Pierde cuidado, Fernandodijo gravemente el real mozo.Yo haré que Miguel cumpla con sus deberes y se porte como una persona formal Ni tú, ni Bernardoañadió dirigiéndose a su hermano en tono confidencialsabéis tratar a los chicos. Bernardo con su rigor inoportuno, y tú con tu debilidad, no servís para el caso Yo hubiera sido un gran padre A los chicos es menester tratarles con familiaridad, darles expansión, hablarles como amigos y cuando llega el momento de ponerse serios, se les echa un terno redondo y se les dice: ¡c chico, no hay más remedio que hacer esto! ¡y se hace! ¡vaya si se hace!
El brigadier sonrió al oír aquel discurso, y dijo:
Bueno, Manolo, tú te encargas de dar algunas vueltas por esta casa y vigilar que todo marche bien Y si quieres y tienes tiempo para sacar a Miguel a paseo, sácale
Nada, hombre, pierde cuidado, te digo.
En efecto, el brigadier partió aquella noche para Sevilla dejando a Miguel al cuidado de los criados y bajo la vigilancia de su tío. Este al día siguiente vino a enterarse de cómo había pasado la noche, y tuvo la amabilidad de conducirle hasta el colegio; al dejarlo a la puerta, le prometió venir a buscarle y llevarle a almorzar consigo. Y así fue; pero en vez de llevarle a la fonda donde alojaba, prefirió irse a almorzar al restaurant del Iris. Comieron y bebieron alegremente como dos camaradas: el tío puso en práctica su tema pedagógico de la expansión. A los postres tenía las mejillas bastante coloradas y hablaba por los codos.
¿Sabes, Miguel? Ahora, por la tarde te perdono el colegio. Una tarde más o menos importa poco. Vamos a dar un paseíto en coche, que es muy higiénico después de almorzar bien porque hemos almorzado bien; ¿no es verdad, Miguel? Es lástima que no te encuentres en edad de fumar te daría un cigarro Pero ya llegarás a allá
Al levantarse del asiento, Miguel se tambaleó un poco, lo cual hizo reír a su tío. Como éste ya no tenía coche, se fueron a casa del brigadier, y mandó enganchar el tílbury, y subiéndose a él y poniendo al sobrino a su lado, empuñó con muy gentil disposición las riendas, y enderezó los pasos del caballo hacia la Casa de Campo. El tío Manolo era uno de los primeros mayorales de España; daba lástima que aquellas extraordinarias facultades hubiesen quedado tan pronto oscurecidas por falta de materia donde aplicarlas. Miguel iba en sus glorias, admirado de ver al tío aflojar y recoger las riendas y fustigar al caballo, con tanto arte, para ponerle al trote corto o largo, y hacerle revolver en poco espacio.
¿Qué tal, Miguel?le preguntó muy complacido de aquella admiración.¿Quién lo entiende mejor, Pedro el cochero o yo?
¡Tú!contestó el chico con entusiasmo.
Pues aún no has visto nada Guiar con un caballo lo hace cualquiera. Mañana pondremos los dos, el Centauro y el Veloz, a la tendée, y verás cómo me las sé arreglar.
Desde la Casa de Campo vinieron a dar una vueltecita al Prado. El tío Manolo fue enseñando a Miguel los trenes más lujosos y nombrándole sus dueños: también le enseñó las bellezas de la corte.
¡Guapa mujer esa que acabo de saludar! ¿eh? Es hija de Bustamante el banquero; ligerita, ligerita! Allá va la Condesa de Fuenteseca no me ha visto a la otra vuelta la saludaré ¡Cuidado que se conserva bien esa mujer! Adiós, Lucía, a los pies de V.,dijo, quitando el sombrero, a una joven rubia que venía en carretela con otras señoras.Esa chica que acabo de saludar es sevillana y muy amiga de la que va a ser tu mamá ¡muy romántica! ¡muy espiritual! No tiene una peseta, ¿sabes? Si va en coche, es porque la convidan las amigas De eso hay mucho en Madrid, chico ¡Te digo que a este caballo le han estropeado la boca! ¡Ese Pedro! ¡ese Pedro! No sé cómo tu padre se ha encaprichado por él yo le había recomendado otro magnífico que había sido muchos años de Villamejor, pero no me ha hecho caso, y ha preferido ese bruto
Miguel echó una mirada atrás porque estaba seguro de que el lacayo se lo iba a contar todo a Pedro.
Espérate un poco ahí viene la Albini
El tío Manolo saludó a la última moda agitando el sombrero en el aire. La blonda y obesa cantante, que venía arrellanada en una carretela, le contestó con sonrisa amistosa.
Es la primera tiple absoluta del Teatro Real ¡Una hermosa mujer! y nada arisca Si te parece, vamos a dar la vuelta para que la veas bien
Y sin más aguardar, hizo revolver al caballo y se puso a seguir el coche de la Albini, y en toda la tarde no le perdió de vista. Cuando oscureció se fueron a tomar un sorbete al Iris y después a casa.
Al día siguiente no hubo colegio tampoco por la tarde, y salieron en coche como habían convenido a la tendée, luciendo el tío Manolo sus aptitudes prodigiosas en el Prado. Miguel iba embelesado y orgulloso de ver que la gente les miraba mucho. Aquella manera de enganchar los caballos era todavía rara y un poco peligrosa no contando con jacas amaestradas. Por la noche el tío le llevó al Teatro Real a un palco que tenían abonado entre varios amigos, le presentó a todos ellos y fue muy besuqueado y obsequiado de dulces. El tío desapareció del palco durante un acto, y Miguel supo por los amigos que debía de estar en el cuarto de la Albini. En efecto, al cabo de una hora vino muy sonriente y satisfecho y sufrió con alegría la matraca que sus amigos le dieron por haber dejado al sobrino abandonado. Al otro día después de paseo le llevó a casa de unos amigos, donde se ensayaban hacía ya tiempo dos actos de ópera que debían cantarse y representarse en el cumpleaños de la señora. Esta era una gran música y tocaba el piano admirablemente; de voz andaba tal cual. Su hija la tenía penetrante y bastante desagradable, pero sabía cantar. El Sr. de Trujillo, esposo y papá respectivamente de las mencionadas damas, intendente de ejército, ni tenía voz ni sabía cantar, pero cantaba. Había otra porción de tertulianos que con las mismas disposiciones para el arte musical que el intendente, se habían prestado a tomar parte en la función. Entre todos ellos descollaba como la robusta encina en bosque de madroños, el tío Manolo. Miguel pudo convencerse en seguida de que era el gallo de la quintana. Rivera para aquí, Rivera para allí, Rivera esto, Rivera lo otro, en todas partes hacía falta y para todo se le consultaba. ¡Cómo no, si sabía casi tanta música como la intendenta y poseía una voz aceptable de tenor! Así que de hecho él era el director de la fiesta, por más que aquella lo fuese de derecho.
Se iba a cantar un acto de la Lucía, de Donizetti, y otro del Coradino, de Rossini. Los ensayos hacía ya mas de tres meses que habían comenzado; todo el invierno había estado el tío Manolo preguntando a la intendenta: «¿Son tue cifre? A me risponde,» y contestándole aquélla con voz temblona «Siii.» Apesar de eso no salía bien; y era porque las partes secundarias no lo tomaban con la misma afición y calor que las primeras. Los coros de ambos sexos, particularmente, estaban rematados; cada cual por su lado. En vano la intendenta ponía mala cara a las señoritas que la secundaban y les dirigía de vez en cuando alguna pulla amarga: en vano el tío Manolo, con más paciencia y amabilidad, hacía repetir infinitas veces los pasajes difíciles. Nada; las señoritas y señoritos que componían la reunión, tomaban aquellos ensayos como pretexto para verse todas las noches y decirse recaditos y ternezas; y cuando por indicación de Rivera se colocaban los varones frente a las hembras a los dos lados del piano, había un fuego graneado de miradas y señas que ardía Troya; la intendenta estaba dada a los diablos.
Cuando la tertulia pareció mostrar interés fue al hablarse de los trajes. Comenzaron con calor los preparativos de indumentaria; las coristas encargaron vestidos riquísimos a París y se retrataron con ellos: los caballeros también fatigaron a los sastres con menudencias impertinentes. Todo esto era motivo de indignación para la intendenta. «De trapos muy biensolía decir con amargura;pero de música están VV. tan desnudos como su madre los parió.» El tío Manolo lo tomaba con más filosofía, sobre todo en lo que tocaba a las señoritas. La intendenta no estaba lejos de sospechar que también él andaba metido en alguna de aquellas intrigas amorosas que se urdían descaradamente en su salón.
Se hicieron en éste algunas reformas necesarias para el caso, esto es, se construyó en uno de los extremos un bonito escenario. El tío Manolo, a quien se le alcanzaba también algo de pintura, bosquejó dos decoraciones bastante regulares. La de la ópera de Rossini representaba las inmediaciones de un castillo feudal, donde habitaba aquel señor que aborrecía las mujeres; a la puerta había un gran letrero que decía: Il feroce Coradino odia il sexo feminino. La de la obra de Donizetti representaba el salón de un palacio; en el fondo tenía una plataforma para que se viese bien al tenor cuando entrase a pedir cuentas de la perrada que su novia le estaba haciendo y causara su aparición más efecto. El escenario tenía una puerta al foro que daba al gabinete de la casa; por la puerta de escape de la alcoba habían de salir los artistas a vertirse en las habitaciones que se les había destinado.
Todo esto vio Miguel con asombro y deleite. Su tío le llevó varios días al ensayo y le iba explicando minuciosamente lo que cada objeto del diminuto teatro significaba y para lo que servía. Los futuros intérpretes de Rossini y Donizetti le agasajaban mucho; pero una cosa no podía sufrir con paciencia, y era que todos al besarle o darle afectuosas palmaditas en el rostro le mostrasen compasión.¿Dónde tienes a papá?En Sevilla, contestaba él.¿Y qué fue a hacer a Sevilla? le preguntaban sonriendo. Miguel se encogía de hombros.¿No fue a buscarte una mamá? Él se callaba. Entonces le daban un beso y volviéndose a los demás exclamaban por lo bajo:¡Pobrecito! Estas exclamaciones le inquietaban un poco; mas al instante se disipaba la mala impresión. Aquellos días su tío le traía sumamente divertido; al colegio por la tarde ya no había vuelto; después de almorzar en casa o fuera, al paseo, al casino, donde veía a tío Manolo jugar una partida de carambolas, algunas veces a los toros y por la noche al ensayo o al teatro. El ama de llaves le decía sacudiendo la cabeza con disgusto:¡Buena vida te estás dando, Miguelito! ¡No sé en qué pararán estas misas!El brigadier hacía ya más de ocho días que se había ido y no daba noticia del retorno. En casa del tío Bernardo no había vuelto a poner los pies; sin duda la antipatía, o por mejor decir, el miedo que aquél inspiraba a tío Manolo era la causa principal de este alejamiento. Sin embargo, una tarde vino Enrique a convidarle a comer de parte de sus papás y fue muy recriminado de toda la familia por su ingratitud.
Llegó por fin el cumpleaños de Anita; así llamaban los amigos a la intendenta apesar de hallarse ya cerca de los cuarenta y no poder revolverse de gorda. Desde las primeras horas de la mañana tío Manolo anduvo tan diligente y afanoso, que no pudo el sobrino echarle la vista encima hasta que vino a decirle que a las siete volvería por él. Y en efecto, antes que fuesen sonadas se presentó a buscarle y con el bocado en la boca le llevó a casa de Trujillo. Si inquieto y preocupado andaba el tío Manolo, no lo estaba menos la intendenta; a más del temor natural de que se desluciesen por culpa de los otros sus reconocidas y acatadas facultades de cantante, el negocio de las invitaciones le daba mucha guerra; para no agraviar a ninguna se habían convidado más personas de las que cabían en el salón; cuando empezó a llegar la gente hubo algunos disgustos; varias señoras se vieron obligadas a quedarse de pie por falta de asiento y algunas se marcharon muy desabridas antes de comenzar la fiesta. ¡Buenos irían poniendo a los Trujillo! Para que no ocupase silla, tío Manolo llevó a Miguel al escenario. No le pesó de ello; al contrario, los preparativos, el trajín de los artistas, las voces, las risas le llenaban de gozo. Cuando comenzaron a llegar de los cuartos perfectamente disfrazados todos aquellos señores y señoras, tardó en reconocerlos; al pasar por delante de él le preguntaban acariciándole la cara:¿Me conoces, Miguelito?Y él, después de mirarlos con atención, decía:Sí, Fulanoy esto le causaba un vivo placer. Pero el que le dejó confuso, absorto y entusiasmado fue tío Manolo vestido de señor feudal; llevaba botas de ante amarillo que le llegaban hasta los muslos y el cuerpo ceñido con loriga que brillaba como un espejo; el casco era enorme y asombroso por la cantidad de águilas, grifos y dragones y otros animales emblemáticos que le adornaban; la barba le llegaba casi hasta la cintura, y hasta el medio de la espalda los cabellos. Finalmente, en esto, como en todo lo demás, se reconocía el gusto y la esplendidez de Rivera.
Su aparición causó mágico efecto en el auditorio y fue saludado con una salva de aplausos. También a la intendenta se la aplaudió al salir. El acto de Coradino fue un triunfo para ambos: tío Manolo dijo su aria de salida admirablemente, según dos o tres dilettantti sietemesinos que allí se encontraban, y eso que era difícil de vocalizar; era precisamente el fuerte de Rivera; no tenía gran voz, pero vocalizaba perfectamente. Donde la intendenta le llevó mucha ventaja fue en la mímica: Anita era una consumada actriz, mientras el tío Manolo se movía poco y con trabajo en la escena. El acto de Lucía comenzó igualmente muy bien: los coros, contra lo que se esperaba, estuvieron bastante acertados: Rivera dijo sus primeras frases de indignación con buen éxito: el concertante tampoco salió mal. Mas al terminarse el acto, cuando el célebre ¡Ah maledetto! del tenor, el tío Manolo tuvo la desgracia de soltar un gallo. Nunca había dado las notas altas muy claras y las temía mucho. En el auditorio se levantó un leve murmullo, al cual siguió un estrepitoso aplauso en testimonio de simpatía y perdón. Rivera, sin embargo, se desconcertó completamente y cantó lo que quedaba rematadamente mal. En cambio la intendenta apretó de firme, sobre todo en la declamación: al echar los brazos al cuello a Rivera para retenerle, estuvo inimitable. Cuando bajó el telón, tío Manolo, desesperado, saltándosele las lágrimas, agitó los puños contra el suelo exclamando:
¡Infame tierra! ¿por qué no te abres y me tragas?
Miguel, que presenciaba el espectáculo desde los bastidores, se conmovió profundamente al ver el dolor de su tío.
Así terminó la ópera casera. Al día siguiente tío Manolo, cuando fue a visitarle, estaba muy triste y avergonzado y no tuvo humor para sacarle a paseo. El brigadier no acababa de anunciar su salida: sin embargo, se sospechaba que no tardaría en llegar. Para acabar de ponerle de mal humor, el tío Manolo recibió una carta del director del colegio noticiándole que Miguel se descuidaba mucho en sus estudios hacía ya algunos días. Esto ocasionó una muy fuerte desazón entre tío y sobrino.
¡Mira, mira, majaderillo, lo que me dice el director!exclamó lleno de cólera.¿Es ésta manera de portarse? ¿Qué dirá tu padre cuando venga y lo sepa? ¿Para eso procuro yo que te diviertas?
El fuerte de tío Manolo no era la lógica: porque procurar que se divierta un chico no es procurar que estudie. Bien lo comprendió Miguel, pero no quiso contestarle conociendo su carácter arrebatado: además, no le convenía ponerse mal con él.