Las Sombras - María Acosta 4 стр.


Era domingo, me tocaba estar de guardia, así que me sorprendió que alguien preguntase por mí, y además una señora con un fuerte acento gallego; la hice pasar a mi despacho, se encontraba en un estado lamentable, descompuesto, le pedí que tomase asiento y dijese qué le ocurría:

-No recuerdo haberla visto nunca señora, ¿quién le dio mi nombre? ¿Quién le habló de mí?

-Una tía suya, una hermana de su madre es amiga mía y cuando supo que iba a Madrid para hacerle una visita a mi ahijado entonces me dijo que tenía un sobrino aquí que era policía y que si necesitaba algo o tenía algún problema viniese a verle –logró decirme, después de haberse tomado su copa.

-¡Ah, se refiere a tía Ángeles! Es verdad, me llamó el sábado por teléfono para contármelo. ¿Qué le ha pasado? ¿Le han robado el equipaje en Norte? Ocurre a menudo pero conozco a los rateros y si es quién pienso le conviene devolvérselo, usted dirá.

-¡No es eso! ¡No es eso! Resulta que él tenía que haberme ido a recoger a la estación, el tren llegó con retraso por lo que no esperaba verlo, como así ocurrió; como tenía su dirección cogí un taxi y le di instrucciones al taxista con el fin de que me llevase por el camino más corto a casa de mi ahijado, él siempre me decía que los taxistas de Madrid son muy vivos y que si pueden dan una vuelta para sacar más dinero al cliente.

-Algunos, no todos; continúe.

-Llegué, toqué el timbre pero nadie contestó, estuve casi una hora esperando a que apareciese pero nada, él sabía que venía, no podía dejarme plantada. Comisario Soler, estoy segura que le ha ocurrido algo, he llamado a los hospitales pero no saben nada; ¿puede usted ayudarme? He pensado que podía estar en alguna de las comisarías pues, aunque es un buen muchacho, viste un poco así…moderno, ¿me entiende?

-Intente explicarse más claramente.

-Él lleva pantalones muy ceñidos y cazadora vaquera, camiseta, y bebe cerveza…bueno, como la mayoría de los jóvenes.

-Entiendo ¿cómo se llama?

-Ricardo García Olavide, vive aquí con su hermana; los dos están estudiando.

-Esto es lo que vamos a hacer, ahora yo me encargaré de enterarme si alguien con esas señas y nombre ha sido detenido en los últimos dos días, tal vez se hayan metido en algún pequeño follón y los encontremos. Espere aquí, enseguida vuelvo.

Miré en el ordenador las detenciones de la semana; están bien estos cacharros, ahorran mucho trabajo, estaba seguro de encontraros en alguna de las redadas que se habían efectuado en la semana, pero no aparecíais por ningún sitio. Volví a la oficina con dos cafés.

-No aparecen, no creo que les haya ocurrido nada, puede que estén con algún amigo.

-¡No! ¡sé que les ha sucedido algo! ¡Estarán muertos en un callejón, apuñalados! ¡Pobre ahijado mío, pobrecito! ¿Qué dirá su madre?

No pudo continuar, comenzó a llorar e hipar, todo el maquillaje se le estaba descomponiendo, paró un momento, parecía que se había tranquilizado pero volvió a la carga, más lloros e hipidos, yo también me estaba poniendo nervioso oyéndola. Abrió su bolso y cogiendo un pañuelo comenzó a retorcerlo mientras lloraba, lloraba; entrecortadamente pidió que le trajesen otra copa de aguardiente, lo hice y ya había decidido pedir una orden de registro para entrar en vuestra casa, así que en cuanto estuvo en mi poder fuimos allí. Encontramos una agenda con direcciones y teléfonos, decidimos utilizarla para localizaros, probablemente alguno de los anotados en ella sabría decirnos dónde encontraros; de esta manera nos enteramos que otras dos personas faltaban de sus casas. Realmente no sabía por dónde iniciar mis investigaciones, lo primero era interrogar a la gente del barrio, sacamos pocas cosas en claro pero comenzamos a rastrear vuestras andanzas por la zona Centro. Al cabo de una semana decidí contarle el hecho a un periodista amigo mío, tal vez alguien supiese dónde buscaros o puede que vosotros mismos leyerais la noticia. Continúa relatando qué ocurrió, ¿dónde os ocultasteis?

-Ricardo tenía razón, debíamos ser prudentes, a casa no podíamos ir, nuestras familias querrían que pusiésemos el caso en manos de la policía, si lo hacíamos posiblemente nuestras vidas corriesen peligro, intentaríamos averiguar primero quiénes eran aquellos hombres, así que a Sofía se le ocurrió una idea…

-A ver qué os parece: las sombras nos trasladan al instante en el espacio, volvemos a utilizarlas para ir a otro sitio.

-Pero no sabemos cómo funcionan realmente, ¿hace falta una figura gemela o el que funcione tan sólo depende de los deseos que tenga quien la utilice? –objetó Ricardo –daos cuenta que hasta ahora sólo tenemos el hecho de que hay una en La Coruña y otra en Madrid, y que, supuestamente, se corresponden pero ¿son las únicas en España?¿hay otras en algún país distinto al nuestro? ¿si las utilizamos erróneamente nos quedaremos colgados en una cuarta dimensión desconocida?

-La solución la próxima semana en CANAL-R –bromeó Sofía.

-No es tan disparatado lo que dice como tú piensas –le defendí.

-Gracias tronca.

-Lo siento, estaba vacilándote, puede que tengas razón, pero entonces ¿qué haremos?.

-¡Ya sé dónde podemos ir! –exclamé –estoy casi segura que sé dónde hay más sombras: en Venecia.

-¿En Venecia?

-Sí, el verano pasado estuve allí una temporada con una amiga de la facultad que es veneciana, había muchas; por todas partes, no supo explicarme su significado aunque hubo algo en su actitud, cuando le pregunté por ello, que me hizo sospechar que era un tema que conocía a fondo pero del que no quería hablar.

-¡Tú alucinas! –replicó Sofía.

-Tengo pruebas, unas fotos que hice a algunas de las sombras, se parecen bastante a la de Chueca; podemos esperar a la noche para ir a casa, tomaremos todas las precauciones posibles por si acaso está vigilada.

No tuvimos ningún contratiempo, tenía razón: eran iguales a las dos que habíamos visto. Tanta casualidad nos escamaba a todos, no era probable que alguien las hubiera pintado solamente para ir de Coruña a Madrid, lógico sería que hubiese más, desde luego si un sitio tenía posibilidades de ser el centro de toda esta historia Venecia contaba con un 99% de ellas. Con fama de ciudad misteriosa desde hace siglos, tenía todo a su favor. Así que volvimos a fundirnos con la sombra y aparecimos en Venecia, la casa de mi amiga estaba cerca del Puente de los Tres Arcos, las ventanas se encontraban iluminadas, golpeé la puerta con un pesado llamador de bronce que tenía forma de garra de león. Pasaron unos minutos antes de que oyésemos pasos acercándose a la puerta, se abrió una trampilla desde donde nos miró una cara asombrada:

-¡Teresa! ¿Qué haces aquí?

-Déjame entrar Carla, tenemos que hablar; ¿puedes alojarnos durante unos días?, tal vez puedas ayudarnos, tenemos un problema tremendo.

-Pasad, pasad –dijo Carla al tiempo que abría la pesada puerta –mis padres están en Austria, yo preferí quedarme, tardarán unos veinte días en volver.

-Vamos a sentarnos y a contarte lo que ocurre.

-Vamos a sentarnos y a contarte lo que ocurre.

Era increíble la casa, parecía que habíamos viajado a otra época; era un palacete de esos que aparecen en las películas, donde seguramente ha ocurrido más de un crimen pasional, envenenamientos, sesiones de magia negra, y vete a saber qué más; eso fue lo que pensé la primera vez que entré en la casa de Carla y ahora, influenciada por todo lo sucedido y de noche, la impresión se acentuó. Nos llevó hasta una pequeña sala situada en el piso superior. Podíamos confiar en ella así que se lo contamos todo, no se sorprendió en absoluto por nuestro relato:

-Será mejor que descanséis, mañana intentaré explicaros algunas cosas pero ahora es tarde, mañana hablaremos, tenemos muchos días por delante, nos van a hacer falta; tengo que levantarme temprano, debo ver urgentemente a mi maestro.

-Dinos algo ahora, Carla –supliqué.

-¡No!…no puedo…todavía; mañana será mejor. Venid, os llevaré a unas habitaciones donde podréis descansar.

A pesar de que le insistimos no se dejó convencer, nos mostró unas habitaciones cercanas a la salita y nos dejó solos. Tenía razón; la excitación de estos días no había dejado que nos diésemos cuenta de nuestro cansancio, yo tardé en conciliar el sueño pero Luís y Sofía roncaban a los cinco minutos de dejarlos en la suya. Era una de esas noches en que es imposible dormir por más que se intente, la mente trabaja a doscientos por hora, los pensamientos se suceden con rapidez, se superponen unos a otros, y las más extravagantes teorías cobran realidad por unos momentos. Duermes, pero no con profundidad, y cuando te das la vuelta para mirar el reloj, porque crees que tan sólo han pasado unos minutos, te das cuenta que llevas horas inmersa en cavilaciones. Estaba amaneciendo cuando por fin me quedé dormida, sé que fue así porque soñé lo mismo que la noche en que Ricardo desapareció por primera vez en la sombra. ¡Otra vez aquel extraño laboratorio, aquella gente con lo que parecían ser camisones blancos y, sobre todo, aquella casa laberíntica!. Tenía que haber una relación, por lo que sé los sueños no suelen repetirse y cuando lo hacen es que hay una poderosa razón para ello. ¿Qué significaría: un hecho del pasado, algo que estaba por ocurrir o, lo más inquietante, la realidad de lo que estaba ocurriendo? Eso fue lo que pensé al despertar pero no veía cómo podía encajar con la muerte del hombre en la playa, aunque también podría ser que no hubiese conexión alguna. Todo era posible, sabíamos por el momento demasiado poco.

Miré el reloj, eran las nueve de la mañana, Ricardo dormía plácidamente aún, me vestí y fui a la habitación de Sofía, les ocurría lo mismo; aproveché para dar una vuelta por la casa y de paso hablar a solas con Carla. No estaba. Deambulé por aquí y por allá, aquello era enorme, pero ni rastro de mi amiga, debió de salir muy temprano; busqué la cocina, si no me equivocaba se encontraba en la planta baja, a la derecha de la puerta principal había un corredor que conducía a ella…sí, era así, ahora me acordaba, no tengo muy buena memoria para estas cosas de los planos de una casa, siempre fui un desastre. Estaba preparando el desayuno cuando me pareció oír una voz, salí, era Sofía que me llamaba:

-¡Por aquí, a la derecha!

Tardó unos minutos en aparecer, venían los tres.

-No sabíamos dónde estabas.

-No te oí levantar, y con esta historia que está ocurriendo pensé todo tipo de cosas raras –se excusó Ricardo.

-No saquemos las cosas de quicio ¿qué iba a pasar? Entre otros motivos, porque nadie sabe que estamos aquí. No comiences a alucinar ¿eh? –repliqué.

Desayunamos, luego nos dedicamos a explorar la casa: Ricardo y yo la planta baja, los otros la planta alta. Más que una casa parecía un museo. Pertenecía a la familia de Carla desde hacía siete siglos, ¡una pasada!, y cada generación había reformado y decorado la mansión de acuerdo con los cánones de la época, conservando, eso sí, multitud de obras de arte de todos los estilos. La biblioteca era increíble: obras de los griegos clásicos copiadas por monjes del siglo XIII, en francés, griego, alemán antiguo, en inglés, una copia de los viajes de Marco Polo manuscrita, libros de Voltaire, Montesquieu, Rousseau, Giacomo Casanova, Virgilio, ¡incluso la Enciclopedia de Diderot!, me sentí fascinada por todo aquello. Carla volvió alrededor de las dos de la tarde:

-No habréis salido ¿verdad? No conviene que nadie sepa de vuestra existencia hasta que habléis con mi maestro.

-Esta tronca alucina por colores, ¿no?, ¿no estará pasada de vueltas? –me dijo Ricardo al oído –para mi que le patinan las neuronas.

-Espera, no seas así, a lo mejor nos aclara las ideas, aunque un poquillo tocada del ala sí que está –contestó Luís, que no perdía comba de lo que hablábamos.

-Te he oído perfectamente y no estoy pasada de vueltas, hay cosas en el mundo, historias, que nadie se imagina que puedan ocurrir, pero la vida es mucho más complicada de lo que parece; hay otros mundos y dimensiones incomprensibles para la mayoría, pero están ahí, existen de alguna manera y el estudiarlas y aprehenderlas sólo le está permitido a los iniciados pues, sino es así, la mente de alguien no preparado sería incapaz de asimilarlas y le conduciría a la locura. Venecia es una ciudad misteriosa, encierra tantos enigmas que toda una vida dedicada a su estudio no podría descubrir.

-Hablas como una masona.

-Tal vez sí, ni lo niego ni lo afirmo. Pero eso no tiene importancia. Os voy a contar una historia que en mi familia ha pasado de generación en generación, de la que sólo nosotros somos sus custodios y guardianes, y que nunca hemos relatado a miembros exteriores a ella.

-Entonces, ¿por qué tenemos que conocerla?

-¿Quién de vosotros descubrió la sombra y logró que funcionase?

-Yo –contestó Ricardo.

-Quizás mantengas una conexión con Venecia debido a que en tu familia existe alguien que procede de aquí.

-No.

-Espera… ¿recuerdas que la abuela nos contaba que su padre era veneciano y estaba iniciado en los secretos de la alquimia? –intervine –todos decían que estaba loca, pero tal vez lo hacían para protegernos.

-Dejad de discutir y prestadme atención, mi maestro me ha dado permiso para relataros esta historia singular: remontémonos al siglo XI, los Monte-Ollivellachio llevan cuatro siglos viviendo en Venecia, le han dado a la ciudad valientes soldados, perspicaces comerciantes y estudiosos de la vida y la muerte, de los misterios de la naturaleza, alquimistas se les llamaba en aquellos tiempos. Época de continuas guerras entre los pequeños estados que nueve siglos más tarde formarían el pueblo italiano; las personas se veían obligadas muchas veces a llevar una doble vida a causa de las persecuciones tanto políticas como religiosas, debido a ello las casas y palacios eran poseedoras de pasadizos y salas secretas que permitían al perseguido desaparecer por un tiempo hasta que los ánimos se calmasen. Esta casa tiene varios. Os haré un plano para que comprendáis bien la historia. Vamos a la biblioteca.

-Por favor. ¡¿Queréis no iros por las ramas?! ¿qué tiene que ver esto con vuestra desaparición, me queréis explicar?-inquirió el comisario Soler.

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