Prefieren oír a delincuentes que afirman escuchar voces que les dicen que cometan actos despreciables, e incluso a aquellos que parecen predispuestos al delito desde pequeño debido a que sufrieron algún tipo de trauma, pero mi versión es cuanto menos poco creíble y por ello prefieren ignorarla.
En ocasiones me han comparado con un fanático religioso debido a mis convicciones y justificaciones de mis actos, aunque siempre he dicho que no se trata de una religión, o de seguir algún precepto escrito, si no de una cuestión de moral básica.
Pero cuando he tratado de explicar cómo cualquier otro en mis circunstancias habría acabado haciendo lo mismo, ahí hasta han llegado a levantarse los periodistas y han interrumpido la entrevista, como si les hubiese ofendido con mis palabras.
Es decir, si tiene un problema mental, o si te traumatizaron de pequeño, la sociedad llega a justificar y hasta comprender cualquier atrocidad, pero si se trata de una cuestión moral, ni siquiera te escuchan.
Me hubiese gustado que se hubiese realizado algún tipo de programa de radio o televisión alrededor de la cuestión, basado en mis preceptos, para tratar de comprender o al menos de discutir si mis actos estaban o no justificados, pero aquello había sido tan grave socialmente que nadie se lo planteaba.
Lo único que había recibido eran insultos, amenazas y desprecio por parte de todos, tal es así que a la hora de buscar a los miembros del jurado que me iban a juzgar lo tuvieron complicado ya que la mayoría de la población estaban inclinados a condenarme sin siquiera haber iniciado el juicio.
Y sobre la defensa, esa fue otra, nadie quería defenderme a pesar de que la constitución me amparaba para contar con un asesoramiento jurídico, pero no había quien quisiera ver su nombre manchado con este caso, ni siquiera aquellos que les gustaba litigar en contra de los intereses del gobierno, o que, según decían, querían cambiar las cosas.
Tuvo que ser un extranjero, uno de esos que estudiaron en su país de origen y que solicitó en su momento la con validación de su título, para lo cual tenían que volver a realizar las prácticas supervisadas repitiendo la pasantía, fue el único que al final aceptó defenderme, si se puede llamar así, pues él mismo también estaba seguro de mi culpabilidad.
A decir verdad, yo también lo estaba, al menos sabía lo que había hecho, cómo y porqué, y aunque no estaba preparado para una condena para toda la vida, sabía que mis actos eran socialmente reprobables y por tanto que tenía que pagar por ello.
A pesar de que no me he considerado una persona religiosa, sí creo que tengo unos valores morales sólidos, ajustados a la sociedad en la que he vivido, siendo respetuoso con las normas y reglas de convivencia.
De ahí que a pesar de lo mucho que indagaron sobre mi pasado no encontraron esos síntomas que parece ser que tienen los delincuentes, tales como pequeños hurtos, delitos menores, o transgresiones de la moral durante la infancia, para ir incrementándose en cuanto a su frecuencia e intensidad durante la adolescencia, hasta llegar a su máxima expresión en la vida adulta.
Pero en mi caso no descubrieron nada parecido, razón por la cual siempre pensaron que tenía un cómplice, es decir, que había una cabeza pensante, y que yo era únicamente el brazo ejecutor.
Incluso llegaron a argumentar que me habían lavado el cerebro, o algo parecido, pero las pruebas de drogas y las pruebas psicológicos que pasé, todo dio negativo, no había sufrido ningún tipo de influencia externa que sometiese mi voluntad o algo así.
Sé que no me terminaban de entender, y que probablemente yo en otras circunstancias tampoco lo haría, pero aquello que hice fue consciente y meditado.
A pesar de reconocer mi culpa se hace difícil levantarme cada día sabiendo que será exactamente igual que ayer y que anteayer, y además que se repetirá mañana y pasado mañana, por el resto de mi vida.
Algunos presos, los más afortunados están deseosos de que pasen los días para poder tener alguna visita de un familiar o persona querida, pero a mí hace tiempo que nadie me visita.
Desde que dictaron sentencia condenatoria, ni siquiera el abogado defensor se ha acercado a ver cómo estoy.
Apenas cuando hay que hacer una revisión de casos, y porque es obligatorio por ley, se presenta un abogado de la cárcel para informarme que un comité debe de decidir sobre si mantiene o no las condiciones de mi condena, un trámite que debe de realizar, ya que mi crimen es imperdonable y por muchos años que pasen no creo que lo olviden.
Quizás no me haya ido tan mal al final del todo, pues si me hubiesen juzgado y condenado por el ámbito militar, las instalaciones dicen que son peores, ya que los que van destinados allá tienen una formación específica en el arte de la guerra, lo que los convierte en peligrosos para su propia gente, y eso que, a pesar de que algunos periodistas habían tratado de que se me juzgase en el ámbito militar, el juez no entendió que fuese necesario.
Menos mal, no me imagino siguiendo un programa militar el resto de mi vida, acompañado de convictos que son verdaderas máquinas de matar, y que cualquier mala mirada la pueden considerar como una agresión.
No es que yo sea de los que busquen pelea, ni nada por el estilo, pero en un centro tan pequeño, es frecuente los roces y malentendidos.
En más de una ocasión, un simple golpe a la hora de salir al patio ha sido suficiente para iniciar una pelea, que en ese mismo día o en posteriores ha supuesto que le hayan agredido e incluso matado a alguno de los implicados.
Una situación que me ha llevado a pensar que estoy mejor solo que con alguno de esos grupitos que se forman entre presos, donde un líder dirige una parte del patio y los que pasan por dicha zona deben de acatar sus órdenes y hasta sus caprichos.
Al menos así lo viven la mayoría de los presos, aquellos que han cometido delitos menores, o que les queda poco para salir de la cárcel.
En mi caso, encerrado de por vida en una cárcel de máxima seguridad, apenas existen tumultos, ya que los guardias tratan de que no haya más de dos o tres personas a la vez en el patio, evitando con ello enfrentamientos o lo que es peor, que hagan algún tipo de plan, ya que estos presos son realmente peligrosos.
Al principio de aquel mundo yo nada sabía, y me sentía seguro cumpliendo con la regularidad que se establecía, y aprovechando el tiempo libre para realizar alguna actividad o estar en la biblioteca.
Pero en una ocasión pude asistir a cómo ajusticiaban a uno de los presos por parte de otros, aparentemente sin motivo, y desde ese día preferí mi celda para pasar el tiempo libre.
Eso me llevó a convertirme en un gran lector, ya que no tenía mucho más que hacer entre esas tres paredes, ya que la reja de la puerta no cuenta.
Y con el tiempo, pensé y decidí empezar a escribir, algo que me ha llevado a completar este libro.
Capítulo 2. Nada tiene sentido
Ya habían pasado varios años desde que conseguí potenciar mis capacidades, esas que me había traído tantos problemas y que con la práctica y el entrenamiento había conseguido adiestrar.
Al principio me venían esos flases, que incluso me hacían perder la conciencia, algo bastante incómodo ya que llegaba hasta a caerme, con las consecuencias posteriores de que al despertarme estaba dolorido y en ocasiones hasta contusionado.
No sé por qué, pero con el tiempo esas experiencias, por así llamarlas fueron siendo cada vez más frecuentes, puede que sea por exigencias de las circunstancias, al iniciar mi colaboración con la policía. No sé si funciona así, pero empecé a obtener respuestas a los casos en los que participaba.
No sé por qué, pero con el tiempo esas experiencias, por así llamarlas fueron siendo cada vez más frecuentes, puede que sea por exigencias de las circunstancias, al iniciar mi colaboración con la policía. No sé si funciona así, pero empecé a obtener respuestas a los casos en los que participaba.
Creo que fue sin querer, por así decir, después del primer caso en que me comentaron todo lujo de detalles y las pruebas recogidas incluso enseñándome en sitio del delito, no sé por qué, pero esa noche tuve, no sé cómo definirlo, una pesadilla.
Al principio lo había atribuido a la impresión de participar en un caso, por la cantidad de sangre que había visto en las imágenes de la víctima o de la que se había encontrado en el cuchillo, pero algo pasó que no me lo esperaba.
Al día siguiente me acerqué temprano a la comisaría y allí solicité ver a aquel policía para contarle mi pesadilla, el cual desde el principio se había reído de mí, diciendo que era un fraude, y lo estaba tratando de demostrar con aquel caso, en el cual esperaba que fracasase.
Buenos días, vengo para comentarle algo indiqué al entrar en la comisaría.
¡No me diga que ya ha resuelto el caso! dijo con tono jocoso mientras se levantaba de su escritorio y con la mano me invitaba a acudir a la sala de interrogatorio.
Bueno en esa sala había pasado los últimos tres días, en donde me habían mostrado todo tipo de imágenes, pruebas y conjeturas sobre los acontecimientos, la víctima, los sospechosos una infinidad de datos y detalles con los que esperaba no sé abrumarme.
Todo con la intención de darme las mayores facilidades con lo que no tener ninguna excusa cuando fracasase, o al menos así me lo había manifestado el jefe de policía en varias ocasiones.
Verá, no sé si será nada, pero llevo varias noches durmiendo mal.
¡Qué novedad!, eso nos pasa a todos los que nos dedicamos a esto de resolver crímenes comentó mientras entrábamos en la sala y cerraba la puerta de cristal tras de sí.
Sí, bueno, supongo acerté a decir pero esta noche ha sido diferente.
¿En qué? preguntó mientras con un gesto me invitaba a sentarme.
Yo, no sé cómo decirle, pero es como si en mi mente se hubiese ordenado toda la información y lo hubiese visto como la secuencia entera.
Felicidades, eso nos pasa a todos, cada caso que vemos tenemos esa misma experiencia, de que los datos inconexos se van ordenando y ahí está, lo vemos.
¿Usted también lo ha visto? pregunté interrumpiéndole.
¿Ver?, claro está, es la secuencia de acontecimientos.
No, me refiero al asesino.
¿Al asesino?, ¿de qué está hablando?
Lo que le comento, estaba, no sé cómo llamarlo, recordando los datos en forma de escena al principio era raro, pues no veía claro, era como si fuera de noche y estuviese todo a oscuras.
Normal, usted estaba soñando de noche.
Eso no tiene que ver, me refiero a la escena, estaba todo muy oscuro, y me sentía, no sé, algo mareada , creo que me paré en un pequeño banco porque no podía proseguir, luego, vomité, pero aquello no me hizo sentir mejor. De repente allí sentado en el parque, en aquel sitio, escuché un ruido a mis espaldas. No sé qué era ni quería averiguarlo, pero tuve una extraña sensación y el pánico se apoderó de mí.
»Quizás fuese ese ruido o el olor tan fuerte que provenía de detrás, pero como pude salí corriendo en dirección a la entrada del parque atravesando para ello varios arbustos, y de repente, y no sabiendo cómo ni por qué, sentí que algo me agarraba los pelos fuertemente y tiraba de mí hasta que me caí de espaldas.
»No sé si fue por la caída o porqué pero no podía levantar la cabeza del suelo, es como si algo me la agarrase y de repente le vi claramente, era el cartero, ese que tantas veces había acudido a casa a traerme algún paquete, el que hacía el reparto de las 10 de la mañana, y que se había mostrado siempre tan amable, pero ahora se le veía diferente, no sé, tenía la cara como desfigurada, los ojos como salidos de sus órbitas y no hacía nada más que decir que me callase, y ese olor era cada vez tan intenso y nauseabundo, hasta que
Hasta que qué?, preguntó el jefe de policía el cual se estaba sirviendo una taza de café.
No se lo va a creer.
Siga, siga, hasta ahora no me he creído nada, así que siga.
Aquel comentario lascivo ni me sorprendió, pues ya había pasado por la incredulidad de muchos que se mofaban de lo que me pasaba, sin tratar de intentar ayudarme a comprenderlo.
Bueno, pues sigo, en ese momento, y no sé cómo me vi encima de mi cuerpo, como a un metro y medio, y pude contemplar la escena desde la lejanía, sin sentir ningún sufrimiento, a pesar de que aquella persona se estaba ensañando con mi cuerpo.
Espere, espere dijo mientras se le derramaba el café que estaba bebiendo, manchando la mesa con ello. ¿De qué me habla?
Una vez que acabó, cogió el cuerpo y lo metió en una bolsa, no sé de dónde la habría sacado, pero era bastante grande, y me cargó como si fuese un saco de patatas.
»Luego me llevó hasta la salida del parque, por la esquina sur donde tenía un coche plateado, bueno gris, no estoy seguro porque era de noche y solo la luz de la farola rompía con aquella oscuridad.
»Me subió al maletero y estuvo conduciendo bastante despacio por la ciudad, y cuando ya salió de sus inmediaciones apretó el acelerador, y así estuvo por espacio de unas tres horas hasta que llegó a unos pantalanes.
»Una vez allí se dirigió hacia una desviación que decía, Peligro caimanes, y siguió conduciendo por espacio de media hora, creo. Todo esto al lado de los pantanos.
»Una vez, en medio de ningún sitio, pues no se veía ninguna construcción próxima, paró el coche, sacó mi cuerpo y me echó con bolsa y todo, cerró el coche y se fue.
»Yo quedé ahí por espacio, de, no sé, unos días, y luego me fui del lugar, ascendí.
¿De qué me está hablando?
De lo que vi, ya le he comentado, de lo que he soñado.
Pero ¿usted se ha escuchado?
Sí, claro, ¿por qué?
Acaba de acusar a alguien con nombre y apellidos, me ha dicho dónde se produjo el crimen, y cómo se deshizo del cuerpo.
Sí, eso he hecho.
¿Y sin una prueba?
Bueno pues esa no es mi labor.
El comisario sin decir ni una palabra y aún con el café derramado sobre la mesa, salió de la sala dando grandes gritos.
Yo me quedé ahí inmóvil sin saber qué hacer, entendía que había hecho lo correcto al decirle lo que había visto, pero no comprendía su reacción.
Desde la silla vi cómo se puso a dar órdenes a diestro y siniestro, y cómo los policías de la comisaría se pusieron a mover de un lado a otro, algunos salieron literalmente corriendo de la comisaría, otros cogieron el teléfono y de todo esto era un espectador inmóvil.
No acertaba a comprender a qué había venido todo aquel jaleo y si me tuviera que retirar o esperar a seguir la entrevista en aquella sala.
Hice el ademán de levantarme e irme, pero en esto me vio el comisario y volviendo hasta el quicio de la puerta me dijo con voz autoritaria:
De ahí no se mueva.
Yo así hice, y bueno, pasaron varias horas, y a pesar de que miraba por todos lados cómo iban y venían los policías, todos muy nerviosos, seguro que, por los gritos del jefe, hasta que en un momento determinado vi entrar en la comisaría a dos de los policías que habían salido corriendo, y venían con un tercer hombre.