Ojos que conocieron el sufrimiento, reflexionó, viendo también las ojeras que le oscurecían el rostro. Alguien ha pasado algunas noches insomne, últimamente.
La barba descuidada y el olor a cigarrillo y humo que tenía le daban un look muy particular, a pesar de que debería tener unos veintiséis o veintisiete años.
Incluso su boca le dio curiosidad con esa sonrisa peligrosa y fascinante y esa comisura izquierda más elevada que la derecha, le hizo intuir que esas sonrisas eran más usadas para provocar y burlarse, que para alegrarse.
Ni muy alto, ni muy bajo, con un físico cuidado, era decididamente atractivo.
Tiene que haber un error, respondió Abigail, viendo la desconfianza en sus ojos por su larga y silenciosa mirada sobre su aspecto. Emma se lo decía a menudo, no mirar demasiado a la gente, porque eso no les gustaba a las personas y ninguno era un personaje de sus historietas o cuentos.
No entiendo.
Yo no lo conozco, le dijo amablemente, pero decidida a hacerse respetar. Y esa puerta sobre la que estaba apoyado, es la puerta de mi apartamento, explicó contenta.
La risa baja y gutural que salió de esa boca tentadora, la irritó.
Te equivocas, la interrumpió el muchacho, sacando otro cigarrillo.
El pasaje del formal al informal la puso nerviosa, porque sabía que la estaba subestimando y le estaba faltando el respeto algo muy frecuente, lamentablemente ya que, aunque tenía veinticuatro años, en realidad casi nadie le daba más de diecisiete.
¡Tú te equivocas!, se molestó. Y ahora ve a fumar a otra parte, ¡sucio!, dijo indicando toda la suciedad que había invadido el ingreso.
¡Ni siquiera lo pienso! Yo me quedo aquí. Tengo una cita. Tú, además, ¿no deberías estar en la escuela a esta hora?
Abigail resopló indignada. ¿Pero con quién creía que hablaba?
Tengo veinticuatro años. Hace mucho tiempo que terminé la escuela, murmuró molesta, dejándolo helado.
Oh, disculpa. Creía que tenías dieciséis años... pareces tan pequeña.
¡Exagerado! ¡Sólo porque mido un metro cincuenta, no significa que sea una adolescente!
Ves, por lo que parece, ¡quien se equivoca eres tú! Y ahora, saca esos zapatos sucios de mi ingreso y ve a esperar a tu cita a otra parte.
Esta casa es mía así que ahora vete, pequeña, respondió el muchacho, volviendo a apoyarse en la puerta y echándole en la cara el humo del nuevo cigarrillo, que Abigail describió de inmediato como cancerígeno.
¡¿Irme?!, se enfureció todavía más. ¡Tú debes irte! ¡Esta casa pronto será mía, por lo que no te permito tener ese comportamiento conmigo y matarme de cáncer de pulmón o de contaminar las paredes de este edificio!
¡Oh, demonios! Tenía que tocarme una de esas locas ambientalistas y fanáticas de la salud, murmuró entre dientes el muchacho, inundándola de humo y haciéndola toser.
Tendré que tomar al menos un litro de té desintoxicante esta noche, para deshacerme de todo este desperdicio, reflexionó Abigail, ya angustiada al pensar en sus pulmones ennegrecidos y enfermos.
Yo no estoy loca. Yo amo y respeto al prójimo y al planeta. Claro que no se puede decir lo mismo de ti, dijo ofendida, arrepintiéndose de haber pensado por un instante que ese tipo fuera guapo. En realidad, era un monstruo de vicios y mala educación. Y ahora te pediría amablemente que te vayas. Pronto llegará la propietaria de la casa para firmar el contrato de alquiler y preferiría que no estuvieras. No quisiera que me relacionara contigo, como para que arruines mi reputación, continuó.
¡¿Qué cosa?!, gritó el muchacho furibundo, yendo hacia ella como un animal feroz.
Dije que te fueras, repitió decidida a no dejarme intimidar.
¡Olvídalo! Esta es mi casa. Ya me puse de acuerdo con la vieja, se preocupó él, enojado.
¿Un competidor? Pero ¿cómo era posible?
¿La señora Rosemary?, preguntó dudosa.
Sí, ella. Vine a ver el apartamento hace cinco días. Le dije de inmediato que me lo quedaba, ya que trabajo en el pub aquí enfrente y ella aceptó de inmediato mi propuesta.
Abigail había visto la casa hacía cuatro días, pero decidió no decirlo, ya que temía perder el negocio por haber llegado después. Además, adoraba esa casa y estaba en una ubicación estratégica, además de ser muy espaciosa como para tener lugar incluso para Otelo y los demás.
¡Este apartamento es mío!, se preocupó enojada y angustiada por la idea de tener que pasar otro mes buscando casa.
Eres una boba, si crees que te dejaré esta casa, la atacó él a su vez.
Los dos contrincantes estaban por comenzar una sanguinaria batalla de insultos, cuando de repente se abrió la puerta delantera.
Una frágil y delicada señora sobre los ochenta años salió y, ayudada por su bastón, vino hacia ellos.
¿Los señores Camperg?, preguntó con un tono de duda.
¡Camberg! ¡Abigail Camberg!, la corrigió Abigail, levantando la voz todavía furiosa por esa discusión.
Sí, soy yo. Ethan Campert, respondió al mismo tiempo el tipo a su lado, levantando la voz.
Ni siquiera su leve sonrisa de triunfo se le escapó mientras avanzaba hacia la dama.
Buenos días. Soy Teresa, la hermana de Rosemary Dowson. Lamentablemente mi hermana tuvo que internarse, pero me ha dejado las llaves del apartamento, diciéndome que se las entregue hoy. Más tarde llegará también mi sobrina con el contrato, les informó, dándoles un manojo de llaves a cada uno, con las manos temblorosas y volviendo hacia la puerta.
Señora, ¿el apartamento para quién es?, le preguntó nervioso Ethan.
Para ustedes.
Nadie me había hablado de un compañero de departamento, intervino la muchacha, pero la mujer no dio señales de haberla escuchado.
¡Sorda como la hermana!, pensó irritada.
Espere, la casa no puede ser para ambos. Esta muchacha está loca, se entrometió el joven, haciéndola poner más nerviosa, pero la viejita les sonrió comprensiva.
Escúchenme. Tomen las llaves y entren en la casa. No está bien que esposa y marido discutan sus problemas personales en el corredor, los regañó.
Nosotros no estamos casados, aclaró Abigail inmediatamente, mientras intentaba detener las ganas de golpear la cabeza contra la pared para despertarse de esa pesadilla.
Tiene razón. Ni siquiera nos conocemos, respondió el muchacho.
Tendrían que haberlo pensado antes de casarse, dijo la viejita antes de encerrarse en su casa.
¿Pero entendió lo que le dijimos?, preguntó Abigail desmoralizada, dirigiéndose a Ethan.
Creo que es sorda, murmuró él, mirando la puerta de la señora.
Ese día Abigail se prometió agregar también la sordera a su lista de Enfermedades a no contraer por ningún motivo.
Después de un momento de desorientación y dudas, Ethan abrió la puerta de la casa.
El interior era precisamente como se lo recordaba la muchacha: un pequeño saloncito sólo con un diván de tres cuerpos y un pequeño soporte de TV de color blanco como la mesita frente al diván, al que habría agregado un par de estantes para poner sus DVD y cursos de Pilates. Además, Emma había prometido ayudarla con la decoración.
La cocina daba a la sala de estar con la mesa del comedor colocada para que se pudiera ver la televisión mientras comía... Lo que nunca sucedería en esa casa, mientras ella viviera allí.
La cocina blanca, simple y ligeramente deteriorada por los años era funcional pero discreta.
Una cosa que había adorado desde el comienzo era la gran terraza que unía la cocina con la habitación principal. Daba casi toda la vuelta al apartamento y, aunque era un poco angosta, ya había tenido algunas ideas para organizar todas las macetas con hierbas aromáticas y medicinales que quería tener para preparar tés biológicos y jugos frescos y especiados.
El minúsculo corredor que unía el área pública con el baño y las dos habitaciones era oscuro y angosto, pero su fantástica amiga diseñadora de interiores ya había llamado a su albañil de confianza para hacer instalar lámparas alógenas en el techo.
El baño era pequeño, pero tenía el espacio necesario para un lavarropas y para las necesidades de Otelo.
Finalmente, las dos habitaciones completaban el apartamento.
Una era un poco más grande, pero en ambas había una cama matrimonial y un pequeño armario. Abigail ya había pensado separar la ropa en base a la estación y poner una en la habitación que habría usado para dormir, mientras lo demás lo hubiera dejado en la habitación de Otelo y de los otros.
Volvió a mirar toda la casa y se sintió a gusto.
Había sólo un elemento extraño: esa alma que vagaba y curioseaba entre la vajilla y el refrigerador, buscando quien sabe qué cosa.
¿Qué estás buscando?, le preguntó con cautela, acercándose.
Platos.
¿Platos?, repitió confundida.
Sí, yo no tengo y la vieja me dijo que me habría dejado alguno, pero no los veo.
Habría que comprarlos. En el Al Backtables siempre tienen ofertas de decoración, dijo con la voz apagada. Estaba deprimida por esa situación que se había creado y ya no tenía energía.
Quizás, suspiró Ethan ausente. Por lo que parecía no era la única que sufría por ese desastre.
¡Aquí estoy!, dijo una voz a sus espaldas, haciéndolos sobresaltar. Discúlpenme, pero después del hospital me llamaron del trabajo y ahora tengo que irme rápidamente.
Era la hija de la señora Rosemary Dowson.
Buen día, la saludaron, intentando mostrar una sonrisa, a pesar del temor de ser descartados y dejados fuera para dar lugar al otro.
Buenos días, muchachos. ¿Han visto la suciedad que hay aquí afuera? Alguien ha fumado y ha tirado todo al piso. ¿Saben quién fue?, se quejó la mujer.
No sabría. Yo no fumo, se apresuró de inmediato Ethan, ganándose la clásica mirada homicida de Abigail.
Yo tampoco fumo, dijo Abigail, pero por la expresión de la señora se dio cuenta que no le había creído.
¿Prefieres creerle a este tonto antes que a mí? ¡Machista!, gritó su mente rencorosa.
¿Entonces, la casa está bien? Les gusta, ¿no? ¿Está todo en orden?, se apresuró a decir la mujer, sacando de la enorme cartera el contrato de alquiler arrugado.
En realidad, hay un problema, dijeron al unísono Abigail y Ethan.
Lo sé, lo sé los platos. Sí, mi madre se olvidó, aunque lo ha escrito en el inventario del contrato. Con todo lo que sucedió, temo que tendrán que ocuparse ustedes, pero no se preocupen. Siéntanse libres de cambiar lo que quieran de la decoración, ya que es muy vieja. Decidan ustedes. Yo estoy aquí a su disposición para cualquier aclaración o problema.
¡Exacto! De hecho, el problema es otro, continuó severo Ethan.
Miren, el contrato está aquí, les avisó la mujer irritada, apoyando en la mesa el contrato con la firma del propietario. Sólo faltaban los detalles del propietario. Pero si no te gusta la casa como está, sólo tienes que devolverle las llaves a mi tía y marcharte. Mañana vendrá a ver el piso otra pareja con un niño de cinco años y ya le han dicho a mi madre que la quieren urgentemente. Con o sin vajilla.
Los platos no tienen nada que ver, se alteró Ethan preocupado.
Aunque si le resultara antipático ese muchacho, Abigail tenía que admitir que entendía completamente su malestar, pero no pudo pronunciar una palabra por miedo a ser echada de la casa.
Entonces, no me queda otra opción que decirles que tomen una decisión, porque mañana quiero el contrato firmado con el dinero del alquiler o las llaves del apartamento, dijo nerviosa la mujer dirigiéndose a la salida. Y ahora, si me disculpan, ¡tengo que irme corriendo en este día terrible! ¡Luego mi madre, ahora el trabajo! No puedo más.
Ni siquiera les dio tiempo de responder o saludarla que ya había corrido hacia las escaleras dirigiéndose al automóvil aparcado en doble fila.
Menos mal que estaba disponible para cualquier aclaración, pensó la muchacha furibunda.
¿Y ahora qué hacemos?, murmuró enojada, sentándose en el diván polvoriento y lleno de ondulaciones. Probablemente estaba lleno de ácaros, pero estaba demasiado cansada y abatida como para limpiarlo antes de sentarse.
De verdad, no lo sé. Lo único de lo que estoy seguro es que no puedo seguir durmiendo en el diván del pub por mucho más tiempo.
¿No tienes una casa donde estar?
No. El último apartamento donde viví lo compartía con un amigo, pero hemos peleado y prácticamente me ha echado, confesó Ethan, sentándose a su lado.
¿Cómo es posible?, preguntó curiosa. Estaba obsesionada con los detalles de la vida de los demás, que después le gustaba adaptar y usarlos para escribir historias. Le faltaban tres meses antes del vencimiento de la fecha del concurso literario Vagando entre líneas, y todavía no había escrito una sola página. De verdad necesitaba una inspiración.
Ethan la miró enmudecido, antes de responderle con otra de sus falsas sonrisas.
¿No sabes que la curiosidad mata al gato?.
Sí, pero la satisfacción lo trajo de vuelta, como dice el proverbio, respondió, haciéndolo sonreír.
Finalmente, una sonrisa sincera, incluso si fue breve como un relámpago en el cielo.
¿Tú? ¿Por qué quieres tanto esta casa? ¿No puedes buscarte otra?, cambió de tema Ethan.
Me llevó un mes encontrarla. Me gustó desde un principio y hay espacio para todos nosotros. Además, podía ir y venir de las casas de Rachel y Emma como había hecho durante esos dos meses, desde que había escapado de casa.
¿Nosotros?, repitió el muchacho alarmado.
Sí. Otelo, mis tesoros y yo.
¿Te refieres a tu novio y tus hijos?
Mi novio felino, admitió enrojeciendo. No era su culpa si adoraba locamente a ese diablillo. Y los otros animales que tengo, pero están todos en jaula.
No le gustó la mirada de asombro y burla de Ethan, pero sabía que aquellos que no tenían animales no podían entender el amor por un gato o un hámster.
Imagino que nunca tuviste un animal, dijo mirándolo como si fuera una persona inútil y carente de sentimientos.
No, jamás. A veces no puedo ocuparme siquiera de mí mismo, imagínate si me hago cargo de un perro u otro animal.
Bien, yo tengo muchos animales. Los adoro y, aunque me voy de casa, he decidido llevarlos conmigo. Jamás podría dejarle Otelo a mi madre después de ocho años de convivencia llenos de ronroneos y mimos. Además, él me necesita. No podría abandonarlo... nadie lo entiende como yo, intentó explicarle, pero Ethan por respuesta resopló, levantando los ojos al cielo.