¡Mi cuerpo necesita su dosis de nicotina, diga lo que diga ese puritano del decano de la fundación!, se encontraba a menudo pensando Lucia, encendiéndose el tercer cigarrillo del día, el que le permitía la satisfacción de llegar a una hora decente antes de la pausa prevista para el desayuno. En el año 2017 la primavera había sido muy lluviosa y, a pesar de que era a finales del mes de mayo, la temperatura todavía no había alcanzado la media estival; así que, sobre todo por la mañana a la hora de salir, todavía hacía fresco y era difícil decidir cuán fuese el vestido más adecuado para ponerse. Una rápida ojeada al guardarropa, mientras se ponía unos leotardos ligeros, color carne, casi invisibles, la decisión cayó ese día sobre un vestido rojo de manga larga pero no invernal, de la largura adecuada para dejar descubiertas las piernas poco más arriba de las rodillas. Un poco de carmín, un cepillado a los cabellos castaños naturalmente ondulados, un poco de lápiz de ojos para resaltar el color avellana de sus ojos, una última calada al cigarrillo, cuya colilla estaba perfectamente puesta en el cenicero, y Lucia Balleani, veintiocho años, un metro y setenta y cinco centímetros de belleza austera, además de inalcanzable para el común de los mortales, licenciada en Lettere Antiche7 , especializada en historia medieval, estaba lista para enfrentarse al impacto con el ambiente exterior. Era la última descendiente de una noble familia de Jesi, los Baldeschi-Balleani y, por ironías del destino, a pesar de su nacimiento nunca había conseguido vivir y habitar en la suntuosa residencia de la familia en la Piazza Federico II, ni tampoco en la estupenda villa en las afueras de Jesi, ahora se encontraba trabajando en aquel palacio. Había aceptado de buena gana el encargo que le había hecho la Fundación Hoenstaufen, que había encontrado allí su sede natural, justo en la plaza en que la tradición dice que, en el año 1194, había nacido Federico II de Svevia, príncipe y más tarde Emperador de la casa Hoenstaufen. Como todas las familias nobles, a partir de los años 50 del siglo pasado, con el final de la aparcería, con el fin de los inmensos latifundios agrarios heredados desde tiempos inmemoriales, ni siquiera los Baldeschi-Balleani fueron inmunes a jugarse la mayor parte de los bienes familiares, vendiéndolos o mal vendiéndolos al mejor postor, con tal de mantener el estilo de vida al que estaban habituados. La rama de los Baldeschi, un poco más sabia, se había mudado en parte a Milano, donde habían puesto en pie una pequeña pero rentable empresa de diseño y arquitectura, en parte a Umbria, donde gestionaba una soleada casa rural en medio de las verdes colinas de Paciano. A la rama de los Balleani le habían caído las migajas y el padre de Lucia continuaba con tenacidad y poco provecho a sacar adelante la hacienda agrícola que consistía en trozos de terreno esparcidos entre las campiñas de Jesi y Osimo. Lucia era una muchacha, además de hermosa, realmente inteligente. Gracias a los sacrificios del padre había podido hacer el bachillerato en Bologna y licenciarse con muy buenas notas. Su pasión era la historia, en especial la medieval, quizás porque sentía fuertemente, dentro de ella, por un lado la pertenencia a la ciudad que había visto nacer a uno de los más ilustres emperadores de la historia y por otro a la familia que, por primera vez, había dado un Signore8 a Jesi. De hecho, había sido la gibelina familia Baligani (el apellido se había transformado con el tiempo en Balleani) la que en el año 1271 había instituido la primera Signoria en Jesi. Con muchos contratiempos, Tano Baligani, a veces con el bando de los güelfos, otras con el bando de los gibelinos, según de donde soplase el viento, había intentado conservar el dominio de la ciudad, contra otras familias nobles, en particular contra los Simonetti, los cuales también habían tomados las riendas del mando de la ciudad en ciertas épocas. En los dos siglos siguientes los Balleani se emparentarían con la familia Baldeschi, que había dado a la ciudad algunos Obispos y Cardenales, con el fin de sellar un tácito acuerdo entre güelfos y gibelinos, sobre todo para hacer frente al enemigo exterior y contener las miras expansionistas de los Concejos9 limítrofes, en particular de Ancona pero también de Senigallia y Urbino. Y es por esta pasión suya que el decano de la fundación Hoenstaufen había querido contratar a Lucia para la reorganización de la biblioteca del palacio que había pertenecido a la noble familia. Biblioteca que se enorgullecía de piezas realmente raras, como una copia original del Códice Germánico de Tácito, pero que nunca se habían clasificado correctamente. Aparte de la clasificación de los libros allí presentes, Lucia tenía otros intereses, de los que había intentado hablar con el decano, como el de recopilar todas las fuentes históricas sobre la ciudad de Jesi presentes tanto en éstas como en otras bibliotecas de la zona, con el fin de imprimir una muy interesante publicación. O también la de cartografiar el subsuelo del centro histórico, rico de vestigios pertenecientes a la época romana, con el fin de conseguir una reconstrucción de la antigua ciudad de Aesis lo más parecida a la realidad.
Tienes unas ideas muy buenas, eres joven y estás llena de entusiasmo, y te entiendo, pero la mayor parte de los accesos a los subterráneos está prohibido, dado que se debe pasar por los sótanos de palacios privados, cuyos propietarios la mayoría de las veces no dan su consentimiento.
El anciano decano escudriñaba a la muchacha con sus ojos gris verdoso desde detrás de las lentes de las gafas. La barba gris no lograba ocultar el sentimiento de desaprobación que sentía con respecto al cigarrillo electrónico, del que, de vez en cuando, Lucia aspiraba una calada de vapor denso y blanquecino, que en el transcurso de unos segundos se diluía en el aire de la habitación.
No es necesaria la exploración física de los subterráneos. Se podría hacer que sobrevolase la ciudad un helicóptero para obtener registros con el radar. La técnica ahora es esta y da óptimos resultados intentaba insistir Lucia para ver realizados uno de sus más grandes sueños.
Quién sabe cuánto dinero sería necesario para un proyecto de ese tipo. Tenemos fondos pero son bastante limitados. Italia todavía no ha salido de la crisis económica que la aflige desde hace años ¿y tú me quieres proponer unos proyectos faraónicos? La cultura es hermosa, soy el primero en afirmarlo, pero debemos mantener los pies en la tierra. Mira lo que puedes hacer explorando los subterráneos de este palacio. Comunican directamente con la cripta del Duomo, quién sabe si no podrás sacar a la luz algo interesante. Pero hazlo fuera de las horas por las que se te paga. Tu misión aquí está bien definida: ¡reorganizar la biblioteca! el decano estaba a punto de dejar a la muchacha cuando se dio la vuelta ¡Una última cosa! Electrónico o no, aquí dentro no se fuma. Te agradecería que evitases usar ese chisme mientras trabajas.
Con un gesto teatral Lucia se sacó el cigarrillo del cuello al que estaba colgado con el cordoncito correspondiente, apagó el interruptor y lo volvió a poner en el estuche que metió dentro del bolso. Del mismo sacó un paquete de cigarrillos y el encendedor y llegó hasta el vestíbulo para ir a fumar en paz un auténtico cigarrillo en el exterior.
El martes 30 de mayo de 2017 se presentaba, desde primeras horas de la mañana, como una mañana tranquila, clara, de finales de primavera. El cielo estaba azul y, a pesar de que el sol estuviese todavía bajo, Lucia fue deslumbrada por la luz en cuanto cerró a sus espaldas el portal de su casa. Había encontrado un óptimo alojamiento, alquilando un apartamento reestructurado en Via Pergolesi, en el centro histórico, a unos cien metros de su puesto de trabajo. Pero lo que era más interesante para ella era el hecho de encontrarse justo en el palacio que había albergado, en la planta baja, una de las primeras imprentas de Jesi, la de Manuzi. El enorme salón destinado a tipografía había sido utilizado a través del tiempo para otros fines, incluso como gimnasio y sala de reuniones de algunos partidos políticos. Pero esto no le quitaba la fascinación a aquel sitio. Después de salir por el portón y haber atravesado un pequeño patio, Lucia habitualmente se demoraba mirando el arco por el que se salía a la antigua calle adoquinada, Via Pergolesi, en otro tiempo el Cardo Massimo de la época romana, luego renombrada Via delle Botteghe o Via degli Orefici, por las actividades prioritarias que se habían desarrollado en distintos períodos. De los antiguos talleres de un tiempo, en efecto, había quedado bien poco. Muchas tenían las rejas bajadas desde hacía ya muchos años y las que estaban abiertas ostentaban en los escaparates bienes y servicios que con la antigüedad, con el fasto y el esplendor de los negocios de joyería de un tiempo, compartían bien poco. El cartel turístico ensuciado por las cagadas de las palomas indicaba que el arco del Palazzo dei Verroni no era de origen romano, como su aspecto podía hacer creer, sino que había sido realizado en el siglo XV por un tal Giovanni di Gabriele da Como, arquitecto que había trabajado al lado del más famoso Francesco di Giorgio Martini en la construcción del cercano Palazzo della Signoria. Tanto que alguien en el pasado había atribuido también ese arco a Di Giorgio Martini. Según Lucia, los romanos no debían ser del todo ajenos a esa obra que se asomaba al Cardo Massimo. A lo mejor los arquitectos renacentistas se habían limitado a restaurar un antiguo arco, cuyos vestigios habían sobrevivido a los siglos y al devastador terremoto del año 848.
Con un gesto teatral Lucia se sacó el cigarrillo del cuello al que estaba colgado con el cordoncito correspondiente, apagó el interruptor y lo volvió a poner en el estuche que metió dentro del bolso. Del mismo sacó un paquete de cigarrillos y el encendedor y llegó hasta el vestíbulo para ir a fumar en paz un auténtico cigarrillo en el exterior.
El martes 30 de mayo de 2017 se presentaba, desde primeras horas de la mañana, como una mañana tranquila, clara, de finales de primavera. El cielo estaba azul y, a pesar de que el sol estuviese todavía bajo, Lucia fue deslumbrada por la luz en cuanto cerró a sus espaldas el portal de su casa. Había encontrado un óptimo alojamiento, alquilando un apartamento reestructurado en Via Pergolesi, en el centro histórico, a unos cien metros de su puesto de trabajo. Pero lo que era más interesante para ella era el hecho de encontrarse justo en el palacio que había albergado, en la planta baja, una de las primeras imprentas de Jesi, la de Manuzi. El enorme salón destinado a tipografía había sido utilizado a través del tiempo para otros fines, incluso como gimnasio y sala de reuniones de algunos partidos políticos. Pero esto no le quitaba la fascinación a aquel sitio. Después de salir por el portón y haber atravesado un pequeño patio, Lucia habitualmente se demoraba mirando el arco por el que se salía a la antigua calle adoquinada, Via Pergolesi, en otro tiempo el Cardo Massimo de la época romana, luego renombrada Via delle Botteghe o Via degli Orefici, por las actividades prioritarias que se habían desarrollado en distintos períodos. De los antiguos talleres de un tiempo, en efecto, había quedado bien poco. Muchas tenían las rejas bajadas desde hacía ya muchos años y las que estaban abiertas ostentaban en los escaparates bienes y servicios que con la antigüedad, con el fasto y el esplendor de los negocios de joyería de un tiempo, compartían bien poco. El cartel turístico ensuciado por las cagadas de las palomas indicaba que el arco del Palazzo dei Verroni no era de origen romano, como su aspecto podía hacer creer, sino que había sido realizado en el siglo XV por un tal Giovanni di Gabriele da Como, arquitecto que había trabajado al lado del más famoso Francesco di Giorgio Martini en la construcción del cercano Palazzo della Signoria. Tanto que alguien en el pasado había atribuido también ese arco a Di Giorgio Martini. Según Lucia, los romanos no debían ser del todo ajenos a esa obra que se asomaba al Cardo Massimo. A lo mejor los arquitectos renacentistas se habían limitado a restaurar un antiguo arco, cuyos vestigios habían sobrevivido a los siglos y al devastador terremoto del año 848.
Unos pocos pasos entre los austeros palacios del centro histórico fueron suficientes para hacer pasar a Lucia de la umbrosa Via Pergolesi a la luminosa Piazza Federico II. Faltaban todavía unos minutos para las ocho, hora en la que debía comenzar a trabajar. Le daría tiempo de fumar otro cigarrillo antes de entrar en el palacio, pero su atención fue atraída por las cuatro estatuas de mármol que hacían las veces de cariátides del balcón del primer piso. Durante un momento tuvo la impresión de que los cuatro telamones estuvieran animados, casi como si quisiesen venir hacia ella para hablarle, para contarle viejas historias de hacía siglos, de las que se había perdido la memoria. Tuvo una especie de mareo que le hizo imaginar el balcón, no sujetado por las poderosas estatuas, inclinarse peligrosamente hacia el suelo y le trajo a la memoria el sueño que ahora ya, desde hacía muchas noches, la hacía protagonizar una historia ocurrida exactamente hacía cinco siglos, en estos mismos días del año y en esos lugares. Las imágenes de los sueños discurrían por su cerebro durante el sueño como las escenas de una novela por entregas. Eran tan claras que Lucia se encarnaba en su homónima antepasada como si estuviese reviviendo su vida pasada, al mismo tiempo como intérprete y como espectadora.
¡Sugestión, sólo sugestión!, repetía por enésima vez la joven a sí misma. Todo es culpa de los libros con los que estoy trabajando y de las partes que faltan de la Storia de Jesi. ¡Mi inconsciente me hace inventar la parte que falta en el libro!
Respiró profundamente dos veces, fue a un banco, se sentó y observó que la fachada del palacio estaba allí, íntegra e indemne. Decidió atravesar la plaza, ir al bar y tomarse un café solo bien cargado, antes de entrar a trabajar. Aquella distracción la retrasaría unos minutos pero daba igual ya que el decano no llegaba nunca antes de las nueve. Consumido rápidamente el café y ya salida del Bar Duomo, en unos cuantos pasos llegó al lado de la plaza en la que confluía Via Pergolesi. A su izquierda la entrada a la cuesta de Via del Fortino, a su derecha el comienzo e la Costa Lombarda, a través de la cual se podía llegar a la parte más baja de la ciudad. Justo debajo de sus pies, en una gruesa baldosa de bronce estaba grabado el plano de la antigua Aesis. Un poco más allá, la misma inscripción en varias lenguas, incluido el árabe, sobre las baldosas blancas alrededor de todo el perímetro de la plaza: El 26 de diciembre de 1194 nace en esta plaza el Emperador Federico Segundo de Svevia. Otro mareo, otra visión. Ahora la plaza ya no tiene el aspecto actual. La fuente de los leones, con el obelisco, no está ya en el centro sino que hay un espacio completamente libre. El Duomo, del lado opuesto a aquel en que se encontraba, era una construcción blanca, de dimensiones más exiguas respecto a como estaba habituada a verlo, de estilo gótico, con agujas y arcos ojivales, una especie de Duomo di Milano en pequeño. El campanile estaba a la derecha de la fachada, aislado y en posición avanzada con respecto a la iglesia. El Palazzo Baldeschi, a la izquierda con respecto a la catedral, era distinto, más macizo, más suntuoso; por encima de la fachada, como un adorno, tres arcos de piedra, cogidos quién sabe de qué antigua construcción romana y puestos allí arriba de manera postiza, como elemento decorativo, con ninguna utilidad. La estatua de la Madonna con el niño Gesù en brazos estaba ya presente en un nicho entre las ventanas del último piso, mientras que no había ni rastro de los cuatro telamones que sostenían el balcón del primer piso. Es más, el balcón, aunque no estaba del todo ausente, era bastante pequeño con respecto al que estaba habituada a ver. Todo el lado derecho de la plaza estaba ocupado, en lugar del Palacio Episcopal y de Palazzo Ripanti, por una enorme fortaleza, una especie de castillo, adornado con la típica arquitectura y las almenas gibelinas de cola de golondrina. En la parte izquierda la iglesia de San Floriano con su cúpula y su campanile y el palacio Ghislieri, todavía sin terminar, rodeado por los andamios de los albañiles. Lucia echó un vistazo hacia el comienzo de la Via del Fortino, donde estaba el taller de un tintorero, delante del cual el artesano había encendido un fuego para poner a hervir el agua en un caldero con una costra de humo negro. Una chavalita se había acercado peligrosamente al fuego y un borde de su vestido se había incendiado. En unos segundos la muchacha se había encontrado envuelta por las llamas. Lucia hubiera querido correr hacia ella para ayudarle pero no conseguía moverse ni un paso. Se horrorizó mientras oía resonar en sus oídos los gritos desesperados de la muchacha. Luego una, dos gotas de lluvia, un chubasco y las llamas se apagaron. La sensación de no tener los pies en la tierra. Lucia estaba tumbada sobre el adoquinado. Cuando volvió a abrir los ojos vio el azul del cielo, un cielo del cual no podía haber caído ni siquiera una gota de lluvia. Un hombre distinguido, vestido de manera elegante, con un maletín en la mano, intentó ayudarle a levantarse.
¿Se encuentra bien?
Sí, sí y rechazando cualquier tipo de ayuda Lucia se levantó Ha sido sólo un mareo, una bajada de tensión. ¡Todo está bien, gracias!