Suicidio Policial: Guía Para Una Prevención Eficaz - Juan Moisés De La Serna 2 стр.


Igualmente existe la creencia de asociar al suicidio con los problemas mentales, aunque si bien eso podría ser una ventaja en cuanto que, si se detecta sintomatología depresiva en el agente, y se interviene tempranamente, esto podría servir para prevenirlo, pero en muchos casos el conocimiento que un policía puede tener no difiere del que pueda saber otro trabajador, desconociendo las señales de atención en que debería de fijarse para prevenir el suicidio.

Por ejemplo, si se pregunta a un policía o cualquier otro trabajador no relacionado con el ámbito de la salud mental sobre si existen poblaciones en donde sea más frecuente un tipo de problema de salud mental que otro, lo normal es que se responda negativamente, argumentando que todos estamos igualmente expuestos a sufrir estos problemas independientemente de donde se viva. Creencia muy extendida, entre aquellas personas que no han viajado a otros lugares y que no tienen una formación en salud, pero no sustentada en evidencia científica.

Hoy en día y gracias al acceso a los datos abiertos es posible comprobar cómo la salud mental se presenta de forma diferente en función del lugar donde se encuentra, existiendo zonas en donde se dan más casos de una determinada patología que otra. El problema es que en ocasiones los datos de salud no son accesibles para realizar investigaciones al respecto ya que los gobiernos suelen ser bastante recelosos con este tipo de información sensible, a diferencia de otras temáticas en el que se permite conocer hasta el último detalle del número de semáforos, cada cuánto tiempo cambian y si alguno está averiado; los horarios de apertura y cierre de las farmacias e incluso las camas disponibles en los hospitales de cada zona, pero cuando se trata de casos de salud mental suele ser difícil que se pueda acceder a esta información, por lo menos de una forma directa.

A pesar de lo cual en ocasiones se puede extraer estos resultados de forma indirecta, por ejemplo, fijándose en el número de defunciones, estas se registran en varias categorías según su causa asociada, para el caso lo que nos interesa es en sí dos que comprenden a la salud mental, el primero sería el correspondiente a trastornos mentales y del comportamiento y el segundo el de las enfermedades del sistema nervioso y los órganos de los sentidos. Si bien el primer epígrafe con respecto a los trastornos mentales y del comportamiento abarcaría una gran parte de los casos de la salud mental, tal y como se recogía siguiendo los criterios del C.I.E. (Clasificación Internacional de enfermedades) en su novena versión (O.M.S., 1988), cuando estos se vieron cambiados a la versión décima (O.M.S., 2009), casos como el de la enfermedad de Alzheimer se trasladaron al segundo epígrafe, es decir al de las enfermedades del sistema nervioso y de los órganos de los sentidos. Es por ello por lo que los resultados que se presentan a continuación se corresponden con ambos epígrafes y que abarca la mayoría de los problemas de salud mental.

Para ejemplificar la utilidad de los datos de la defunción empleando este criterio de clasificación del C.I.E.10, nos centraremos en una comunidad autónoma española, en concreto en Andalucía, cuyo gobierno apuesta por el Open Data, y así se pueden extraer datos sobre las defunciones en esta comunidad desde 1980, pudiendo observar la evolución de los datos acumulados hasta la actualidad sobre las causas de las defunciones por cada localidad independientemente de su tamaño, es decir, de cada ciudad o pueblo de dicha comunidad autónoma.

Basándonos en los datos en bruto es posible observar cómo ha ido evolucionando durante los últimos 33 años en Andalucía el número de fallecidos asociados a problemas de salud mental, habiéndose producido un importante incremento en Sevilla, Málaga y Cádiz, siendo menor el incremento en Huelva y Almería. Pero si nos quedamos con estos resultados podríamos llegar a falsas conclusiones, debido a que no tenemos en cuenta un importante factor de corrección, el número de habitantes de cada localidad. Es decir, no es lo mismo que aparezcan 10 casos en una población de 100 habitantes, que 10 en una de 5000 habitantes, para hacer más comprensibles los datos se suele establecer un mismo marco de comparación, por ejemplo, cada 100.000 habitantes, así siguiendo con las cifras anteriores se puede hablar de una tasa de 0,01 casos cada 100.000, y de 0,05 casos cada 100.000 habitantes respectivamente.

Teniendo en cuenta lo anterior, y siguiendo con los datos históricos de la comunidad autónoma de Andalucía, para ajustar los resultados de las causas de defunción relacionadas con la salud mental a la población real del momento se extrajeron los datos correspondientes a las cifras oficiales del Padrón Municipal de Habitantes a partir de 1997 y se realizaron los ajustes correspondientes, de forma que los resultados son totalmente diferentes a lo observado con anterioridad, siendo Córdoba, Granada y Jaén los que encabezan el porcentaje de casos por habitantes, mientras las que tienen menos casos son Málaga, Sevilla y Huelva.

Es por ello que al igual que las comisarías conocen en qué zonas es más probable que se dé un tipo de delincuencia en vez de otro debido a múltiples factores como la población del lugar, las facilidades de acceso, el número de establecimientos, igualmente se puede conocer en qué poblaciones es más probable encontrarse ante una determinada problemática relacionada con la salud mental que con otra, pero ¿de qué le sirve a un policía conocer dicho aspecto?, ¿acaso estamos hablando de un número relevante de afectados?, al respecto el Dr. Quazi Imam, Director Médico del Hospital Memorial de Arlington (EE.UU.) comenta:

Casi 1 de cada 5 estadounidenses sufre una enfermedad mental, así cada año, alrededor de 42,5 millones de estadounidenses adultos (el 18,2 por ciento de la población total de adultos en los Estados Unidos) sufre de alguna enfermedad mental, soportando condiciones como la depresión, el trastorno bipolar o la esquizofrenia. En otros países, por ejemplo, en Inglaterra se estima que 1 de cada 4 adultos británicos experimenta al menos un problema de salud mental diagnosticable en un año. Por su parte la Organización Mundial de la Salud publicó en 2014 una cifra alarmante, estimando que aproximadamente 476 millones de personas en todo el mundo tienen un problema de salud mental.

De toda la problemática que supone la salud mental 300 millones de personas sufren depresión (O.M.S., 2017), bueno esto no sería más que un dato anecdótico, útil para el personal relacionado con la salud, y en específico con la salud mental, pero ¿qué tiene que ver esto con la policía?

El trabajo policial en su mayoría por no decir todo, está íntimamente relacionado con su comunidad y con la problemática que esta tiene, así hay barrios donde existe un mayor índice de delincuencia que otros, incluso aquellos en los que la policía no puede pasear de forma segura, necesitando refuerzos para entrar en determinadas zonas. Una situación que permite en unos casos e impide en otros, que exista una relación fluida entre los policías y sus vecinos. Así si en una determinada zona se da más un tipo de problema de salud mental que en otra, esto también lo van a tener que contemplar los policías, ya que las demandas de su comunidad van a ir más orientadas a atender estos casos. Por lo que es frecuente, que, si en un barrio existe un centro de atención a pequeños con discapacidad psíquica, se requiera en ocasiones de la intervención policial si alguno de ello se escapa de su cuidador. Igualmente, si en una zona existe una población especialmente envejecida donde el porcentaje de personas que sufren enfermedades neurodegenerativas es importante, los policías van a tener que intervenir en más de una ocasión para auxiliar a uno u otro anciano cuando este se despiste y se pierda o no sepa cómo regresar a su casa.

Con ello se trata de ejemplificar cómo la actuación policial, aun sin ser en muchos casos los agentes conscientes de ello va a ir ajustándose a las necesidades de la salud mental de la población en donde se trabaja, pero en otras ocasiones es un trabajo consciente con pacientes. Aunque cuando se habla de salud mental, no necesariamente va a ir asociado a problemas menores, pudiéndose presentar casos de agresividad e incluso violencia, a los cuales también debe de dar respuesta la policía haciendo lo que buenamente puede por mantener la situación bajo control, pero ¿cómo afecta a los policías trabajar con personas con problemas de salud mental?

Esto es lo que se ha tratado de dar respuesta mediante una investigación realizada desde el Instituto de Ciencias Biomédicas Abel Salazar, Universidad de Oporto junto con el Hospital de Magalhães Lemos (Portugal) y la Unidad de Psiquiatría Social y Comunitaria (Centro Colaborador de la OMS para el Desarrollo de Servicios de Salud Mental), Universidad Queen Mary de Londres (Inglaterra) (Soares & Da Costa, 2019). En el estudio participaron diez agentes, con una edad media de 46 años y 22 de servicio, de los cuales únicamente había una mujer. La labor de estos profesionales era trasladar a los pacientes al psiquiátrico cuando así se les requería mediante ingresos obligados.

Se recogió información de las entrevistas realizadas a los agentes, la cual fue codificada y analizada, sobre cinco temas, Actividad policial y el ingreso obligado , El papel de la familia en el proceso de ingreso obligado , El éxito del ingreso obligado, Las opiniones sobre las enfermedades mentales y Mejoras que propondrían en su labor del ingreso obligado. Según los informes de los agentes, para ellos esta labor fue la más estresante y difícil que habían tenido que desempeñar en el cuerpo de policía, destacando el papel mediador de las familias para facilitar su labor de ingreso obligado. Con respecto a la percepción sobre los pacientes de salud mental estos eran percibidos como imprevisibles y peligrosos, sintiendo que ellos como agentes no estaban preparados para tratar este tipo de casos y entendían que debía de estar presente personal cualificado en esta labor. Investigación que no hace sino reflejar la buena voluntad de los agentes, pero que en ocasiones es insuficiente para tratar con determinada problemática, sobre todo en los casos más graves de la salud mental. Por tanto, la salud mental de la población va a suponer en muchos casos un plus en cuanto al estrés generado en la labor policial, y eso sin tener en cuenta que el propio agente puede estar sufriendo algún problema en este ámbito, ya sea un trastorno de depresión, ansiedad o de otro tipo.

La conducta de riesgo

Resaltar que no todas las muertes que parece suicidio van a serlo, ya que existen los accidentes, por ejemplo, las personas que manejan armas, pueden sufrir un accidente con ellas, e igualmente realizar una conducta arriesgada puede conllevar un accidente que parezca suicidio, lo cual es más frecuente entre los adolescentes, pues cuando uno piensa en conductas de riesgo, lo suele hacer en aquellos comportamientos más extremos, como el conducir a altas velocidades, o el hacer puénting, pero igualmente de arriesgado para la salud son las menos llamativas, como el consumo excesivo de tabaco, alcohol u otras drogas, pero ¿se pueden prevenir las conductas de riesgo?

Esto es precisamente lo que se ha investigado desde la Universidad de Oviedo (España) (Lana, Baizán, Faya-Ornia, & López, 2015), con un estudio en donde participaron 275 estudiantes del grado de enfermería, a todos ellos se les evaluó su nivel de Inteligencia Emocional mediante la escala estandarizada Schutte Emotional Intelligence Scale (Salovey & Mayer, 1990), y la conducta de riesgo, entendida esta como el consumo de tabaco, alcohol, drogas ilegales, así como la realización de dietas poco saludables, si se tenía o no sobrepeso, si se trataba de una persona sedentaria o no, su nivel de exposición solar, y la práctica de relaciones sexuales sin protección, además, se recogieron datos socio-demográficos y de satisfacción vital.

Los resultados muestran que aquellos estudiantes que tenían niveles elevados de Inteligencia Emocional tienen menos conductas de consumo excesivo de alcohol, no siguiendo dietas poco saludables y observando prácticas sexuales con protección; y, al contrario, los que mostraban niveles más bajos de Inteligencia Emocional tenían conductas de riesgo en cuanto a un mayor consumo de alcohol, el seguimiento de dietas poco saludables y prácticas sexuales sin protección. No obteniéndose diferencias significativas en las conductas de riesgo de consumo de tabaco o drogas ilegales, el nivel de sobrepeso, el sedentarismo o el nivel de exposición solar en función del nivel de la Inteligencia Emocional. Los autores señalan sobre los beneficios de tener altos niveles de Inteligencia Emocional a la hora de manejar adecuadamente la presión grupal, principal elemento en conductas como el consumo de alcohol. Los resultados parecen claros en cuanto a la conveniencia de educar a los más jóvenes para que tengan una Inteligencia Emocional desarrollada, ya que esto le va a servir para prevenir conductas de riesgo futuras y evitar los accidentes que entrañan, en ocasiones que conducen a situaciones que se asemejan al suicidio; en el caso de la policía se ha encontrado que los agentes varones entre los 26 a 34 años son los que más probabilidades tienen de exhibir conductas de riesgo (Walterhouse, 2019).

Otra de las variables que se puede analizar con respecto a la asunción de conductas de riesgo es el género, así tradicionalmente se ha considerado que los hombres suelen tender a asumir más riesgos que las mujeres, pero ¿existen evidencias científicas que lo apoyen?

Cuando uno piensa en niños, éstos suelen ser considerados más dinámicos en cuanto a actividades físicas y también de riesgo que las niñas, tal es así que los niños son los que estadísticamente sufren más accidentes domésticos, ya sea por subirse a lugares indebidos como por tocar lo que no deben, presentando una mayor cantidad de conductas exploratorias, en cambio, las niñas suelen tender a realizar actividades menos físicas y más intelectuales, que implican la lectura o la conversación entre iguales y con adultos, y por tanto tienen menos riesgo de sufrir ningún tipo de accidente doméstico o de otro tipo. Tendencia que parece mantenerse en la adolescencia, donde los jóvenes muestran un mayor número de acciones que ponen en riesgo su vida, ya sea para presumir delante de las chicas o para destacar compitiendo con otros chicos. En cambio, las jóvenes tienden a destacar en otras facetas como las intelectuales, por la vestimenta que utilizan; o en actividades lúdicas como bailar.

Es precisamente en esta etapa de la vida donde se dan un mayor número de conductas de riesgo, debido a la creencia falsa de que no les va a suceder nada, y en cambio es la época en donde se producen más accidentes, ya sea de tráfico, o de otro tipo. Actitudes que con el tiempo van relajándose, aunque se mantienen durante toda la vida, nada más hay que ver cómo tradicionalmente existen profesiones mayoritariamente de hombres asociados a una mayor actividad física, o conducta de riesgo, ya sea en el ámbito del deporte o del espectáculo; en cambio, las mujeres desde hace mucho han ocupado un mayor porcentaje en las aulas obteniendo mejores resultados académicos a todos los niveles.

En el caso de los cuerpos y fuerzas de seguridad, a pesar de que cada día son más las mujeres que se incorporan a dichos cuerpos todavía existe una gran diferencia entre hombres y mujeres, así en España en el caso concreto de la Policía Nacional en el 2019 la cifra de mujeres representa el 14,5% de los miembros del cuerpo, es decir 9.063 mujeres de 62.953 agentes (El Plural, 2019), muy por detrás de países como Estonia con un 33,9%, Países Bajos con un 28,9% o Suecia con un 28,8% en 2012 (Institut for Public Security of Catalonia, 2013).

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