Il Segreto Arcano Dei Sumeri - Juan Moisés De La Serna 3 стр.


Había tenido que escoger, para esta breve pero mediática visita, las obras más relevantes que les iba a mostrar y explicar, dejándoles el resto del tiempo para que admirasen por sí mismos las restantes obras.

Tres eran las de mayor importancia para mí, por su claridad en la explicación y por ser muestra del espíritu que impregnaba toda la exposición.

Las dos primeras eran las exhibidas en los pendones colgantes de la portada y que inundaban la ciudad en periódicos y pastines repartidos a lo largo de la ciudad.

La tercera era de esa parte inesperada y enigmática en la que quería que el espectador se recrease intentando adivinar cuál era el significado y sentido de las piezas más llamativas e inexplicables de la cultura sumeria.

Era una pequeña sección donde se exhibían figuras representando de humanos, animales y dioses, ornamentación con decoración caprichosa y tablillas con inscripciones que no habíamos conseguido descifrar, pero que como tenía una simbología agradable a la vista lo que convertía en una pieza ideal para que aquellos visitantes especulasen e intentasen dar alguna teoría que seguro dejarían boquiabiertos a todos.

Hacía días que no conseguía dormir plácidamente debido a la presión de pensar que podría faltar algo en la muestra por muy insignificante que fuese, aunque había repasado una y otra vez toda la organización tanto de las piezas como del personal que debía de conducir a los grupos y no me había dejado ni un solo detalle al azar.

Tenía a mi disposición, aparte del cuerpo de seguridad de la biblioteca y el especial que me había designado el ayuntamiento, dos patrullas que vigilarían desde el exterior durante todo el día para controlar la afluencia de espectadores si ésta se producía. Igualmente estaban alertados los cuerpos de bomberos y un helicóptero de rescate por si surgiese algún imprevisto desafortunado.

No sería la primera vez que en una muestra un visitante sufre un ataque cardiaco o que alguno por descuido deja una colilla mal apagada donde no debe; todas las medidas de seguridad serían pocas para evitar cualquier accidente, que por minúsculo que fuese podría provocar tanto daño en este patrimonio de incalculable e inestimable valor.

Todavía recuerdo los bochornosos resultados de algunos colegas que intentaron realizar una exposición por todo lo alto y que, por un problema por falta de cuidado en el traslado de alguna pieza, esta se cayó rompiéndose en miles de fragmentos, finiquitándose así su carrera pública tan rápido como lo que tardó en enterarse el dueño de la pieza.

Por algún desconocido y afortunado motivo no he tenido que lamentar ningún problema desde que empezaron a llegar las piezas; la seguridad y el cuidado a las piezas, ha sido máximo en todo momento, lo que me ha permitido trabajar con cierta holgura.

Mi equipo, ha aumentado de los dos becarios, asignados por el departamento para las tareas de datación de las piezas, a casi veinte personas de distintas partes del mundo que han participado en la clasificación de las piezas y la elaboración del catálogo.

Fruto de ese trabajo conjunto había resultado un producto del que estaba especialmente orgulloso, un tríptico de tamaño folio por el cual todos los que concurrieran a la muestra sin tener ningún conocimiento previo podía hacerse una idea muy clara de dónde, cómo y cuál había sido la evolución política, militar, cultural y religiosa del pueblo de Sumeria.

Todo ello planteado mediante un cronograma en donde quedan reflejadas las distintas piezas que se presentan en la colección, de forma que les sea fácil identificar la procedencia y la época en donde estas se realizaron.

Toda una labor artística combinada con mucho de conjeturas e intuición, pues de numerosas piezas, a pesar de conocerse que eran de ese pueblo por la zona geográfica donde fueron halladas, era difícil determinar a qué momento histórico pertenecían.

Y luego, lo que esperaba llamase más la atención al visitante, la parte de los descubridores, como yo lo llamaba, en donde, con el precedente y la información previa, debían de intentar adivinar a qué se correspondía cada pieza.

Uno de mis colaboradores me había propuesto que para dinamizar esta sección crease una especie de concurso creativo, en que cada visitante escribiese en media hoja de papel lo que creía que era, al menos de una de las obras de esta sección.

Igualmente sugirió que de entre todas las presentadas al final de cada día se escogiese la que era más curiosa o acertada, pero claro, para concederle algún tipo de premio, deberíamos de tener nosotros la solución de cada una de las piezas, aspecto que desconocíamos por completo.

Tras numerosas horas de estudio logramos identificar la mayoría correctamente, a pesar de lo cual en contados casos únicamente pudimos determinar que pertenecían a la cultura sumeria por tener símbolos y signos comunes a otras piezas bien datadas, pero poco más.

El resto pertenecían a la más absoluta interpretación de cada cual, por lo que el relato de los participantes no se valoraría en función de ningún criterio objetivo sino en el agrado que le provocase al evaluador en cada momento, por lo que deseché la idea.

Otro de mis colaboradores me había sugerido realizar una especie de encuesta de calidad, para que el público tuviese la posibilidad de opinar sobre lo que más le había gustado de cada obra, o de la exposición en general, indicando las sugerencias o recomendaciones que estimasen oportuna.

Aquello si me había parecido una buena idea, así en la entrada se le daba la oportunidad de recoger una hoja de respuesta junto con un lápiz pequeño para rellenarlo y a la salida existía una gran urna de plástico redonda donde depositarlo.

En este caso no había ningún tipo de premio, ni diario, ni final de la exposición. A decir verdad, no estaba muy seguro de que fuese a designar a nadie a la labor de leer cada visitante de esas notas, primero porque la letra de cada visitante haría muy difícil estar seguro de lo que ponía y segundo porque una vez terminada la exposición ¿De qué me iba a servir lo que anotasen?

De momento iba a mantener la apariencia de estar interesado en la opinión del gran público sobre aquello, aunque no tengo la intención de perder mi tiempo en saber lo que un crío de cuatro años opina sobre mi obra.

Tenía que dejarlo todo bien preparado, pues cuando comenzase la exposición tendría poco tiempo para atenderla, ya que tendría que atender otras labores más de tipo social.

Como sabía que les había sucedido a otros compañeros y así me lo había recordado mi director, en cuanto empezase iba a estar muy ocupado recibiendo y atendiendo directamente a las personalidades.

Estas poco a poco se van a ir acercando tras la inauguración, esta vez más por una cuestión de presencia que por un verdadero interés en la historia antigua, buscando que se sepa que han asistido a un acto cultural, como forma de reforzar su imagen de filántropo o defensor del arte y las ciencias.

A mí esa parafernalia me seguía pareciendo banal e innecesaria, pero en la ciudad del neón, esa que nunca duerme, todo debía de ser un espectáculo que deleitase hasta al público más exigente.

Para ello era imprescindible la presencia de juegos pirotécnicos, brillantes luces destellantes y llamativos coloridos, todo un requisito a cumplir si quería triunfar con esta presentación.

Era tanto lo que había invertido y no me refiero sólo a este último año de trabajo empleado para dejarlo todo preparado, ahora estoy pensando en los años de estudio, la cantidad de museos visitados por el mundo, para ir aprendiendo a cómo lo hacían los demás, tanto en las exposiciones itinerantes como permanentes y todo para este momento.

Tenía pensado unas buenas vacaciones para cuando acabase la exposición, todavía no me había decidido a donde, si a una gran urbe con abundantes actividades culturales para poder escoger entre el cine, teatro y ópera, o algo más tranquilo alejado de la ciudad, quizás un lugar con sol y mar para descansar.

Esa idea a pesar de ser muy agradable, me recordaba mi experiencia en Egipto. Un recuerdo agridulce, con momentos buenos y otros que no lo fueron tanto.

Fue hace ya tiempo, en que iba como turista, hasta llegar allí todo muy bien, iba en una excursión organizada, con lo que me movía con el autobús de la compañía, llegamos al Cairo y allí estuvimos por espacio de tres días, tiempo suficiente para poder visitar el museo, las pirámides e incluso la Esfinge.

Todo idílico, aunque, a decir verdad, para mí me supo a poco, pues apenas tuvimos tiempo de ver el museo, a pesar de casi las tres horas que estuvimos allí, pero había tanto que ver

Desde las pirámides nos dirigimos a una loma alejada desde donde se podía divisar el conjunto allí para mi desgracia conocí a una persona muy simpática que se acercó y me ofreció dar una vuelta en camello.

Un emocionante viaje que emularía el realizado por los grandes hombres de la historia como Napoleón o Lawrence de Arabia, en el que experimentar la intensidad de acercarse lentamente a las pirámides al paso del animal.

Aquello al principio no me interesaba demasiado, pero como era muy insistente acabé cediendo, más porque se callease que por estar verdaderamente interesado.

Subí con dificultades sobre un camello y todo iba bien, bajé muy despacio desde la explanada en donde nos encontrábamos hacia una la larga llanura de arena que se extendía enfrente.

El vaivén de aquel animal era lo único que me sacaba de aquella sobrecogedora experiencia de irme acercando poco a poco a aquellos colosales monumentos muestra del dominio de las matemáticas unido con un profundo conocimiento astrológico y todo ello subyugado al poder político que obedecía cual fiel cordero al religioso del momento.

Seguía deleitándome con las imponentes pirámides, que a medida que me iba acercando se iban a haciendo más y más grandes algo extrañado que durante el paseo el camellero no me había dirigido la palabra a pesar de su insistencia inicial.

Creo que habríamos llegado como a la mitad del camino cuando detuvo al camello y le hizo sentarse. Aquello no lo entendía y le comuniqué, el hombre de mal humor me concretó que era todo lo que le había pagado y que se volvía a su sitio.

Me asombró y me indignó, le había pagado lo que había sido acordado al salir, que incluía llegar hasta las pirámides y volver a la explanada en lo alto, desde donde habíamos salido, y en cambio no habíamos ni realizado un cuarto del trayecto y ya se quería ir.

Como pude intenté hacerle entrar en razón, pero parecía que no cedía, hasta que en un momento me reveló que quería más dinero; aquello era el colmo, cómo más dinero, si le había dado lo que pidió, sin siquiera regatear y eso que conocía que en aquellas tierras se tenía esa costumbre.

Me negué y me bajé del animal, y él hizo por irse y dejarme allí en medio de las arenas; veía al animal alejarse y el sol que estaba en su cenit me recordaba que era una mala idea, cuando grité a aquel hombre aceptando su abuso; le pagué el resto y me devolvió a la explanada del comienzo.

Por supuesto el viaje de vuelta no fue en absoluto placentero, aquel vaivén que momentos antes, me había parecía casi hipnótico acompañando a la suave brisa que mecían las nubes, me molestaba ahora bastante, mientras que el camellero iba igual de callado que en la ida y yo tenía un mal cuerpo, sintiéndome engañado y estafado.

Cuando llegué a la explanada desde donde salimos me acerqué al guía que dirigía nuestro grupo y le reclamé para que hablase con la policía para que detuviese a aquel hombre por estafa.

Este me informó de que si al final habíamos llegado a un acuerdo y le había pagado no tenía nada que reclamar, pues era un contrato verbal y sin pruebas, y que yo había conseguido lo que quería.

Pero ¿Cómo iba a ser si ni siquiera había podido llegar ni a estar bajo la sombra de las pirámides?, aquello me indignó más aún, saber que no sólo me habían engañado, sino que además había salido impune y sin que pudiese hacer nada para evitarlo.

Quizás de todo ese viaje aquella fue la anécdota más desagradable de un impresionante viaje que se vio impregnado por la amargura de ese momento, siendo rápidamente relegado por las nuevas maravillas que encontré en el Museo de Arte Faraónico del Cairo.

CAPÍTULO 2. TRES DÍAS DESPUÉS

Por fin había pasado lo peor, todo había salido al dedillo, las autoridades habían acudido para la inauguración junto con todo tipo de famosos del celuloide o de la televisión. A pesar de mis múltiples intentos por explicarle la importancia de aquella exposición y de tratar de que se llevasen una idea mínimamente clara de lo que contenía, no conseguía nada más que mirasen alguna que otra obra durante unos breves segundos. El resto del tiempo estuvieron atendiendo a los periodistas que no querían perder ninguna instantánea del personaje en cuestión.

Aquello había sido un mar de desconcierto, ver moverse a tantas personas a la vez en la exposición sin ningún tipo de interés. Por suerte la seguridad era máxima y nunca hubo ningún problema, porque todas las piezas tenían una cuerda señalizando la distancia a mantenerse con respecto de la pieza.

Estas sólo habían sido traspasadas en alguna ocasión por los periodistas a los cuales se les tuvo que sacar de allí mientras ellos se quejaban de no dejarles hacer su trabajo, aduciendo que lo que buscaba era tener un mejor ángulo para poder captar una imagen más favorecedora del famoso de turno.

Habían empezado en paralelo el ciclo de conferencias que ilustraba al mundo académico y a los que estuviesen interesados todo lo relativo en esta civilización, con ponencias de los mayores expertos en la materia invitados de todas partes del mundo.

En este ciclo se presentaban comunicaciones que iban desde las pruebas más evidentes hasta las suposiciones más inverosímiles, con ello había tratado de que fuese un foro abierto de opinión, donde no se limitasen a dar datos y cifras, sino que el asistente tuviese mucho más, una visión global y porque no decirlo hasta imaginativa.

Para mi sorpresa las conferencias a las que más personas habían decidido inscribirse eran precisamente en las que estaban planteadas desde en un punto de vista menos científico basadas en suposiciones, misterios sin resolver y civilizaciones perdidas.

Un ponente incluso relacionaba aquella civilización con los Atlantes; algo que a mí personalmente no me sonaba demasiado bien, sobre todo cuando creía aquello no era más un mito fruto de unos cuantos alimentado por el deseo de encontrar algún día un gran tesoro escondido, pero sorprendentemente era la conferencia a la que más público iba a asistir.

Todo transcurría con tranquilidad, según lo programado, intentaba estar en todo, unas veces iba a la exposición a dar una vuelta viendo la reacción del público ante algunas piezas, sobre todo fijándome en los ancianos y los niños, porque son estos los que si no les gusta una pieza lo dicen sin el pudor social de los jóvenes y adultos. También tenía que estar allí cuando se acercaba alguna personalidad para acompañarle en el recorrido personalmente entre las piezas más destacas intentando dar una coherencia bastante simple y creíble para que la escasa media hora que estuviesen allí les fuese por lo menos entretenida.

Igualmente estaba en las conferencias, por supuesto me había tocado presentar la de la inauguración y tendría que darle cierre. De vez en cuando me gustaba acercarme para ver cuánto estaba de lleno el auditorio a pesar de que conocía con exactitud el número de participantes inscritos en cada caso, y me gustaba pasarme media hora después de haber comenzado, para ver cuántos de todos los que habían entrado se quedaban, y así apreciar qué de interesante o cuán bien explicaba aquello que decía el conferenciante.

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