V
11 de junio
El camino que sale de la carretera regional después de Gattinara no está asfaltado. Las malas condiciones en que se encuentra invitan a circular por él muy despacio. Después de medio kilómetro, aparca al lado de un muro de ladrillos, de unos dos metros de altura, con trozos enyesados, y con partes cubiertas de hiedra, glicinas y otras variedades de plantas trepadoras
En primavera, con las glicinas en flor, tiene que ser todo un espectáculo.
Más allá del muro el perímetro está flanqueado por una espesa hilera de árboles y arbustos que denotan la intención del arquitecto de ocultar el interior del jardín a la vista. A las doce llego a la entrada de la propiedad del abogado: una verja antigua de hierro forjado, sujeta por dos columnas cilíndricas de ladrillos. Ya conozco el lugar, pero sigue maravillándome.
Quién sabe si Jessica vendrá hoy para curiosear.
Tengo las llaves para entrar con total libertad. El abogado había pedido al mayordomo que hiciera una copia para cada uno de nosotros.
La mañana luminosa de junio ofrece un cielo azul intenso que se combina bien con las tonalidades verdes de las muchas variedades de especies típicas de la región de Valsesia presentes en el jardín. Me gustan los castaños, los fresnos y los robles alineados y entremezclados cuidadosamente.
Las líneas de la avenida arbolada conducen la mirada hacia la elegante fachada de la villa. La construcción presenta indicios arquitectónicos de las residencias de campo de los señores piamonteses del siglo XIX: es bonita pero no llamativa, rica pero no opulenta. La atmósfera está desnaturalizada, pero al mismo tiempo es más romántica, con un estilo más inglés que italiano del parque.
Un aire de nobleza decadente. Una percepción típica del poeta Gozzano, crepuscular...
En lugar de con el viejo coche de cien caballos, tendría que haber venido en un carruaje tirado por un caballo.
Sante está dentro de la casucha convertida en taller. Observa a Aurelio mientas explora minuciosamente el helicóptero, que ha sido transportado desde Caorso bajo su supervisión. Les saludo, y después pregunto:
—¿Has preparado la lista de lo que hace falta?
—Lo trajimos el viernes, necesitaré al menos toda la semana —responde Aurelio sin esconder una cierta irritación por la pregunta.
—Pero podremos empezar a hacer algo, ¿no?
Sale del helicóptero, donde estaba examinando las placas con los números de serie pegadas a los componentes principales. Resopla, saca una libreta del bolsillo de la pierna derecha de su mono de trabajo. Lo abre con la actitud de un guardia que va a poner una multa y finalmente habla:
—Mientras tanto podemos conseguir las piezas grandes: la lista completa con todo lo que hace falta estará lista dentro de unos días. Así que, para Sante: estos son los datos del motor y de la transmisión. Se trata de una turbina Allison-Rolls Royce C20 con todos los accesorios de la versión para el Hughes 500C. Mejor nueva, pero valdría una reparada. También tienes que conseguir todas las llaves especiales que hacen falta para el montaje. He puesto en la lista un juego completo de palas.
—No me parecían buenas, pero pensé que tú las habrías controlado de todas formas y habrías decidido qué hacer —confirmo, señalando las cuatro palas desmontadas y alineadas al lado del fuselaje.
—Las he controlado, tienen fisuras internas y pequeñas grietas sospechosas. Hay que sustituirlas —resume Aurelio.
Después se dirige de nuevo a Sante:
— La transmisión está compuesta por un reductor y un árbol de transmisión.
—¿Transmisión? ¿Qué quieres transmitir, y a quién?
Aurelio mira a Sante con compasión y pasa a hablar conmigo:
—Tienes que conseguirme una pequeña grúa de taller que pueda levantar por lo menos quinientos kilos a unos cuatro metros de altura. Y dos series completas de herramientas de taller, de buena marca, una en milímetros y la otra en pulgadas. Tienen que ser completísimas e incluir las llaves que ninguno usa nunca. Si te preguntan para qué es, di que tienes que montar un taller para coches antiguos ingleses e italianos. En la lista encontrarás lo demás: bancos de trabajo, tornillos de banco, y todo lo que pueda ser útil.
—Pero si traen esto verán el helicóptero —interviene Sante.
—Le pediré al abogado que compre una furgoneta —indico, cogiendo las hojas con mis anotaciones—. Iremos a una ferretería grande en Milán o en Turín. Están acostumbrados a recibir pedidos grandes y sería muy raro que hagan preguntas.
—¿Crees que puedes conseguir las palas, la turbina y la transmisión? —le pregunto a Sante.
—Creo que sí. Te diré cuánto cuestan —responde, cogiendo el folio con esta lista de la compra tan especial.
Siento que me invade una energía estimulante. De nuevo soy artífice de algo importante. De nuevo soy el comandante de una escuadra, y esta vez estamos reconstruyendo un helicóptero que pilotaré dentro de algunos meses. No es que no me gustase el trabajo en la escuela de vuelo, pero ahora la adrenalina vuelve a correr por mis venas.
—Buenos días, señores —dice Martinelli-Sonnino entrando por la puerta lateral del cobertizo, la del acceso a las personas.
—Qué bonitooo... —exclama Jessica, corriendo hacia el helicóptero—. Un huevecito en el cielooo... si fuese Pascua sería perfecto. Hasta le pondría un lazo.
La chica, que se ha vestido pensando en las miradas masculinas, se exhibe en una pequeña actuación, ofreciéndonos todas las poses posibles, alrededor, debajo y dentro del helicóptero.
Yo huyo momentáneamente de este mundo y me deslizo a un sueño personalísimo donde, en el edén de los pilotos, el comandante, vigoroso y bien parecido, aunque entrado en años, coquetea con la bella y subyugada alumna.
—Buenos días, abogado —oigo que dice Sante. Me suena lejísimos, la voz me llega como con sordina.
—¡Eh! —su codazo me devuelve al mundo real. Lo maldigo para mis adentros: estaba muy bien en mi paraíso.
—Buenos días, abogado. Le presento a Sante Genovese, un compañero piloto, y a Aurelio Armellini, el técnico que nos permitirá volar.
Después, dirigiéndome a mis amigos:
—El abogado Italo Martinelli-Sonnino, el cliente que nos ha encargado esta reconstrucción, y su novia, la señorita Jessica Rizzoli.
—Señores, es un honor conocerles y quiero decirles enseguida que estoy muy satisfecho de este inicio tan positivo.
—Nos alegra saberlo —respondo en nombre de todos.
—Buen trabajo, buen trabajo. Pero me parece pequeño, ¿podrá transportar el peso que le dije?
—Cuatro personas y cien kilos a dos mil metros. Con cuidado, pero podrá. Es el mismo helicóptero que usaban los americanos en la guerra de Vietnam.
—¿Usaron mi huevecito en la guerra? —Jessica se entromete en la conversación.
—No este, este es un modelo civil italiano, pero con sus primos americanos sí.
—¿Entonces es un diablillo?
—Bueno, no lo diría así. Digamos que depende de los pilotos y del uso que le den.
—¿Me enseñará a ser un piloto diablillo?
Me parece que me tomas el pelo, pero da igual. Diviértete como quieras. Seré tu bufón, tu payaso. Te contaré mil y una historias. Me bastará con poder estar cerca de ti y respirar el perfume de tu piel.
— Comandanteee, ¿en qué está pensando?
—¿Qué? Ah, sí, le enseñaré a pilotarlo sin problemas, es un helicóptero que conozco perfectamente.
—¿Podríamos pintarlo? —pregunta el abogado—. Así, blanco y rojo, es demasiado vistoso. Ha hablado de Vietnam y me gustaría que tuviera un color mimético.
—Si quiere podemos darle el color verde aceituna que usaron los americanos.
—Perfecto. Hágalo, háganlo, como vean.
—Dentro de unos días —le informo—, le diré dónde tiene que transferir una cantidad ya bastante elevada. La semana que viene Genovese irá a una cita para comprar los componentes principales: motor, transmisión, un juego completo de palas, las grandes y las pequeñas, y otras cosas. Yo me ocuparé del equipamiento del taller y necesitaremos una furgoneta. Una Fiat Ducado nos vendría bien. Pero sería mejor que eso lo comprase usted.
—De acuerdo, me ocupo de la furgoneta. ¿Conseguirá respetar el presupuesto?
—Estas son solo las primeras compras. Todavía no sabemos la cifra exacta. Para los componentes principales será cerca de cuatro cientos mil.
Veo que está esperando más información.
—Para el equipamiento del taller no sabría decirle, pero son cosas caras.
—¿Conocéis a los custodios? —pregunta, cambiando de tema, para dar la impresión de que ha comprendido todo—. No están siempre en la villa. Les he avisado y saben que no deben alimentar la curiosidad de nadie.
—Nos cruzamos con ellos cuando trajimos el helicóptero. No se puede decir que les conozcamos. Se mantuvieron alejados. Se ve que saben respetar sus órdenes.
—Les diré que pueden acercarse, quizá podríais necesitar algo en algún momento. Pero prefiero que sean prudentes. Si lo necesitáis, podéis pedirles que os preparen habitaciones, ya les he informado de esta posibilidad.
—Gracias, eventualmente usaremos este recurso. Todos vivimos a distancias razonables, y por ahora preferimos volver a nuestras casas.
Mira alrededor sin cambiar de expresión y pregunta:
—¿El transporte del helicóptero fue fácil?
Sé a qué se refiere.
—El camión estaba cubierto por una lona y no se podía ver su interior en la autopista. Hemos buscado un transportista de Lacio especializado en vehículos aéreos. Los conductores están acostumbrados a mover este tipo de mercancía por toda Italia y no hacen preguntas. Y además no son de aquí.
—Muy bien. Entonces les deseo buen trabajo.
Se dirige a la puerta. Jessica le sigue saludándonos con la mano y caminando de espaldas. Sonríe. Es una visión maravillosa.
—¿Me equivoco o te gusta la chica? —pregunta Sante.
—Vosotros también podéis ver lo guapa que es. Claro que me gusta. ¿A vosotros no?
—Sí, pero no nos quedamos atontados. Tienes que controlarte. El abogado te ha mirado durante unos segundos con el ceño fruncido y ni siquiera te has dado cuenta.
Suspiro profundamente.
—Bah. No sé qué decir. Es una cuestión estética. Me gustan las cosas bonitas, como los cuadros de Caravaggio o las esculturas de Donatello.
—A veces me pareces un auténtico imbécil —sentencia Sante.
Cruzo mi mirada con Aurelio, que levanta los ojos al cielo, para señalarme que él piensa lo mismo.
Si hasta Aurelio se compadece de mí tengo que llevar más cuidado. Pero si no me doy ni cuenta, ¿qué puedo hacerle? Tendré que comprarme un CD con un curso de autoayuda y escucharlo por la noche. Tendré que grabar en mi cabeza: «Esa chica no representa nada para ti, no te gusta Jessica, no te gustan sus piernas, sus tetas son feísimas, tiene un culo blando que se le cae, tiene los ojos de color verde marchito, tiene pelo amarillo y graso, una nariz de bruja, los labios son... son...»
«Eres un cretino». Esto tendría que grabarlo varias veces; «eres un cretino».
VI
19 de junio
Sante va directamente del 737 de Ryanair a la extensión que lo lleva al terminal. No lleva equipaje, por eso se dirige rápidamente al hall de llegadas del aeropuerto Stansted de Londres. Busca a su amigo entre las personas que están esperando. Por suerte el antiguo mensaje telefónico seguía siendo válido y ha conseguido organizar un encuentro en Londres. Lo encuentra fácilmente porque, con su metro noventa de altura, sobresale entre los demás.
—Sante, dear friend. How are you?
—Hola Robert, how long...?
Se saludan dándose un abrazo y palmadas en la espalda. Después, al darse cuenta de que están dificultando el flujo de los otros pasajeros, se apartan a una zona donde hay asientos libres.
—Querido amigo. Me alegra muchísimo volver a verte. Y no lo digo solo por el trabajo.
—Después de todos estos años has mejorado muchísimo tu italiano: lo hablas mejor que yo.
—Eh, dear Sante, sabes que tu bello país tiene muchas fábricas importantes de armas y, con mi trabajo, ya sabes, noblesse oblige.
—Pero eso es francés.
—A veces me equivoco, porque ellos también tienen buenas fábricas.
—También hablabas ruso, si me acuerdo bien.
Точнее, не большой, но достаточно для бизнеса.
—¿Es decir?
—Exacto, no muy bien, pero suficiente para los negocios.
—A propósito de negocios, como te dije, no me quedo esta noche. El vuelo de vuelta a Milán es a las nueve.
—Qué lástima, dear friend. Pensaba llevarte a un lugar que te habría gustado.
—La última vez elegiste un sitio que se suponía que era de cocina italiana y casi muero envenenado.
—Es que el cocinero era sueco, ¿qué esperabas?
—Me lo dijiste después.
—Esta vez nada de cocina italiana, sino rusa. Se come con vodka, rodeado de chicas que sirven en topless.
—Pero el topless en los restaurantes es típico americano.
—En estos tiempos los rusos son más americanos que los americanos mismos.
—Tienes razón, pero, desgraciadamente, nada de cena sexy. Tenemos tres horas y solo podemos ir a un bar del aeropuerto.
All right, dear friend.
Después de explicarle que todo debe permanecer en secreto, aspecto sobre el que Robert lo tranquiliza, Sante le pasa la lista de las piezas que Aurelio ha preparado. Su amigo la estudia durante unos diez minutos y luego dice:
—Encontrar estos componentes será very easy, muy fácil. ¿Cómo te los envío?
—Tienen que llegar a esta dirección.
Sante le da una tarjeta cuidadosamente escrita, en mayúsculas.
—No hay que declarar que son piezas de helicóptero. Sé que eres capaz, a través de tus contactos en los aeropuertos, de hacerlos llegar de otra manera.
—Será más caro.
—El precio no importa, lo que es indispensable es que sea una operación invisible.
—Right, llegarán a Aviano con un vuelo de las fuerzas aéreas americanas y luego os los llevará un furgón de Federal Express.
Robert se da cuenta de la expresión de Sante, que muestra dudas sobre la simplicidad con la que su amigo ha liquidado el problema de la discreción.
—No tienes que preocuparte, Sante, en nuestro trabajo estas son cosas nimias. Si me hubieras pedido piezas para armar un Hughes con misiles Tow habría sido más difícil, pero te los habría encontrado, anyway. Tendrás tus spare parts, tus piezas de recambio.
—Perdona, había olvidado tu experiencia. Necesito el material ayer.
—Sois todos iguales.
—¿Quiénes?
—Vosotros, customers, los clientes. Meses o años para decidir y luego lo queréis tener enseguida.
—¿Cuánto tardarás en conseguirlos?
—Si el dinero no importa, los tendrás la semana que viene. Pero no importa significa que no importa. Si vous me comprenez bien!
—Entendido, pero ¿por qué hablas francés?
—Perdona, dear friend. Es que ayer concluí una negociación larga y difícil para unos tanques de los amigos franceses y todavía tengo la cabeza llena de palabras francesas.
—¿Cuánto nos costará?
—Te informaré en cuanto lo sepa. Puedo decirte que para las piezas, tanto reacondicionadas como militares nuevas, harán falta unos doscientos cincuenta mil american dollars.
—Es un buen precio. Y lo has pronunciado en perfecto italiano.
—El dinero lo has entendido bien, pero keep calm, no es todo, la misma cantidad para los que me ayudarán y para la expedición especial Y porque eres my friend.
—Ya veo por qué me parecía un precio bajo, faltaban cosas. ¿Cómo nos organizamos?
—Apunta este número, es seguro. Tendrás que comprar un cell phone, then, only con tu new cell phone, remember, me mandas un saludo y yo te respondo con tres números. El primero es una cuenta cifrada en la sede del Bank of America de Zúrich, y el segundo es el dinero, en US dollars. Cuando llegue el dinero a la cuenta enviaré los componentes. Deberías recibirlos una semana después del pago.
—¿Y el tercer número?
—El tercero es el teléfono que marcarás para nuestro siguiente contacto.
—¿Y el número viejo?
—No será válido, expired. Lo cambiaré cada vez y tú harás lo mismo. Cada vez tendrás que destruir el teléfono usado, destruirlo, no sólo tirarlo, you must remember, tienes que recordarlo.