Parejo modo de hacer esa entrada la intervención, la introducción es el que el lector pueda encontrar en este volumen, junto con los artículos presentados en el congreso, dos textos que añadimos ahora: una entrevista inédita a Lévinas como puerta de entrada, «La asimetría del rostro», y un poema de Francisco Amoraga Montesinos como salida del libro, a modo de despedida, «Antepués». El lector debe cruzar la duplicidad de esta puerta.
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Por último, los agradecimientos y reconocimientos. El agradecer y el dar las gracias no son ajenos al propio Lévinas, pero siempre en la forma del darlas sin recibirlas, de la exposition sans merci sintagma recurrente en De otro modo que ser o más allá de la esencia hasta casi alcanzar un estatuto trascendental. Ante todo, exposition sans merci con nuestros huéspedes: agradecemos a los ponentes haber aceptado nuestra invitación. Queremos destacar la colaboración del Instituto Francés de Valencia en especial de su director, M. Pierre Berthier en la configuración denitiva del programa del Congreso. También la de la Universidad Autónoma de Madrid en particular a Jorge Pérez de Tudela, su director de Servicio de Publicaciones por editar este volumen junto con PUV. El apoyo económico y el aliento anímico del Decanato de la Facultat de Filoso a i Ciències de lEducació de la Universitat de València tanto de su antiguo equipo, con Manuel E. Vázquez a la cabeza, como del actual, con Ramón López y Juan de Dios Bares han sido absolutamente necesarios para llevar a cabo este proyecto. Muchas gracias.
Absolutamente necesario tendría que querer decir al mismo tiempo más que imprescindible, más que ineludible, jamás lo sucientemente necesario; tendría que tener un excedente o un exceso también una sobreabundancia, un resto o un suplemento y trabajar, algo exageradamente, con cuanto en Lévinas signique «surplus», «jamais assez» o «plus ou mieux». Y es que más que necesario «el excedente [surplus] de la fraternidad puede ir más allá de las satisfacciones que uno espera incluso en los dones recibidos, ¡aunque sean gratuitos!11 ha sido el MuVIM. Su director, Romà de la Calle, acogió la idea de celebrar este arriesgado centenario con tanta ilusión como sus directores académicos. Su experiencia y su iniciativa son los pilares que sostienen todas y cada una de las actividades que se realizan en el museo. Además, puso a nuestra disposición un equipo institucional que en todo momento ha tenido la calidez y la solicitud de un rostro humano; dentro de ese equipo institucional y muy humano es obligado destacar a Vicent Flor, encargado de la coordinación técnica del congreso y director del Centre dEstudis del MuVIM. A veces aunque sólo sea a veces, la índole impersonal y abstracta de una institución coincide con lo singular y concreto de una persona, por seguir a Hegel, que sucede a Lévinas en las actividades losócas del MuVIM ¿cabría citar aquí al propio Lévinas, su nombre: «entre el orden del ser y la proximidad, el vínculo es irrecusable»?12 Pues bien, dos de esas veces se llaman Romà de la Calle y Vicent Flor.
Voy con mi última palabra de agradecimiento, con mi primer reconocimiento. Tiene también, cuando todo llega a su fin, la gura del nombre propio «¿acaso los nombres de las personas no se resisten a la disolución del sentido y nos ayudan a hablar?»13 posee además la vez de las veces acabadas de mencionar: Quico, José.
1 He aquí los volúmenes respectivos: Manuel E. Vázquez y Romà de la Calle (eds.): Filosofía y Razón. Kant, 200 años, Valencia, PUV, 2005. Faustino Oncina y Manuel Ramos (eds.): Ilustración y Modernidad en Friedrich Schiller en el bicentenario de su muerte, Valencia, PUV, 2006. Y Manuel Jiménez Redondo y Andrés Alonso Martos (eds.): Figuraciones contemporáneas de lo Absoluto. 200 años de la Fenomenología del espíritu de Hegel, Valencia, PUV, 2008. El de Rousseau, en el 2009.
2 E. Lévinas: Autrement quêtre ou au-delà de lessence, París, Le Livre de Poche, 1991, pp. 252-253.
3 E. Lévinas: De Dieu qui vient à lidée, París, Vrin, 1986, p. 143. Puede leerse en el mismo sentido su obra Totalité et Inni
4 E. Lévinas: Le temps et lautre, París, PUF, 1983, p. 88.
5 E. Lévinas: «Hegel et les juifs», en Difcile liberté, París, Albin Michel, 1976, p. 357.
6 J. Derrida: «Violence et metaphysique. Essai sur la pensée dEmmanuel Lévinas», en Lécriture et la différence, París, Seuil, 1967.
7 E. Lévinas: «Énigme et phénomèn», En decouvrant lexistence avec Husserl et Heidegger, París, Vrin, 1967, p. 286.
8 Ibíd.
9 E. Lévinas: De lexistence à lexistant, París, Vrin, 1963, p. 150.
10 E. Lévinas: «Énigme et phénomèn», p. 290.
11 E. Lévinas: De Dieu qui vient à lidée, pp. 224-225.
12 E. Lévinas: Autrement quêtre ou au-delà de lessence, p. 249.
13 E. Lévinas: Noms propes, París, Fata Morgana, 1976, p. 9.
LA ASIMETRÍA DEL ROSTRO
ENTREVISTA A EMMANUEL LÉVINAS*
F. Guwy
El texto que sigue, transcripción de una entrevista para la televisión neerlandesa (1986), es destacable por varias razones.
De entrada, por su estilo. Lévinas, que es un autor difícil, o al menos así es considerado, se expresa en un lenguaje muy sencillo. Es un texto sin el menor efecto retórico y de una precisión extrema, donde cada frase, casi cada palabra, reúne y despliega un extenso conjunto de investigaciones losócas. Hay que prestar atención al modo en el que, cada vez, Lévinas profundiza, matizando o rechazando, la sugerencia que contiene la pregunta planteada.
En segundo lugar, Lévinas se muestra «en persona», vivo, vibrante, evocando sus sentimientos personales y los dramas históricos vividos, a los que no duda en poner en relación con el desarrollo de su pensamiento. Hay, al mismo tiempo, un rechazo del pesimismo, un rechazo a tomar distancia con respecto a la «civilización occidental», un mensaje de esperanza con «la armación de una bondad original de la naturaleza humana»; naturaleza humana que es, nos dice sin temer la paradoja, «la ruptura del orden de la naturaleza».
En segundo lugar, Lévinas se muestra «en persona», vivo, vibrante, evocando sus sentimientos personales y los dramas históricos vividos, a los que no duda en poner en relación con el desarrollo de su pensamiento. Hay, al mismo tiempo, un rechazo del pesimismo, un rechazo a tomar distancia con respecto a la «civilización occidental», un mensaje de esperanza con «la armación de una bondad original de la naturaleza humana»; naturaleza humana que es, nos dice sin temer la paradoja, «la ruptura del orden de la naturaleza».
Pero el rasgo más sobresaliente de este texto es su contenido losófico: encuentro con Lévinas y nada más que con Lévinas. Husserl, Hegel y Heidegger, esas emblemáticas guras con las que no cesa de dialogar, han desaparecido de la escena. Ningún filósofo es pronunciado. ¿Acaso ninguno? ¡No, sólo uno, Spinoza! Como si al nal de su trayectoria, Lévinas quisiera identicar al más irreductible de sus adversarios: con el rostro del otro, con la responsabilidad por el otro, se rompe el orden en el que el ser persevera en su ser «acto supremo de Dios», según Spinoza. Si no fuera incongruente juntar las palabras testamento y losofía, diría que éste es el testamento losóco de Lévinas. Incongruente, cierto, ¡pero qué testamento!**
JOËLLE HANSEL
(revue Cités)
EMMANUEL LÉVINAS. Soy responsable del otro, respondo del otro. El tema principal, mi denición fundamental, es que el otro hombre, que en principio forma parte de un conjunto que abarca todo y que me es dado como los otros objetos, como el conjunto del mundo, como el espectáculo del mundo, rompe de algún modo ese todo precisamente por su aparición como rostro. El rostro no es simplemente una forma plástica, sino de entrada un compromiso para mí, una llamada, la orden de ponerme a su servicio. No sólo del rostro, sino de la otra persona que en ese rostro se me aparece a la vez en su desnudez, sin medios, sin nada que la proteja, en su indigencia y, al mismo tiempo, como el lugar en el que recibo un mandato. Esa forma de mandato es lo que yo llamo la palabra de Dios en el rostro.
[Los escritores rusos] fueron fundamentales: Pushkin, Gogol, más tarde los grandes prosistas, Turguéniev, Tolstoi, Dostoyevski... En ellos se da constantemente la puesta en cuestión de lo humano, del sentido de lo humano. Te aproximan a problemas que, me parece, siguen siendo esenciales para la losofía y que, bajo otras formas, encuentras en la literatura especícamente losófica; y en todo caso los encuentras también en esa obra literaria, libro de todos los libros, que es la Biblia.
FRANCE GUWY. ¿Hay para usted contradicción entre la Biblia y la losofía?
E. L. No lo creo, nunca lo he vivido como una contradicción. En los dos casos se trata del sentido, de la aparición del sentido: que sea en la forma que los griegos llaman razón o en la forma de la relación con el prójimo en la Biblia, lo que para mí los une es, ante todo, la cuestión de la búsqueda del sentido.
F. G. En esta misma Europa tuvo usted la experiencia de los años 30 y de la guerra de 1940-1945, una experiencia y una inuencia que es probablemente muy importante para usted y para la elaboración de su pensamiento.
E. L. Es la experiencia fundamental de mi vida y de mi pensamiento, el presentimiento de esos años terribles, el recuerdo imborrable de esos años. Pero no pienso que la salida pueda consistir en un cambio de los principios de esta civilización. Pienso que en su interior hay quizá, si ponemos en el centro elementos que fueron considerados laterales, una salida. No he olvidado que esta Europa se encuentra, sin decirlo, sin confesarlo, en la angustia de la guerra nuclear. Me parece que lo que a menudo se llama Modernidad se coloca entre los recuerdos imborrables y una espera angustiosa. No sé si, renunciando a ello, aceptando formas que son ciertamente humanas, que pueden humanizarse todavía más, se encontrará una respuesta a nuestras angustias. No espero mucho de mis investigaciones para cambiar eso, pero en todo caso están determinadas por lo que considero un desequilibrio, propio de esta civilización, entre los temas fundamentales del saber y los de la relación con el otro.
F. G. ¿Podría decirse que esta experiencia ha inuido en su manera de pensar la losofía occidental, en su crítica a esta losofía?
E. L. Crítica a la losofía occidental, eso es demasiado ambicioso. Uno se permite expresiones excesivas... Es un poco como si alguien tratara de impugnar la altura del Himalaya. Esa enseñanza losóca es tan importante, tan esencial, que la losofía exige que se la atraviese antes de comenzar de otro modo.
F. G. Sin embargo, usted ha escrito que la historia de la filosofía occidental ha sido una destrucción de la transcendencia.
E. L. La transcendencia es otra cosa, tiene un sentido muy preciso. El ideal hacia el que se dirigía la losofía europea consistía en creer en la posibilidad que tendría el pensamiento humano de abarcar todo lo que se le opone y, en ese sentido, de hacer interior lo que es exterior, lo transcendente. La filosofía occidental no quería pensar la transcendencia divina, algo que desborda el orden abarcable, captable; es como si el espíritu consistiera en capturar todas las cosas.
F. G. Expresándolo de manera más simple, creo que usted quiere decir que es una filosofía en la que el Yo reina con plenos poderes y donde la conciencia se dedica más bien a prender que a comprender.
E. L. Sí, el Yo, a través del saber, reconoce como lo Mismo, como reducible a lo Mismo, lo que en principio aparecía como Otro. Soy responsable del otro, respondo del otro. El tema principal, mi denición fundamental, es que el otro hombre, que en principio forma parte de un conjunto que abarca todo y que me es dado como los otros objetos, como el conjunto del mundo, como el espectáculo del mundo, rompe de algún modo ese todo precisamente por su aparición como rostro. El rostro no es simplemente una forma plástica, sino de entrada un compromiso para mí, una llamada, la orden de ponerme a su servicio. No sólo del rostro, sino de la otra persona que en ese rostro me aparece a la vez en su desnudez, sin medios, sin nada que la proteja, en su indigencia, y al mismo tiempo como el lugar en que recibo un mandato. Esa forma de mandato es lo que yo llamo la palabra de Dios en el rostro.
F. G. Y ese mandamiento es «No matarás».
E. L. Es ante todo ése, en diferentes grados. En mis primeros escritos hablaba de ello de modo directo: el rostro signica «No matarás», no debes matarme. Es su humildad, su desamparo, su indigencia, pero, al mismo tiempo, pre cisamente, el mandamiento «No matarás». Es aquello que se expone al asesinato y que se resiste al asesinato. He ahí la esencia de esa relación del «No matarás», que es todo un programa, que quiere decir «Tú me harás vivir». Hay mil maneras de matar al otro, no sólo con un revólver; se mata al otro siendo indiferente, no ocupándose de él, abandonándolo. En consecuencia, «No matarás» es lo principal, es la orden principal en la que el otro hombre es reconocido como aquel que se me impone.
F. G. Este rostro del otro llama a mi responsabilidad y usted va muy lejos en esa responsabilidad, llega a decir que es necesario expiar por el otro.
E. L. Lo que llamo ser-para-el-otro, la palabra «responsabilidad», no es sino otra manera de expresarlo: soy responsable del otro, respondo del otro y, en suma, respondo antes de haber hecho cualquier cosa. La paradoja de la responsabilidad reside en que no es el resultado de algún acto que yo haya cometido. Es como si yo fuese responsable antes de haber cometido cualquier acción, como si fuese un a priori y, en consecuencia, como si yo no fuese libre de deshacerme de esa responsabilidad, como si fuera responsable sin haberlo elegido, como si yo expiase, como si fuera un rehén.