Emma resultó ser una niña extremadamente condescendiente y con un apego especial a ese abuelo que la llenaba de cariño y atención.
Durante tres años Cesare no se separó de su oficina, delegando al primo todos los viajes y conferencias, ya que en ese momento todavía se llevaban bien.
Después llegó la escuela, el colegio y las vacaciones de verano en la casa en el lago de la familia de Giulio en Deschutes County, donde la esposa Renata reunía a todos los nietos menores de quince años para hacerlos jugar y divertir juntos bajo su severa supervisión.
Aunque si era muy rígida y estaba llena de reglas, las vacaciones en el lago eran el momento más hermoso del año para Emma. Solamente allí podía estar con sus primos de primero, segundo o tercer grado y divertirse corriendo, jugando, gritando, ensuciare, tirare al agua incluso vestida una decena de jóvenes Marconi para disfrutar de la inmensa finca a los pies de las Cascade Mountains.
Todo hasta hacía doce años atrás. Luego no hubo más fiestas ni carcajadas.
Emma todavía recordaba su cumpleaños número trece.
Había llorado a escondidas de su abuelo porque extrañaba la fiesta en el lago con todos sus primos.
¡También recordaba su último cumpleaños en el que sus primos Salvatore y Aiden la habían secuestrado a las siete de la mañana de su cama, para luego llevarla en brazos hasta el lago y tirarla en el agua gritándole Feliz Cumpleaños!.
El agua le entraba por la nariz, por la boca y por las orejas, pero nada le había impedido a Salvatore continuar, había regresado astutamente a la casa, bajo el ala protectora de la abuela Renata.
Sólo Aiden se había quedado. Él se quedaba siempre. Cerca de ella.
¿Y ahora qué vas a hacer? ¿Me exprimirás como un trapo o me colgarás en algún lugar para que se seque como una sábana?, le había preguntado Emma fingiendo estar enojada.
No, te quiero besar, le había respondido simplemente Aiden acercándose y posando delicadamente los labios sobre los suyos, antes de darle tiempo a reaccionar.
Fue un pequeño y tímido beso, pero eso había alcanzado para hacer delirar a Emma.
Ese fue su primer beso y haberlo recibido justamente de Aiden había sido el regalo más hermoso.
Cuando él se separó de ella, parecía estar avergonzado y sentirse culpable, como si hubiera osado hacer algo prohibido, pero la amplia sonrisa en el rostro pecoso de Emma y sus ojos brillosos que lo habían mirado lleno de cariño había disipado cualquier duda. Con más coraje, volvió a besarla con más seguridad y, cuando Emma lo rodeó con sus brazos alrededor del cuello, había sentido que el corazón latía más rápido aún.
Para Emma ese momento fue como un sueño.
Ahora estamos juntos, ¿verdad?, le había preguntado la muchachita ingenuamente.
No sé si podemos.
¿Por qué?
Eres mi prima.
Sí, pero no en primer grado, por eso creo que se puede.
Entonces está bien, pero tiene que ser un secreto.
El día había pasado espléndidamente y nadie se había dado cuenta de nada, ya que Emma y Aiden eran inseparables desde mucho antes.
Sin embargo, para Emma ese idilio había durado sólo un día, antes de darse cuenta de que una vez terminado el verano no habría vuelto a ver a su noviecito hasta el próximo verano.
En realidad, el próximo año yo no vendré más aquí, le había respondido Aiden, después de escuchar sus preocupaciones.
¿Por qué?, había preguntado Emma tratando de ocultar el nudo en la garganta.
El próximo año cumplo dieciséis años y el abuelo Giulio quiere que vaya a hacer una práctica en la sede de Seattle durante todo el verano.
Emma se había puesto a llorar desesperada y se había calmado sólo después de que Aiden le había prometido que no hubiera faltado a su cumpleaños número trece.
Pero, sólo un par de meses después sucedió una violenta pelea entre Cesare y Giulio, con la consiguiente separación de las dos ramas de la familia.
Cuando Emma intentó pedir a su abuelo que invitara a Aiden a su cumpleaños, él se había enojado muchísimo y había amenazado con castigarla, si hubiera osado pronunciar de nuevo ese nombre que ni siquiera era italiano.
Habían pasado doce años desde entonces.
Doce años de cumpleaños que se habían vuelto más oficiales y formales.
Doce años durante los cuales había visto a Aiden sólo unas pocas veces en algún evento organizado por alguna otra persona que más tarde habría conocido la ira de Cesare y Giulio Marconi.
Doce años anclada al brazo del abuelo que la mantenía siempre cerca suyo, listo para mantener a distancia a los Marconi con la M minúscula, como decía él, y a protegerla de cualquier pretendiente o enamorado que hubiera tenido el coraje de acercarse a la que consideraba más que una hija, sino un verdadero pedazo de su corazón.
Tímida e insegura como era, Emma nunca había tenido la necesidad de liberarse de ese control morboso y asfixiante o de ir en contra de los deseos del abuelo y, si eso por un lado le imponía muchas limitaciones sobre todo en el campo amoroso, por el otro la hacía la Marconi más libre de la familia.
A diferencia de todos sus parientes, ella había podido permanecer fuera de las cuestiones empresarias, ya que era mujer y no tenía un interés particular por los negocios, como le recordaba a veces el abuelo.
Con esa carita tan dulce e inocente serías la presa favorita de todos los tiburones de Portland No, Emma, tu sólo tienes que pensar en terminar tus estudios y buscarte un buen marido que pueda cuidar de ti, le decía a menudo el abuelo. Lástima que no hubiera sido fácil terminar los estudios de arquitectura y mucho menos especializarse en diseño interior, ya que Cesare odiaba a los arquitectos tanto como a los dentistas y le parecían sólo inútiles, a diferencia de los geómetras y de los ingenieros. Además, no entendía qué sentido tenía estudiar tres años para aprender a decorar un ambiente. ¡Todos decoran su casa y nadie tiene esa especialización absurda que sólo los arquitectos podían inventarse! ¡Qué cosa inútil!.
Por no hablar de la búsqueda de marido. El extenso examen y el interrogatorio al que se sometía a cada pretendiente de la nieta no permitía a nadie llegar a la tercera cita. ¡Ninguno estaba a la altura! Uno era demasiado snob, uno tenía padres divorciados, uno no era católico, uno no tenía raíces italianas, uno había dejado el colegio, uno le había respondido mal y así hasta el infinito.
Emma había intentado ver a algunos muchachos a escondidas sobre todo en el colegio, pero su abuelo tenía ojos y orejas por todas partes.
Lo hago por tu bien. Un día me agradecerás, hija mía, le respondía siempre cuando Emma daba muestras de sufrimiento.
Sin embargo, su abuelo siempre había sabido ganarse su afecto con una cuenta en el banco ilimitada, que siempre le había permitido comprar todas las casas que quería y decorarlas, o irse a vivir sola. Alcanzaba con que no dijera que se había graduado como arquitecta (estudio que él no había aprobado jamás) y que prometiera mantenerse alejada de los trepadores sociales y de la vida mundana.
Y Emma había aceptado. Por lo demás, no tenía necesidad de trabajar y había abierto un blog de arquitectura bajo un nombre falso, donde daba consejos sobre cómo reestructurar y decorar casas. No era un blog con muchos seguidores, pero había logrado abrirse camino en el laberinto virtual de la web.
Mientras tanto, también había comenzado a escribir algunos cuentos (siempre bajo un seudónimo), a frecuentar algún club del libro y a participar en el grupo del blog Sueños de Papel de Rachel Moses y de otras apasionadas de libros que intercambiaban consejos e información para ayudar a escritores novatos a tener visibilidad y a mejorar sus obras.
Claro, no tenía amigos y no salía con nadie además de sus primos y alguna vieja compañera del colegio, pero ahora las cosas estaban cambiando.
El encuentro con Abigail Camberg y Rachel Moses le había cambiado la vida y ahora tenía alguien con quien poder hablar abiertamente de sus pasiones y de sus sueños.
Emma, hija mía, la recibió el abuelo apenas vio a la nieta entrar por la puerta de la oficina.
¡Abuelo!, exclamó feliz como una niña corriendo a abrazar a ese viejo hosco que siempre la había amado como ningún otro.
¿Cómo estás?
Bien. ¿Y tú?
He tenido mejores momentos, murmuró el hombre sentándose en su silla presidencial detrás del escritorio e invitando a Emma a sentarse frente a él.
Mala señal, pensó de inmediato Emma en alerta. Cuando iba a ver a su abuelo, él siempre la hacía acomodar en el saloncito, donde generalmente había siempre un té o un café con dulces que la esperaban.
Pocas veces su abuelo la había hecho sentar delante a su trono y todas las veces había sido para regañarla, como esa vez que había descubierto que se veía a escondidas con un tal Clark que Cesare había definido como un idiota holgazán de un republicano, o cuando peleaban porque Emma había decidido asistir a los cursos de arquitectura y no de economía como se esperaba, o cuando le había comunicado que se iba a vivir sola a un altillo, o la única vez que había ido a una fiesta donde se había emborrachado con un solo whisky.
Lo lamento mucho, abuelo, que estés pasando un mal periodo. He hablado con Sally, la esposa de Salvatore, la semana pasada, y me dijo que el banco te rechazó el último préstamo, respondió Emma, intentando distraerlo hablando de la Marconi Construcciones. Cosa que normalmente funcionaba.
Si, mi querida. Los tiempos dorados terminaron y esta crisis nos está cortando las piernas. De todas formas, tenemos pérdidas desde hace demasiado tiempo ya llevamos cinco años que continuamos con este descenso al infierno y yo empiezo a no ver el final del túnel. No me sorprende que Giulio haya tenido un infarto. Después de tantos años trabajando duro para lograr algo de lo que estar orgulloso, ahora verse destruido por los bancos, con el consejo de administración que quiere vender las acciones a cualquiera que se divierta desarmando las empresas Yo yo, se enojó Cesare, pero después el cansancio y la fatiga respiratoria le fueron quitando las palabras.
Te lo ruego, tranquilízate, se asustó de inmediato Emma yendo hacia él y tomándole la mano. Su abuelo tenía setenta y ocho años y, si el corazón le funcionaba bien, no se podía decir lo mismo de los pulmones después de haber pasado años fumando como una chimenea. Los doctores le habían quitado los cigarrillos y la pipa desde hacía tres años, pero él seguía sufriendo de espasmos respiratorios por el estrés.
Tendrías que ceder el puesto a uno de nosotros y retirarte, papá, le había dicho su segundo hijo Samuele en una cena familiar, pero la mirada helada que había recibido como respuesta lo había enmudecido durante toda la velada.
Ya lo habría hecho si hubiera encontrado entre esa manada de holgazanes que viven entre algodones, al menos un hijo o un nieto merecedor y con el mismo fuego en las venas que yo, le había dicho luego a Emma una vez que se quedaron solos.
Fui a ver a Giulio en el hospital unos días antes de su muerte, ¿sabes?, le confesó su abuelo trayéndola de vuelta a la realidad.
Emma quedó con la boca abierta. Sólo pronunciar la palabra Giulio estaba prohibida en presencia de su abuelo y ahora le dejaba saber que ambos se habían visto dos meses antes.
No me lo habías dicho, susurró Emma sorprendida.
Lo sé. El hecho es que supe que había tenido un infarto. Me llegó el comentario que estaba muriendo, lleno de remordimientos por estos doce años alejado de él por el loco amor por una mujer a la que no volví a ver, fui a verlo.
Emma hubiera querido pedirle mil explicaciones: ¡¿la pelea entre su abuelo y Giulio fue por una mujer?! Eso, si que no se lo esperaba. Por lo que sabía, su abuelo todavía estaba unido al recuerdo de su difunta esposa, la madre de sus cuatro hijos.
A diferencia mía, él ya había encontrado un heredero a quien dejar el mando, continuó el hombre.
¿Quién?
El hijo de Giacomo y Eleonor. Por lo que parece, del hijo más estúpido de Giulio nació el mejor nieto.
¿Aiden?, murmuró apenas Emma que de todas formas había olvidado cómo pronunciar ese nombre en voz alta, desde que le había sido prohibido. Incluso si en realidad en cada uno de sus cuentos siempre había un bellísimo e intrépido Aiden que salvaba a la protagonista.
Sí, respondió Cesare ligeramente contrariado. Y además es muy bueno. Sé también que a la Marconi Inmobiliarias le estaba yendo mal y, sin embargo, todavía está a flote y Giulio me confesó que le debía todo a Aiden. Me informé y es verdad. Ese muchacho ya se hizo un nombre en el mundo de los negocios y por lo que parece no es uno que anda con vueltas cuando se trata de cerrar un trato, incluso si aparenta tener una máscara de hielo.
De todas formas, Emma no recordaba siquiera la última vez que había visto a Aiden. Había pasado una eternidad.
Quien sabe cómo se convirtió, pensó.
Hace algunos días Aiden vino a verme. Me trajo una carta de mi primo en la que me pedía que salvara nuestro nombre y a la familia. Se disculpaba por no haber sido siempre honesto conmigo y me imploraba que devolviera a la Marconi Construcciones su antiguo esplendor.
Pero de todas formas está muerto.
Sí, pero ya llevé la carta a un abogado y me dijo que tiene valor, por lo que puedo impugnar la herencia de Giulio. Sin embargo, no quiero destruir lo que hemos construido, es más quiero hacer que la Marconi vuelva a ser lo que fue, como él lo pidió. Quiero cumplir su deseo.
Tendrás que ponerte de acuerdo con Aiden.
Ya lo hice y él aceptó.
¿Todo en una sola semana? Claro que su abuelo sabía como mover cielo y tierra en poco tiempo.
Me alegro mucho, respondió con cautela escondiendo la felicidad de poder ver nuevo a Aiden.
Quien sabe si él también se acuerda de nuestro beso de hace doce años atrás, pensó soñadora y reconfortada por el hecho que, gracias a sus investigaciones secretas, sabía que también él estaba todavía soltero.
A mí no.
¿Por qué?, preguntó Emma curiosa. ¿Cuándo su abuelo había aceptado hacer algo en contra de sus deseos?
Porque tú eres parte del acuerdo, le respondió aferrándole las manos aún más y encadenándola con una mirada que parecía plata.
¿Yo?
Sí, queremos hacer una fusión de las dos empresas, pero no queremos levantar más sospechas aún, así que hemos pensado en una unión que distraiga de los verdaderos problemas y que castigue a la familia Marconi.
Me parece una buena idea, susurró Emma sabiendo cuanto se preocupaba su abuelo en no crear escándalos.