No Soy Como Tú Querrías - Victory Storm 2 стр.


¡Guapo, gorrón y engreído!

A pesar de que yo era su pequeña y Lexie, su cariño , él permanecía eternamente soltero y daba la sensación de que solo nosotras dos entendíamos el motivo.

«Ve a molestar a Laetitia. Estoy segura de que si te la vuelves a llevar a la cama, te perdonará por haberla dejado la última vez», le soltó Lexie molesta.

«Solo pasó una vez, y arriesgamos mucho a que nos pillaran porque la cama en la que follamos se entrevé por el escaparate principal».

«¡No se quedó solo en un riesgo! Os pilló la aquí presente y os avisé golpeando el vidrio mientras cerraba la tienda», le recordé poniéndome entre él y Lexie.

«Pensé que querías unirte a nosotros».

«¡No soy esa clase de persona! En lugar de ir tanto al gimnasio, ¿por qué no empiezas también a hacer algún ejercicio para mantener en forma esas dos neuronas que te quedan?», respondí nerviosa, tratando de no dejar aflorar mis recuerdos de adolescente, cuando hacía todo lo que me pasaba por la cabeza hasta el punto de provocar consecuencias catastróficas para aquellos que tenía más cerca.

Había acabado con la carrera de uno de mis exnovios con mi comportamiento y desde entonces no me permitía hacer nada precipitado o fuera de lo normal. Pasé de ser una chica rebelde y excéntrica a ser una buena chica, de fiar y un poco aburrida.

«¿Qué son las neuronas?».

«Oh, Dios, te lo ruego, ¡sal de mi vista!», le rogué apartándolo con un empujón.

Dado que estábamos todos allí, como de costumbre, preparamos otra ronda de café para todos.

El salón estaba vacío. Solo faltaban Luigi, el jefe, y su hija Stella, que estaba a cargo de la contabilidad y las finanzas, pero que nunca hacía acto de presencia y utilizaba su posición para dictar las normas y darnos órdenes a todos, a pesar de tener solo veintidós años y ser la más joven del grupo.

«Aprovecho este momento en el que estamos todos aquí para informaros de que he descubierto lo que Luigi pretende hacer con la tienda, puesto que su contable le aconsejó que la cerrara», soltó Iván repentinamente, el más veterano de los empleados y amigo del jefe desde hacía veinte años.

Por un instante, tanto yo como Lexie, Breanna, Laetitia, Patricia, Didier y Dylan quedamos paralizados por el miedo.

Todos estábamos aterrorizados por la idea de perder el trabajo.

«Como sabéis, Luigi es demasiado bueno para enviarnos a casa sin antes intentarlo todo, así que ha llamado a un temporary manager , alguien que estará aquí por un tiempo para hacer un seguimiento de nuestro trabajo y valorar con su equipo qué medidas tomar para mantener la barraca en pie».

«Seguramente propondrá recortes de personal», exclamó, inquieta, Breanna.

«Es posible. Por eso será esencial trabajar duro y hacer tantas ventas como sea posible».

«¿Y si no lo conseguimos?».

«Entonces, Moduli Arredi cerrará a finales de año. Oí cómo Luigi se lo decía a su hija».

2

«Anoche no pegué ojo por culpa de lo que Iván nos dijo ayer», le confesé a Patricia mientras cambiábamos los precios según la nueva idea promocional de Luigi.

«Yo tampoco», suspiró.

Estaba a punto de dar una vuelta por los salones para comprobar que había cambiado el precio a todos los sofás, cuando vi cómo un hombre entraba en la sala de exposición y se paseaba por el estand.

«Buenos días, ¿puedo ayudarle en algo?», le pregunté tratando de mantener una sonrisa amable y el contacto visual, tal y como Luigi nos había enseñado.

Desafortunadamente, esa vez no fue tarea fácil, ya que el hombre usaba unas gafas de sol y parecía tan severo que me sentí intimidada.

Vestía una camisa blanca de estilo coreano, sin cuello, bajo un elegante traje negro de alta costura. Parecía un traje hecho a medida porque era perfecto en todas sus dimensiones.

Pero lo que realmente me puso nerviosa fue su aspecto alternativo y hípster, con una barba bien cuidada y el pelo castaño claro, largo, perfectamente recogido y peinado en un moño alto, elegante, pero también sensual.

Era difícil situarlo, con ese aire oriental que lo desmarcaba del resto, pero que, al mismo tiempo, resultaba en una mezcla de estilos fascinante y misteriosa.

Era imposible definirlo o describirlo.

Lo único de lo que estaba segura era de que aquel hombre no era de Hastings, ya que el pueblo era demasiado pequeño para no conocer a todo el mundo, y un tipo así hubiera destacado enseguida.

«Echaré un vistazo, si no le importa», respondió con una voz baja y ligeramente áspera, casi irritada.

«Claro, adelante. Si me necesita, estaré aquí». Le sonreí amablemente, pero no me correspondió. Se acercó a la sección de cocina, donde fue inmediatamente detectado por el radar de Laetitia.

Continué atendiendo a varios clientes, hasta que me llamó Patricia.

«Eliza, han llegado las sábanas de la nueva colección. Luigi me pidió que rehiciera las camas para poder mostrar el producto a los clientes. ¿Podrías echarme una mano?».

«Encantada», me alegré. Adoraba esos momentos en los que, juntas, redecorábamos los ambientes.

En la sección de dormitorios, también nos encontramos con Breanna.

«¡Me encantan!», suspiró enamorada de las nuevas mantas de cachemira que acababan de llegar de Italia.

«Bea y yo haremos las camas. ¿Te apetece cambiar los objetos de las mesillas y los tocadores?», sugirió Patricia.

«¡A sus órdenes!», exclamé emocionada mientras corría a buscar las lámparas Kartell que quedaban en el almacén y algunos jarrones para llenarlos con peonías falsas.

No hace falta decir que, durante mis idas y venidas, pude ver al cliente misterioso ya en compañía de Laetitia quien se había desabrochado de nuevo la blusa para dejar a la vista su sujetador de encaje rojo.

¡Otra venta para esa bruja! ¡No debería haberme ido! ¡Debería haberlo acechado hasta que me comprara algo! ¡Uf!

Por suerte, la nueva exposición que estaba preparando, junto con la charla con Patricia y Breanna, me levantaron un poco la moral.

«¡Y no os he contado la última! Iván tenía razón cuando dijo que Luigi iba a llamar a un temporary manager . Sé que llegará pronto. Stella, su hija, me lo contó», nos informó Patricia.

«Me pregunto quién es».

«Se llama Stefan Clarke».

Al oír ese nombre, arrugué la flor que estaba poniendo en el jarrón de la mesita de noche.

«¿Estás segura?», dije sobresaltada mientras mi mente se llenaba de imágenes de mi exnovio de siete años atrás.

«Sí. Me lo ha dicho hace unos minutos y ya sabes que tengo muy buena memoria para los nombres», respondió Patricia.

«¡Oh, Dios!».

«¿Lo conoces?», pareció entender Breanna.

«Es un ex mío».

«¿Estás bromeando?», gritaron mis dos colegas al unísono.

Estuve con Stefan hace siete años. Yo era entonces solo una chiquilla en su último año de secundaria y él era tres años mayor que yo. Estuvimos juntos solo seis meses, pero...».

«Esto podría ser un arma de doble filo, ¿sabes?», me dijo Breanna.

«¿Me despedirá?», susurré en voz baja, casi temblando.

«Depende. ¿Fue él quien te dejó?».

«Sí».

«Entonces, puedes aprovecharte de su culpabilidad y del hecho de que te rompiera el corazón».

«Entonces, puedes aprovecharte de su culpabilidad y del hecho de que te rompiera el corazón».

«Pero la culpa fue mia. Le hice perder su trabajo por mi estupidez».

«¡Entonces sí que estás jodida!».

«¿Tú crees?».

«Querrá vengarse, es evidente», intervino Patricia, «Te aconsejaría que te mantuvieras lo más alejada de él como puedas. Podrías decir que estás enferma».

«Creo que lo haré», me oí decir a mi misma, sintiendo cómo la presión y la ansiedad crecían dentro de mí.

Habían pasado siete largos años. La historia que había tenido con él había marcado mi vida y, todavía hoy, sentía que afectaba a mis decisiones y a la duración de mis relaciones.

Me avergonzaba decirlo, pero la relación con Stefan había sido la más larga de mi vida. Esos seis meses siempre han sido mi tope.

«Bueno, tu ya no puedes salvarte, pero ¿podrías al menos ayudarnos a salvarnos nosotras?».

«¿Cómo?».

«Háblanos de él».

«Han pasado siete años...».

«¿Cómo es? ¿Qué clase de persona es? No quiero que me coja desprevenida, quiero causarle una buena impresión», me avasalló a preguntas Patricia.

«Al menos, dinos si hay algo que no debamos hacer o decir en su presencia», añadió Breanna.

No desnudarte delante de él en su trabajo, con su jefe mirando, para empezar.

«Ha pasado mucho tiempo, pero creo que podéis estar tranquilas. Stefan es uno de esos tipos desgarbados, alto y delgado. Su pelo es castaño claro y sus ojos, color avellana. Tiene una cara bonita con rasgos dulces. Recuerdo que era muy amable y cariñoso. Resumiendo, un pedazo de pan».

«Una de esas personas que no haría daño a una mosca», trató de entender Breanna.

«Sí, así es. ¡Con él no tenéis nada que temer! Recuerdo que era incapaz de decir que no, excepto a mí cuando se trataba de su trabajo. Además, no era una persona seria o mala».

«Un blandengue, vamos».

Reí algo avergonzada. Sentí que no estaba siendo justa al describir a Stefan. Tenía miedo de decir algo inadecuado que pudiera ponerlo a él, o a ellas, en problemas.

«¡Perfecto! ¿Defectos?», Breanna volvió a preguntar.

«Se altera con facilidad y, cuando lo hace, tiende a gesticular mucho, recordé con un punto de nostalgia.

«¡Blandengue y torpe! ¡Perfecto! ¡Tipos como él nos los comemos para desayunar!», se rió Patricia mientras terminaba de arreglar las mantas y yo colocaba el último jarrón en la cómoda.

«¿Estabais hablando de mí?». Una voz masculina nos alcanzó desde atrás, haciendo que las tres nos estremeciéramos.

«Disculpe, ¿quién es usted?», le preguntó Breanna, a la vez que yo reconocía al hombre misterioso de antes.

«Stefan Clarke», respondió con esa voz baja y áspera que tanto me intrigaba.

La idea de que él hubiera oído lo que yo acababa de decir me heló la sangre, pero suspiré aliviada y me acerqué a él.

«Estábamos hablando de otra persona. Alguien con su mismo nombre, supongo».

«Estás segura, Eliza?», me respondió con tono provocador, quitándose las gafas de sol.

Cuando sus ojos color avellana con pinceladas verdes y doradas entrecerrados en una expresión de ira reprimida se cruzaron con los míos, volví a ver a Stefan. ¡Mi Stefan!

Por culpa de la conmoción, el jarrón se me resbaló de las manos y se rompió a mis pies en mil pedazos.

«Así que me recuerdas», susurró cerca de mí, atravesándome con su mirada feroz y amenazante.

«Has cambiado», es todo lo que pude decir.

«¿Para bien o para mal?».

Yo quería de vuelta a mi dulce y torpe Stefan, con su pelo corto y despeinado, su aspecto amable y su rostro angelical perfectamente afeitado. Ese no era mi Stefan.

El hombre que tenía delante no tenía nada de aquello que me gustaba de mi ex.

Mi Stefan me habría hecho sentir cómoda, mientras que este nuevo Stefan me hacía sentir pequeña e insignificante, como un bicho al que pisotear.

«No lo sé», me limité a responder, pero por la expresión de Breanna comprendí que había dado la respuesta equivocada.

«Bien. Veo que, en cambio, tú no has cambiado nada. Te sugiero que limpies rápidamente este desastre y atiendas a aquellos clientes en lugar de distraerte con chismorreos inútiles. Ahora que voy a se temporalmente tu jefe no permitiré que malgastes más el tiempo y el dinero de la empresa. No estás aquí para dedicarte a parlotear, sino para ser un valioso activo para este negocio, así que compórtate como tal. ¿Me he explicado?».

Asentí en silencio.

No sabía si molestarme más por sus palabras o por el tono duro, inflexible y despectivo con el que se dirigía a la aquí presente.

El Stefan de hace siete años nunca se habría atrevido a hablarme así.

¿Qué te ha pasado, Stefan?

«Ah, ¿Eliza?», me volvió a llamar cuando ya se había dado la vuelta para irse.

«¿Sí?».

«Haré que se deduzca el valor del jarrón de tu salario».

«¿Cómo? Pero eso no es justo, fue un accidente».

«¿Así que no asumes tu responsabilidad?», me retó, con los ojos reducidos a dos fisuras amenazantes.

«Yo no he dicho eso, pero si tu no...».

«¡Ya basta! Solo conseguirás que mi trabajo aquí sea aún más fácil. Ahora ya sé por quién empezar cuando presente mi lista de recortes de personal».

«¡Solo intentas vengarte!», exploté enfadada.

«Destrucción de la propiedad de la empresa y escenitas fuera de lugar delante de los clientes. ¿Algo más?», me dijo mientras empezaba a escribir en su móvil y me señalaba a una pareja de clientes a poca distancia de nosotros, «Ahora, vamos a ver si, al menos, eres capaz de cerrar una venta».

«¡Pero si me acabas de decir que limpie!», Tartamudeé, incapaz de reaccionar a sus ataques. Estaba demasiado alterada para oponer resistencia y no tuve la presteza de responderle como solía hacer cuando alguien me provocaba.

«Muévete».

«Atenderemos nosotras a esos clientes», se ofrecieron Patricia y Breanna abrumadas por la vergüenza y dispuestas a desaparecer.

Me arrodillé para recoger los pedazos del jarrón, teniendo cuidado de no cortarme. Solo faltaba que manchase de sangre el suelo o las alfombras que tenemos por toda la sala de exposición.

Ni siquiera tuve el valor de levantar la mirada cuando noté que se alejaba.

Oía solamente sus pasos a mi alrededor.

De repente, vi una sombra junto a mi cara.

Stefan estaba parado detrás de mí. Se había agachado y su cara rozaba la mía.

No conseguía moverme por la tensión mientras su barba me tocaba la cabeza.

«¿Todavía soy un blandengue torpe?», me susurró al oído.

«Yo no he dicho eso».

«He oído lo que has dicho de mí».

«Entonces, no me he expresado bien».

«No importa. Tendrás tiempo para ajustar el tiro y descubrir realmente a quién te enfrentas».

«Definitivamente, no al Stefan de hace siete años».

«Aquel que hiciste que despidieran».

«Todavía estás enfadado conmigo por aquella historia, ¿verdad? Me disculpé más de mil veces y, luego, desapareciste».

«Me mudé a Londres y ahora tengo una agencia de temporary management . Aquel terrible despido es agua pasada».

«¿Entonces, por qué tengo la sensación de que te estás vengando?».

«No me estoy vengando, solo quiero que sientas lo que me hiciste sentir a mi hace años».

Назад Дальше