Y no podía parar.
—… y que consignaré con verdadera fe y alianza con la misma…
Gilmer señaló el bloc de notas y volvió a preguntar: —¿Qué es esto?
Riley quería explicar lo que realmente era, pero no podía dejar de recitar el juramento:
—… asumo esta obligación libremente, sin reserva mental alguna o propósito de evadirla…
La cara de Gilmer estaba transformándose en otra cara. Ahora era Jake Crivaro, y se veía muy enojado. Agitó el bloc de notas en su cara.
—¿Qué es esto? —espetó.
A Riley le sorprendió ver que no había nada escrito allí en absoluto.
Oyó los demás pasantes murmurando en voz alta, repitiendo el mismo juramento.
Entretanto, ella se acercaba al final del juramento: —… emprenderé bien y con lealtad los deberes del cargo que estoy por aceptar. Que Dios me ayude.
Crivaro parecía furioso ahora. —¿Qué diablos es esto? —preguntó, señalando el papel amarillo en blanco.
Riley trató de decirle, pero no podía hablar.
Los ojos de Riley se abrieron de golpe cuando escuchó un zumbido desconocido.
Estaba tumbada en la cama al lado de Ryan.
«Fue un sueño», pensó.
Pero el sueño definitivamente significaba algo. De hecho, lo era todo. Había tomado un juramento, y ya no había marcha atrás. Y eso significaba que no podía abandonar el programa. No se trataba de algo legal. Era personal. Era una cuestión de principios.
«¿Y si me echan? ¿Qué hago si me echan?», pensó.
También se preguntó qué era ese zumbido que escuchaba.
Todavía medio dormido, Ryan gimió y murmuró: —Contesta tu maldito teléfono, Riley.
Entonces Riley recordó el teléfono celular que le habían entregado ayer en el edificio del FBI. Rebuscó en la mesa de noche hasta que la encontró. Luego, se salió de la cama, salió de la habitación y cerró la puerta detrás de ella.
Le tomó un momento descubrir qué botón pulsar para tomar la llamada. Cuando finalmente lo hizo, oyó una voz familiar.
—¿Sweeney? ¿Te desperté?
Era el agente Crivaro, sonando nada amigable.
—No, por supuesto que no —dijo Riley.
—Mentirosa. Son las cinco de la mañana.
Riley suspiró profundamente. Se dio cuenta de que se sentía mal del estómago.
Crivaro dijo: —¿Cuánto tiempo te tomará vestirte?
Riley lo pensó por un momento y luego dijo: —Eh, quince minutos, supongo.
—Estaré afuera de tu edificio en diez.
Crivaro finalizó la llamada sin decir nada más.
«¿Qué es lo que quiere? —se preguntó Riley—. ¿Vino a despedirme personalmente?»
De repente sintió una creciente ola de náuseas. Sabían que eran náuseas matutinas, las peores que había experimentado hasta ahora durante su embarazo.
Soltó un gemido y pensó: «Justo lo que necesito en este momento».
Luego corrió al baño.
CAPÍTULO SEIS
Cuando Jake Crivaro se detuvo en el edificio de apartamentos, Riley Sweeney ya estaba esperándolo afuera. A lo que se subió al auto, Jake notó que se veía un poco pálida.
—¿Te sientes bien? —preguntó.
—Sí, estoy bien —dijo Riley.
«No se ve bien —pensó Jake—. Tampoco suena bien».
Jake se preguntó si tal vez había salido de fiesta anoche. Los jóvenes pasantes hacían eso a veces. O tal vez se tomó unos tragos de más en su casa. Ciertamente había parecido desanimada ayer. No era de extrañar, dado el regaño que le había dado. Tal vez había tratado de ahogar sus penas.
Jake esperaba que su resaca no le impidiera trabajar.
Riley le preguntó: —¿Adónde vamos?
Jake vaciló por un momento y luego dijo: —Mira, vamos a empezar de cero hoy.
Riley lo miró con una expresión vagamente sorprendida.
Jake continuó: —La verdad es que lo que hiciste ayer… Bueno, no fue una metida de pata del todo. Encontraste el dinero de los hermanos Madison. Y ese teléfono pre-pagado resultó ser bastante útil. Tenía bastantes números de teléfono importantes, lo que hizo posible que los policías agarraran a algunos miembros de la pandilla, incluyendo a Malik Madison, el hermano que todavía estaba suelto. Fue estúpido de su parte comprar un teléfono pre-pagado y no botarlo luego de usarlo. Pero supongo que creyeron que nadie lo encontraría. —Él la miró y añadió—: Pues se equivocaron.
Riley seguía mirándolo, como si le estuviera costando entender lo que estaba diciendo.
Jake resistió el impulso de decir: —Perdona por lo de antes.
En su lugar, dijo: —Pero tienes que seguir las instrucciones. Y tienes que respetar los procedimientos.
—Entiendo —dijo Riley—. Gracias por darme otra oportunidad.
Jake gruñó por lo bajo. Se recordó a sí mismo que no quería alentarla demasiado.
Pero se sentía mal por la forma en que la había tratado ayer.
«Estoy exagerando», pensó.
Había enfadado a algunos colegas en Quantico por admitir a Riley al programa. Un agente en particular, Toby Wolsky, había querido que su sobrino Jordan fuera pasante este verano, pero Jake había admitido a Riley en su lugar. Tuvo que hacer muchas cosas, incluso cobrar unos favores, para lograrlo.
Jake no consideraba a Wolsky buen agente, y no tenía ninguna razón para creer que su sobrino tenía potencial. Pero Wolsky tenía amigos en Quantico que ahora estaban descontentos con Jake.
Jake lo entendía de cierta forma.
Para ellos, Riley solo era una licenciada en psicología que ni siquiera había considerado una carrera en el FBI.
Y la verdad era que Jake tampoco sabía mucho más sobre ella, excepto que tenía excelentes instintos. Recordaba la facilidad con la que había entendido los pensamientos del asesino en Lanton, con solo un poco de su ayuda. Aparte de sí mismo, Jake no había conocido a muchas personas con tales instintos, instintos que muy pocos agentes podrían comprender.
Obviamente no podía descartar la posibilidad de que lo que había hecho en Lanton había sido poco más que un golpe de suerte.
Tal vez hoy tendría una mejor idea de lo que era capaz.
Riley volvió a preguntar: —¿Adónde vamos?
—A una escena del crimen —dijo Jake.
No quería decirle nada más hasta que llegaran.
Quería observar cómo reaccionaba a una situación muy extraña.
Y por lo que había oído, esta escena del crimen era demasiado extraña. El FBI lo llamó para que fuera a la escena hace poco, y todavía le estaba costando creer lo que le habían dicho.
«Ya veremos, supongo», pensó.
*
Riley se estaba sintiendo un poco mejor.
Sin embargo, quería saber de qué se trataba todo esto.
«Una escena del crimen», pensó.
Nunca había esperado ir a una escena del crimen durante su entrenamiento, y mucho menos en su segundo día. El día anterior había sido bastante inesperado.
No estaba segura de cómo se sentía al respecto.
Pero estaba bastante segura de que esto no le gustaría a Ryan en absoluto.
Cayó en cuenta de que aún no le había dicho a Ryan que estaba siguiendo a Jake Crivaro. Ryan tampoco estaría de acuerdo con eso. Ryan había desconfiado de Crivaro desde el principio, sobre todo por la forma en que había ayudado a Riley a meterse en la mente de un asesino.
Recordó lo que Ryan había dicho sobre uno de esos episodios: —¿Me estás diciendo que el tipo ese del FBI, Crivaro, jugó juegos mentales contigo? ¿Por qué? ¿Solo por diversión?
Riley obviamente sabía que Crivaro no la había hecho pasar por todo eso «solo por diversión».
Todo había sido muy serio. Esas experiencias habían sido absolutamente necesarias. Habían ayudado a atrapar al asesino.
«Pero ¿qué tipo de cosas experimentaré ahora?», se preguntó Riley.
Crivaro parecía estar siendo deliberadamente críptico.
Cuando estacionó el auto a lo largo de una calle con casas a un lado y un campo abierto al otro, vio que había dos patrullas y una furgoneta oficial cerca.
Antes de salirse del auto, Crivaro le dijo: —Recuerda las malditas reglas. No toques nada. Y no hables a menos que te dirijan la palabra. Solo estás aquí para vernos trabajar.
Riley asintió. Pero algo en la voz de Crivaro la hizo sospechar que esperaba algo más de ella.
Ojalá supiera qué.
Riley y Crivaro se salieron del auto y entraron en el campo. El campo estaba lleno de basura, como si algún gran evento público hubiera tenido lugar ahí recientemente.
Otras personas, algunas uniformadas, estaban cerca de un grupo de árboles y arbustos. Una gran área alrededor de ellas estaba acordonada con cinta amarilla policial.
Mientras Riley y Crivaro se acercaron al grupo, notó que los arbustos habían ocultado algo en el suelo.
Riley jadeó ante lo que vio y volvió a sentir náuseas.
Tendido en el suelo estaba un payaso de circo muerto.
CAPÍTULO SIETE
Riley se sintió tan mareada que creyó que iba a desmayarse.
Logró mantenerse en pie, pero luego sintió que iba a vomitar, como lo había hecho en el apartamento.
«Esto no puede ser real —pensó—. Esto tiene que ser una pesadilla.»
Los policías y las otras personas estaban parados alrededor de un cuerpo que estaba disfrazado de payaso. El traje era brillante y tenía enormes pompones de botones. Un par de zapatos descomunales completaba el atuendo.
La cara blanca rígida tenía una sonrisa extraña pintada, una nariz roja brillante y ojos y cejas exageradas. Una peluca roja enorme enmarcaba su cara. Había un toldo amontonado al lado del cuerpo.
Riley vio que el cuerpo era el de una mujer.
Ahora que se sentía un poco mejor, notó un olor característico y desagradable en el aire. Dudaba de que el olor provenía del cuerpo, ya que había basura por todas partes. El sol de la mañana estaba realzando el olor de la misma.
Un hombre que llevaba una chaqueta blanca estaba arrodillado al lado del cuerpo, estudiándolo cuidadosamente. Crivaro lo presentó como Victor Dahl, el médico forense de DC.
Crivaro negó con la cabeza y le dijo a Dahl: —Esto es aún más raro de lo que esperaba.
Dahl dijo a lo que se puso de pie: —Sí, muy extraño. Y es igual que la última víctima.
«¿La última víctima?», pensó Riley.
¿Otra payasa había sido asesinada como esta?
—Me llamaron hace poco —les dijo Crivaro a Dahl y los policías—. Tal vez pueden poner a mi aprendiz al corriente. Ni yo sé todos los detalles.
Dahl miró a Riley y vaciló por un momento. Riley se preguntó si se veía tan enferma como se sentía. Pero luego el médico forense comenzó a explicar: —El sábado por la mañana un cuerpo fue encontrado en el callejón detrás de un cine. La víctima fue identificada como Margo Birch, y ella estaba disfrazada más o menos como esta víctima. Los policías pensaron que se trataba de un asesinato raro, pero único en su clase. Luego este cadáver apareció anoche. Otra joven maquillada y disfrazada de la misma forma.
En ese momento, Riley entendió. No era una verdadera payasa. Esta era una joven común y corriente disfrazada de payasa. Dos mujeres habían sido disfrazadas y asesinadas.
Crivaro añadió: —Y fue entonces cuando se convirtió en un caso del FBI.
—Eso es correcto —dijo Dahl, mirando alrededor del campo cubierto de basura—. Aquí estuvo un carnaval que duró unos días. Terminó el sábado. Esta basura es de ese carnaval. El campo aún no ha sido limpiado. Anoche, alguien del vecindario vino con un detector de metales, buscando monedas. Encontró el cuerpo, el cual estaba cubierto por ese toldo.
Riley se volvió y vio que Crivaro la observaba con atención.
¿Estaba simplemente asegurándose de que no estaba entrometiéndose? ¿O estaba monitoreando sus reacciones?
Ella preguntó: —¿Esta mujer ya fue identificada?
Uno de los policías dijo: —Todavía no.
Crivaro añadió: —Estamos centrados en el informe de una persona desaparecida en particular. Ayer por la mañana una fotógrafa profesional llamada Janet Davis fue reportada como desaparecida. Había estado tomando fotos en el parque Lady Bird Johnson la noche anterior. Los policías se preguntan si esta podría ser ella. El agente McCune está con su esposo ahora mismo. Tal vez pueda ayudarnos a identificarla.
Riley escuchó sonidos de vehículos deteniéndose cerca en la calle. Vio que un par de furgonetas de prensa acababan de llegar a la escena.
—Maldita sea —preguntó uno de los policías. —Hemos logrado mantener bajo cuerdas lo del otro asesinato. ¿Deberíamos volverla a tapar?
Crivaro soltó un gruñido de fastidio a lo que un equipo de noticias se salió de una de las furgonetas con una cámara y un micrófono. El equipo corrió al campo.
—Es muy tarde para eso —dijo—. Ya vieron a la víctima.
A medida que se acercaban otros vehículos de distintos medios de comunicación, Crivaro y el médico forense movilizaron a los policías para tratar de mantener a los reporteros lo más lejos posible de la cinta policial.
Entretanto, Riley miró a la víctima y se preguntó: «¿Cómo murió?»
No había nadie a quien preguntarle ahora mismo. Todo el mundo estaba ocupado con los reporteros, quienes estaban haciendo muchas preguntas.
Riley se inclinó sobre el cuerpo y se dijo a sí misma: «No toques nada».
Riley vio que los ojos y la boca de la víctima estaban abiertos. Había visto esa misma expresión aterrorizada antes.
Recordaba muy bien cómo se habían visto sus dos amigas degolladas en Lanton. Sobretodo recordaba las grandes cantidades de sangre en los pisos de las habitaciones de residencia.
Pero no había sangre aquí.
Vio lo que parecía ser unos pequeños cortes en la cara y el cuello de la mujer que se veían a través del maquillaje blanco.
¿Qué significaban esos cortes? Seguramente no eran lo suficientemente grandes ni profundos como para haber sido letales.
También notó que el maquillaje no había sido bien aplicado.
«No se lo aplicó ella misma», pensó.
No, alguien más lo había hecho, tal vez contra su voluntad.
Luego Riley sintió un extraño cambio en su conciencia, algo que no había sentido desde aquellos terribles días en Lanton.
Se le puso la piel de gallina cuando cayó en cuenta de qué se trataba.
Estaba sintiendo la mente del asesino.
«Él la disfrazó», pensó.
Probablemente le había puesto el disfraz después de que murió, pero todavía había estado consciente cuando le puso el maquillaje. A juzgar por sus ojos muertos y abiertos, había estado muy consciente de lo que le estaba sucediendo.
«Y él lo disfrutó —pensó—. Disfrutó de su terror cuando la pintó.»
Ahora Riley entendía los pequeños cortes.
«La aterrorizó con un cuchillo. Se burló de ella, hizo que se preguntara cómo la mataría», pensó.
Riley jadeó y se puso de pie. Sintió otra oleada de náuseas y mareos y estuvo a punto de caerse otra vez, pero alguien la agarró por el brazo.
Se dio la vuelta y vio que Jake Crivaro no la había dejado caer.
Estaba mirándola directamente a los ojos. Riley sabía que entendía exactamente lo que acababa de pasar.
Con voz ronca y horrorizada, le dijo: —La mató de miedo. Murió de miedo.
Riley oyó a Dahl jadear de sorpresa.
—¿Quién te dijo eso? —dijo Dahl, caminando hacia Riley.
Crivaro le dijo: —Nadie se lo dijo. ¿Es verdad?
Dahl se encogió de hombros y dijo: —Tal vez. O algo parecido, si es que murió como la otra víctima. Encontramos una dosis fatal de anfetaminas en el torrente sanguíneo de Margo Birch que hizo que su corazón dejara de latir. Esa pobre mujer debió haber estado aterrorizada. Tendremos que hacerle un análisis toxicológico a esta nueva víctima, pero… —Su voz se quebró, y luego le preguntó a Riley—: ¿Cómo lo supiste?
Riley no tenía idea qué decir.
Crivaro dijo: —Es lo que hace. Es por eso que está aquí.
Riley se estremeció ante esas palabras y se preguntó: «¿Realmente quiero ser buena en esto?»
También se preguntó si tal vez debió haber enviado esa carta de renuncia después de todo.
Tal vez no debería estar aquí.
Estaba segura de que Ryan estaría horrorizado si supiera dónde estaba en este momento y lo que estaba haciendo.