Un apunte actualizado sobre la presencia en España de los denominados nuevos movimientos de ámbito católico, con especial referencia a los neocatecumenales, lo encontramos en el trabajo de Virginia Drake. Se expresa así: «Las cifras que se ofrecen a continuación han sido facilitadas expresamente para la publicación de este libro desde las propias instituciones; en muchos casos, calculando el número de comunidades formadas y la media de personas que participan en ellas. Hay que decir añade Virginia Drake que en los centros de coordinación de la mayor parte de estas realidades eclesiales no existen registros en los que inscribirse, ni sus miembros realizan votos o promesas concretas exceptuando el Opus Dei y los Legionarios de Cristo».[15]
Por nuestra parte nos limitamos a transcribir las referidas a España (para el mundo entero la cifra total ofrecida es de 17.862.000 personas).
En este modelo estaríamos ante un cristianismo que se expresaría de la misma forma en España que en América Latina, en la India o en el corazón de África, casi con la única excepción del idioma. Vemos escaso porvenir a esta modalidad de cristianismo a medio plazo, pese al auge que parecen experimentar estas manifestaciones de lo religioso en nuestros días. Nuestra hipótesis es que, más pronto que tarde, algunas de estas corrientes religiosas corren el riesgo de traspasar el límite hacia el modelo de secta (en sentido sociológico del término) o de gueto, también de signo fundamentalista.
2. El modo «secta o gueto» se caracteriza por la actitud de quienes hacen gala de vivir separados del mundo; mundo que sería perverso o, al menos, con intrínseca necesidad de purificación. La salvación pasaría por formar parte del grupo de pertenencia, «su» iglesia. Esta idea está más extendida de lo que cabe suponerse y no se limita a minoritarios grupos extremistas. Por ejemplo, la expresión de «los cristianos, únicos depositarios de la única verdad», a la que se añade la máxima de que «fuera de la Iglesia no hay salvación», la podemos encontrar, aunque que con matices y en evidente intento de rebajar la rotundidad de la exclusión, en el mismísimo Catecismo de la Iglesia Católica.[16]
Sin embargo, en esa misma Iglesia católica encontramos textos que cuestionan lo que en el propio Catecismo se dice. Así en este texto teológico, pero de profundas consecuencia sociopolíticas, del anterior papa Joseph Ratzinger, escrito hace más de treinta años, se afirma: «¿En dónde consta que el tema de la salvación deba asociarse únicamente con las religiones? ¿No habrá que abordarlo, de manera mucho más diferenciada, a partir de la totalidad de la existencia humana? ¿Y no debe seguir guiándonos siempre el supremo respeto hacia el misterio de la acción de Dios? ¿Tendremos que inventar necesariamente una teoría acerca de cómo Dios es capaz de salvar, sin perjudicar en nada la singularidad única de Cristo? ¿No será quizás más importante entender internamente esa singularidad única y vislumbrar así, a la vez, la amplitud de su irradiación, sin que podamos definirla en sus detalles concretos?».[17]
En este modelo estaríamos ante un cristianismo que se expresaría de la misma forma en España que en América Latina, en la India o en el corazón de África, casi con la única excepción del idioma. Vemos escaso porvenir a esta modalidad de cristianismo a medio plazo, pese al auge que parecen experimentar estas manifestaciones de lo religioso en nuestros días. Nuestra hipótesis es que, más pronto que tarde, algunas de estas corrientes religiosas corren el riesgo de traspasar el límite hacia el modelo de secta (en sentido sociológico del término) o de gueto, también de signo fundamentalista.
2. El modo «secta o gueto» se caracteriza por la actitud de quienes hacen gala de vivir separados del mundo; mundo que sería perverso o, al menos, con intrínseca necesidad de purificación. La salvación pasaría por formar parte del grupo de pertenencia, «su» iglesia. Esta idea está más extendida de lo que cabe suponerse y no se limita a minoritarios grupos extremistas. Por ejemplo, la expresión de «los cristianos, únicos depositarios de la única verdad», a la que se añade la máxima de que «fuera de la Iglesia no hay salvación», la podemos encontrar, aunque que con matices y en evidente intento de rebajar la rotundidad de la exclusión, en el mismísimo Catecismo de la Iglesia Católica.[16]
Sin embargo, en esa misma Iglesia católica encontramos textos que cuestionan lo que en el propio Catecismo se dice. Así en este texto teológico, pero de profundas consecuencia sociopolíticas, del anterior papa Joseph Ratzinger, escrito hace más de treinta años, se afirma: «¿En dónde consta que el tema de la salvación deba asociarse únicamente con las religiones? ¿No habrá que abordarlo, de manera mucho más diferenciada, a partir de la totalidad de la existencia humana? ¿Y no debe seguir guiándonos siempre el supremo respeto hacia el misterio de la acción de Dios? ¿Tendremos que inventar necesariamente una teoría acerca de cómo Dios es capaz de salvar, sin perjudicar en nada la singularidad única de Cristo? ¿No será quizás más importante entender internamente esa singularidad única y vislumbrar así, a la vez, la amplitud de su irradiación, sin que podamos definirla en sus detalles concretos?».[17]
Salvo distorsionar el lenguaje, haciéndole decir lo que no dice o perdiéndose en bizantinas explicaciones histórico-contextualizadoras, no se ve cómo conciliar ambos textos. Retornaremos, más adelante, a esta cuestión central para el futuro de las religiones en un punto «ad hoc», cuando abordemos la confluencia de religiones en un mundo globalizado.
Centrándonos ahora en el modo secta o gueto queremos subrayar brevemente cómo la actual intercomunicación en red digital, en vez de crear comunidades universales, en realidad hace proliferar las particulares. De hecho, si bien «la Web favorece las relaciones sociales, también hay una disminución de experiencias cívicas compartidas por un número elevado de personas. Es un fenómeno subrayado por Habermas que deplora la «fragmentación» de la comunidad cívica, ocasionada, según él, por Internet en las democracias.[18] Sentirse miembro de una «comunidad» de internautas, refuerza la socialización e integración de sus miembros en esas comunidades pero no asegura, en absoluto, su integración en el todo social. Puede ser «una forma de segregación, cuyos miembros perciben el conjunto social (instituciones y leyes) como algo ajeno a su vida y la vida de los suyos, su cadena de amigos».[19]
La reflexión de Olivier Roy al final de su ya referido libro sobre nuestro tiempo de «religión sin cultura», apunta en el mismo sentido al escribir que «el efecto de convicción queda reforzado, porque el grupo se autoafirma y no se ve desmentido por una práctica social exterior. Vivimos en sociedades en forma de archipiélagos. En realidad estamos inmersos en subculturas que en el fondo niegan su pertenencia a una cultura abarcadora y perenne. Pero ése es también el límite de lo religioso puro.»[20]
3. El «cristianismo identitario» respondería al modelo que se serviría de la dimensión religiosa como factor identificador de un país o de los miembros de un país. Es el modelo que supondría que un polaco o un español hubieran de ser católicos, un danés o un británico protestante, un tibetano budista, un gitano (o muchos gitanos en España) de la Iglesia de Filadelfia, un egipcio o un malayo, musulmán No me detengo en las diferentes acentuaciones que estas identificaciones presentan en unos u otros espacios geográficos. Me basta aquí añadir, a título más que anecdótico, que cada vez que paso por el número 5 de la avenida Jerez en Madrid y leo en el rótulo de la puerta de entrada «Embajada de la República Islámica de Irán», me digo que, por ejemplo, ante el 259B del Paseo de la Castellana no voy a encontrar otro rótulo que diga «Embajada del Reino Anglicano de Gran Bretaña».
Este cristianismo identitario, que, con los ejemplos que acabo de dar, es evidente que no se limita al cristianismo, presenta algunas particularidades que quisiera resaltar brevemente. Recordemos, en primer lugar, que hace ya mucho años, Jacques Maritain escribió que «sería un error mortal confundir la causa espiritual de la Iglesia y la causa particular de una civilización, de confundir, por ejemplo, latinidad (latinisme) y catolicismo, u occidentalismo y catolicismo. El catolicismo no está ligado a la cultura occidental. La universalidad no está encerrada en una parte del mundo».[21] Esta afirmación del año 1927 es, obviamente, mucho más pertinente en nuestra sociedad caracterizada entre otras dimensiones por la globalidad y por la inmigración. Ya sabemos que en España más del 12% de la población (algo menos de seis millones de personas) son inmigrantes, muchos de otra religión diferente a la católica, incluso de otras ramas del cristianismo, aunque ahora con la crisis iniciada en 2008 y de final incierto, las cifras de inmigrantes estén descendiendo.
De ahí la necesidad de abrirse a la internacionalización de la dimensión religiosa. Más aún. En el caso de la Iglesia católica, también en España, es forzoso constatar que el peso de la evangelización está cambiando de continente. Claude Prudhomme, profesor en la Universidad Lumière-Lyon lo ve así:
[] reconociendo que la internacionalización del cristianismo es un proceso necesario y positivo del que ellas han sido las iniciadoras (por el afán misionero, añado yo), las Iglesias europeas observan cómo se les abre la posibilidad de pensar y de vivir de otra forma el cristianismo, y de operar en contacto con las nuevas Iglesias una revolución cultural sin equivalente desde la inscripción del cristianismo en el mundo grecolatino. Habituadas a identificar el cristianismo con la cultura europea, se enfrentan al desafío de imaginarla minoritaria aunque pluricultural y policéntrica y capaz de constituir una fuerza de proposición en un mundo pluralista.[22]
En España no podemos olvidar el peso que la dimensión religiosa presenta en la identidad de no pocos inmigrantes desde hace ya algún tiempo. Un estudio con emigrantes marroquíes en España, dirigido por Gema Martín Muñoz en base a entrevistas etnográficas, estudió la integración social de los marroquíes en España.[23] De las diferentes conclusiones del trabajo retenemos la que señala que «es particularmente significativo que un número muy destacado de los entrevistados han manifestado que sienten el rechazo de la sociedad española por el hecho de ser marroquíes y musulmanes».[24]