Aunque personalmente prefería la segunda, ya que la primera implicaba en alguna ocasión que me viese expuesto a caídas y lesiones.
Por supuesto desde que me diagnosticaron epilepsia no he conducido, ya que no sé qué puede suceder si voy al volante y tengo una de esas crisis de ausencia como las llaman, o peor, un ataque.
Para evitar que pueda dañar a alguien, me tuve que resignar a usar el trasporte público para mis desplazamientos, una situación que no supuso para mí mayores inconvenientes que los de salir como media hora antes para poder coger el autobús a tiempo.
Pero bueno lo dicho, la policía siempre ha estado, no sé, recelosa de mis capacidades si se puede llamar así, de hecho, en más de una ocasión he tenido que hacer demostraciones cuando venía alguna visita de otra comisaría solicitando cooperación policial para resolver un caso que ellos no habían podido cerrar.
Sea como fuere yo siempre he tratado de cooperar en todo lo que me han solicitado, ya que considero que lo que tengo no es algo para mí, así que, si puede proporcionar un beneficio a otros, bienvenido sea.
Conozco porque al principio me acusaron de ello, a aquellos que se dedican a vivir del dolor ajeno, diciendo que ellos eran capaces de conectar con las víctimas para recibir tal o cual mensaje para sus familiares, y casi siempre eran palabras de consuelo diciendo que estaban en paz y que el sufrimiento ya había acabado.
Entiendo que eran palabras de gran valía para los familiares angustiados, pero que eran de poca utilidad para la policía a la hora de determinar dónde se encontraba el cuerpo.
Pero bueno, no voy a ser yo quien juzgue qué hacen otros y por qué lo hacen, sólo sé que he procurado ser muy transparente con las autoridades, aquello que recibía se lo decía, les gustase o no a ellos, por supuesto, siempre con la intención de ayudar en lo que pudiese, aunque no siempre lo viesen así.
Recuerdo una vez en que yo afirmaba que no había delito, era sobre una adolescente que había llamado a sus padres solicitando un rescate y me pedían que tratase de localizarla antes de que pagasen, pues en ocasiones después del pago, el secuestrador trata de borrar las pistas de su delito, e incluso terminar con la persona por la que acababa de cobrar el rescate.
Este fue uno de esos sueños buscados, en el que me habían dado toda la información posible sobre el caso, números de teléfono, nombres, e incluso el seguimiento que habían realizado al círculo más cercano para ver si alguno estaba implicado.
A pesar de ello, yo no conseguía captar nada, y era la primera vez que me sucedía y así pasó una semana, y a diario me acercaba a la comisaría para informar de mi falta de conexión, y ellos me decían si había o no alguna novedad, tras lo cual me pasaba horas repasando aquella documentación en busca de esa conexión con la víctima, pero nada, pasaban los días y no tenía nada, así que un día me acerqué a la comisaría y con tono firme dije al comisario.
No hay tal secuestro.
¿Qué dice?
Sí, no he visto nada, no veo a la víctima, y es la primera vez que me pasa, no creo que esté secuestrada.
Pero ¿de qué habla?, ¿ha perdido la cabeza?
No, estoy muy seguro de lo que digo, si se hubiese producido el secuestro hubiese captado algo, una conexión.
Usted y sus cosas, ¿seguro que le sigue funcionando eso que dice tener?
Yo me quedé un momento pensando, dudando si podía haber algo mal en mí que me impidiese seguir usando mis poderes, pero no recordaba que hubiese hecho nada diferente a lo que solía hacer, ni una comida extraña ni nada, y tampoco había tenido algún síntoma que me dijese que pudiese estar enfermo y que eso justificase que no tuviese esa conexión, así que después de pensarlo afirmé:
No soy yo, es la víctima, ella no se comunica, por lo que no creo que sea un secuestro.
Aquel día fue uno de tantos que me echó el jefe de la policía de la comisaría con sus palabras salidas de tono, pareciendo olvidar todas las veces que había colaborado y que había sido de utilidad mi información, pero ahora pareciera que se molestaba porque no pudiese resolver un único caso.
Bueno, yo con la conciencia muy tranquila me dirigí a mi casa y allí estuve unos días hasta que el jefe de policía llamó a la puerta.
Aquello me extrañó pues normalmente me llamaba a la comisaría cuando quería decirme algo, pero bueno, allí estaba, y yo sin saber el motivo de su visita.
Buenos días jefe, ¿quiere entrar?
No, es una visita rápida, usted tenía razón.
¿Sobre qué? pregunté sin saber a qué se refería
La chica, la adolescente que la habían secuestrado, esa que no se comunicaba con usted había fingido su secuestro, bueno, nunca existió un secuestro, se fue con su novio a Las Vegas y cuando se le acabó el dinero entre los dos idearon decir que estaba secuestrada para que los padres mandasen dinero con el que seguir jugando. Y no, no me diga que ya me lo dijo.
En absoluto, me alegra que el caso se hubiese resuelto.
Sí, claro dijo mientras se retiraba de la puerta despidiéndose con un gesto de la mano.
Desconozco el número de ocasiones en que tuvo que darme la razón y reconocer que mis capacidades estaban bien, pero aquella fue la primera, y por eso no se me olvidará.