-Ricardo tenÃa razón, debÃamos ser prudentes, a casa no podÃamos ir, nuestras familias querrÃan que pusiésemos el caso en manos de la policÃa, si lo hacÃamos posiblemente nuestras vidas corriesen peligro, intentarÃamos averiguar primero quiénes eran aquellos hombres, asà que a SofÃa se le ocurrió una ideaâ¦
-A ver qué os parece: las sombras nos trasladan al instante en el espacio, volvemos a utilizarlas para ir a otro sitio.
-Pero no sabemos cómo funcionan realmente, ¿hace falta una figura gemela o el que funcione tan sólo depende de los deseos que tenga quien la utilice? âobjetó Ricardo âdaos cuenta que hasta ahora sólo tenemos el hecho de que hay una en La Coruña y otra en Madrid, y que, supuestamente, se corresponden pero ¿son las únicas en España?¿hay otras en algún paÃs distinto al nuestro? ¿si las utilizamos erróneamente nos quedaremos colgados en una cuarta dimensión desconocida?
-La solución la próxima semana en CANAL-R âbromeó SofÃa.
-No es tan disparatado lo que dice como tú piensas âle defendÃ.
-Gracias tronca.
-Lo siento, estaba vacilándote, puede que tengas razón, pero entonces ¿qué haremos?.
-¡Ya sé dónde podemos ir! âexclamé âestoy casi segura que sé dónde hay más sombras: en Venecia.
-¿En Venecia?
-SÃ, el verano pasado estuve allà una temporada con una amiga de la facultad que es veneciana, habÃa muchas; por todas partes, no supo explicarme su significado aunque hubo algo en su actitud, cuando le pregunté por ello, que me hizo sospechar que era un tema que conocÃa a fondo pero del que no querÃa hablar.
-¡Tú alucinas! âreplicó SofÃa.
-Tengo pruebas, unas fotos que hice a algunas de las sombras, se parecen bastante a la de Chueca; podemos esperar a la noche para ir a casa, tomaremos todas las precauciones posibles por si acaso está vigilada.
No tuvimos ningún contratiempo, tenÃa razón: eran iguales a las dos que habÃamos visto. Tanta casualidad nos escamaba a todos, no era probable que alguien las hubiera pintado solamente para ir de Coruña a Madrid, lógico serÃa que hubiese más, desde luego si un sitio tenÃa posibilidades de ser el centro de toda esta historia Venecia contaba con un 99% de ellas. Con fama de ciudad misteriosa desde hace siglos, tenÃa todo a su favor. Asà que volvimos a fundirnos con la sombra y aparecimos en Venecia, la casa de mi amiga estaba cerca del Puente de los Tres Arcos, las ventanas se encontraban iluminadas, golpeé la puerta con un pesado llamador de bronce que tenÃa forma de garra de león. Pasaron unos minutos antes de que oyésemos pasos acercándose a la puerta, se abrió una trampilla desde donde nos miró una cara asombrada:
-¡Teresa! ¿Qué haces aqu�
-Déjame entrar Carla, tenemos que hablar; ¿puedes alojarnos durante unos dÃas?, tal vez puedas ayudarnos, tenemos un problema tremendo.
-Pasad, pasad âdijo Carla al tiempo que abrÃa la pesada puerta âmis padres están en Austria, yo preferà quedarme, tardarán unos veinte dÃas en volver.
-Vamos a sentarnos y a contarte lo que ocurre.
-Vamos a sentarnos y a contarte lo que ocurre.
Era increÃble la casa, parecÃa que habÃamos viajado a otra época; era un palacete de esos que aparecen en las pelÃculas, donde seguramente ha ocurrido más de un crimen pasional, envenenamientos, sesiones de magia negra, y vete a saber qué más; eso fue lo que pensé la primera vez que entré en la casa de Carla y ahora, influenciada por todo lo sucedido y de noche, la impresión se acentuó. Nos llevó hasta una pequeña sala situada en el piso superior. PodÃamos confiar en ella asà que se lo contamos todo, no se sorprendió en absoluto por nuestro relato:
-Será mejor que descanséis, mañana intentaré explicaros algunas cosas pero ahora es tarde, mañana hablaremos, tenemos muchos dÃas por delante, nos van a hacer falta; tengo que levantarme temprano, debo ver urgentemente a mi maestro.
-Dinos algo ahora, Carla âsupliqué.
-¡No!â¦no puedoâ¦todavÃa; mañana será mejor. Venid, os llevaré a unas habitaciones donde podréis descansar.
A pesar de que le insistimos no se dejó convencer, nos mostró unas habitaciones cercanas a la salita y nos dejó solos. TenÃa razón; la excitación de estos dÃas no habÃa dejado que nos diésemos cuenta de nuestro cansancio, yo tardé en conciliar el sueño pero LuÃs y SofÃa roncaban a los cinco minutos de dejarlos en la suya. Era una de esas noches en que es imposible dormir por más que se intente, la mente trabaja a doscientos por hora, los pensamientos se suceden con rapidez, se superponen unos a otros, y las más extravagantes teorÃas cobran realidad por unos momentos. Duermes, pero no con profundidad, y cuando te das la vuelta para mirar el reloj, porque crees que tan sólo han pasado unos minutos, te das cuenta que llevas horas inmersa en cavilaciones. Estaba amaneciendo cuando por fin me quedé dormida, sé que fue asà porque soñé lo mismo que la noche en que Ricardo desapareció por primera vez en la sombra. ¡Otra vez aquel extraño laboratorio, aquella gente con lo que parecÃan ser camisones blancos y, sobre todo, aquella casa laberÃntica!. TenÃa que haber una relación, por lo que sé los sueños no suelen repetirse y cuando lo hacen es que hay una poderosa razón para ello. ¿Qué significarÃa: un hecho del pasado, algo que estaba por ocurrir o, lo más inquietante, la realidad de lo que estaba ocurriendo? Eso fue lo que pensé al despertar pero no veÃa cómo podÃa encajar con la muerte del hombre en la playa, aunque también podrÃa ser que no hubiese conexión alguna. Todo era posible, sabÃamos por el momento demasiado poco.
Miré el reloj, eran las nueve de la mañana, Ricardo dormÃa plácidamente aún, me vestà y fui a la habitación de SofÃa, les ocurrÃa lo mismo; aproveché para dar una vuelta por la casa y de paso hablar a solas con Carla. No estaba. Deambulé por aquà y por allá, aquello era enorme, pero ni rastro de mi amiga, debió de salir muy temprano; busqué la cocina, si no me equivocaba se encontraba en la planta baja, a la derecha de la puerta principal habÃa un corredor que conducÃa a ellaâ¦sÃ, era asÃ, ahora me acordaba, no tengo muy buena memoria para estas cosas de los planos de una casa, siempre fui un desastre. Estaba preparando el desayuno cuando me pareció oÃr una voz, salÃ, era SofÃa que me llamaba:
-¡Por aquÃ, a la derecha!
Tardó unos minutos en aparecer, venÃan los tres.
-No sabÃamos dónde estabas.
-No te oà levantar, y con esta historia que está ocurriendo pensé todo tipo de cosas raras âse excusó Ricardo.
-No saquemos las cosas de quicio ¿qué iba a pasar? Entre otros motivos, porque nadie sabe que estamos aquÃ. No comiences a alucinar ¿eh? ârepliqué.
Desayunamos, luego nos dedicamos a explorar la casa: Ricardo y yo la planta baja, los otros la planta alta. Más que una casa parecÃa un museo. PertenecÃa a la familia de Carla desde hacÃa siete siglos, ¡una pasada!, y cada generación habÃa reformado y decorado la mansión de acuerdo con los cánones de la época, conservando, eso sÃ, multitud de obras de arte de todos los estilos. La biblioteca era increÃble: obras de los griegos clásicos copiadas por monjes del siglo XIII, en francés, griego, alemán antiguo, en inglés, una copia de los viajes de Marco Polo manuscrita, libros de Voltaire, Montesquieu, Rousseau, Giacomo Casanova, Virgilio, ¡incluso la Enciclopedia de Diderot!, me sentà fascinada por todo aquello. Carla volvió alrededor de las dos de la tarde:
-No habréis salido ¿verdad? No conviene que nadie sepa de vuestra existencia hasta que habléis con mi maestro.
-Esta tronca alucina por colores, ¿no?, ¿no estará pasada de vueltas? âme dijo Ricardo al oÃdo âpara mi que le patinan las neuronas.
-Espera, no seas asÃ, a lo mejor nos aclara las ideas, aunque un poquillo tocada del ala sà que está âcontestó LuÃs, que no perdÃa comba de lo que hablábamos.
-Te he oÃdo perfectamente y no estoy pasada de vueltas, hay cosas en el mundo, historias, que nadie se imagina que puedan ocurrir, pero la vida es mucho más complicada de lo que parece; hay otros mundos y dimensiones incomprensibles para la mayorÃa, pero están ahÃ, existen de alguna manera y el estudiarlas y aprehenderlas sólo le está permitido a los iniciados pues, sino es asÃ, la mente de alguien no preparado serÃa incapaz de asimilarlas y le conducirÃa a la locura. Venecia es una ciudad misteriosa, encierra tantos enigmas que toda una vida dedicada a su estudio no podrÃa descubrir.
-Hablas como una masona.
-Tal vez sÃ, ni lo niego ni lo afirmo. Pero eso no tiene importancia. Os voy a contar una historia que en mi familia ha pasado de generación en generación, de la que sólo nosotros somos sus custodios y guardianes, y que nunca hemos relatado a miembros exteriores a ella.
-Entonces, ¿por qué tenemos que conocerla?
-¿Quién de vosotros descubrió la sombra y logró que funcionase?
-Yo âcontestó Ricardo.
-Quizás mantengas una conexión con Venecia debido a que en tu familia existe alguien que procede de aquÃ.
-No.
-Espera⦠¿recuerdas que la abuela nos contaba que su padre era veneciano y estaba iniciado en los secretos de la alquimia? âintervine âtodos decÃan que estaba loca, pero tal vez lo hacÃan para protegernos.
-Dejad de discutir y prestadme atención, mi maestro me ha dado permiso para relataros esta historia singular: remontémonos al siglo XI, los Monte-Ollivellachio llevan cuatro siglos viviendo en Venecia, le han dado a la ciudad valientes soldados, perspicaces comerciantes y estudiosos de la vida y la muerte, de los misterios de la naturaleza, alquimistas se les llamaba en aquellos tiempos. Ãpoca de continuas guerras entre los pequeños estados que nueve siglos más tarde formarÃan el pueblo italiano; las personas se veÃan obligadas muchas veces a llevar una doble vida a causa de las persecuciones tanto polÃticas como religiosas, debido a ello las casas y palacios eran poseedoras de pasadizos y salas secretas que permitÃan al perseguido desaparecer por un tiempo hasta que los ánimos se calmasen. Esta casa tiene varios. Os haré un plano para que comprendáis bien la historia. Vamos a la biblioteca.
-Por favor. ¡¿Queréis no iros por las ramas?! ¿qué tiene que ver esto con vuestra desaparición, me queréis explicar?-inquirió el comisario Soler.