En virtud de los poderes que me ha conferido esta congregación yo, Sara dei Bisenzi, acojo en nuestra comunidad a la novicia Lucia Baldeschi. Ella es la elegida, aquella que me sustituirá un día y será designada la guía de todos vosotros. Por lo tanto, Lucia, acércate y jura obediencia y fidelidad sobre este libro, escrito de puño y letra por el antiguo Rey Salomón, y traído hasta aquí entre inmensos peligros por Jolanda, que perdió su vida después de llegar a su meta final. Es gracias a su hija Anna que el libro y sus enseñanzas nos han sido legadas y, cada cierto tiempo, una de nosotras tiene la obligación de conservarlo y protegerlo.
Mientras decía estas palabras la anciana se sacó el medallón y pasó con delicadeza la cadena alrededor del cuello de Lucia. El talismán dorado representaba una estrella de cinco puntas, el sello de Salomón. El mismo dibujo fue hecho en la tierra por la anciana por medio de una vara puntiaguda y la muchacha se tuvo que extender de manera que su cabeza, sus manos y las extremidades de los brazos abiertos y sus pies al extremo de las piernas abiertas, correspondieran con exactitud con las puntas de la estrella. Sara cogió un poco de aceite de oliva, señalando con él de manera secuencial la mano izquierda, el pie izquierdo, el pie derecho, la mano derecha y la frente de Lucia.
Agua, aire, tierra, fuego: tú sabes como dominar los cuatro elementos. Ellos pueden ser invocados y usados indistintamente por cada uno de nosotros pero sólo tu espíritu es capaz de reunirlos y potenciar al máximo sus poderes y sus cualidades. ¡Recuérdalo Lucia! Usarás tus poderes para hacer el bien y combatirás, hasta el punto de sacrificar tu propia vida, contra cualquiera que quiera abusar de ti y de tus capacidades para fines malvados. Luego echó agua en la mano izquierda de la muchacha, todavía extendida, sopló sobre su pie izquierdo, echó un puñado de tierra sobre el pie derecho y acercó un bastoncito candente a la mano derecha. Al final besó su frente Y ahora levántate. Tu largo camino ha comenzado.
La ceremonia de iniciación había sido, por lo tanto, sencilla, no había sido traumática como la muchacha había temido. El rito se había desarrollado tal como había sido transmitido desde tiempos inmemoriales, sin coacciones, sin ninguna violencia, sin intervenciones de extrañas figuras que pareciesen machos cabríos u otro tipo de bestias. El Demonio, realmente, no se escondía entre los participantes del rito. Lucia estaba confusa pero comenzaba a comprender muchas cosas, que la abuela la ayudaría a definir en los meses siguientes. La magia, la brujería, de la manera que creía hasta ese momento, no existía. La abuela le había explicado cuáles eran las fronteras del pensamiento humano, como cada individuo estaba dotado de una enorme potencialidad vinculada al uso del mismo pero que solo unos pocos eran capaces de ejercitar ciertas funciones, ya sea por capacidad innata, ya sea por el ejercicio. Pero entonces, se preguntaba Lucia, ¿la esfera fluctuante que se materializaba entre sus manos era sólo fruto de su fantasía, de su sugestión? ¡Y sin embargo era capaz de visualizarla! Ya, pero sólo ella, los otros no la veían. Y, de todas formas, había probado sus efectos devastadores lanzando una bola de fuego hacia aquella chiquilla, Elisabetta, que se había visto realmente envuelta por las llamas. Y era capaz de leer los pensamientos del que estaba frente a ella, y era capaz de escuchar las voces de los espíritus, y conseguía prever el futuro de alguna manera. ¿Todo esto cómo se explicaba?
Para todo hay una explicación racional le había dicho la abuela una noche delante de la chimenea encendida Algunos de nuestros adeptos, a tenor de lo hecho en el pasado por antiguos estudiosos, de los que algunos textos han huido del fuego de las autoridades eclesiásticas, han abierto el cráneo de cadáveres de hombres y mujeres para estudiar su contenido, el cerebro. La superficie de nuestro cerebro no es lisa sino que presenta pliegues, que son llamados por los estudiosos de anatomía circunvoluciones y que son capaces de aumentar muchas veces la superficie útil de este importante órgano nuestro. No es el corazón, como todos dicen, la sede de nuestros sentimientos, es el cerebro su depositario. De la misma manera todos nuestros recuerdos, cercanos o lejanos, están aquí guardados. Es el cerebro el que nos permite reconocer los sonidos, los colores, los olores, nos hace asociar los objetos con un nombre, nos hace aprender los símbolos de la escritura de forma que las personas más inteligentes, o las más afortunadas si quieres, son capaces de leer, escribir y hacer las cuentas. Es el cerebro, además, el que envía a nuestros ojos los sueños mientras reposamos. Y si ya todo esto te parece mucho, debes saber que para todo esto sólo se utiliza una pequeñísima parte de la superficie cerebral. El resto son potencialidades enormes pero desconocidas para la mayoría. Así que, quien consigue entrenar las áreas infrautilizadas del propio cerebro, consigue llevar a cabo actividades que el común de los mortales ni siquiera pueden soñar. Y he aquí que se pueden percibir conversaciones pronunciadas en un lugar, incluso en tiempos remotos. Cada palabra pronunciada deja su rastro en el aire, nada se pierde. Si tú puedes oír estas conversaciones, estas palabras, no significa que estés hablando con los espíritus, no es posible conversar con personas desaparecidas hace meses o años o siglos pero es posible escuchar lo que ellos han dicho hace mucho tiempo.
¿Y la clarividencia?
Esto es un poco más complicado, pero incluso aquí los estudiosos han especulado que quien prevé el futuro capta ondas cerebrales de alguien que tiene la intención de poner en marcha determinados comportamientos. Y es por esto que la clarividencia se limita a un período breve, no es posible conocer el futuro a largo plazo. ¡Quien afirma que puede hacerlo, es un charlatán!
¿Y el hecho de poder mover objetos, hacerlos levitar o encender una lámpara sólo con la fuerza del pensamiento?
Justo, también éstas son potencialidades del cerebro humano desconocidas para la mayor parte de los individuos. Ejercitando y entrenando las áreas del cerebro que son capaces de utilizar los elementos que están a nuestro alrededor a nuestro favor, podemos hacer de todo. Nosotros estamos acostumbrados a usar los cinco sentidos que conocemos, la vista, el tacto, el oído, el gusto y el olfato, sin ni siquiera imaginar cuál es la potencia efectiva de nuestro cerebro. Los antiguos sabían perfectamente cómo utilizar ciertos poderes, de manera que pudieron construir obras mastondónticas sin el mínimo esfuerzo. Observa los romanos, cuando llegaron para conquistar Egipto, no se podían explicar cómo habían hecho los egipcios, mucho tiempo antes de su llegada, para construir obras colosales, como las pirámides y la esfinge. Los enormes bloques de piedra con los que habían sido construidos no podían ser movidos ni siquiera por un centenar de esclavos que trabajasen juntos.
¿Quieres decir que...?
No quiero decir nada: extrae tus propias conclusiones.
Lucia cada día estaba más fascinada por los discursos de la abuela. Las disquisiciones sobre el cerebro la habían entusiasmado, pero incluso estaba más interesada por la curación de enfermedades con las hierbas medicinales. Durante la primavera, muchas veces con la abuela había ido de nuevo hasta Colle del Giogo, pero también en la campiña y en los bosques en torno a Jesi, para la recolección de hierbas medicinales. Cada vez la abuela le explicaba las propiedades y el uso de una determinada hierba: el beleño, la trementina, el regaliz, la peligrosa belladona. Elena había prometido a Lucia que, a partir del final del verano y durante todo el otoño siguiente, le enseñaría a reconocer las setas, a distinguir las comestibles de las venenosas, a prevenir y curar las intoxicaciones debidas a éstas últimas, y cómo utilizar las esporas de determinados hongos sobre las heridas infectadas. Pero en esos últimos días de primavera, el curso de la historia había dado un giro por lo que, en aquel momento, se encontraba asistiendo al joven Franciolini, herido por los enemigos de la ciudad.
Ya hacía más de diez días que Lucia estaba atareada junto a la cabecera de la cama de Andrea cuando el muchacho recuperó el conocimiento. Cuando éste abrió los ojos Lucia se sintió observada de manera extraña. Leía en aquellos ojos el desconcierto del joven que, quizás, creía que ya estaba muerto, que había llegado al paraíso y tenía un ángel que le cuidaba. Es verdad, era un noble y, como tenía servidores en la Tierra, seguramente su cabeza lo llevaba a pensar que tendría sirvientes allí, en el Paraíso. Pero luego, poco a poco, Lucia comprendió que Andrea estaban comenzando a reconocer las paredes, los muebles y los adornos de su habitación.
¿Quién eres, que me cuidas, sin que yo te conozca? ¿Qué le ha ocurrido al resto de mi familia? ¿Y mis siervos? ¿Dónde está Alí? ¡Que te parta un rayo, miserable turco! Cuando lo necesito siempre se las ingenia para desaparecer, a lo mejor lo encuentras con el culo hacia arriba rezando a su dios comenzó a decir Andrea, con las mejillas enrojecidas por la fiebre, agitándose de tal manera que un acceso convulso de tos consiguió interrumpir la mitad de su discurso. Lucia cogió la mano del joven entre las suyas, intentando tranquilizarlo y, al mismo tiempo, gozando de su contacto físico.
Debéis estar tranquilo o caeréis de nuevo en la inconsciencia y en el delirio febril. Y no debéis despotricar contra Alí. ¡Si no fuese por él estaríais bajo tierra! En cuanto a mi bueno, yo soy Lucia Baldeschi, vuestra prometida al pronunciar estas palabras un leve enrojecimiento se apoderó de los pómulos de la muchacha, que pudo en ese momento hundir sus ojos color avellana en los azules del muchacho, ojos magnéticos, que atraían su rostro, sus labios y todo su cuerpo hacia él.
No imaginaba que el Cardenal me tuviese reservado un regalo semejante. ¿No me estáis mintiendo? El enemigo nos ha arrollado antes de llegar al palacio del Cardenal, ¡y creo que esto no es ajeno a la emboscada!
Con la ayuda de la rabia que sentía se levantó un poco y Lucia se apresuró a colocarle las almohadas detrás de la espalda para ayudarle a sostenerse.
¡Debía haber imaginado que era un truco, además de un matrimonio político! Vuestro tío se ha puesto de acuerdo con los enemigos para matar a mi padre, a mí, dispersar mi familia y centralizar en él los poderes civil y religioso, después de haber pagado con dinero a los invasores. Pero ¿qué invasores? ¡El Duca de Montacuto y el Archiduque de Urbino seguro que estaban de acuerdo con él! Apuesto a que tampoco se sabe dónde está mi madre, quizás ha sido raptada, o quizás también ha sido asesinada por el enemigo. ¿Y tú? después e haber usado el usted de cortesía había vuelto a tutear a Lucia, como se hacía con los siervos. No eres la sobrina del Cardenal Baldeschi, no puedes serlo, él no permitiría nunca que su sobrina estuviese a mi lado. Tú eres una sirvienta, una mujerzuela enviada por el Cardenal porque todavía no estoy muerto y debes elegir la ocasión adecuada para acabar conmigo. ¡Venga, coraje! ¿Dónde escondes el puñal? Clávalo en mi pecho y acabemos de una vez por todas, de todas formas estas heridas me llevarán a la muerte en pocos días. Será mejor acortar el sufrimiento.
Mientras hablaba de esta manera cogió el brazo de Lucia y lo atrajo hacia sí. Se encontraron con sus respectivos rostros a poquísima distancia el uno del otro, cada uno sentía el respiro jadeante del otro acariciar sus mejillas. Lucia leyó en los ojos del joven Franciolini el miedo a morir no la maldad. El instinto hubiera sido el de retirarse, en cambio reaccionó al contrario, apoyó con cuidado sus labios sobre los de él. No tuvo tiempo ni de sentir la aspereza de la barba no afeitada desde hacía días que fue abrumada por un torbellino de lenguas que se entrelazaban, manos que buscaban la piel desnuda bajo los vestidos, caricias que la aislarían de la realidad para alcanzar alturas celestiales y luego sensaciones nunca sentidas, hasta alcanzar un inmenso placer, acompañado, sin embargo, de un profundo dolor. Ahora era su sangre y provenía de las partes íntimas violadas por aquel dulce encuentro; nunca había sentido nada igual en su vida pero se sentía satisfecha.
¿Cómo se os ha podido siquiera ocurrir que yo estuviese aquí para mataros? Os amo, os he amado desde el primer momento en que os he visto, hace algunos días, cuando salíais de este palacio montado en vuestro caballo. Os he salvado la vida, os he curado y ahora me habéis convertido en mujer y yo os estoy agradecida.
Acabó de librarse de los vestidos y, completamente desnuda, se metió en la cama al lado de su amor. Le abrió el camisón, comenzó a acariciarle el pecho, a besárselo, luego cogió su mano y la guió para acariciar sus túrgidos senos. Y hubo besos y caricias y suspiros durante interminables y mágicos minutos. Luego ella se puso a horcajadas sobre su vientre y, guiada por su instinto que le decía que actuase de esa manera, comenzó a balancearse arriba y abajo, al principio lentamente, para luego aumentar el ritmo de forma progresiva, hasta llegar de nuevo al orgasmo.
El orgasmo provocó que Andrea se sumergiese de nuevo en la inconsciencia. La muchacha habría querido hablarle con dulzura pero con el claro objetivo en su mente de llevar el tema hasta los símbolos ligados al extraño pentáculo de siete puntas, visto en los subterráneos de la catedral, vuelto a ver sobre el portal de Palazzo Franciolini y nombrado por Andrea en sus delirios. Había tantos temas de los que hubiera querido hablar con él, ahora que había vuelto en sí, pero en ese momento era imposible.
Mientras Lucia recuperaba sus vestidos del suelo y se volvía a arreglar, sintiendo todavía en sus entrañas sensaciones que estimulaban la palpitación de su zona íntima, a sus orejas llegaron voces excitadas desde la entrada del palacio.
¡No podéis entrar en esta mansión, no tenéis permiso! estaba gritando Alí. Luego su voz se debilitó hasta apagarse.
Arrestad al moro, matadlo si opone resistencia. Y registrad el edificio. El Cardenal quiere enseguida a la condesita Lucia en palacio. En cuanto al joven Franciolini, si todavía está vivo, arrestadlo sin hacerle daño. Deberá ser procesado por alta traición y herejía. No lo mataremos nosotros sino la justicia, aquella divina y la de los hombres. Y el castigo será ejemplar para hacer comprender al pueblo a quien debe someterse: ¡a Dios y a su Santidad el Papa!
Lucia había reconocido la voz de quien había pronunciado estas últimas palabras, el dominico Padre Ignazio Amici, que junto con su tío presidía el tribunal local de la Inquisición, cuando la puerta de la habitación se abrió de par en par y en su arco se dibujaron las sonrisas desdeñosas y satisfechas de dos guardias armados.
Capítulo 4
La cultura es la única cosa que nos hace felices
(Arnoldo Foà)
El sonido insistente del despertador consiguió catapultar de nuevo a Lucia a la realidad cotidiana. Con la misma mano con la que había logrado acallar el despertador, a tientas había encontrado sobre la mesilla de noche el paquete de cigarrillos. Ahora ya era una costumbre encender el primer cigarrillo en cuanto se despertaba, pero en los últimos tiempos lo hacía incluso antes de abandonar la cama. Luego llegaba hasta el baño con el palito humeante en la boca, se dedicaba a asearse y a maquillarse aspirando de vez en cuando una calada de humo, echaba la colilla al váter y se iba a la cocina para prepararse el café, después del cual se encendía otro cigarrillo, concentrándose sobre el nuevo día de trabajo que le esperaba. En el puesto de trabajo no se permitía fumar de ninguna manera por lo que, si ocasionalmente le pasaba por la cabeza que aquel vicio a la larga sería muy nocivo, consideraba superado cualquier reparo mientras miraba la punta roja iluminarse cada vez que inhalaba.